Sobres y sobreentendidos

A veces, la inocencia más genuina contribuye a poner de manifiesto cuanto las buenas maneras, el gregarismo, y hasta una elemental prudencia, suelen encerrar bajo llave en el cofre de los secretos a voces. Si en el cuento de los tejedores mágicos fue un niño quien pregonase que su rey iba desnudo, allá por 1953 alguien que acababa de enterrar la adolescencia volvió a señalar otro tipo de desnudeces. Se llamaba José Pascual Cáceres Lázaro, era turolense criado en la madrileña calle Embajadores, y apenas había roto el cascarón futbolístico. Ésta, a grandes rasgos, fue la historia.

Con 18 años acababa de concluir su etapa junior en el At. Madrid juvenil. Centrocampista potente, también capaz de rendir a satisfacción en la tripleta central, había asomado a nuestra selección de la categoría en dos oportunidades. No era un don nadie, por lo tanto, sino el clásico jovencito a quien los técnicos suelen prestar atención, aun mediando dos o tres años de cesiones, para ver si cuajaba en el fútbol duro de los campos pelados. Tras suscribir ficha con el primer equipo “colchonero” durante los primeros días de julio, el 14 de agosto del 53 quedó cerrada su cesión a la Cultural Leonesa, recién ascendida a 2ª. Y el 15, con toda la ilusión del mundo, tomaba un tren rumbo a las riveras del Bernesga, la estatua de Guzmán “El Bueno” y las centenarias moles de San Isidoro y San Marcos. Pero antes de dirigirse a la estación Príncipe Pío y poner pie en el estribo, tuvo tiempo de remitir a “Marca” una carta con trazo nervioso e irreprochable ortografía.

Comunicaba, en ella, su salto de juvenil a profesional de plata, además de pedir se le dedicara una atención a la que, pensaba, se había hecho merecedor: “Con estos datos creo hay suficiente para que hablen de mí -recogía el párrafo más trascendente-. Y lo hagan a manera de interviú o como crean. Yo lo leeré ya en León. Les adjunto 100 pesetas y no tomen a mal que sea poco, pues ahora no dispongo de más, para que el redactor de la crónica se tome una cerveza celebrando mi paso de juvenil a Segunda División”.

Vamos, que el mozalbete, en su inocencia, no sólo decidía de qué y sobre quién debían escribir, sino que retribuía el trabajo en la medida de sus muy escasas posibilidades. Si eso no era un chapucero intento de soborno, se asemejaba bastante.

Los redactores de “Marca” ni muchísimo menos se lo tomaron a la tremenda. Puede que se preguntaran por qué dirigirse a ellos, y no a cualquier otro rotativo. Y si lo hicieron convendrían, probablemente, que el muchacho sería asiduo lector de la publicación. Al fin y al cabo, “El Mundo Deportivo”, su competidor más directo, gozaba de pobre distribución por el centro de la península, y en sus páginas hallaban más eco las noticias relacionadas con Cataluña. Como quiera que fuese, el redactor jefe madrileño dio cabida en sus páginas a tamaña temeridad, censurándola con la cariñosa condescendencia de quien corrige a un infante en su primera travesura.

“Como todos los mortales que tienen pocos años y sin mordeduras el bagaje de la esperanza, aspira a la fortuna y a la gloria. Él sabe que la gloria necesita de altavoces y que el buen paño, en estos tiempos de “slogan” publicitario, más que venderse se apolilla en el fondo del arca. (…) ¿Por qué -pudo pensar sabiamente José Cáceres, mientras acomodaba en un rincón de la maleta sus botas de tacos, bien untadas en grasa-, por qué no puedo ser yo el instaurador del “sobre” deportivo…? Y se lanzó a ello, en flecha, como se lanza hacia el gol.”

Lucubraban también en el diario deportivo, sobre la hipótesis de que el muchacho hubiera seguido la tumultuosa bronca entintada que, desde los medios más específicamente taurinos saltó aquel año a la prensa generalista. Un bochornoso ejercicio de lavado de trapos sucios en público, donde la mitad de los críticos acusaba al otro cincuenta por ciento de escribir sus crónicas al dictado, en tanto los señalados argüían que para cornadas mortales las del hambre, y que a ver quién no había aceptado nunca “sobres” de apoderados tras redactar una crónica digna de premio literario. “Si no se lo ofrecieron nunca -zanjó a la sazón una autoridad entonces indiscutida- será, quizás, porque escriben con palo de escoba en vez de con pluma sensible, rica en matices y embebida de inspiración poética”.

Asidero piadoso el de los redactores de “Marca”, para no negar su perdón, e incluso hacerlo con cierta gracia. “Efectivamente, el billete está aquí. Es precioso. Reproduce un cartón de Goya y la efigie admonitoria de don Francisco Bayeu. Y vale veinte duros. Demasiada cerveza, a pesar de la insondable sed de agosto, para un solo redactor. Es lamentable que haya que devolver a José Cáceres su cartón de Goya. Pero siempre los precursores resultaron incomprendidos. Que consuele a José Cáceres saber -salvada su buena fe, deliciosamente ingenua- que tampoco Cristóbal Colón ni Miguel Servet triunfaron a la primera carta. Y que el único damnificado del episodio, el redactor jefe que ha pagado la cerveza, es hombre de ancha benevolencia y limpio de rencores”.

Matías Prats Sr. y Adolfo Parra, “Parrita”, a pie de campo en 1950.

Matías Prats Sr. y Adolfo Parra, “Parrita”, a pie de campo en 1950.

Lo más probable es que al meritorio José Pascual Cáceres hubiese pasado desapercibida la acritud de los cronistas taurinos, inmerso como estaba en el mundillo del balón. Y sin embargo habría oído campanas, quién sabe si hasta durante las concentraciones con el equipo juvenil de España. Simplemente, equivocó la ubicación del campanario. Porque durante los años 50 y hasta el arranque de los 60, en el pasado siglo, cuando los partidos se “veían” por la radio, era rumor extendido que algún locutor aceptaba sobres, como buena parte de sus colegas en el albero, por dar un empujoncito a las carreras de ciertos ases. No es que pusiera precio al adjetivo encomiástico, o previamente tasara sus loas. Todo ocurría de un modo más sencillo y sutil, si hemos de dar crédito a la evocación retrospectiva de dos o tres ases.

Por esa época, los enviados de prensa y radio solían compartir muchas horas con los futbolistas. Viajaban en el mismo avión, se hospedaban en el mismo hotel, los veían jugar a las cartas, al parchís o dominó, y nada ni nadie les impedía charlar con ellos tranquilamente después del habitual paseo. Basta repasar los libros de actas del Real Madrid, entonces sin duda club más viajero de nuestro país, para entender que los informadores no sólo se desplazaban con el equipo “merengue”, sino que en buena medida hasta lo hacían con carácter de invitados. Semejante panorama no sólo permitía acortar distancias entre clubes y medios informativos, sino que era propicio a las connivencias. Y estas, sobre todo, solían darse en los partidos de la selección nacional.

“Las cosas en nuestra época eran muy distintas -rememoró hace años un internacional con pocas presencias en “la roja”-. Estábamos atados a los clubes por el derecho de retención, no había representantes, puesto que poco hubiesen pintado, y en esas condiciones renovar contrato solía convertirse en un paseo por el purgatorio. Ya podías haber cuajado buenas temporadas, que si te decían esto es lo que hay, no podemos darte un duro más, sólo te quedaba hacerte el digno y volver a casa, a ver si con la segunda toma de contacto te ofrecían algo mejor. Si en medio de ese tira y afloja te citaba el seleccionador nacional, era casi como si te lloviera el maná”.

En palabras de otro compañero de equipo, el toma y daca se desarrollaba a plena luz. Máxime, cuando la selección viajaba al extranjero y se multiplicaban las horas de convivencia. “El encargado de la retransmisión solía charlar con nosotros, primero para preguntarnos por nuestra trayectoria, si seguíamos viviendo en el pueblo o estábamos ya instalados en la capital, si aún no encargábamos chiquillos… Cosas así. Luego, invariablemente, salía a relucir el futuro: Si era fundado cuanto se decía sobre la posibilidad de un cambio de aires, por ejemplo. Llegados a este punto, apenas había concentración donde alguien no suspirase al exclamar: ¡quién pudiera! ¿Y eso?, preguntaba el locutor. Ya ve, se condolía el internacional de turno; termino contrato y la directiva tiene echado el cerrojo a la caja de caudales. A ver si usted me lanza un capote, que su opinión pesa mucho”.

Se iniciaba así un diálogo más directo, cuajado de sobrentendidos: “No veo en qué puedo ayudarte yo. Como mucho creo haber cruzado media docena de palabras con tu presidente…” “Sí, hombre, diga usted que sí puede. Póngame bien durante la retransmisión y seguro que a partir de ahí sacuden la billetera”. La voz radiofónica bien podía dar paso a una risita contenida, antes de rebozarse en dignidad: “Si no es más que eso… Tú juega bien y te pondré de maravilla”. Pero los había insistentes. “Ya, claro. ¿Y si las cosas salen regular? No sea ogro, hombre, que del aprobado al notable tampoco hay tanto trecho”. El locutor, si acaso, volvía a sonreír. “Aplícate -añadía-. No quieras escuchar tambores de desfile, sin emplearte a fondo en la batalla”.

Los ya ex futbolistas afirmaban que sólo con que las cosas se hubieran desarrollado aceptablemente, el compañero en apuros podía considerar cursada su solicitud. El locutor, entonces, solía acercarse, deslizando junto al oído preciso: “Supongo que aún no habrás hablado con tu casa, pero ya te informarán. Para estas horas estás en los altares. Celébralo cuando renueves en condiciones, porque mi trabajo está hecho”.

Quienes hace años, buceando en su anecdotario rescatasen esta perla, coincidían sobre el buen hacer del narrador deportivo: “Era un fenómeno. Y sabía redondear la faena sin que cantase mucho, tirando de latiguillos. Otra vez Fulanito al corte; qué partidazo, señores. O: Inconmensurable en esa labor sorda, pero fundamental para cualquier equipo; trabajo que a veces pasa desapercibido al ojo del aficionado, aunque no así a la pupila de los grandes técnicos. Y hasta: Si no estuviese perfectamente doctorado, hoy habría que otorgarle el cum laude balompédico. Soberbia su labor”.

Luego, cuando ese, o esos jugadores tan ensalzados saltaban ante su público, la ovación era de órdago. Y como a las primeras de cambio hiciese o hiciesen algo meritorio, las miradas se volvían hacia el palco, aprovechando cualquier detención del juego. “¡Renovadle ya!”, entendían de inmediato presidente y directivos. El pago a la voz, efectuado a tocateja y antes de abandonar la concentración internacional, habría resultado una espléndida triquiñuela. Si por el contrario al  “pagano” le saliese un encuentro digno de penitencia, meditación y olvido, fuere a causa de la ansiedad, del buen hacer de los adversarios, del mal estado del terreno, el viento sur, la lluvia o, más sencillamente consecuencia de esa malísima tarde que cuantos han vestido de corto tuvieron alguna vez, tendría que escuchar gritos más admonitorios que ofensivos: “¡Es aquí donde has de darlo todo, no en la selección!”. O: “¡Fulanito, guarda algo para nosotros!”.

Las retransmisiones deportivas solían ser fuente de inspiración para no pocos humoristas. Sirvan dos muestras gráficas del gran Orbegozo, correspondientes a enero de 1957, la primera, y enero del 56.

Las retransmisiones deportivas solían ser fuente de inspiración para no pocos humoristas. Sirvan dos muestras gráficas del gran Orbegozo, correspondientes a enero de 1957, la primera, y enero del 56.

Porque lo que en absoluto se dudaba era que, días antes y con el equipo español, hubiese estado de fábula.

El narrador en cuestión y sus más brillantes colegas, eran muy conscientes de una popularidad emparejada al poder. Daba casi igual cuanto los demás enviados especiales hubiesen podido dictar telefónicamente a sus medios escritos. Porque mientras la prensa, tanto deportiva como de información general, ofrecía tiradas de 30, 40, o hasta 50.000 ejemplares, no menos de 4 millones de españoles habrían seguido la retransmisión del choque a través de las ondas. Cuatro millones de seres conscientes de que Fulanito era un fenómeno. “Y total, tampoco salía tan cara esa ayuda” -sentenciaban los otrora futbolistas-. “Bastaba con dos terceras partes de la prima y las dietas”. Tarifa razonable, a todas luces, aun cuando sólo se tratara de apuntalar egos.

En 1956 no bastaba con anunciar las retransmisiones. El locutor deportivo constituía parte fundamental del reclamo, y los patrocinadores pugnaban por disputarse al mejor.

En 1956 no bastaba con anunciar las retransmisiones. El locutor deportivo constituía parte fundamental del reclamo, y los patrocinadores pugnaban por disputarse al mejor.

Sobre la capacidad de arrastre que poseían algunos de los más brillantes narradores radiofónicos, dan cuenta distintos anuncios en prensa donde no sólo se participaba la próxima retransmisión de partidos y sus patrocinadores, sino también, o sobre todo, el nombre del locutor. Entre ellos, o sobre todos ellos, reinó Matías Prats. Suyos fueron centro y corona durante casi 25 años. Y su popularidad inmensa, hasta el punto de contar con una legión de admiradores.

El humorista Miguel Gila arrancó aplausos durante dos lustros con su particular relato de una intervención quirúrgica renal, mediante el estilo de los narradores futbolísticos. Y apenas si había jóvenes que no recrearan imaginarias retransmisiones donde sus equipos lograban triunfos imposibles. Uno de esos muchachos magníficamente dotado para la emulación fue Alejandro Santín Díaz, el guardameta que como “Santín” defendiera los marcos del Ferrol, Gimnástica Lucense, Real Zaragoza, Osasuna o Avilés, desde la mitad de los 40 hasta bien mediados los 50. Clavaba sus giros y digresiones, su tono de voz y dicción pausada, su timbre, incluso. Y puesto que los autobuses de los 40 y 50 carecían de receptor radiofónico, o aun teniéndolo solía resultar inútil fuera de cualquier aglomeración urbana, procuraba amenizar los tediosos desplazamientos, anticipando o reconstruyendo los choques recién disputados o por dirimir. Cierta vez, luego de haber “cantado” durante los 90 minutos de juego real, un directivo le espetó, con el ceño fruncido: “Te fichamos para que imitases a Ramallets y tú, dale que dale, empeñado en imitar a Matías Prats. ¡Así nos va, rediez; así nos va!”. Otra tarde, victoriosa, eso sí, y luego de que ofreciese la de arena un extremo velocísimo de su equipo, cuyas escapadas fulgurantes no sólo dejaban atrás a muchos marcadores, sino con relativa frecuencia incluso al balón, se arrancó desde su asiento: “Recibe la pelota el extremo, atraviesa la línea del centro del campo, sigue avanzando… ¡Qué velocidad, señores! Prosigue su internada sin que nadie logre neutralizarlo. Se aproxima al área y continúa como una bala. Salta el cercado, sube a las grada… ¡Inenarrable, señores, no hay quien lo pare! Ni el hombre de las almohadillas ni la brigada de acomodadores. Finta repetidamente, de cadera, con precisos quiebros en un palmo, va a saltar la pared del estadio cuando, ¡por fin, señores radioyentes, por fin!, consigue frenarlo la Guardia Civil disparando al aire”.

Durante los años 50 y 60 muchos rostros de la radio asomaban regularmente a los kioscos. Para no pocos oyentes venían a ser como de la familia.

Durante los años 50 y 60 muchos rostros de la radio asomaban regularmente a los kioscos. Para no pocos oyentes venían a ser como de la familia.

Toda la comitiva aragonesa, incluido el entrenador, se partía de risa, pues no en vano aquel extremo era bastante dado a presumir de facultades. “Aún no ha nacido quien me pare -afirmaba pomposamente-. Soy el segundo futbolista más rápido de España, y el primero va a retirarse un día de estos”. Hasta el conductor, ahogándose entre carcajadas e incapaz de manejar el volante, tuvo que detener el autobús.

La popularidad, como bien sabemos, suele cimentar el ego, frecuente antesala de vanidades. Y en este pecadillo cayeron algunas voces famosas de aquella radio. Porque ciertas estrellas alcanzaban cotas de reconocimiento, hoy día inimaginables. Los cuadros de actores, por ejemplo, voz de los seriales que llenaran tantas tardes de costura, malta y achicoria como sucedáneo del café, o meriendas de pan y chocolate, solían efectuar giras provinciales veraniegas, con aforos a reventar. Desde las distintas revistas del medio entonces editadas -“Almanaque de la Radio”, “Ondas”, Radio Fémina”, “Almanaque Pau-Pi”, “Radio Club”, y algo más adelante “Tele-Radio”-, como a través de ventanas abiertas a la ensoñación, sonreían, mes tras mes, los rostros de Juana Ginzo, Pedro Pablo Ayuso, Matilde Conesa, Teófilo González, Doroteo Martí, Pepe Iglesias “El Zorro”, Maribel Alonso, Eduardo Lacueva o Matilde Vilariño. Desde esos mismos púlpitos ofrecían también su semblante serio dos profesionales de la admonición, como el padre Venancio Marcos y su colega americano apellidado Peyton. Y, por supuesto, sobre todo durante el invierno, época de fútbol y retransmisiones deportivas, los Adolfo Parra, Fuentes Peralba, Matías Prats, Martín Navas, Daniel Vindel, o Pepe Bermejo, este último ya con el despunte de los 60. Todos ellos inconfundibles voces del balón. La misma prensa generalista solía entrevistarles, casi siempre coincidiendo con el antes o el después de algún partido memorable. Más o menos como ocurrió allá por diciembre de 1953, justo cuando José Pascual Cáceres, con cien pesetas menos en el bolsillo y algo diluido el bochorno al verse retratado en “Marca” no como esperaba, sufría un contundente baño de realidad desde el banquillo de la Cultural Leonesa.

Adolfo Parra, “Parrita” para la profesión, fue el narrador elegido por Tomás Galindo en su intento de retratar “la radio por dentro”, tal y como subtituló el artículo. A lo largo del mismo, el artífice del programa “Marcador” en Radio Nacional, junto con Carlos Alcaraz, periodista premiado por distintas Federaciones, cuya versatilidad le permitía cumplir en competiciones atléticas y retransmisiones ciclistas, además de en las futboleras, explicaba que tanto él como sus compañeros de actividad mantenían un constante entrenamiento: “Todos los partidos de fútbol, se radien o no, quedan impresionados en cinta magnetofónica y sirven para calibrar nuestro esfuerzo y aumentar nuestra práctica”. Añadía, además, que existían en nuestras ondas tres maneras o estilos de narración deportiva, representados por otras tantas voces bien conocidas: “El más antiguo lo creó hace veinte años Carlos Fuertes Peralba, a quien se puede considerar decano de los locutores deportivos españoles. Después de la guerra apareció el sistema de Enrique Mariñas, y posteriormente el de Matías Prats”.

Los receptores de radio no eran baratos, precisamente. En esta inserción publicitaria de diciembre de 1953 oscilan entre las 1.799,90 ptas. y las 5.349,45. El sueldo medio de un maestro experimentado rondaba las 1.300 mensuales, con puntos y pluses. Un burócrata de la función pública podía llegar a las 1.100, si no acababa de tomar posesión. Cualquier profesor de Instituto necesitaba dos sueldos para hacerse con el modelo BE 631 A. Los empleados de banca jóvenes sólo podrían adquirir el aparato de 2.499,60 ptas. juntando dos nóminas mensuales y media.

Los receptores de radio no eran baratos, precisamente. En esta inserción publicitaria de diciembre de 1953 oscilan entre las 1.799,90 ptas. y las 5.349,45. El sueldo medio de un maestro experimentado rondaba las 1.300 mensuales, con puntos y pluses. Un burócrata de la función pública podía llegar a las 1.100, si no acababa de tomar posesión. Cualquier profesor de Instituto necesitaba dos sueldos para hacerse con el modelo BE 631 A. Los empleados de banca jóvenes sólo podrían adquirir el aparato de 2.499,60 ptas. juntando dos nóminas mensuales y media.

Lógicamente justificaba las diferencias entre uno y otros: “De esos tres estilos, creo más completo el de Matías Prats, que no sólo concreta la retransmisión al citar jugadores o mencionar jugadas, sino que, al mismo tiempo, sitúa a éstos y aquellas en el lugar del terreno. Es, sin duda, el más difícil; pero también el que con menos grafismo llega a oyente. Fuertes Peralba se cuida más de citar nombres que de describir jugadas, y Enrique Mariñas se limita a citar nombres y jugadas, pero sin expresar las situaciones”. Devoto de Matías Prats, “Parrita” se consideraba su discípulo: “He procurado desde un principio aprender de él, y creo que como alumno he dejado en buen lugar al profesor”.

Las alabanzas a Matías Prats, voz archiconocida incluso para quienes odiaran el fútbol, no en vano locutaba habitualmente el “No-Do”, parece dolieron un poco a Enrique Mariñas Sr., por esa época director de Radio Nacional en La Coruña, quien, sin que “Parrita” lo manifestase abiertamente, había quedado como profesional un tanto anticuado. Su respuesta, ponderada y huérfana de tics soberbios, aunque discrepante, llegó puntual, mediante carta al mismo medio:

“Cierto que Matías Prats es el mejor -reconocía Mariñas-; pero Fuentes Peralba y yo también tratamos de transmitir la situación del balón y los jugadores”. En otro pasaje argumentaba: “No creo que haya escuelas; el locutor intenta por el único medio de que dispone, la palabra, dar la versión más exacta de lo que está viendo. Unos lo logran y otros no”. Si existía dolor al verse menospreciado, al menos no lavaba trapos sucios en público, como hiciesen algunos colegas del pasodoble, la franela y el cuerno. Los egos del balón parecían sangrar más elegantemente.

Pero, ¿qué fue de José Pascual Cáceres Lázaro, involuntario dedo anunciante de desnudeces reales? ¿Llegó a internacional, como el redactor de la condescendiente admonición en “Marca” aventurase para su futuro? Pues no. Ni muchísimo menos. Los campos desiguales, polvorientos o anegados de 2ª División, se le atragantaron desde el principio. Después de jugar sólo un encuentro liguero con la Cultural Leonesa (campaña 1953-54), ni se vistió de corto en la siguiente con el primer equipo “colchonero”. Otra nueva cesión la temporada 1955-56, esta vez a La Felguera, también de 2ª División, serviría para verle en 7 partidos, anotando un gol. Tuvo más presencia en las alineaciones del ya desaparecido Club Deportivo Logroñés, a lo largo del ejercicio 1956-57, por no variar en el grupo Norte de la categoría de plata: 22 partidos, con 3 goles. Lamentablemente, los riojanos descendieron de categoría y él hubo de tomar otra vez el tren hacia Madrid. Al menos debió ser bueno el recuerdo dejado en Las Gaunas, pues la directiva logroñesa lograría repescarlo para las campañas 1957-58 y 1959-60, ambas en 3ª División. A partir de ahí su rastro se pierde, como el de tantos jóvenes que un día soñaron con gestas grandes y a los que la vida, sus condiciones reales o el infortunio, condenasen a soñar abrazados al almohadón, o mecidos por las ondas radiofónicas.

Cáceres, ni en la redacción de “Marca” ni fuera de ella, encontró nunca hagiógrafos.




Un soborno de manual

Raros son los finales de temporada sin sospechas de amaño. Desde resultados extrañísimos hasta espectáculos bochornosos, coreados en la grada con gritos de “¡Tongo,tongo!”, nuestro fútbol ha generado casi de todo. Empates a cero sin disparos a puerta, donde ambos contendientes certificaban la salvación condenando a un tercero, meletines viajeros, conversaciones telefónicas harto elocuentes, intercesiones reñidas con cualquier ética, jugadores imprudentemente lenguaraces, primas a terceros… Habitualmente, sin duda porque probar amaños resulta mucho más que difícil, este tipo de prácticas se han saldado con absoluta impunidad. Y es lástima que los trileros aniden en un deporte capaz de mover tanta o más ilusión que dinero. Hoy, cuando judicatura y fiscalía investigan el extraño 1-2 en aquel Levante – Zaragoza que contra todo pronóstico pusiera en 2ª División al Deportivo de La Coruña, se antoja buen momento para repasar el soborno más diáfano de los últimos tiempos. Un soborno con luz y taquígrafos, puesto que hubo conversaciones grabadas, la guardia civil presenció la entrega del dinero y al corruptor sólo le quedó reconocer culpas. Fue un caso relativamente reciente, y sonado, aunque circunscrito al ámbito de la modestia. Veamos, pues, los hechos.

Burgos, Zamora, Ponferradina y Palencia (en realidad C. F. Palencia-Cristo Olímpico, tras desaparecer aquel otro Palencia que durante sus mejores días conociese la categoría de plata) habían partido como favoritos en el grupo castellanoleonés de 3ª División para del ejercicio 1996-97. Igual que hoy, los cuatro primeros quedaban clasificados para una fase de ascenso a 2ªB. Pero como suele ocurrir a menudo, el desarrollo de la competición iría colocando a cada cual en su sitio.

La “Ponfe”, ese año, no reparó en medios a la búsqueda del logro. El fallecido no ha mucho Manuel Peña, internacional en categorías inferiores y contrastado en 1ª bajo los pabellones de Valladolid y Zaragoza, constituía su gran apuesta. Para el banquillo otro hombre contrastado: José Ignacio López Sanjuán, con paso por Gimnástico de Tarragona, Vinaroz, Villarreal, Lérida, Cultural Leonesa, Almería o Tenerife Sur. Echó a rodar el cuero y las cosas fueron marchando razonablemente bien para los bercianos durante setiembre, octubre y noviembre, aún con los más o menos lógicos tropiezos. A partir de Navidad, algo pareció ir cambiando. Los contrarios se les resistían, les costaba ver puerta, e incluso físicamente daban la impresión de ir a menos. Tras caer derrotados ante el modesto C. D. Nava Molduras por un  contundente 3-0 en Nava de la Asunción (jornada 25), el entrenador era destituido, pasando a ocupar su puesto el secretario técnico Antonio Galarraga, hombre de la casa que apenas tres años antes lograra evitar la disolución del club al rebajar, mediante laboriosos pactos, la deuda denunciada por los futbolistas en los despachos federativos.

Soborno01Pero este relevo no hizo que el panorama se iluminase mágicamente. Un pésimo despliegue en Béjar había presagiar lo peor, y ese mal de males culminó concretándose ante el Burgos C. F., vencedor en Ponferrada por 1-3. Palencia, C. D. Salmantino y Zamora, bien al contrario, daban la impresión de ir a más.  Había que reaccionar. O se hacía algo de inmediato, o el 4º puesto, y con él las posibilidades de ascender a 2ªB, se esfumaban sin remedio. Y alguien, entonces, reaccionó del peor modo ante el presidente del Ríbert.

Este modesto club de la capital salmantina, por más que tras alcanzar un acuerdo con el Ayuntamiento de Ciudad Rodrigo disputase sus partidos como local en campo mirobrigense, se había convertido en involuntario juez y árbitro. Primero debía recibir en su feudo adoptivo a la “Ponfe”, y a renglón seguido medirse ante el Zamora. Por lo tanto aquellos 6 puntos en litigio muy bien pudieran descolgar de la cuarta plaza a uno de los rivales. Demasiada tentación para quien uniendo a sus muchas tragaderas piadosa manga ancha, estuviese sordo, pero que muy sordo, ante su propia conciencia.

Así las cosas, una mañana el presidente del Ríbert recibió la llamada de cierto “representante de la Ponferradina”, proponiéndole pactar. Este presidente sabía moverse dentro y fuera del fútbol: con respecto al balón, porque ostentaba la vicepresidencia de la Federación Castellano – Leonesa; en la vida civil, puesto que regentaba con éxito un conocido comercio de confección. Llamó a varios periodistas de Salamanca y cuando por la tarde volvió a sonar su teléfono, la conversación fue íntegramente grabada. Sigue a continuación un extracto de la misma, según lo recogido en prensa salmantina y leonesa, dejando constancia de que para su mejor comprensión se consignan en negrita las frases del “intermediario berciano”:

         “-Bueno, y cómo hacemos. ¿Entregamos la mitad allá y la otra mitad al final?.

            – Sí, claro, Yo creo que es lo mejor, ¿no?.

            –Pues venga, de acuerdo.

            -Porque si no, ¿cómo les digo yo a los jugadores…?

            –Vale, vale, de acuerdo. La mitad antes de empezar la otra mitad después.

            -¿Y cuánto?.

            –¿Ciento setenta y cinco?.

            -Ciento setenta y cinco la mitad, y luego ciento setenta y cinco al final.

            –No, no, no. Es un total.

            -Dijo usted esta mañana trescientas, ¿no?.

            –Sí, hombre, pero hablamos de los dos partidos.

            -¿Cómo de los dos?. ¿Del partido de Zamora?.

            –Claro.

            -El partido de Zamora es otra historia.

            –Claro, hablamos de 175 cada partido.

            -Por 175.000 me mandan a tomar por el culo a mí, hombre, no joda…

            –Son casi 400.000.

-¿Por los dos partidos?.

Claro.

-No, son 350.000.

Bueno, son 350.000.

-Joder. Si por ganar al Zamora… ya entra dentro de sus posibilidades ganar al Zamora. Eso no tiene nada que ver. Estamos hablando del partido ante la Ponferradina.

Si hablamos del de mañana, 175. Venga, lo dejamos en 200 y ya terminamos con este rollo.

-Venga, 200, vale. Y 200 el otro partido.

Y 200 el otro partido.

-Pues venga, vale.

Alcanzado el “acuerdo” fundamental, quedaba por consensuar cómo se entregaba aquel dinero. El presidente del Ríbert, muy en su rol de cebo, formuló comprensibles objeciones: “Yo voy con mi mujer y no quiero meterla en estos jaleos. Prefiero que vayan a esto los que viajan solos con el equipo normalmente. Isidro, seguramente, porque el otro también entrena y a lo mejor viaja a Valladolid con el cadete. No sé si podrá ir, pero si no, Isidro”.

El “emisario de la Ponferradina” no parecía traslucir ninguna suspicacia, como si la cuestión le resultase conocida. Ni siquiera mostró reparos sobre el sitio y hasta llevó la voz cantante en la mecánica de entrega, según se desprende de la conversación grabada:

“-En el Conde Rodrigo. ¿A qué hora están ustedes?. ¿A las 12 están allí, no?.

-Sobre la una. Entonces yo voy a mandar un sobre cerrado que nadie va a saber lo que va allí.

-No, claro, por supuesto.

-Incluso la persona que lo va a llevar no va a saber nada.

-No, vale, vale.

-Preguntáis al entrenador mismo.

-¿Al entrenador se lo pedimos?.

-Sí. Yo le voy a decir al entrenador: Oye, llévame este paquete, o este sobre, que va a ir un amigo mío a pedirlo.

-Exacto, bien, vale.

-Entonces van allí y preguntan por él.

-Vale, vale.

-El entrenador les da el sobre.

-De acuerdo.

-¿Y la otra parte cómo la hacemos?.

-La otra parte al finalizar el partido. Pues… ya es más complicado.

-La otra parte…

-Es que es más complicado que la hostia.

-Vamos a ver.

-Es igual, hombre, si no pasa nada. Si yo le digo que pierden pues pierden y punto.

-Sí, hombre, sí. Pero si en eso estamos de acuerdo. Es un poquito la forma de hacerlo. Que ni el entrenador ni el jugador estén implicados.

-Los jugadores tienen que saberlo, oiga, porque si no…

-Hombre, ya, hablo de los de aquí.

-Ah, bueno, eso no tiene que ver. Por eso le digo que al principio y punto.

-Vamos a ver… Bueno, mire, ya lo sé. Allí primero va a ir uno. Pedro, Isidro, o el que sea.

-Sí.

-Entonces, pregunta por el entrenador…

-Sí, que si le ha enviado una cosa para él.

-Efectivamente. Y entonces se la da. Le dice que si no han traído otra cosa para… Vamos a ver, supongamos que va Pedro.

-Sí, sí.

-Y le dice, oye, soy Pedro. Vengo a por un paquete que me han mandado.

-Sí.

-Bien, entonces se lo da. Entonces este Pedro le dice, ¿no hay otra cosa para Isidro?.

-Sí, vale, de acuerdo. O al revés.

-Y entonces le dice, cuando termine el partido vengo a por lo de Isidro.

-O al revés.

-O al revés. ¿Entiendes?.

-Sí, sí.

-Y lo hacemos así.

-Venga, perfecto.

-Pues allí nos vemos.

-Venga, de acuerdo.

-Hasta luego.

-Hasta luego”.

La Guardia Civil, de paisano, esperaba al “emisario” en el lugar convenido para la entrega. Habrían sido testigos, por lo tanto, de cómo aquellas 100.000 ptas. cambiaban de manos. Así se aseguró inicialmente, si bien días más tarde trascendió -nunca por boca de la Guardia Civil, desde donde se observó escrupulosamente el secreto sumarial- que a última hora el “emisario” prefirió dejar su paquetito -una caja de puros conteniendo el sobre con 100.000 ptas. en billetes de 5.000- sobre un radiador del Hotel Conde Rodrigo. De cualquier modo, los guardias no intervinieron entonces. Había que seguir soltando carrete.

Estaba a punto de iniciarse el partido -domingo 20 de abril de 1997- cuando desde una emisora de radio -Onda Bierzo- se anticipó que aquel choque podía estar “arreglado”. Eran muchos, demasiados los periodistas conocedores del trapicheo, para que ninguno de ellos cediese a la tentación de apuntarse la primicia.

La Gaceta de Salamanca recogió el instante en que la Guardia Civil identificaba al entrenador de la Ponferradina.

La Gaceta de Salamanca recogió el instante en que la Guardia Civil identificaba al entrenador de la Ponferradina.

Sobre el césped, los chicos del Ríbert ni muchísimo menos ponían las cosas fáciles. Tanto, que comenzaron adelantándose en el marcador con un golazo por la escuadra, obra de Diego, en el minuto 50. Hasta el 85 no pudo la “Ponfe”, pese a sus múltiples intentos, igualar el tanteador merced a un cabezazo de Mariño tras botarse el enésimo córner. El gol de la victoria berciana llegaría en el minuto 5 de la prolongación, rematando Aláez, también de cabeza, un centro desde la derecha. Para cualquier espectador, allí no hubo nada anormal por cuanto respecta al comportamiento de los jugadores. Si acaso sorprendió la incomprensible propina de 10 minutos concedida por el árbitro, Canal de las Heras, cuya labor, sin embargo, fue unánimemente alabada en las crónicas. Obviamente, ni el pacto telefónico ni las 100.000 ptas. depositadas sobre el radiador, habían influido en el resultado. Pero la Guardia Civil, con los jugadores recién duchados, requería la documentación de Antonio Galaraga, el entrenador berciano. Fue cuanto los reporteros necesitaban para voltear con brío sus campanas.

El presidente de la Ponferradina no salía de su asombro. “¿Cómo que se ha arreglado este partido?. ¿Desde dónde?. ¿Cuándo?. ¿Cómo?. Si cojo al hijoputa que ha inventado todo eso le retuerzo el pescuezo”. Y el aluvión de informaciones, cada cual más alarmante, le hizo pasar durante las siguientes dos horas por todos los estados de ánimo: incredulidad, estupor, indignación, frustración, abatimiento… Quienes le conocían no dudaban, ni entonces ni transcurridos 10 años, de su absoluta inocencia: “Nadie menea a todos los santos de sus peanas y acaba llorando igual que un chiquillo, como él hacía, sin ser honesto a carta cabal o ganar varios Oscar en Hollywood”. Al día siguiente, lunes 21 de abril, Diario de León dedicaba su portada y dos páginas completas al chanchullo, reproduciendo la transcripción del pacto telefónico. La Gaceta de Salamanca, pese a que su sección deportiva estuviese habitualmente colonizada por la ya extinta Unión Deportiva, hacía lo propio. Sólo quedaba saber quién era el famoso “emisario”. Y esas dudas se disiparon tan pronto la llamada interceptada comenzó a sonar en los receptores de radio. Aquella voz correspondía al propio entrenador berciano.

Así abrió Diario de León su edición correspondiente al lunes 21 de abril.

Así abrió Diario de León su edición correspondiente al lunes 21 de abril.

Ese mismo lunes, hacia mediodía, Galarraga presentaba su dimisión, si bien durante la rueda de prensa su presidente afirmaba que ésta no era tal, sino una destitución en toda regla. Ante presidente y entrenador, el portavoz de la Junta Gestora leyó la siguiente declaración, firmada por el inculpado:

“Yo, D. Antonio Galarraga González, mayor de edad, vecino de Ponferrada, con D.N.I. Nº 10.010.279, DECLARO POR MI HONOR: Que el único responsable de las actuaciones que se le imputan a la Sociedad Deportiva Ponferradina, dirigidas a predeterminar el resultado del partido de fútbol entre la SD Ponferradina y el RCD Ríbert, soy yo, D. Antonio Galarraga González, desconociendo totalmente estos hechos los directivos y jugadores de la Sociedad Deportiva Ponferradina”.

Lisardo Rodríguez, presidente de la Ponferradina, mira con cara de circunstancias a su hasta ese momento entrenador, durante la rueda de prensa inculpatoria.

Lisardo Rodríguez, presidente de la Ponferradina, mira con cara de circunstancias a su hasta ese momento entrenador, durante la rueda de prensa inculpatoria.

A continuación, el abogado de la entidad, Víctor Faba Yebra, declaró cerrado el expediente informativo, resolviendo que el único responsable era Antonio Galarraga y tras su dimisión quedaba limpio el buen nombre del Club. Demasiado simple todo, cuando tantas preguntas continuaban sin respuesta. ¿De dónde había salido el dinero, por ejemplo?. ¿Cómo se le ocurrió al entrenador semejante disparate?. ¿Temía las consecuencias de su acto?.Puesto que los informadores llenaban la sala, el  dimisionario, o despedido, fue desgranando respuestas, unas merecedoras de sonrojo, otras medio desmintiendo, aunque sin desmentir del todo, el documento de inculpación recién firmado: “Las consecuencias son graves y alguien tenía que hacerse cargo de la responsabilidad, por el bien del club. Pero no estoy de acuerdo con lo que se ha publicado, porque algunas cosas están manipuladas. Habrá acciones judiciales, y ahora me voy por razones personales”. ¿Acaso no quería reconocer los hechos?, se le inquirió. ¿No había pruebas irrefutables?. Y él enhebró un mensaje bastante fútil: “Yo no veo intento de soborno. Simplemente hay una conversación y una manipulación. No soy consciente de haber entregado ningún dinero a nadie y tampoco recuerdo quién me dio el paquete, porque es habitual que cuando viajes venga alguien a entregarte algún envío para alguna persona de la localidad a la que te diriges”. Si algo no podía negarse era la conversación telefónica, aunque incluso para este punto tuvo respuesta más bien desconcertante: “Reconozco que hubo conversación, pero eso que ha salido es un montaje. Ellos fueron los que se pusieron en contacto conmigo y con otras personas del club, pero aquí hay cosas que yo no recuerdo siquiera haber comentado. Por eso hablo de montaje”. ¿Y su futuro?. ¿No le preocupaba?: “Yo no estoy preocupado por mi imagen, porque la gente que me conoce sabe cómo soy de verdad y tengo la conciencia tranquila”.

El portavoz de la gestora, Francisco Jordán, puso broche a la comparecencia manifestando: “La imagen de la Deportiva debe quedar a salvo, porque los responsables somos los que estamos aquí, y yo lo que pido a la gente es que olviden todo y animen al equipo el domingo”.

Pero por una vez, ni desde la Federación Castellano – Leonesa ni en el seno de la Guardia Civil, parecían estar dispuestos a olvidar. Huelga añadir que los informadores tampoco dieron carpetazo al asunto. Si Diario de León se explaya sobre el particular con 3 páginas en su edición del martes 22, los medios estatales ni mucho menos desviaron la atención. Las dos estrellas radiofónicas del momento, José Ramón de la Morena, en la cadena SER, y José María García, en la COPE, entrevistaron a Antonio Galarraga. Ambos trataron inútilmente de averiguar quién le había dado el dinero, y como su entrevistado se cerrase en banda, los dos, cada cual a su manera, se despacharon a gusto: “Quitadme a este tipo de delante, que me da asco”, zanjó el de la SER. José María García fue quien más minutos y mayor profundidad dedicó al affaire, contando con presidente y vicepresidente de la “Ponfe” en un estudio de COPE Ponferrada, y el ex-entrenador en otro. Al presidente Lisardo Rodríguez volvían a escapársele las lágrimas, rememorando el terremoto vivido en Ciudad Rodrigo y durante el retorno al Bierzo. Galarraga siguió mostrándose fiel a su discurso. Luego de haber dedicado casi todo su programa al affaire sin vislumbrarse un vestigio de luz, García clamó: “Antonio, ¿tú eres tonto?. Llevamos aquí media hora preguntando lo mismo y tú sin contestar quién te ha dado las 100.000 ptas. Se te va a caer el pelo si continúas comiéndote tú solito el marrón”.

El mismo martes 22, la fiscalía de Salamanca recibía el informe, por si fuere precisa su actuación. El miércoles, los gestores de la Ponferradina volvían a proclamar su inocencia, al tiempo de mostrar sus cuentas como evidencia de que el dinero no había salido de la entidad. El jueves llegaba a la ciudad templaria el asturiano “Nino” Cubelos, nuevo entrenador del equipo. Y el viernes, ante las declaraciones de Galarraga asegurando que su conversación había sido manipulada, la cinta magnetofónica era puesta en manos policiales, para su análisis. La única buena noticia en aquella desastrosa semana para los bercianos llegaría el domingo, con el triunfo de su equipo por 3-0 ante la Gimnástica Segoviana.

Tanto el club, como las instituciones ciudadanas, pusieron especial empeño en desligarse del escándalo. Una vez más, toda la culpa recaía en el chivo expiatorio.

Tanto el club, como las instituciones ciudadanas, pusieron especial empeño en desligarse del escándalo. Una vez más, toda la culpa recaía en el chivo expiatorio.

Pese a que los hechos pareciesen hablar por sí mismos, en los ambientes deportivos de Ponferrada fue tejiéndose un entramado de especulaciones, con algún eco social gracias a ciertos medios. ¿Y si de verdad alguien se hubiera puesto primero en contacto con Galarraga desde el Ríbert?. ¿Por qué nadie apuntaba hacia Zamora, cuando los zamoranos, habida cuenta del pulso que sostenían con la “Ponfe”, sin duda iban a ser beneficiados?. ¿Acaso podía salir favorecido alguien más?. ¿Un optante a la presidencia, quizás?. ¿Alguien que quisiera pescar en río revuelto, erigiéndose luego en salvador de escollos?. ¿Qué hacía la Guardia Civil, sin seguir el rastro de dinero incautado?. Sobre este particular, al menos, iban errados, puesto que según trascendió quedaron anotados los números de serie de cada billete, por si de ahí las oficinas bancarias pudiesen aportar algo. La competición, entre tanto, seguía avanzando.

El 11 de junio, recién cumplidos por la Ponferradina sus primeros 75 años, el juez único de la federación Castellano – Leonesa, Miguel Mambrilla, daba por anulado el resultado del partido Ríbert – Ponferradina, restaba tres puntos al equipo berciano y sancionaba a su por aquella época entrenador, Antonio Galarraga, con 5 años de suspensión en el ejercicio de labores técnicas. Justo un día antes, Lisardo Rodríguez daba el relevo a un nuevo presidente, a un repetidor, en realidad, puesto que Delfrido Pérez, el entrante, había regido la institución tres años atrás. Y las primeras palabras de éste, tras su toma de posesión, no puede decirse fueran afortunadas: “Galarraga ha hecho mucho más por este club que muchas de sus anteriores juntas directivas”. Olvidaba que Galarraga, aparte de enfangar el nombre de una entidad modélica, pudo muy bien haber descerrajado sobre su escudo un tiro mortal.

Las sospechas de los más suspicaces volverían a tomar algún cuerpo en días sucesivos, al hacerse público que Miguel Losada, entrenador del Ríbert charro durante la recién finiquitada campaña, fichaba precisamente por el Zamora, recién ascendido a 2ªB tras haberse encaramado in extremis al 4º puesto de la tabla. Pero ahí quedó todo. Jamás se supo qué había ocurrido con las otras 100.000 ptas., las que deberían haberse hecho efectivas al finalizar el lance Ríbert – Ponferradina, de dónde procedían los billetes, o si alguien hizo creer a Galarraga que desde la entidad salmantina pudieran ser permeables a cualquier tipo de manipulación antideportiva. Y es que increíblemente, al haber quedado los bercianos fuera de la fase de ascenso y no existir damnificados de rebote, puesto que incluso con un partido menos (el anulado ante la “Ponfe”) los del Ríbert ocupaban un cómodo 9º puesto en la clasificación definitiva, los federativos no quisieron meterse en más líos.

La Sociedad Deportiva Ponferradina mantuvo su categoría, clasificándose sin éxito para la fase de ascenso a 2ªB en el siguiente ejercicio, y obteniendo por fin el ascenso en el play off relativo a 1998-99. Unos años después, cuando al Ríbert le tocó descender por su mal juego sobre el césped, quien fuere presidente de los blanquiazules durante tan lamentable affaire, Lisardo Rodríguez, enviaba al del club charro, Vicente Rodríguez, un telegrama inspirado por ese erróneo concepto del honor, desgraciadamente tan extendido en el deporte: “A cada cerdo le llega su San Martín”, decía.

Un soborno de manual, quizás el más flagrante de cuantos hayan podido tener lugar en nuestro fútbol, volvía a resolverse con carpetazo, incienso y flores. A quien hoy preside de la Liga de Fútbol Profesional, el Sr. Tebas,le asiste la convicción de que cada temporada se manipula en nuestras categorías profesionales no uno, sino varios resultados, y asegura estar decidido a arremeter contra tanta impunidad. Veremos en qué quedan las investigaciones sobre el Levante –Zaragoza, si no se diluyen en aguas mansas, como ocurriese con otro Levante – Athletic donde los bilbaínos se jugaban el descenso, hubo una llamada telefónica como mínimo sospechosa, y a ciertos temibles defensas “granotas” sólo les faltó vestir levita cuando saltaron al césped, para ser confundidos con mayordomos tan educados como corteses. En cualquier caso es muy probable que ni la Liga de Fútbol Profesional, ni fiscales o jueces, tengan nunca ante sí manejos tan diáfanos como el que un día no quisieron abordar en profundidad los federativos castellanoleoneses.