RESUMEN:

Corría el mes de enero de 1930 cuando los arquitectos Francisco Casariego y Enrique R. Bustelo junto al ingeniero Ildefonso Sánchez del Río, presentaron en el Ayuntamiento su proyecto de nuevo estadio para la ciudad de Oviedo, promotor de la iniciativa. Al ser estudiada la propuesta, desde el consistorio se tuvo conciencia de que su

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Famoso por su joroba

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Corría el mes de enero de 1930 cuando los arquitectos Francisco Casariego y Enrique R. Bustelo junto al ingeniero Ildefonso Sánchez del Río, presentaron en el Ayuntamiento su proyecto de nuevo estadio para la ciudad de Oviedo, promotor de la iniciativa. Al ser estudiada la propuesta, desde el consistorio se tuvo conciencia de que su coste era demasiado elevado para que pudiese ser llevado adelante con cargo a los recursos municipales.

Dado el envejecimiento que empezaba a mostrar el Estadio de Teatinos, donde celebraba los partidos el Real Oviedo entonces, era una necesidad contar con un estadio nuevo, teniendo en cuenta el auge que había alcanzado el fútbol en general y el equipo local en particular. Para ello se buscaron fórmulas alternativas que permitiesen acometer la obra, siendo finalmente la elegida la de crear una Sociedad Anónima con las aportaciones de particulares —se bautizaría con el nombre de Stadium—, para que llevase a cabo su construcción, convirtiéndose de esta manera en la propietaria de la instalación.

Buscando facilitar su viabilidad, el proyecto inicial iba a sufrir algunos cambios para abaratarlo, y si bien el resultado final perdió algún elemento de lo que era un planteamiento inicial más ambicioso, Oviedo inauguró su nuevo estadio el 24 de abril de 1932 con la disputa del encuentro entre las Selecciones Nacionales de España y Yugoslavia, recibiendo toda clase de felicitaciones y parabienes por su nuevo estadio, sobre todo por su tribuna principal, una obra que causaba sensación y que por ser el elemento de mayor importancia de la construcción, se libró de los recortes, haciéndose realidad prácticamente igual a como figuraba en el proyecto inicial.

Llamaba la atención pues era pionera en su género, por cuanto disponía de una cubierta que protegía de las inclemencias meteorológicas a los ocupantes de sus aproximadamente cuatro mil localidades, sin que tuviese ni una sola columna que la sostuviese a lo largo de sus más de 100 metros de longitud, lo que permitía tener una visibilidad total del espectáculo, sin ningún obstáculo interpuesto.

Dicha tribuna sería conocida por el nombre de su creador Sánchez del Río, un adelantado a su tiempo en el uso del hormigón armado, responsable de lo que era una obra sin precedentes (el contemporáneo estadio de Florencia también contaba con una visera sin columnas en su grada principal, pero de menor tamaño) y que desde el primer día se convirtió en la seña de identidad del que se llamó Estadio de Buenavista.

Dentro de los ajustes que hubo que realizar, uno afectó al lugar en el que se tenía que instalar el marcador. Si bien la idea inicial era colocarlo en una esbelta torre situada a la altura del centro del campo, en el graderío opuesto a la tribuna principal, al final se optó por construir otra de menor altura (11 metros) y ubicada en uno de los fondos, detrás de una de las porterías. A imagen y semejanza de lo que sucedía en otros estadios, contaba con un reloj y fue bautizada como torre Marathón.

Como operario encargado del funcionamiento del marcador, poniendo y quitando las tablas con los números, a medida que se iban marcando los goles durante los partidos, estaba un peculiar personaje al que todos conocían como Garrotín. Dada la gran capacidad goleadora de la Delantera Eléctrica del equipo oviedista en aquella época (Casuco, Gallart, Lángara, Herrerita y Emilín eran sus integrantes), que tuviese que trabajar a destajo colocando tablas con cifras elevadas era habitual. Desde la primera vez que tuvo que colocar el guarismo cinco a los espectadores les llamó la atención pues resultaba evidente que tenía un trazo defectuoso. Los comentarios iniciales sobre lo feo que era ese número cinco, sobre lo mal pintado que estaba, dieron paso a que la peculiar socarronería ovetense pronto se refiriese a él como el número que parecía tener una joroba. Al asturianizarse el nombre, lo que en otros lugares de España se hubiese llamado el (número) jorobado, en la capital asturiana se bautizó como el Jorobu. Así, cada vez que los locales marcaban el quinto gol en un partido, se festejaba con especial regocijo que saliese el Jorobu.

Tras unos años en los que vio la luz en múltiples ocasiones, convirtiéndose en cotidiano festejar especialmente su aparición, la Guerra Civil destrozó casi por completo el Estadio de Buenavista y en concreto, las bombas se llevaron por delante la torre Marathón, que quedó reducida a escombros.

Una vez terminado el conflicto bélico, la lenta reconstrucción del estadio dejó para el final lo más superfluo, entre otras cosas una nueva torre con su correspondiente marcador, que no se inauguró hasta 1943. En esta ocasión se ubicó en el graderío opuesto a la tribuna principal, a la altura del centro del campo (que era donde se había pensado colocar en el proyecto inicial), en una torre más esbelta y más alta que la destruida que sería conocida como la torre Anís de la Asturiana, por ser esta marca la patrocinadora.

Como las goleadas seguían siendo frecuentes gracias a la aparición de una nueva Delantera Eléctrica, para continuar con la tradición el número cinco se alteró a imagen y semejanza de su predecesor, esta vez adrede. Así, cuando el Real Oviedo llevaba anotados cuatro goles, el público pedía uno más para poder decir que había salido el Jorobu, algo que ha llegado hasta nuestros días, pese a que la tecnología ha hecho que los actuales marcadores en los estadios nada tengan que ver con el que manejaba Garrotín. Si bien los tiempos actuales son diametralmente distintos a aquellos en los que se anotaban muchos más goles, hoy en día se sigue diciendo cuando un equipo marca el quinto gol en un partido, que ha salido el Jorobu.

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