El homenaje nacional a Zarra

Corría el mes de noviembre de 1953, cuando en el seno de la Delegación Nacional de Deportes alguien tuvo la idea de dedicar un homenaje a Telmo Zarraonaindía Montoya, el “Zarra” de las alineaciones y la mitomanía deportiva, ariete por antonomasia, autor del gol ante “la pérfida Albión” en el Mundial de Brasil (1950), según palabras del presidente federativo que habrían de costarle el puesto, ejemplo de coraje y pundonor, de raza, según tantos comentaristas plasmaran de viva voz o sobre papel prensa, jugueteando con la alteración silábica de su alias. A los 32 años, Zarra permanecía activo, y ese reconocimiento evidencia hasta qué punto era figura venerada, máxime en un país donde los homenajes suelen llegar post mortem. Pero irremisiblemente se acercaba al final de su andadura sobre el césped. Una dura lesión padecida durante la temporada 1951-52, lo había mantenido en paro gran parte de ese ejercicio. Y aunque cual ave fénix renaciera en el torneo correspondiente a 1952-53, rubricando 26 goles en 29 partidos, tanto en los despachos rojiblancos como en San Mamés comenzaron a buscarle sustituto. Su ciclo de rematador osado, sin arrugarse nunca, encaraba la recta final. Bien mirado, podía no ser un mal momento para agradecerle los servicios prestados, máxime cuando además de cantar goles había ejemplificado lo que ha de entenderse como deportividad(1), elegancia en la derrota y, sobre todo, compromiso con unos colores.

Cartel del gran homenaje dedicado a Telmo Zarraonaindía.

Vaya por delante que era aquel un fútbol más sano, infinitamente peor remunerado que el actual, y sin duda por ello mucho menos soberbio y egoísta. Los jugadores, incluso los más destacados, tenían asumido que, si las cosas les rodaban bien, el balón habría de proporcionarles dinero para adquirir un piso y emprender algún negocio con el que abrirse camino tras colgar las botas. Nada de vivir de rentas a perpetuidad o legar fortunas a los vástagos. Y menos, obviamente, de sacar jugo al pretérito mediante patrocinios, “spots” publicitarios, carguitos dictados a dedo, concejalías, o sueldos de asesor sin que ello implicase asesorar a nadie. Ciertamente existía el esclavista derecho de retención, que atara a tantos jugadores vitaliciamente a su club. Pero aun con todo, tampoco faltaron quienes, entre plantes, salidas de tono y declaraciones en rebeldía, forzaran traspasos para multiplicar sus ganancias anuales. Zarra no fue de esos. Ni él ni sus cuatro compañeros de línea atacante en San Mamés; los Iriondo, Venancio, Panizo y Gainza, recitados de memoria por una generación de aficionados posbélicos. Porque, aunque Telmo Zarra e Iriondo luciesen otros colores al margen del rojiblanco, ocurrió cuando la entidad bilbaína dejara de contar con sus servicios. Entre los futbolistas de renombre merecedores de un homenaje nacional, sin duda Zarra ocupaba un lugar preeminente.

Nadie opuso la menor objeción al proyecto de la D.N.D. durante la Asamblea en que la F.E.F. se hiciera eco de tal proyecto. Y por ello, el 1 de diciembre el secretario federativo respondía al “Ecmo. Sr. Delegado Nacional de Deportes de F.E.T. y de las J.O.N.S”:

“Pondremos todo nuestro empeño en la organización de este homenaje, cuya fecha más adecuada estimamos en la primavera próxima, y en momento oportuno tendremos el honor de elevar a V.E. el programa de lo que entendemos deba ser este acto.

Por Dios, España y su Revolución Nacional-Sindicalista”.                    

Escrito dirigido a Zarra desde la F.E.F., tan pronto su Comité Directivo se sumara a la “sugerencia” de la D.N.D. consistente en dedicarle un homenaje nacional.

Desde la Federación se planteó como posible idea enfrentar a una potente selección de futbolistas militantes en nuestra Liga, con algún club de la 1ª División inglesa. Pero esta opción fue mal vista en la D.N.D., según notificasen al ente federativo el 22 de febrero de 1954: “Nuestro servicio exterior no considera pertinente la celebración de un encuentro, ni realizar gestiones encaminadas a la celebración del mismo, con un club de 1ª División inglés”. Así las cosas, dos días después la propia D.N.D. volvía a contactar epistolarmente con la Federación, proponiendo “un matiz nacional, a base de dos potentes selecciones, debiendo procurar que el encuentro revista el máximo interés posible, a fin de que se cumplan los deseos de esta Delegación Nacional de Deportes, de que el homenaje al mencionado jugador internacional de fútbol logre la brillantez que le corresponde”. Dos potentes selecciones compuestas entre jugadores de nuestra Liga, aclarémoslo, porque aquella España no estaba para dilapidar divisas.

Si pérdida de tiempo, tan pronto se tuvieron noticias sobre el proyecto de enfrentar a una selección de Vizcaya-Centro con otra de Cataluña-Levante, en el seno del Atlético Bilbao -denominación del Athletic Club a partir de 1940- se puso manos a la obra. Así lo evidencia el escrito remitido a la Española por el presidente rojiblanco Enrique Guzmán con fecha del día 25: “Si las selecciones son bien escogidas y todos los elementos cooperan al fin propuesto, sin incomparecencias que desdigan la seriedad deseada, el partido será un verdadero éxito. Además, evitando la subvención al equipo contrario, caso de haber traído uno extranjero, el resultado económico será muy superior”. El presidente bilbaíno estaba por demás implicado en la iniciativa, añadiendo que su entidad atendería todos los gastos de los futbolistas integrados en la selección, para mayor beneficio del homenajeado. Y añadía, beatíficamente: “Quizá esta misma idea fuese correspondida por todos los demás”. Un buen deseo que iba a despertar relativo eco, conforme más adelante observaremos.

El 2 de abril, la Federación dirigía un escrito a Telmo Zarra, invitándole a designar los jugadores que mejor considerase para su partido homenaje, pudiendo añadir, además, cuantos elementos considerase de otras regiones. Aún no existía fecha para el choque, y con intención de zanjar cuanto antes un aspecto tan fundamental, el presidente federativo volvía a ponerse en contacto con la D.N.D. mediante escrito fechado el 9 de abril, confiando se le orientara al respecto. Tres días después, el máximo órgano deportivo nacional se decantaba por el 29 del mismo mes. Y sin pérdida de tiempo, la Federación comenzaba a convocar futbolistas para el choque a disputar en el estadio de Chamartín, a las cinco y cuarto de la tarde.

Ambas selecciones iban a estar conformadas de este modo:

Equipo Azul (Cataluña-Valencia).- Marcel Domingo; Argilés, Biosca, Segarra; Pasieguito, Puchades; Basora, Wilkes, Kubala, Marcet y Manchón. Suplentes, Campanal y Bosch.

Equipo Blanco (Castilla-Norte).- Carmelo Cedrún; Martín, Lesmes I, Lesmes II; Miguel Muñoz, Garay; Miguel, Silva, Zarra, Di Stéfano y Gainza. Suplentes, Eizaguirre, Iriondo, Venancio y Panizo, puesto que se pretendía alinear en la vanguardia durante la segunda parte al histórico quinteto rojiblanco.

Pronto, sin embargo, se produjo una deserción. El secretario del Sevilla C. F. envolvió razonada y decorosamente la incomparecencia de su formidable defensa central Campanal: “Ni que decir tiene que este Club se complace en reconocer y proclamar como los demás, las altas virtudes deportivas que corresponden al jugador a quien como símbolo de los buenos futbolistas españoles de todos los tiempos, se va a rendir homenaje, y que con el mayor entusiasmo y buen deseo de colaboración nos unimos al mismo. Mas, como saben, Campanal viene jugando desde casi el principio de la Liga con una vieja lesión a la que con su proverbial buena voluntad y amor propio ha podido sobreponerse incluso en los últimos partidos internacionales, pero durante el encuentro jugado en Las Corts contra el C. F. Barcelona el pasado día 11, recibió un nuevo golpe en la rodilla que viene preocupando seriamente a nuestro médico,(…) En vista de lo cual se decidió no alinearlo el próximo domingo en San Sebastián. En tales condiciones no le será posible alinearse tampoco el día 29 en el partido homenaje a Zarra, y crea que lo sentimos de todo corazón”.

En idéntica línea de caballerosidad, el último párrafo de aquella misiva concluía con el lógico ofrecimiento: “Tenemos la esperanza, sin embargo, de que a Zarra pueda interesarle la colaboración de cualquier otro de nuestros jugadores, y a tal efecto le hemos ofrecido, como reiteramos a Vds., poner a su disposición todos los demás de este equipo”.

Escrito del Valencia C. F. rubricado por su secretario general, Luis Colina, sumándose al partido de homenaje.

Puesto que también entonces se hablaba de apreturas en el calendario, varios clubes -At Bilbao, Español, Valencia o Barcelona- contactaron con la Federación Española para cursar instrucciones a los futbolistas “prestados”, sobre el modo y manera en que deberían desplazarse desde Madrid hasta el punto donde mediante sorteo les correspondiera disputar la siguiente eliminatoria de Copa. A partir de ahí, la interlocución entre la F.E.F. y Telmo Zarra tuvo en el presidente atlético un continuo mediador, como acredita el escrito remitido desde Madrid a la sede rojiblanca, con rúbrica de Andrés Ramírez. Tras algún párrafo de especulación coloquial, como: “¿Cree usted que Bilbao responderá, y que vendrá mucha gente? Es sólo un día el que perderán, pues pueden viajar de noche el miércoles y jueves”, se pasaba a lo importante: “Los precios son relativamente asequibles y espero que pese a no ser día festivo haya una gran entrada, pues los equipos son francamente buenos y no espero deserción alguna. Yo calculo en un millón largo la entrada bruta y luego los gastos del partido con entre un 40 y un 46 ó 47 % (de detracción); esto normalmente, pues espero hacer rebajas en todo y engañar a quien haga falta para que el resultado líquido sea lo más sabroso posible (…). Zarra nos habló de unos regalos que piensa hacer a sus compañeros y le indicamos que consultara con ustedes, pues podrían orientarle mejor, sin perjuicio de que si así lo desearan nos encarguemos desde aquí. De los dos equipos se ocuparán Benito Díaz (catalanes y valencianos), y Barrios (los otros). Es lo que parece más conveniente”.

La misiva finalizaba con algo semejante a una promesa: “Dígale a Enrique y a Pedrés que echaré la carne en el asador, pues aparte de que Telmo se lo merece todo, no me olvido tampoco de Bilbao y que estoy obligado a mantener mi “cartel” ahí”.

Aunque lo de “hacer rebajas en todo y engañar a quien haga falta” sonase un tanto fuerte, Andrés Ramírez se refería a economizar en los distintos impuestos que entonces gravaban cada espectáculo. Prueba de ello es la misiva que Juan Touzón dirigiese al Conde de Mayalde, alcalde de Madrid, pidiendo por boca de fraile: “Con esta fecha se entrega oficialmente al Excmo. Ayuntamiento de Madrid un escrito formulado por la R.F.E.F. que me honro en presidir, solicitando que el Ayuntamiento renuncie a la percepción que por menores e impuesto de lujo puedan corresponderle, en el partido de homenaje a Zarra, a disputar el próximo jueves día 29. No sé si esto que solicitamos es excesivo, pero me mueve a escribirle esta carta rogándole interponga su valiosa y decisiva influencia en los organismos competentes para que esto se consiga, o al menos se fijen cantidades muy reducidas, y hacer más lucido el resultado económico del encuentro. Como usted sabe, el partido tiene el alto patrocinio de la Delegación Nacional de Deportes y se trata de exaltar la figura de un hombre que, pese a su profesionalismo, siempre se ha olvidado de él y lo ha dado todo en defensa de los colores nacionales. Además ha mostrado un decidido empeño en que el encuentro se celebre en Madrid, rindiendo así culto de admiración a nuestra capital”.

Conforme a lo prometido, este fue el anuncio publicado en “La Gaceta del Norte” el mismo día del encuentro, acerca de su retransmisión por Radio Bilbao.

Paralelamente, Eduardo Ruiz de Velasco, director de Radio Bilbao, dirigía un escrito al presidente federativo solicitando permiso para retransmitir el choque en directo. Algunos de sus párrafos rezaban así: “Espero que por parte de esa Federación nacional no exista inconveniente alguno, toda vez que cuento con la aprobación del propio homenajeado, de la Federación Vizcaína de Fútbol y de D. Fernando Gómez Rubiera, miembro de esa Federación Vizcaína. Por su poca potencia esta emisora no es posible captarla en Madrid, y por lo tanto no puede pensarse en un perjuicio para la taquilla, haciéndole resaltar, además, que el anuncio público sobre la retransmisión no se haría hasta el mismo jueves, día 29, en la prensa de la mañana. De esta forma, quienes tuvieran pensado asistir al homenaje ya estarán para esa horas en la Puerta del Sol. La retransmisión la efectuaría el abajo firmante, por considerar que nuestra emisora no podía estar ausente en tan merecido homenaje”.

Eduardo Ruiz de Velasco, aclarémoslo, fue un gran director de la emisora bilbaína, pero las retransmisiones deportivas distaban mucho de constituir su fuerte. En nada se parecía a Matías Prats, Juan Martín Navas o Pepe Bermejo, por ejemplo.

El encuentro constituyó un gran éxito, pese a disputarse entre semana y bajo un intenso aguacero, si bien acabara sobrando papel en las taquillas. Campanal, defensa central asturiano del Sevilla C. F., fue sustituido por el “merengue” Oliva. Aunque en este tipo de encuentros el resultado es lo de menos, la selección Centro-Vasca salió triunfante con un apretado 4-3. Los tantos fueron marcados en el siguiente orden: 0-1 Estanislao Basora antes de cumplirse el minuto 3. Empató Gainza minuto y medio después. Basora volvió a adelantar a los catalano-levantinos, para que Di Stéfano forzase una nueva igualada en el minuto 35. Poco después de sacarse de centro Atienza establecía el 3-2. En la segunda parte el holandés Wilkes instalaba en el marcador un 3-3. Y el gol definitivo, como respondiendo al mejor guion, sería anotado por el propio Zarra 27 minutos antes de que el madrileño Asensi diera por concluida la fiesta. Un potente disparo del homenajeado se estrellaba en el larguero, recogía el rechace y lo enviaba a las redes. Ovación atronadora y nuevos gritos de ¡Zarra, Zarra, Zarra!, entremezclados con los que preferían aclamarlo vociferando “¡Raza, Raza, Raza!”.

Portada del semanario “Marca” publicada tras el partido de homenaje, calificando al vizcaíno como “gloria auténtica del fútbol español” y ejemplo de “la furia que debe definir en todo momento el deporte nacional”. Expresiones retóricas muy de aquellos años.

El fútbol era entonces, junto al cine y en muchísima menor medida el boxeo, gran espectáculo nacional. Y Zarra un mito equiparable a los actuales Leonel Messi, Sergio Ramos o Joaquín Sánchez Rodríguez. Distintas anécdotas podrían justificar la inexistencia de exageración comparativa en tal aserto. Recién casado con Carmen Beldarrain, en 1956, cuando ya había concluido su etapa en el Athletic, la pareja se desplazó a Málaga en su viaje de novios y cierta tarde decidieron ver una película. Para no llamar la atención, penetraron en la sala cuando las luces se apagaban. En el No-Do aparecía un reportaje sobre su boda y alguien acabó reconociendo al de la pantalla en su vecino de butaca. Se armó la marimorena. “¡Zarra, Zarra! ¡Pero si está Zarra aquí!”. Hasta se encendieron las luces, interrumpiéndose momentáneamente la proyección. Luego, tras el “The End”, un nutrido grupo de espectadores los siguió hasta el hotel.

Volviendo al homenaje, en los prolegómenos del partido y durante el descanso, un himno compuesto especialmente para la ocasión atronó por los altavoces del estadio. Muchos espectadores rogaban a los acomodadores no dañasen su boleto en demasía, porque pretendían conservarlo como recuerdo. Los programas volaban de mano en mano… Según la primera liquidación presentada por el Real Madrid ante la Federación, de las 54.253 localidades puestas a la venta se había hecho uso de 36.262. O sea, un sobrante de 17.991. El proyecto de ingresos elaborado por la F.E.F. había pecado de optimista, puesto que sobre un aforo de 78.669 almas y precios que iban desde las 75 a las 8 pesetas, calcularon 1.912.275 de recaudación. Luego debieron surgir ventas de “Fila 0”, ingresos en metálico de la F.E.F. o colaboraciones de otra índole, puesto que la cifra final en el Debe llegó hasta las 982.472 ptas. Tampoco es que conforme esperaba el secretario federativo, las distintas Administraciones hiciesen gala de gran filantropía, a tenor del siguiente cuadro de impuestos y gastos:

CONTRIBUCIÓN INDUSTRIAL

45.788,18

PROTECCIÓN DE MENORES

41.136,26

CONSUMOS DE LUJO

500

CUPÓN DEPORTIVO

15.458,10

UTILIZACIÓN DE CAMPO

38.645,25

PERSONAL DE CAMPO Y TAQUILLAS

24.833,95

PROGRAMAS (incluido dibujo y fotos)

8.186

PUBLICIDAD

7.365,55

AUTOCAR Y TAXIS

560

CARTELES

325

ALOJAMIENTO HOTEL NACIONAL

533,75

BEBIDAS EN VESTUARIOS

271

LAVANDERA Y REPASO ROPA

423,75

SERVICIOS DIV. (Cruz Roja, altavoces, propinas)

200

BENEFICIO LÍQUIDO

184.226,79

Y aún se habrían de añadir las siguientes partidas complementarias:

VIAJES DEL JUGADOR ZARRA

1.624,20

ENTREGADO EN EFECTIVO

2.000

ENTREADO LOCALIDADES A ZARRA

4.402

SALDO A FAVOR EN FED. VIZCAINA por loc. entregadas

12.465

TOTAL A DESCONTAR

20.491,20

Cuentas del jefe de taquillas “merengue” sobre la recaudación total en el partido. Con posterioridad la cifra de ingresos se incrementaría algo.

Eso sí, parte de los clubes renunciaron a facturar los viajes de sus futbolistas, aunque el At. Madrid anotase una partida de 1.537 ptas. por dicho concepto, que no ha sido posible verificar si finalmente habría presentado al cobro. El Real Madrid sí facturó lo pactado en concepto de utilización del campo: 38.645,25 ptas., en torno al 5 % sobre el monto de la recaudación.

Si bien se realizaron distintos asientos provisionales hasta la elaboración del definitivo, parece el que el beneficio neto en favor del delantero centro de Munguía habría arrojado un saldo de 777.754,01 ptas. cifra importantísima para la época, cuando el salario anual de un maestro con plaza en propiedad, sin contar puntos y quinquenios no sobrepasaba las 14.000 ptas. Los trabajadores de banca con puesto en ventanilla venían a salir por unas 1.000 mensuales, excepto los de las Cajas de Ahorro, mejor remunerados. Las primas por victoria en la Copa que devengaba el At. Bilbao se mantuvieron durante años en 1.000 ptas., aunque a partir de los 50 ya se doblaran. Los jugadores extranjeros que empezaban a recalar en nuestro fútbol se beneficiaban de fichas próximas a las 200.000 ptas. si el club era de los pudientes, o 250.000 si el recién venido lucía galas de fenómeno y aterrizaba en entidades de campanillas. Por 300.000 ptas. podían comprarse pisos céntricos, bien iluminados y con más de 120 metros cuadrados, en cualquier capital de provincia importante. Las quinielas no habían repartido ningún premio millonario hasta el 9 de marzo de 1952, y aquel millón ciento cuarenta y tres mil cuatrocientas noventa y tres pesetas con 70 céntimos que alborozase al carnicero de Santander Saturnino García Pereda, se antojaron purísima locura. A Zarra, obviamente, le había tocado “el gordo”.

Aunque la prensa recogiera un inexistente llenazo total en Chamartín, la disputa del choque en día no festivo y una tarde por demás lluviosa, aguaron un tanto, y nunca mejor dicho, las previsiones federativas.

Telmo aún siguió en “su” Athletic la temporada 1954-55, cediéndole el relevo al durangués Eneko Arieta, otro nueve a la vieja usanza, acometedor, aguerrido y con un punto espartano, a quien la afición de San Mamés en seguida apodó “Torito”. Luego, con aquella terquedad que le llevaba a buscar remates imposibles y sintiendo todavía la necesidad de seguir oliendo a césped y linimento, habría de enrolarse en la Sociedad Deportiva Indauchu (campaña 1955-56), y Baracaldo C. F. (56-57), cantando goles, ciertamente, pero sobre todo haciendo felices a los tesoreros cuyos campos de 2ª División visitaba, puesto que solían registrar llenazos memorables. Finalmente, en junio de 1957 dijo basta. Se concedió algún tiempo para meditar sobre su futuro y acabaría inaugurando un establecimiento de deportes, primero en sociedad con su gran amigo y compañero de línea atacante Rafael Iriondo, y luego regentándolo en solitario hasta su jubilación. El fútbol quedó para algunos partidillos de veteranos, siempre con fines benéficos, o para complacerse en el recuerdo de un tiempo que se le había ido como agua entre los dedos.

Dejaba tras sí un legado difícil de igualar. Máximo anotador de la Liga en sus ediciones de 1944-45, 45-46, 46-47, 49-50 y 50-51, ostentando el récord de 38 goles en la edición 50-51, disputándose sólo 30 partidos. Sus registros totales en la historia de ese campeonato siguen apabullando: 251 goles en 277 partidos, proclamándose campeón solo una vez, la temporada 1942-43. El torneo de Copa, en cambio, le resultó más productivo, puesto que habría de celebrar títulos en 1943, 44, 45 y 1950. Internacional en 20 ocasiones, con 20 goles marcados entre 1945 y 1951, su debut con “la roja” se produjo el 11 de marzo de 1945 frente a Portugal, anotando los 2 tantos españoles, y su despedida el 17 de junio de 1951, ante Suecia, saldado con empate a cero. Precisamente ante esa misma selección había sido capitán de España el 16 de julio del año anterior.

De izda. a dcha., Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Cainza, un quinteto atacante de recuerdo imperecedero. Alguna molestia física impidió a Iriondo saltar al campo tras el descanso, como estaba previsto, en el que hubiera sido uno de los últimos choques con los cinco leones juntos.

En 1978 el banco Industrial de Cataluña utilizó su imagen para promocionar una emisión de bonos al 12,5 % de interés anual. Incluso tuvo que desplazarse a Barcelona para rodar un “spot” publicitario emitido por televisión, la misma pequeña pantalla que no pudo hacerse eco de sus gestas, al llegar demasiado tarde a los hogares de un país empeñado en salir del subdesarrollo. Cobró entonces un millón de ptas. “El mejor fichaje de mi vida”, dijo, alborozado. “En mis tiempos se pagaba poco por jugar al fútbol, y hoy en cambio hay quien ingresa barbaridades. Nací demasiado pronto, sin duda, pero no me arrepiento de nada”.

Carecía de motivos para sentir arrepentimiento. Hombre leal, digno exponente de lo que aquel Athletic se proponía ser, comedido ante el triunfo y caballeroso en la derrota, de los que cualquiera podía ver por la calle sin embozarse tras unas gafas de sol o estirando el cuello cual jirafa(2), dejó huérfana a la afición rojiblanca en Bilbao, el 23 de febrero de 2006, tras sufrir un infarto en su domicilio, treinta y un días después de haber cumplido los 85 años.

Autógrafo de Telmo Zarraonaindía Montoya, a quien el fútbol convirtiera en “Zarra” mucho más que de por vida.

Pero que conste, aquel millón de ptas. del Banco Industrial de Cataluña, ese teórico mejor fichaje de su vida, representó bastante menos en términos reales que lo reportado por el homenaje que 24 años antes todo el fútbol nacional, puesto en pie, le dedicara.      

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(1) .- Su concepción del deporte y el honor le llevó a lanzar el balón fuera con el portero malacitano Arnau batido, al entender poco honorable golearle después de que hubiese sufrido un violento choque. O cuando por no lesionar al guardameta colchonero Montes, él mismo saliera malparado, destrozándose los ligamentos de una rodilla. Una tarde fue expulsado del campo, a causa de un lamentable malentendido. Álvaro, el duro defensa del Valencia, le había entrado de manera poco ortodoxa y ambos rodaron por el suelo. Zarra se levantó primero, a tiempo de oír el grito de Gainza: “¡A ese písale la cabeza!”. Por seguir la broma, le colocó la bota unos centímetros sobre la oreja, como si posara para el fotógrafo en la sabana africana después de haber tumbado a un rinoceronte. El árbitro tomó las cosas a la tremenda y no quiso escuchar explicaciones, cuando por esa época, al no existir las tarjetas, cualquier desconsideración a un adversario solía resolverse con simple amonestación verbal. Fue su único lunar en una carrera modélica, aunque el trencilla fuese contundentemente censurado por la prensa. “Una injusticia, y además una gran estupidez”. “Ay que empeñarse en ver lo que no era, para entender lo que sólo el colegiado entendió”. O como asegurase José Mª Unibaso Landa, para el periodismo “Joma”, “Es lo que cabía esperar de un mal juez, con mala vista y peor juego de cabeza”.

 

(2) .- Los bilbaínos podían cruzárselo por la calle o charlar con él durante cualquier trayecto en tranvía o trolebús. En su época de futbolista activo, los días de partido en San Mamés tomaba el tren de Munguía, donde continuaba residiendo, concluía su viaje en la estación de las calzadas de Mallona y atravesando la Plaza Nueva o siguiendo el curso de la calle Ascao desembocaba en el Arenal, para abordar el tranvía. Como los campos no disponían de iluminación eléctrica, durante el periodo invernal aquellos partidos empezaban a las 15,30 y los espectadores llegaban al estadio literalmente con el almuerzo en la garganta. A veces ese tren se retrasaba y los forofos que hacían cola ante el tranvía lo izaban hasta él en volandas: “Hoy vas tarde, Telmo -le decían-. Tú sube el primero, que te va a caer una bronca gorda”. Y aunque el tranvía estuviese atestado, como por otra parte solía ocurrir muy a menudo, Zarra viajaba hasta la Plaza del Sagrado Corazón, a pocos metros del estadio, sin grandes apreturas.




Biblioteca Martialay: Zarra, sin más

Zarra01

Los cursis de hoy –quizá huelga el hoy, o quizá los cursis- se quedarían tan ufanos diciendo algo tan original como “no diga Zarra, diga gol”. O, llegando a su cumbre creativa, dijeran o escribieran “Zarragol”. Se lo pondría más fácil, ya que gustan de decir pentasílabos  en vez de los monosílabos precisos, y les sugeriría “Zarraonandíagol” ¿A que queda precioso y llena mucho?

Pues bien, después de lo dicho, a nadie puede extrañar que afirme que Zarra era un jugador fabricado artesanalmente para marcar goles. Ya antes de ser cachorro de San Mamés –no sé como llamar a eso ¿acaso embrión no clonable de San Mamés, que era santo y era niño?- había metido ocho goles militando en el Erandio en uno de aquellos benéficos Campeonatos Regionales que los “hombres del fútbol español” se cargaron para estirar la Liga, que como todos saben, suelen ser elásticas…

Rabilargo

El dicho lo sentencia: “De casta le viene al galgo…”. Telmo Zarra tenía antecedentes en el fichero del fútbol español. Su hermano mayor, Tomás, nacido en diciembre de 1910, fue un portero que jugó nada menos que ocho años en primera división. De 1928 a 1934 en el Arenas de Guecho; desde 1935 a la Guerra, en el Osasuna de Pamplona. Quizá haya que subrayar que en la Liga 1930-31 hubiera sido el premio Zamora, de existir tal trofeo. Tras la guerra se replegó al Erandio, club que parecía fabricado a la medida de la familia Zarraonandía. Lo retiró Gorostiza en un amistoso, merced a un pisotón que le fracturó varios dedos de una mano.

El otro hermano futbolista, Domingo, también militó en la división de honor, con el Arenas de Guecho, en la temporada 1934-35.

Con su hermano como intermediario- quizá hubiera que emplear otra palabra a la vista de lo que se ve en el gremio- llegó a la secretaría del Athletic llamado por los directivos rojiblancos.

Posiblemente pensaban que Victorio Unamuno ya había cambiado su onza en el Betis campeón de Liga, con aquel conjunto estelar de Urquiaga, Areso, Aedo, Timimi, Saro y compañía. En la liquidación bética de junio de 1936, Unamuno compró su libertad por 5.000 pesetas y volvió al Athletic  justo por el doble.

Estaban acabando sus 19 años cuando le pusieron delante la ficha del Athletic. La firmó casi sin enterarse que le iban a dar 4.000 pesetas por ella. Y casi 500 todos los meses. Muchas veces los clubes no se enteran que hay jugadores que firmarían gratis…

Ya era jugador del Athletic, entonces Atlético. El cielo no era mejor. Acaso ahora, en esos primeros contactos con el más allá, esté calibrando sensaciones y comparando…

Lángara

Era su ídolo de niño. Era el ídolo de cuantos jugaban en aquellos años en la delantera del equipo del colegio. Acaso por Sevilla le robara protagonismo Campanal y por Madrid Elícegui. Pero Lángara era el rey.

Por esas vueltas que da la vida, cuando Lángara regresó a España y a su Oviedo en 1946,  fue seleccionado por Pablo Hernández Coronado para ir a Dublín a luchar con Irlanda el 2 de marzo de 1947. Los dos delanteros seleccionados eran Zarra y Lángara. El de Munguía dejó a Lángara en el banquillo.

Y eso que Telmo tenía una lesión de hombro que la prudencia hubiera aconsejado que no jugara. Pero se calló sus dolores. Los desvió a una ligera molestia que podía mitigarse con una infiltración. Jugó el partido. ¡Y metió dos goles!

Bien es verdad que Zarra era la furia y Lángara lo había sido, pero su paso por el fútbol argentino le había hecho menos fogoso y mucho más científico.

No se sabe si Zarra antes de salir a Dalymount Park le dijo a Lángara algo así como “Usted perdone, don Isidro, pero hoy juego yo”.

La internacionalidad le venía a Zarra desde un par de años antes.

Después del desastre de San Siro, ocasión en la que la Italia de Piola destrozó a la Selección española, hubo tres años de ausencia española en los campos internacionales. Se había acabado una etapa, la de Eduardo Teus, y se pensaba que había que esperar a las nuevas cosechas para revitalizar el equipo de España. La Guerra Mundial ayudó no poco a esa meditación en los cuarteles de invierno. Cuando Guillermo Eizaguirre tomó “la manija” del equipo sólo quedaban cuatro caras “viejas”: Germán, Ipiña, Escolá y Epi. Entre el pelotón de relevo de la vieja guardia iba Telmo Zarra.

Fue en Portugal, en el estadio Jamor de Lisboa. Y no, no marcó ningún gol. Entre César y Epi se repartieron el tajo del empate.

Martín

Mariano Martín era el ariete del Barcelona. Era un jugador increíble. Rápido, técnico, corajudo y goleador. El que se olvide su nombre en el fútbol español es una injusticia.

Bien puede decirse que Martín era el rival más empecinado de Zarra. Y así como Telmo tuvo que ver cómo sobrepasaba a Lángara, su ídolo, también le cupo la amargura de desplazar definitivamente a Martín. Fue en el partido contra Irlanda –siempre Irlanda presente en estos trances- en el Metropolitano de Madrid, el día 23 de junio de 1946. El barcelonista salió como titular. A los 35 minutos se “rompió”. Le relevó Zarra. Cuando se encontraron, uno de ida y otro de vuelta, Martín le dijo: “Esto ya se ha acabado para mí. Que tengas más suerte que yo.”

Y en efecto, se había acabado para la Selección aquel pura sangre llamado Mariano Martín.

Pero a un hombre espectacular le sustituía otro que no lo era menos.

Quizá haya que recordar cómo tras el partido de la Copa del Mundo de Brasil contra Chile –quizá el partido internacional más completo de Zarra – se escribió que “En los partidos que juegue Zarra hay que subir el precio de las entradas”.

Zarra02

Escartín, su “bestia negra”

Los estadísticos apuntarán que Zarra sólo fue expulsado una vez en su vida deportiva. Fue en un Valencia – Athletic. Un rifirrafe entre Álvaro, el duro defensa valencianista, y Zarra, acabó con ambos por tierra. Zarra se levantó rápidamente, mientras Álvaro quedaba tendido. Escartín echó a los dos porque Gainza le gritó: “¡Telmo, písale la cabeza a ese…!”. No se la había pisado, claro.

Cuando se van mirando las fotografía de la formación española ante los partidos, siempre había un punto fijo: Zarra.

Por eso causó enorme extrañeza al aficionado ver que en el equipo que se alineaba frente a Argentina no estaba Zarra. No estaba su referente. El sustituto era Adrián Escudero el extremo reconvertido en ariete por Pedro Escartín, a la sazón seleccionador nacional.

Tras ese partido le llevó a la excursión americana del verano de 1953 como carne de banquillo, quizá para hacerle menos cruel su definitiva ausencia del equipo de España. El Zarra internacional de España había pasado a la historia.

Pero no en el cariño de los aficionados. Al año siguiente, la Federación Española organizó un homenaje al “ariete de la furia”. Se llenó el campo madridista cuando todavía era ese destartalado estadio en el que Santiago Bernabéu quería meter a cien mil espectadores. Zarra los metió.

Todavía, a sus 33 años, llevaba sus minúsculos calzones y dejaba sus mangas al aire como serpentinas que enjoyaban su brioso empuje. Mangas que le ocasionaron no pocos sofocos en el Copa del Mundo de Río, porque en la guerra psicológica que los cronistas brasileños desencadenaban contra sus siguientes rivales advertían a los árbitros, en titulares, que tuvieran cuidado con las mangas de Zarra, porque le servían para ocultar las manos con las que se colocaba el balón para su más fácil disparo.

La cabeza

Indudablemente en la iconografía de Zarra hay infinidad de imágenes captando sus saltos prodigiosos y sus testarazos al balón con marbete de gol. Eso es justo. Lo que es injusto es ignorar su efectividad goleadora con ambos pies.

Propondría un reto a los eficaces y abundosos estadísticos.

Pongamos como marco de tabulación la temporada 1942-43 para que tengan margen suficiente. En 44 partidos, Zarra consiguió 40 goles. A ver si el golpe de tecla desvela cuántos fueron logrados de airoso cabezazo y cuántos con los pies. A lo mejor hay sorpresas…

La fiera

Así es como Blasco Ibáñez llamaba al público en su taurina “Sangre y Arena”. No, las cornadas no las daba el toro. Las daba el público con su exigencia, su desatino, su ignorancia.

En el fútbol me ha tocado asistir a varias de estas “cogidas” crueles e injustas. De pronto, alguien, sin duda un entusiasta de antaño, suelta el grito: “¡Fuera, viejo!”. Y corre como la pólvora por el graderío: “Viejo… Viejo… Viejo”. No. La culpa no la tiene ni esta época ni la que venga. Es eterno. A Pichichi, allá por los años 20, sus fieles de San Mamés le arrinconaban cada vez que no llegaba a un balón imposible o “fallaba” un gol que tampoco era pensable, pero que él forzaba para ver si la bendición de un tanto callaba esos gritos. Y arreciaban…

Fue el caso de Zarra. La “fiera” está ahí siempre. En todos los campos, en todos los tiempos, ante todos los jugadores.

Igual que Pichichi, igual que tantos y tantos, Zarra se rindió a ese grito demoledor.

Y se fue.

Ahora, en el cielo, que a buen seguro le tiene Dios esperando, esos gritos desaparecerán. Solo oirá los clamores de sus goles y los aplausos a sus jugadas brillantes, fulgurantes, eléctricas. Que para eso es el cielo…

Te echaré de menos Zarra. Llevo muchos años echándote de menos. Desde que cerraste el cerrojo a mediados de los años 50.  Hasta la vista.

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Historias de la Selección (IV). El gran papel realizado en Brasil (25 de junio-16 de julio de 1950).

Después de doce años de larga espera provocada por la tragedia de la Segunda Guerra Mundial, la Copa del Mundo hace su reaparición con su cuarta edición, disputada en Brasil, en 1950. Desde que el italiano Silvio Piola batiera por última vez al húngaro Antal Szabo en la final del Mundial de Francia, el 19 de junio de 1938, ninguna pelota de fútbol había vuelto a rodar en ningún estadio del planeta, con el título de campeón del mundo en juego. Nuestra Selección, que no pudo participar en las ediciones de 1930 y 1938, se ha deshecho con cierta facilidad de Portugal en la eliminatoria preliminar (5-1 en Madrid y 2-2 en Lisboa) y, con un gran conjunto y no pocas individualidades, dirigido por el ex guardameta internacional Guillermo Eizaguirre, llega al país de la samba con el propósito claro de pelear por los puestos de honor del campeonato. El sorteo nos ha mandado al grupo B, junto a un desconocido, Estados Unidos, una incógnita, Chile y un auténtico coco, Inglaterra, que disputa su primer Mundial y se ha convertido en uno de los equipos que más cuentan en las apuestas. Sólo uno de éstos pasará a la segunda y definitiva fase, que se disputará por el sistema de liguilla entre los campeones de los cuatro grupos de la primera ronda.

España se estrena el 25 de junio, frente a los norteamericanos, en el estadio Durval Brito de la ciudad de Curitiba. Juegan: Ignacio Eizaguirre; Alonso, Antúnez, Gonzalvo II; Gonzalvo III, Puchades; Basora, Igoa, Zarra, Rosendo Hernández y Gaínza. El primer susto del campeonato para los nuestros, morrocotudo además, no tarda en llegar. Jack Souza ha adelantado a su equipo al cuarto de hora y los españoles no ven rendija alguna en la maraña defensiva estadounidense. Nerviosos y desacertados, llegan al minuto 80 por debajo en el marcador, hasta que,  al fin, Igoa consigue romper la muralla de Borghi. El tanto del delantero valencianista abre la veda española y Basora y Zarra, en cinco minutos, le secundan, dando los dos primeros puntos al equipo. Se ha ganado, sí, pero hay que corregir cosas.

Cuatro días después, en Maracaná, nos enfrentamos a Chile, que había perdido en su debut contra los ingleses. Parra sustituye a Antúnez en el centro de la defensa, Panizo a Rosendo Hernández en el interior zurdo y Antonio Ramallets, que apenas lleva una temporada en Primera División, hace su debut en la portería española. Saldrá de Brasil como la gran revelación y el mejor guardameta del campeonato. Los nuestros mejoran considerablemente la versión ofrecida ante Estados Unidos y con dos goles de Basora y Zarra ponen rumbo a la segunda fase. Pero queda un escollo, un complicado obstáculo para alcanzar ese cuadrangular final: Inglaterra. Quizá más temible por nombre que por momento de forma (viene de perder con Estados Unidos en Belo Horizonte), pero a la que le basta con vencernos para mandarnos a casa.

Con un comedido optimismo por las dos victorias previas cosechadas y también con recelo, con mucho recelo por el siempre pomposo caché del rival, nuestros chicos saltan al majestuoso estadio de Maracaná, sorprendentemente mojado por la lluvia caída durante toda la noche anterior, para disputar ante Inglaterra el último partido de la primera fase. Es domingo, 2 de julio de 1950. Pocos lo pueden sospechar, pero será ésta una de las fechas históricas para el fútbol español. A nuestro combinado le basta el empate para asegurar el pase a la segunda ronda y, con ello, el cuarto puesto mundial. Inglaterra está obligada a ganar.  A las órdenes del italiano Giovanni Galleati, los equipos se alinean así: Williams; Ramsey, Eckersley, Wright; Hughes, Dickinson; Matthews, Mortensen, Milburn, Baily y Finney, por Inglaterra y Ramallets; Alonso, Parra, Gonzalvo II; Gonzalvo III, Puchades; Basora, Igoa, Zarra, Panizo y Gaínza, por nuestro país. Al otro lado del charco, media España pegada a la radio, a la incomparable voz de Matías Prats, vive de cerca el que ha sido, probablemente, el triunfo más mítico y legendario de la historia del fútbol español. Los ha habido más importantes (desde luego, no hasta entonces), pero quizá ninguno con este halo idealista y romántico. El partido arranca con un juego rápido, alegre y vistoso de los dos equipos, con varias ocasiones de gol en ambas porterías. Galleati anula uno a Milburn por presunto fuera de juego. Los radioyentes españoles respiran aliviados. Sobre el mojado césped, dos de los mejores extremos que jamás vio el fútbol mundial: de un lado, Sir Stanley Matthews, uno de los más brillantes futbolistas ingleses de la historia, y del otro, nuestro inigualable Piru Gaínza, el mejor jugador español desde Ricardo Zamora, además de un puñado de grandes figuras de la época. Es el mejor encuentro en lo que va de torneo y, sin duda, responde a las expectativas creadas, aunque al descanso se llega con el marcador inicial.

Al comienzo de la segunda parte, Inglaterra, que sintiéndose favorita y necesitada de la victoria para pasar había acrecentado su presión en el tramo  final del primer periodo, se vuelca sobre el portal español con la clara intención de solucionar cuanto antes la papeleta. Nuestra línea defensiva, siempre bien auxiliada por un Puchades titánico, tiene que multiplicarse para contrarrestar el empuje inglés, cada vez más acuciante. Los pross estrechan el cerco y las ocasiones de gol se suceden ante un inspiradísimo Ramallets. El partido del, desde entonces, Gato de Maracaná, es extraordinario, formidable. El gol británico parece cada vez más inminente, con oportunidades seguidas para Finney, Milburn y Mortensen, cuando, a los 49 minutos, llega la jugada que decidirá el partido para España: Gabriel Alonso, el defensa derecho, que tiene la orden de no pasar del centro del campo salvo resultado desfavorable, hace caso omiso y se interna como extremo. Centra pasado al segundo palo para que Gaínza toque de cabeza hacia el área pequeña. Igoa no puede llegar, pero sí Zarra, siempre oportunísimo, que con un ligero toque, salva la oposición del portero y lleva el balón al fondo de la red. ¡¡ Gooool, gooool de Españaaaa!!, grita jubiloso y alborozado Matías Prats y con él todo un país entero a miles de kilómetros. Un país poco acostumbrado a alegrías, con cierto complejo de inferioridad aún y que se restaña todavía las heridas de una guerra fratricida. Un país que es ahora testigo de una victoria mítica frente a los inventores del fútbol y que mete a nuestro equipo entre los cuatro mejores del mundo. Con este gol de Zarra España disputará el título de campeón a Uruguay, Brasil y Suecia en el cuadrangular final. Casi nada.

Con la moral ciertamente por las nubes, después de los tres triunfos en la fase de grupos, la Selección pone rumbo a Sao Paulo para jugar contra Uruguay el primer partido de la liguilla por el título. Los charrúas, campeones en 1930, sólo han disputado un encuentro en la primera fase y tienen su depósito de energía mucho más lleno que los nuestros. Han batido a la flojísima Bolivia por 8-0 en el grupo D, de sólo dos equipos. El 9 de julio, en el estadio Pacaembú, la Selección española juega ante los maestros uruguayos su mejor partido del Mundial. Nuestro técnico alinea a los mismos once héroes que vencieron a Inglaterra, con el cambio obligado de Molowny por Panizo lesionado. A la media hora Ghiggia adelanta a La Celeste con un gol que no intimida a los chicos de Eizaguirre. Basora, sensacional toda la tarde, logra dos extraordinarios tantos (minutos 37 y 40) que ponen por delante a España. El encuentro es duro, bravo, intenso. Nuestra Selección domina en el marcador y a falta de 15 minutos tiene controlado al peligroso arsenal ofensivo de Uruguay (Ghiggia, Pérez, Míguez, Schiaffino y Vidal). Quizá por eso no repara en Obdulio Varela, volante central y gran capitán charrúa, que lanza un misil desde 40 metros superando a un sorprendido (y desafortunado) Ramallets. Empate a dos final, que sabe a derrota para los nuestros. El día 13 se vuelve a Rio de Janeiro. Brasil, la máxima favorita, ha derrotado a Suecia por 7-1 y nos espera con las garras bien afiladas. Una victoria ante los españoles le colocaría en situación inmejorable para su último choque frente a Uruguay. España pone en liza a su alineación de gala, pero juega un partido desastroso. El peor del campeonato, ante una formidable selección. A los 15 minutos Parra marca en propia puerta y el equipo se resquebraja por completo. Jair y Chico aciertan dos veces más antes de la media hora y todo queda visto para sentencia. Tres dianas locales más tras el intermedio ratifican la superioridad brasileña, que está a un empate contra Uruguay de proclamarse campeona del mundo. Igoa marca el llamado gol del honor y el equipo, abatido anímicamente (¡ay, ese punto perdido al final contra Uruguay!) y destrozado físicamente, debe hacer de nuevo las maletas para volar otra vez a Sao Paulo. Un empate ante los suecos, en el último partido, nos daría una reconfortante tercera plaza.

El 16 de julio España salta al césped del Pacaembú con muchas caras nuevas en su once. El agotamiento de unos, las lesiones de otros y la decisión de Eizaguirre de hacer jugar a los menos frecuentes, dan con una Selección mucho menos competitiva de lo requerido en un partido como éste. Quizá no se ha valorado un tercer puesto mundialista como se debe. El empate contra Uruguay, en un duelo que se tenía ganado, ha hundido en el desánimo a los jugadores españoles. Y aunque los charrúas saldrán campeones de Brasil, con el celebérrimo Maracanazo, pocos apreciarán ese punto conquistado frente a ellos. El caso es que, ante Suecia, tampoco se juega bien y se sucumbe por tres tantos a uno. Zarra, que actúa lesionado gran parte del choque, marca para España a los 82 minutos, mucho después de que Sundqvist, Mellberg y Palmer lo hicieran para su equipo. El cuarto puesto final sabe a muy poco en esos momentos, después de haber podido pelear por el título. Con el transcurrir de los años, de las décadas incluso, se verá como un éxito irrefutable del fútbol español. Durante los próximos ¡60 años y 14 Campeonatos del Mundo! ninguna Selección española logrará mejorar este resultado.

CONTEXTO HISTÓRICO

En el año 1950 se funda en España la empresa de coches SEAT y se inaugura oficialmente el TALGO. El papa Pío XII aprueba el Opus Dei. Da comienzo la Guerra de Corea, que durará tres años. Chang Kai-Shek proclama en Taiwán la República China. Se crea en Estrasburgo el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Se reconoce a todos los judíos el derecho a vivir en Israel. Se inicia la primera temporada de la historia de la Fórmula 1, con victoria del italiano Giuseppe Farina. En España, la Liga se la lleva el Atlético de Madrid y la Copa del Generalísimo, el Athlétic, tras imponerse al Valladolid en la final, con cuatro goles de Telmo Zarra. El propio ariete vizcaíno resulta ganador del Trofeo Pichichi, con 25 dianas y el cancerbero gallego del Deportivo de la Coruña, Juan Acuña, logra el Trofeo Zamora.