RESUMEN:

Durante mucho tiempo, el fútbol no necesitó a los representantes de jugadores. Había de sobra con los intermediarios, por lo general gente del balón y su mundillo, antiguos árbitros, entrenadores sin mucha suerte, pícaros con florido discurso y negociantes de diverso espectro, que un día hallaron su particular beta aurífera en un compro, cambio y

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Intermediarios, representantes y timadores

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Durante mucho tiempo, el fútbol no necesitó a los representantes de jugadores. Había de sobra con los intermediarios, por lo general gente del balón y su mundillo, antiguos árbitros, entrenadores sin mucha suerte, pícaros con florido discurso y negociantes de diverso espectro, que un día hallaron su particular beta aurífera en un compro, cambio y vendo no muy distinto al imaginable en mercados caribeños de carne africana, allá por los siglos XVII y XVIII. En plena vigencia del derecho de retención, mediante el cual todo buen futbolista podía quedar atado a un solo club de por vida útil, los representantes, especialistas en ofrecer su producto al mejor postor, estrujar a presidentes y directivos o cantar las bondades del representado cual juglares del medioevo, no tenían razón de ser. Cualquier intermediario, en cambio, podía resultar utilísimo. Sólo se esperaba de ellos que fuesen activos correveidiles, formales con respecto al precio pactado, y buenos suministradores de gangas, deportivamente hablando. Su labor solía iniciarse con la obtención de un permiso para recolocar a prometedores amateurs, o muchachos ya cuajados de clubes en aprietos. Luego, tirando de agenda, aquellos “fenómenos” pasaban de secretaría en secretaría, de exhibición en exhibición, o sólo cuando ese intermediario gozara de incuestionable prestigio, se rubricaba el precontrato sin que los compradores hubiesen visto al futbolista mas que en retratos y recortes de prensa. Si el traspaso se producía de club a club, los compradores corrían con la minuta del intermediario. Si en cambio el futbolista hubiese comprado su propia carta de libertad, o se tratara de alguien con ficha amateur, era él quien se hacía cargo de gastos y comisiones.

De igual modo, máxime entre entidades modestas, acostumbradas a contratar jóvenes semiprofesionales con ficha amateur, o en libertad, tras recibir la baja del equipo precedente, no pocos entrenadores en el doble papel de secretarios técnicos y hombres del banquillo, exigían la correspondiente comisión a cuantos hubieran hallado cobijo en su elenco. Los líos de vestuario, muchas veces, empezaban precisamente por ahí, cuando el entrenador reclamaba su comisión a aquellos que no jugaban, o lo hacían poco: “Sí hombre -solían plantarse muchos-. Después de la encerrona que me preparó, pretende cobrar de mi bolsillo. ¿Acaso no me aseguró contaba conmigo, que aquí iba a jugar mucho? Pues mire, míster, cuando me haga sitio en el equipo ya hablaremos”. A menudo, esos jugadores con escasos minutos de lucimiento acababan mal. Bastaba que el entrenador cuchichease a la prensa, o al oído de algún directivo, que fulanito o menganito entrenaba desganado, que no se cuidaba o constituía un incordio, para acelerar su salida, antes de tiempo. Así las cosas, como el equipo funcionase y los resultados apuntalaran al técnico en su cargo, hasta los menos habituales en las alineaciones acababan tirando de billetera.

La diferencia fundamental entre aquellos intermediarios y los representantes de futbolistas consistía en que, los primeros, se debían tan sólo a los clubes, en puridad sus auténticos patronos, mientras los representantes vivían parasitados en su “cuadra” de jugadores. Dicho en otras palabras, demasiados jóvenes, a veces por falta de experiencia, otras embebidos en su muy legítima ambición de triunfo, se sintieron ninguneados o incluso estafados por aquellos a quienes otorgaran poderes.

Buena parte de los intermediarios alcanzaron a degustar sus días de vino y rosas durante los decenios del 50, 60 y 70, en el pasado siglo, surtiendo al fútbol europeo de perlas sudamericanas. Entonces el cono sur ofrecía jugadores técnicos, habilidosos y no menos competitivos que los europeos, capaces, por su calidad individual, de poner en solfa una concepción directa y corajuda del juego, escasamente pinturera, como era habitual a este lado del Atlántico. Restañadas ya las heridas de la II Guerra Mundial, el viejo continente emergía industrial y económicamente, volvían a pesar sus divisas y clubes como Inter o Milán, Roma, Juventus, Real Madrid, Atlético, Barcelona, Sevilla, Oporto, Benfica, Olympique de Marsella, Girondins, Grasshoppers o Lugano, representaban un nuevo El Dorado. Sobre todo para aquellos que en Paraguay o Perú, pese a su innegable calidad, nunca llegarían a ser auténticos profesionales. O para quienes desde Uruguay, Chile y Argentina, se conformaran con entidades algo menores, tipo Os Belenenses, Vitoria de Setúbal, Valladolid, Zaragoza, Elche, Murcia, Deportivo de la Coruña, Mallorca, Córdoba, Sampdoria, Niza, Olympique de Lyon…

Juan Ángel Romero. Paraguayo con zurda de oro a quien Bogossian hizo creer ficharía por el Real Madrid, cuando su destino era Elche. Venía de triunfar con el Nacional de Montevideo, gallito entre los clubes de Sudamérica. Pese a ello, el contrato que firmara con los franjiverdes multiplicaba por 3 las condiciones uruguayas.

Hubo representantes que hasta pudieran ser vistos como auténticos gerentes deportivos de ciertos clubes, habida cuenta del número de pupilos que irían colocándoles desde el otro lado del mar. El armenio afrancesado Arturo Bogossian, el ítalo-argentino Rossi, o Guijarro, tan sólo constituyeron punta de un enorme iceberg, demasiado a menudo desleal para con los futbolistas, conscientes de que cada jugador tan sólo iba a proporcionarles una sola transacción. Porque luego, si el jugador respondía y su cotización se disparaba, era el club quien habría de embolsarse una millonada traspasándolo. Todo el negocio de los intermediarios se sustentaba en que los clubes quedaran satisfechos, lo que equivalía a dejar una puerta expedita para el futuro, sin reparar en medios. Engañando por ejemplo a futuras estrellas, respecto al empaque de la entidad contratante, o haciéndoles creer que iban a lucir un uniforme, cuando les esperaba otro distinto; pactando para ellos unas primas de fichaje inferiores a lo que por su calidad merecían, aun representando éstas el triple o cuádruple de lo liquidado hasta entonces por aquellos jóvenes, y hasta situándolos en Francia o Bélgica, países donde se pagaba menos que en España y la vida resultaba más cara, cuando el contrato entre negociante y jugador se establecía para ingresar en nuestro suelo.

Alguno de aquellos traficantes, además, traspasaba los límites de lo imaginable, hasta incurrir en el timo puro y duro.

Corría el mes de mayo de 1956, cuando un misterioso jugador apareció en Valencia, avalado por el promotor húngaro Gillach. Sometido a prueba en Mestalla, el club “che”, cuya secretaría detentaba entonces Vicente Peris, se planteó seriamente su adquisición, por más que en torno al muchacho todo resultara confuso.

Gillach había desembocado junto al Turia acompañando de los futbolistas del Rangers, puesto que la gira de dicho elenco por nuestros pagos la había organizado él. Y como dicho conjunto iba a medirse con el Valencia C. F. en Mestalla, debió pensar que merecía la pena aprovechar el viaje para colocar a uno de sus productos. “El chico se llama Gabriel -dijo a los periodistas en su dificultoso español-. Tiene 25 años y ha destacado muchísimo en América”. Cuando los reporteros mostraron interés por su apellido, surgió la duda: “Gabriel Moreno”, afirmó Vicente Peris, al tiempo que Gillach se enredaba en evasivas: “Escriban Gabriel, nada más, por el momento. Es así como se le conoce al otro lado del mundo. Y cuenta como oriundo, al poseer madre española”. Supuestamente, sus actuaciones en el argentino Colón de Santa Fe, y el chileno Ferrobádminton, de Santiago (disuelto el 8 de enero de 1969), se resumían por triunfos. Apenas supieron los periodistas que ese enigmático Gabriel se hallaba en la secretaría del club, lo sometieron a interrogatorio. Aseguró rendir indistintamente como delantero centro e interior de ambos lados, aunque se hallara más cómodo con el número 8 a la espalda y, faltaría más, soñar con hacerse un hueco en España. Se antojaba afable, diestro en el intercambio verbal… Hasta que alguien quiso saber con qué nombre debían anunciarlo. Entonces pareció turbado y su avalista húngaro, listo al quite, lo sacó del embrollo: “Ya les dije que se llama Gabriel. Escríbanlo así”.

Los periodistas levantinos hicieron muy bien su trabajo, interrogando a miembros del organigrama técnico. Uno de ellos aseguró que a él se lo habían presentado como Gabriel Moreno y, por más que ese entrenamiento hubiera sido suave, pudo apreciar en el muchacho detalles de buen jugador. Además averiguaron que no figuraba ningún Gabriel Moreno entre los pasajeros del vuelo donde jugador y representante viajasen desde Barcelona, como tampoco en el registro del hotel donde ambos se hospedaban. Carcomidos por la curiosidad, incluso lograrían acceder hasta su pasaporte argentino, a nombre de Gabriel Haroldo, donde por cierto contaba 26 años, uno más de los que manifestara.

Todo bastante turbio. ¿A qué obedecía tanto secretismo? ¿Por qué, si su madre era española, no llegaba con pasaporte español? Cualquier trámite administrativo a ese efecto debería haberse llevado a cabo en la embajada española de Argentina o Chile. Reunir el papeleo a partir del 30 de mayo podía traducirse en que su registro como español, si finalmente pasaba el filtro, tuviese lugar una vez cerrado el plazo para inscribir futbolistas. ¿Acaso el “empresario” húngaro tenía trabajando a alguien por Argentina o Paraguay, y necesitaba tiempo hasta que otros papeles, pasaporte incluido, estuvieran listos y en condiciones de colar por el cedazo federativo? Los mandatarios “chés”, sin duda amoscados, sopesándolo todo y pese a los informes favorables de su cuerpo técnico, optaron por despedir al intermediario y su muy discutible oriundo, sin rubricar ningún compromiso. Convenía andar con mil ojos.

No estuvieron tan avispados en el Real Zaragoza y F. C. Barcelona, sólo 3 años después, cuando ambos compitieran por fichar al peruano Seminario.

Juan Roberto Seminario Rodríguez (Piura, 22-VII-1936), delantero con mucho olfato goleador en el Municipal limeño, llamó la atención de medio universo futbolístico al anotar 3 goles a la selección inglesa. Tan pronto hubo concluido la temporada 1958-59, Helenio Herrera, entrenador azulgrana, partió hacia el país andino, dispuesto a hacerse con la perla. Por el camino se le cruzó el también peruano Miguel Loayza Ríos (Iquitos 25-VI-1938), que igualmente acababa de celebrar 3 goles ante Uruguay, en el último Campeonato Sudamericano. Puesto que H. H. que disponía de carta blanca y viajaba provisto de una buena chequera, desde Lima comunicó haber cerrado el traspaso de ambos, con el visto bueno de sus respectivos clubes, Municipal y Club Ciclista. En agosto de 1959, Seminario y Loayza eran presentados como refuerzos de garantía, junto al también sudamericano Medrano, y los datos del terceto transferidos a La Federación Española, desde donde debían diligenciarse las correspondientes fichas. Allí fue donde surgió lo imprevisto: También el Real Zaragoza pretendía inscribir a Juan Roberto Seminario Rodríguez.

Seminario. Tan excelente jugador como víctima de los mercachifles balompédicos. Luego el éxito se le subió a la cabeza y creyéndolo todo hecho se abandonó. Cuando no pudo regatear a las adversidades viviría momentos amargos.

Los últimos días de aquel agosto resultaron jugosos informativamente. Desde la ciudad condal se esgrimían documentos matasellados por el Municipal de Lima, acreditando la transacción de su futbolista al club azulgrana. Junto a la Pilarica se daba por descontada la incorporación del trigoleador ante Inglaterra, puesto que habían adquirido los derechos federativos a un intermediario avalado por el propio futbolista, y además registraron su solicitud de ficha antes que los “culés”. Aragoneses y catalanes decían sentirse seguros de merecer la aquiescencia federativa, por mucho que el máximo órgano deportivo guardara un silencio ominoso. Finalmente, ya en setiembre, tuvo lugar la sentencia. De las 48 solicitudes de ficha para jugadores procedentes del exterior, se denegaba el permiso a 27, al no cumplir los requisitos contemplados en las normas de admisión. Para casi todos, el freno emanaba de su discutible calidad, no habiéndose proclamado campeones con sus equipos ni atesorar presencias internacionales durante los últimos años. El uruguayo Chaves quedaba fuera por presentar su documentación fuera de plazo. Y Seminario, estrella de los no admitidos, “por carecer de la integridad moral que la reglamentación vigente exige”.

De inmediato, desde Barcelona y la capital aragonesa clamaron al unísono: “¿Cómo que amoral? Es muy serio afirmar algo así, cuando nada sostiene tamaña injuria”. Sintiéndose concernido, el secretario de la FEF respondió sin perder las formas: “Seminario ha duplicado ficha con dos clubes. Eso cierra cualquier discusión sobre el concepto de lo moral que aparentemente exhibe”. Aquella España tan apegada a los buenos usos y costumbres, vigilante de la honestidad, centinela y reserva espiritual de occidente, había incluido el requisito de “solvencia moral irreprochable” para los futbolistas llegados desde el extranjero, cuando les abriese nuestra frontera. Un calcetín tan ancho donde cabía todo; desde notorias afinidades políticas, hasta desórdenes en la vida privada, ateísmo, vicios públicos, antecedentes penales, escándalos… Y si en algún caso pudieron presentarse dudas, como ocurriera respecto a Kubala, se allanó caminos a la tremenda, bautizándolo tempranito y, ya católico apostólico y romano, hacerle español por la tarde.

Como curiosidad, queden los nombres de los rechazados aquella temporada, así como las entidades que intentaran inscribirlos:

U.D. LAS PALMAS: .- Eduardo González, Lauro Verdugo, Jorge Marcilla, Óscar Sappia, Roberto Ortega, Oswaldo Balduzzi, Vicente Lezcano, José Delgado, Yván Garafolio y Aparicio Aguado.

R.C.D. MALLORCA: .- José Rodríguez Caraballo, Alberto Muro y Tibor Kovacs.

C.D: TARRASA: .– Blubis Occhipinti, Eduardo Castro y Domingo Alesio.

REAL BETIS: .- Carlos Linazza y Jacques Foix.

REAL ZARAGOZA: .- Juan Seminario y C. Chaves González.

C.F. BARCELONA: .- Juan Seminario.

REAL GIJÓN: .- Martín C. Alarcón.

RAYO VALLECANO: .- José M. Castro.

REAL SANTANDER: .- J. M. Raluy Castro.

C.D. TENERIFE: .- Longinos Uzain.

ATLÉTICO DE CEUTA: .- Loginos A. Ramallo.

REAL OVIEDO: .- Aparicio Taboada.

El 11 de Setiembre, Juan Roberto Seminario daba la cara ante los medios con argumentos que parecían convertirlo en víctima: “No conozco de nada al señor Rossi, que parece ofreció mis servicios al Zaragoza. Cierto que extendí poderes a un italiano llamado Diego Di Leo, autorizándole a buscarme un club español. Esos poderes vencían el 15 de setiembre, pero tan pronto inicié conversaciones para integrarme en el Barcelona resolví anular el encargo al señor Di Leo. Me enteré por la prensa que el Zaragoza me quería, dos días después de haber hablado con Helenio Herrera. Nadie contactó conmigo anunciándome el posible interés de otro club. Si hubo contactos en paralelo, o conversaciones con el Zaragoza, jamás lo supe”. Durante aquella charla, el peruano seguía mostrándose convencido de lucir el uniforme azulgrana, al tiempo de definirse como individualista, aun matizando: “aunque también sé acoplarme al juego de conjunto”.

Cuatro días más tarde, mientras podía verse a seminario y Loayza paseando su ocio por las Ramblas, el C. F. Barcelona anunciaba la interposición de un recurso ante la Federación Española. Parte de la afición “culé”, no obstante, parecía más preocupada por el futuro de Ladislao Kubala, en apariencia lejos de la ciudad condal, ante la oferta que pudiera haberle trasladado el Valencia C. F. Kubala, para entonces, ya era jugador en evidente declive, aunque nadie le discutiera su condición de mito.

El 23 de setiembre, todos los medios aireaban la inclusión de Seminario en el grupo que viajara a Elche. “Conviene que vaya ambientándose”, justificó Helenio Herrera ante la prensa ilicitana. El peruano, muy perseguido por los fotógrafos, fue testigo de una inesperada derrota barcelonesa. Poco después, de las negociaciones mantenidas entre los presidentes de Real Zaragoza y C.F. Barcelona surgía el acuerdo de cederlo al Sporting lisboeta, entendiendo ambas partes que una prolongada inactividad, mientras se resolviera su futuro en España, tan sólo los perjudicaba. Y al despuntar octubre, por fin, el señor Rossi, hasta ese momento pertrechado entre bastidores, asomaba al escenario de lo que todos calificaban ya como “Caso Seminario”.

Natural de Italia y residente en la Riviera, se expresaba en un perfecto español enriquecido con guiños lunfardos, luego de habitar en Buenos Aires durante 12 años. Periodista antaño y más adelante salsero futbolístico, llevaba colocados en Europa hasta esa fecha 22 futbolistas sudamericanos. Se consideraba “empresario” y sabía defender su verdad con mucho aplomo.

“Pienso demandar a Seminario por incumplimiento de contrato privado -aseguró-. Es él quien actuó mal, no los clubes, que ahora resultan muy perjudicados. Todos lo somos, en realidad, menos él, que ahora marcha a Portugal para seguir ganando plata. Zaragoza y Barcelona le hicieron un hueco en sus plantillas, que ya no se les permite cubrir. Y a mí todo esto me ha costado trabajo y muchísimas pérdidas. Ya, ya sé que afirmó no conocerme de nada. Tampoco tenía por qué. Le firmó papeles a un agente mío en Perú, y basta. Las cosas en este mundillo funcionan así. Luego, en su país, anunció que vendría a jugar al Zaragoza. Todas esas declaraciones y documentos acompañarán a la demanda, y confío no vayan a salirle gratis”.

El señor Rossi omitía interesadamente algo fundamental. Por mucho que su agente contara con una autorización del futbolista para buscarle acomodo a este lado del océano, tan pronto hubo algún club interesado en la transacción precisaba la aquiescencia del Municipal limeño, único propietario de los derechos federativos. Y esta entidad cerró un compromiso no con el Real Zaragoza o en favor del intermediario ítalo-argentino, sin con el club catalán. Además pasaba de largo sobre la anulación del vínculo que uniese al futbolista y el supuesto subagente Di Leo. La herida del señor Rossi sangraba, en efecto, pero sobre todo por cuanto sobrevino después, luego de cobrar consciencia sobre la intromisión de Helenio Herrera. Porque viendo que el negocio con los maños amenazaba irse a pique, dibujó una hábil pirueta circense, ofreciéndose a poner junto al Ebro a un sustituto de probada categoría.

Esa alternativa se apellidaba Chaves González, era uruguayo y gozaba de buen cartel entre la hinchada del Liverpool de Montevideo. Puesto que los plazos apremiaban, Chaves viajó a España desde el río de la Plata en compañía de su presidente, para rubricar a toda prisa las condiciones del traspaso. Éste, sin duda, tuvo lugar, supeditado al pláceme federativo. Pero como desde la F.E.F. se rechazara su admisión, por inscribirlo fuera de tiempo, los maños seguían sin futbolista y el intermediario sin negociete.

“Ustedes no saben el inmenso trabajo que representa mover algo así en tan sólo 5 días -se condolió Rossi-. Ahora, además, Chaves también puede sentirse legítimamente perjudicado. Y ya verán ustedes las consecuencias que esto va a tener. Porque el presidente del club uruguayo no creo que se conforme, sin más ni más”.

Consecuencias, tal vez. Aunque no para Seminario, ni el Barcelona, ni siquiera para el Real Zaragoza, que tuvo la precaución de comprometerse tan sólo si la Federación aceptase al futbolista. En todo caso, las salpicaduras pudieran alcanzar al o los intermediarios italianos, si no se hubieran resguardado convenientemente. Y la bilis destilada sutil y sibilinamente hacia nuestra Federación, parecía apuntar en esa línea:

“En Italia, cuando surgen problemas de este tipo, la Federación concede 15 días de plazo a los clubes afectados, para presentar otras fichas. Así no se perjudica a quien carece de culpa. Aquí no lo hacen y resulta difícil de entender. Tienen ustedes un fútbol espléndido y podrían llegar muy lejos haciendo las cosas bien. Separen por un momento al empresario del periodista, del hombre, y entonces, como hombre que ha visto mucho fútbol, les digo que no sé por qué España contrata futbolistas extranjeros, cuando tienen a los mejores del mundo y no vinieron de fuera. Si hicieran las cosas como es debido, en 1962 conquistarían la Copa del Mundo. Y se lo dice alguien que nunca falló en sus vaticinios. Hace tres años aseguré que Gento sería el mejor extremo izquierdo del mundo. Hubo escépticos, pero hoy nadie lo discute. Tampoco necesitan preparadores extranjeros. Pero como país latino, valoran más lo exterior que cuanto tienen en casa”.

En pleno tiro al blanco contra la Federación, causante de sus duelos y quebrantos, parecía no advertir que semejante discurso haría descarrilar una “industria” de la que tan pingües beneficios venía obteniendo:

“Convénzanse, tienen a lo mejor del fútbol mundial. Acabo de estar en Uruguay y en Argentina, conozco Brasil y vivo en Italia. He visto jugar a todas las selecciones, y aquí podrían componer una superior a todas. He visto a Gento y a Luis Suárez. Son excepcionales. Y a Enrique Collar, Peiró, Murillo, Merodio, Garay, Wilson… Y a Manolín Bueno. Si en vez de Bueno se apellidara Buenolowski valdría muchos millones; con Bueno, nada más, está de reserva. Lo repito, señores. Si hicieran las cosas bien, se proclamarían campeones del mundo en 1962”.

Algo quedaba claro: el Sr. Rossi sabía escanciar vinagre en la llaga. Tenía constancia del sentimiento, cada vez más acentuado en la opinión pública española, poco favorable a la importación de futbolistas extranjeros. Se decía que cerraban el paso a jóvenes nacionales, que maquillaban la realidad de nuestro deporte rey, amanerando el juego de la selección nacional, muy ajena a su antiguo sello de furia, raza, y fe en el triunfo. Para que nada faltase, también se oían llamamientos a la reflexión económica. Eran muchas, demasiadas, las divisas que cada año volaban desde el Banco de España hacia el exterior, por culpa de los traspasos futbolísticos, cuando tan necesitado estaba de dólares un país en transición desde la autarquía al desarrollo. Rossi, despierto y lenguaraz, responsabilizaba con medias palabras a la Federación sobre cualquier fiasco deportivo inmediato, en el supuesto de que, como efectivamente ocurrió, tuviese lugar.

El Mundial de Chile, por deméritos propios y una más que sospechosa actuación arbitral ante Brasil, supuso para nuestro fútbol el cerrojazo importador. Tuvieron que transcurrir 12 años para que el portillo se abriera otra vez. Y entre tanto reventó la bomba fétida de los falsos oriundos, merced a la decisiva intervención de funcionarios registrales, federativos paraguayos y presidente de clubes, cuya corrupción se encargaron de engrasar descaradamente una nube de “conseguidores” e intermediarios, se diría que fugitivos del Siglo de Oro, o como mínimo inspirados en Rinconete y Cortadillo, el señor Monipodio, y tantas celestinas zurcidoras de virgos.

Juan Roberto Seminario, otra víctima más de la intermediación, viviría en Lisboa dos fértiles campeonatos de destierro. Durante el verano de 1961, el Real Zaragoza pudo llevárselo hasta La Romareda, mediante acuerdo con el Barcelona. Nunca, junto al Ebro, tuvieron motivos para sentirse defraudados. Primero porque el peruano hizo gala de calidad, compromiso y olfato anotador (25 goles en 30 partidos de Liga, y otros 8 en los primeros dos meses del siguiente ejercicio). Y segundo porque al ser traspasado a la Fiorentina dejó en las arcas aragonesas un importe no muy inferior a los 25 millones que obtuviese el Barça, desprendiéndose de Luis Suárez Miramontes, momentáneo récord universal. En 1964, con 28 años, por fin pudo debutar como delantero azulgrana, donde desarrolló una primera campaña más que prometedora y otras dos de sinsabores y ostracismo. Volvería a brillar en el Sabadell, entonces en 1ª División, ya con 31 años. Nadie se explicaba por qué aquella joya encajaba admirablemente en cualquier estuche, con la única excepción del “culé”. Concluido el Campeonato 1968-69 decidió volver a Perú. Durante los últimos meses había evidenciado cierto despego hacia el balón y sus sacrificios, los sinsabores y el cambiante humor de la afición. Vendió sus pisos en Barcelona y el compromiso societario que le uniese al internacional y acreditado entrenador César Rodríguez, en un negocio mallorquín de hostelería, empaquetó lo imprescindible y fue presentado por el Atlético Grau, tras firmarle un suculento contrato de 40.000 dólares anuales para ejercer como futbolista, dirigente, jefe de equipo y delegado en las expediciones. Allí pareció endiosarse. Optó por no entrenar, alegando que los directivos jamás lo hacían, y como técnico echó a perder el equipo. Cuando en 1970 le rescindieran el contrato, se integró en el Juan Aurich, de nuevo como jugador y entrenador. También allí la indisciplina se enseñoreó del elenco y empezaron a perder partido tras partido. Cesante una vez más, se las arregló para recalar en el modesto Torino Talara, club de tercer orden. Estaba gordo para alinearse y frisando los 37 años vivía embebido en sus viejas glorias. El dinero se le iba entre los dedos al mismo ritmo que la cada vez más creciente irresponsabilidad. Por espacio de algún tiempo, el doloroso descenso a su propio infierno amagó convertirlo en otra estrella caída desde el firmamento balompédico.

Loayza, a la derecha, con la camiseta del Barcelona, junto a Seminario y Medrano. Un buen representante, e incluso un intermediario con decencia, hubiesen intentado encarrilarlo. Para su desgracia tropezó con gente que sólo pensaba en llenar la billetera. El brillante porvenir que en él se adivinaba acabó evaporándose como voluta de humo.

Miguel Ángel Loayza Ríos, el otro peruano fichado por Helenio Herrera, sí pudo ser inscrito, aunque el Barcelona apenas lograra extraerle algún rendimiento. “El Mago” descubrió demasiado tarde que aquella fijación por la noche, los descorches de champagne y tantos pecados a media luz, abrazado a plumas y lentejuelas, los trajo importados desde Lima. Pese a ser un formidable malabarista, durante su única campaña con el Barça pudo vérsele tan sólo en 8 encuentros amistosos y 2 de Copa.  Luego una reforma legal de nuestra Federación le impidió seguir jugando en España, como también le ocurriese a Medrano. El resto de su carrera transcurriría entre Argentina y Colombia, donde colgó las botas con 32 primaveras. Sistemáticamente, pese a su calidad y a destellos espectaculares, la reiteración de brotes rebeldes y su afición por la “dolce vita”, le hicieron cambiar cuatro veces de club en Argentina. Con Boca Juniors jugó 16 partidos y anotó 6 goles. Con Huracán, entidad donde más resistiera, 75 partidos con 31 goles. Luciendo la camiseta del Rosario Central, 18 partidos y 4 goles. Con el River Plate otros 19 partidos y 7 tantos. Su llegada al fútbol colombiano, contratado por el Deportivo Cali, fue saludada desde la prensa como gran acontecimiento, hasta el punto de considerarlo “uno de los mejores futbolistas llegados al profesionalismo”. Campeón colombiano en 1970, falleció el 19 de octubre de 2017, a los 77 años.

Carlos Domingo Medrano, dicho sea de pasada, llegó al Barcelona cumplidos los 25, tras forjarse un nombre en Dock Sud y Tigre. Si teóricamente se postulaba como heredero de Ramallets, acreditó no estar a su altura, por más que mostrara recursos bajo el marco. Sólo intervino en 4 partidos de Liga y otros tantos de menor enjundia, suficientes para pespuntear serias deficiencias en cuando salía por alto al área chica. De retorno a Argentina, tras breve y poco sustancioso paso por el River Plate, volvió a sumirse en aquella 2ª División, bajo el larguero de Dock Sud y Deportivo Morón. Nadie, al menos, puso entonces en tela de juicio su condición de oriundo.

Ni Seminario fue una víctima aislada de ciertos intermediarios, ni el Barcelona o Zaragoza únicos clubes en padecer su discutible concepto del buen hacer comercial.

En agosto de 1972, mientras a Pérez-Payá, antiguo futbolista y a la sazón presidente federativo le desbordaba el asunto de los falsos oriundos, otro intermediario consciente de obrar contra todo principio ético, sin dar nunca la cara, manejó los hilos de una marioneta con intención de timar al Valencia C. F. Fue el suyo un plan ridículo, estrafalario por su propia ingenuidad, e irremediablemente nacido para el fracaso.

Un supuesto futbolista apellidado León, valenciano según su propio testimonio, convocó a la prensa de la ciudad del Turia para ofrecerse al club blanco: “Me llamo Carlos León Foret, he sido 20 veces seleccionado olímpico, pertenezco desde hace 12 años a la Unión Deportiva Las Palmas, y he jugado 4 veces con el equipo “B” de la selección española -aseguró de entrada-. El 16 de julio acudí a la presentación de la plantilla, aunque luego decidí marcharme, porque se me adeudan 6 millones de ptas. Estoy, por lo tanto, en rebeldía”.

Así, en crudo, estos datos parecían corresponder a León, bullicioso extremo izquierdo que desde 1962 venía actuando con el primer equipo grancanario. Puestos en limpio, ofrecían múltiples grietas. Para empezar, el zurdo de la U. D. las Palmas se llamaba José Manuel León Talavera (15-V-1944), seguía ejercitándose con sus compañeros en el Polideportivo de Arucas, y si bien debutara como internacional “B” ante la selección lusa en el Estadio Insular (13 de diciembre de 1967), no había alcanzado los 4 entorchados que el compareciente se otorgara. Por supuesto, al auténtico futbolista le faltó tiempo para desbaratar la superchería. El 1 de agosto, a través de las ondas radiofónicas, se expresaba así desde su isla canaria: “Me llamo José Manuel León Talavera y no tengo idea de quien es Carlos León Foret. Nací en Las Palmas y siempre he vivido aquí. Llevo 10 años en el club y esta entidad paga religiosamente a los jugadores. A mí no me debe nada. La presentación se celebró el 28 de julio, acudí como todos los compañeros y desde aquel día no me he movido de la isla, donde soy, además, empleado de la casa “Citroën”. No sé qué fines perseguirá ese ciudadano; lo que quiero es que no intente mezclarme en asuntos que no me incumben”.

José Manuel León. Un desaprensivo, tonto de capirote, trató de usurpar su entidad en vano intento de timar al Valencia C. F. Esperpento berlanguiano, más propio del monologuista Miguel Gila o las disparatadas desventuras de “Mortadelo y Filemón”, que de un fútbol para entonces ya millonario.

Esa misma fecha, varios jugadores del Valencia C. F. se apresuraron a manifestar, ante la foto del impostor publicada en el diario “Levante”, que no existía ningún parecido entre el retratado y quien tuvieran delante, como correoso adversario, tantas tardes de nervios, ovaciones y bufandas al viento. El burdo tocomocho rodaba sin puntilla.

Pero puesto que la desfachatez de los desaprensivos no conociera límites, el 12 de junio de 1975 saltaba desde Galicia otra noticia chusca: Un presunto intermediario acababa de estafar 10.000 ptas. a tres juveniles. Las cosas ocurrieron así.

Durante la disputa del choque Ural – María Pita, para dirimir el título de campeón juvenil en un torneo coruñés, donde los primeros se impusieron por 3-1, cierto señor se hizo notar, inquiriendo detalles sobre los jóvenes que parecían destacar. Al término del partido manifestó representar al Real Valladolid, y estar comisionado para llevarse a dos chicos hasta el estadio Zorrilla. Ya en un céntrico hotel, entre refrescos, cervezas, y rodeado de padres y futbolistas, se fue perfilando la negociación, sin que faltara el enterado de turno. Aunque los dos chicos seleccionados apuntaran alto, el mejor de todos era otro. De acuerdo, no tuvo su mejor día. Pero venía bordándolo durante toda la competición. Al final, el supuesto patrón de pesca decidió incluirlo igualmente en el lote. Ya eran tres juveniles.

Surgió entonces el asunto de las garantías. Para asegurarse de que los jóvenes no le dejaran tirado en el aeropuerto, como ya le ocurriese una vez, debían abonarle, a modo de garantía, el importe del pasaje de ida. Por supuesto, él iba a reembolsárselo tan pronto compareciesen, y se iba a hacer cargo del billete de vuelta, los gastos de hospedaje en Valladolid, comidas, traslados… Todo. Los padres aflojaron la faltriquera y el señor tan entendido en fútbol, ya a buen recaudo en su billetera cerca de 10.000 ptas., se despidió cordialmente. Aún tenía por cerrar otro fleco en Vigo.

Al día siguiente, la incómoda verdad cobró protagonismo. Nadie sabía nada del intermediario en ninguna oficina del aeropuerto. En el hotel tampoco. Además, se había esfumado dejando a deber una factura próxima a otras 10.000 ptas. Y, por supuesto, en el Real Valladolid acogieron con sorpresa infinita la desvergüenza de su supuesto emisario. La denuncia policial ni mucho menos sirvió para enjugar tanta desilusión en tres jóvenes convencidos, durante unas horas, de ver cómo se entreabría para ellos una rendija del cielo.

Tanto ellos como sus familias pudieron consolarse, quizás, si les llegó algún eco de lo acontecido en Chiavari, Italia, dos semanas después. Allí, por orden de las autoridades judiciales y bajo acusación de estafa multiagravada, arrestaron a Mauro Mauri, de 47 años, ex entrenador de fútbol y en ese momento intermediario. Todo ello como consecuencia de la denuncia interpuesta ante la fiscalía del tribunal florentino por el Peretola Club, luego de que el encausado hubiera pedido las fichas de 5 jugadores sobre quienes La Fiorentina se mostraba interesada. Ese intermediario vendió, en efecto, los derechos federativos de aquellos 5 prometedores futbolistas, sin entregar al Peretola los 8 millones de liras satisfechos por la Fiore, pese a múltiples requerimientos.

Y aún desde Italia llegaba más mugre relacionada con los intermediarios. El 3 de setiembre de 1975, su Magistratura comenzaba a sospechar que la repentina desaparición del “negociante” futbolístico milanés Gerardo Sannella, denunciada una semana antes como secuestro, con exigencia de rescate cifrada en 1.000 millones de liras (185 millones de ptas.), reunía todos los requisitos de vil estratagema.

Sannella debía comparecer el 29 de setiembre ante la Tercera Sala de la Corte de Apelación, para responder a una insolvencia de 33.170.000 liras (2.800.000 ptas.), tras pechar con una condena en primera instancia de 10 meses en reclusión. A tenor de aquella primera sentencia, organizó en su día un partido amistoso entre el Benfica lisboeta y el Cagliari de Cerdeña, sin que al término del mismo la entidad portuguesa recibiera los 33 millones largos de liras pactados contractualmente por su participación. El teórico y muy en entredicho secuestro, a tenor de las primeras investigaciones policiales, semejaba pura cortina de humo para librarse de comparecer y, en resumen, aflojar al Benfica esos 33 millones.

El fútbol, o parte de él, vivía de espaldas a la razón y el derecho, la ética y el sentido común, al galope de sus millones y números rojos. Futbolistas de relieve vilmente toreados, juveniles a quienes se degollaba la ilusión por tres billetes de a mil, suplantaciones de personalidad, arribismo, internacionales con certificados de la AFA acreditando falsamente una virginidad en su selección, imprescindible hasta 1974 para colar por el ancho cedazo de los oriundos… Y hasta clubes que, como le ocurriera al Elche C. F., recibieron gato por liebre cuando su maravilla brasileña resultó ser jugador de fútbol-sala que, desde hacía dos años, trotaba sobre pisos de madera por los Estados Unidos. No es raro que la prensa alicantina se sorprendiera de su escaso fuelle. Los terrenos de hierba forzosamente debían resultarle interminables.

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