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RESUMEN:

El primer encuentro personal que tuve con Félix fue en Gandía, durante las Pascuas de 1990. Gerardo González, entonces jefe del Gabinete de Prensa de la RFEF nos había puesto previamente en contacto.

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¡Esos inolvidables encuentros con Félix en Gandía!

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Aquella era una RFEF más próxima, más asequible. El propio Gerardo había tomado buena cuenta del nacimiento de CIHEFE y entendió que nuestro trabajo podría interesar mucho a un asiduo visitante de los despachos federativos. Félix Martialay acaba de publicar, por ruego directo del presidente Ángel María Villar, el libro que daba cuenta del 75º Aniversario de la RFEF (1913-1988). No había nadie capacitado para elaborar tan denso volumen en el margen de tiempo tan estrecho. Solo Félix, con su concepción global de la historia del fútbol, tomando como núcleo la Selección Española, presentó un trabajo profusamente ilustrado donde se recogía, casi en modo enciclopédico, esos 75 años de vida del fútbol español. Con el tiempo, esta publicación sirve en gran medida para comparar la documentación que se disponía en 1988 y comprobar todo lo que se ha profundizado, aumentado, modificado o desmentido con las investigaciones promovidas desde CIHEFE, donde Félix Martialay, desde el primer momento en que se unió al grupo, se implicó en todos sus objetivos y se convirtió en el principal referente de la entidad.

Recuerdo perfectamente nuestra primera conversación telefónica. Fue breve y directa, sin rodeos. Le informé sobre la asociación, sus criterios de investigación y sus objetivos. Hubo una coincidencia absoluta. No solo en el material de trabajo, también la hubo en la finalidad: ponerse a disposición de todo aquel que quiera conocer los hechos tal y como sucedieron. Sin prejuicios ni tendencias, desmontando los errores acumulados con reiteración, incluso en autores con prestigio, y completando las enormes lagunas informativas que tenía nuestro fútbol. La propuesta era común: trabajar a destajo sin recompensa económica. Ese mismo día Félix solicitó su membresía en CIHEFE.

Con el tiempo, cuando ya conocí a fondo a Félix, admiro todavía más su decisión de participar en la asociación. Si hubiésemos comparado el limitado volumen de material del que disponía CIHEFE con el que Martialay manejaba, cualquier otra persona hubiese renunciado. Sabía que iba a dar muchísimo más que a recibir. No le importó. Al contrario, para él fue una motivación encontrarse con gente con tantas ganas de investigar el fútbol, aunque fueran principiantes.

Hubo tan buena comunicación que esas mismas Pascuas, aprovechando su estancia en Benidorm, me propuso reunirnos. Gandía equidista de Benidorm y Valencia, donde yo residía, y allí fijamos el punto de encuentro. En un conocido restaurante de la zona de playa de la ciudad Ducal pudimos estrecharnos la mano por primera vez.

Fue un encuentro fructífero. Siempre se mostró muy modesto, sin pretender dar lección alguna. Al contrario, valoró mi breve trayectoria como historiador y cómo el destino me había llevado hasta la IFFHS, que entonces ya se había convertido en un referente mundial de la historia del fútbol. Aprovechamos para repasar aquellos puntos negros de la historiografía de nuestro fútbol, como el vacío informativo que había en torno a la Guerra Civil. CIHEFE había empezado ya en sus boletines la publicación de las fichas técnicas de todos los partidos del Campeonato Nacional de Liga, material que ocuparía el grueso de sus investigaciones durante los siguientes años. Igualmente la asociación estaba preparando el Anuario 1989/90, trabajo en el que Félix ya colaboró aportando datos técnicos, pues él tenía un compromiso con Ángel María Villar para la publicación de un anuario con la RFEF.

Cuando regresaba a casa, después de varias horas de charla, lo hacía con una sensación muy particular: estaba impresionado por la persona que acababa de conocer. Su disposición era máxima. Tenía el mayor archivo del fútbol español, y sin embargo, lejos de la autocomplacencia, estaba dispuesto a revisarlo y actualizarlo en profundidad. Había que aplicar los nuevos criterios de investigación y exposición que circulaban por Europa para darle un carácter sólido y científico.

A partir de entonces Félix Martialay siempre estuvo disponible para todo lo que yo le solicitase. De hecho, acudía a él siempre que me fallaba alguna alineación liguera o surgían discrepancias en las crónicas. Félix, que estaba inmerso en su trabajo sobre la Selección Española, acudía semanalmente a la Hemeroteca Nacional y siempre cedía un poco de su tiempo para cubrir la información solicitada. También su buena relación con el personal de la RFEF le permitía conseguir los datos oficiales para cumplimentar debidamente el Anuario CIHEFE. Puntualmente me llamaba por teléfono todos los lunes y nos poníamos al día. O mejor dicho, le hacía llegar mi solicitud de la semana. Esas conversaciones se cerraban con un ¡Y a mandar! Demostrando, con ese irónico sentido del humor que le caracterizaba, su total disposición a colaborar como uno más.

Gandía quedó elegida como sede fija para nuestras reuniones. Unos encuentros bianuales, Pascuas y septiembre, en los que nos poníamos al día de nuestras investigaciones personales. A simple vista parecía un intercambio de regalos: en septiembre Félix me daba las publicaciones habidas en la RFEF y, en Pascuas siempre le obsequiaba con el último ejemplar del European Football Yearbook, donde yo aportaba la información sobre España. En esos años, como ya se ha señalado, CIHEFE se centró en la elaboración de las fichas técnicas de los partidos del Campeonato de Liga de Primera División, los calendarios de la Segunda División y los cuadros de resultados de la Tercera División. Era una información, hoy disponible en varias webs especializadas, que entonces no tenía nadie. Pero Félix y yo, cada uno por su cuenta, seguíamos nuestras respectivas líneas de investigación.

Los primeros encuentros fueron muy fructíferos, ya que gracias a mi situación en la IFFHS, podía recoger los datos más fiables de todos los rivales que la Selección Española había tenido a lo largo de la historia. Félix reclamaba un trato digno al equipo rival, con una correcta identificación de todos sus jugadores, algo que en los periódicos de la época, y no tan antiguos, se pasaba de manera ligera e imprecisa. No solo era la selección absoluta, para Félix las selecciones menores también eran España y no escatimaba tiempo: semanalmente se pasaba por las oficinas de la RFEF, entonces en Alberto Bosch, para pedir las convocatorias, sesiones de trabajo y datos de los partidos de esas otras selecciones de las que en prensa las reseñas eran cada vez más pequeñas e imprecisas. Siempre me facilitaba una copia de todas las fichas de los encuentros, para que el archivo de CIHEFE fuese creciendo.

En aquellas comidas de Gandía se hablaba mucho de fútbol, sí, y también de muchos más temas. Dialogar con Félix era un deleite. Tomando de fondo la actualidad, siempre daba un enfoque preciso puntualizando antecedentes y justificando una previsión de las consecuencias inmediatas. Y reconozco que cuando se tocaban temas políticos cada uno partía de una ideología prácticamente opuesta. Ser republicanos, creo que era el único punto común que teníamos de inicio. Sin embargo, Félix me mostró siempre un absoluto respeto a todo lo que yo pensaba y si discrepaba, lo hacía con el respaldado de argumentos sólidos. Ofrecía una exposición crítica de los hechos y de las personas a los que sometía en una única regla: honestidad. Félix me recordaba que él había antepuesto en todas sus decisiones trascendentes la honestidad y la integridad. Quizá por eso, el haber sido fiel a esos principios, se permitía disfrutar de una libertad que otros, pese a haber alcanzado altos cargos, habían perdido como precio a sus ascensos. Para mí, su ideología no quedaba delimitada por ningún –ismo; lo que despertaba mi admiración era su mentalidad abierta, su total respaldo a los buenos profesionales, a las personas responsables, a los que al dar su palabra firmaban un auténtico compromiso… y ante eso, Félix nunca reclamaba ninguna ideología ni religión. En cambio, rechazaba directamente al interesado, al especulador, al aprovechado, al oportunista y, con palabras más despectivas, al chaquetero, al trepa, al mentiroso. No les perdonaba una. Y con el tiempo aprendí a hacerlo. Félix me enseñó a no tratar con ese tipo de gente. No se debía perder el tiempo.

La mayoría de los encuentros que tuvimos en Gandía se alargaban hasta más de seis horas. Se pasaban volando. Cuando nos despedíamos, siempre decía que eso de tratar de arreglar el fútbol es muy complicado. Incluso un partido de Tercera División podía acaparar horas y horas de conversación, por eso, con cierta sorna finalizaba con un ¡lo que da de sí un Caspe-Mequinenza!

Para la segunda etapa de nuestras reuniones trasladamos la sede a Benidorm. Félix había dejado de conducir y para mí igualmente era un placer cubrir esa distancia para atender encuentros tan fructíferos. Con el tiempo, creo que coincidiendo con su entrada en la IFFHS allá por el 2000, empezamos a llamarles congresos. A diferencia de la época de Gandía, donde encontramos como sede fija un local muy agradable en el puerto deportivo, Félix se encargaba de reservar mesa en los mejores restaurantes. Y de verdad que estuve en los mejores, aunque la comida no era el reclamo para citarnos igualmente en Pascuas y en septiembre.

En Benidorm Félix ya se había entregado casi exclusivamente a su magna obra: Una historia de la Selección Española de fútbol. Pedía para su redacción absoluta libertad de expresión. Tenía que llamar a los hechos por el nombre que él había aprendido a llamarlos. Rechazaba el nuevo vocabulario, más próximo a la neolengua de su admirado George Orwell –otra de esas inquietudes que compartíamos-, no solo porque empobrecía la capacidad de pensamiento del individuo, sino porque era falso, era mentira. En cambio, seguía insistiendo en respetar las grafías ajenas al español a la hora de citar los nombres propios. Y lo hacía bien, porque lejos de esa nefasta moda con que prensa y medios de comunicación adulteran los topónimos, ligados por cultura y tradición al español. Félix aplicaba con soltura, frescura y elegancia los criterios de la Real Academia de la Lengua. A su vez, según el sentido del texto, también recurría al nombre popular en lengua española de los equipos que citaba. Porque, si existía el Estrella Roja de Belgrado, cómo no iba a citar al Orense, Lérida o Baracaldo, cuando se refería a los equipos representativos de dichas ciudades españolas.

Durante aquellos últimos años me desmenuzó los ejes de su trabajo según avanzaba. Temporada por temporada iba desentrañando todas las circunstancias que concurrían en el fútbol español que directa o indirectamente acababan reflejándose en la Selección Española. Su estudio era tan minucioso que en un año solo avanzaba tres, a lo sumo cuatro, temporadas. Hasta que llegó a finales de los 70 y los años 80, años en que el fútbol español estaba expuesto a todo tipo de injerencias: personales, deportivas, políticas. Solo una mente tan clarividente como la de Félix estaba capacitada para generar un relato ordenado y coherente de todos esos hechos. Yo tuve el privilegio de recibir de Félix directamente las claves para poder entender la verdadera dimensión de su trabajo. Y reconozco que gracias a ello, me sentí con fuerzas para completar sus dos tomos dedicados a la temporada 1991/92, incluidos los Juegos Olímpicos de Barcelona, que por culpa de su enfermedad dejó inacabados.

Porque, en efecto, según pasaban los años, no me reveló que estaba enfermo. Solo me decía que tenía dolores debidos a su edad y que al médico que le estaba tratando le decía deme dos años más para poder acabar su trabajo. Pero el médico no pudo dárselos. Por culpa de esas dolencias los congresos fueron reduciendo su horario. Hasta que llegó el día en que ya no pudimos reunirnos, Félix ya no se pudo desplazar a Benidorm.

Posteriormente, por iniciativa de Víctor Martínez Patón, pasamos a publicar el voluminoso trabajo de Félix: Una historia de la Selección Española de fútbol. Me encargué de la edición de los textos y, una vez más, siguió sorprendiéndome haciendo crecer mi admiración, ahora como historiador.

En otros artículos ya he comentado su facilidad para entablar una línea expositiva cronológica, sabiendo intercalar en medio del relato aquellos otros acontecimientos secundarios sin desmontar el eje central de la narración. Y doy fe de que es un verdadero orfebre engastando las pequeñas piezas que dan forma a la historia. Para mí, la palabra clave que da cuerpo a su maga obra es la furia.

Ha sido la furia la que ha venido funcionando con la Selección Española como una divinidad clásica desde 1920 hasta nuestros días. En Amberes premió a la Selección con una medalla de plata, siguió presente a lo largo de todas las diferentes etapas de la Selección y ahí sigue, ahora actualizada con éxitos como la última Eurocopa o esa medalla de oro en los Juegos Olímpicos de París.

Félix ha sido el único historiador capaz de desvelar la verdadera entidad de la Furia. Porque no se trata, como superficialmente algunos podrían entender, de un arrebato de ímpetu y fuerza sobreponiéndose a la adversidad. No es un impulso físico, sino una compleja combinación que se produce en cada jugador y en el conjunto del equipo donde la autoconfianza genera una explosión colectiva de las habilidades individuales, que se multiplican por el apoyo y sacrificio del resto de compañeros hasta superar al contrario en prácticamente todos los terrenos. Surge como inspiración de la genialidad individual, propia del jugador español, y a la vez como implosión de la capacidad de juego de equipo. La Furia es el rasgo que define el juego español desde sus orígenes y es  el que ha estado detrás de todos los grandes éxitos de la Selección Española.

A lo largo de los varios centenares de crónicas que incluye Una historia de la Selección Española de fútbol, Félix identifica cuando esa furia hispana está impulsando el juego del equipo, al igual que reseña su ausencia, cuando el conjunto le da la espalda y se agarrota entre la responsabilidad personal y el rigor de una táctica que cercena su libertad de movimientos.

Se puede decir que esa furia motivó decisivamente a Félix para lanzarse a producir su magna obra. Quedó inacabada. El verano de 2009 ya no hubo congreso. El último encuentro había sido en las Pascuas de 2009. Me había ocultado su enfermedad… solo me pidió, al final, que le acercase a su residencia, que estaba en medio de una colina frente al mar. El camino de subida se le hacía ya agotador. Y así, sin ningún gesto extraordinario nos despedimos, con la sobriedad que siempre le ha caracterizado. Me faltó darle un fuerte abrazo aquella tarde. Desde entonces, le he enviado miles allá donde esté.

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