RESUMEN:

Los húngaros llegaron a nuestro fútbol antes de que gozase estatutariamente de un reconocimiento profesional. Distintos equipos magiares en gira, habían patentizado a este lado de los Pirineos que el “foot-ball” de Budapest y su periferia estaba más evolucionado técnica y tácticamente, que a la garra característica de este deporte, sus practicantes unían una habilidad

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Los húngaros llegaron a nuestro fútbol antes de que gozase estatutariamente de un reconocimiento profesional. Distintos equipos magiares en gira, habían patentizado a este lado de los Pirineos que el “foot-ball” de Budapest y su periferia estaba más evolucionado técnica y tácticamente, que a la garra característica de este deporte, sus practicantes unían una habilidad poco habitual y que, curiosamente, los jugadores más dotados ponían su mayor capacidad al servicio del conjunto. Hungría, además, contaba con una Liga semejante a la disputada en Inglaterra, cuando por nuestros pagos tan sólo se dirimían torneos regionales y el campeón nacional surgía de la Copa. Lógico, por lo tanto, que primero algunos entrenadores de ese país, y luego sus futbolistas, comenzaran a reforzar algunos elencos. Uno de ellos, Ferenc Plattko Kopiletz, antes incluso de crearse el Campeonato Nacional de Liga, cuando ni siquiera existía una normativa nacional reguladora para la importación futbolística de profesionales. Ese mismo Ptattko, a quien Rafael Alberti inmortalizara en su oda dejándose una “t” en el tintero, habría de convertirse en “Oso rubio de Hungría”, u “Oso” a secas, después de inspirar al poeta durante uno de los tres choque que el F. C. Barcelona precisara para proclamarse campeón de España en los antiguos Campos de Sport de El Sardinero. Aquellas primeras estrofas rezaban así:

Nadie se olvida, Platko, no, nadie, nadie, nadie,

oso rubio de Hungría.

Ni el mar,

que frente a ti saltaba sin poder defenderte.

Ni la lluvia. Ni el viento, que era el que más rugía.

Ni el mar, ni el viento, Platko,

rubio Platko de sangre,

guardameta en el polvo,

pararrayos.

No, nadie, nadie, nadie.

Pero Plattko, antes que inspirador de una oda fue futbolista con 1.500 ptas. de sueldo mensual en 1926 -más que lo ingresado por muchos médicos o abogados, y el triple, aproximadamente, que cualquier funcionario de carrera-, portero de garantías, entrenador tras colgar los guantes y correcaminos impenitente a quien, ya mayor, no le sobrase nada. Defendía el marco del Vasas cuando lo movilizaron en la I Guerra Mundial y, sobreviviente a la carnicería, se enroló en el W.A.C. vienés durante el año 1919,  desde donde regresaría al Vasas para acto seguido desarrollar dos campañas con el M.T.K. de Budapest. Fichado por la entidad azulgrana durante la Navidad de 1922, pocos habrían de echar en falta al “Divino” Ricardo Zamora Martínez. Como azulgrana disfrutó de varios títulos en el campeonato regional, 3 de Copa y el de la Liga inaugural, a lo largo de ocho años. Para colgar las botas, empero, eligió Basilea, donde además le brindaron la oportunidad de iniciarse como entrenador. Y puesto que las cosas le salieron admirablemente en Cataluña, optó por sacar de Hungría a sus hermanos Esteban y Karoli, para que fueran abriéndose camino como entrenadores a su sombra protectora.

Tras abandonar Suiza, su nuevo trabajo en los banquillos iría conduciéndole a Francia, Portugal -durante nuestra Guerra Civil-, Barcelona de nuevo, Rumanía, Inglaterra, Checoslovaquia, Chile, donde introdujo la táctica “WM”, Brasil y Argentina, con otro breve paréntesis en la ciudad condal para sufrir los desplantes de un Ladislao Kubala todavía mítico, aunque apuntase los primeros síntomas de innegable declive. Casado con la joven de Sitges María del Carmen Sariol, se nacionalizó chileno. Y en Santiago de Chile seguía, entre apreturas económicas bastante serias, cuando la Agrupación de Veteranos del Barcelona interviniese, como en otros casos, para aliviar su desgracia con distintas ayudas durante el periodo 1980-82. Una carta suya, remitida al F. C. Barcelona en junio de 1981, ejemplifica la dura vejez de numerosas estrellas del lejano pretérito, cuando vivir exclusivamente dedicado al fútbol no daba para gollerías. Proponía a la entidad “culé” enviar todas sus medallas y trofeos, para engrosar el museo, si a cambio le ayudaban económicamente. A sus 82 años sobrevivía con una pensión de 4.000 ptas., estaba enfermo y su única distracción consistía en seguir los resultados del que siempre consideró su equipo: “Allí pasé mis mejores días -afirmaba-. Y tuve los mejores amigos en Samitier y Piera”.

Ferenc Ptattko posa con un trofeo recién conquistado por el F. C. Barcelona.

La dirección de equipos distó bastante de ser gran negocio allá por los años 30, 40, 50 e incluso 60 del pasado siglo, como habrían de comprobar en carne propia otros técnicos en absoluto del montón. Jenö Kalmar, sin ir más lejos, a quien el extinto Club Deportivo Málaga hubo de dedicar un homenaje recaudatorio para paliar su lipidia, ya en la ancianidad. Eran pocos quienes podían permitirse el lujo de exigir una peseta, un franco, un peso, un escudo, una libra o 1.000 liras más que el componente mejor pagado de la plantilla, como cimiento elemental de autoridad ante sus propias huestes. Por cuanto a Ferenc Ptattko respecta, ni siquiera pasar por clubes como Racing de Rubaix, Oporto, Mulhouse, Cracovia, Arsenal londinense, River Plate de Buenos Aires, Barcelona en un par de ocasiones, Colo-Colo, Magallanes y Santiago Wandereres, chilenos, o la obtención de títulos, alguno de ellos sin conocer siquiera la derrota, habría de garantizarle vivir sin sobresaltos.

Plattko fue buque insignia magiar en nuestro fútbol, y pronto un puñadito de compatriotas se empeñaron en seguir sus pasos, cuando ante el ejercicio 1934-35 se abrió el portillo importador de futbolistas, con un límite de 2 por club. Entonces el Valencia contrató a Atchs, los “culés” incorporaron a Szeder y Elemer Berkessy, el Valladolid a la pareja Lojos – Kohut, el Real Madrid a Gyula Alberty, como relevo de un Zamora todavía incombustible, y el año siguiente a Kellemen y Buzzasy… Hungría seguía viéndose como vivero inagotable, por más que entre los recién llegados también se registrara algún petardazo. El más sonoro, probablemente, el del portero Atchs, que sólo disputó un partido, después de que su traspaso desde el Ujpest costara 20.000 ptas., palabras mayores para la economía “ché” en 1934. Venía, en realidad, del fútbol francés, aunque la selección húngara siguiera contando con sus servicios para poner candado al marco, y si bien la prensa lo definiera como “atleta de buena planta, excelente en el salto del ángel y la carpa”, acreditó enormes dificultades para blocar el balón. Parece que el público sevillano se divirtió muchísimo en su presentación y despedida, donde entre acrobacias y posturitas tuvo tiempo de encajar cuatro goles. Ante el alud de críticas, desplegó una carta abierta donde justificaba su mala actuación con una deficiente puesta a punto, naturalmente achacable a terceros, y a un bajo estado anímico, al no habérsele abonado siquiera el importe del viaje a Valencia. Lo reexpidieron a Francia, después de alcanzar un acuerdo económico ambas partes.

Mucho más nivel alcanzó Elmer Berkessi, internacional húngaro, en el F. C. Barcelona durante las temporadas 1934-35 y 35-36. Nacido en Nagyvarad, localidad más tarde denominada Oradea (20-VI-1905), se forjó como medio elegante, eficacísimo para el juego aéreo, compitiendo con el Ferencvaros entre 1927 y 1932, hasta ingresar en el Racing de París la temporada 1932-33 y retornar a su club de origen, donde disputó el ejercicio 33-34. Aunque el F. C. Barcelona ocultase lo satisfecho en concepto de traspaso, al menos se aireó cuánto cobraba, luego de que en la plantilla catalana surgieran algunas desavenencias económicas. Entonces se supo que ingresaba 1.450 ptas. mensuales durante su primera campaña y 1.550 en la segunda, primas y bonificaciones aparte. Una cifra que daba para vivir opíparamente. Pese a su buen rendimiento y probablemente acuciada por la delicada situación económica “culé”, desde la directiva barcelonesa se le comunicó su baja en junio de 1936, declarándolo transferible.

Berkessy. Nuestra Guerra Civil lo empujó al fútbol francés. Más adelante y ya entrenador, habría de regresar cuando aún permanecían visibles las heridas de posguerra.

Junto al costarricense Morera y los españoles Mario Cabanes -extremo barcelonista- y Ramón Orriols -compañero herculano del costarricense-, fue entonces a Berlín, con el propósito de presenciar la Olimpiada que Adolf Hitler quiso y logró convertir en puro acto de propaganda nazi. Allí supieron del levantamiento militar en Marruecos, secundado por militares acantonados en distintas provincias peninsulares. Mientras dejaban correr los hechos, el cuarteto continuó de vacaciones por Budapest y la rivera del lago Balatón, con el húngaro como cicerone. Circulaba el rumor de que Franco y Mola serían aplastados pronto. Madrid y Barcelona permanecían fieles a la República. ¿Cómo iba a triunfar un golpe sin el apoyo de las dos urbes más importantes, el eje nacional de comunicaciones, una, y la más industrializada, la de mayor peso económico, otra?. Pero los días pasaban sin que la sangre dejara de derramarse por suelo hispano. Así que, juntos, decidieron marchar a Francia, donde mientras Morera tomó un barco rumbo a Centroamérica, los tres restantes buscaban acomodo en equipos galos. Cabanes, más prudente que otros muchos españoles, o con más suerte, se procuró documentación falsa y como francés estuvo jugando en el Metz. Elmer Berkessy fichó por el Athletic de Le Havre, y tras colgar las botas en 1938 iniciaría su carrera de entrenador en Francia, pasando también por Italia, España e Inglaterra. Entre otros clubes, sus pasos le llevaron al Ferencvaros, Vicenza, Biellese, Rosignano, Solvay, Pro Patria, Zaragoza, Avilés, Berschot, Real Club Deportivo Español de Barcelona y Centro de Deportes Sabadell. Los maños, público español que por primera vez lo viese en labores técnicas, se sorprendieron por sus voces y actitud gesticulante entre el banquillo y la línea de banda, nada usuales en 1951, que él importaba desde Italia. También en Zaragoza su concepto de la disciplina, casi tiránico, propició choques con la estrella del conjunto, el temperamental canario Rosendo Hernández. Puesto que entonces este tipo de disputas se saldaban como hoy, con traspaso del futbolista y finiquito para el entrenador, ambos hubieron de despedirse de Torrero y sus gélidas ráfagas en cuanto soplaba el Moncayo. Posteriormente, al ingresar en el británico Grimsby Town F.C. (1954), se convirtió en el primer manager extranjero de la Football League. Enraizado definitivamente en Barcelona, falleció el 9 de junio de 1993, a los 88 años.

György Silberstein Goldmann, para el fútbol “Szeder” (Cinkota, 23-II-1914), fue un atacante con olfato de gol, aunque sin suerte ni en el fútbol ni en la vida. En el fútbol porque durante la que pudo haber sido su gran temporada, todo fueron problemas. Y en la vida porque la barbarie hitleriana se lo llevó por delante.

Extremo izquierdo procedente del Soroksar de Budapest, tan sólo participó en un partido oficial, ante el Gerona, en el Campeonato Regional de Cataluña, (21-X-1934), anotando uno de los dos goles “culés” en campo gerundense. Y junto a él, algún amistoso: Ante el Gerona igualmente, como homenaje a Clará; contra el Iluro, en Mataró, donde volvió a marcar otro de los dos goles obtenidos por el equipo azulgrana; frente el Sants, y un cuarto y último choque contra el Tarrasa. Fu fichaje estaba envuelto en problemas, desde que la Federación Húngara, a instancias del Soroksar, su club de procedencia, se negara a proporcionar el pase internacional, al tiempo de reclamar su devolución con insistencia durante el mes de noviembre de 1934. Según aquellos federativos, no disponía de la correspondiente baja y como en diciembre la cuestión siguiera sin resolverse, el F. C. Barcelona optó por despedirlo, abonándole tan sólo el billete de vuelta a Budapest. Así lo confirmó el propio Szeder, mediante entrevista aparecida el 26 de enero de 1935 en “El Mundo Deportivo” barcelonés. A lo largo de aquel artículo reclamaba sus sueldos, mientras la Federación Húngara seguía empeñada en averiguar dónde habían ido a parar las 25.000 ptas. abonadas teóricamente por el F. C. Barcelona, que el futbolista jamás recibió. Igualmente, la Federación magiar no descartaba elevar el feo asunto hasta la FIFA. “Yo he venido a Barcelona dejando un empleo en Budapest, ilusionado por el contrato de un año, con posible renovación. Pero sólo he jugado un partido con el primer equipo ante el Gerona y cuatro con el reserva, compuesto por muchachos jóvenes cuyo juego no podía ligar con el mío”, adujo en la Federación Catalana de Fútbol, a manera de denuncia, por mediación de un húngaro residente en la ciudad condal brindado a ejercer como intérprete.

El diario húngaro “Nemzet Sport”, de Budapest, se ocupó extensamente del caso, explicando a sus lectores que la oferta de fichaje había llegado a través de un manager futbolístico especializado en contratar partidos y el traspaso de futbolistas. A Szeder le abonaron los gastos de desplazamiento y sólo una vez en Cataluña supo que el F. C. Barcelona habría satisfecho 25.000 ptas. Dinero que por supuesto nadie entregó ni al club de procedencia ni a él mismo. Ese intermediario  respondía al nombre de Paúl Fabián, y mientras se daba con su paradero desde la Federación Húngara recomendaron al atribulado jugador no moverse de Barcelona, sin recibir esos fantasmagóricos 5.000 duros, cifra nada despreciable para la época. Szeder, finalmente, viéndose sin dinero y perdiendo el tiempo, regresó a su país, enrolándose en el Budai la temporada 1935-36, antes de pasar al Budafok (1935-38), Ujpest (38-39), al Antibes de Francia (1939), y otra vez en Hungría al Nemzeti (39-40). Pero cualesquiera que fuesen las razones, aquella prometedora carrera perdió todo atisbo de brillo. Era como si la trastada del intermediario sin escrúpulos le hubiera robado parte de su antigua chispa. Como si junto a las 25.000 ptas. le hubiesen arrebatado también cualquier sed de triunfo. Aunque lo verdaderamente grave estaba aún por llegar.

Hijo de un matrimonio judío compuesto por David Solberstein e Irene Goldmann, nacido en lo que entonces era pueblo de Cinkota -años después absorbido por Budapest-, decidió cambiarse el apellido ante las dificultades que podrían derivarse de un sonido inequívocamente hebreo. Era judío y su condición social se fue agravando paulatinamente, a medida que el régimen húngaro abrazaba al fascismo hitleriano. Los 900.000 judíos del pequeño país se vieron reducidos a paupérrimas condiciones de vida. Las primeras leyes antisemitas, promulgadas en 1938, no iban a ser nada, habida cuenta de lo que sobrevendría tras la ocupación germana. Vejaciones en la vía pública fueron preludio de masivas deportaciones hacia campos de exterminio, durante 1944. Y en medio de tan tétrico panorama, el otrora futbolista simplemente fue otra víctima, entre decenas de miles, del bárbaro fanatismo que envenenó a más de media Europa. Lo que de él quedaba pereció, asesinado, en Birnbaum, actual Miedzychód (Polonia), el 1 de mayo de 1945, veinticuatro horas después de que Hitler se suicidara en su búnker, cuando la guerra estaba irremediablemente perdida para el Reich de los Mil Años.

Su sobrina, Eva Klein, aportó información para su registro en el “Yad Vashem”, Centro Mundial para el Recuerdo del Holocausto, en Jerusalén. Otros relevantes futbolistas asesinados por los nazis, no menos merecedores de un recuerdo como víctimas del “Shoá”, fueron el internacional holandés y delantero del Sparta, Rein Boomsma, en Neuengamme (Holanda); József Braun, internacional húngaro del MTK de Budapest, asesinado en Krakov (Ucrania); Eddy Hamel, extremo del Ajax de Amsterdam, víctima en Auschwitz (Polonia); el delantero Julius Hirsch, internacional alemán del Karlsruher, igualmente en Auschwitz; el polaco Antoni Lyko, delantero internacional del Wisla de Cracovia, en el mismo horror de Auschwitz; el internacional húngaro del Inter milanés Árpád Wisz, de quien se dice fue descubridor del mito “azurro” “Beppe” Meazza, igualmente en Auschwitz…

El fanatismo nazi durante la II Guerra Mundial se cobró la vida de Szeder, futbolista y ser humano sin suerte. En la imagen, amenazante cartel austriaco en los días de la anexión. También los húngaros nutrieron cumplidamente la cifra de masacrados por aquella locura supremacista

Podría decirse que algunos destinos parecen lastrados desde la cuna, y fatalidades como la de Szeder no hacen mucho por contradecirlo.

Al igual que Achts, tampoco es que luciera mucho el medio Buzzasy, flamante contratación del Real Madrid para 1935-36. Disputó un único partido correspondiente al campeonato mancomunado, lo cedieron al Granada, entonces en 2ª División, y transcurridos unos meses hizo las maletas sin haber demostrado nada.

Lo del extremo derecho Vilmos Kellemen, en cambio, tuvo mucho de caso para el estudio. Después de un debut fulgurante con la camiseta del Real Madrid, anotando 3 goles, los periodistas se las prometieron felices en sus crónicas, ante las grandes tardes que sin duda podían esperar. Sin embargo Kellemen se iría diluyendo como azucarillo en el agua, hasta el punto de que sus 10 goles en 12 partidos serían considerados “media engañosa”. Imposible saber si la entidad “merengue” hubiese contado con sus servicios para el futuro, de no haberse desatado la locura que habría de asolar al país durante tres años.

Reszo Kohut, uno de los húngaros contratados por el Valladolid después de que pasara por el Olympique de Marsella, probablemente hubiese continuado en la entidad, gracias a sus 10 goles en la categoría de plata. No era futbolista caro y se confiaba en él para mayores logros. Los acontecimientos del 18 de julio, naturalmente, se lo llevaron lejos de la capital castellana, hasta Francia de nuevo, donde suscribió contrato con el Cen, encuadrado en la 2ª categoría gala.

Por último el recorrido vital de Gyula Alberty Kiszelik, portero que debía retirar al gran divo Ricardo Zamora, fue distinto a todos los demás, aun compartiendo con Szeder ese tipo de final trágico que a cualquiera entristece.

Natural de Debrecen (4-VI-1911), había pasado por los clubes OBTK, Atila y Bocsay, hasta recalar en el Real Madrid cuando al “Divino” se le suponía para muy pocos trotes. Internacional en 8 ocasiones, gustó mucho el día de su presentación ante un combinado de futbolistas españoles, pese a encajar 6 goles (un homenaje a Ricardo Zamora celebrado el 20 de diciembre de 1934). Dejó en las arcas de su club de procedencia 12.000 ptas. en concepto de traspaso, era simpático, alegre, con don de gentes y facilidad para hacer amigos. El tipo de futbolista que la afición de cualquier época adopta en seguida como “uno de los nuestros”. Daba muestras de sentirse en la gloria, pese a jugar tan sólo 5 partidos de Liga en su primera temporada madridista, que elevaría a 15 en la segunda, cuando a sus 25 años los técnicos “merengues” ya lo miraban como hombre para el futuro. Había ennoviado con una madrileña, la capital le gustaba, parecía, en suma, dueño de un risueño porvenir. Pero llegó julio de 1936, y a mediados del mismo la gran zozobra, los gritos de “¡Muerte al fascismo!”, los “paseos” de madrugada, entre simulacros de juicio popular, las venganzas disfrazadas de patriotismo, el odio ponzoñoso y la suicida entrega de un gobierno renqueante a quienes disparaban sin ton ni son(1), o se sentían héroes fusil en mano, sin valor para mirarse en el espejo de su propia cobardía. La vida, en Madrid, era del todo imposible, y en tanto la normalidad no quedase restituida enhebró un presente en Francia, guarneciendo el marco del Le Havre, donde volvió a acreditarse como de garantía.

Alberty. Hubiera echado raíces en España de no haberle arrebatado la vida el tifus, cuando seguía compitiendo.

Pasados los días más sangrientos, con el avance por la cornisa cantábrica de brigadistas navarros, italianos enviados por Mussolini y tropas de Emilio Mola, regresó a Irún, con cuyo equipo estuvo jugando durante 1938. Tras continuar por el litoral cantábrico, acabaría desembocando en la portería del Racing ferrolano, proclamándose finalista de un torneo de Copa montado a toda prisa, entre futbolistas que cada club tomaba prestados de aquí y allá, en absoluta improvisación. Casado con su novia madrileña, sus raíces se hundían lejos del país natal y de ese modo, al reanudarse la competición en 1939 sin ser reclamado por el Madrid, se enroló en el Celta de Vigo, desde donde habría de pasar al Granada la temporada 1941-42. Allí le aguardaban unas fiebres tifoideas, precarios remedios médicos y la muerte, como resultado de todo ello, al despuntar la primavera de 1942.

Fue el único extranjero de verdad que regresó a nuestro fútbol con el triunfo franquista, puesto que Reboredo, aunque gozase de pasaporte argentino, había actuado hasta entonces como gallego y de igual modo siguió compitiendo con el Deportivo de La Coruña. De Alberty quedaría la estampa del voraz succionador de naranjas, puesto que devoto de los cítricos solía saltar al campo con una bolsa de fruta e iba succionando su jugo, recostado en un poste, cuando el balón se hallaba lo bastante lejos para no experimentar sorpresas.

Plattko, Alberty, Atchs, Berkessy, Buzassy, Kellemen, Kohut, Lojos, Szeder… Primeros futbolistas húngaros por nuestros pagos, o si se prefiere avanzadilla de una segunda oleada más numerosa, resultante del aluvión sangriento que iba a inundar Europa entre 1939 y 1945, o de la desmesurada reacción del Kremlin ante una pacífica demanda de más libertad, enseñoreándose de Budapest. Otras historias merecedoras de recuerdo con crespón negro, que tuvieron en Ladislao Kubala a su protagonista estelar.

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(1).- El socialista moderado Indalecio Prieto mantuvo serias discrepancias con Largo Caballero, exponente del área más radical y revolucionaria del mismo partido. Prieto siempre consideró un disparate armar a sindicalistas, anarquistas, y a facciones de la población civil más exaltada. Ya armados, grupos carentes de cualquier control irrumpieron en las cárceles para liberar a presos comunes aduciendo eran “víctimas de una sociedad injusta y desigual”. Parte de esos “indultados populares”, armados también, camparon a sus anchas hasta sembrar el caos por todo el asfalto urbano. Un día, varios milicianos se presentaron en la Cárcel Modelo, exigiendo a su director por la fuerza de las armas, les entregase a los presos derechistas más significados, que procedieron a fusilar de inmediato. Casi en paralelo, otros milicianos disparaban desde una terraza contra los encarcelados por hostilidad hacia la República, mientras paseaban por uno de los patios. Aquella especie de tiro al blanco en caseta de feria se tradujo en el asesinato de otra docena de internos. Cuando Prieto tuvo noticias del suceso, se limitó a comentar: “Hoy hemos perdido la guerra”. Y fue profético. Porque aunque todavía restaran 30 meses de tiros, sangre, odio y lágrimas, la descomposición republicana no había hecho sino empezar. En Inglaterra, Francia y los Estados Unidos, luego de que sus cancillerías se hicieran eco de la persecución a clérigos y religiosos, sobre el proyecto de convertir la pretendida reforma agraria en colectivización al estilo soviético, o ante la evidencia de llevarse a cabo incautaciones a viva fuerza, sus respectivos gobiernos concluyeron poniéndose de perfil ante las solicitudes republicanas de ayuda internacional. El temor a encontrarse con la puerta del Mediterráneo convertida en un calco soviético, llevó a ver en los militares sublevados una posible solución mejor. La República acababa de amartillar varios clavos en su propio ataúd.

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