El gol más polémico en la vida de “El Divino”

Cuando se gana un partido internacional por 8-1 todos pueden pensar –según los modos de hoy- que en el vestuario habría ducha colectiva y que el Seleccionador andaría con mucho cuidado para no caer bajo el chorro colectivo que le dejara hecho una pena.

Pero aquella tarde del día 14 de abril de 1929 en la caseta –lo que hoy son vestuarios de cinco estrellas- había malos modos entre los jugadores. Unos les gritaban a otros sobre sus doscientas pesetas y que a ver quién se las pagaba. Los interpelados argüían que son cosas del juego y que nadie tenía la culpa de nada. El seleccionador, el prudente José María Mateos, se refugiaba en el grupo de directivos intentando hacerse invisible.

¿Qué había pasado para ese ambiente tan tenso?

Pues había pasado que en el primer tiempo se había jugado mal. Y, pese a la endeblez del conjunto de Francia, la victoria no parecía muy segura si se continuaba con ese juego tan ramplón y agarbanzado. El marcador señalaba un 2-0 bastante plácido para España.

El seleccionador, temiendo que su equipo se dedicara a sestear y los franceses consiguieran hacer el juego brillante del que venían anunciados, recordó a todos que cada gol de diferencia estaba primado con 50 pesetas por barba.

Aquella buena noticia no cayó nada bien. Todos miraron hacia Quesada. Y es que el defensa del Madrid, siguiendo órdenes de Zamora, que era el capitán, había lanzado un penalti en el minuto treinta y se le había ido fuera. Y con él, diez duros por cráneo.

Bien es verdad que no había sido un capricho de Zamora –que entonces estaba en el Español de Barcelona- sino que Félix Quesada era un experto en el lanzamiento de penas mortales. Se podían contar con los dedos de una mano los que había fallado en su vida. Pero aquel… Pasó rozando el poste izquierdo de Henric, pero por fuera… 

Evidentemente el seleccionador Mateos había dado en la tecla oportuna. El equipo salió arrollador. Gaspar Rubio, que todavía no había descubierto que tenía astrágalo, metió cuatro goles. Y los franceses más que dominados, estaban apisonados.

Y otro penalti. Zamora confesó que ya iba a ordenar que lo tirara también Quesada, con el fin de que pudiera rehabilitarse ante sus compañeros y el público, cuando le interpeló Marculeta: “No, Ricardo, Quesada no, que va a estar nervioso por el otro fallo; que lo lance Paco Bienzobas que es también un experto en estos lanzamientos”.

Zamora hizo caso al pequeño donostiarra, buen conocedor de su compañero de equipo, y le gritó a Bienzobas que lo lanzara. Perfecto. Gol. 

Pero todavía quedaba otro gesto para la cólera del equipo. El árbitro –el famoso Prince Cox, el de la siestecilla durante los himnos- estaba ya mirando el cronómetro cuando el ariete galo Nicolás salió desde su campo aprovechando que la defensa española estaba poco menos que en el centro del campo. Su pase, majestuoso, al desmarcado Veinante, sorprendió a Zamora fuera de su terreno. El interior azul tiró a puerta descubierta. Gol. Los ocho goles de diferencia se reducían a siete. Y allí se le iban a cada jugador 50 pesetas.

Los cronistas aseguraron que había sido una galantería de Zamora para que los franceses salvaran el honor con ese tanto. El portero español lo negó; había hecho lo imposible por parar ese balón, pero su zambullida había sido corta y tardía.

Fue el propio seleccionador quien desveló el caso unos años después. Contó:

“Teníamos ya ocho goles. Me hallaba yo sentado tras la meta que ocupaba Zamora. Nuestro dominio era total. Zamora vino tranquilamente hacia mí y me dijo sonriente: “Cada gol le cuesta a usted ciento diez duros ¿verdad? Le propongo un bonito negocio: ¿me da cincuenta duros y me dejo meter un gol? Se ahorrará usted sesenta duros”. Y en esta proposición fue cuando Veinante recibió el balón. Cuando llegó Zamora ya era tarde. Hizo lo que pudo para llegar… pero no llegó”.

Ello era el origen de la algarabía en la caseta. Todos reclamaban airadamente a Zamora y Quesada las cien pesetas que les habían hecho perder. El penalti fallado por el “experto” y el gol verbenero que había recibido “el mejor portero del mundo”, como recalcaban con retintín.  

Pero la huída del seleccionador Mateos era debida a que Zamora y Quesada querían rentabilizar el chaparrón de improperios que había caído sobre ellos. Al fin y al cabo habían ahorrado a la Federación nada menos que 1.100 pesetas. ¿Qué menos que repartir el botín? Con cincuenta duros cada uno se conformaba…




Zamora y el trono huérfano

Los focos apuntaban a un joven Francisco Fonoll como la mayor promesa de las porterías nacionales, pero encontró la muerte en su debut con el Nàstic a los 18 años

Zamora01Uno de los primeros iconos del fútbol español se retiró al término de la temporada 1937- 1938. Buscando el cobijo del Niza francés, Ricardo Zamora colgaba los guantes en el exilio después de dejar atrás una exitosa carrera que se repartió entre Espanyol, Barcelona y Real Madrid. El trono del arquero barcelonés quedó huérfano durante años, hasta que la prensa nacional e internacional fijó su ilusionada mirada en un muchacho catalán, a quién osaron bautizar como ‘el nuevo Zamora’.

La figura de Francisco Fonoll (Poblet, 1935) es prácticamente desconocida hoy en día. Y lo es porque el guardameta tarraconense jamás tuvo la oportunidad de erigirse como heredero de ‘el Divino’. El destino, cruel, le tenía preparada la muerte llegada la mayoría de edad. Una acción desafortunada le dañó un riñón el día que defendía el arco del Nàstic por primera vez; las complicaciones no pudieron ser superadas y ‘Quico’ falleció el 3 de octubre de 1953.

Zamora02La prensa tenía motivos para apuntar que podía ser
el ‘nuevo Zamora’. En abril de 1953 se disputó en Bélgica el Campeonato Europeo de
juveniles. Fonoll actuó como portero titular durante todo el torneo, que se adjudicó la entonces
todopoderosa Hungría. Las fantásticas actuaciones bajo palos fueron clave para llevar a España hasta
semifinales. La selección sucumbió ante Yugoslavia por 3-1 y se tuvo que conformar con el cuarto puesto final.

El magnífico Europeo que cuajó Fonoll despertó el interés de las primeras espadas del país. Su progresión prometía ser meteórica; en pocos meses podía pasar de defender la portería del Tarraco, filial del Gimnàstic, a fichar por un club de Primera División. Asegura el periodista tarraconense Enric Pujol que “la semana siguiente a su debut, con el jugador convaleciente, el FC Barcelona ya se reunió con el Nàstic para su traspaso”. Lo más seguro es que Fonoll hubiera completado el curso en Tarragona, para después foguearse “en Segunda con el filial de los azulgranas, el España Industrial”, opina Pujol. El salto no hubiese estado directo al primer equipo, pero el Barça ya lo tenía en cuenta.

Un debut trágico

El Nàstic alcanzó la gloria durante tres temporadas en Primera División, de 1947 a 1950, siendo el primer equipo en ganar en Chamartín (1-3 en 1948) como hito más remarcable. Bajó a Segunda, donde tras tres temporadas tocó fondo, descendiendo a la categoría de bronce, en la que estuvo encallado dos décadas.

El primer partido en Tercera fue un bochorno; los tarraconenses salieron escaldados de Manresa (3-0), con una mala actuación del portero Freixas. De cara a la segunda jornada, el entrenador Emilio Aldecoa estaba decidido a agitar la portería. En plenas fiestas de Santa Tecla, el 20 de setiembre de 1953 le llegó el turno a Fonoll. Formado en el Talleres Sevil tarraconense, el guardameta hizo valer su seguridad por bajo y su agilidad para contribuir al primer triunfo liguero en el estadio de la Avenida Catalunya ante el Sants, por 3-2. Encajó dos goles, “pero hizo dos o tres paradas de mérito”, relata Pujol.

Corría el minuto 78 cuando Fonoll salió a por un balón colgado con la valentía que le caracterizaba. El portero grana tuvo la mala fortuna de chocar con su compañero Romà. El fuerte golpe en el riñón no le impidió completar los 90 minutos. Días más tarde, el joven de 18 años empezó a orinar sangre. Fue trasladado a la Mutual Deportiva de Barcelona, donde parecía recuperarse. Una infección lo complicó todo; el 3 de octubre fallecía, causando una mayúscula consternación en la ciudad y el balompié nacional.

Zamora03Representantes de las Federaciones Catalana y Española, de los clubes -entre ellos el Barcelona- y autoridades locales encabezaban la multitudinaria comitiva de unas dos mil personas el día de su funeral. Sus compañeros en el Tarraco transportaron el féretro hasta la iglesia de Sant Joan, que despedía a una de las mayores promesas en las porterías que había dado el fútbol español hasta la fecha. Quién sabe si hubiese sido el ‘nuevo Zamora’.

Zamora04Reportaje realizado para la materia de “Historia del Periodismo Deportivo” que imparte Xavier G. Luque en el Máster de Periodismo Deportivo de la UPF.




Biblioteca Martialay: La siesta de un árbitro inglés mientras suenan los himnos

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Zaragoza se vistió de fiesta para recibir su primer partido internacional. Tan de fiesta que a los franceses, en el viejo Torrero, se les encasquetaron ocho goles.

Fiesta completa.

Pero no empezó con cuerpo de jota, no. Tras los JJOO de Ámsterdam, tan catastróficos, dimitió el seleccionador Berraondo. Le sustituyó, en solitario, José María Mateos, que, “en trío”, ya había ejercido el cargo. Pero ahora, como los buenos toreros, estaba solo en el ruedo. Y fue el primero –que conste- que pensaba que la Selección tenía que ser el “España F,C.” Y funcionar como un equipo de club. Bajo la camiseta roja no quería “colorines”, uno de aquí, otro de allí…

Zamora, por supuesto. La defensa del Madrid: Quesada y Urquizu. Los medios alas del Madrid, Prats y José María Peña, con el eje españolista Solé. La parte derecha de la delantera del Madrid, con Lazcano, Triana y Gaspar Rubio, y la izquierda del Español, con Padrón y Bosch. Con dos equipos: Madrid y Español de Barcelona esperaba aglutinar un conjunto casi acoplado de entrada. Pero…

Se lesionó Urquizu. Tin Bosch, en el partido Español – Arenas de Guecho, fue a por el árbitro con torvas ideas agresivas y la Federación le suspendió por tres meses. Solé también caía lesionado. Padrón, comunicó que no podía ir porque estaba muy “malito” debido a que en el cuartel le habían puesto la inyección antitífica y se mareaba al intentar ponerse de pie. Triana pasaba un bache de forma que era un socavón. Y Zamora, en el entrenamiento que se hizo ya en Zaragoza, se retiró echándose mano a la muñeca y dando los gritos teatrales de dolor que solía lanzar Zamora en tales circunstancias.

Los maliciosos periodistas titularon: “Conspiración españolista. Todos los blanquiazules fuera de combate. O se levanta el castigo a Bosch o no jugará ninguno”

No era verdad. Zamora se puso en manos del masajista del Iberia de Zaragoza, Esteban Plattko, hermano del “oso rubio” de Alberti y del Barcelona, que lo dejó como nuevo en unas horas.

Pero el embolado se había trasladado al área del Seleccionador. E hizo un verdadero “puzzle” a base de encaje de bolillos. El ala izquierda españolista la cambió por la donostiarra: Paco Bienzobas y Yurrita.  Prescindió de Triana pero metió a Goiburu que había pasado mucho tiempo jugando con Lazcano en el Osasuna, lo que garantizaba su entendimiento. Y ya que el centro de gravedad había pasado del azul y blanco españolista al de la Real Sociedad, metió en el centro de la medular al donostiarra Marculeta. También echó mano de esos colores para suplir a Urquizu llamando a Quincoces, del Deportivo Alavés.

El “España F.C.” sin colorines, se cambiaba de bicolor en pentacolor.  Pero con una cierta coherencia en su previsible entendimiento en hombres que se conocían.

Resuelta la papeleta del equipo quedo por consignar la pincelada de pintoresquismo.

Corrió a cargo del árbitro inglés designado por la FIFA. No se sabe si por devoción a la Virgen del Pilar – que Rimet era un creyente fervoroso- o por echar un ojo al colegiado, el presidente de la FIFA presidía el encuentro franco hispano.

El árbitro se llamaba, nada menos, que Albert James Prince Cox, nacido en Portside el 8 de agosto de 1890. Era capitán retirado de la RAF, con brillante hoja de servicios en lo que entonces de llamaba “la Gran Guerra”, sin saber la que estaba por llegar… Venía de arbitrar en Viena un Austria – Italia que había sido una batalla campal. Los italianos salieron, antes que lo dijera el Duce Mussolini, a “vincere o morire”. Con razón. Porque los austriacos  se negaron a poner la bandera italiana en el mástil del estadio junto a la bandera local. Y la banda de música en vez de interpretar el himno italiano tocó una marcha fúnebre. ¡Oh, los felices, románticos, locos y pacíficos años veinte…!

Total, que el capitán Prince Cox llegaba a Zaragoza con todas las cautelas ante un enfrentamiento entre dos países de tradicionales malas relaciones excelentes.

Y cuando empezaron a sonar los himnos de los países contendientes, se declaró neutral. Y mientras los jugadores se ponían más o menos firmes, él optó por tumbarse en el césped. Quizá pensó que si había otra marcha fúnebre convenía adoptar la postura adecuada: yacente.

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Alguien interpretó la actitud del colegiado como un enfado porque entre los himnos previstos no figuraba el del Reino Unido. Pero no deja de ser chocante que un militar, aunque en situación de retirado, cometiera tal desafuero de cortesía y respeto a algo tan sagrado para un hombre de la milicia como unos himnos nacionales.

Para completar la información de aquella tarde del 14 de abril de 1929 en Torrero, hay que dar las alineaciones de los contendientes:

ESPAÑA (roja /azul): Zamora (cap.): Quesada, Quincoces; Prats, Marculeta, Peña; Lazcano, Goiburu, Gaspar Rubio, Paco Bienzobas, Yurrita.

FRANCIA (azul/blanco): Henric; Vallet, Bertrand; Dauphin, Banide, Villaplane; Dutheil, Lieb, Nicolas (cap), Veinante, Galley.

Goles: 1-0 Bienzobas (7’); 2-0 Rubio (35’); 3-0 Rubio (57’); 4-0 Bienzobas (pen, 65’); 5-0 Goiburu (62’); 6-0 Rubio (77’); 7-0 Goiburu (80’); 8-0 Rubio (84’); 8-1 Veinante (87’). Quesada falló un penalti.

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Dos añadidos. Uno: El capitán francés era Paul Nicolás (Red Star) y no Jean Nicolas (Rouen); la confusión viene del hecho de que el centro de la delantera de Francia lo ocuparon sucesivamente los dos Nicolas, el segundo fue el componente de la “delantera ametralladora” de los “bleus” en los años 30. Dos: quede para mejor ocasión el contar por qué Veinante le encajó ese golito al “divino” Zamora.