RESUMEN:

Es posible que la hayan visto ustedes alguna vez, pues se trata de una de las imágenes clásicas de nuestro fútbol vintage: Quique, portero del Valencia, encaramado al travesaño de su portería, jubiloso tras la victoria de su equipo, el Valencia, sobre el Barça por 3 a 0, en la final de la “Copa del

ETIQUETAS:

PDF

1954: Tres a cero, y Quique se subió al larguero

De
Download PDF

Es posible que la hayan visto ustedes alguna vez, pues se trata de una de las imágenes clásicas de nuestro fútbol vintage: Quique, portero del Valencia, encaramado al travesaño de su portería, jubiloso tras la victoria de su equipo, el Valencia, sobre el Barça por 3 a 0, en la final de la “Copa del Generalísimo” de 1954,  disputada en el nuevo estadio de Chamartín, que muy pronto sería rebautizado como “Santiago Bernabéu”. Ya ha pasado mucha agua bajo los puentes desde entonces, pero nunca está de más  recordar aquellos memorables  enfrentamientos de nuestro fútbol en blanco y negro.

UN VALENCIA SIN WILKES Y UN BARÇA SIN KUBALA

La final fue en cierto modo un partido raro, puesto que estuvieron ausentes de ella -aparte del meta catalán Ramallets, indiscutible en el Barça y la Selección Española- las dos grandes estrellas de ambos equipos: el neerlandés Faas Wilkes y el hispanohúngaro Ladislao Kubala. Wilkes no pudo alinearse porque la reglamentación entonces vigente excluía a los futbolistas extranjeros del torneo copero, mientras que Kubala, español a todos los efectos -incluso había debutado ya en el combinado nacional- causó baja a consecuencia de la grave lesión sufrida en San Mamés, en el partido de vuelta de cuartos de final frente al Athletic de Bilbao. De la gran calidad de los dos cracks ausentes dan fe sus estadísticas en el recién finalizado torneo liguero, donde Kubala había marcado 23 goles en 28 partidos, mientras que el de Rotterdam conseguía 18 dianas en el mismo número de encuentros. Dos bajas, por lo tanto, muy sensibles.

Y un hecho llamativo en este encuentro es que el Valencia va a presentar en su alineación nada menos que a siete futbolistas originarios de la región levantina: en concreto seis valencianos (Monzó, Sócrates, Puchades, Mañó, Fuertes y Seguí) y un castellonense ( Badenes).  Completaban el once dos vascos -el alavés Juan Carlos Díaz Quincoces, sobrino del legendario Jacinto, que era desde hacía seis años el entrenador del Valencia, y el guipuzcoano Pasieguito-, un castellanoleonés (Quique) y un catalán (Buqué). Pero, como es de rigor, antes de meternos en harina conviene analizar el contexto en el que se inscribe el choque decisivo.

DISTINTOS CAMINOS HACIA LA FINAL

A la luz del rendimiento de ambos conjuntos durante la Liga 53-54, así como en  anteriores temporadas, el Barça partía como claro favorito a pesar de la ausencia del astro centroeuropeo. Había despachado un buen campeonato liguero, aunque descolgándose al final y clasificándose como segundo tras un Real Madrid donde la llegada Di Stefano había obrado el milagro de proporcionarle una Liga nada menos que veinte años después de su último título. Mientras el Valencia, con el treintañero Wilkes en sus filas, había ofrecido  buenos espectáculos en su feudo de Mestalla, pero bajaba bastantes enteros en los desplazamientos. Nunca se postuló como candidato al triunfo final, y acabó ocupando la tercera posición, a 6 puntos del campeón.

Los azulgranas habían conquistado los tres últimos campeonatos de Copa, y uno de ellos, el de 1952, precisamente frente el Valencia, remontando en la prórroga el 0-2 con el que los Chés se habían puesto por delante. Pero las finales, pese a tener a veces pronósticos más o menos claros, hay que jugarlas siempre antes de cantar victoria. El camino de ambos equipos había sido objetivamente más complicado en el caso de los catalanes. E incluso más largo. Nos explicaremos. Aquel año la Copa del Generalísimo la disputaron únicamente 14 equipos: los doce primeros clasificados de la máxima categoría, y los campeones de los dos grupos de Segunda División. Como eran catorce, en la primera ronda quedaron exentos por sorteo dos de ellos, que se unirían a los seis vencedores de dicha eliminatoria para dirimir unos cuartos de final ya como Dios Manda, Y dicho sorteo favoreció al Santander y al Valencia, de modo que los levantinos se ahorraron un par de encuentros, que a esas alturas de la temporada, con el calor ya apretando en según qué sitios, no venía nada mal.

En esos extraños octavos de final, al Barcelona le tocó enfrentarse al Deportivo de Coruña, con la ida en Les Corts,  un choque donde debutaría con los  catalanes un jovencísimo futbolista – 19 añitos recién cumplidos- precisamente procedente del conjunto gallego: Luís Suárez, cuyos rasgos todavía aniñados casi obligaban a llamarle “Luisito”. El Barça, en un partido discreto, se impuso claramente por 4 a 0 (Kubala 2, ambos de penalti, César y Segarra), y quien más y quien menos daba ya la eliminatoria por sentenciada, pero en Riazor los deportivistas realizaron un gran partido, se pusieron por delante con un claro y amenazante 3 a 0 -obra del veterano Zubieta, Tito Blanco y Royo-, y estuvieron en un tris de forzar un partido de desempate.

En la ronda siguiente el bombo emparejó a los dos finalistas del año anterior, Barça y Athletic de Bilbao. El tópico de “final anticipada” estaba servido. La ida se jugó también en Les Corts, pero los espectadores presenciaron un gran partido, con victoria blaugrana por 4 a 2 (Bosch, César, Kubala y Basora,  y Maguregui y Arieta por los Leones). En San Mamés los dos históricos harían tablas -con tantos de dos ilustres veteranos, César y Gainza- pero el Barça perdió a su máxima figura, Ladislao Kubala, gravemente lesionado para varios meses -reaparecería ya iniciada la temporada siguiente -. Las semifinales fueron testigo de otro choque en la cumbre y muy atractivo, en esta oportunidad entre el campeón de Liga, el Real Madrid, y el subcampeón. Esta vez la eliminatoria, muy igualada, se decidió en la Ciudad Condal. Victoria mínima madridista en Chamartín, con un solitario gol de otro joven talento, Enrique Mateos, y 3 a 1 en Les Corts, con gol blaugrana de Biosca in extremis (antes habían marcado  de nuevo César, en dos ocasiones, para los catalanes,  y Pérez Payá por los merengues)

El itinerario del Valencia, amén de más corto, fue  bastante más sencillo, tanto por el menor nivel de sus oponentes -Real Sociedad y un Sevilla venido a menos -, como por lo rotunda de los resultados. Iniciaron su periplo los levantinos en Atocha, donde se impusieron por un concluyente 2 a 5, en una mala tarde del meta local, el ex valencianista Ignacio Eizaguirre, con tantos de Badenes, por partida doble, Mañó,  Seguí y Fuertes, mientras que Iriondo y Epi, otros dos ilustres veteranos, anotaban por los donostiarras, rematando la faena en Mestalla con otra victoria clara, 4 a 1(tres de Badenes y otro de Maño, por uno de Ontoria, y de penalti). En la ida de la semifinales, disputada en Nervión, también vencieron, aunque gracias a un solitario gol de Seguí, y tampoco tuvieron demasiados problemas en la vuelta, donde derrotaron a los hispalenses por 3 a 1 (Buqué, Badenes y Segui para los locales, y Araujo para los andaluces). Y una nota destacable es que las cuatro victorias las obtuvieron poniendo en liza a la misma alineación -aun no se había inventado eso de las “rotaciones”-,  que sería también la que saltaría al terreno de juego del nuevo  Chamartín, una vez concluida su ampliación (se estrenaba el tercer anfiteatro ), para disputar la gran final, que reeditaría cómo ya dijimos la celebrada dos años atrás, cuando el Barcelona superó en la prórroga por cuatro goles a dos a un Valencia que se había adelantado en el marcador con un claro 2 a 0, pero que luego acusó, y de qué modo, la lesión del veterano Asensi.

SE ROMPIÓ EL PRONÓSTICO

VALENCIA C. F. Temporada 1953-54. Quique, Quincoces, Monzó, Sócrates, Jacinto Quincoces (entrenador), Pasieguito, Puchades y López (portero suplente). Mañó, Fuertes, Badenes, Buqué y Seguí. VALENCIA C. F. 3 F. C. BARCELONA 0. 20/06/1954. 50ª edición del Campeonato de España Copa del Generalísimo, final. Madrid, estadio de Chamartín. GOLES: 1-0: 14’, Fuertes. 2-0: 57’, Badenes. 3-0: 59’, Fuertes. ALINEACIONES: VALENCIA: Quique; Quincoces II, Monzó (capitán), Belenguer; Pasieguito, Puchades; Mañó, Fuertes, Badenes, Buqué y Seguí; entrenador: Jacinto Quinzoces. BARCELONA: Velasco; Seguer, Biosca, Segarra; Flotats, Bosch; Basora, Luis Suárez, César (capitán), Moreno y Manchón; entrenador: Ferdinand Daucik. ÁRBITRO: José Luis González Echevarría, Guipúzcoa. INCIDENCIAS: Final que jugaban el Valencia y el Barcelona, tras haber eliminado en semifinales al Sevilla y al Real Madrid respectivamente. Se jugó el partido el domingo 20 de junio de 1954 a las cinco y media de la tarde, con 110.000 personas en las gradas atiborrando Chamartín. El Jefe del Estado Francisco Franco entregó la Copa a Salvador Monzó, capitán del Valencia, equipo que se adjudicaba el título por tercera vez en su historia.

El domingo 20 de junio de 1954, a las 17.30 de la tarde, con unos 113.000 aficionados en las gradas, casi lleno total -25.000 culés y unos 15.000 valencianistas, la mayoría con viseras de cartón para no resultar deslumbrados por el sol-, y mucho calor (33 grados marcaban los termómetros), a las ordenes del colegiado guipuzcoano señor Gonzalez Echevarría, ambos contendientes formaron de la siguiente manera: por el Barcelona, vigente campeón del torneo, Velasco; Seguer, Biosca, Segarra; Flotats, Bosch; Basora, Luís Suárez César, Moreno y Manchón (es decir, el equipo de gala con las ausencias de Ramallets y la obligada de Kubala), y por el Valencia, Quique; Juan Carlos Quincoces, Monzó, Sócrates; Pasieguito, Puchades; Mañó, Fuertes, Badenes, Buqué y Seguí. Con respecto a la final de 1952 repetían siete jugadores  en el Valencia,  mientras que seis lo hacían en el cuadro catalán.

Comenzó dominando el esférico el Barça, con medidos pases al pie -no convenía quemarse  ya tan pronto corriendo -, y gozando de una ocasión en remate de Cesar, pero el entusiasmo del Valencia iba a adueñarse muy pronto de la escena. De ese modo, a los 14 minutos llegaría el 1 a 0, obra de Fuertes al rematar de un potente zurdazo desde fuera de área, entrando por el ángulo,  una cesión de su compañero Pasieguito. Al Barça no le salía nada, pero los levantinos, plenos de fuerza y coraje, y en un prodigio de anticipación,  llegaban siempre primero a todos los balones.

Con ventaja mínima para los de Mestalla se llegó al descanso, pero en la reanudación el Valencia  finiquitaría el partido en tan sólo tres minutos (del 57 al 60), con dos nuevos goles.  El segundo llevó la firma de Badenes, al rematar desde cerca un buen servicio de Fuertes, mientras que el tercero lo hizo nuevamente Fuertes, y fue todo un alarde de pillería, pues el interior derecho recibió un pase en profundidad de su socio habitual, Daniel Mañó, y engañó al meta blaugrana Velasco colocándole sorpresivamente el balón por el palo que este cubría, cuando el veterano arquero pensaba que el valencianista centraría en lugar de chutar.

La última media hora ya sobró, pues el Barça no mostró capacidad alguna de reacción, aunque los chés aun pudieron aumentar la cuenta, dado que un disparo de Vicente Seguí, muy activo toda la tarde,  fue repelido por el larguero. Hubo una permuta de posiciones en el ataque barcelonista (Luisito Suárez pasó a la banda, mientras que Basora se situó más hacia el centro), pero el cambio  resultó inútil. No obstante César estuvo a punto de conseguir el gol del honor para los catalanes, pero el capitán valencianista Monzó despejó la pelota sobre la misma línea.

Y al silbar González Echevarría el pitido final, con el claro y rotundo triunfo del Valencia por 3 a 0, el guardameta Quique, con la inestimable ayuda de algunos aficionados, se encaramó hasta el travesaño de la portería que segundos antes estaba defendiendo, y permaneció allí exultante durante un rato, mientras los reporteros gráficos inmortalizaban aquel momento de natural y justificadísima alegría. Antes del partido -eran evidentemente otros tiempos- le había pedido permiso a su entrenador, para “hacer alguna cosa si ganaban”  y Jacinto Quincoces, zorro viejo, le había dado carta blanca.

El Valencia había sido justo vencedor ante un Barcelona que, sin Kubala, ofreció escaso juego, delatando ya un cierto declive después de varias temporadas triunfales. Tras el partido Daucik, el técnico azulgrana, reconoció la superioridad de su rival, y achacó al fuerte calor reinante que el rendimiento físico de sus jugadores no hubiese sido el óptimo. Tres días más tarde firmaría por un año, con opción a prórroga, por el Athletic de Bilbao.

Por su parte Quincoces -también sería este su último partido en el banquillo valencianista, aunque lógicamente la afición le pidió que se quedase- declaró que estaba seguro del triunfo de su equipo (incluso ganó una apuesta de 1.500 pesetas, que no eran entonces precisamente moco de pavo), aunque añadió que no esperaba un marcador tan concluyente, pero a tenor del desarrollo del encuentro jugado por el Valencia lo consideraba justo y merecido.

LA GRAN TARDE DE ANTONIO FUERTES

Con dos goles y una asistencia, Fuertes (Antonio Fuertes Pascual, Benimamet, Valencia, 1929-2015) fue sin lugar a dudas lo que hoy llamaríamos el MVP de la final, pues hizo el partido de su vida, aunque todo el equipo rayó a una gran altura, redondeando así un campeonato perfecto: cinco encuentros, cinco victorias. El Valencia seguía siendo un equipo eminentemente copero, con grandes altibajos en el Torneo de la Regularidad pero al que en cambio se  le daban muy bien las distancias cortas. Su sorprendente victoria va a marcar el final de un ciclo triunfal barcelonista, el del llamado “equipo de las Cinco Copas”, con Ladislao Kubala en todo su apogeo y su cuñado Daucik en el banquillo. Se hablará incluso de un supuesto plante de los jugadores hacia el técnico eslovaco, que tan sólo tres días después de la derrota aceptaría una oferta para entrenar al Athletic de Bilbao,  donde también hará historia al frente de uno de esos conjuntos cuya alineación los niños se saben de carrerilla y los viejos aficionados aun recuerdan. Mientras, en el Valencia, Jacinto Quincoces, tras seis buenos años entrenando a una excelente plantilla a la que había hecho dos veces Campeona de España, cedía los trastos a Carlos Iturraspe, el artífice del frustrado ascenso del Mestalla dos temporadas atrás,  para disfrutar de un merecido descanso

DOS O TRES COSAS SOBRE EL ESPECTACULAR QUIQUE

Indudable protagonista mediático de la final, conozcamos algunas cosillas más acerca de  Quique. Su nombre completo era Enrique Martín Navarro, y había nacido en Valladolid,  según unas fuentes en 1924,  y según otras un año más tarde, falleciendo en Valencia en 2016, ya nonagenario. Comenzó a destacar, en edad juvenil, en las filas del Villarreal y el Castellón, donde solamente llegaría a jugar tres partidos, pues el Barça iba a llevárselo muy pronto para Les Corts, en 1943. Pero en el club blaugrana se tropezará con un obstáculo insalvable en la figura del guardameta murciano Juan Zambudio Velasco, Velasco para abreviar, y cuando este sufra una grave lesión ocular en Balaídos, no será Quique quien ocupe su puesto, sino un joven con mucho talento como arquero, ágil y bien parecido,  llamado Antoni Ramallets

Cansado de chupar banquillo, Quique acabará por marcharse en 1950 al Valencia, donde la portería había quedado vacante al fichar el internacional Ignacio Eizaguirre por el equipo de su tierra, la Real Sociedad de San Sebastián. En siete años con los catalanes había jugado poco más de una veintena de partidos oficiales, pero en Mestalla se hará muy pronto con la titularidad. Dadas sus condiciones físicas (1,85 de altura, 84 kilos de peso y una gran envergadura), va a ser un buen dominador del juego aéreo, con cierta tendencia a adornar sus intervenciones -un tanto palomitero, vamos…-, lo que le supondrá encajar algunos goles evitables. ganándose así la animadversión de parte de la parroquia valencianista, una afición  tradicionalmente difícil.

Entre 1950 y 1956 disputará un centenar de encuentros oficiales con el equipo Ché,  pero el canterano Timor va a terminar por desplazarle,  y Quique cambiará de aires, apurando sus últimos años como profesional no muy lejos de allí, primero en el vecino Levante, y más tarde en el entrañable Alcoyano. Luego, una vez colgados los guantes, se convirtió en entrenador, debutando con Los de El Collao, y dirigiendo a varios conjuntos de la región levantina (Atlético Saguntino, Onda, Denia, Torrent…), hasta recalar de nuevo en el Levante, al que logrará ascender por vez primera a la máxima categoría al finalizar la temporada 62-63, formando tándem con Ramón Balaguer. Después entrenará al Oviedo, otra vez al Levnate, al Constancia de Inca, al Lleida, al Paiporta y al Alzira, donde se despediría de los banquillos.

APOTEÓSIS CHÉ

Los numerosos seguidores valencianistas desplazados a Madrid en todo tipo de vehículos -estamos, no lo olvidemos, en la precaria España de mediados de los años 50, con las cartillas de racionamiento aun recientes, saludaron el triunfo de sus colores con enorme júbilo y la habitual alegría pirotécnica, y una vez en la Ciudad del Turia recibieron a los héroes de Chamartín como se merecían, en olor de multitud. Los triunfadores visitaron el Ayuntamiento y le ofrecieron el trofeo tan brillantemente conquistado a la Virgen de los Desamparados, Patrona de Valencia. Habían sido también recibidos al día siguiente de la final en audiencia por el propio Franco en el Palacio de El Pardo, y dicen  que el Generalísimo incluso se permitió bromear refiriéndose al guardameta Quique como “el chaval que le había quitado los fotógrafos”

Pero lo más curioso tuvo lugar cuando los jugadores pasaron por las oficinas del club para cobrar la prima extraordinaria que les había correspondido por ganar a Copa, 11.000 pesetas de la época por barba -una pequeña fortuna, el salario de varios meses de un trabajador medio-, y se encontraron con la desagradable sorpresa de que de dicha suma les habían deducido 2.500 pelas a cada uno. La razón estribaba en que tal cantidad era el precio de la insignia de oro y brillantes del club que les habían concedido por  la victoria. Los campeones,  perplejos y mosqueados, se reunieron, y decidieron elevar una protesta, que por fortuna para ellos obtuvo eco y les  fue reintegrado el dinero sisado. Y es que el Valencia, absolutamente inmerso en las costosas obras de ampliación de su terreno de juego, el llamado “Nuevo  Mestalla”, miraba la peseta no con lupa, sino con microscopio electrónico.

Tras la brillante conquista de la Copa del Generalísimo de1954, el Valencia entró en una fase muy gris, con un mediocre rendimiento deportivo que no sólo le privó de ganar títulos, sino que también le alejó de los primeros lugares del fútbol nacional, donde Real Madrid y Barça iban consolidándose como los grandes dominadores del panorama. No saldría de ese  impasse hasta los inicios de la década siguiente, la de los años 60. Pero de eso ya hablaremos otro día..

Publicado en: active