Extranjeros de antaño: primeras perlas exóticas en el fútbol español
De José Ignacio CorcueraLos escándalos de toda índole y las disputas más agrias vivieron en simbiosis con el fútbol pretérito, por mucho que hoy, desde la distancia, tienda a hacerse continua exaltación de virtudes y guante blanco en el deporte antiguo. Algunas de esas trifulcas tuvieron que ver, y no poco, con la presencia de perlas exóticas en el C. F. Barcelona. Sobre todo cuando éstas llegaron en tiempos de cerrojazo fronterizo a la importación.
Como ya se viera en estos mismos cuadernos, las malas artes pesqueras del Athletic bilbaíno por el mercado inglés, buscando erigirse en campeón de España, determinaron allá por 1911 las primeras medidas limitadoras a la contratación de extranjeros. Con ello, pensaron muchos ilusos, se daba carpetazo a un feo capítulo del ya por entonces deporte rey. Mera declaración de buenos propósitos, puesto que como habría de verse bien pronto, el ansia por alcanzar el éxito, la competitividad mal entendida y un paulatino olvido de las viejas virtudes éticas, reabrieron heridas tras cuatro años de aparente calma.
Tocaba a su fin la temporada 1915-16 cuando el Barcelona fichó a Garchitorena, inscribiéndolo como español. Nada sucedió en los 2 partidos disputados aquella campaña, pero durante la siguiente, el R.C.D. Español destapó lo que ya entonces fue calificado como «Caso Garchitorena». El muchacho era argentino, según se aseguró, y la documentación con que su club le hizo parecer español, tan falsa como un duro de plomo. El Campeonato de Cataluña estaba vedado a los extranjeros y Juan Garchitorena había intervenido en varios partidos. La Federación, por lo tanto, obligó a repetir aquellos encuentros, circunstancia a la que los azulgrana se negaron categóricamente. Su argumento, empero, ofrecía numerosos puntos flacos: Puesto que esa ficha había sido aceptada por la propia Federación Catalana, ¿a qué venía el intento sancionador?. ¡Por supuesto que la aceptaron! -rasgaban sus vestiduras los eternos rivales-. ¡Pero lo hicieron al mediar falsificación!. El caso es que bien fuera porque resultaba más fácil castigar al futbolista que a toda una entidad, bien por haberse hallado claros indicios de culpa en el argentino, si hemos de atenernos a lo publicado en su día, a Garchitorena se le prohibió jugar durante cerca de un año, hasta que en mayo de 1918 la Federación Española le autorizó a participar en el Campeonato de España. La temporada 1918-19 se saldaría para él, consecuentemente, con 3 únicas apariciones.
Lo sorprendente, sin embargo, es que a raíz de investigaciones realizadas 90 años más tarde, parece que Garchitorena no era argentino, sino natural de Filipinas, descendiente de españoles e inscrito en el consulado asiático como español. ¿Por qué, entonces, no hizo valer esta condición el club azulgrana?. ¿Con qué argumentos pudieron sustentar los federativos sus sanciones?.
Suponiendo que la documentación estuviese efectivamente manipulada, Garchitorena acababa de abrir la senda que medio siglo después seguirían los 60 sudamericanos incursos en el denominado timo del «falso oriundo». Futbolísticamente, como ocurriese más adelante con muchos de los falsos paraguayos, el inefable «argentino» aportó más bien poco. Pero eso sí, regaló un maletón de anécdotas.
Aficionado al whisky cuando semejante bebida era considerada rareza propia de snobs, hizo denodado proselitismo entre sus compañeros, quién sabe si para no beber solo, obteniendo, la verdad, pobres resultados. Era sumamente presumido y hasta para saltar al campo cuidaba el peinado con pasmosa pulcritud. En cierta ocasión, durante la disputa de un partido en el embarrado campo del España (situado detrás del actual Hospital Clínico barcelonés), renunció a rematar de cabeza una clara jugada de gol, por no ensuciarse el pelo. Con las damas era un auténtico artista. Sabía embobarlas gracias a su acento deliberadamente arrastrado, a su forma de bailar y a media docena de poses perfectamente ensayadas. Su sitio, entre una cosa y otra, más parecía hallarse en los salones de la alta sociedad que en cualquier irregular terreno de juego. Por eso nadie se sorprendió demasiado cuando dejó Barcelona para probar suerte en el Hollywood del primer celuloide. Allí hizo carrera artística como galán joven, con el nombre de Juan Torena, triunfó en plan play-boy y llegó a relacionarse sentimentalmente con la gran estrella Myrna Loy.
Todo un caso Juan Garchitorena, aún hoy lleno de borrones.
Algunas torres bien enhiestas del viejo Hollywood, donde el whisky corría a todas horas, se tambalearon a su paso sin necesidad de regates secos. Y es que cualquier regate vistiendo smoking y con un vaso largo en la mano, hubiera entusiasmado, por exótico, en aquella Babel mezcla de Gomorra, cuya vacuidad supo sajar sin anestesia el bisturí magistral de Scott Fitzgerald.
Pero Garchitorena, que conste, no fue un caso aislado de extranjero en territorio prohibido. Repasando alineaciones barcelonistas de 1924 encontramos a los ingleses Broad (2 partidos disputados), Duham (un partido), Hills y Lane. Probablemente todos se colaron por la gatera de residentes en la ciudad condal, único resquicio válido para que los extranjeros pudiesen vestir de corto entonces por nuestros campos. Y al año siguiente tropezamos con Héctor Scarone, para muchos el más grande futbolista uruguayo de la historia, así como uno de los mejores del mundo en su tiempo, si no el mejor.
Scarone, todavía máximo goleador de la selección uruguaya, gracias a sus tantos entre 1917 y 1930. En la imagen, mucho después de jugar en el Barcelona, cuando a su condición de vieja gloria unía la de entrenador.
El gran Scarone (Montevideo, 26-XI-1898) pudo haber sido el primer mito de nuestro fútbol si su participación no hubiera quedado reducida a 9 partidos, en los que por cierto anotó 6 goles. Interior con gran precisión en los pases y muy buen remate, no llegó a la ciudad condal para admirar sus bellezas arquitectónicas, sino tentado por un cebo de muchos duros. La prensa, como si no tuviera cuestiones más trascendentales de qué ocuparse en tan difíciles años, especuló sobre las condiciones de su fichaje y hasta se hizo eco de un posible boicot deportivo entre sus nuevos compañeros. Aunque todavía las competiciones oficiales se mantuviesen cerradas para los extranjeros, el Barcelona confiaba en la abolición de vetos. Venía moviendo sus hilos desde hacía algún tiempo, en pos de esas meta. Y algo, o alguien, debió hacerles creer que la prohibición caería, pues de otro modo no puede entenderse aquel fichaje. Scarone, por su parte, prefirió no esperar a la maduración de esos planes, puesto que a la relativa incomodidad por no estar presente en competiciones oficiales se unía otro problema aún mayor: el del profesionalismo. Nuestro deporte había sido declarado profesional pocos meses antes, luego de muy enconadas discusiones. ¿No corría riesgo su participación en los Juegos Olímpicos, al serle aplicado el estatus de profesional?. Prudentemente, dio marcha atrás. Le resultaba más cómodo el disfraz de amateur marrón en Uruguay, así como socialmente más ventajoso.
Años después, en la recta final de su carrera, pero revestido con mil laureles, sí aceptó encaramarse a la ley de oriundos impulsada por Benito Musolini. Ambrosiana (denominación antigua del Inter milanés), Palermo (entre 1932 y 1934) y de nuevo Ambrosiana (1934-35), le ayudaron a hacer caja en el «Calcio». Para entonces el vocablo profesional ya no asustaba.
Cuando el Campeonato Nacional de Liga echó a andar en febrero de 1929, la cotización de nuestros mejores futbolistas comenzó a subir como la espuma. Pura ley de oferta y demanda. Si el creciente interés de los aficionados por la nueva competición llevaba aparejado un mejor resultado en taquillas, y éstas, además, dependían sobremanera de la buena clasificación, parecía evidente que lo primordial era gozar de excelentes mimbres. Resultado: todos, en la medida de sus posibilidades, trataron de hacerse con los futbolistas mejor dotados, que al ser muy escasos, terminaron subiéndose a la parra.
Estaba claro que el mercado nacional no rendía lo suficiente. Si por lo menos se pudiera fichar a extranjeros, pensaron algunos. Y esa idea comenzó a cuajar, poquito a poco.
Fausto Dos Santos, perla brasileña del Barcelona en el arranque de los años 30, tampoco pudo debutar oficialmente en el Campeonato de Liga.
Uno de los más empeñados en pescar a mar abierta tornó a ser el Barcelona. Bien porque no lograba reverdecer laureles desde el campeonato inaugural, bien porque las más deslumbrantes estrellas nacionales cambiaban de aires evitando Las Ramblas, o quizás porque para aumentar sus recaudaciones precisara golpes de efecto, en el verano de 1931, convencida su directiva de que acabaría abriéndose el portón migratorio, la entidad azulgrana adquirió a los brasileños Dos Santos y Jaguaré, medio centro y portero, respectivamente.
Su llegada resultó apoteósica. Jaguaré Becerra de Vasconcelos, conocido durante su militancia en Vasco da Gama por Vasconcelos, y Fausto Dos Santos, para los brasileños Fausto, o «La Maravilla Negra», a causa de su excepcional habilidad, eran muchísimo más que dos perlas exóticas. El primero parecía encargado de sustituir al veterano Plattko mientras el segundo, araña tejedora del fútbol carioca durante el Mundial Uruguayo de 1930, se decía iba a acabar asombrando a Europa. Pero el mandamás azulgrana Antoni Oliver cometió con ellos una tremenda equivocación. Como las fronteras continuasen cerradas a cal y canto, la pareja sólo pudo airear virtudes en choques amistosos.
El guardameta cobraba 800 ptas. mensuales y Dos Santos 1.600, junto a Piera la cifra salarial más alta del Barcelona en 1932. Y puesto que a los sueldos debía añadirse lo satisfecho en concepto de traspasos, viajes y alojamiento, semejante esfuerzo económico acabó pasando factura. Aquella no era, precisamente, época de vacas gordas para el Barcelona. En diciembre de 1932, por culpa de una política inflacionista en fichas y el crac de 1929, cuyas consecuencias fueron percibidas más a la larga en nuestras coordenadas, se tuvo que dar de baja a los nacionales Piera y Samitier, así como a la pareja brasileña, que hizo las maletas sin esperar a la definitiva apertura, acaecida por fin un año después.
Jaguaré Becerra de Vasconcelos, buen guardameta con mala estrella, sólo pudo lucir en amistosos.
Jaguaré, campeón carioca en 1929, era una leyenda en el fútbol brasileño cuando participó con el Vasco en la gira europea que lo convertiría en culé. Su manera de atrapar los balones, con una sola mano, el hábito de arrojar el cuero contra la cabeza de cualquier atacante después de haber hecho una parada, para repetir la estirada en tiempos huérfanos de moviola, o el apodo de «Dengoso» (galán, presumido), que muy pronto acreditó le iba a medida, hablan por sí mismos de su concepto del espectáculo deportivo.
Pero es que aún hay más. Jaguaré ha pasado a la historia del fútbol brasileño, no por sus tres partidos como «canarinho», en los que salió a gol encajado por comparecencia, sino por haber sido el primero en utilizar guantes. Los conoció en Francia, durante la gira europea realizada con Vasco da Gama, y acabó llevándose dos pares a su país. Guantes de goma negros por fuera y rojos por dentro, de los que se hizo eco la prensa carioca, al constituir novedad(*).
Sin otro oficio que el fútbol, estiró sus facultades cuanto pudo, una vez fuera del Barcelona. Con 38 años aún seguía realizando palomitas en Francia. Y no debió hacerlo mal, puesto que conquistaría el campeonato de 1937 y la copa de 1938, ambos bajo el portal del Olympique marsellés.
Sin embargo la vida les tenía preparada una emboscada a ambos. Dos Santos tuvo que retirarse con 31 años, a causa de una tuberculosis que acabaría matándolo 3 años después. Y Jaguaré pereció en la miseria durante 1940, apalizado por la policía de Santo Anastàcio, ciudad interior del estado de Sao Paulo.
Para él, como se ve, sólo mediaron dos años entre la gloria del vivir día a día y el infierno de la extrema pobreza.
Conforme queda dicho, el Campeonato 1934-35 fue el primero a disputar con extranjeros. Pudieron alinearse hasta dos por equipo en 1ª y 2ª División. Y el Barcelona, que venía deseándolo desde hacía años, por fin pudo contar con una pareja. Sin embargo pocos clubes de 1ª apostaron por tan nueva posibilidad de refuerzo, según se acredita en el siguiente cuadro. Lógico, pues nuestro país no estaba ni en lo político ni en lo económico para hipotecarse en grandes fichajes.
Como un pasado tan lejano puede desdibujar referencias, bueno será repasar aquella realidad. Acababa de promulgarse la Ley de Vagos y Maleantes. Veía la luz el C. D. Alcoyano, que tan sólo década y media después haría célebre su moral sin desmayo. En el Teatro de la Comedia quedaba constituida la Falange. Con el advenimiento de la República se repatriaban solemnemente los restos del satanizado novelista Blasco Ibáñez, al tiempo que las mujeres accedían a la política. Como la risa suele ir por barrios, al banquero Juan March le sentaba malísimamente el vuelco en las elecciones municipales. Encarcelado en Alcalá de Enhares por las autoridades republicanas, lograría fugarse con el auxilio de dos funcionarios. La Guardia Civil daba muerte en la serranía de Ronda a «Pasos Largos», considerado último bandolero. La Junta Diocesana de Acción Católica protestaba en Barcelona por instalarse una exposición de desnudos artísticos en la estación ferroviaria de Sarriá. Según su punto de vista, semejante procacidad debería constreñirse a un recinto cerrado, donde los menores tuviesen terminantemente prohibida la entrada. En Argentina se establecía la semana laboral de 40 horas incluso para la agricultura, mientras por nuestro territorio la huelga del campesinado afectaba a 700 pueblos.
Por el resto del planeta tampoco se vivía en alegre carnaval. Fulgencio Batista, después de sublevar en Cuba a los suboficiales contra sus mandos, saltaba de sargento a coronel y se convertía en árbitro de su propia dictadura. Hartos de corrupción, tiroteos y enriquecimiento de las mafias, en los Estados Unidos abolían la Ley Seca. Luego de breve paréntesis volvía a recrudecerse la Guerra del Chaco, cuyas consecuencias (destrucción de archivos, incendios de registros, etc.) serían muy bien aprovechadas 30 años después para introducir falsos oriundos en nuestro fútbol. La buena noticia tuvo por protagonista a Lufthansa, al establecer en 2 días y 23 horas un asombroso récord de vuelo entre Berlín y Brasil.
En semejante marco, el C. F. Barcelona espigó a conciencia por el exterior. Morera (1932-1935), Loewinger (1933-34), Faccio (1933-34), Berkessy (1934-36), Enrique Fernández (1934-36) y Szeder (1934-35), costarricense, alemán, italiano, húngaro, uruguayo y austríaco, respectivamente, con más o menos fortuna aportaron su granito de arena hasta el estallido de la Guerra Civil. Luego, en plena negrura autárquica, cerradas otra vez las fronteras deportivas -y no sólo éstas, por desgracia para nuestra nación-, la entidad catalana volvió a cometer otro enorme error de cálculo con la contratación de un nuevo brasileño. Se llamaba Lucidio Battista Da Silva, costó 150.000 ptas. traerlo desde el Peñarol, cuando los sueldos a duras penas superaban las 1.000, y entre 1947 y 1949 sólo pudo vérsele en 3 partidos de Liga. El segundo de los Dos Santos, entregado a la vida muelle, acabaría descubriendo los más secretos rincones de la tolerante noche barcelonesa, remojada en champán y lentejuelas.
Lucidio Dos Santos, concluidas sus alegres vacaciones, puso rumbo hacia Oporto, antes de correr la banda por última vez en el Palmeiras. Luego, paradojas de la vida, acabó colocándose como policía en la Brigada paulista de Buenas Costumbres, Antivicio y Espectáculos. Es de suponer sabría desempeñarse bien en el cargo. Por falta de práctica no iba a quedar.
Lástima de perlas exóticas, sin apenas brillo en el estuche azulgrana.
.- (*) Los guantes no sólo eran herramienta desconocida para los porteros brasileños, sino por todo el ámbito latinoamericano. En el fútbol argentino ningún portero los había utilizado hasta que el internacional bilbaíno Gregorio Blasco, componente del exiliado Euskadi, defendiese la portería de River Plate en 1940. La prensa bonaerense dejó registrada, como era lógico, tan curiosa novedad.