Futbolistas 4 – Clubes 0 (primer tiempo)
De José Ignacio CorcueraDesde que en 1926 el fútbol patrio fuera declarado actividad profesional, hasta mediados los 80, el limbo legislativo por donde deambularan los hombres del balón acabó convirtiéndolos en vasallos, mientras sus clubes se transformaban en señoríos feudales. Hoy nos sorprende la existencia de países donde el contratante requisa pasaportes y documentaciones a muchos empleados, convirtiéndolos de facto en mano de obra semiesclava. Pues bien, durante más de medio siglo, los entes federativos de casi toda Europa, incluida España, apuntalaron disparates muy similares entre dictámenes de obligado cumplimiento, por más que chirriasen ante cualquier ejercicio de Derecho comparado. Los futbolistas de elite, incluso los más señeros, pudieran ser vistos por la ciudadanía como ricos prematuros, caprichosos y hasta indolentes, cuando en realidad no dejaban de ser aves vistosas, encerradas en jaulas de oro. Porque, sujetos a la conveniencia o el albur de sus clubes, atados a ellos de por vida útil si así se antojara al mandamás de turno, venían a ser por cuanto al pisoteo de sus propias voluntades, algo así como siervos atados al amo en pleno siglo XX.
Entre nosotros, además, invocar derechos ciudadanos hasta el despunte de los 80 comportaba riesgos. El régimen devenido de la Guerra Civil, autoritario e inmovilista, hacía gala de una visión muy particular al respecto. Imperaban las obligaciones, la afección incondicional, y cada verso suelto era visto como cacofonía en rima asonante. Sólo tras la defunción del dictador, cuando no pudo sostenerse aquella organización vertical, apuntalada sobre un culto cesáreo a la figura de Francisco Franco, los obreros -“productores” en la jerga del régimen-, las mujeres -mayoritariamente confinadas en el hogar o las sacristías- y los futbolistas de 1ª y 2ª División -según la prensa “nuestros ases”- iniciaron su particular revolución, con ritmo dispar y mediante fórmulas diversas. Para todos ellos en particular, y más en abstracto para otros colectivos, la constitución del primer gobierno socialista al rebufo de una sainetera intentona golpista, constituyó magnífico acicate. Corría el otoño de 1982, cuando con la más alta participación democrática posfranquista (el 79,97 % de votos emitidos), Felipe González, como cabeza de lista en el PSOE, era elegido presidente por el 48,11 % de los votantes, siguiéndole el líder del Partido Popular con casi la mitad de escaños.
Convencidos de que había llegado su momento, los jugadores de fútbol agremiados en una “AFE” revitalizada tras superar días de indefinición, desplantes y tomaduras de pelo, volvieron a la carga con el denuedo de quienes llevan tragada mucha hiel. Así las cosas, hicieron suyo el axioma de los entonces denominados sindicatos de clase: “Pidamos la luna y contentémonos con unos rayos de sol”. En otras palabras, a las demandas de antaño, desatendidas una y otra vez desde la patronal, incluso tras comprometer su cumplimiento, unieron otras de mucho más difícil encaje. Vaya, como ilustración, el desglose de reivindicaciones extraído del formulario sindical.
Por no variar, los clubes siguieron en sus trece sin renovar siquiera el ya pretérito argumentario: “Están decididos a cargarse el fútbol. Por ceder a sus demandas, nos han arruinado. El público lleva tiempo desertando de los estadios, mientras los causantes del problema continúan mostrándose insaciables. ¿Cómo vamos a encarar nuevos gastos, mientras crecen los números rojos?. Si tan listos son, que constituyan cooperativas y tomen las riendas de sus clubes. En cuatro meses, la petanca o el parchís nuevo deporte nacional”.
Hubo reuniones a dos e incluso tres bandas, mientras Pablo Porta, todavía presidente federativo, aunque de salida, embridado primero, y sometido a cerco político y mediático después, siguiera comportándose con olímpico desprecio desde su búnker en la calle Alberto Bosch. Un inútil subir y bajar escaleras, disimulando las ganas de no hacer nada desde los clubes, mientras al colectivo de jugadores se le agotaba la paciencia. Así las cosas, el sindicato AFE presentó demanda de conflicto colectivo, a renglón seguido de que sus miembros votasen la posible declaración de otra huelga. El 4 de setiembre de 1984, todas las cabeceras periodísticas se hicieron eco del último saldo, escuetamente: 551 partidarios del parón; en contra 37, y 7 abstenciones. Saldo abrumador, que desmenuzado en detalle ofrecía otros matices.
Cada plantilla profesional fue llamada a la mesa, y allí, uno a uno, los futbolistas fueron depositando su voto. Muchos jugadores, todavía sin equipo al no haberse iniciado la competición, quedaron sin ejercer su derecho, por más que asistieran a la Asamblea. Tampoco se trataba de votar sí o no a la huelga, dejando para más adelante fecha y exigencias, sino de elegir día y mes, una vez aprobadas las demandas. Y sobre este capítulo, el resultado fue el siguiente:
Partidarios de convocar la huelga el día 9 de abril. – 372.
De llevarla a la práctica el día 30.- 163.
De declararla dentro de dos meses. – 16.
Contrarios a la huelga en cualquier fecha. – 37.
Abstenciones sólo 7.
Triunfaba la idea del ataque fulgurante, sin dar tiempo a que los clubes se organizaran, conscientes de que el chantaje y las presiones pudieran muy bien cernirse sobre todos en muy distintas formas. Si la huelga triunfaba, conforme preveían, imperaba el convencimiento de forzar la definitiva intervención del Consejo Superior de Deportes, es decir de la política, luego de que el programa del nuevo presidente de gobierno contemplase drásticas reformas en la organización y composición de las áreas cultural y deportiva. Por cierto, la plantilla del Real Valladolid quedaba señalada, al no secundar la convocatoria huelguista.
A la salida de aquella reunión, distintas voces mostraron sus puntos de vista. Juan Gómez “Juanito”, estrella internacional del Real Madrid, fiel a su estilo se expresó sin pelos en la lengua: “El diálogo no sirve. Hemos llegado a esta situación porque sólo las medidas de fuerza hacen funcionar a la gente en este país, o al menos logran que algunos muevan el culo en los despachos. Las palabras estaban agotadas en la AFE, puesto que ni la Administración ni la Federación nos hacían ningún caso. Ha sido una decisión muy pensada y no creo que nadie incumpla lo acordado. Tampoco temo represalias; cuando la gente está unida como nosotros, no hay miedo”.
Abel, atacante del Hércules, cifraba su esperanza en la unidad sindical como antídoto de posibles represalias. “Hemos tomado una decisión muy dura, porque estamos convencidos de su necesidad ante nuestras graves diferencias con la Administración y los clubes. Nos están negando derechos comunes a todos los trabajadores, de ahí esta huelga que va a ser larga y dura”.
Aitor Aguirre, ariete del Athletic Club y Racing de Santander, cabeceador temible en sus remates a pecho descubierto, tampoco tenía miedo ante el previsible conflicto: “El futbolista, llegados a este punto, ya no teme nada. El público debe entender que tenemos derechos, como cualquier otro colectivo. Y no, no veo solución, al menos de cara al próximo domingo. Lo que no se ha conseguido en cuatro años es improbable pueda lograrse en una semana”.
Miguel Ángel, portero gallego del Real Madrid, mostraba mayor preocupación ante el sentir del público, que hacia unas improbables represalias o la irrupción de esquiroles. “Debemos comunicar claramente nuestras pretensiones, justo lo que no se hizo otras veces, cuando se indujo a pensar que obrábamos por capricho. Si la gente profundizase un poco, estaría de nuestra parte”.
César, también guardameta enrolado en el Hércules, consideraba a la ordenanza laboral primer caballo de batalla. Y como otros muchos compañeros, negaba que la huelga se convocara para beneficiar a los poderosos: “Si no se ha llegado a nada en tantos meses, sería un milagro alcanzar acuerdos en cuestión de días. Esperamos mejoras en el sistema de Seguridad Social, en la ordenanza laboral y de índole fiscal. Presionar es la única salida, sobre todo ante la Administración, quizás quien más deba moverse ahora. El plante nos beneficia a todos”.
Ángel de los Santos, hombre hecho a sí mismo, redimido por el fútbol de una infancia, hasta el punto de cursar el bachillerato y una carrera universitaria mientras pateaba el césped, tampoco veía factible cualquier solución inmediata. “La huelga en principio es indefinida, aunque esperamos no resulte muy larga. Ya sé que ante ellas alguien siempre se siente perjudicado. Nosotros mismos fuimos víctimas muchas veces, con las de los pilotos aéreos, por ejemplo. El público debe entender que no vamos contra ellos, sino en favor de un deporte que es de todos”.
Juan Señor, cotizado internacional del Real Zaragoza, modosito pero certero en sus dardos, deambulaba entre la confianza y un comprensible recelo ante la posible manipulación del público, orquestada desde los medios informativos: “El comité de huelga está dispuesto a negociar, siempre que el acercamiento se lleve a cabo en términos razonables. Pero me gustaría arrancar de una vez todos esos prejuicios sobre nuestro colectivo. Que si somos millonarios, que si esto o lo otro. Soy muy consciente de que el público y los socios van a ser los primeros perjudicados, y les pido comprensión. No vamos a la huelga para sacar más dinero, sino reivindicando condiciones laborales que a ellos ya les asisten”.
Moré, capitán del Real Valladolid, concernido por el no a la huelga de sus compañeros blanquivioletas, quiso salir del atolladero ante el redactor vallisoletano José Miguel Ortega, obviamente sin conseguirlo: “Los jugadores del Valladolid estamos satisfechos con el comportamiento del club y la seriedad con que afronta sus compromisos. Pero esta situación atañe a todo el ámbito profesional, y desde el primer momento aseguramos nuestro pláceme a la opinión mayoritaria”. Como es lógico, Ortega quiso saber si no era cierta su negativa a significarse como huelguistas. Y Moré, centrocampista fino, optó por lanzar balones fuera con la espinilla: “El voto fue individual y secreto, de modo que no caben las especulaciones sobre si apoyó una cosa u otra”.
Surgían, obviamente, los primeros temores a verse señalado. Porque tanto José Ortega, como la casi totalidad del gremio futbolero, estaban al corriente sobre el mayoritario “no” de aquel elenco. Así que 24 horas después, el propio Moré volvía a plantarse ante los medios, como portavoz del elenco, negando la mayor: “Aunque los profesionales de este club no tengamos queja del trato que se nos dispensa, ello no implica desacuerdo sobre las medidas de reivindicación expuestas por la AFE. De manera que, si bien el voto fue individual y secreto, en evitación de equívocos o situaciones desagradables, no tenemos inconveniente en aclarar que la mayoría del equipo respaldó la huelga con su voto afirmativo”.
Puro arte de birlibirloque. Votaron “no”, creyendo eludir problemas, y cuando esa postura los colocaba en delicada situación ante sus compañeros, se desdecían en público. Ante la abrumadora victoria del “sí”, aquellos 37 noes carecían de dueño.
Los clubes, entre tanto, desde el otro lado de la trinchera se echaban las manos a la cabeza. El Elche C. F. debía viajar hasta Alicante para enfrentarse al Hércules en partido de rivalidad. No había sido buena la pretemporada ilicitana, y ello repercutía en la libranza de abonos. Un buen resultado ante los de la capital, con toda seguridad animaría a los renuentes. De ahí que un portavoz sintetizase: “La peor noticia en el peor momento. Pase lo que pase, el mal ya está hecho”.
Para el gerente del Valencia, la medida era “exagerada, porque así no van a ver resueltas sus reivindicaciones”. El presidente del bilbaíno Athletic Club, bragado en la gestión empresarial, tras considerarlo “un mal para el fútbol en general, y sobre todo para el aficionado”, no dejaba de reconocer alguna razón en el hartazgo de los futbolistas: “Comprendo que quienes no han cobrado quieran soluciones, y no buenas palabras. Me refiero a jugadores de todo el ámbito nacional”. Su colega en el Real Zaragoza distribuía culpas casi equitativamente: “Entre todos estamos maltratando al fútbol, y eso puede traer consecuencias. Entiendo las peticiones, pero confío en que el plante no llegue a producirse”. El máximo mandatario del Hércules evaluaba posibles pérdidas, luego de haber cosechado un triunfo a domicilio en La Romareda: “Justo ahora, en un magnífico día para la taquilla. Con dos positivos y cuando toca recibir a la hinchada de nuestros vecinos. Esta medida afecta sobre todo a los clubes económicamente pobres”. Luis De Carlos, cabeza visible de un rico, como teóricamente era el Real Madrid, también se aferraba al paño de lágrimas: “Coloca a nuestro fútbol en su posición más crítica. Si ya atravesamos momentos de especial gravedad, ahora la situación pudiera hacerse irreversible. Tanto el Comité de Fútbol Profesional como los clubes, deberíamos haber conocido las pretensiones de la AFE mucho antes. Ahora no hay tiempo para hablar con tranquilidad. Además aquí nadie ha tenido en cuenta al público, y su reacción puede resultar peligrosa. A ver si matamos la gallina de los huevos de oro”.
El presidente blanco olvidaba que desde el sindicato AFE venían alzándose voces desde hacía cuatro años, y que la patronal, constituida primero en Asociación del Fútbol Español, y luego en Liga de Fútbol Profesional, comprometió acuerdos a la postre incumplidos, mientras desde la Federación Española Pablo Porta seguía declarándose incompetente ante ambos bandos. Otros mandatarios también negaban la mayor. Como el vicepresidente del Murcia, Juan Valverde: “Lo de la huelga es un absurdo; están equivocados. Ciertas reivindicaciones no me parecen mal, pero esos aspectos no puede resolverlos ningún club”. A Gabriel Rojas, presidente del Sevilla, todo se le antojaba nefasto: “Un error absoluto. Y reconozco que su declaración me ha pillado por sorpresa”. El directivo “colchonero” José Manuel Caro, ante el retiro vacacional de Vicente Calderón, coincidía en que el conflicto llegaba “en un momento inoportuno, dada la abundancia de contratiempos. No niego su razón en algún punto, pero estimo que el tronco de esas reivindicaciones compete a la Administración”. Fermín Ezcurra, ejemplo de gestión ateniéndose al equilibrio financiero, opinaba que “una situación así no se arregla por la fuerza, sino alrededor de una mesa, exponiendo claramente qué puede concederse y lo que resulta imposible”. El máximo responsable bético, Martínez Retamero, si bien aseguraba vio venir el plante, nunca pensó pudiera contar con la anuencia de casi todos los futbolistas. Y añadía: “Desde luego, vendieron bien su mercancía. No los futbolistas, sino quienes han promovido el desatino. Aunque en su amplia mayoría esas reivindicaciones no competen a los clubes, sino a la Administración. Las que afectan a los clubes son del todo inaceptables, como su participación en las quinielas o cada retransmisión televisiva. Aseguran cobrar poco, ¿verdad?. Pues muy bien. Si les parece podemos hacer públicos los ingresos de cada uno, para ver qué considera la opinión pública”.
El donostiarra Erostarbe (seudónimo de Javier Aranjuelo), periodista de cuerpo entero, se mostró incisivo sondeando la impresión del presidente blanquiazul, más afectado que otros, como club de cantera, si se aboliese el derecho de retención. Y obtuvo una respuesta clara: “En ese punto concreto podemos salir muy perjudicados. Cuidamos nuestra cantera al máximo nivel, como prueban los resultados, promoviendo nuevos valores futbolísticos. Hacemos de ellos profesionales bien remunerados. Pero se nos limita esa tarea si, cuando empiezan a triunfar, debemos prescindir de los más destacados. Entonces apaga y vámonos, porque resulta que se nos irán los verdaderamente buenos, mientras debemos respetar hasta su término los contratos de quienes no sobresalgan”.
Con el propósito de discutir el problema global y sus particularidades más específicas, el gijonés Vega-Arango, presidente de la Liga de Fútbol Profesional que tenía convocada una reunión de su Comité Ejecutivo, decidió invitar a todos los presidentes de 1ª, 2ª, 2ª División “B” y 3ª, con carácter de urgencia. Se avecinaba un duelo al sol, o en el OK Corral, por evocar títulos del “far-west” hollywoodense.
Pero, ¿qué era la AFE durante esos días, luego de varios proyectos de huelga revocados a última hora, con una acampada de futbolistas ante el portón federativo, exigiendo liquidar deudas, y sin apenas afiliación entre el amplio contingente de extranjeros emigrados a nuestro fútbol?.
Se había constituido el 15 de febrero de 1978, y entonces el universo futbolístico se lo tomó como ocurrencia o humorada. Trascurridos algo más de 6 años, y luego de muchas vicisitudes, contaba con 1.200 afiliados entre todas las categorías, siendo su presidente Juan José Iriarte, y los vicepresidentes el futbolista activo Jesús Mª Zamora (Real Sociedad) y Romero Rivas. También eran futbolistas sus vocales Juan Gómez “Juanito”, Juan Señor, Gordillo, Aitor Aguirre, Quique, Mantilla, Alfonso Abete y González Movilla, conocido en las alineaciones por su segundo apellido. La secretaría general corría a cargo del “merengue” Ángel de los Santos Cano, en tanto actuaba como gerente sindical José Luis López, encargo de la coordinación general. El departamento de publicidad corría a cargo de Sánchez Barrios, centrocampista de ataque poco después despedido en medio de una densa polvareda, y los abogados Fermín Bretón y Ricardo Recuerda detentaban la asesoría jurídica. De la administración general se ocupaban cuatro empleados. Tan sólo cobraban de la AFE, como trabajadores en nómina, 9 personas: su gerente, Sánchez Barrios, los abogados y el personal administrativo. Toda la cúpula directiva trabajaba desinteresadamente, en lo económico. El alquiler de la sede suponía un costo anual de 923.320 ptas., y aquellos 9 asalariados desarrollaban su tarea ininterrumpidamente de 8 de la mañana a 6,30 de la tarde.
Los ingresos sindicales dependían casi al 50 % de las cuotas sociales -incluidas las de algún jugador retirado-, y el “marchandising”, reducido éste a poco más que los derechos sobre una simpática mascota, impresa en barajas infantiles, camisetas y material escolar. Los réditos financieros, aun en momentos de alta remuneración a los depósitos, apenas constituían una nimiedad. Y desde hacía tiempo, la AFE reclamaba a la FEF un censo fiable de futbolistas en todas las categorías. O sea el desglose de clubes y plantillas, negado sin ningún argumento desde el círculo del para entonces cuestionadísimo Pablo Porta. Una herramienta por demás necesaria en el devenir de cualquier sindicato, como fácilmente se entenderá. Esos 1.200 afiliados se distribuían de este modo: 850 de 1ª, 2ª y 2ª “B”, con 350 militando en 3ª, categoría en principio no profesional, o ya retirados de la práctica activa. Estos últimos, los que colgadas las botas seguían contribuyendo, ascendían a 25. José Luis López, su gerente, había manifestado no ha mucho cierta insatisfacción sobre la cifra de afiliados, “porque debían estar todos los jugadores profesionales. Me parece ilógico que si las ventajas conseguidas redundan en beneficio general, los medios económicos imprescindibles para su consecución corran a cargo de unos pocos. Lo natural es que la afiliación continúe incrementándose”.
El propio José Luis López denunciaba las artimañas de ciertos clubes con sus jugadores más jóvenes: “Sé que están tomando represalias, si deciden afiliarse. Hay equipos donde la sindicación está muy mal vista”. Obviamente, tampoco podían pedirse heroicidades a los recién llegados, bien de los equipos filiales o tras un par de años cedidos con ficha amateur. Otro problema, como se ha dicho, lo representaba un amplio espectro de extranjeros. Entre ellos, los más proclives a integrarse eran los sudamericanos, con Argentina, a la cabeza. Jorge Valdano, Kempes, Amarilla, Calderón, o Metgod, por ejemplo, eran miembros de pleno derecho. Muchísimo más tibios, los súbditos de la hoy desmembrada Yugoslavia. Y el resto ni se daban por aludidos, salvo raras excepciones, al contemplar nuestro país como una opción entre lo turístico y profesional, sin otro propósito que hacer caja. Los alemanes Schuster y Uli Stielike, dos estrellas de relumbrón, rechazaron abiertamente el carné, si bien el segundo se brindó a ayudar en lo posible, si así se lo pidieran. Diego Armando Maradona, por su parte, jugó en Vigo ante Rumanía con la selección de la AFE, el partido de carácter recaudatorio. Adujo, entonces, que la AFE era una buena causa, pero cuando le propusieron afiliarse nada quiso saber del asunto, pese a la reiteración de llamadas telefónicas. Por cuanto a clubes respecta, los más implicados eran Real Sociedad y Athletic, ambos con toda la plantilla afiliada. En el polo opuesto destacaban Real Club Deportivo Español y F. C. Barcelona. Para el ejercicio en curso, la AFE pretendía ser consecuente, no organizando el partido entre su selección y otro potente equipo. Entendían que roto el acuerdo entre sindicato y clubes, tampoco era cuestión de poner en un brete con sus respetivas entidades a los seleccionados. Coherencia supina, y respeto hacia los suyos.
Desde el otro lado de la trinchera, los clubes acudieron al llamamiento de Vega-Arango dispuestos a dar batalla, aunque ello implicase una inmolación numantina. Si los profesionales se negaran a jugar, disputarían la jornada con sus cuadros juveniles. ¿Qué estaba prohibido reventar huelgas legales de ese modo?. Pues muy bien, a ver si la Administración, tan concernida como ellos mismos por el despliegue de reivindicaciones, tenía el cuajo de sancionarles. “¡Si quieren guerra, nosotros tenemos mejores armas!”, aseguran se escuchó en pleno debate.
La huelga constituyó un éxito, aunque hasta la víspera siguiera especulándose sobre la posibilidad de una desconvocatoria. Hubo plante de los profesionales, sin que desde los clubes pudieran hacer otra cosa que contabilizar pérdidas. Si los libros mayores del fútbol ya estaban sobrecargados de tinta roja, aquellos partidos sin espectadores, entre formaciones de juveniles forzados a competir por pura cerrazón mental y contraviniendo la Ley de Huelga, aún acentuaron déficits. Hubo que pechar con gastos de desplazamiento, minutas arbitrales, salarios de porteros, acomodadores y empleados de taquilla… Una ruina, por demás perceptible. En el partido At. Madrid – Osasuna sólo se recaudaron 387.000 ptas. En el Hércules – Elche, medio millón raspado. Apenas 330.000 en el Valladolid – Racing. Sólo 400.000 en el F. C. Barcelona – Zaragoza, y la misma cifra en un Sporting – Real Madrid que disputado con los primeros equipos debería haber registrado cifras récord. En el Real Murcia – Betis, 300.000. El campo más poblado fue Mestalla, hasta arrojar un saldo en taquillas de 775.000 ptas., midiéndose los juveniles valencianos a los del Real Club Deportivo Español. Muy cerquita por cuanto a cifra, el tesorero del Sevilla contabilizó 750.000 rindiendo visita los cachorros bilbaínos. El sonrojo más intenso se lo llevó el contable de la Real Sociedad: 100.000 ptas. justas, en su desvirtuado partido ante el C. D. Málaga. En muchos campos no hubo ni para cubrir la factura arbitral. Eso en 1ª División, porque en 2ª faltaron pañuelos con los que enjugar tantísimo llanto.
Otro damnificado colateral fue el Patronato de Apuestas Mutuas, el 1-X-2, para entendernos. Porque el desplome en la recaudación quinielística, ante la incertidumbre que envolvía esa jornada, resultó apabullante. Sólo 522.836.505 ptas. Casi mil millones menos que lo ingresado esa misma fecha el año anterior. Y de rebote, la onda expansiva alcanzaba también al “Botabola”, denominación de la quiniela portuguesa. Porque como su selección nacional disputaba un partido ante Suecia, clasificatorio para el Mundial-86, se había optado por incluir en sus boletos partidos de nuestra Liga. Las noticias sobre el conflicto entre clubes y AFE lógicamente traspasaron lindes fronterizos desde Tuy, Fuentes de Oñoro, Badajoz o El Rosal, de modo que la incertidumbre también hizo presa en los apostantes lusos. Jornada negra, en suma, para los quinielistas ibéricos y sus respectivos organizadores.
Por cuanto respecta a nuestro Patronato, sus dirigentes ya llevaban algún tiempo anticipándose a los acontecimientos. Si cuatro años antes todo les pilló de improviso, esta vez no, al menos en lo tocante a lo organizativo. Que iba a producirse una sustancial merma de ingresos, lo daban por descontado. Si en 1980 la recaudación sufrió un recorte de 400 millones, dándose por supuesto que a última hora se alcanzaría algún acuerdo, en setiembre de 1984, después de subir el precio de cada apuesta y ante la firme convicción de los jugadores de fútbol, el desplome por fuerza debía ser mayor. Pero habría quinielas. Nada de anular la jornada, puesto que se había habilitado un método para que los niños de San Ildefonso cantaran cada resultado, extrayendo bolitas de un bombo. Este procedimiento se había inaugurado el 6 de setiembre de 1981, ante otro conflicto. El número de unos, equis y doses encerrados en el bombo correspondía a la media de sus respectivas frecuencias durante la temporada anterior. Quedaban pues al albur de la casualidad, y no del potencial deportivo, los resultados en choques de fácil pronóstico, cuando menos en teoría. Y eso, claro, ahuyentaba a los peñistas mejor organizados, a los inversores, antes que amantes del fútbol o devotos de un club, puesto que existían agrupaciones con gestión profesional, garantes de opíparos rendimientos. Aquella primera vez, el sorteo ofreció 8 “X” y ningún “2”. Hubo aplausos en el salón, ante el imaginario empate del Real Madrid en Atocha, y los acertantes de 14 se convirtieron en millonarios, bien es verdad que por los pelos. En vísperas del nuevo sorteo, los responsables quinielísticos distaban mucho de tenerlas todas consigo.
Para empezar, esa huelga pudiera ser un simple temblor de tierra, preludio de ulteriores erupciones volcánicas. Tanto el sindicato AFE como la Liga de Fútbol Profesional, pedían con boca de fraile sin pararse en mientes. Los responsables sindicales amagaban de continuo con exigir una parte del pastel quinielístico, entendiendo que sin su concurso no habría sobre qué apostar. Paralelamente, los clubes reclamaban a través de la LFP elevar su percepción del 1 % sobre lo recaudado, hasta el 5 % como mínimo, y ya había voces adelantando que una vez cubierto ese primer logro, la meta debía fijarse en el 10 %. “Si no tragan, acudimos a los tribunales para que desautoricen la utilización de nuestros equipos -llegó a exponer cierto portavoz de club-. O mejor aún, registramos un consorcio, damos la patada al Patronato y nos quedamos con la quiniela”. En medio de tal panorama, los sorteos del día 9 de setiembre, en 1984, y la semana siguiente, el 16, con bolas azules, rojas y amarillas, estuvieron envueltos en no escasa desazón.
Dejó más detalles el sorteo del 16, puesto que una suma de declaraciones cruzadas alejaron del foco informativo a la quiniela inaugural. Javier de Górgolas, administrador del Patronato de Apuestas Mutuas, y el notario Rafael Ruiz Gallardón, presidieron el sorteo que en virtud de la norma promulgada en el Boletín Oficial del Estado con fecha 15 de agosto, establecía tablas con 51 bolas rojas (“unos”), 30 azules (“equis”), y 19 amarillas (“doses”). Minutos antes de procederse al sorteo, se llevó a cabo la sustitución del bombo previsto, antiguo y lento, por otro más ágil. Ante unos 200 curiosos, Juan Campos y Mario Fonseca, niños de San Ildefonso, procedieron a la extracción y el canturreo. Estaban en juego el 55 % de los poco más de 471 millones recaudados. Una cifra equivalente a las de diez o doce años atrás, que acabaría saldándose en reparto de pedrea. Uno de los niños hizo saltar la carcajada cuando inquirió, muy serio, si había ganado el Real Madrid. “Pero hombre -le respondieron-, si tú mismo has sacado la bola”. Y él, impertérrito, requebró: “Ya, pero eso era de mentirijilla. ¿El Madrid qué ha hecho de verdad?”.
En resumen, los futbolistas se adelantaban en aquel partido contra sus clubes, con un golazo por la escuadra. Amparados en el desconcierto del adversario, siguieron bombeando balones sobre el área. La patronal evaluaba daños. Al Valladolid, las dos semanas de plante le habían costado 19 millones de ptas. Gonzalo Alonso, su presidente, presupuestó 14.000 socios, y sólo se habían expedido 12.400 carnés. Al inevitable desfase era preciso sumar la congelación de créditos bancarios, puesto que ante un panorama impredecible las entidades financieras optaron por cerrar el grifo. Afrontar el pago final por la contratación de Jorge “Polilla” Da Silva, se antojaba imposible en tales condiciones. Y sin el brillante delantero, adiós al sueño de prosperar en Europa, o lucir a su estrella por campos de tronío con la esperanza de traspasarlo a muy buen precio. El jugador, en cambio, se mostraba más optimista. “No creo que me devuelvan al Defensor de Montevideo -dijo-, porque a todas las partes nos interesa un acuerdo. Y tampoco me parece que los problemas económicos derivados de la huelga justifiquen mi retorno a Uruguay”. Su presidente discrepaba, al tiempo de encomendarse, para variar, a los santos celestiales y la buena voluntad de la plantilla: “La única posible salida pasa por superar la eliminatoria europea contra el Rijeka, y que en la siguiente ronda nos corresponda un equipo muy taquillero, puesto que esa eventualidad no fue presupuestada”.
Los jugadores acreditaban más visión de realidad que muchos mandatarios, porque “Polilla” Da Silva siguió siendo emblema blanquivioleta, hasta incorporarse al At. Madrid. El fútbol uruguayo estaba tan al borde de la quiebra que no podía permitirse el lujo de reabsorber a nadie, y la entidad castellana ni mucho menos vivía en solitario tanto apuro. En el Sevilla, la merma de taquillas supuso una devolución de las letras con que se pretendía pagar a la plantilla. El malestar se hizo tan evidente como para que el centrocampista Juan Carlos se entrevistase con la directiva, exponiendo el sentir de sus compañeros. Algunos precisaban el ingreso inmediato de cuanto se les debía, y otros, como Grande o Jiménez, a quienes se prometieron fichas del primer equipo, seguían cobrando como jugadores del Sevilla Atlético. De momento sólo cabía garantizar los salarios mensuales. Las primas de fichaje, que representaban la mayor cuantía, colgaban del alero. Hércules, Elche, Racing de Santander, Español, y sobre todo C. D. Málaga, frisaban la lipidia. Los portavoces de AFE exigían solución urgente sobre puntos trascendentales, como la constitución de un fondo de garantía salarial, ante antiguos y futuros impagos, el derribo del derecho de retención y suprimir los límites de edad para competir en 3ª, circunstancia que impedía el ejercicio profesional a muchos hombres en perfectas condiciones. Al mismo tiempo, Romà Cuyàs, Consejero Superior de Deportes, apretaba a los clubes y ponía en su punto de mira al periclitado presidente federativo Pablo Porta, un cero a la izquierda en su afán por seguir soldado a la poltrona, aunque ello implicase total inacción, difuminando su cobardía tras la Liga de Fútbol Profesional. Tan lamentable fue su comportamiento que el 14 de setiembre un jurista prestigioso, como Antonio Mª Muntañola, asesor jurídico del F. C. Barcelona, ya no quiso seguir mordiéndose la lengua.
“Aquí se acaba Porta y lo que él ha significado, porque no cabe duda que la Administración está decidida a sepultarle -dijo desde la Ciudad Condal, según recogiesen distintos medios-. Someterse al arbitraje del director general de Trabajo era entrar en la boca del lobo, siendo evidente que su dictamen iba a estar mediatizado, al emitirse bajo la coacción que toda huelga comporta. Algo que en rigor jurídico resulta inaceptable”. Añadió también que se estaba quemando a un hombre válido, como Vega-Arango, “mientras Porta trata de mantenerse al margen de la situación”. Y que a su modo de ver, la AFE optaba por “revolucionarlo todo, moviéndose a impulsos políticos, y no de índole laboral, puesto que sus reivindicaciones engloban a cuatro estamentos diferentes: La anulación del Real Decreto, al poder judicial; promulgar una ordenanza laboral, al poder legislativo; el Fondo de Compensación y Garantía, a la Federación Española; y el resto a los clubes. No se trata, pues, de una demanda laboral, sino política”.
Dispuesto a no dejar títere con cabeza, Muntañola arremetió también contra el sindicato de futbolistas, achacándole responsabilidad o funciones que ni siquiera competían a los colegios profesionales: “La AFE tendría que ser responsable sobre la profesionalidad de sus afiliados, es decir que los jugadores posean licencias profesionales, tal como sucede en el golf, el tenis y otros deportes, y así sería la primera interesada en mantener cierto orden”. Como colofón, añadía: “La actual situación está dirigida. Se trata de una conducta física de la Administración socialista, empeñada en apoderarse de las próximas elecciones federativas, paso previo a su propósito de hacer suyo todo el fútbol”.
Afirmaciones maximalistas y ampliamente discutibles, bajo cuya humareda ni mucho menos salía ileso un presidente visto desde la Administración, el colectivo de futbolistas y los propios clubes, como problema a extirpar. Por una vez, viendo al adversario tan dividido, desde la cúpula sindical deportiva se atisbaban tiempos mejores. Lo confirmaba entre líneas su cabeza visible, Juan José Iriarte, hombre humilde y franco, al concluir que el tiempo y la justicia estaban dándoles la razón. No solía prodigarse en los medios, y a diferencia de sus predecesores, Juan Manuel Asensi o Joaquín Sierra “Quino”, era futbolista oscuro, desconocido para gran parte de la afición, y por tanto sin apenas carisma popular. Razones que justifican de sobra algún apunte biográfico.
Navarro de Garralda, nació en marzo de 1954 y allá por setiembre del 84, estrenada la treintena, llevaba un año casado y tenía un niño. Desde el equipo infantil del Club Atlético Osasuna pasó a la cantera del C. D. Pamplona, coincidiendo en edad juvenil con jugadores como De Andrés, Satrústegui o Iriguíbel. Fichó luego por el Sabadell, desde donde lo cedieron al Barbastro y Mataró, antes de regresar a la disciplina vallesana. Ya fuera de la Creu Alta, buque hacia Palma para enrolarse en el R. C. D. Mallorca, Manacor y Constancia de Inca. Una vez se definió de este modo como jugador: “Bueno en 3ª, regular en 2ª “B”, de relleno en 2ª y pésimo para 1ª, puesto que nunca alcancé ese rango”. Al margen del fútbol había terminado la carrera de Aparejador, o como ya se decía entonces Arquitecto Técnico, y le faltaban tres asignaturas para culminar 4º curso de Arquitectura. “Tengo un poco abandonada esta carrera -se condolió al tomar las riendas sindicales-, porque en Palma no hay Universidad. El año pasado me matriculé en Barcelona, pero era imposible obtener provecho con tanto mar de por medio. Además, desde hace cuatro años estoy en la Escuela de Pintura Libre de Palma”. Hijo de albañil y con una madre que al crecer su descendencia empezó a trabajar de dependienta, políticamente se definía como hombre de raíces y principios. “Mis padres se sacrificaron mucho para que yo estudiase, de manera que ahora soy yo quien está en deuda. De ellos admiro su honradez, espíritu de superación, desprendimiento y buena voluntad. Siendo esa mi historia, me tengo por hombre de izquierdas, aunque no haya podido votar por cosas del censo. Es lo que tiene estar de paso”.
Abiertamente reconocía su déficit formativo. “Empecé a leer muy tarde, porque nuestro sistema educativo no impulsa el placer de la lectura. Mi primer tocadiscos lo tuve con 24 años, así que estoy en plena etapa de preparación, adquiriendo conocimientos que un día espero encauzar”. Como sindicalista, se veía “sin gran carisma, pero con la voluntad de articular una organización participativa, donde no se tomen decisiones por la voluntad de una sola persona, sino dejando que todos opinen”. Puesto que a cualquier hombre se le puede medir en parte por cuanto piensa de sus colaboradores y adversarios, sus palabras al respecto siluetaban a un joven cabal y ponderado. Para él, Cabrera Bazán, catedrático de Derecho, antiguo asesor del sindicato y paladín en la defensa de los futbolistas y sus derechos, era “un ejemplo a seguir, puesto que luchó por el alumbramiento de la AFE sin recibir todo el reconocimiento que merece”. Sobre Vega-Arango, presidente de la Liga Profesional, aseguró no conocerle mucho, “aunque presidiendo el órgano que aglutina a los clubes, tiene la misión de hacer que el fútbol evolucione hacia la modernidad. Lo malo es que no lo veo con fuerza suficiente”. Con relación a Quino, le faltaban epítetos laudatorios: “En mi opinión, una persona que a nivel humano te alegras de conocer. Su rectitud es admirable”. También tenía un alto concepto de Juan Gómez “Juanito”: “Valiente, sensible, y con una visión clarísima de lo que es el fútbol y cuanto representa”. Acerca de José Luis Núñez, presidente del F. C. Barcelona, se pronunciaba con una mezcla de admiración y reproche: “Ha hecho desaparecer del Barcelona aquel espíritu representativo de un pueblo, al convertirlo en una empresa mercantil. Económicamente, su buena mano parece envidiable”. Tampoco Romà Cuyàs, Consejero de Deportes, escapaba al análisis: “Sólo el tiempo dirá si su gestión es buena o mala, como ocurre con cuantos ocupan cargos políticos. Pero dentro de la moderación presumible en quienes administran un país, se esfuerza por solucionar problemas de difícil arreglo”. En cambio no aplicaba paños calientes con Pablo Porta, al afirmar: “Los hombres inteligentes se esfuerzan para que la sociedad evolucione, y él ha hecho lo contrario. La situación actual es fruto de su desastrosa gestión”.
Ni los clubes, ni la Liga de Fútbol Profesional, el sindicato de futbolistas y el partido político en el poder, soportaban ya la fútil prosopopeya de un presidente federativo invisible en momentos complicados, timorato a la hora de la verdad, empeñado en hacerse fuerte con la división de los demás, calculador, receloso y aferrado al sillón federativo con doble capa de pegamento. Sus días estaban contados, aunque ni futbolistas ni clubes ganaron nada con quien habría de sustituirle en breve. Y mientras el relevo tenía lugar, en la AFE no descansó nadie. Primero se interpuso una demanda contra todos los clubes, por atentar gravemente contra el derecho de huelga sustituyendo a profesionales por juveniles, cuando el contrato laboral de los primeros seguía vigente. Luego litigando contra el derecho de retención. Y entre una cosa y otra, viendo engrosar el caudal de afiliados.
Un tribunal condenó primero a los clubes por conculcación de derechos a sus trabajadores en huelgua. Otro, la Magistratura Nº 13, fechaba finalizando setiembre la ilegalidad del derecho de retención, por ser contraria al ordenamiento jurídico en materia laboral. Cierto que los clubes anunciaron de inmediato la interposición de un recurso, y que sobre el decisivo partido entre dos bloques tan antagónicos, aún quedaba pendiente de disputa el segundo tiempo. Pero mientras ambos elencos trazaban planes en sus respectivos vestuarios, acababa de subir otro gol al tanteador, anotado por la judicatura contra la patronal futbolística.
Esa segunda mitad se vislumbraba apasionante.