RESUMEN:

Mirando los periódicos deportivos de la primavera de 1929 se adquiere la sensación de estar hojeando una revista de sociedad.  Se inauguraba la Gran Exposición Iberoamericana de Sevilla; se retiraba como jugador Perico Vallana; le hacían un homenaje, en Ibaiondo, al portero arenero Jáuregui; nombraban presidenta de honor del Valencia a Pepita Samper, la ”Miss

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Biblioteca Martialay: El seleccionador Mateos inventó el España F.C.

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Mirando los periódicos deportivos de la primavera de 1929 se adquiere la sensación de estar hojeando una revista de sociedad. 

Se inauguraba la Gran Exposición Iberoamericana de Sevilla; se retiraba como jugador Perico Vallana; le hacían un homenaje, en Ibaiondo, al portero arenero Jáuregui; nombraban presidenta de honor del Valencia a Pepita Samper, la ”Miss España” de ese año; regresaba a  España Lilí Álvarez, campeona de “lawn-tennis” y se casaba Samitier con la señorita Consuelo Aranda, a las seis de la mañana para evitar aglomeraciones…

En lo futbolístico también había sus más y sus menos: el torneo de Liga, recién inaugurado, amenazaba con hundirse por quiebra económica; la otrora poderosa Unión de Clubs –la orden de “la jarretera”, como la llamaba el periodista Miquelarena- se encontraba en estado crítico;  la Real Sociedad Gimnástica Española de Madrid, conocida como “la veterana” por su antigüedad, comunicaba a la Federación Centro que suprimía su equipo de fútbol, lo que significaba una pérdida irreparable no sólo para el fútbol madrileño sino también para el español y que no fue suficientemente lamentada en esos momentos y que, claro, ya no lo sería nunca; José Ángel Berraondo, seleccionador nacional, presentaba la dimisión después del fracaso de España en los Juegos Olímpicos de Ámsterdam; Hilario, el astro canario, salía de Las Palmas vestido de mujer para evitar que los aficionados impidieran su embarque hacia La Coruña; enorme marejadilla en el Barcelona tras la nefasta excursión a Suramérica, pese a los refuerzos de Quincoces y Luisito Regueiro.

Y en medio de ese tornado se nombra seleccionador nacional a José María Mateos, el solvente periodista bilbaíno.

Para agitar más aún más las aguas se le ocurre a éste decir que va a acabar con el picoteo entre jugadores de todos los clubes y que quiere que la Selección tenga el acoplamiento de un  equipo más. ¡Fuera colorines bajo la camisola nacional! Pero, desgraciadamente, su idea de tomar al Barcelona en pleno, con un par de retoques, se le hunde después de ver cómo lo han destrozado en Argentina y Uruguay.

Recurre a instrumentar líneas acopladas. Y, dando el clásico pendulazo hispánico, prescinde de todos los jugadores del Barcelona, que había sido su “equipo base”. Se centra en los jugadores del Español de Barcelona y del Real Madrid. A partir de líneas de estos equipos da, con un mes de anticipación, la alineación: Zamora (Español) con el sevillano Eizaguirre como único suplente; Quesada y Urquizu (Madrid); Prats, Peña (Madrid) y Solé (Español); Lazcano, Triana y Gaspar Rubio (Madrid) y Padrón y Bosch (Español). Sólo dos “colorines”, bajo la zamarra nacional.

Para colmar la paciencia de los analistas de la Prensa, afirma que no habrá partidos de “probables contra posibles” y que únicamente hará unos partidos de acoplamiento. 

Al sarcasmo de la crítica se unió el de las vacas sagradas de la nómina de jugadores. “Bueno, que Mateos hiciera lo que quisiera, pero cuando llegaran las vísperas del partido y viera al lobo cerca,  ya echaría mano de ellos…” 

Mateos siguió en sus trece. Hizo tres sesiones de acoplamiento con equipos modestos de Madrid. Escandalizó a los “budas” del periodismo madrileño interrumpiendo el juego para dar instrucciones, inventándose penaltis inexistentes para que fueran lanzados y repitiendo saques y corner.

Cuando en el último acoplamiento no pudo contar con Triana y Rubio, ligeramente lesionados, se produjo un “suspense”: “Ahora nos llamará a nosotros”. Pero Mateos echó mano de los madridistas Cañavera y Morera para cubrir sus bajas temporales.  

Y en tren a Sevilla. Se iba a jugar el segundo partido contra Portugal en la capital hispalense. Se inauguraba un estadio con el nombre de “Estadio de la Exposición”, lleno de azulejos policromos en sus fachadas y cuadrangular en su planta. Nada menos que con una cabida para quince mil espectadores. Posteriormente, ese estadio se iría rebautizando como Heliópolis, Benito Villamarín y  Manuel Ruiz de Lopera.

Sevilla era una gran fiesta. Quienes pensaban que no se iba a llenar el campo debido a la proximidad de la Semana Santa y la posterior Feria, se llevaron un chasco: abarrotado. Pese al calor, merced a un sol que caía a plomo a las tres de la tarde.

Árbitro de postín: el belga Langenus, “mister Lápiz” para los aficionados españoles, debido a su altura y su delgadez. Siete debutantes con los colores de España: Urquizu, Solé, Lazcano, Triana, Gaspar Rubio, Padrón y Bosch.

A los dos minutos el debutante Rubio metió el primer gol. Luego haría dos más. El canario Padrón haría los otros dos con los que terminó el primer tiempo. Con cinco a cero se llegó al descanso. Se hicieron apuestas sobre si se llegaría a la docena al final.

Pero no tuvieron en cuenta que estaban en Sevilla, que hacía “mucha caló”, que la Feria estaba al doblar la esquina y que cinco goles eran muchos goles…

Y así acabó el partido.

Ese primer tiempo había sido de locura. Un juego rapidísimo, brillante, espectacular. El equipo, en efecto, había dado la sensación de ser un club rodado y acoplado.

El árbitro Langenus, que también era periodista, no sólo manifestaba estar asombrado por la calidad del juego sino también por la transformación del estilo; del corte británico –juego de pases largos con bombeo de balones- se había pasado a la escuela centroeuropea, con infinitos pasecitos cortos, velocidad del balón, movilidad constante en los desmarques y con la pelota a ras de césped.

Pura escuela sevillana, la de los Brand, Kinké y demás compinches “del miedo”. Y todo ello sin las grandes figuras y bajo la batuta de ¡un bilbaíno!…

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Publicado en: General