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RESUMEN:

Dentro de la serie dedicada a las Eurocopas llegamos a la edición disputada en Yugoslavia en 1976.

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ABSTRACT:

Keywords: European Nations’ Cup, Yugoslavia, History, Statistics, UEFA, 1976

In our ongoing series about the European Nations’ Cup history we reach the 1976 edition, held in Yugoslavia.

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Historia de la Eurocopa (V). Yugoslavia 1976.

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La quinta edición de la Copa de Europa de Selecciones Nacionales arrancaba con el mismo formato competitivo de las dos últimas. Una vez más, las 32 selecciones adscritas a la UEFA quedaban repartidas en ocho grupos de cuatro equipos cada uno. Los ocho campeones de grupo pasarían a disputar, posteriormente, las eliminatorias de los cuartos de final. Entre el 1 de septiembre de 1974 y el 28 de febrero de 1976, tendrían lugar los 96 encuentros de que constaba esta primera fase de grupos.

El sorteo había deparado un Grupo 1 con Inglaterra, Checoslovaquia, Portugal y Chipre. Los tres primeros mantuvieron un codo a codo interesante durante toda la liguilla. Checoslovaquia, que había sido derrotada con claridad en Wembley en el partido inaugural, terminaría logrando la clasificación con un punto de ventaja sobre los ingleses (una de las decepciones del torneo) y dos sobre los lusos.

Las selecciones de Hungría, Austria, Luxemburgo y Gales componían el Grupo 2. El sorprendente combinado galés se llevaría el gato al agua en forma de clasificación para cuartos. Una única derrota, cosechada en Viena en el primer compromiso, y cinco triunfos consecutivos, le valdrían para lograr el pasaporte. Especialmente llamativas resultaron las dos victorias sobre Hungría, una de ellas en Budapest, que confirmaban su liderazgo en el grupo y la decadencia de la otrora gran selección magiar. Por cierto, debacle del fútbol británico, con el País de Gales como único representante en la siguiente ronda del campeonato.

Poca resistencia encontró Yugoslavia en su recorrido por el Grupo 3. Con Irlanda del Norte, Suecia y Noruega como compañeros de viaje, solamente los norirlandeses lograrían vencerles en los seis encuentros disputados. Todos los demás partidos fueron saldados con victorias.

En el Grupo 4 se daban cita España, Escocia, Dinamarca y Rumanía. Con sufrimiento y muchos altibajos en su juego, los chicos de Kubala conseguirían finalmente la clasificación. Más firmes fuera que en casa (con dos victorias y un empate a domicilio y dos igualadas y un triunfo como locales), los españoles pasaban por delante de Rumanía, también invicta, pero cuyos cinco empates en seis partidos resultarían, a la postre, todo un lastre.

Interesante resultó la composición del Grupo 5, con dos de los grandes animadores del último Campeonato del Mundo, Holanda y Polonia y la siempre competitiva selección italiana. Finlandia cerraba el cuadrangular como mera comparsa. Y así fue. Holanda y Polonia terminarían empatadas a ocho puntos e Italia, tercera, sumaría siete. La mejor diferencia de goles a favor de la ya conocida como Naranja Mecánica (14-8, frente a los 9-5 de los polacos), terminaría por darle el ajustadísimo billete final.

La Unión Soviética, gran dominadora histórica del torneo, con un título y tres finales de cuatro posibles, se las prometía muy felices en un Grupo 6 que completaban Irlanda, Turquía y Suiza. Pero dos derrotas en sus tres desplazamientos hicieron tambalear los cimientos de su presumible superioridad. Con ocho puntos, sólo uno más que los irlandeses, ponían la rúbrica a su sufrida clasificación. La derrota por la mínima de Irlanda en Berna, terminaría resultando clave.

En el Grupo 7, Bélgica, Alemania Oriental, Francia e Islandia, se disputaron la clasificación para los cuartos de final. Los alemanes del Este, que habían vencido en Bruselas y empatado en Leipzig frente a los belgas, tenían todas las papeletas para meterse en la siguiente ronda. Pero su inesperado 1-1 en casa ante Islandia y el estrepitoso 2-1 en Reykjavik, frente la misma selección, dejaban en bandeja de plata la clasificación a los Diablos Rojos.

Alemania Federal, Grecia, Bulgaria y Malta formaban el Grupo 8. Con bastantes más apuros de los inicialmente previstos, los campeones de Europa y del mundo pasarían a la siguiente fase con tres triunfos y tres empates, dos de ellos frente a los animosos griegos, segundos en la clasificación. Con tan sólo catorce goles en seis encuentros (ocho de los cuales, marcados a Malta en la última jornada), el cuadro bávaro no había tardado mucho en añorar la asombrosa facilidad goleadora del Torpedo Müller, quien, tras 68 dianas en 62 partidos, había anunciado su adiós a la selección después del Mundial-74.

El 24 de abril de 1976 daban comienzo los cuartos de final, con tres de los cuatro encuentros de ida. En Madrid, un tiempo para cada equipo arrojaba un resultado final de 1-1 entre España y Alemania Federal y dejaba las espadas en todo lo alto para el compromiso de vuelta. Santillana en la primera mitad y Beer en la segunda, habían firmado las tablas. Mientras, en Zagreb, dos tantos de Vukotic y Popivoda a la recia selección de Gales, acercaban un poco más el objetivo final al equipo yugoslavo. En Bratislava, Checoslovaquia se imponía con justicia y merecimiento a la URSS, con goles de Móder y Panenka, complicando considerablemente el pase soviético a la penúltima ronda del torneo. ¿Podrían remontar la eliminatoria y disputar su quinta semifinal consecutiva los chicos de la CCCP? Al día siguiente, Holanda se daba un festín en Rotterdam a costa de sus vecinos belgas, con un sensacional Johan Cruyff como jefe de operaciones y un inspirado Bobby Rensenbrink, autor de tres de los cinco goles de su equipo.

El 22 de mayo se disputaron los cuatro encuentros de vuelta, en los que no hubo lugar a muchas sorpresas. En el Olímpico de Múnich, dos goles antirreglamentarios de Alemania (uno, de Höness, precedido de un fuera de banda no pitado y otro, de Toppmöller, en claro fuera de juego), dejaban en la cuneta a un conjunto español con escasa fe y ninguna fortuna. Los campeones alemanes, con un pobre bagaje a lo largo del campeonato, ya estaban en las semifinales. En Bruselas, Holanda remontaba el tanto inicial de Van Gool, con un gol de Rep y una genialidad de Cruyff, para meterse en su primera semifinal continental. En un durísimo choque disputado en Cardiff, donde la policía tuvo que intervenir para evitar males mayores al colegiado alemán Glöckner, Gales y Yugoslavia empataban a un gol, resultado que metía a los plavi en la fase final del campeonato. Katalinski, de penalti, y Evans, los goleadores. En Kiev, se esperaba con verdadero interés el desenlace final entre soviéticos y checos. La victoria por 2-0 en la ida, favorable a los segundos, ponía muy difícil la clasificación a la URSS para una hipotética quinta fase final. Y no pudo ser. Un sólido y bien plantado conjunto checoslovaco apeaba, por vez primera en la historia del torneo continental, a la Unión Soviética en la misma antesala de las semifinales. Móder, por dos veces para Checoslovaquia y Buryak y Blokhin para los soviéticos, establecían el 2-2 definitivo que clasificaba al conjunto visitante para la segunda semifinal de su historia.

Conocidos los cuatro semifinalistas, la UEFA otorgó la organización de la fase final a Yugoslavia, subcampeona europea en 1960 y 1968. Belgrado y Zagreb serían las ciudades elegidas para los cuatro últimos partidos de la presente edición de la Eurocopa. En el Maksimir Stadion de la capital croata, Holanda y Checoslovaquia disputaban la primera semifinal, el 16 de junio. La brillante Holanda, subcampeona del mundo, comandada por Cruyff, el mejor futbolista del momento, ante la supuesta cenicienta del cuadrangular, Checoslovaquia. Pocos habían reparado en que los checos venían de dejar en la cuneta a Inglaterra en su grupo de la fase preliminar y a la siempre favorita Unión Soviética, en la ronda de cuartos. El conjunto oranje, que alineaba a siete jugadores finalistas en Alemania-74, confiado en exceso ante la desconocida selección rival, se veía sorprendido a los 20 minutos por el gol de Anton Ondrus, el defensa libre checo. Desde ese instante, el encuentro se convertía en una contrarreloj para los tulipanes, incapaces de hincar el diente a un equipo sin fisuras, bien organizado y con un excelente cancerbero, Ivo Viktor, futuro Balón de Bronce de la temporada. Tuvo que ser de nuevo Ondrus, ahora en su propia portería, el que les echara una mano con el tanto del empate a un cuarto de hora del final. En la prórroga, expulsados Neeskens y Van Hanegem  por los holandeses y Pollak por los checoslovacos, el partido se rompía definitivamente. Nehoda (114’) y Vesely (118’) acertaban de nuevo con el portal de Schrijvers  y colocaban a su selección, de forma inesperada, en el partido que decidiría el título.

 Al día siguiente, en un abarrotado estadio Estrella Roja de Belgrado, Yugoslavia, el anfitrión, y Alemania Federal, vigente campeona de todo, medían sus fuerzas en la otra semifinal. Para los plavi suponía la gran ocasión de resarcirse por las grandes decepciones cosechadas en las ediciones de 1960 y 1968, donde la URSS primero e Italia después, les habían dejado con la miel en los labios. Para los germanos, el partido significaba todo un reto: meterse en otra final internacional para lograr un tercer título de manera consecutiva, algo inaudito hasta la fecha. Y el encuentro no dejaría indiferente a nadie. Yugoslavia, brillante dominadora en la primera parte, tomaba una importante ventaja antes del descanso con los goles de Popivoda y Dzajic. Contra cualquier selección del mundo, ese resultado bien podría considerarse casi definitivo, más aún jugando como local ante un público entregado. Pero frente a un conjunto como Alemania Federal, nada es definitivo hasta el pitido final. Flohe, que había salido de refresco tras el intermedio, acortaba distancias en el 65’. Faltaban once minutos escasos para la conclusión y Yugoslavia, que había dado un pasito atrás ante el empuje alemán, parecía tener en su mano la final. Pero Helmut Schön, seleccionador germano, aún conservaba una bala en su recámara y menuda bala. Decidía sustituir a Wimmer por Dieter Müller, delantero del Colonia, que hacía su debut con el equipo nacional. A los tres minutos de su estreno ya había empatado el partido y forzado la prórroga. Dos nuevas dianas del novato ariete en el tiempo extra, metían a Alemania Federal en otra final y terminaban dramática y cruelmente con el sueño balcánico.

Así pues, Yugoslavia y Holanda jugaban el Zagreb el partido de consolación, el 19 de junio. Sin Cruyff en el césped y con un tercer puesto europeo en juego, que sabía a poco después de haber estado a punto de meterse en la final, el estadio Maksimir presentaba un aspecto ciertamente desolador. Pero al partido no le faltará emoción, como estaba siendo habitual durante todo el Europeo. Geels y Willy Van de Kerkhoff, en la primera parte, ponían una sólida ventaja favorable a los tulipanes, que sin embargo no sería definitiva. Katalinski, a un suspiro del descanso, y Dzajic, con un espectacular free kick a los 83 minutos, establecían las tablas en el marcador y despertaban al escaso y aletargado público local. En la tercera prórroga de tres partidos jugados, de nuevo Ruud Geels, ahora sorprendiendo por su palo corto a un descolocado Petrovic, conseguía el definitivo 3-2 y la tercera plaza europea para un conjunto holandés que había arribado al país balcánico una semana antes, en busca de un botín bastante más preciado.

El domingo 20 de junio de 1976, el Pequeño Maracaná de Belgrado recibía a las formaciones de Alemania Federal y Checoslovaquia, con el título de campeón de Europa en juego. Los alemanes, que habían levantado la última Eurocopa hacía cuatro años y el pasado Mundial hacía dos, aparecían ante todos como los grandes dominadores del concierto internacional y los indiscutibles favoritos para esta final, más aún, después de salvar el partido anterior en los instantes finales con la irrupción casi milagrosa de Dieter Müller, única novedad en el once de los germanos. Checoslovaquia, por su parte, sorpresa inesperada del torneo, saltaba al césped con los mismos héroes de la  semifinal, excepción hecha del sancionado Pollak, sustituido por Svehlik. Dos veces finalista en una Copa del Mundo, aunque en épocas más gloriosas y demasiado lejanas (1934 y 1962), salía sin miedos, complejos ni ataduras. Con la seguridad irresponsable del que no tiene nada que perder. Así, después de una serie de rechaces en el área, Jan Sevhlik superaba a Maier para poner en ventaja a su equipo. Corría el minuto 8 y Alemania no se había desperezado aún. Para cuando quiso hacerlo, Dobias ya le había agujereado otra vez las redes, a los 23 minutos, subiendo al marcador un sorprendente 0-2. La conciencia de muchos holandeses respiraría aliviada, a buen seguro. No les había eliminado un cualquiera. Checoslovaquia, con ocho eslovacos y tres checos sobre el campo, dominaba el partido y el tanteador antes de la media hora. Pero había un problema: jugaba contra Alemania Federal, con todo lo que eso supone. Y a los 28 minutos comenzaría a notarlo. Un centro desde la derecha de Beer lo remataba en el área pequeña Dieter Müller, metiendo de nuevo a su equipo en el partido, si es que lo había abandonado alguna vez. Otra vez Müller, el otro Müller. ¿Habría encontrado la Mannschaft al nuevo Torpedo, sin necesidad de cambiar de apellido? Con el 1-2 provisional, el encuentro se iba al descanso. Al regreso, los teutones poco a poco, irán volcando el campo hacia el área de Viktor, segurísimo toda la noche. Había dominio alemán, ocasiones checas a la contra, idas y venidas y mucha emoción. En el último minuto, Checoslovaquia concedía córner a la derecha de Viktor. Lo botaba Höness y Hölzenbein, adelantándose al portero rival en su único lunar de todo el torneo, cabeceaba a las mallas. Otra vez empate sobre la bocina. Otra prórroga a última hora. Otra igualada in extremis. Otra vez Alemania.

En el tiempo extra, el cuarto en un campeonato de cuatro partidos, ningún equipo lograba dar señales de vida, con lo que el título de campeón europeo tendría que resolverse en una tanda de penaltis. Única vez, en la historia de la Eurocopa, que ha sido así. Masny, Nehoda, Ondrus y Jurkemik, cumplían con su cometido. Bonhof, Flohe y Bongartz, también acertaban con sus lanzamientos. Era el turno de Uli Höness, bravo centrocampista del Bayern muniqués. Su disparo fuerte, alto, al limbo, dejaba contra las cuerdas a su equipo. Faltaba un último penalti, favorable a Checoslovaquia. El centrocampista del Bohemians de Praga Antonin Panenka, que había avisado a sus más íntimos de que haría algo especial con su lanzamiento, si tenía la ocasión, se encontraba ante el momento culminante del fútbol checoslovaco. A un chut de salir campeones, nada menos. Sin pestañear, se alejó del área para coger bastante carrerilla. Cuando parecía que golpearía con fuerza, metió la puntera bajo la pelota y con una vaselina genial, inverosímil e inesperada, la elevó dulcemente para superar a un Maier que, atónito, se había vencido a su izquierda. El penalti, catalogado por muchos como la obra de un genio o un loco, pasaría a la historia hasta convertirse en todo un referente. Checoslovaquia sorprendía a Europa entera y lograba el mayor hito futbolístico de su trayectoria internacional. Mientras, Alemania Federal, la gran derrotada, hincaba la rodilla y se quedaba a las puertas de un tercer título consecutivo.

FASE FINAL YUGOSLAVIA 1976

SEMIFINALES

ALEMANIA FEDERAL   4 – YUGOSLAVIA   2

Flohe (65’) y D. Müller (82’, 115’ y 119’) /

Popivoda (19’) y Dzajic (30’).

CHECOSLOVAQUIA    3 – HOLANDA    1

Ondrus (20’), Nehoda (114’) y Vesely (118’) /

Ondrus (74’, pp).

TERCER Y CUARTO PUESTO

HOLANDA    3 – YUGOSLAVIA     2

Geels (27’ y 107’) y W. Van de Kerkhof (39’) /

Katalinski (43’) y Dzajic (83’).

FINAL

Belgrado (Crvena Zvezda), 20 de junio de 1976.

CHECOSLOVAQUIA      2 (5) – ALEMANIA FEDERAL      2 (3)     

Svehlik (8’) y Dobias (23’) / D. Müller (28’) y Hölzenbein (89’).

TANDA DE PENALTIS: Masny (gol, 1-0); Bonhof (gol, 1-1); Nehoda (gol, 2-1); Flohe (gol, 2-2); Ondrus (gol, 3-2); Bongartz (gol, 3-3); Jurkemik (gol, 4-3); Höness (fuera, 4-3); Panenka (gol, 5-3).

CHECOSLOVAQUIA: Viktor; Pivarnik, Capkovic, Ondrus, Gogh; Dobias (Vesely, 94’), Móder, Panenka; Masny, Svehlik (Jurkemik, 79’) y Nehoda.

ALEMANIA FEDERAL: Maier; Vogts, Schwarzenbeck, Beckenbauer, Dietz; Höness, Bonhof, Wimmer (Flohe, 46’); Beer (Bongartz, 80’), D. Müller y Hölzenbein.

ÁRBITRO: Sergio Gonella (Italia). Amonestó a los checoslovacos Dobias (55’) y Móder (59’).

GOLEADORES FASE FINAL

 

4

Müller (D) (Alemania Federal).

2

Geels (Holanda) y Dzajic (Yugoslavia).

1

Flohe y Hölzenbein (Alemania Federal), Dobias, Nehoda, Ondrus, Svehlik y Vesely (Checoslovaquia), Van de Kerkhof (W) (Holanda) y Katalinski y Popivoda (Yugoslavia).

En p.p.

Ondrus (Checoslovaquia).

EL PAPEL DE ESPAÑA

El 13 de febrero de 1974 España y Yugoslavia dirimían en Frankfurt la clasificación para la fase final del Campeonato del Mundo. Un tanto a bocajarro del central yugoslavo Josip Katalinski clasificaba a la escuadra balcánica y hundía un poquito más a nuestra Selección en el saco de la mediocridad, la desilusión y el fracaso permanente. Incapaz de meterse en la fase final de México-70, eliminada en la ronda previa de Bélgica-72 y fuera también del Mundial de Alemania-74, por citar sólo el historial del equipo en la presente década, la escuadra de Kubala se asomaba al abismo y se aferraba, irremediablemente, con más recelo que esperanza, a la siguiente edición del Campeonato de Europa, que tendría lugar a lo largo de las temporadas 1974-75 y 1975-76. En un grupo compartido con Dinamarca, Escocia y Rumanía, selecciones semi desconocidas para el gran público, pero igualmente temidas más que a un nublado, nuestros representantes patrios necesitaban quedar primeros al final de la liguilla para acceder a los cuartos de final del torneo, ronda mínimamente exigible al conjunto español, al menos, para lavar su imagen gris y deteriorada de los últimos tiempos.

Así las cosas, siete meses después del varapalo de Frankfurt, con el mismo seleccionador al mando y parecidos mimbres en el cesto, el equipo nacional español se presentaba en el Idraetspark de Copenhague para su estreno en la competición. De forma sorprendente e inesperada, los Kubala Boys realizarán un partido serio, comprometido y eficaz, que les valdrá para lograr sus dos primeros puntos en el grupo clasificatorio. Claramunt, de penalti, antes de la media hora y Roberto Martínez en el 41’, permitían un intermedio tan plácido como imprevisto. Tras el descanso, la cosa parecía torcerse con el gol de penalti de Nygaard y la expulsión de Claramunt, pero España supo mantener el control de la situación en todo momento, para sumar una primera victoria, sufrida pero reparadora. Buen partido y mejor resultado para empezar. En noviembre tocaba viajar de nuevo. Glasgow era el destino para medirnos al rival más fuerte de los tres, probablemente. En una noche gélida y desapacible, sobre un terreno de juego lamentable, el partido se ponía muy cuesta arriba desde el inicio. A los 10 minutos Bremner ya había batido a Iríbar y a los 20, el austríaco Linemayr pitaba penalti favorable a los locales. La situación no podía ser más crítica y las perspectivas menos halagüeñas. Pero El Chopo adivinaba la intención del lanzador Hutchinson y el equipo se vino arriba. En otra solvente actuación, España tiraba de casta, firmeza y talante para voltear un complicado marcador. Dos golazos de Quini, uno en cada tiempo, salvaban el espinoso compromiso escocés y aupaban al combinado nacional a lo más alto de la tabla, con dos de los tres desplazamientos cubiertos ya. La cosa pintaba bien. Pero a la Selección española, ya se sabe, no conviene nunca tenerla como favorita. Después de dos buenos partidos a domicilio y cuatro importantísimos puntos logrados, a los chicos de Kubala les tocaba mostrar la cruz de la moneda. En febrero de 1975 nos visitaba Escocia en el Luis Casanova de Valencia. Era la noche del debut de Camacho y del récord de Iríbar quien, con 47 internacionalidades, superaba la mítica barrera de 46 presencias con la Selección establecida por Ricardo Zamora allá por febrero de 1936. Pero la fiesta pronto se tornaría en funeral. Joe Jordan, en la primera acción del partido, daba una ventaja a Escocia que se mantendría durante más de una hora de juego decepcionante de los nuestros. Por fortuna, el sportinguista Alfredo Megido, que también hacía su estreno con la Selección, lograba rescatar un valioso punto sólo 5 minutos después de haber sustituido a Gárate. Dos meses más tarde, la historia se repetía contra el equipo de Rumanía. En otra desafortunada actuación de nuestros representantes, los rumanos nos arrancaban otro puntito de oro a su paso por el Bernabéu, para estrechar una clasificación que parecía tener claro color rojo tras los dos primeros partidos. Velázquez, casi al inicio, y Crisan, ya en la segunda mitad, rubricaban el 1-1 final. España acababa de desperdiciar parte de la renta lograda con sus victorias en Copenhague y Glasgow. Tocaba vencer a Dinamarca y sacar algo de Bucarest para lograr el objetivo de la clasificación. El Día de la Hispanidad de 1975, España y Dinamarca jugaban el penúltimo compromiso clasificatorio en el estadio Sarrià de la Ciudad Condal. La victoria era imprescindible para los nuestros, pues aún faltaba visitar a una Rumanía también con opciones de obtener el pase. Con goles de Pirri y Capón, España conquistaba otros dos puntos fundamentales para sus aspiraciones, aunque con un fútbol deplorable. El peor partido en toda la fase preliminar. Se vencía por inercia, por la tibieza danesa, pero el descontento de la abnegada afición española había resultado evidente. El 16 de noviembre, el estadio 23 de Agosto de la capital rumana presentaba un ambiente excepcional. Lleno hasta los topes para empujar a su selección hacia la victoria contra el equipo español. Un puntito necesitaba España para estar matemáticamente en cuartos de final y había que evitarlo a toda costa. Kubala formaba un once con: Miguel Ángel; Sol, Benito, Migueli, Camacho; Pirri, Villar, Del Bosque; Quini, Santillana y Rojo. Un once que, en esta ocasión, sabrá estar a la altura de las circunstancias. En el encuentro decisivo, España se desenvolvía con la intensidad, la concentración y la puntería necesarias para poner un tranquilizador 0-2 en el marcador, en una hora de juego más que convincente. Villar y Santillana hacían respirar de alivio a toda España, aunque no de manera definitiva. Con la cómoda ventaja, la relajación de los nuestros y el arreón final de los rumanos no se haría esperar. Georgescu, de penalti, y Iordanescu, a falta de diez minutos, añadían una emoción inesperada al partido y devolvían la taquicardia a la parroquia española. Finalmente, todo resultaba un susto. Como no podía ser de otra forma, con emoción y sufrimiento, el equipo de Kubala obtenía el premio pretendido: el pase a los cuartos de final de la Eurocopa. Al menos en esta ocasión, el sin vivir de la afición provocado por la inconsistencia y la irregularidad de nuestro combinado, había merecido la pena.

De los siete posibles rivales en el sorteo de los cuartos de final, no nos podía tocar un rival peor. Alemania Federal, vigente campeona del mundo y de Europa, sería nuestro contrincante. Posiblemente, la escuadra más competitiva, eficiente y fiable del panorama internacional. El 24 de abril, en el Vicente Calderón de Madrid y con la presencia del nuevo Jefe de Estado, el Rey don Juan Carlos I, se jugaba el primer asalto. Kubala salía con: Iríbar (en su última aparición con la Selección); Sol, Benito, Migueli, Capón; Camacho, Villar, Del Bosque; Quini, Santillana y Churruca. Helmut Schön, por su parte, alineaba a: Maier; Vogts, Schwarzenbeck, Beckenbauer, Dietz; Bonhof, Wimmer, Danner; Hölzenbein, Beer y Worm. Con un público ejerciendo perfectamente su papel de jugador número doce y un equipo motivado, enchufado y seguro de sí mismo, el dominio del partido durante la primera mitad correspondía a los españoles. En ese tiempo, Santillana había sorprendido a Maier con un fulgurante punterazo para subir el 1-0 al marcador. Pero como nada es eterno, mucho menos el buen juego de nuestra Selección, las tornas cambiarían tras el intermedio. Los teutones, poco a poco, sin prisa pero sin pausa, iban haciéndose los dueños del cotarro. Un zurriagazo de Beer, casi desde Múnich, que se colaba como un misil por la escuadra izquierda de Iríbar, establecía el 1-1 definitivo con el que ambos contendientes afrontarían el decisivo encuentro de vuelta.

Un mes más tarde, un conjunto español diezmado por las bajas, saltaba al fortín muniqués del Olympiastadion con la remota esperanza de destronar al campeonísimo equipo local. Miguel Ángel sustituía a Iríbar bajo los palos. Capón y Camacho ejercían de laterales y Sol y Pirri ocupaban el centro de la zaga. Asensi entraba en el medio campo y se repetía con la línea de ataque. En un choque crucial, no podía faltar el infortunio a nuestra alicaída Selección. En dos minutos se pasaba de un balón al travesaño de Quini, al primer gol de Alemania. Beer se llevaba una pelota que había traspasado la línea de banda. Ante la pasividad del colegiado francés, Monsieur Wurtz, y también de los jugadores españoles, que protestaban inútilmente la acción, Höness superaba a Miguel Ángel. Al poco, se lesionaba Sol y Kubala debía agotar un primer cambio antes de los primeros 20 minutos. España trataba de reaccionar y de no perder el pulso al partido, pero todo resultaría en vano. A falta de dos minutos para el descanso, Beckenbauer, en fuera de juego, recibía en el área de Miguel Ángel. Su disparo a bocajarro, lo rechazaba el gato madridista. Toppmöller, también en posición anti reglamentaria y aprovechando la colección de estatuas en que se había convertido la zaga española, remataba la jugada y la eliminatoria. Con el oficio germano y la escasa esperanza de los nuestros, la segunda parte no tendría mucha más historia (hubo un gol anulado a Quini en el 89’) y la Selección española se volvía para casa, una vez más, con el zurrón bien cargadito de fracaso, frustración y maleficio. Lo de siempre.

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