RESUMEN:

La simplificación, tantas veces enemiga de la verdad, casi ha convertido a Ladislao Kubala en el primer emigrante húngaro a nuestro fútbol de posguerra. Y no lo fue. Ni siquiera el segundo. Incluso ni el tercero. Le habían precedido otros compatriotas menos ilustres, aunque estimables con el balón en los pies, cuyos nombres hoy sólo

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Húngaros: segunda oleada. De la Guerra Mundial a la invasión rusa en Budapest

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La simplificación, tantas veces enemiga de la verdad, casi ha convertido a Ladislao Kubala en el primer emigrante húngaro a nuestro fútbol de posguerra. Y no lo fue. Ni siquiera el segundo. Incluso ni el tercero. Le habían precedido otros compatriotas menos ilustres, aunque estimables con el balón en los pies, cuyos nombres hoy sólo significan algo para el aficionado con mucha memoria. Se identificaron como Jorge Neudeld Nemes, Jozsef Lakatos Pasztor, Alexander Licker, György Mogoi, y Andrei Otto. De los cinco, quien más huella dejó en nuestros campos y tuvo una vida más agitada, con poco que envidiar a un buen guion cinematográfico, fue Nemes, extremo a la antigua usanza, con clase, habilidad para el desborde y efectividad en sus centros, añadiendo además una nada desdeñable capacidad goleadora.

Convendrá aclarar, a modo de introducción, que si bien el régimen surgido de nuestra Guerra Civil utilizó la acogida de futbolistas “desertores” del comunismo con clara intención propagandística, otros muchos expatriados de Checoslovaquia, Hungría, Polonia, Rumanía, Bulgaria, Lituania, Ucrania o Croacia, por completo ajenos al deporte, hallaron a este lado de los Pirineos una tierra donde rehacer sus vidas. Eran intelectuales, sobre todo, y por ello, habida cuenta del escaso eco que la intelectualidad despierta en los medios, hoy mayoritariamente yacen en el olvido. Al repasar esa época, no obstante, resultaría injusto hurtarles alguna línea, aunque solo fuere para dejar sentado que el anticomunismo franquista llegaba más allá de los eslóganes o la propaganda.

Fue el jesuita extremeño Santiago Morillo el responsable fundamental de su llegada. Políglota con notable prestigio en ambientes culturales, se expresaba con soltura en nueve lenguas antiguas y modernas, cuando desde su destino en Polonia comenzase a organizar una caravana con rumbo a España, tan pronto concluyera la II Guerra Mundial. Hábilmente, supo aprovechar la fiebre nacional-católica del momento para obtener ayudas estatales y el impulso a sus proyectos. Básicamente la creación del Centro de Estudios Orientales, estrechamente vinculado al CSIC, del que se convirtió en director, y sobre todo la puesta en marcha del Colegio Mayor Santiago Apóstol, financiado por el ministerio de Educación durante el mandato de José Ibáñez Martín, y regido por la Obra Católica de Asistencia Universitaria, órgano en el que Morillo llegó a viceconsiliario. Paralelamente su actividad mediática resultó muy intensa, editando el “Boletín Informativo de las Naciones Oprimidas por el Comunismo”, órgano muy político donde colaboraron los más significados exiliados en nuestro suelo, y desde 1948 al frente de las emisiones en ruso, polaco, ucraniano, rumano, eslovaco, letón y lituano, que Radio Nacional de España desarrollaba en onda corta.

Vintila Horia, catedrático universitario, novelista de éxito, ensayista prestigioso, filósofo. Probablemente el intelectual rumano más destacado de su generación, exiliado en España nada menos que 45 años.

Los primeros polacos -en torno a una veintena- llegaron a Madrid el 20 de diciembre de 1946. Y a éstos siguieron muchos más, hasta frisar los 800, jóvenes mayoritariamente, procedentes de 16 naciones distintas. Casi todos sobrevivían merced a una pequeña asignación del gobierno español, y el menguado salario que ciertos desempeños laborales, casi siempre esporádicos, les proporcionaban. Únicamente los más afortunados residían en el Colegio Mayor Santiago Apóstol mientras cursaban estudios universitarios, puesto que la capacidad de dicho centro, instalado en la madrileña calle Donoso Cortés, se reducía a las 118 plazas. Muy pronto buena parte de ellos iniciaron una febril actividad intelectual, editando revistas o boletines, colaborando con algunos diarios o semanarios nacionales, e incluso mediante el ejercicio docente. Puestos a citar algunos nombres, no deben faltar los de Juliusz Babecki, delegado de la Cruz Roja Polaca en España y director de “Polonia”, revista ilustrada e impresa en nuestro país, vigente desde 1955 hasta 1969; Józef Lobodowski, nominado al Premio Nobel de Literatura; los rumanos Alexandru Gregorian, Traian Popescu, Vintila Horia, Jorge Uscatescu, catedrático de Teoría de la Cultura y Estética, Aurel Ráutá, autor de la primera gramática rumana en español e igualmente profesor universitario en Salamanca, o Cirilo Popovici; el croata Luka Brajnovic, profesor en la Facultad de Periodismo de la Universidad de Navarra; los húngaros Andrés Révész, firma reconocida en el diario madrileño  “ABC”, el también periodista Zoltán Rónai, o el fotógrafo Nicolas Müller.

Durante el periodo 1945-56, las colonias húngara y rumana fueron las más numerosas, llegando a superar la cifra de 400. Yugoslavia contó con la centena y Bulgaria no alcanzó los 60. Checos y polacos ofrecieron una presencia mínima hasta 1955, cuando Polonia habría de incrementar su flujo hasta superar cuantitativamente a los procedentes de Hungría. Dadas las posibilidades económicas y de futuro que para todos ellos ofrecían Madrid y Barcelona, estas ciudades constituyeron su destino mayoritario. Otros, concluida su formación docente pasaron a Francia, Inglaterra o los Estados Unidos, países que superaban en desarrollo, y por tanto en oportunidades, a la realidad de una España donde se vivía entre apreturas.

Rumanía, a través de su servicio postal, rindió homenaje póstumo a Horia, el hombre que no pudo poner un pie en su país durante los mandatos de Georghe Gheorghiu-Dej, George Apostol, y Nicolae Ceauescu, teñido este último de sangre y satrapía, después un comienzo prometedor en el poder.

Sin duda el más recordado de todos, por la popularidad de que en su día gozara, fue el rumano Vintila Horia (Segarcea 18-XII-1915 – Collado Villalba, Madrid 4-IV-1992), ensayista, biógrafo y novelista en lenguas rumanafrancesa y española. Además de graduarse como abogado en la Universidad de Bucarest, realizó estudios de Filosofía y Letras en las universidades de Perugia y Viena. Diplomático en Roma y Viena, en 1944 fue internado en los campos de concentración nazis de Krummhübel y María Pfarr, hasta su liberación en junio de 1945, como tantos a quienes el fin de la II Guerra Mundial ofrecía una segunda esperanza. Pero le sería imposible regresar a su país natal. En 1960 publicó en París su novela “Dios nació en el exilio” merecedora del prestigioso Premio Goncourt, al que habría de renunciar tras una intensísima campaña de la izquierda cultural gala, acusándolo de filofascista, si bien el único argumento para sustentar semejante tesis se reducía a haber sido discípulo, antaño, del pensador y teórico ultraderechista Nichifor Crainic. Pese a ello, y puesto que el pretendido boicot a su libro haría de él un fenómeno editorial traducido a 18 idiomas, decidió establecerse en París entre 1960 y 1964, fecha de su definitivo retorno a España, donde compaginó la creación literaria con su actividad docente en la Facultad de Periodismo (Universidad Complutense), y una cátedra en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad alcalaína. En 1964 vio la luz otra de sus muy leías novelas: “La séptima carta”, originalmente publicada en francés, donde recreaba el fallido experimento político del ateniense Platón, en Siracusa: Una especie de república comunista a ultranza, donde incluso los hijos pertenecían al estado. Horia se mantuvo en la brecha hasta que la tumoración cerebral que habría de acabar con su vida, lo apartara de las aulas universitarias.

Con “La Séptima Carta” Vintila Horia quiso poner en solfa los furibundos ataques que le dedicaran intelectuales izquierdistas franceses, acaudillados por Albert Camus. Recreaba en esta obra el fracasado experimento “comunista” del filósofo griego Platón, previa aquiescencia del tirano de Siracusa.

Hubo, obviamente, muchos más intelectuales acogidos por el Régimen Franquista, que profesionales del deporte. Algún nadador húngaro, un puñado de futbolistas rumanos o procedentes de Budapest, o los polacos Bobrek, Tylko, Bogdan y Zaleski, impulsores en nuestro suelo del hasta entonces desconocido voleibol. La abundancia de futbolistas húngaros en nuestra Liga se explica por el reconocimiento europeo que en este deporte se les otorgaba. A lomos de sus bien acreditadas condiciones, muchos magiares lograron salir adelante en Francia, Portugal y España, con la pelota en los pies, cuando Alemania, Austria o en menor medida Holanda e Italia, concentraban todos sus esfuerzos en emerger de la ruina. Unos triunfaron, otros dieron la impresión de escatimar sus gotas de esencia, y también hubo sitio para los fiascos. Varios años de dolor y privaciones, por fuerza debían hacer mella.

Repasemos ya su andadura y peripecias.

Natural de Budapest (17-VI-1920), a los 19 años Jorge Neufeld Nemes se alineaba con el Hungaria, filial del potente MTK, mientras estudiaba el primer curso de Medicina. La II Guerra Mundial truncó todos sus proyectos, al cambiarle la ropa deportiva por un uniforme de soldado con el que estuvo combatiendo en distintos frentes, hasta ser hecho prisionero por el ejército ruso en 1941. Le esperaban casi cinco años terribles en campos de concentración, primero alemanes y después rusos, especialmente el de Marsanks, próximo a Moscú. Y es que durante la navidad de 1942, consciente de que en el campo alemán de Voronyesk, sito en las inmediaciones de Stalingrado, sólo le esperaba perecer por caquexia, emprendió una huida que habría de conducirlo a manos soviéticas, no menos crueles que las germanas. En Marsanks vivió tres años de constantes malos tratos, enfermedad, frío, trabajos forzados y muchísima hambre. “Al principio éramos 25.000 húngaros -rememoró en distintas entrevistas-. Cuando acabó la guerra con Hungría y nos liberaron, ni siquiera llegábamos a 10.000”. Entre los fallecidos, su íntimo amigo el interior derecho Vidor. Incluso él mismo bordeó la muerte al contraer tifus, salvándose contra cualquier pronóstico. Y eso que gracias a los conocimientos de medicina adquiridos en aquel primer curso universitario, pudo eludir los trabajos más pesados.

De vuelta en Budapest encontró a su familia tan destrozaba como el edificio en que habitaran. Su padre había sido asesinado en 1943, y su madre corrió idéntico final en 1945. Seis de sus diez hermanos estaban muertos, igualmente. “Tenía novia -confesó-. Esa novia vivía en casa, con dos de mis hermanos. Pero un bombardeo aéreo acabó con todos”. Sólo le quedaban cuatro hermanos: Julius, Alexander, Carlota y Katherine. Tremenda cicatriz en su alma, no muy distinta a la de otros muchos combatientes en un conflicto que segó las vidas de 60 millones de congéneres.

Había que rehacerse, pese a todo, y su antiguo club se portó admirablemente, reabriéndole la puerta, por más que no hallarse en condiciones de rendir, luego de tanto padecimiento. Budapest le asfixiaba. Cada esquina, cada rincón, le recordaba un pasado convertido en ruinas como su propia ciudad. Después de vagar como un sonámbulo por calles convertidas en amasijo de cascotes, se esforzó en indagar sobre el paradero de otros familiares. Supo, entonces, que su hermana Katerine vivía en París, casada con el notable futbolista de origen húngaro Frank Veiskowich, emboscado bajo la nueva identidad de Edmond Virag. Aparecía un motivo para enredarse en arduas gestiones, contactar con la Cruz Roja, insistir ante burócratas sobrepasados de trabajo, suplicar, cubrir formularios con una historia no muy distinta a la de tantos desdichados en similares circunstancias, demandando autorización para salir del país. Hasta que el 2 agosto de 1946 viera recortarse en el horizonte la Tour Eiffel. “Por fin me extendieron el pasaporte y partí hacia el reencuentro. Los dos pensábamos que ya no nos podían quedar lágrimas, pero lloramos como niños, fundidos en un abrazo interminable. Empezaba otra etapa en mi vida. No desde cero, sino con saldo muy negativo”.

Nemes. De los penosos campos de trabajo soviéticos al triunfo en los estadios, por mucho que durante su etapa en el Real Madrid las cosas le salieran mal.

Y esa segunda oportunidad arrancaba como la primera, jugando al fútbol. Era lo que sabía hacer, aunque le llevara tiempo recuperar cierta presencia física. Tres campañas en el fútbol galo le reconciliaron con esa nueva existencia; las dos primeras en el Sète, equipo de la pequeña Venecia occitana, cedido por el Stade Français (1946-47 y 1947-48), y otra en el Girondins bordelés (1948-49), cedido igualmente, donde festejó un ascenso a la máxima categoría. Y si no se le dieron mal sus días entre el Mediterráneo y la laguna de Thau, donde destacó sobremanera fue en Burdeos. Su mejor campaña en Francia, disputando prácticamente todos los partidos, anotando muchos goles -fue máximo artillero de la 2ª División- y dirigiendo el juego atacante, domingo tras domingo, desde su banda derecha. Entonces le llegó una oferta desde Santander para incorporarse a nuestras competiciones. “Casi no podía creerlo -dijo varios años después, volviendo la mirada hacia el pretérito-. Había leído libros sobre España, conocía parte de su historia y sin que supiera exactamente por qué, el país siempre me inspiró atracción. Así que hice las maletas en seguida”.

Ese nuevo giro en su vida tuvo como protagonistas al entrenador guipuzcoano Benito Díaz, al posterior seleccionador nacional Salvador Artigas, con quienes trabó amistad, y al intermediario Luis Guijarro, que antes de compaginar en Madrid la venta de coches con el lucrativo negocio de intermediar en traspasos, había vivido algunos años en suelo francés. Con la camiseta racinguista estuvo imponente, hasta el punto de cantar 25 goles, de ellos 16 en 21 partidos de Liga. Y eso que entonces la categoría de plata tenía mucho más de cobre y hojalata, según acertara a diagnosticar: “Hay poca calidad. Mucha fuerza y poco fútbol. Por eso se juega tan duro, conduciendo mucho el balón individualmente. La 2ª División aquí es realmente dura, no por el esfuerzo que requiere, sino por cómo se emplean los defensas”. Todo un ídolo en los Campos de Sport de El Sardinero, condujo en volandas a los cántabros hasta 1ª División, perdiendo muy pocos partidos. Y sin tiempo para saborear el éxito, la oferta del Real Madrid. Volvía a soñar por fin, puesto que la directiva norteña dio por buenas las 200.000 ptas. ofertadas. Buen negocio para todos, pesto que los santanderinos abonaran meses antes 100.000 al Stade Franais, y las 100.000 ptas. de ficha que a él le firmaran en la capital cántabra pasaban a convertirse en 150.000 anuales, más sueldos y primas Aquello suponía ver colmado el mejor anhelo. Lástima que la decepción llegase envuelta en traje de gala, porque el esmoquin “merengue” habría de sentarle bastante mal.

Una fractura de tobillo a las primeras de cambio, mientras disputaba un partidillo de entrenamiento ante el Plus Ultra, le mantuvo cuatro meses en dique seco. Cuando parecía haber recuperado el tono, comenzó a sentirse desganado, sin fuerza y somnoliento. Los médicos le diagnosticaron una úlcera duodenal que requirió intervención quirúrgica del doctor Duarte. De nuevo otro parón obligado y cuando volvió a estar listo habría de verse entre los elegidos para saltar al viejo campo donostiarra de Atocha, en una mala tarde colectiva donde el balón sólo tuvo un dueño vestido de blanquiazul. Su único partido oficial con el Madrid. “No sé, a veces pienso que me he equivocado queriendo ganar más dinero -se sinceró ante un entrevistador-. En Santander estaba muy bien, y hasta es posible que de haber reclamado un pequeño incremento me lo hubiesen concedido. De todos modos estoy dispuesto a abrirme camino en la capital. Ya es una cuestión de orgullo”.

Pero no le dieron esa oportunidad. Concluido el campeonato correspondiente a 1950-51, fue cedido al Hércules para las siguientes dos campañas, en 2ª División. Y allí, nuevamente, volvería a cruzarse en su camino el Plus Ultra, su gafe, como el mismo lo definiera. “Algo me pasa con este equipo. Tres veces me he lesionado jugando contra ellos. No me lo explico”. Pese a todo, entre los alicantinos volvió a reencontrarse con el gol (un par de tantos en 12 partidos). Aunque hacia el final de la temporada 1951-52 era muy consciente de que no volvería al primer equipo blanco. “En ese sentido no me ayuda el hecho de ser extranjero, a causa de las limitaciones en su número. Podría volver a Santander, si es que tienen interés en mí, porque lo cierto es que me agradaría seguir en España”. Lo del retorno a Cantabria, sin embargo, no cuajó.

La Federación Española, a instancias de la Delegación Nacional de Deportes, había modificado su anterior regulación. Ya no podían alinearse dos extranjeros por partido, más otros dos nacidos en países latinoamericanos, sino simplemente dos, cualquiera que fuese su origen. De golpe, a varios equipos con cuatro foráneos en plantilla, les sobraban la mitad.

En setiembre de 1951, durante una larga charla con el periodista Juan de Diego, hizo gala de amplios conocimientos balompédicos, al firmar que el fútbol español requería cierto periodo de adaptación, por su rapidez. Y añadía: “Sólo hay un jugador húngaro que se adaptaría inmediatamente: Kubala. Pero es que Kubala tiene una clase excepcional; para mí no hay otro igual”. Ladislao Kubala, aclarémoslo, aún estaba a expensas de resolver su situación legal para incorporarse a nuestra Liga. Y Nemes no erraba en su vaticinio. Con respecto al mejor extremo de nuestro fútbol, tampoco le cabían dudas: “Basora. Lo vi jugar en Colombes contra Francia y me entusiasmó”. En su opinión, el mejor jugador español era Panizo(1), y si tuviera que componer una selección lo haría con el quinteto atacante del At Bilbao, la media y los defensas del Valencia, y para la puerta Eizaguirre y Alonso. Haciendo planes de futuro, contaba con seguir activo hasta los 36 años: “Me cuido mucho, no fumo, no bebo…” Parecía olvidar aquellos cinco años de internamiento en condiciones infrahumanas, un desgaste que no iba a salirle gratis. Y después del fútbol, lo de casi siempre: “Me haré entrenador. Tengo el título húngaro, así que sólo tendría que revalidarlo aquí”. Mientras tanto, tampoco hacía ascos a trabajar en algo: “Hablo cinco idiomas… ¿No sabrá usted de alguna colocación?”.

En Alicante iba a conocer a la asturiana de Luarca María Luisa Aragón, con quien se casó en París el 30 de setiembre de 1952, no por esnobismo, capricho de nuevo rico, o porque allí se hallara su hermana Katerine, sino porque entonces en nuestro suelo no se admitían las uniones entre católicos, como era ella, y judíos, como él seguía siendo.

Gyorgy Nemes colgó las botas sin cumplir los 33 años, y no eligió la azarosa vida de entrenador. En cambio sacaría partido a su condición de políglota, fundando en España la agencia de prensa Keyston-Nemes, donde trabajó activamente. Muchos de los periodistas con quien departiese durante sus días de corto, siguieron alimentando una buena amistad, puesto que solían verle por sus redacciones cargado de fotos, teletipos y novedades acaecidas en cualquier punto del planeta. Igualmente redactaba crónicas, notas de corresponsalía o para la sección de amenidades, y se prestaba a ayudar, como intérprete, en las giras de equipos húngaros por España y Portugal. Nunca contestó con negativas a cualquier llamada en solicitud de ayuda, como la que le llegara desde el despacho de Osterreicher, director técnico del Real Madrid, cuando los “merengues” ficharan al gran Puskas. Tuvo una hija, Ana, que andado el tiempo asumiría la dirección de un negocio ya con sucursales en París, Londres, New York, y Río de Janeiro. Y sólo pudo regresar a su país natal mediados los años 60, puesto que como refugiado en España tuvo vetada la entrada, so pena de pechar con encarcelamiento. Ya en el decenio de los 70 dejó de ser apátrida, al acceder a la nacionalidad española.

Un cáncer de estómago, finalmente, le hizo despedirse de este mundo en Madrid, el 31 de mayo de 1988, con 67 años. Quede como anécdota que su hermano menor, Alexander, también fue futbolista, e internacional con las selecciones de Hungría y Austria.

Otro náufrago arrastrado a nuestro fútbol por la galerna bélica fue Jozsef Lakatos, ariete con paso por el MTK y Vasas de Budapest, así como por el Stade Renais, Metz y Burdeos en Francia, hasta dejarse caer por Irún, donde jugó algún partido antes de fichar por el ya extinto C. D. Málaga, la temporada 49-50, en 1ª División. Sin embargo no llegó a jugar ningún choque oficial con los malacitanos. Surgieron problemas federativos nunca explicados, y lo cierto es que su nombre ni siquiera fue consignado por la F.E.F. en el registro general de extranjeros. Pese a todo pasaría al España de Tánger durante ese mismo ejercicio, y allí sí lo alinearon. Otra vez en el Real Unión durante los prolegómenos del torneo correspondiente a 1950-51, aquella Liga la disputó con el también extinto Club Deportivo Logroñés, en 2ª División. Y en Las Gaunas se destapó como goleador. Era fuerte, no rehuía el choque, remataba a la menor oportunidad y manejaba bien la pelota con los pies. Al término del torneo pareció eclipsarse. Ciertas voces apuntaron hacia el campeonato colombiano, que entonces vivía sus años dorados, de espaldas a la F.I.F.A. Pero allí no dejó rastro. Otros señalaron hacia Francia, sin que conste su presencia en ambas categorías profesionales. Suiza, tal vez, refugio de no pocos compatriotas, aunque a dicha federación tampoco le conste ningún húngaro apellidado Lakatos, con licencia por esa época. Un misterio sepultado por las turbulencias de tan problemáticos días.

Otto, internacional húngaro a quien el Granada C. F. dejó 35.000 ptas. a deber. Ese dinero representaba al inicio de los años 50 el equivalente a dos años y medio de salario para un funcionario por oposición.

En el Granada, que durante la campaña 50-51 compitiera en 2ª División, decepcionaron sus dos magiares, antaño internacionales. Alexanter Licker (Tenesvar 22-II-1922, aunque la Federación Francesa lo diese por nacido el 23-II-1923) era atacante, llegó desde Austria y continuó camino rumbo a Portugal, desde donde pasó a Francia para competir con el Séte, en 2ª División, y Saint-Macaire. Adrei Otto Vargas (Budapest 4-VI-1925) sería recibido con mucha más expectación, pero tuvo que permanecer 5 meses sin jugar, al no resolverse su transfer internacional. La federación Húngara exigía compensaciones económicas para su club de origen, el Goritzia, que los granadinos parecían decididos a ahorrarse. Se habló, en principio, de 100.000 ptas. en concepto de traspaso, y 50.000 de ficha anual para el futbolista, pero finalmente la entidad húngara dio por buenas 80.000. Luego Otto se lesionó a las primeras de cambio. Jugó poquísimo, la campaña de los andaluces resultó nefasta y aunque el descenso a 3ª División no acabara sustanciándose, el agujero económico adquirió tal calibre como para inspirar una dimisión en masa de su junta directiva. Otto partió has el fútbol galo, dejando 35.000 ptas. pendientes de cobro.

Aunque toda las deudas del Granada deberían haberse hecho efectivas para que desde la F.E.F. se le diligenciaran nuevas fichas, club y órgano rector alcanzaron un acuerdo, consistente en que los granadinos pagaran de a pocos, poniendo el 25 % de sus futuras recaudaciones en manos de la Territorial Andaluza, para desde allí ir girando minúsculas cantidades quincenales a los acreedores. Cuando Otto recibió el primer giro de 35 ptas. se sintió burlado e interpuso una denuncia ante la F.I.F.A. (enero de 1953), reclamando no sólo cuanto a él se le adeudaba, sino con desglose de nombres y débitos totales a cada miembro de la plantilla nazarí. En total, 400.000 ptas. Entonces, impelida por los rectores de F.I.F.A., nuestra Federación no tuvo otro remedio que tomarse el asunto en serio. Otto tenía todo el derecho a percibir sus 35.000 ptas., y como él sus antiguos compañeros. Operación nefasta, en suma, de un club pequeño que quiso jugar a sentirse grande.

György Mogoi (Igal, 14-VIII-1924), apareció por Baleares casi clandestinamente. Era defensa con calidad para intervenir en el centro del campo y habría de convertirse en el primer extranjero que disputaba partidos oficiales con el Real Club Deportivo Mallorca.

Corría 1948 cuando, en plena resaca de la Segunda Guerra Mundial, Ladislao Kubala contribuyó a crear un equipo compuesto por futbolistas del Este europeo, huidos de su patria por muy distintas razones. El eslovaco Marik, por ejemplo, el yugoslavo Monsider, algún ruso, búlgaros, el rumano Simotec, y sobre todo húngaros, entre ellos el propio Kubala, Turbeky, extremo izquierdo en el equipo donde jugara Nemes, el defensa lateral Marik, convertido durante tres meses en técnico del Manacor, mientras barajaba la posibilidad de partir hacia Colombia, Sarossy, Samu, o Mogoi. El Hungaria, nombre que acordaran para el conjunto dirigido por Ferdinand Daucik desde el banquillo, se convirtió para todos ellos en una fórmula de supervivencia, luego de que la F.I.F.A. en respuesta a las demandas de los clubes que abandonaran, les recetase un año sin competir. Muchos tenían familia. Había que salir adelante y lo hicieron contratándose a muy bajos precios para la disputa de encuentros amistosos, como balompédicos Harlem Globe-trotters. Así pasaron por Madrid, Santander, La Coruña, Barcelona o Baleares, en 1950, además de servir de esparrin a la selección española. En el archipiélago ese equipo regaló dos tardes de espectáculo en Menorca y Manacor. Y fue en esta última localidad donde decidieron fichar al zaguero central que antaño pasara por el S.K. Slovan de Bratislava y, medio de tapadillo, por el Catania italiano.

La noticia tardó poco en llegar hasta Palma y, entonces, el presidente mallorquín Andrés Homar decidió incorporarlo al equipo con la aquiescencia de su entrenador, Satur Grech. Todo era bueno con tal de apuntalar al conjunto en 2ª División. En su debut compartiría línea con Moreno y Ferrer, dejando en evidencia que una cosa era brindar espectáculo y otra competir a cara de perro. Le faltaba ritmo, esa pizca de malicia al disputar balones, marrullería, en suma. Su época de internacional con Hungría parecía corresponder a un pasado remoto. Y eso que frente a España supo marcar impecablemente a Igoa. Con todo, puesto que en él se adivinaran dotes de mando, tras ser destituido Satur Grech actuó como futbolista-entrenador hasta cerrar el ejercicio. Seis partidos y dos goles marcados fueron todo su bagaje bermellón, puesto que con la carta de libertad en el bolsillo partiría hacia Suiza, alineándose con el Grasshoppers de Zúrich la temporada 1951-52, y Basilea desde 1952 hasta 1956. Afincado en la Confederación Helvética, años después se ganaba la vida ejerciendo como representante de jugadores.

Kubala, en un apunte rápido a plumilla del gran dibujante Vadillo.

Y en esas, por fin, llegó Ladislao Kubala para revolucionar nuestro fútbol. Un fichaje que todavía hoy sigue suscitando discrepancias.

Antes de iniciarse el campeonato 1950-51, la RFEF hizo pública una nota con redacción algo confusa y pedestre: “A fin de orientar a la opinión deportiva y saliendo al paso de noticias que vienen publicándose en la prensa sobre traspasos a clubs españoles de jugadores extranjeros, la Real Federación Española recuerda públicamente que no podrán ser efectuadas aquellas inscripciones de jugadores no españoles que, aparte de los permisos nacionales correspondientes, no cuenten con el certificado de transferencia internacional que prevé terminantemente el artículo 3º del reglamento de la FIFA. Por lo que respecta a los jugadores del equipo húngaro que recientemente visitó España, ningún club podrá inscribirlos, ya que el citado certificado de transferencia es negado por la Federación Húngara, según se manifestó recientemente a la Federación Española por la Secretaría de FIFA. Los clubes españoles fueron ya advertidos a fin de que no llegasen a ningún acuerdo previo que carecería de toda validez por el momento”.

Semejante galimatías buscaba dejar bien sentado que Kubala no podría fichar por el Real Madrid, aunque la prensa lo diera como cosa hecha. Y si en efecto no fue blanco, todos sabemos que acabó enrolándose en nuestro fútbol, pese a la advertencia federativa.

Los hechos se desarrollaron lenta y tortuosamente, conforme veremos.

El avance estalinista por la Europa Oriental fue llenando de refugiados Francia, Suiza, y sobre todo Italia. Varios futbolistas de calidad antepusieron su ideología personal a la comodidad ganada con un completo entreguismo. Kubala, que a los 23 años tuvo ocasión de convertirse en mito azulgrana, fue uno de ellos, y su historia resume la confusa crispación de esos días.

Húngaro de nacimiento pero con ascendencia eslovaca, había jugado en el Ganz, Ferencvaros, Bratislava y Vasas de Budapest, hasta que el 25 de enero de 1949 se decidiera a huir precipitadamente. Su relación con el comunismo distaba mucho de ser cordial y tras enrarecerse el aire junto al Danubio sólo cabía esperar represalias. Hasta su primer exilio en la franja austríaca administrada por los americanos, al rubio atacante le llegaron noticias poco alentadoras: su Federación acababa de descalificarle a perpetuidad, acusado de estafar al Vasas. Desde Austria, entonces, fue hacia Italia, donde el 9 de marzo apalabró fichar por el Pro-Patria y Libertad de Busto Arsizio, cuyos directivos le abonaron 8.500 dólares, más un sueldo mensual de 70.000 liras. Aquella junta directiva creyó rozar la gloria. Sólo restaba obtener la rehabilitación de su pupilo, cuestión que tampoco se antojaba en extremo dificultosa. Pero como la Federación Italiana mostrase poco interés en el asunto y la húngara se mantuviera inflexible, todo acabó torciéndose irremediablemente. Para mayor embrollo, la F.I.F.A., integrada por representantes del bloque comunista y occidental, evitó complicaciones políticas, aún a costa de no defender al inocente. Dicho de otro modo, coreó la inhabilitación el 18 de marzo, sin sarpullidos ni sonrojos. Malísimo negocio para el Pro-Patria, claro está, ya que sólo podía contar con su fichaje en hipotéticos partidos amistosos. Y ante tal disyuntiva, desde enero de 1950 cerraron el grifo a cualquier nueva mensualidad.

Escaso de dinero y sin equipo, Kubala decidió trasladarse entonces a los estudios cinematográficos Cinecittá, convertidos en refugio bajo administración estadounidense. Allí también había otros futbolistas magiares, rumanos y eslovacos, que pronto  constituyeron el Hungaria. Pero en Italia aquellos deportistas sólo habrían de encontrar obstáculos. Palmiro Togliati, presidente del Partido Comunista transalpino, abortaba metódicamente todas y cada una de sus iniciativas, como castigo por repudiar el régimen soviético. Y así, en mayo, mientras ese equipo de circunstancias disputaba encuentros amistosos para ir tirando, la Justicia de Budapest promulgaba una requisitoria contra Kubala por delito de estafa, haber cruzado ilegalmente la frontera y eludir sus obligaciones militares.

Cuando los muchachos del Hungaria llegaron a España, Samitier, patrón de pesca “culé”, puso sus ojos en el internacional rumano Nikolai Szegedi, sobre cuyos derechos federativos tenía una opción la Tridentina italiana. Sorprende que Kubala le pasara desapercibido hasta hacerse público el interés madridista. Por suerte para los azulgrana, el delantero pretendía supeditar el fichaje a la contratación como entrenador de su suegro, el más adelante laureado técnico Ferdinand Daucik. Santiago Bernabéu no era hombre que admitiese órdagos, y de ese modo el tiempo fue jugando a favor de la directiva barcelonesa. Por fin el 11 de junio de 1950, cuando las huestes del Hungaria acudieron a Sarriá para enfrentarse al R. C. D. Español, y el astro húngaro anotase un gol antológico, de soberbia bolea tras dibujar un sombrero a su secante, los buenos oficios del nadador húngaro Zalyoni se tradujeron en un acuerdo entre futbolista y gerencia “culé”. Kubala, siempre pragmático, mostraría a los dirigentes del Barcelona el contrato ofrecido por los “merengues”, ahorrándose así entrar en regateos. Y tras estampar su firma en contrato privado -muy  oportunamente, digámoslo, porque el Hungaria quedaba oficialmente disuelto el 26 de julio de 1950-, comenzó cobrando 550.000 ptas. como ficha, otras 1.200 mensuales en concepto de sueldo, más 3.800 por carestía de vida, estímulos y sobrealimentación. Capítulo curioso este último, pues no ha de olvidarse que las cartillas de racionamiento seguían vigentes aún.

“Los ases buscan la paz”. Kubala actor de cine en una ficción sin ribetes biográficos, al servicio del anticomunismo franquista. El éxito en taquilla estaba asegurado.

La noticia sorprendió en Madrid, y de los despachos blancos salió una nota donde se indicaba “que Kubala, en realidad, nunca podrá jugar oficialmente, pues se trata de un deportista descalificado a perpetuidad por su federación nacional”. Así debía ser, mientras no existiera transferencia de la Federación Húngara. Claro que entonces, ¿cómo se explicaba la oferta realizada con autorización del propio Santiago Bernabéu?. El Barcelona, de cualquier modo, parecía hallarse ante el mismo arrecife donde encallara la buena voluntad del Pro-Patria italiano.

Echó a andar la temporada 50-51, con Daucick en el banquillo y Kubala en la grada. La gran figura permaneció inédita hasta el 12 de octubre, en que por fin pudo vestirse de corto contra el Club Atlético Osasuna, aunque en partido amistoso. De los 4 goles con que el Barcelona castigó a los navarros, uno llevó rúbrica húngara. No estaba mal, para empezar. Mejor, por lo menos, que la irregular marcha del club en el campeonato liguero, donde tan pronto se iba de la goleada al batacazo. El 1 de noviembre nuevo amistoso, esta vez contra el Real Zaragoza, resuelto con victoria catalana por 4 a 3 y Kubala sobresaliente, con 3 goles. Durante la Navidad venía siendo tradicional que los directivos contratasen cuadros extranjeros para la disputa de amistosos, aprovechando el paréntesis oficial. Aquel año no constituyó excepción, resultando elegido el Frankfurt Sport Verim, campeón de Alemania Occidental, con cuya gerencia pactaron un choque el día 24 y otro el 25. En el primero vencieron los culés 4-2, con reparto equitativo de goles entre Basora y Kubala, aunque lo mejor iba a llegar el día siguiente. Conducidos por un Kubala magistral, los barcelonistas anonadaron a su público con un escandaloso 10-4. Cinco goles los dio hechos el astro, y personalmente anotó 3. “Si ese chico pudiese intervenir en los partidos de liga, aún habría posibilidades”, comentaba la afición. Así que toda la masa social empujó a su directiva hacia el logro, por más que las aguas siguieran estancadas entre la Federación Española y la FIFA.

“Para que Kubala juegue en nuestra liga haría falta un milagro”, se dijo. Desde Madrid, en cambio, incluso cerraban la vía sobrenatural: “Ni con milagros ni sin ellos. Kubala nunca competirá oficialmente, porque lo impide la normativa”. Como el movimiento se demuestra andando, la Federación hizo amago de mantenerse firme, imponiendo al Barcelona una ridícula multa de 300 ptas., o sea 10 simbólicos duros, por cada uno de los 6 encuentros en que el rubio se alineara sin la preceptiva y previa inscripción. Pero, ¡qué cosas!, aquella España temía más al cataclismo político que a la fuerza del milagro. Y tuvo que ser una amenaza de revuelta lo que, a la postre, posibilitara el ascenso del húngaro al dorado Olimpo.

En enero de 1951 las Naciones Unidas habían acordado poner fin al cerco económico contra Franco y su régimen. En plena guerra fría resultaba peligroso para el equilibrio político, o como mínimo inadecuado, que una nación tan importante desde el ángulo geoestratégico por su dominio del Mediterráneo, permaneciese sin clara adscripción al bloque occidental. Los norteamericanos ansiaban levantar alguna base en nuestro suelo y Franco, consciente del regalo que podía ofrecerle la desconfianza ruso-americana, se dejó querer. Washington toleraba el Régimen sin ninguna arcada, y junto a la Casa Blanca otras cancillerías, como las de París y Londres, que entonces expedían salvoconducto de “occidentalidad”. Un gran triunfo, sin tiempo para ser digerido en el gabinete ministerial madrileño por culpa de los tranvías barceloneses. De los tranvías, sí. En plena carrera nuclear y a punto de dirimir el mundo sus diferencias en el Sudeste Asiático, un boicot a los tranvías amenazó con provocar algo así como el descarrilamiento del franquismo. Todo, además, por unos céntimos.

Uno de los distintos modelos de octavilla que circularon por la ciudad condal durante el boicot al transporte público de superficie.

El 23 de febrero de 1951 los responsables municipales en la ciudad condal  subieron el precio del billete, estableciendo una clara diferencia con respecto al coste de los tranvías madrileños. La respuesta ciudadana, en un marco donde cualquier manifestación hubiese concluido a palos o en la cárcel, optó por el boicot. Como consecuencia, desde el 1 de marzo, mientras octavillas de inspiración comunista, anarquista o sencillamente sindical circulaban de mano en mano por Barcelona, los tranvías comenzaron a moverse con un policía a modo de único pasajero. La llamada al orden del gobernador, Eduardo Baeza Alegría, surtió parecido efecto al de un sermón en mitad del Sahara, circunstancia que tampoco podía extrañar. El Sr. Baeza, cuyas relaciones con la despampanante vedette Carmen del Lirio no constituían ningún secreto, venía siendo contestado incluso desde las propias filas falangistas. La Universidad tardó poco en sumarse al conflicto. Y desde el campus prendió el germen de una silenciosa resistencia general.

El plante barcelonés descolocó lo suyo a unos políticos acostumbrados a la adhesión inquebrantable y la unidad de los pueblos de España, sonsonete ineludible en cada discurso. Llegó el 4 de marzo, fecha en que los culés se medían al Racing santanderino en partido liguero, y el campo de Las Corts pareció transformarse en foro revolucionario. Durante el partido corrieron de mano en mano proclamas contra la dictadura. No se gritaron consignas, porque las canteras seguían necesitando manos para extraer piedra, pero muchos barceloneses apenas prestaron atención a cuanto sucedía en el campo aquella jornada. Eduardo Baeza, obsesionado por reducir la resistencia cuanto antes, cometió una torpeza más al estacionar gran cantidad de tranvías junto al estadio. Hacía un tiempo espantoso. Justo la climatología que invita al rápido regreso bajo techo. Pero pese a todo, los vehículos abandonaron la plaza sin ocupantes.

Además de convertirse en el futbolista mejor pagado durante los primeros años 50, la estrella “culé” obtuvo réditos de la publicidad y el “merchandising”. Fue la primera estrella explotada concienzudamente por el marketing, cuando este vocablo ni siquiera existía.

El 6 de marzo fue anulado el incremento de tarifas y al día siguiente se produjo un relevo en la alcaldía. El gobernador Baeza tampoco salió de rositas. Felipe Acedo Colunga, conocido posteriormente como “El Verdugo” por su carácter déspota, le relevaría en la mullida poltrona. Barcelona acababa de infligir al Régimen una derrota sin paliativos. ¿La primera desde el triunfal 1939?. Quizás, aunque su trascendencia no estribaba en qué número hacía. La rebelión se forjó a partir de 20 céntimos. ¿Hasta dónde podía llegar aquella misma gente, ya orgullosa de sí misma, si le diera por seguir otros estandartes?.

Nadie ha probado hasta hoy que la prudencia ante el malestar catalán descongelase el expediente de Kubala. Pero lo cierto es que el 2 de abril, sin apagarse todavía el eco de la revuelta, F.I.F.A., Delegación de Deportes y Federación Española, daban por buena la ficha barcelonista de Kubala, basándose en el carácter político de su inhabilitación. “Debido a la inconsistencia de los motivos por los que hasta ahora había quedado el trámite en suspenso -rezó la nota firmada por el secretario general federativo Ricardo Cabot, antiguo futbolista “culé” y directivo azulgrana-, esta Federación ha decidido autorizar al Barcelona para que pueda alinear válidamente a dicho jugador en los partidos de competición”.  Ya sólo quedaba resolver con el Pro Patria lo relativo a la duplicidad de derechos, y 12 millones de liras zanjaron todo problema. Kubala, de ese modo, pudo debutar oficialmente contra el Sevilla en la primera ronda copera.

Obviamente hubo protesta madrileña, con solicitud de explicaciones. Pero desde la Federación, quizás demasiado atareados por una mudanza presidencial, nadie dijo nada. Armando Muñoz Calero, saliente, y Manuel Valdés Larrañaga, entrante, permanecieron  mudos.

El futbolista húngaro añadió aplomo, talento y seriedad, a un equipo que además comenzaba a asimilar la táctica del fuera de juego preconizada por Daucik. Tras un decepcionante 4º puesto en el campeonato de liga, la Copa iría a las vitrinas barcelonistas. Kubala parecía el engarce de un collar donde también iban a lucir otras gemas, como Biosca, Basora o Manchón. Y aunque por el momento las aguas bajasen remansadas, algunos tardaron poco en embravecerlas.

El primer aviso llegó desde Bilbao, con firma de José María Mateos. Aquel prestigioso periodista, varias veces presidente de la Federación Vizcaína, vocal de la Española y hasta seleccionador nacional, pero sobre todo devoto declarado del fútbol furia, entregó a la linotipia párrafos muy duros en un artículo titulado “Peligro en los campos”. Sirva este extracto: “…en España no necesitamos jugadores hechos en el comunismo…(Kubala) es un peligro para la integridad de los jugadores rivales, pues utiliza los codos y donde más destaca es en su arte para capear el juego”. Como Mateos gozaba de bien merecido prestigio y atacar a los mitos siempre ha lucido mucho, sus opiniones fueron reproducidas por casi toda la geografía nacional. Flaco favor para el Barcelona y su máxima estrella, puesto que a partir de entonces públicos y defensas adversarios parecieron confabularse.

Durante la liga correspondiente a 1951-52 Kubala fue abucheado en Madrid, siendo anfitriones los colchoneros. Una semana más tarde, el españolista Argilés -éste durante un enfrentamiento amistoso- y el valenciano Luis Díaz, retiraron al rubio de los campos durante unas jornadas. Aún sin Kubala, los “culés” fueron abucheados sonoramente en Valladolid y Gijón. Una vez repuesto, el húngaro endosó 5 goles al Celta, sentó a César en el banquillo e hizo mil diabluras contra los tetuaníes de un Atlético debutante en la máxima categoría. Otro Atlético con mucha más historia, el de Bilbao, volvió a recibir de uñas a los catalanes. “¡Extranjeros, extranjeros!” les gritaban desde general y tribuna, pareciendo no advertir que ni Kubala, con un dedo del pie fracturado mientras jugaba al ping-pog, ni Szegedi, vestían la camiseta culé aquel domingo. Pese a los gritos y la ausencia de refuerzos foráneos, la derrota bilbaína (0-3) resultó inapelable. En Marzo llegaría a Las Corts un Real Madrid situado en lo más alto de la tabla. Su entrenador puso a 3 defensas sobre Kubala, circunstancia aprovechada por César Rodríguez, titular de nuevo en cuanto supeditó su juego al deambular del astro por todo el ataque. El Barcelona, con Laszi galvanizándolo, fue campeón. Cinco veces campeón en la misma temporada, para pasar a los anales como el equipo de las Cinco Copas. Quizás debido a esa superioridad y aun contando con voces disonantes (recuérdese el grito del espectador andaluz, a poco de reaparecer la estrella tras superar una tuberculosis: ¡Kubala, estás “podrío”!), aquellas dotes excepcionales tuvieron que serle reconocidas.

Se protegía de los contrarios, desde luego. Y manejaba los codos, como argumentase José Mª Mateos, aunque no los soltara conforme hoy se ve tan a menudo. De hecho, por encima de unos muy bien asimilados fundamentos técnicos, o de su magistral toque a balón parado, el magiar destacó escondiendo la pelota al contrario hasta hacérsela inalcanzable. Ello le garantizó magníficas remuneraciones, si atendemos al siguiente desglose de cifras, con perdón anticipado por tanta aridez aritmética.

Durante la temporada 1950-51 su cuenta bancaria ingresó 647.850 ptas., pese a jugar unos pocos amistosos y la competición de Copa. El entrenador, único componente de la plantilla en acercársele, aunque a notable distancia, sumaba 343.400, primas incluidas. Al año siguiente (19 partidos de liga y 26 goles) se quedó en las 635.100, pese a vivir una campaña gloriosa. Es decir 210.000 por encima de Daucik, o para hacerlo más llamativo, cerca de 400.000 sobre la media de Ramallets, César, Biosca, Basora, Manchón o Gonzalvo III. A lo largo de 1952-53 (11 partidos de liga jugados, por culpa de las lesiones, y 7 tantos) cobró 2.542.500 ptas., mientras sus compañeros más ilustres quedaban entre las 314.000 de Basora y las 226.750 de Segarra. Las diferentes partidas de esa enormidad para la época se distribuyeron así: 36.000 de sueldo, 24.000 por carestía de vida, 166.000 como acumulación de primas, 300.000 de ficha, 1.500 de aguinaldo navideño, 15.000 como premio por el título de liga y 2.000.000, nada menos que dos millones, por renovación de contrato. Y que nadie lo interprete mal. Esos 2 millones no correspondían a fichas adelantadas, pues para la siguiente edición (1953-54, con 23 goles en 28 partidos de liga) sus emolumentos ascendieron a 1.197.000 ptas., de las que 1 millón correspondía a ficha anual. Como contrapunto bueno será reflejar que Luis Suárez, futuro Balón de Oro y a la sazón promesa con sólo 3 meses de azulgrana, cobraría 36.500.

Kubala nadó en la abundancia, sobre todo a raíz de su renovación. Al concluir la temporada 1957-58 sus ingresos llegaron a 2.471.950 ptas. Balmanya, nuevo amo y señor del banquillo, se quedó en las 649.600, y las demás estrellas, cuyo brillo palidecía teniendo tan cerca al astro rey, fluctuaban entre  las 366.750 de Basora, las 336.500 de Gensana, o las 350.000, billete arriba o abajo, de Olivella, Luis Suárez, Tejada y Ramallets. Evaristo, otro mimado por la Fortuna, sumaría 682.500. Muy por encima de lo asignado al resto de extranjeros en la plantilla: Villaverde 479.100, Eulogio Martínez 396.500, Czibor 316.000 y Melanio Olmedo 229.350.

Como la inflación desde 1957 hasta nuestros días ha desvirtuado valores, convendrá señalar que cuando el C. F. Barcelona se decidió a acometer las obras del Nou Camp (el estadio a que obligara Kubala con su magnetismo, dejando chiquito el aforo de Las Corts) se pagaron 32 millones por tierras y Derechos Reales del futuro campo, instalaciones deportivas anejas e inmenso aparcamiento. La anualidad de Laszi, por lo tanto, constituía una monstruosidad.

Al público de Las Corts o al paseante de Las Ramblas no le llegaban esas cifras. Por el contrario, periódicos y revistas se complacían en presentar al mito como hombre sencillo, hogareño, amante de su familia y profesión. En suma, un españolito más. Españolito, porque Kubala dejó de ser húngaro para acceder a nuestro fútbol. Lo nacionalizaron por la tarde, después de bautizarlo por la mañana, puesto que no se concebía la españolidad sin certificado de católico – apostólico – romano. Máxime si el encartado procedía del Telón de Acero. Pero aunque Franco firmase el decreto de nacionalización el 1 de junio de 1951, las maniobras venían de bastante atrás.

El 24 de enero Enrique Martí Carreto, presidente del Consejo Directivo culé, había enviado una carta a Manuel Valdés Larrañaga, máximo mandatario de la F.E.F., solicitando su apoyo para agilizar el proceso, puesto que Kubala era “católico y profundamente anticomunista”. Por si semejante recomendación no bastara en vísperas del Congreso Eucarístico, también intervino Enrique Llaudet, quien según su propio testimonio pudo acelerar el procedimiento gracias a dos carabinas regaladas a importantes personajes del Ministerio de Gobernación. Así no sólo debutó sin ocupar plaza de extranjero(2), sino que le aguardaba la selección nacional, tercera en su carrera, tras lucir las camisetas de Hungría y Checoslovaquia. Debutó con la “roja” en Buenos Aires el 5 de julio del 53. Aunque luego, conforme se verá en suida, habrían de surgir serios problemas.

De entrada, su nacionalización por vía ultrasónica desató críticas: “Por lo visto, ahora se puede ser español a cambio de 30 dineros”, escribió otra vez desde Bilbao José Mª Mateos. En Madrid, días antes de la final copera correspondiente a 1953, entre Barcelona y At. Bilbao, Eduardo Teus calificó el choque como cruzada desde las páginas de “El Alcázar”: “La raza española se resume futbolísticamente en los cruzados del Atlético de Bilbao, club español por antonomasia y sin extranjerías (…) El Barcelona no ha querido españolizarse y ha querido formar un equipo internacionalista, palabra que tantas cosas perversas nos trae a la memoria”. Y cuando acaeciera el tremendo escándalo del “derby” catalán, con intervención de la fuerza pública y saldo de varios heridos, hubo quien no perdió la oportunidad de soltar la lengua. Nemesio Fernández Cuesta, director de “Marca”, definió al Barcelona como “una asociación de chulos y maleantes, venidos de las Quimbambas a comer nuestro pan de hospitalidad española”.

Otra incursión publicitaria, correspondiente al año 1954.

Para suerte de Kubala, Di Stéfano iba a ingresar poco más tarde en el Real Madrid. Y con dos soles iluminando el planeta de nuestra liga, tanto el C.F. Barcelona como su máximo exponente deportivo dejaron de inspirar peligrosas envidias. La imagen del futbolista blaugrana, en parte también porque con el desarrollo nacían nuevas fórmulas de negocio, comenzó a ser explotada en cuadernos, juegos, cromos, lápices, alfileres, corbatas e incluso chocolates, “el chocolate de Kubala”, publicitado desde la prensa por toda la familia de Ladislao. Hasta quedó convertido en personaje de celuloide (“Los ases buscan la paz”) junto a Iran Eory, Carolina Jiménez, José Guardiola y Antonio Ozores, bajo dirección de Arturo Ruiz Carrillo, en una cinta maniquea con rancio aroma anticomunista. El gran enemigo del astro, por ejemplo, era un dipsómano de vida arruinada, comunista sin ideales y envilecido por el rencor.

Pero como incluso los dioses del Olimpo sufren sobresaltos, también a él le tocó vivir algunos con la selección nacional española. La F. E. F., bien mirado, había hecho de su capa un sayo al permitirle disputar nuestra Liga y Copa. Sin embargo cuando fue a alinearse con la selección en partidos oficiales, la F.I.F.A, ante el temor a ver impugnados esos choques por Hungría, o incluso todos los países satélites de Moscú, tuvo que intervenir.

En Marzo de 1954, nuestro país se medía consecutivamente ante Turquía, en Estambul, e Italia, en Roma. Kubala fue alineado en la capital turca, mordiendo el polvo en una tarde desastrosa de todo el equipo, hasta el punto de que a su llegada, la expedición fue recibida con pitada monumental. Pero en Roma no saltó al campo, para sorpresa de todos los enviados especiales. Después se supo que no pudieron alinearlo por decisión expresa del máximo órgano internacional, e incluso que si en el partido de Estambul se hubiera vencido, España estaría descalificada. La F.I.F.A. habría dirigido no uno, sino dos telegramas a la Federación Española tras recibir el listado de expedicionarios, recordando que el húngaro nacionalizado tenía vetada su intervención. Y aun con todo, se decidió entregarle una camiseta en el estadio turco, quién sabe si pensando que la advertencia iba a quedar en nada. Al fin al cabo, Kubala ya había sido internacional español en Buenos Aires y Chile. E incluso participó, como español, en un equipo representativo de la mismísima F.I.F.A. en el estadio de Wembley. Sólo ante la segunda advertencia se optó por la precaución. Y respondiendo a la insistencia de varios medios informativos, la Española tuvo que explayarse en detalle.

Desde Lucerna, el suizo Ernest Thommen, miembro de la F.I.F.A., negó categóricamente la existencia de prohibiciones al respecto. No queriendo quedar por mentirosos, desde la Federación Española se mostraron aquellas comunicaciones. El hasta hacía poco presidente federativo Muñoz Calero, todavía miembro del Comité Ejecutivo de la F.I.F.A. y conocedor como nadie sobre cuanto se tejió entre bastidores en el asunto Kubala, llegó más lejos, hablando claro y alto sobre el pacto alcanzado en su día:

“Cuando se planteó la solicitud de que Kubala interviniese en nuestros campeonatos, el Comité Ejecutivo de FIFA interpretó textualmente el artículo 18 de los antiguos estatutos, según el cual, las sanciones impuestas por cualquier Federación serían respetadas por todas las demás, sin analizar los motivos. Yo mismo trasladé al Comité Ejecutivo mi queja ante la injusticia de ese artículo, puesto que los estatutos nacen para regular cuestiones deportivas y lo de Kubala con respecto a Hungría, quiérase o no, respondía sólo a razones políticas por su repudio al comunismo. No sólo salió Kubala de ese país, sino gran número de anticomunistas, jugadores de fútbol entre ellos, pero también médicos, abogados, comerciantes y clérigos. Este razonamiento hizo que se le permitiera intervenir en la Liga y Copa Española, así como en otras competiciones internacionales de clubes, ya lograda su nacionalización. El Congreso de París modificó aquel artículo, llevando al título 36 en su apartado 6º una mención explícita al asunto de Kubala, recogiendo que si bien dicho artículo carecía de efectos retroactivos para casos juzgados, será de aplicación para todas aquellas demandas que al entrar en vigor los nuevos estatutos, aún no hubieren tenido solución definitiva. Lo de Kubala con la Federación Húngara sigue sin cerrarse. Hubo un acuerdo verbal, pero para sustanciarlo debería haberse reunido el Consejo Ejecutivo antes de aprobarse los nuevos estatutos, y no se hizo. De manera que como el jugador no podía alinearse, la Federación Española recibió ese par de avisos”.

De inmediato, Muñoz Calero presentó su dimisión como miembro del Comité Ejecutivo F.I.F.A., a manera de protesta contra ese órgano, y Sancho Dávila, presidente de la F.E.F, enmendaba la plana públicamente al máximo rector futbolístico.

En el seno de F.I.F.A. nadie estaba entonces para más pleitos. Con el cisma americano en carne viva (clubes de Colombia contratando jugadores argentinos en huelga, sin abonar traspasos a los titulares de sus derechos), sólo faltaba que la extrema tirantez de la Guerra Fría les estallase en la cara. Buscaron una solución definitiva, consensuando posturas. Algo así como, si todo el problema radica en devengar un traspaso al último club húngaro donde Kubala se alineara, pues que pague el Barcelona y en paz. En junio de 1954 se estableció que el Barça indemnizara al Vasas de Budapest con un máximo de 150.000 ptas. Pero todo apunta a que aquella directiva se dio por satisfecha con 43.000, al cambio de la época. Un lío menos y algo nuevo de lo que presumir por nuestros pagos: España se erigía en refugio de cuantos dejaban atrás la tiranía comunista, lo que por ende otorgaba cierta respetabilidad internacional al dictador Francisco Franco. El Régimen amparaba a los desafectos al comunismo, cuando a la muy civilizada Europa su suerte apenas parecía importarle. Mientras tanto, Ladislao Kubala había ido dando la bienvenida a otros compatriotas.

Ladislao Garamvolgyi, también internacional, recaló en el Club Deportivo Logroñés, de 2ª División, sin demostrar nada en la capital riojana. Janos Hrotko Szabai (Gerce Vasemegge, 30-III-1922), y su hermano menor Nikolas, se dejaron caer por Zaragoza, si bien sólo el primero acabara luciendo la camiseta del equipo maño. A sus 28 años Hrotko I contaba con una extensa hoja de servicios: los equipos aficionado y senior del MTK, Csepel y Kispest, todos ellos de Budapest, así como el Bari y Pro Sesto, de Italia. Y después de una temporada en nuestra 2ª División y otra en 1ª, le esperaban 8 años más en Portugal, luciendo las camisetas del Sporting lisboeta, Caovilha, Leixoes y Caldas da Reinha. Interior izquierdo con calidad y bastante fuelle, se había proclamado campeón de la Liga húngara en 1941-42, y aún le esperaban dos títulos de Liga portugueses (1952-53 y 53-54), más el de Copa (1954). En el Leixoes y Caldas da Reinha actuó además de como jugador, dirigiendo al equipo en los entrenamientos. Se afincó en Elvas, muy cerca de la frontera extremeña, donde seguía residiendo durante los primeros años del siglo XXI, junto una hija.

Samu, con la camiseta del Real Zaragoza. Aunque llegase a España para colgar las botas, dejó amplia huella de la clase que siempre tuvo.

Su hermano Nikolas, que llegó a disputar algunos partidos con el Atlético Zaragoza durante la temporada 1951-52, estuvo en tratos con el C. D. Cacereño de cara al ejercicio 52-53, hallándose la entidad en nuestra división de plata. Ambas partes pactaron 60.000 ptas. en concepto de ficha anual, pero el acuerdo se vino abajo cuando su documentación deportiva fuera denegada desde la Federación Española, arguyendo que los extranjeros no podían intervenir en 2ª División. Sorprendente, puesto que su propio hermano, un año antes, recibió el pláceme, y el C. D. Logroñés o El Granada registraron a sus húngaros sin problemas, en tanto la Unión Deportiva Las Palmas seguía contando con André Nagy tras su descenso, a partir de junio de 1952. Hubiera sido el primer foráneo en la historia del club extremeño.

André Nagy Prean (Budapest 8-IX-1923) reforzó al cuadro amarillo gran canario entre 1951 y 54, dos de esas temporadas en 2ª. Y cambió el suave clima de Las Palmas por la fría Suiza, para seguir jugando al fútbol.

Jozsef Samu Pantsits (Szeged 23-IX-1924), excelente medio e interior derecho componente en su día del Hungaria, había pasado además de por clubes de su país (Szabadka Sport y el primer equipo y cuadro reserva del Vasas), por Rumanía (Nagyvarad y Sparta de Arad), Italia (Bolonia, Novara, Biellese o Cagliari), Colombia (Samarios) y Francia (Montpellier), hasta que su compatriota Elmer Berkessy lo llevara a Zaragoza con 28 años, para desarrollar una temporada entre los grandes y otras dos en 2ª. El fútbol colombiano le había causado una pobre impresión. “No por falta de calidad, sino porque el público no acompaña. Faltan aficionados y sin ingresos la cosa promete más bien poco”. Campeón de la Liga rumana en 1946-47, tuvo que pasar en blanco la temporada 47-48 porque el Vasas, club propietario de sus derechos federativos, denunció ante la F.I.F.A. su salida del país y abandono de aquella disciplina sin serle expedida una carta de libertad. Se afincó definitivamente en la capital maña, luego de una bravísima y modesta experiencia como entrenador.

La Guerra Mundial y sus secuelas también convirtieron a Bela Sarossy, otro componente del Hungaria, (Budapest 15-V-1919), en trotamundos por necesidad. Estudiaba Derecho antes de la guerra, y las circunstancias lo llevaron a trabajar como detective al lado de los rusos. Su negativa de afiliación al Partido Comunista hizo que se entenebreciera cualquier panorama ante él. Un día hizo un hatillo, tomó a su mujer y huyó con ella hasta la franja austriaca ocupada por los aliados. Otro hermano, abogado, pudo escapar igualmente, estableciéndose en el Norte de Italia. Él pensó en seguir sacando partido al fútbol y, como los anteriores, se dejó caer por Zaragoza la temporada 52-53, con 32 años cumplidos y casi todos los deberes deportivos bien hechos, puesto que además de por el Ferencvaros, donde Hitler y su megalomanía le segaran de cuajo cualquier porvenir durante varios años, había jugado oficialmente con el Bolonia (1946-49), Bari (1949-50) y Junior de Barranquilla (1950-51). Podía alinearse como medio centro, o de ariete, y aunque aquí nadie le pusiera indicativos ordinales era el tercero de una dinastía futbolística. Campeón de la Liga húngara en 1937-38, 39-40 y 40-41, así como de Copa los años 1942, 43 y 44, la afición aragonesa únicamente pudo verlo anotar dos goles en 7 partidos de Liga, amén de lucir en choques amistosos. Estaba fatalmente instalado en la cuenta atrás, hasta el punto de que otra aventura en el Lugano helvético durante la campaña 1953-54, constituyó su despedida de las botas con tacos y el pantalón corto.

Kubala, de largo, los superó a todos. Por su concepción del juego, dominio de la pelota, magnetismo, olfato de gol y capacidad de liderazgo, supuso un antes y un después para el fútbol español, hasta la pronta llegada de Alfredo Di Stefano. Luego ambos reinaron juntos, no ya por nuestros campos, sino a lo largo y ancho de una Europa en denodada reconstrucción. Y mientras las chimeneas volvían a expedir fumarolas desde fábricas sitas en Düsseldorf, Linz, Leipzig, Turín o Milán, mientras Berlín, Innsbruck, Praga, Rotterdam o Dresde se empeñaban en renacer de su cenizas, o millones de víctimas aprendían a olvidar, y antiguos infectados por el veneno nazi lavaban sus conciencias, las tardes gloriosas del rubio astro azulgrana servían para facilitar la llegada de otros nuevos fugitivos, al amparo de ese mimetismo contagioso que suele emanar de los divos. Sólo hizo falta que la U.R.S.S. necesitara escarmentar a sus satélites tomando como chivo expiatorio a Budapest. Pero enhebrar esta aguja supondría anticipar nuestra tercera entrega.

Cada cosa a su tiempo.

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(1).- No todos valoraban en su justa medida el juego del interior izquierdo bilbaíno, y Nemes, al destacarlo, evidenciaba su buena pupila. Desde Inglaterra llegaron hasta la sede del At. Bilbao propuestas de fichaje, en una época que las estrellas españolas no recibían ofertas del exterior. El traspaso resultaría imposible, no sólo ante la negativa del club rojiblanco, sino porque las autoridades deportivas nacionales del momento no lo estimaron conveniente. Entonces fichar por clubes extranjeros implicaba no alinearse con la selección nacional española, salvo que el club foráneo se aviniese a establecer algún acuerdo puntual con nuestra Federación.

(2).- Curiosamente, la Federación española nunca registró a Ladislao Kubala como extranjero. Probablemente no pudiendo extenderle ficha oficial con el Barcelona, al no existir transfer internacional, y posteriormente ante el hecho de que interviniese en nuestros torneos como español, nadie habría de molestarse en consignar su nombre en el “libro de futbolistas procedentes del exterior”. Si anómalo fue el acuerdo tácito entre F.I.F.A. y F.E.F. para permitirle jugar, obviando la sanción de un año que el máximo órgano futbolístico le recetara, tampoco es que nuestros federativos hicieran gala de mucha transparencia. Máxime cuando en el citado registro se dio cobijo a varios futbolistas que a la postre iban a ver negada su aparente autorización inicial.

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