El sindicato de futbolistas AFE y los extranjeros

La irrupción de extranjeros en nuestro fútbol está unida a su arraigo más remoto, durante los estertores del siglo XIX. Fueron amateurs foráneos, ingenieros de minas, marineros, empleados burócratas en compañías anglosajonas o suizas, quienes provistos de un balón escandalizasen a esa sociedad pacata, “luchando entre sí, impúdicamente ataviados con ropa interior”. Algunos resultarían decisivos en la organización o sustento económico de no pocos clubes. De hecho, aquel nuevo “sport” enraizaría por puro contagio, cuando jovencitos de clase alta enviados a Inglaterra para completar estudios, ya de vuelta comenzaron a medirse a los “chiguiris” en denodados “matchs”. Luego el afán de algunos clubes por mejorar su palmarés en el Campeonato de España, recurriendo a la importación, daría pie a formidables trifulcas, resueltas con severas medidas coercitivas. Corrían, aún, tiempos de amateurismo puro, o de aspirantes a una soñada profesionalización sin más dividendos que algún duro bajo mano. Incluso cuando en 1927 nuestro “foot-ball” se declarase estatutariamente profesional, la prohibición de importar extranjeros siguió vigente, por más que sorteando la normativa se hubiera incurrido en algunas trampas. Sólo dos años antes del estallido bélico civil se abrirían fronteras, autorizando la contratación de hasta dos jugadores no españoles por club. Y entonces se quiso ver como estrellas incluso a quienes menos rendimiento lograron proporcionar. Ese papanatismo tan hispano, plasmado en la búsqueda exterior de cuanto abunda en casa, infectaba ya a la pelota y su mundillo.

El marasmo guerra civilista y sus consecuencias, iban a trazar un obligado paréntesis, salpicado por puntuales y poco satisfactorias excepciones, como la del mexicano Borbolla, sin sitio en el Real Madrid ante su carencia de empuje físico. Ya en 1949, como consecuencia del convenio establecido entre Argentina y España, la F.E.F. otorgó a los futbolistas de ese país el derecho a intervenir en nuestras competiciones, por un periodo de tres años y con el límite de 2 en cada club. Transcurridos aquellos tres años, los extranjeros se habían multiplicado sin apenas control. A tal punto llegó el desafuero, que desde la Federación se decidió limitarlos a 1ª División, hasta completar el número de 4, aunque sólo dos pudieran alinearse en cada partido de Liga. La competición copera, en todo caso, quedaba libre de su concurso. En 1953, la Delegación Nacional de Deportes prohibía la llegada de nuevos extranjeros, consintiendo, eso sí, continuasen jugando quienes tuvieran contrato en vigor. Las quejas arreciaron. Tan apretado llegaría a ser el asedio de los clubes al órgano federativo, que en 1956 se pasó del digo al Diego. Ya se podía incorporar 2 foráneos por club, siempre y cuando uno fuese sudamericano. Pero por no variar, dicha reforma pronto se vio quedaba en simple humo. Junto a extranjeros auténticos desembarcaban muchos hijos de españoles, con papeles mayoritariamente veraces. Descendientes de la secular emigración a América, formados como deportistas en Uruguay, Paraguay, Argentina, Chile, Brasil o Venezuela, a la búsqueda de un nuevo Eldorado, puesto que en Europa se pagaba bastante más que al otro lado del Atlántico. El fútbol patrio seguía convirtiendo 3.500 kilómetros de mar en un pasillo muy, pero que muy transitado.

Los falsos oriundos, extendiéndose por nuestro fútbol como una plaga, devinieron en serio problema con implicaciones en la órbita de la F.I.F.A. Así ilustró Mingote aquella desmesura desde las páginas de “ABC”.

El fracaso de la selección nacional en el Mundial de Chile (1962), se quiso ver como nefasta consecuencia de tanta importación mediocre. Si los venidos de fuera no elevaban suficientemente nuestro nivel competitivo, salvo escasas excepciones, y además cerraban el paso a las jóvenes esperanzas, el panorama pintaba mal. En España se pagaba a los futbolistas más que en Francia, Bélgica, Holanda, Alemania, Suiza o Austria, países, todos ellos, con mayor poder adquisitivo que el nuestro. Y cada nueva importación, por ende, representaba una sangría en divisas, siendo entonces tan necesarias para otros menesteres económicamente más provechosos. La prensa, muy maleable, concluyó por hacer suyo el discurso de los tecnócratas gubernamentales y, al cabo, hasta los aficionados al deporte rey acogieron con júbilo el nuevo cerrojazo. A partir del ejercicio 1964-65, ningún nuevo futbolista con pasaporte extranjero dispondría de ficha. Y además, desde el 30 de junio de 1965 los contratos vencidos perdían toda posibilidad de renovación.

Sobrevino a partir de ahí un paréntesis mafioso, turbio y nauseabundo. Temerosos ante el riesgo inflacionista, fruto del estrechamiento mercantil, clubes e intermediarios sin grandes escrúpulos continuaron picoteando por Sudamérica. La búsqueda y captura del oriundo, transformada en safari sin licencia ni reglas, propició el salto del “qué lástima, con lo que apunta este chico y resulta que no tiene abuelos españoles”, al “esto se lo arreglo yo por menos de lo que imaginan”. En cuestión de semanas, muchachos con padres paraguayos, argentinos o uruguayos, cuyos ancestros procedían de Italia, Alemania, Rusia o Francia, encontraban un señor o señora Martínez genuinamente español, colocaban aquel apellido por delante de los demás, y con una célula policial falsificada, copias registrales harto creativas e ingente cara dura, demandaban al consulado español un carnet de identidad y pasaporte. Ya maquillados como españoles, podían aterrizar en Barajas, mostrarse agradecidos ante micrófonos y cámaras por la oportunidad de retorno a la madre patria, y firmar con la directiva de turno. Como mínimo, 35 accedieron ilegalmente a nuestra competición de este modo, hasta 1974, cuando primero el Barcelona, y a continuación, con más denuedo Athletic Club y Real Sociedad, airearon judicialmente tanta putrefacción.

En cierto modo para cauterizar aquella herida ya gangrenosa, Delegación Nacional de Deportes y F.E.F. volverían a abrirse al mercado internacional, tanto en 1ª como en 2ª División, a partir de la campaña 1973-74. Y por no variar, mediante nacionalizaciones exprés, matrimonios concertados con españolas o piruetas circenses, en apenas 4 años algunas entidades pasaron de los 2 extranjeros tipificados, a contar en sus plantillas con seis o siete naturales de Sudamérica. Todo esto ocurría cuando la Asociación de Futbolistas acababa de legalizarse, y entre tanta urgencia parte de los jugadores afiliados vieron en las incorporaciones transatlánticas un problema no menor: además de constituir una dura competencia, con harta frecuencia vulneraban la ley. Lógicamente, aquel empeño sindical tuvo muy en cuenta tantísimo desafuero, y contratacó situando a los foráneos en su punto de mira.

Aunque el número de futbolistas adheridos a su órgano de representación superase pronto los cálculos más optimistas, en setiembre de 1978 seguían existiendo no pocos refractarios. Concretamente hasta entonces, sólo en 1ª División había 101 versos sueltos. Ciento un escépticos, incrédulos o indecisos. Un rebaño de 101 ovejas, mansas a la voz del pastor que cada domingo, puro en ristre, presenciaba partidos desde el palco. Quede, como curiosidad, el siguiente desglose de no sindicados:

Athletic Club de Bilbao .- Rojo I.

C. Barcelona .- Heredia, Mir, Bío, Esteban, Krankl.

Burgos .- Rubiñán, Carreño, Toca, Faubel , López.

C. Celta de Vigo .- Alemany, Jorge, Gelo, Ademir, Carlos, Toledo, Nani, Paco II, García Senra.

C. D. Español, de Barcelona .- Ángel, Orejuela, Abad, Ayfuch, Pavón, Marín, Cayuela.

Hércules, de Alicante .- Deusto, Sala, José Antonio, Albino, Rivera, Ernesto, Carcelén, Aracil, Lalo, Cobos, Saccardi, Lattuada, Kustudic, Verde, Juan, Aguilar.

Recvo. de Huelva .- Villazán, Machete, Ramírez, Zambrano I, Zambrano II.

D. Las Palmas .- Carnevali, Estévez, Noly, Noda, Jorge, Juani, Maciel, Felo, Antonio Jorge.

Real Madrid .- Benito, Sitielike, Jensen. Guerini.

Racing de Santander .- Damas, Monchi, Paco, Rojo II, Mantilla, Barrero, Stefan, Jiménez, Marcos, Piru.

Rayo Vallecano .- Mariano, Marian, Lastra, Astegiano.

Real Sociedad .- Ochotorena, Gajate, Celayeta, Gaztelu, Murillo II.

D. Salamanca .- Piño, Félix, Chaparro.

Sevilla C. F. .- Joaquín, Scotta, Bertoni.

Sporting de Gijón .- Gonzalo, Uría, Abel, Quini, Ferrero.

Valencia C. F. .- Sempere, Timor, Lleida, Bonhof, Kempes, Vilarrodona, Garrido, Recatalá.

Real Zaragoza .- Antich, Mendieta.

En el At. Madrid todos los componentes de su primera plantilla estaban asociados.

Llama la atención el elevado número de extranjeros para quienes el naciente sindicato representaba bien poco. Desde la óptica de muchos futbolistas foráneos, el conocido axioma de “donde fueres haz cuanto vieres”, parecía no contar. Y eso que la AFE distaba mucho de ser organización clandestina. Disponía de enlaces o delegados por todo el territorio nacional, y los capitanes de cada equipo daban cuenta en sus respectivos vestuarios sobre la marcha de proyectos, avances o retrocesos negociadores, y cierres en banda de la patronal. Resultaba imposible permanecer ajeno al bullir asociativo, a menos que no se supiera una palabra del castellano. Y gran parte de los foráneos no asociados lo hablaban perfectamente, aun con acento porteño, santafefino, guaraní o lunfardo.

Por simplificar, repasemos el elenco de extranjeros despegados. Dos en el Celta, R.C.D. Español, U.D. Las Palmas, Racing de Santander, Sevilla y Real Zaragoza. Cuatro  en el Hércules. Tres en el Real Madrid, Valencia y Barcelona. Uno en el Burgos, Rayo Vallecano, Salamanca y Sporting. Los dos clubes vascos no miraban ni de soslayo al exterior, y consecuentemente carecían de fichajes foráneos. Estos datos, sin duda, explican la andanada que desde AFE se enviara al colectivo de emigrantes, máxime cuando tantos jugadores españoles ponían enormes reparos a la imparable invasión. “El fútbol debería ser para los de aquí, para nosotros -sentenció un conocido futbolista de nuestra máxima categoría-. Los extranjeros vienen, se llevan la pasta y nos dejan sus malos modos. ¿Por qué siempre nos toca hacer el primo?”. Corrían, por qué no decirlo, vientos xenófobos.

En agosto, tras varios incumplimientos de la patronal futbolística y múltiples desconsideraciones de Pablo Porta, presidente federativo, la AFE había anunciado un proyecto de huelga para la primera jornada del ejercicio 1978-79. Nadie los tomó en serio, y el diario deportivo “Marca” incluso llevaría a su primera página, en caracteres de gran cuerpo, una declaración del presidente herculino: “Sería la primera huelga de millonarios”.

Los medios de difusión nacionales, acostumbrados a ensordecer conflictos laborales durante el largo paréntesis dictatorial, recibieron las reivindicaciones futboleras con no poca hostilidad. Curiosamente el periódico deportivo de mayor tirada, surgido en San Sebastián durante la Guerra Civil, estrechamente conectado a Falange, no estuvo entre los más severos.

Ante tanto ataque, los futbolistas se apiñaron en falange romana, junto a su sindicato, sin desaprovechar cuantas oportunidades les ofrecieran distintos medios de difusión: “¿Huelga de millonarios?. ¡Qué tontería!”, enmendó a “Marca” Vicente del Bosque, interior del Real Madrid. Leal, un modesto del Torrejón, entonces en 2ª División “B”, tampoco quiso permanecer mudo: “Es la única manera para que se nos haga caso”. Y Mendoza, del Almería acaudillado por Maguregui, enfatizó sin aspavientos: “Las reivindicaciones son justas y claras. No veo a qué viene tanta extrañeza. Ni ésta pudiera ser la primera huelga en España, ni mucho menos la última”. Fernando Vizcaíno Casas, escritor, abogado, asesor jurídico de la F.E.F. y hombre claramente alineado a la derecha, así como experto en asuntos laborales del espectáculo y lo artístico, puso mucho de su parte por mostrarse contundente: “Si hay huelga, será ilegal. Los clubes tendrán derecho a despedir a los huelguistas. Y no entiendo las prisas por llevar a cabo una reunión entre Federación Española de Fútbol y A.F.E.”. Desde el otro lado de la trinchera, el reputado laboralista José Cabrera Bazán, fundamental durante los primeros pasos asociativos del deporte, y andado el tiempo senador por el partido Socialista de Felipe González y Alfonso Guerra, le llevó la contraria sin ambages: “La legislación en materia de conflictos colectivos contempla la posibilidad de huelga. En consecuencia, se iría a ella por causas legales y los clubes no podrían sancionar a sus futbolistas. Además es indignante que Pablo Porta desatienda una resolución del Ministerio de Trabajo”. Otros jugadores, por ende, harían suyos distintos mensajes emanados desde su sindicato: “No creo que haya huelga, porque no nos conviene a nadie”. “Se desconvocará, estoy convencido”. O: “Supongo que la sangre no llegará al río. En el peor de los casos, tendrá que ser la Administración quien desatasque el carro”.

El nacimiento de la A.F.E. fue recogido entre muestras de extrañeza e hilaridad. ¿Podían tener motivos de queja, aquellos privilegiados?. ¿Desde cuándo los ricos necesitaban para su defensa un sindicato?. La visión del humorista Jotauve sería una de las más ingeniosas.

Con huelga o sin ella, la AFE había cometido el error de enredarse en demasiados frentes a la vez. Y el olvido de ese primer mandamiento en cualquier manual de estrategia, acabó llevándose por delante a su cabeza visible, el andaluz Joaquín Sierra, “Quino”.

Tras el gallinero de opiniones acerca de aquella convocatoria huelguista, a partir de octubre los directivos de AFE centrarían esfuerzos en otra lucha difícil, como era la de cerrar el portillo a jugadores extranjeros. Y de entrada mostraron toda su artillería, al expedir un escrito con tres destinatarios: Presidente del Gobierno, ministro de Cultura, y presidente del Consejo Superior de Deportes. Los dos periódicos deportivos madrileños, “As” y “Marca”, muy acertadamente llegaron más lejos, ofreciéndolo a la opinión pública: “El tema es interesante, y hemos pensado que pudiera haber un cuarto destinatario: el aficionado”. Gracias a su filtración, aquel texto no duerme hoy un sueño eterno:

“La Asociación de Futbolistas Españoles quiere hacerle llegar, y poner en su conocimiento, como máximo representante de la Administración española, la postura firme y decidida de los futbolistas españoles que esta organización representa, en el sentido de lograr una solución a la desmedida entrada de profesionales del fútbol extranjeros en nuestro país, y solicitar respetuosamente se busquen las medidas necesarias para evitarlo, respetando los derechos adquiridos a cuantos se encuentren ya enrolados en nuestros clubes”.

Formulada la declaración de intenciones, aquella carta no hurtaba juicios sobre la presumible razón del desorden. A saber, una política federativa abrazada a los clubes más potentes y contraria al interés general, cuyo resultado se traducía en la presencia de más de 300 profesionales no nacidos en nuestro suelo. De esa cifra, 80 competían en 1ª División, siendo titulares indiscutibles unos 50, sobre un total de 198 alineados de inicio cada jornada. Y puesto que nuestra selección nacional se nutría de los equipos encuadrados en Primera, el daño a la misma resultaba evidente. Esos clubes, por otra parte, se veían obligados a ceder la titularidad a sus extranjeros, al constituir inversión preciadísima, rindiesen o no en consonancia. De ese modo se creaba un tapón para que españoles no menos capacitados acreditasen méritos, resultando virtualmente imposible rejuvenecer el equipo nacional. Nada se lograba, por tanto, limitando la edad para competir en 3ª División, cuando los clubes, ante la sobreabundancia de extranjeros, no iban a apostar por valores emergentes, ni aun por los forjados en sus propias canteras. Cerrar puertas a la importación solventaría tamaño sinsentido. Los futbolistas extranjeros, además, desnudaban el andamiaje jurídico vigente, hasta hacerlo insostenible. ¿Sobre qué fundamento se asentaba el derecho de retención, mediante el que los jugadores españoles podían permanecer anclados de por vida a un club, cuando los extranjeros quedaban libres al finalizar su contrato, y nada les impedía ofrecerse al mejor postor?.   

Miguel Ángel Adorno, “oriundo” con papeles falsos, fue de los que puso mucho de su parte por integrarse. Como otros muchos compañeros del vestuario “ché” se asoció a la AFE.

Por otro lado, el descorazonador momento económico de los clubes más poderosos -proseguía aquel largo texto-, con pasivos escalofriantes, era consecuencia de desembolsos exagerados en la contratación de foráneos. Paralelamente, los altísimos devengos pactados con los no españoles, enlodaban la imagen del futbolista nacional, dando por supuesto que todos ellos liquidarían cantidades similares. “Y se puede afirmar que excepto una élite en clubes poderosos -aclaraba el escrito-, los demás profesionales obtienen unos ingresos normales, comparables a los de cualquier profesión media con exigencia de cualificación concreta para realizarla”.

Se incidía también, al desarrollar su punto 9, en el hecho irrefutable de que el fútbol español era muy capaz de dar la cara, “tanto dentro como fuera de nuestras fronteras, con la utilización de su cantera, como lo hacen Athletic de Bilbao y Real Sociedad de San Sebastián, que en toda su historia no han contado con futbolistas no nacidos en su región”. Además, si con la apertura exterior se buscaba una mejora en la calidad balompédica nacional, después de tantos años incorporando estrellas de indudable nivel, España debería haberse convertido en fortaleza imbatible, circunstancia que estaba lejos de darse.

El punto undécimo buscaba una comparativa externa. En países no exportadores de futbolistas, como Inglaterra o Italia, ya se había procedido a prohibir, casi del todo, contrataciones foráneas. En Italia el cerrojazo era absoluto, y puramente testimonial en la Gran Bretaña. Con respecto a países exportadores, -Holanda, Alemania o Suecia- la adopción de medidas tendentes a impermeabilizar sus fronteras constituiría un contrasentido, pero aun con ello eran pocos los fichajes procedentes del exterior. España ofrecía la otra cara de la moneda: mucha importación y ausencia de exportaciones, lo que a la postre se traducía en fracaso. Bastaba ver el rendimiento de Inglaterra, Italia o Alemania en el fútbol de selecciones, y compararlo con el de “la roja”, para advertir dónde estaban haciéndose bien las cosas y dónde no. Cara al próximo Mundial, a celebrar en nuestro suelo el año 1982 -proponía el punto 12º-, “parece aconsejable, a todos los efectos, buscar el mayor éxito; una actitud rígida y definida frente a este problema, puede ser decisiva”.

Así plasmó el humorista Sir Cámara uno de los fiascos tan habituales en nuestra selección durante los años 70, sistemáticamente achacados a la sobreabundancia de importaciones extranjeras.

La más dura andanada contra la F.E.F. se concentraba en el punto 13º, al argüir que la limitación de entrada a futbolistas extranjeros debía fundamentarse en “la normativa laboral, que en cualquier caso ha de primar sobre normas de ínfimo rango, como son las emanadas desde la Federación Española de Fútbol”. Conviene recordar que entonces ninguna empresa española podía contratar súbditos extranjeros, sin acreditar la inexistencia de personal autóctono suficientemente preparado para el puesto a cubrir.

En su último apartado, la A.F.E. apelaba al poderoso caballero que siempre fue Don Dinero, y más, si cabe, en aquel momento, con una balbuciente democracia pugnando por arraigar, incertidumbre con respecto al futuro, traducida en ingentes salidas monetarias hacia Andorra, Suiza, Luxemburgo y Liechtenstein, inflación galopante, desplome bursátil y serios problemas de endeudamiento a un costo poco menos que inasumible. Apelar a la pérdida de divisas, en semejante contexto, venía a ser como llevarse a la boca las trompetas de Jericó: “Esta situación está produciendo una salida de divisas que, aun cuando en el contexto de la economía española no sea fundamental, dentro del balance sectorial presenta una balanza desequilibrada, aparentemente poco recomendable en la situación económica actual”.

Aquellas cartas concluían con un mensaje relativamente conciliador, dirigido a cuantos foráneos poblaban nuestra Liga: “No obstante lo manifestado, la Asociación de Futbolistas Españoles solicita sean respetados todos los derechos adquiridos de nuestros compañeros extranjeros”.

La publicación del documento completo coincidió, además, con una rueda de prensa en la sede del sindicato futbolístico. Y durante la misma su asesor legal, José Luis Carceller, dio la impresión de quedarse a gusto: “Porta está destrozando el fútbol español -dijo, entre otras lindezas-. Es el «amateur» más incompetente que he conocido”. Salía al paso, así, de las desafortunadas declaraciones que el presidente federativo acababa de realizar en Gijón, durante una visita a las instalaciones deportivas de Mareo. Y por si su intención no hubiese quedado clara, añadiría aún: “Porta es un dictador nato, sin idea sobre colegiaciones ni regímenes jurídicos. Debo recalcarle que, como profesional que soy, recibo mis honorarios de la AFE, aunque nunca en la cifra de cinco millones insinuada. Que el señor Porta se deje de insultos personales”

Siendo tan considerable el porcentaje de extranjeros, oriundos y nacionalizados en las dos categorías más profesionales, se antojaba poco inteligente propiciar luchas intestinas.

No todo cuanto recogían las cartas de AFE era cierto. Los clubes bilbaíno y donostiarra sí tuvieron futbolistas nacidos lejos de su región, en época de profesionalismo. Bastantes, además, por cuanto respectaba a la Real Sociedad, y algunos relativamente próximos. Cuando a principios de los 60 el portero Araquistain fue traspasado al Real Madrid, llegaron cedidos hasta el viejo Atocha Chus Herrera, infortunado y muy prometedor asturiano, el interior andaluz Villa, luego componente en la Romareda de “Los Cinco Magníficos”, y el internacional sueco Simonsson. Antes, por ejemplo, habían vestido de blanquiazul algún portugués, franceses, o entre los nacionales no vascos, José Luis Pérez-Payá, natural de Alcoy (Alicante), futuro presidente de la F.E.F. Y cuando los donostiarras reconquistaron la máxima categoría, mediados los años 60, el catalán Silvestre aportó no pocos goles a los blanquiazules desde su puesto de ariete, las tardes que no se alineaba el “tanque” Arregui. Lo de medir con un “casi” la escasez de fichajes extranjeros en Inglaterra, tampoco parecía moneda de buen cuño. Y esos puntos flacos fueron puestos en tela de juicio desde un editorial de “Marca”, firmado por su subdirector, Carlos Méndez, habitualmente oculto bajo el seudónimo de “Cronos”.

Ben-Barek, marroquí que incorporase el At. Madrid desde el fútbol galo, en tiempos de necesidad, apagones eléctricos, pertinaz sequía y estrictos controles al pago en divisas. No todos los extranjeros de los 50 llegaron de América, como acredita la circunstancia de que el club “colchonero” contase también con Marcel Domingo (francés), o el menudo Simonsson (sueco).

“Todo lo que cuenta AFE está dicho hasta el hartazgo, aunque sin ningún éxito”, arrancaba. E incidía, a renglón seguido, en el error de considerar al mexicano Borbolla, “primero en no enseñar nada”, como el extranjero que inaugurase la invasión a nuestro deporte rey. Más acertado estaba al poner en solfa “el dineral que cuestan, el trato de excepción que reciben desde un orden jurídico”, los llegados de fuera. Y daba la razón al sindicato en lo relativo a la selección nacional, por esos días fuente de incontables decepciones: “Con extranjeros tuvimos dos selecciones. A una la dejó Suiza en la cuneta -estaban Kubala y Di Stefano entre ellos- y la otra fue apeada en Chile por Checoslovaquia, con hombres como Santamaría, Eulogio Martínez, Puskas… No sirvieron, pues, ni para dar un título vergonzante a España, pero tampoco dejaron escuela. A ver, ¿quién se parece a Di Stefano o Puskas, o a Ben-Barek, por citar algunos de los que dieron espectáculo, dinero y triunfos a sus clubes?”.

Desde la presidencia de gobierno parece que el escrito de la AFE fue reexpedido hacia el Ministerio de Cultura, que también englobaba Deportes, con copia a la D.N.D. El Delegado Nacional de Deportes, sin lavarse las manos del todo, desvió cualquier interlocución hacia su segundo. Y la F.E.F. presidida por Pablo Porta, una vez más podía darse el lujo de permanecer al margen, en su papel de Don Tancredo, felizmente pertrechada tras un muro de inanidad.  

Blandir el hacha, como acababa de hacer el sindicato futbolístico ante la bien nutrida masa de extranjeros, oriundos y nacionalizados, comportaba riesgos no pequeños. Frente a sus miembros se alineaba una patronal unida, una Federación tan todopoderosa como silente, y unos poderes públicos atenazados por asuntos muchísimo más serios. El número de sometidos a un futuro incierto si se llevara a cabo el cerrojazo importador, distaba mucho de ser baladí, como justifica el cuadro anexo. Únicamente faltaba que el colectivo de futbolistas se viera sacudido por una erupción de disensos. Y eso fue cuanto a punto estuvo de ocurrir.

FUTBOLISTAS NO NACIDOS EN ESPAÑA, LA TEMPORADA 1978-79

El 1 de noviembre trascendió que dos futbolistas del Real Madrid, los argentinos Enrique Wolff y Roberto Martínez, acababan de darse de baja en la A.F.E. Roberto Martínez, con mucho que callar, prefirió hacerse el mudo. Wolff, en cambio, daría la cara ante los medios: “Todo parte de una declaración oficial, efectuada por la Asociación -dijo-. Como no estaba de acuerdo con lo expresado, escribí a su presidente, quien me ha dado la callada por respuesta. Coincidió también con mi opinión Roberto Martínez, como lo demuestra el hecho de haberse dado de baja igualmente. Que nadie piense estoy en contra de los futbolistas españoles, aunque discrepe con quienes dirigen la Asociación. Supongo que mi baja no me perjudicará para seguir jugando aquí. En definitiva, considero que la Asociación ha dejado de resolver una serie de problemas, como el límite de edad, el derecho de retención para los españoles, y ni siquiera ha tacado algo tan importante como la creación de instalaciones donde los niños puedan jugar al fútbol”.

Con menos palabras: ambos se habían visto señalados, y no estaban dispuestos a sufragar una causa que pudiera abocarlos a tomar un avión rumbo a Buenos Aires. Aunque de cualquier modo, lo de Roberto Martínez era para pincharse y no sangrar.

Roberto Martínez, falso oriundo que incluso representó a España internacionalmente. Ramón Melcón destapó su fraudulenta entrada, adjudicándose un padre postizo. Tenía tanto que callar como motivos de agradecimiento a sus compañeros de profesión, por no echar leña al fuego. Y sin embargo se las dio de digno cuando desde la AFE trataron de impulsar medidas tendentes a controlar el flujo importador.

Había llegado a España contratado por el barcelonés R.C.D. Español, como oriundo de pacotilla, con papeles falsificados y mentiras insostenibles, cuando por fin pudieron desenmascararlo. Como español de pega fue cinco veces internacional, y aunque siguiera negando lo evidente, tuvo que ser la Federación Española quien bajo mano pactase con UEFA y FIFA un perdón encubierto, tanto para él como para el extremo valencianista Rubén Valdez. Aquel compromiso negro, arrancado en evitación de un escándalo mayúsculo, comprometía a la F.E.F. a no alinear nunca más con “la roja” a esa parejita. Roberto sería traspasado al Real Madrid por 15 millones de ptas., cantidad nada desdeñable para la época, y lo más abracadabrante, en su caso, es que falsificó papeles sin ninguna necesidad, pues sus progenitores procedían de la población leonesa de Villaguilambre. Nadie le impidió seguir compitiendo en nuestros torneos, cuando debió pechar con una condena por falsificación documental y, cumplida la misma, ser conducido hasta el aeropuerto más próximo. Después de 6 campañas como “merengue” retornaría al R. C. D. Español durante el verano de 1980, para desarrollar dos nuevos ejercicios. En total 11 temporadas degustando el fútbol ibérico sin merecerlo, y se permitía el lujo de ver en la AFE una amenaza personal.

Esas dos desvinculaciones, unidas a cuanto Enrique Wolff transmitiese a la prensa, hicieron ver en el sindicato la necesidad de cauterizar heridas, en evitación de una mayor hemorragia. La AFE vivía prácticamente descabezada, desde que “Quino” anunciara su propósito de dimitir. Y en tanto tomaba las riendas asociativas Juan Manuel Asensi, fue el asesor jurídico del sindicato, José Luis Carceller, quien actuara como portavoz:

“No entraremos en polémica con ellos -aseguró-. Aunque creo enfocaban erróneamente nuestras peticiones, puesto que vamos a defender a estos jugadores si el año próximo sólo pudieran competir dos extranjeros. Vamos a luchar contra la posibilidad de que muchos clubes opten por despedir a parte de sus futbolistas. Lo único que solicitábamos es que se imposibilite la entrada masiva de futbolistas procedentes del exterior, que en muchos casos no pasan de medianías”.

Paralelamente, el abogado Cabrera Bazán redactó una carta dirigida a los dos madridistas, donde junto a todo tipo de explicaciones les aseguraba tendrían siempre abiertas las puertas de la Asociación, para cuanto pudiesen necesitar.

Rubén Valdez, muy buen extremo que nunca debería haber ingresado como “oriundo” en nuestro fútbol, y menos aún formar en la selección española, a tenor de la normativa vigente. Se integró en la AFE y jamás tuvo problemas con sus compañeros de profesión.

Al menos en lo económico marchaban las cosas viento en popa para los futbolistas agremiados. El 23 de noviembre de 1978 se cerraba un primer año espléndido con superávit próximo a los 10 millones de ptas. Había casi 1.700 jugadores asociados y la práctica totalidad, además, acababa de ceder al sindicato sus derechos de imagen para cualquier explotación comercial. Sólo 11 meses los separaban del 24 de enero, cuando ante 500 futbolistas, la 1ª Asamblea del organismo aprobase por aclamación un presupuesto de 21 millones raspaditos. En el área reivindicativa, por el contrario, pintaban bastos, pese a la complicidad que algunas de sus demandas hallaran en el C.S.D., entre ellas la relativa a limitar el número de extranjeros.

Las reuniones del Consejero con presidentes de clubes y Pablo Porta, acabaron bastante mal. Aquellos presidentes podían ser simples nobles ante su “monarca”, pero tal como hicieran ocho siglos antes otros nobles castellanos ante su rey, se atrevieron a plantar cara. Nadie dijo aquello de “tú más que yo, mi rey; aunque todos nosotros juntos, mucho más que tú”. No hizo falta, porque el Consejero Superior de Deportes era hombre listo y supo entenderlo, por más que tampoco hubiese gran unanimidad entre los presidentes. Vicente Calderón, por ejemplo, buen conocedor de los balances “colchoneros”, careció de pelos en la lengua al afirmar, rotundamente: “Hay que cerrar la importación”. Su colega del Hércules alicantino, por el contrario, con 7 nacidos fuera de España en su plantilla, adujo que gracias a la importación aquellas diferencias siderales entre clubes grandes y pequeños, tan propias del pasado, llevaban camino de convertirse en historia. “Mataremos el fútbol como no se ponga freno a este disparate”, terció el presidente de la Real Sociedad, más temeroso, quizás, ante el posible derribo del derecho de retención, que por la sobreabundancia de extranjeros. Y es que sólo aquella vieja norma esclavista mantenía en San Sebastián a jugadores con tantas “novias” como Arconada, Zamora, López Ufarte o Satrústegui.

LAS 34 INCORPORACIONES EXTRANJERAS DE 1975-76 Y SU COSTO POR TRASPASO

Finalmente el 15 de febrero de 1979, durante un almuerzo de trabajo en la sede del I.N.E.F., cobrarían cuerpo los nuevos postulados con respecto a jugadores extranjeros, a partir del primero de junio, sintetizados en el cuadro anexo. Una derrota parcial para la A.F.E., victoria pírrica para clubes con el punto de mira apuntando a Paraguay, Argentina, Chile o Montevideo, y amargura para Benito Castejón, voz del Consejo Superior de Deportes, quien se disculpó con humildad ante los periodistas: “No estoy de acuerdo, pero…”

Normativa teóricamente aplicable a partir de junio de 1979, en materia de futbolistas extranjeros. Sirvió sobre todo para acelerar nacionalizaciones, e incluía un indulto encubierto, tanto para quienes hubieren lucido la camiseta internacional española sin ser realmente españoles, como para la propia F.E.F.

Pablo Porta, en su particular y lejana galaxia, volvió a mostrarse complacido: “Aquí no ha ganado nadie”, dijo, cuando probablemente pensara algo así como: “Por lo menos yo no he perdido”. Más atento a la tajada que al plato, aprovechó la ocasión para lanzar un aviso al ente RTVE, entonces dueño exclusivo de las imágenes que todo español podía ver en los televisores: “Si la tele no paga, no habrá partidos televisados de la selección”. Como si el dueño de la selección nacional fuese la Federación que presidía. Alguien tal vez debiera haberle explicado que el equipo nacional sólo representaba a su federación en las distintas competiciones, que era patrimonio español, no en vano aquella Federación se sufragaba con grandes cantidades de dinero público.

Los clubes -todos, excepto Real Sociedad y Athletic- continuaron haciendo trampas, forzando voluntades en una guerrilla de desgaste, hasta dejar en agua de borrajas los acuerdos adoptados. ¿Se podía, acaso, limitar derechos a cualquier español, aunque hubiese nacido al otro lado del océano?. Porque eran españoles los oriundos, o quienes como tales fuesen aceptados por la Federación. Y lo mismo cuantos se hubieran nacionalizado por la vía rápida, casándose con una española o aprovechando el carril más lento, transcurridos un par de años desde su llegada. Disponían de pasaporte y carnet de identidad, votaban cuando se llamaba a las urnas, contribuían al erario público con sus impuestos. De poco servían reflexiones tan acertadas como la de Antonio Manuel Zambrano, neófito en 1ª División con un Recreativo de Huelva donde ejercía su estrellato el ya veterano mundialista uruguayo Espárrago. “¡No saben el daño que a nosotros nos hacen los extranjeros!. Lo único que han logrado es elevar los sueldos”.

Bueno, pudiera pensar alguien; al fin y al cabo, menos daba una piedra.

Si Pablo Porta y sus presidentes de clubes creyeron haber acallado para siempre a los futbolistas, se equivocaban. Con la elección de Asensi como sustituto de “Quino”, el asunto de los extranjeros fue quedando en segundo plano. Antes, se quiso fijar tres metas: 1ª.- Alcanzar un convenio colectivo con la patronal, rango que en opinión de los futbolistas venía a representar la F.E.F. 2ª.- Ver derogada la limitación de edad para competir en 3ª División, entonces categoría semiprofesional, puesto que de sólo 4 grupos acababa de pasar a 6. Ello implicaba enterrar el proyecto personal de Porta donde se establecían 300.000 ptas. anuales como límite salarial para el amateur compensado. Y 3ª.- Establecimiento de una ordenanza laboral, sobre la que el ministerio de Trabajo parecía ser único competente. Hartos de dilaciones y pasecitos en corto, la cúpula de la A.F.E. optó por un golpe de mano. Y por fin el 27 de febrero, con 65 votos a favor, uno en contra y otro en blanco, los delegados de la Asociación acordaban su segunda convocatoria de huelga. Probablemente actuaran como desencadenante unas inoportunas palabras de Pablo Porta, pronunciadas el día 8, que a los jugadores se les antojó puro paternalismo, desconsideración y ninguneo: “Los de la AFE son buenos chicos. Ya verán como no hay ni huelga ni nada”.

La incapacidad de Pablo Porta para negociar cualquier cuestión, quedó muy de manifiesto en seguida. Así lo caricaturizó Trallero, en “Nuevo Diario”, ante un Consejero Nacional de Deportes con muchísima más cintura. Porta se resistía a entender que ya no imperaba el ordeno y mando.

Aquel 27 de febrero de 1979, portavoces de la Asociación concretaron que sólo desconvocarían su huelga si se publicaba su ordenanza laboral, quedaba en nada lo del amateurismo compensado, y de inmediato se iniciaban las negociaciones con los clubes. Juan Manuel Asensi, interpelado por los periodistas, respondió: “Espero y confío que no haya huelga. No sería buena para nadie”. Un presidente de club, tomando el rábano por las hojas, emponzoñó más la cuestión haciendo el coro a Pablo Porta: “Ya están arrepintiéndose. Empiezan a darse cuenta del lío en que se han metido”. Quizás porque otros mandatarios no confiaran mucho en Pablo Porta, acordaron almorzar con Benito Castejón (C.S.D.) el miércoles, a cuatro días de que el balón se paralizase. Porta, enredado en sus ensoñaciones, después de recibir a Pacheco y Robi, miembros de la directiva sindical, comía con Vicente Calderón, presidente de ambos jugadores, y cenaba con Luis de Carlos, a la sazón cabeza del club “merengue”, todavía en rodaje. Confiaba ciegamente en el poder de los grandes capitalinos para destripar la convocatoria huelguista. Monumental error estratégico, que abría de ponerlo en la picota.

No, la segunda convocatoria del huelga acordada por los delegados de A.F.F. nada tuvo de broma.

Basta repasar las múltiples opiniones vertidas durante aquellos días por presidentes, gestores de clubes y directivos, para entender hasta qué punto se hacía inevitable el choque de trenes:

“Un tremendo error por parte de sus promotores” (Vega Arango, Sporting gijonés).

“Es una huelga inoportuna. Me parece que a los clubes nos toca hablar ya bien clarito” (Luis De Carlos, Real Madrid).

Medida improcedente y precipitada. Los jugadores me han sorprendido, porque sus argumentos no están en la realidad” (Vicente Calderón, At. Madrid).

“Los jugadores han arruinado el fútbol, no sólo en 1ª División, sino en todas las categorías. La generosidad de los clubes ha ido más allá de sus posibilidades económicas. El hecho de que los extranjeros queden libres al concluir sus contratos constituye una incomprensible concesión, y de ahí vienen estos lodos. Ya ven, después de haberles dado 10 ó 12 millones de ptas. por año, estos señores se declaran en huelga. Magnífico” (José Luis Núñez, Barcelona).

“No, no me parece procedente” (Francisco Encinas, Rayo Vallecano).

“Esta huelga, si se produjera, sería ilegal. Y los clubes estarían en su derecho de rescindir contratos” (Manuel Meler, R.C.D. Español).

“Se han equivocado. Los futbolistas se llevan todo el dinero de este deporte, razón sobrada para obrar en consecuencia” (José Luis Orbegozo, Real Sociedad).

“Para mí, los futbolistas deberían ser considerados trabajadores, y como tales con derecho a declararse en huelga. Lo que no entiendo es que los modestos, los que pudieran tener más razones, no estén significándose. Confío que el parón no se lleve a cabo” (Antonio Muñoz Lozano, Recreativo de Huelva).

“Se arreglará. Pero si no fuere así, y se sometiera a votación comparecer con jugadores aficionados en 1ª y 2ª División, nosotros estaríamos en contra. Constituiría una burla a ojos del aficionado” (Manuel Bernal, Granada).

“El fútbol será el más perjudicado” (Martínez Valero, Elche).

“No hay que asustarse demasiado, pues lo que verdaderamente tendrá valor será la decisión conjunta de los clubes” (Salvador Gomá, gerente del Valencia).

“Un golpe mortal para el fútbol. En el peor momento y cuando más nefastas pueden ser las consecuencias” (Federico Brinkmann, C. D. Málaga).

“No estoy de acuerdo. Máxime, cuando nos visitará el Oviedo, el día que podríamos hacer una gran taquilla” (Fernández Lobato, Cultural Leonesa).

“Una decisión precipitada, que pudiera acarrear drásticas consecuencias en el futuro” (José Mª Zárraga, gerente del Deportivo Alavés).

“Que yo sepa, el fútbol todavía es un deporte. Y sus reglas no son las del Ministerio de Trabajo, sino de la Federación” (García Pena, C. D. Lugo).

“Ir contra los clubes constituye una equivocación de imprevisibles consecuencias, sobre todo para los jugadores. El fútbol resulta carao. ¿De dónde esperan sacar más dinero?. Porque el aficionado ya no da más de sí” (Aguayo Lorente, Palencia).

Algunos extranjeros, hasta hacía bien poco en el centro de una diana, también quisieron manifestarse:

“Aunque a mí, como extranjero, el problema no me afecte mucho, apoyaré a mis compañeros. Esto no lo había conocido en la Bundesliga, y me gustaría que las cosas se arreglasen” (Stielike, R. Madrid).

“Creo que no ha quedado más remedio. Desde el verano lo hemos puesto todo de nuestra parte por conseguir acuerdos. Y esa buena disposición nunca se vio correspondida” (Kempes, Valencia).

El argentino González (Rayo Vallecano y At. Madrid), español “por ovarios” según caricatura de Cronos en 1979.

“Me identifico con la postura. Aunque la decisión esté tomada, pienso que al final habrá acuerdo y no se perjudique al espectador. Porque el que paga tiene derecho a exigir” (Luiz Pereira, At. Madrid).

 “Espero que mañana se alcance un acuerdo, porque lo que se busca es defender intereses de los más débiles. La culpa hay que achacársela a la Federación, por no abrirse al diálogo. No nos han tomado nunca en serio y su actitud ha sido provocadora”. (Jorge D´Alessandro, U.D. Salamanca).

Donde más drásticas parecían las posturas era escalones abajo, en 2ª División “B”, con tantos modestos soñadores de gloria, aferrados a una paupérrima realidad e inmersos en problemas de cobro:

“Nos estaban tomando el pelo. Será difícil acordar algo antes del domingo, aunque tampoco imposible” (José Miguel, futbolista del Zamora). “La huelga debería ser indefinida, ya que no se puede consentir tanta tomadura de pelo. Hemos buscado el diálogo, sólo para que el Sr. Porta nos considere «unos buenos chicos». Ya era hora de que los futbolistas nos uniésemos, y de una vez pidamos, de forma clara y rotunda, nuestros derechos. Estoy a favor de la huelga, sin ningún género de duda” (Munguía, jugador del Torrejón).

La suerte estaba echada. Aunque desde las poltronas de 1ª División y muchas de 2ª se diera por descontada una pérdida de fuelle en el seno de sus plantillas, el Patronato de Apuestas Mutuas, es decir el organismo regulador de las quinielas, otro posible gran perjudicado, tomó medidas para que, puestos en lo peor, la sangría no resultara excesiva. Lo que había empezado como defensa del producto futbolístico nacional, derivaba hacia un conflicto de proporciones insospechadas. Y si Pablo Porta saldría de él muy tocado, los clubes, no sintiéndose representados, comenzaron a segar el césped a ras de aquella Federación, constituyendo un ente asociativo propio, capaz de medirse con sus futbolistas. Parte del antiguo poder emanado de la calle Alberto Bosch, se diluía.

Los futbolistas, por una vez, estaban dispuestos a salirse con la suya.

Aquella incipiente y todavía temblorosa democracia, comenzaba a morder los dobladillos del fútbol, una actividad que, como el ejército, la banca y determinados jerarcas del ámbito empresarial, aparentaba seguir instalada en un pretérito con aroma a alcanfor. Por de pronto, el balón y sus más directos protagonistas acababan de lanzar su órdago, con muy buenas cartas.




Un sueño y dos intentos de sindicación futbolística

Cuando en 1927 nuestro fútbol abrazó estatutariamente el profesionalismo, a semejanza de lo ocurrido en Inglaterra cuatro lustros antes, y siguiendo hasta cierto punto los pasos de Hungría, Austria, Italia, o cuantos países disputaran un campeonato Nacional de Liga, ni uno sólo de quienes hasta entonces actuasen como “amateurs marrones” se preocupó de ver recogido legalmente su nuevo estatus. Mal podrían haberlo hecho, considerando que nuestros clubes se reservaban la parte del león, tal y como tuvo lugar al otro lado del Canal de La Mancha. En 1929, meses antes de que los ingleses abandonaran la UEFA sintiéndose agraviados -temerosos, en realidad, de que el órgano europeo “recomendase” recortes al abuso de poder federativo inherente al profesionalismo-, iniciaba su andadura nuestro primer torneo de Liga. Para entonces el draconiano derecho de retención, biga maestra durante los primeros tres cuartos de siglo en el fútbol profesional, se había enseñoreado de la pelota y su mundillo, a despecho de toda legislación societaria, laboral, e incluso canónica.

Pronto, los nuevos y todavía precarios profesionales de nuestro fútbol comenzaron a sentirse esclavizados. Podían ser populares, vivir dedicados al deporte, despertar envidias y entusiasmo allí por donde pasasen, y sentirse, en realidad, siervos de la gleba. Si como resultado de sus actuaciones sobre el césped recibieran ofertas jugosas por cambiar de camiseta, el club podía negarles la salida, aun cuando el contrato que los vinculara hubiese expirado. Más adelante, nada impedía a las entidades desentenderse de sus otrora piezas codiciadas, denegándoles la renovación tan pronto enfilasen la natural curva descendente. Para mayor escarnio, si las cuentas no cuadraban, parte de esas mismas directivas refractarias al traspaso dejaban cantidades a deber, conscientes de que a los jugadores damnificados tan sólo les asistía el derecho al pataleo. Los futbolistas podían ser profesiones a efectos federativos, pero no así para la legislación laboral. Más aún, al no estar su actividad tipificada como trabajo, ni merecían siquiera trato de empleados por cuenta ajena.

Cuando hicieron mella los impagos, fruto en parte de malas administraciones, aunque también del marasmo económico subsiguiente al crac bursátil de 1929, los futbolistas afectados, y aquellos que viesen pelar las barbas del vecino, quisieron organizarse. Hubo alguna reclamación fuera del ámbito federativo, saldada con allanamiento judicial, y hasta tanteos, más que gestiones propiamente dichas, en la órbita de la F.E.F. Un esfuerzo vano, puesto que los detentores de todos los derechos no estaban por la idea de ceder lo más mínimo. Reinaba, todavía, Alfonso XIII. Un Alfonso XIII debilitado en su autoridad y carisma, tras abrazar a Primo de Rivera y aquella “dictablanda” dirigida contra los más débiles. Bullían discursos republicanos. La C.N.T., aglutinante del ideario anarquista, esparcía su simiente por barriadas obreras y latifundios. El imposible axioma de “Ni Dios, ni gobierno, ni amo”, unido a aquel otro surgido de la lucha sindical y el pistolerismo de los años 10 – “¡Hasta que sean fuego las estrellas!”– prendió también entre algunos futbolistas. El “merengue” Félix Pérez parece que nunca estuvo adscrito a la C.N.T., y muchísimo menos “El Divino” Ricardo Zamora Martínez. Pero ambos, sobre todo el primero, soñaron con crear un Sindicato específico, como medio para embridar a los patrones del cuero. Zamora, hombre muy de derechas, habría de limitarse a nadar y guardar la ropa. Si amagaba con el Sindicato en discursos y entrevistas, luego, consciente de su valor simbólico, prefería abordar la senda más práctica. ¿Que le llegaban ofertas para disputar algún amistoso, como refuerzo de tronío en cualquier choque festivo? Pues se enrolaba con el beneplácito de su club, algo que a ninguno de los “pross” británicos, por ejemplo, se le hubiera consentido. ¿Que subía el coste de la vida? Pues a pedir aumentos, luego de susurrar ante cualquier gacetillero las ventajas de un sindicato de clase. Y así, entre “bolos” muy bien pagados por la región levantina, Cataluña, Gibraltar o Melilla, y subiditas de sueldo, sus patrones creían alejarlo de un proyecto sindical que probablemente nunca figuró entre sus prioridades.

Otros, por el contrario, se le tomatón muchísimo más en serio.

El 31 de agosto de 1929 llegaban noticias sobre una “Asociación Nacional de Trabajadores del Fútbol” desde donde se anunciaba el empeño de establecer contacto con la R.F.E.F. y las distintas Territoriales. Su propósito era acordar un entendimiento, e incluso su inserción en estos organismos, así como dilucidar el marco reservado a su pretendido Comité Paritario de Trabajadores del Fútbol, en su interlocución con la Federación. Toda una ofensa para el ente federativo, tenedor de todos los derechos, como aglutinante de los clubes. Y un “paso hacia el abismo”, en expresión literal de distintos portavoces, que ni por asomo estaban dispuestos a concesiones. Así, sólo cuatro días después (4-IX-1929) la Federación Española anuncia su propósito de implicar al Gobierno en lo que calificaban como “intromisión intolerable de la Asociación Nacional de Trabajadores”. Y reforzando tal postura, el Sr. Cabot, una de las cabezas más claras entre cuantos dirigían aquel fútbol, se pronunciaba con respecto a la Unión de Trabajadores (6 de setiembre). Una semana mal contada fue suficiente para poner en pie de guerra a la patronal del esférico:

“La sindicación de los jugadores, si pretendieran convertir su organización en una fórmula de resistencia, tendrá mal futuro. En cambio si promoviesen la creación de un montepío como fórmula de apoyo y protección gremial, les resultará más fácil llevarlo a efecto. El propósito de equiparar al futbolista con un trabajador, y plantear comités paritarios, me parece absurdo, ya que si los Comités buscan intervenir en modificaciones futbolísticas legales, sería una calamidad difícil de imaginar. Lo de un montepío para jugadores ya se viene estudiando, y hasta se habló al respecto en la última Asamblea. 

Sobre la retención del jugador profesional, ahora es mucho más lógico su reglamento que el vigente hasta hace poco para el futbolista amateur, puesto que algunos jugadores se veían obligados a competir en un club determinado si éste no quería cederlo. Hay, en cambio, jugadores que llegan a la inmoralidad y hasta el abuso, exigiendo primas y condiciones exageradas para renovar por su club. Es una mala costumbre, que las grandes entidades deberían cortar de raíz. El mismo F. C. Barcelona, uno de los que abogaron más por la implantación del profesionalismo en nuestro país, no ha sabido luego aplicar el reglamento profesional, encontrándose con casos de resistencia entre su plantilla. Casos que podrían haberse atajado con una firme disciplina. Parece, de cualquier modo, que ahora se han decidido a cortar situaciones intolerables. No, en la generalidad de los clubs no se ha entendido aún qué representa el profesionalismo. En fin, si los jugadores desean una protección o un Montepío, no habrá estridencias, porque el caso está previsto y se viene estudiando desde hace tiempo. Cualquier otra cosa desembocará irremediablemente en una confrontación”.

Por su parte el señor Echaniz, antiguo secretario del Madrid y a la sazón desempeñando idéntico cargo en el Unión Sporting de Madrid, afirmaba entre otras cosas lo siguiente:

“Es prematura la Asociación de Trabajadores del Fútbol, dadas las circunstancias por las que atraviesa este deporte. Me parece muy loable la idea de crear un Montepío profesional, pues proporcionará a los jugadores un medio de vida más allá de su carrera deportiva. Pero los jugadores no tienen derecho a enfrentarse a unos clubes que tan magníficamente les han tratado, salvo raras excepciones. Los directivos nos hemos desvivido por atender a los futbolistas, haciendo que no les faltase nada con respecto a lo estipulado en el contrato. Créanme, sería muy doloroso si ahora los viéramos poniéndose frente a nosotros”.

Tanto toque a rebato entre la patronal deportiva por fuerza debía mostrar su efecto. Bastaron unas pocas jornadas para que los primeros síntomas de debilidad asomaran entre el colectivo de jugadores en lucha. Así, el 13 de setiembre de 1929 se daban de baja en la Asociación, Quesada, Santos, Flores y Ordóñez, todos ellos del Unión Sporting madrileño. Otros muchos, paulatinamente, secundaron su paso atrás, haciendo que el globo se desinflara. El primer anhelo sindical pespunteado desde Madrid se convirtió rápidamente en historia, para alborozo de federativos y prohombres del balón.

Félix Pérez (Nº 8), en el Madrid de 1928. A la izquierda Méndez y a la derecha, del 9 al 11, Gual, Uribe y Del Campo. La de Félix Pérez fue una de las primeras voces en abogar por un sindicato futbolero.

Cabría pensar si los futbolistas no desaprovecharon una oportunidad de oro con la proclamación republicana. Bien mirado, se antoja difícil concluir que ninguno de los ya constituidos Sindicatos los acogiese con alborozo. “Hasta las estrellas de fútbol se sindican” -hubiera sido un formidable axioma-. “¿Acaso tú no tienes derechos que defender?”. Pero eran tiempos revueltos. Se hablaba de expropiaciones, de una reforma agraria con ribetes de requisa pura y dura, de redistribuir riquezas. Y aunque entonces las estrellas del esférico ni mucho menos fuesen ricas, quintuplicaban largamente los devengos de muchos jornaleros sin camiseta o pantalón corto. ¿Podía descartarse, acaso, que en medio de tanta confusión ese sindicato se volviera en contra de los más favorecidos? O mejor aún: ¿Podía prosperar el sueño reivindicativo sin el concurso de las figuras más reconocibles? Puesto que la caridad bien entendida empieza por uno mismo, ni a uno sólo de nuestros ilustres se le ocurrió dar algún paso al frente. Como mucho, ciertos amagos no poco espaciados.

Félix Pérez, uno de quienes más abogase por la sindicación desde el vestuario del Real Madrid, allá en los últimos años 20, estaba poco menos que retirado cuando en 1936, durante un banquete para celebrar la consecución del título copero, Ricardo Zamora y Jacinto Quincoces solicitaron la palabra, poniendo sobre el tapete los derechos del futbolista. Su herida sangraba, puesto que ese mismo año un tribunal ordinario había dictado sentencia favorable a Eduardo Ordóñez, medio del At. Madrid y antiguo jugador “merengue”, por impago de haberes. El buen futbolista, que habría de abandonar el deporte para convertirse en figura lírica, saltando como barítono al cartel de varias zarzuelas, trazó sin proponérselo el futuro embrión sindicalista.

Ordóñez, involuntario germen de la sindicación deportiva, entrevistado por Fuentes Peralba. Detrás los hermanos Mazarrasa, uno de ellos jugador “colchonero” asesinado en Paracuellos del Jarama. Fuentes Peralba fue pionero por nuestros pagos de las retransmisiones futbolísticas en directo.

Aquellas voces pudieron ser acalladas, entre el jolgorio de un banquete ya con coñac y puros de por medio. Rafael Sánchez Guerra, todavía presidente madridista y político a quien la inminente Guerra Civil llevó primero al exilio mexicano tras unos meses de cautiverio, y luego a vestir hábito de lego dominico en Villava, no era precisamente hombre falto de buenas palabras. Pero el gesto de Quincoces y Zamora anticipaba lo que iba a ocurrir en breve, tras el alzamiento militar, la arriesgadísima maniobra republicana de armar a los obreros como desesperado intento por mantenerse en el poder, y la nauseabunda sangría que habría de asolar durante treinta y tres meses a todo el país. Porque en Cataluña, varios jugadores de segundo rango creyeron ver el instante del ahora o nunca.

Se daba por descontado que la sublevación militar caería por sí sola, que la guerra, en todo caso, iba a ser cuestión de semanas. Y que cuanto se levantara en medio de tanta incertidumbre, entre consignas y voces incendiarias, muy bien pudiera quedar para los restos. Así, mientras los medios se hacían eco de la detención de “aristócratas” por suelo catalán -parte de ellos contabilizados más adelante como víctimas mortales de tanta sinrazón-, se fue pergeñando el primer sindicato abierto a todos los profesionales del fútbol, no sólo jugadores, sino también técnicos, masajistas y empleados de oficina, adscrito a la UGT. Aquella primera directiva presidida por Esteban Pedrol, correoso jugador “culé”, todo pundonor, aunque con técnica muy rupestre, la completaban José Cristiá (vicepresidente), Alberto Sánchez (secretario), Domingo Vilaseca (vicesecretario), Fernando Díez (tesorero), José Luis Zabala, vocal primero y contador, y el internacional españolista Pedro Solé, como vocal simple. Ese “Sindicat de Profesionals del Fútbol”, constituido de forma oficial el 2 de setiembre de 1936, fijó su sede en el local que antes ocupase el “Casal de la Bella Parla”, pudiendo observarse en su balcón, la hoz y el martillo, el emblema de la UGT, y la tipografía del recién nacido ente. Según asegurasen sus directivos, bastaron siete días para contar con casi 200 asociados. Entre ellos, según recogiera la prensa, debían figurar Teruel, Rafael González, Claudio, el portero Iborra, Loyola, Vantolrá o Domingo Carulla, reconvertido ya en entrenador, puesto que al parecer frecuentaban asiduamente esa oficina. Y no parece descabellado suponer que mientras el Sindicat engrasaba su maquinaria, los bulos, o quién sabe si maledicencias acerca de a lo que aspiraban, pudo hacerle daño, puesto que sólo desde tal perspectiva cabe explicarse esta misiva remitida a “El Mundo deportivo”, para su pase a la rotativa:

“Camarada director de El Mundo Deportivo:

Le agradeceremos la publicación de la siguiente nota.

El Comité Ejecutivo del Sindicat de Profesionals del Fútbol hace constar que no ha autorizado a ningún compañero para que haga manifestaciones de ninguna clase, referente a acuerdos tomados o a soluciones para el futuro. Asimismo, que son infundadas las manifestaciones aparecidas en el diario de su digna dirección, referente a que hemos tomado el acuerdo de declararnos libres, sin compromiso alguno con nuestros clubes respectivos. Otra cosa es que hayamos abolido por completo el derecho de retención.

El Sindicat de Profesionals del Fútbol, cuyo local social ha quedado instalado en Claris, 38, principal, ruega a todos los compañeros profesionales del fútbol, entrenadores, jugadores, masajistas, que pasen por el local social para recibir nota de los acuerdos adoptados”.

Firmaban Pedrol y Sánchez, como presidente el primero y secretario el segundo.

En efecto, la primera medida sindical consistió en dar por abolido el derecho de retención, advirtiendo tanto a los clubes como a la Federación Catalana que no se iniciaría ninguna Liga o torneo, sin que todos asumiesen el órdago. Igualmente se comprometían a respetar la vigencia de cuantos contratos se hubieren firmado ya, pero eso sí, previa revisión de sus cláusulas. Trataban de evitar subterfugios muy comunes y claramente lesivos para los futbolistas ante cualquier litigio, como era apalabrar cantidades económicas mensuales o anualidades muy superiores a lo reflejado contractualmente. Ninguno de los documentos ya firmados o por rubricar sería validado sin el correspondiente visto bueno sindical. Por otra parte, los clubes que mantuvieran alguna deuda con sus jugadores, técnicos o masajistas, no podrían inscribirse en ninguna competición. Aunque en claro gesto de buena voluntad y ante las dificultades del momento, se daba por válido un reconocimiento de deuda y el compromiso de liquidarla en plazo breve.

Todo eran ventajas para los profesionales, y un trágala para clubes y Federación. Más que un sindicato reivindicativo parecía echarse al camino una apisonadora de amplio tonelaje. Sin duda consciente de ello, Esteban Pedrol anunció no tener intención de perjudicar a ningún club, ni pretender dirigirlos por el expeditivo método de recurrir a incautaciones. Un punto sobre el que si bien se ha escrito, dándolas por realizadas, hasta hoy no ha podido mostrarse ningún pliego u orden confirmando tal supuesto. Resulta innegable que varios afiliados al sindicato participaron en alguna incautación, incluidas las del Español y Barcelona, donde el propio Pedrol acabaría gozando de un cargo directivo. Todo induce a suponer, pues, que las actuaciones de ese puñado de futbolistas respondieron no a directrices sindicales, sino al libre albedrío personal.

Más problemas surgieron con la nueva Federación Catalana, a la que en cierta medida también se pretendía fiscalizar. El 12 de setiembre de 1936, se reunieron con los sindicalistas Pedrol y Alberto Sánchez, los federativos Peiró, Pi, Eroles y Guardia, acordando que el órgano representativo de los profesionales contara con un miembro en el Comité Ejecutivo de la Federación, otro en el Comité de Competición, y que el Consejo Regional de Apelación quedara distribuido a partes iguales entre federativos y sindicados, a razón de cuatro voces y votos cada uno. Para evitar suspicacias, su presidente no podría detentar cargos en ningún club y su papeleta tendría carácter decisorio ante los presumibles casos de empate. El capítulo económico parece tuvo mucho que ver en la composición del Campeonato Catalán, compuesto por dos grupos: Primera “A” (6 equipos), y Primera “B” (con 8). Se adujo que ampliar el número de contrincantes resultaría económicamente muy lesivo, si no del todo insostenible.  

Pronto surgieron cuestiones especiales, implicando a jugadores residentes en Cataluña que durante el ejercicio anterior hubiesen competido en otras regiones, o viceversa. Los catalanes Miró, Oró y Ribas, que acababan de competir con el Murcia, anunciaron públicamente su decisión de considerarse libres. Y otro tanto el gallego Chas, que jugaba en el Club Deportivo Español. ¿Qué podía entenderse como jugador catalán? ¿El que compitiera en clubes de la Territorial catalana, o únicamente los catalanes de nacimiento o naturaleza, cualquiera que fuese el lugar donde desarrollaran su actividad? Finalmente por salir del charco, la Federación Catalana declaraba en libertad a todos los futbolistas que no hubiesen renovado contrato con su anterior en fecha anterior al 23 de setiembre de 1936, anticipándose en un día al escrito remitido desde la Española, según el cual todo futbolista perteneciente a entidades de la zona rebelde quedaba autorizado a fichar por cualquier otro, si éste se hallase en áreas republicanas.

No debe sorprender tamaña capitulación de la “patronal” futbolística, impensable hoy día, pero harto justificada durante el verano de 1936, cuando distintas organizaciones ácratas o de izquierda radical incautaban comercios de toda índole, vehículos, industrias, viviendas, palacetes, hoteles y, naturalmente, clubes de fútbol. Máxime, mientras milicianos de esas mismas organizaciones exhibían su fuerza por las calles, armados con fusiles procedentes de arsenales militares(1). Tanto la Federación Catalana como sus más señeros clubes operaban ya bajo control y vigilancia de los incautadores, las mismas siglas, en suma, que ahora avalaban el balbuciente sindicato. Denominar negociación a las conversaciones mantenidas entre representantes de ese embrión sindical y el órgano federativo, constituye puro eufemismo.

Collage del Barcelona en 1935. Pedrol, futuro presidente del sindicato de futbolistas organizado en Cataluña, es el señalado con una “X”. Varios logros indiscutibles, bien es cierto que arañados en tiempos muy convulsos, quedaron en nada a partir de 1939.

El primer gran pleito resuelto favorablemente al sindicato, gracias a la equiparación de fuerzas en el Consejo Regional de Apelación, tuvo por protagonista a su secretario, Alberto Sánchez, muy modesto futbolista que compitiera con el equipo “B” del F. C. Barcelona a lo largo del ejercicio 1935-36, hasta lesionarse en una rodilla.

Como tantos otros jóvenes con el servicio militar pendiente, su contrato recogía que el importe de la “cuota”(2) corría a cargo de la entidad. La directiva “culé”, en efecto, había satisfecho el primer plazo, pero se negaba a aflojar las 750 ptas. correspondientes al segundo y último, argumentando que carecía de todo sentido hacerlo, cuando su jugador fue excedente de cupo. Es decir, que se había librado de ir a la mili. Para Sánchez, aquel contrato iba a misa. Daba igual si no debía entregar esas 750 ptas. a un tercero, ocupante de su plaza en el ejército. Aquella cantidad equivalía a una ficha y lo natural era respetarla. Además, el club le dio de baja el 30 de junio, hallándose lesionado, sin seguir una costumbre generalizada consistente en prolongarle el vínculo, al menos hasta que estuviese en condiciones de seguir compitiendo. Pues bien, el Consejo de Apelación sentenció contra el Barça. Y no sólo obligándole a abonar las ya citadas 750 ptas., sino otras 610, importe del sastre militar por un uniforme que ya nadie usaría, si no era en Carnaval, más tres mensualidades íntegras, tiempo previsto de tratamiento en la Mutual, y el 50 % de tres más, eventualmente necesarias para una completa recuperación.

A los clubes, conforme resultaba obvio, les tocaba jugar sistemáticamente en campo ajeno y ante árbitros poco imparciales. El viejo anhelo de un sindicato de futbolistas nacía viciado y con pocas posibilidades de arraigo.

Bien pronto la terca realidad bélica, traducida en llamadas a filas, cierre de competiciones y sustitución de las mismas por esporádicos partidos sin otro afán que el recaudatorio con fines políticos, añadida a una gira del F. C. Barcelona trufada de deserciones tanto en México como en Francia, iba a encargarse de aguar el proyecto sindical. Iborra o el extremo internacional Martín Vantolrá, así como otros muchos entre las dos centenas de afiliados, ya ni siquiera estaban en España. Aquella flor de un día, marchita y sin perfume, apenas si fue un recuerdo vago tras el triunfo de los militares alzados. Luego la ilegalización de UGT o cualquier otro sindicato, a mayor gloria del vertical falangista, los ajustes de cuentas y una reanudación de actividad balompédica con saludos brazo en alto y vítores a Francisco Franco, sirvió de ataúd al reciente pasado. La segunda intentona sindical, reducida al ámbito catalán, acababa de rodar sin puntilla.

Tras la caída de Barcelona, desde las linotipias sometidas al bando “nacional” hubo abundancia de venablos dirigidos no ya contra los sindicalistas, por sus recientes veleidades, sino a todo el colectivo de jugadores en el extranjero: “Llegará la hora de ajustar cuentas con esos malos españoles, cuando vuelvan a matar su hambre en la saciedad española”. “Marca”, portavoz deportivo de los triunfadores, repasaba algunos de aquellos nombres, para que el aficionado no pudiera olvidarlos fácilmente: “En Francia se hallan jugando los barcelonistas Balmanya, Raich y Zabalo, y en México casi la totalidad del equipo: Iborra, Rafá, García, Vantolrá, Urquiaga y Gual”. Otros medios se hacían lenguas sobre los restos en Argentina y México del naufragado Euzkadi; los Blasco, Pablito, Cilaurren, Zubieta, Iraragorri, ambos Regueiro, Lángara, Emilín… Tenía no poca gracia hablar de saciedad en una España famélica, cuando el año 1940 registró el mayor número de defunciones en todo el siglo XX. En Argentina se pasaba tanta hambre, que seis años y medio después su presidente Juan Domingo Perón resolvería no pocos dramas domésticos haciendo llegar a nuestros puertos buques cargados de trigo, patatas, carne y demás alimentos no perecederos.

“¿Son rojos o son nacionales? -se preguntaba “Marca”, acerca de los “culés” emigrados-. Hay diversidad de opiniones, si bien la mayoría llegan acordes a la misma conclusión: que son unos frescos, jugando a dos cartas en espera de decidirse con toda clase de seguridades por una de ellas; la que gane”. El mismo medio criticaba al fútbol catalán, “mediatizado por unos arribistas”, si bien su argumentación valía para tantas otras regiones del bando triunfador y no pocos futbolistas más: “Cataluña ha visto casi todos sus deportes desaparecidos por completo. El fútbol fue el único que pudo sostenerse a base de equipos llamados militares, ya que quienes los integraban quedaban exentos del servicio en las trincheras, y de los peligros que atizaba el tristemente célebre Negrín”. Del Sindicat de Profesionals del Fútbol ni una palabra. Como si nunca hubiera existido, y sus efímeros logros constituyesen una ensoñación. Al fin y al cabo nunca ejerció como sindicato de clase, y nadie pudo mostrar pruebas sobre su hipotética vinculación en las incautaciones deportivas. De haber surgido alguna, la suerte de Pedrol, por ejemplo, hubiera sido otra. Desde luego sufrió represalias. Las reservadas a cuantos como él optaron por contemplar desde Francia el desarrollo bélico, tras la gira azulgrana por México. Un año en blanco, sin paso por la cárcel como otros muchos sindicalistas, especialmente del agro, la industria, el funcionariado o la enseñanza. Sus días de presidencia en el Sindicat no comportaron penalidades suplementarias.            

Ya en la campaña 1940-41, con 31 años y casi cuatro de paro deportivo, volvió a descolgar las botas con muy escaso provecho. Algún choque amistoso y un solo partido de Liga le sirvieron de despedida. Como suele ocurrir a todos los jugadores enérgicos, de mucho físico y pobre técnica, su merma de facultades acentuó hasta lo indecible anteriores carencias. Una vez retirado se dedicó al ajedrez, con más que notables resultados, sin desoír esporádicas llamadas de su club azulgrana para ejercer funciones técnicas.  

Transcurridos 20 años, el panorama balompédico apenas había cambiado para los profesionales del fútbol, no sólo en nuestro país, sino en prácticamente todo el orbe. La catastrófica II Guerra Mundial, el enorme esfuerzo de reconstrucción europeo y una suma de economías debilitadas pugnando por el apuntalamiento a costa de múltiples sacrificios, convirtieron la pura supervivencia en objetivo esencial, si no único. Mediados los años 50, aún podían verse ruinas en grandes urbes del viejo continente. Italia fichaba extranjeros, ciertamente, pero el fútbol alemán, semiprofesional tan sólo, ni siquiera estaba en condiciones de disputar un torneo al uso, que abarcase todo su territorio. América, que apenas si fue azotada por ese inmenso descalabro y parecía atar a los perros con longanizas, tampoco es que tratase bien a sus artistas del cuero. En Argentina, un día, las grandes estrellas decidieron plantar cara a clubes y Federación, entendiendo pisoteados todos sus derechos individuales y colectivos. A la declaración de huelga se respondió con el ascenso de jóvenes canteranos. “¿Lo veis? -retaron dirigentes de Boca, River, San Lorenzo, Newell´s, Rosario, Estudiantes o Independiente-. No sois imprescindibles. El público sigue acudiendo a los estadios. Os moriréis de hambre mientras nosotros reducimos deudas, porque vuestros sustitutos nos salen más baratos”. Y aquellos jugadores argentinos optaron por enrolarse en clubes de México, Chile, Perú, o sobre todo Colombia, desvelando el sueño de muchos jerarcas en la F.I.F.A., ante el efecto que pudiera tener su rebelión en otros rincones del planeta. Distintas voces ponían en solfa el derecho de retención, argumentando que los jugadores no dejaban de ser sino esclavos muy bien remunerados. Como contrapeso, desde casi todas las Federaciones se maniobraba contra cualquier conato de activismo sindical.

Avanzados los años 50 del pasado siglo, cuando el Real Madrid comenzó a importar grandes astros extranjeros, uno de ellos, francés, pero descendiente de mineros polacos, hizo saber que en su país tampoco se respetaban los derechos del futbolista. Donde otrora tuvo lugar la revolución que cambiase el mundo, seguía pendiente una nueva y deportiva toma de la Bastilla. “No somos objetos, aunque se nos trate de ese modo. Hay jugadores que ni siquiera pueden opinar sobre el club al que deciden traspasarlos. Te vas a Le Havre, les dicen. O a Montpellier, Estrasburgo, Burdeos o Metz. Es mejor para ti, porque aquí ya no tienes sitio. Si eso se lo hiciesen a un obrero, podría desvincularse de la empresa y pedir trabajo en otra. A los futbolistas no se nos consiente. Negarnos a colaborar con ese mercado de carne humana implica la descalificación. Se nos receta el desamparo, la nada. A ningún ingeniero, contable, abogado, mecánico, chófer o carpintero, se le impide seguir desarrollando su profesión. ¿Por qué se nos puede hacer a nosotros? ¿Por qué las autoridades lo consienten? ¿Acaso el Derecho no rige para los profesionales del fútbol?”.

Raymond Kopa tenía fama de díscolo, al otro lado de los Pirineos, de hombre problemático y agitador. Él mismo reconoció esto último más de una vez, y expuso razonamientos en una biografía que ni siquiera causó gran impacto. Quien más y quien menos consideraba que a los hombres del balón les sobraban quejas y lágrimas. Si tanta envidia les inspiraba el resto de los mortales, podían empezar reduciendo sus saldos bancarios, llegó a escribirse.

Raymond Kopa, estrella de la selección francesa que pocas veces pudo ver en su auténtico puesto la hinchada del Real Madrid, nunca dejó de señalar la indefensión de los futbolistas ante el abuso de muchos clubes. La representación sindical constituyó para él una meta inalcanzable.

Pero en el universo futbolístico no faltaban argumentos para tocar a rebato. Aparte de las estrellas, había toda una galaxia de jornaleros mucho peor pagados y tan sometidos como los grandes ídolos a la tiranía de ese trato esclavista. Gente que si sufriera una lesión incapacitante debía apañárselas a la buena de Dios o, en el mejor de los casos, cumplidas las 30 ó 32 primaveras verse impelidos a improvisar otra existencia, sin grandes conocimientos ni habilidades. ¿Tan reprochable era su deseo de obtener réditos ante eventuales alzas en su cotización? ¿Por qué cuanto estaba bien visto entre honorables padres de familia, se antojaba despropósito para gentes de camiseta y pantalón corto?

Ya en 1967 continuaban sin reconocerse los sindicatos de futbolistas en Francia, Italia, Portugal, Holanda, Alemania, Grecia, Austria, Suiza, y por supuesto España. Bélgica había creado uno, todavía precario. En los países escandinavos, la Unión Soviética y sus satélites, los futbolistas seguían siendo teóricamente amateurs; más próximos a la realidad, por cierto, los daneses, suecos, noruegos y finlandeses, que los de Moscú, Leningrado, Sofía, Belgrado, Budapest, Odessa, Kiev o Minsk. Europa daba muestras de envidiable recuperación, y hasta Alemania Occidental gozaba de una Bundesliga de grupo único. Parecía buen momento para que los anhelos de sindicación merodeasen nuevamente en derredor de la pelota, aunque los grandes clubes del continente, sin excepciones, se debatieran entre una catarata de números rojos y amenazas de quiebra. Al menos es lo que pensaron desde la Federación Internacional de Sindicatos.

“El deporte en general, y el fútbol en particular, es actualmente una profesión que, además de juego, representa un espectáculo”, aseguró el 5 de junio su presidente, el belga M. Roger Blanpain, durante una conferencia en Milán. “Profesionalismo significa que quienes poseyendo cualidades para jugar al fútbol puedan dedicarse a su preparación, sabiendo garantizado su pan de cada día. El deporte, especialmente el fútbol, se ha convertido en un bien público, no sólo por cuanto representa para el prestigio nacional, sino como fundamento de una política saludable”.

Blanpain añadió igualmente: “En numerosos países, los futbolistas profesionales se baten por una organización sindical garante de sus derechos laborales y salarios decentes. Luchan, sobre todo, para convertirse en hombres libres mientras desarrollan una profesión libre. En la mayoría de los países ni siquiera se respetan los derechos de defensa que a todo el mundo civilizado asisten”. Y como colofón esbozaría los tres puntos que a su entender merecían convertirse en andamiaje de cualquier programa sindical deportivo: “Libertad de trabajo, seguridad del porvenir, y el derecho a controlar tanto las asociaciones como las mismísimas Ligas nacionales”.

Algunos medios españoles recogieron su alocución en las páginas deportivas. Otro, al menos, en las de Economía. Aunque lo cierto es que mayoritariamente mereció escasa cobertura en letra impresa. Y por una vez nada tuvo que ver en ello la censura gubernamental, infinitamente más suave desde que Fraga Iribarne se aviniese a retocarla. Esa sordina respondía sólo al puro desinterés, cuando tan arraigado estaba por nuestros pagos un comodín igualmente válido para rotos y descosidos: “¡Estas cosas aquí no pasan!”.

“España es diferente”, rezaba un slogan turístico que hizo furor. Y aunque la frase, todo un hallazgo para atraer divisas fuera sustituida por otra más tentadora –“España, un lujo a su alcance”-, buena parte de aquellos españoles concluyeron convencidos de que, en efecto, nada era igual a partir de la vertiente pirenaica Sur. Franco, arrinconada buena parte del viejo aparato falangista, gobernaba sin sobresaltos. De hecho en 1964, tres años antes de que el sindicalista belga hubiese agitado las aguas deportivas, celebró sus bodas de plata en el poder, maquillando la efeméride, eso sí, como “Conmemoración de 25 años de paz”. Cada primero de Mayo, asistía a la demostración sindical en el Estadio Santiago Bernabéu, donde “productores” de distintas provincias desarrollaban tablas gimnásticas corales, desfilaban como en una pequeña Olimpiada y los coros y danzas de la Sección Femenina anteponían sus jotas, sevillanas, muñeiras o sardanas, durante dos o tres interminables horas televisadas en blanco y negro, al ritmo de “Los Sirex”, “Los Cinco Latinos”, Bruno Lomas o “Los Relámpagos”, el acento meridional de Manolo Escobar, aún sin perder el carro, los tangos de Carlos Acuña, la trompeta de Rudy Ventura y las baladas del “Dúo Dinámico”, José Guardiola, Luis Gardey, Raphael o Michel, solista valenciano aclamado en Moscú, como tenían perfectamente aprendido cuantos presentadores asomaban por la pequeña pantalla. El belga Blanpain podía decir cuánto le pluguiese, que aquí imperaba un sindicalismo vertical bien empesebrado. Nuestros futbolistas, además, tenían poco de revolucionarios. Nadie perturbaba la paz española.

O eso se creía, hasta que mediado enero de 1968 el internacional Chus Pereda (Jesús Mª Pereda Ruiz de Temiño, Medina de Pomar, Burgos, 15-VI-1938), hablase medio al desgaire sobre la conveniencia de crear un sindicato futbolero.

El eco de sus palabras tuvo mucho de aldabonazo. “¿Es posible un sindicato para jugadores de fútbol?”, se preguntó desde un recuadro editorial el diario deportivo “Marca”. “¿Un sindicato de millonarios?”, tituló otra cabecera. “Lo lamento, pero yo no puedo sentir compasión hacia ellos”, enfatizó, a manera de cierre para su columnita, uno de los comentaristas más celebrados. Volvía a cernirse sobre los jugadores la imagen de jóvenes y aclamados héroes, mozalbetes caprichosos, distantes de la realidad nacional, en razón de su éxito social y económico prematuro, cuando en verdad les sobraban motivos de reivindicación. Para empezar, no cotizaban siquiera a la Seguridad Social. Sus clubes tenían suscritas con determinadas clínicas distintas pólizas asistenciales, la Mutualidad de Futbolistas se ocupaba de intervenciones recurrentes y cuantías indemnizatorias no ante casos de incapacidad, sino de mutilación grave o deceso. Y todo ello se traducía en claras diferencias de diagnóstico, tratamiento y pronóstico para el colectivo, a tenor de la capacidad económica de aquellas entidades. Numerosos elementos de 1ª y 2ª División tuvieron que correr durante el reciente pasado con el costo de intervenciones quirúrgicas privadas. Un solemne disparate, tratándose, como se afirmaba tan a menudo, de privilegiados.

Tampoco faltaron oportunistas con buen olfato, encabezados, como no podía ser de otro modo, por responsables del Sindicato Nacional del Espectáculo, rama, no lo olvidemos, de la única y vertical organización consentida desde el Movimiento. Así, a partir del 17 de enero de 1968, los futbolistas de 1ª comenzaron a recibir un escrito en los siguientes términos:

“El Sindicato Nacional del Espectáculo, y especialmente su sección de Deportes, viene observando con atención y sumo interés, desde hace ya mucho tiempo, las justas aspiraciones y propósitos que se han venido exteriorizando en diferentes ocasiones por algunos futbolistas muy destacados, que propugnan la fundación y establecimiento de una agrupación o asociación de carácter profesional, que venga a encauzar y resolver una serie de importantes problemas planteados en el seno de esta extendida rama del deporte. La previsión y seguridad asistencial, así como la defensa y apoyo en el ejercicio de los derechos profesionales, son materia de especial preocupación que recientemente ha vuelto a ponerse de actualidad con las declaraciones formuladas por un popular y aplaudido jugador azulgrana; declaraciones que se han difundido por los órganos de la Prensa especializada, con amplia repercusión en los demás medios informativos.

Por ello, estimando justa y muy razonable la aspiración, consideramos que ha llegado el momento de ponernos a disposición de los futbolistas españoles, ofreciéndoles nuestra colaboración y experiencia, tal y como ha venido haciendo el Sindicato con otros artistas profesionales, que hoy ya disponen de sus correspondientes y respectivas Agrupaciones y Organizaciones. Los matadores de toros, los artistas de cine, los directores-realizadores de películas, los apoderados taurinos, por no citar otros muchísimos, mantienen en fecundo y ventajoso funcionamiento sus propias asociaciones profesionales, que ellos mismos gobiernan y dirigen a través de toda nuestra geografía nacional, utilizada la extensa red montada en nuestros Sindicatos provinciales, comarcales y locales; servicios y Organización que también ustedes, los futbolistas españoles podrán utilizar, tan pronto como consideren y estimen oportuno.

A tales fines, en nombre de nuestro presidente nacional, don Jorge Jordana de Pozas -cuya juventud y estrecha vinculación al deporte constituyen suficiente garantía-, le ofrezco a usted y a todos los profesionales del fútbol-espectáculo, nuestra entusiasta colaboración para poner en marcha la Asociación Profesional de Futbolistas, en cuya fundación y establecimiento son muchos ya los que se manifiestan interesados.

En cualquier caso nos gustaría mucho recibir sus noticias y sugerencias”.

Jesús Mª Pereda, caricaturizado por “Cronos”. Su intento de agitar conciencias declarándose favorable a la sindicación, fue rápidamente aprovechado por responsables del Sindicato vertical para tratar de incluirlos en su segmento de Espectáculos. Aunque pueda sorprender, el régimen surgido de la Guerra Civil había obviado a los futbolistas.

Resumiendo: Asociación sí, pero nada de Sindicato específico. Aun con particularidades, debían compartir mantel con toreros, artistas de cine y teatro, tonadilleras, músicos, chicas de varieté, funambulistas, domadores de circo, payasos y bailarines.

Un día después, todos los kioscos vomitaban comentarios y opiniones. Básicamente, cada cual defendía lo suyo: “Crear una Asociación me parece bastante absurdo, en un caso tan particular como el de los jugadores -sintetizó el Sr. López Ruiz, director de la Mutualidad de Futbolistas-. Hablar de jubilación, por ejemplo, cuando se retiran a edad tan temprana, resulta ingenuo. Nuestra Mutualidad tiene un Consejo y una Comisión rectora, así como 18 delegaciones provinciales encargadas de tramitar asuntos. Al 31 de diciembre la cifra de afiliados alcanzaba los 122.110, incluyendo preparadores, árbitros, masajistas, etc. Atendemos la pérdida de salarios a causa de lesiones y no existe diferencia de trato entre profesionales, aficionados o juveniles, por más que, lógicamente, sean los profesionales quienes paguen cuotas superiores”.

El presidente de Barcelona, Narciso de Carreras, era abiertamente refractario: “No quiero opinar hasta que se pronuncien el Delegado Nacional de Educación Física y Deportes y el presidente de la F.E.F. Pese a todo no me lo tomo en serio. ¿Realmente cabe alguna relación entre un sindicato y los futbolistas?”. Sancho Dávila, expresidente federativo y en ese momento vicepresidente del Sevilla C. F., puso el dedo en la llaga: “Habrá que ver cómo se promulga la nueva Ley Sindical y entonces, sin distinción de categorías, podrán llevarse a cabo cuantas gestiones sean precisas, a través de la Delegación Nacional de Educación Física y Deportes y los clubes. Me extraña, no obstante, que parezca pretenda darse cobertura tan sólo a los de 1ª División, cuando son los menos necesitados de asistencia”. Desde el sindicato vertical se saldría al paso, entonces, puntualizando que estaban preparando otro escrito dirigido a los demás jugadores profesionales. Pereda, campeón de Europa en 1964, se mantenía en sus postulados: “Sigo en mi idea de agruparnos los profesionales del fútbol en un organismo nuevo. Lo que pueda ser finalmente, no seré yo sólo quien lo decida; tendrá que hacerse entre todos”.

Una realidad, empero, se imponía a cualquier opinión: los futbolistas deseaban algo más que una asociación. Y por supuesto ni se planteaban quedar encerrados en un cajón de sastre, junto a toreros, cupletistas, tragasables o conjuntos de la entonces denominada música “ye-yé”. ¿Razones? Cierta noticia del mismo día 18 puede proporcionarnos la clave:

“El presidente del Sindicato Nacional del Espectáculo, don Jorge Jordana de Pozas, ha hecho entrega ayer al gobernador civil y jefe provincial del Movimiento de Madrid, don José Manuel Pardo de Santayana, de un cheque por valor de 120.000 ptas., cantidad a que asciende la recaudación del partido de fútbol jugado el día de Navidad del pasado año entre toreros y artistas.

El encuentro fue organizado por el citado Sindicato, donde se encuentran encuadradas ambas actividades, para incrementar las cantidades asignadas a la Campaña de Navidad patrocinada por el Gobierno Civil de Madrid. Estuvieron presentes el actor Ángel de Andrés, el presidente del Rayo Vallecano, don Pedro Roiz, que cedió el campo, y el administrador del Sindicato, don Rafael Roja”.

¿Podían sentarse los futbolistas, codo a codo, con quienes tomaban el balón a modo de charlotada? Uno ya veterano, de los que desde hacía dos años venía anunciando su posible retiro, expuso en palabras lo que muchos compañeros pensaban: “Conmigo que no cuenten para lidiar becerros o subirme al cuello de algún elefante. O el Sindicato es otra cosa, o no será nada para mí”.

Ficha deportiva de “Chus” Pereda. Fue él quien agitó por primera vez las mansas guas del fútbol sesentero, con su idea de un sindicato profesional, ajeno a la verticalidad incuestionable del momento.

Transcurridas 24 horas desde la polvareda que levantase aquella interesada invitación del Sindicato franquista, Alfredo Rueda conseguía entrevistar a “Chus” Pereda. Y la voz que agitase unas aguas hasta entonces tranquilas, lejos de abordar caminos mil veces trillados, hizo gala de tanta ponderación como espíritu didáctico.

De entrada, aseguró no ver en el Sindicato -el vertical, se entiende-, a una hipotética Agrupación de Jugadores Profesionales, puesto que ni siquiera había imaginado un enrolamiento en el Sindicato del Espectáculo. “Creo que donde sí debíamos estar como Agrupación -dijo-, es bajo la tutela de nuestra Federación y la Delegación Nacional de Educación Física y Deportes. El deporte profesional posee un marco específico dentro del propio deporte”. Con respecto a su idea acerca de la Agrupación, expuso: “Representa una llamada para todos los futbolistas profesionales de Primera, Segunda y Tercera División. Es un hecho que atraídos por el espejismo del fútbol, muchos jóvenes abandonan estudios o su futura capacitación profesional. Y son incontables los que no tienen suerte. Además, quienes como consecuencia de una lesión o enfermedad se ven fuera del deporte que para ellos lo ha sido todo, acaban a menudo en tierra de nadie. Deberíamos crear un seguro que les garantizase la continuidad de estudios pagados, así como una suma razonable, o incluso capacitarse en un oficio si tienen habilidad manual. Yo sólo he recogido un sentimiento que anima a los jugadores. Alguien debe lanzar la idea y estoy dispuesto a aportar mi experiencia de futbolista. Lo que no puedo hacer, lógicamente, es indicar qué estructura legal resultaría más conveniente, o extenderme sobre la línea económica de nuestra agrupación. En tal sentido será preciso el consejo de personas capacitadas, conocedoras de la materia”.

Con deficiencias respecto a la futura planificación del empeño, o sin ellas, el para entonces muy cuajado interior, puesto que próximo a la treintena cubría su penúltima temporada en el Barça, ya había echado cuentas: “Algo, sin embargo, tengo muy claro. Si somos 4.000 jugadores de fútbol profesionales, pagando 1.000 ptas. cada uno tendríamos un fondo inicial de 4 millones. Esa cantidad y sucesivas aportaciones, daría para que nosotros mismos remediásemos nuestros problemas asistenciales, sin duda el punto más importante. Luego la Agrupación también contempla otros horizontes que no juzgo oportuno comentar. Pero es obvia la necesidad de defensa de los futbolistas. Actualmente, por ejemplo, son muy bajos los devengos por fallecimiento e inutilidad”. Y con el claro propósito de no levantar suspicacias, remataba: “No se trata de crear una fuerza de presión sobre los clubes ni sobre nadie. Y muchísimo menos apartarnos del deporte”.

Abreviándolo un poco, muy conscientes del marco en que se movían, los jugadores trataban de apostar por un órgano asistencial auto gestionado, antes que por el combativo sindicalismo de clase. Tal vez entre los proyectos de futuro no desvelados estuviese su integración en la Seguridad Social. O establecer límites sobre el derecho de retención, herramienta que todos, sin la más mínima excepción, consideraban inicua. Pero no hubo modo de saberlo, porque la idea iba a encontrar múltiples obstáculos.

Tras rubricar 5 goles en los 21 partidos de Liga que Perada disputase como azulgrana durante el ejercicio 1968-69, fichó por el Sabadell para el de 1969-70. Pudo vérsele tan poco luciendo el blanco y azul arelequinado, que algunos medios aventuraron su retirada. No queriendo darles la razón, aún se mantuvo en la brecha dos temporadas más con el R.C.D. Mallorca, ya en 2ª División. 53 partidos de Liga y 7 goles sirvieron de broche a una formidable carrera de 18 campañas, con 8 camisetas distintas, además de las rojas y azules de nuestra selección nacional. Continuaba activo, por lo tanto, cuando despuntando el verano de 1972 la Agrupación de Futbolistas estuvo más cerca que nunca de hacerse realidad. Luego viviría una larga etapa como seleccionador nacional de juveniles y Sub-21.

Para cuando Javier Clemente, recién designado seleccionador nacional absoluto lo puso en la calle con malos modos (1994), llegando a manifestar “cobra demasiado para lo poco que hace”, ya había visto nacer no una Agrupación, sino el Sindicato que tanto añoraba.

Otra historia merecedora de una atención que los comentaristas de nuestro deporte rey prefirieron abordar desde la inmediatez, y raramente a posteriori, con la muy necesaria perspectiva. 

_________________________________

(1) .- El anecdotario de aquellos infaustos días resulta interminable. Vivir o morir respondía, a veces, a la pura casualidad, el capricho, o los reflejos fruto del más primario instinto de supervivencia. Con el destino de vidas y haciendas en manos revanchistas, a menudo carentes de toda preparación y conscientes de hallarse por encima del bien y el mal, cualquier conato de enfrentamiento resultaba temerario. A ese respecto puede servir como botón de muestra el mal trago de cierto cura, profesor de Religión en Madrid, que según narrase Mercedes Maraver, una de sus alumnas, salió bien librado gracias a la incultura de quienes nada bueno le reservaran:

Un día fueron los republicanos a su casa. Les habían dado un chivatazo e iban dispuestos a llevárselo. Le dijeron: “Nos han contado que usted es cura”. Él contestó: “Yo soy presbítero”. Ellos, entonces, se dijeron entre sí: “¿Ves? Si ya te había dicho yo que éste no tenía cara de cura”. El sacerdote volvió a asegurar que era presbítero y se salvó de esa manera”.

(2) .- La cuota era una cantidad económica predeterminada que cualquier soldado con posibles podía entregar al Estado (1.500 ptas.), para que otro ocupara su puesto. Además de desvirtuar el concepto de servicio militar obligatorio, semejante triquiñuela consentida profesionalizó, de facto, un ejército compuesto mayoritariamente por campesinos sin tierra, desarraigados carentes de oficio y gente con mal porvenir, en tanto rentistas, buena parte de la burguesía, e incluso menestrales acomodados, libraban a sus vástagos de una suerte arriesgada estando tan fresco el recuerdo de la sublevación rifeña, las correrías de Abd El-Krim, el desastre de Anual, los bombardeos sobre Melilla y la batalla de Uarga. Los futbolistas, por su parte, descubrieron junto a la pelota una curiosa vida simbiótica. Ellos se libraban de año y medio azaroso, al tiempo que los clubes podían seguir contando con su concurso.




La primera huelga del fútbol español

Se ha escrito que la primera huelga de futbolistas españoles fue impulsada por su recién nacido sindicato, durante nuestros balbuceos democráticos, que gracias a ella quedó abolido el injusto derecho de retención, y que desde ese instante los jugadores dejaron de ser ovejas mansas, pastoreadas a placer por los clubes. Y aun siendo cierto que aquellas huelgas convocadas por la AFE equilibraron fuerzas entre plantillas y juntas directivas, no fueron las primeras. Se les había adelantado en 1976 una modesta plantilla de 3ª División, cuando declararse en huelga todavía era delito tipificado en el Código.

Sirva como preámbulo que hasta ese instante los futbolistas sólo tenían un modo bastante arriesgado de manifestar su disconformidad, declarándose en rebeldía. Si sus solicitudes de incremento salarial o la negativa de los mandamases a un buen traspaso no eran atendidas, pues a no entrenar, quedar fuera de las alineaciones y confiar que al sustituto le saliesen las cosas tirando a mal. Si la prensa ayudaba reclamando un arreglo con el insurrecto, miel sobre hojuelas, porque al domingo siguiente podía ser el público quien llenase de pañuelos la grada, mirando hacia el palco. Hubo auténticos maestros en tales lides. El guardameta internación Ignacio Eizaguirre, por ejemplo, se plantó en la Real Sociedad para forzar su salida hacia Valencia, y ya en la ciudad del Turia repitió hasta tres veces la faena, obteniendo sustanciales mejoras contractuales. Pero esta medida podía salir muy mal también. Si el club notificaba a la Federación el plante de su futbolista, la licencia de éste quedaba suspendida durante dos años. Veinticuatro meses sin ficha  ni equipo. Dos temporadas en blanco, que en la mayoría de los casos implicaba una retirada forzosa. Salía caro, muy caro protestar, por más que no faltaban motivos para hacerlo.

Uno de ellos era el derecho de retención, disparate jurídico según el cual los futbolistas podían ver prorrogado su contrato durante un año después de que éste expirase, y aún en las campañas sucesivas mediante incrementos porcentuales reglamentados, casi nunca superiores al 10%. Otro no menos angustioso, los frecuentes impagos y “quitas” obligatorias, so pena de pechar con multas por supuesta indisciplina, filtraciones interesadas a la prensa o denuncias dirigidas al ente federativo. Estas últimas, claro está, jamás solían llegar a nada. Pero contribuían a arrojar sobre el futbolista fama de conflictivo, y como es lógico todos huían del garbanzo negro. Y es que los problemas financieros, tanto antaño como hoy mismo, se daban hasta en las mejores familias, conforme puso de manifiesto Raimundo Saporta en el informe enviado al presidente blanco Santiago Bernabéu, allá por setiembre de 1963. “El problema financiero es angustioso”, recogía literalmente. “Por lo que al presente se refiere, nos encontramos con 15 millones de deudas que haría falta saldar rápidamente”. El grueso de los impagos englobaba débitos a los futbolistas por valor de 5 millones, otros 4 a la compañía Wagons Lits, una cifra similar a ciertos directivos por anticipos de su propio peculio y no menos de un millón en el capítulo de varios. Salir de aquella situación “próxima a la bancarrota”, exigía medidas tan drásticas como urgentes, simplificadas en la disolución de todas las secciones deportivas, incluido el baloncesto; clausura de la Ciudad Deportiva; supresión del Boletín, el fútbol amateur y juvenil, las ayudas al Rayo Vallecano, a la prensa -éstas sumaban la nada despreciable cifra de 2 millones anuales- y los viajes de informadores deportivos con el equipo, cuyo monto ascendía a otros dos millones, más o menos. Sólo así, según Saporta, evitaría el Real Madrid desembocar “en una situación parecida a la del Atlético: Collar no juega porque no le pagan”.

Quince millones de ptas., 90.000 euros actuales, distaban mucho de ser una minucia en 1963, cuando las estrellas “merengues” venían a liquidar alrededor del millón por campaña y el salario mensual de un empleado de banca rondaba las 5.000, siempre en pesetas. Enrique Collar Monterrubio era, junto con Jorge Mendonça, la referencia atacante de los “colchoneros”, puesto que Adelardo, internacional ya para entonces, aún estaba por cuajar en plenitud. Ni las entidades más grandes se libraban del agobio hace medio siglo, y sus jugadores, claro está, se les revolvían.

Si esto sucedía en la élite, no resulta difícil imaginar cómo rodaban las cosas en 2ª o 3ª División, y aún en 1ª, de la mitad de la tabla hacia abajo. Los jugadores del Córdoba, sin ir más lejos, de aquel Córdoba C. F. con Simonet, Navarro, López, Ricardo Costa, Juanín, Martí, Cabrera o Luis Costa, acudían a entrenar, avanzados los años 60, en sus modestos Seat “600”. Era habitual, también, que los futbolistas solteros -incluso los de 1ª- viviesen no en un piso, sino de patrona o en pensiones facilitadas desde el propio club. Se trataba, ante todo, de ahorrar el monto de la ficha e ir tirando con las primas y el salario mensual, cuya cifra solía ser exigua. Sirvan a este respecto los devengados durante la segunda mitad de los 60 por el Santander o Real Valladolid: 4.000 mensuales para los solteros y 6.000 los casados del Real Santander, y 6.000 y 8.000 respectivamente, célibes y con familia en el Valladolid.

Desde la Federación Española solía abordarse periódicamente la espinosa cuestión de los impagos, al tiempo de encarar reestructuraciones, por lo general harto infructuosas. Una de ellas, la más drástica, tuvo lugar en 1967. Los 32 equipos de 2ª División distribuidos en dos grupos, quedaron reducidos a 20, al tiempo que la mitad de los de 3ª hubieron de acomodarse en Regional. Toda una escabechina orientada a rebajar la profesionalización donde ésta resultara insostenible, por más que en realidad propiciase justo el efecto contrario. Los gastos de desplazamiento socavaron economías en 2ª y 3ª División. Buena parte de los futbolistas que hasta entonces venían actuando en 2ª recalaron en 3ª -aún estaba por crearse la 2ªB- sin rebajar en exceso su anterior caché. Y paralelamente, si el público acostumbrado a paladear fútbol de 2ª desertaba ante el panorama de militar en 3ª, los campos de Regional no recaudaban ni para pagar la factura arbitral. Resumiendo, aquella reforma contribuyó a cimentar el profesionalismo en 3ª, justo la División que ni remotamente podía permitirse tal alarde. Y sus consecuencias habrían de resultar dramáticas para no pocas entidades.

Una de las afectadas fue el Manresa, que presidido por Ricardo Oliva acababa de lograr el ascenso a 3ª en 1973-74, seis años después del retroceso por cambio normativo. El cuarto puesto alcanzado al concluir el ejercicio 1974-75, sin duda lo envalentonó. ¿Por qué no soñar a partir de ahí con un nuevo ascenso a 2ª?. Tal vez la categoría de plata, con el campo lleno y la cifra de abonados creciendo como un termómetro en agosto, resolviese el déficit acumulado. Sí, allí estaba la solución.

Oliva, al fin y al cabo, no hacía sino pensar como tantos otros presidentes, desde Algeciras a Santiago de Compostela, Irún, Melilla, Almería, Menorca o Palamós. Activo y consecuente, puso manos a la obra hasta armar un conjunto repleto de hombres cuajados, procedentes, en varios casos, de categorías superiores. Una plantilla cara, aunque capaz, por lo menos en teoría, de proclamarse campeona. Plantilla, claro está, a la que no habría modo de pagar.

Durante la segunda vuelta del campeonato 1975-76, la tozudez del libro mayor movía a Oliva a convocar una asamblea extraordinaria (13-III-1976) con dos opciones en el orden del día: o dimisión presidencial, o continuidad en el cargo hasta final de temporada, siempre y cuando otro u otros se hiciesen responsables del déficit del club, superior a los 8 millones de ptas. Como es natural, Oliva hubo de dimitir, quedando la entidad en manos de una junta gestora, cuyos miembros tuvieron que plantearse el ingrato papel de negociar deudas con los componentes de una plantilla harta de buenas palabras y promesas reiteradamente incumplidas.

Tras muchos números, los nuevos gestores presentaron un pacto que con toda probabilidad tampoco iban a estar en condiciones de cumplir: abono el día 4 de abril de la mensualidad de febrero, medio mes de mes de marzo y las primas correspondientes, hasta un monto de 46.000 ptas. La segunda mitad de marzo y las primas, pagaderas el 9 de abril, y finalmente medio de mes de abril, más cualquier hipotética prima, el 16 de abril. La cifra restante, cuando hubiese tesorería. Los jugadores, al comprobar que el proyecto sólo incluía primas y salarios mensuales, sin mencionar siquiera lo relativo a fichas pactadas, justo la cantidad mayor, se negaron a suscribir cualquier acuerdo, declarándose en huelga. Ésta, además, tendría lugar el 4 de abril de 1976, coincidiendo con la visita a Manresa del Huesca, líder del grupo y firme aspirante al ascenso.

La semana previa estuvo casi consagrada al debate y discusión entre los futbolistas manresanos. Uno de ellos, el paraguayo Francisco Romero, ex guardameta del Real Club Deportivo Español y Real Gijón, desde el primer momento se declaró contrario al plante. “Para ti resulta fácil -le reprochaban no pocos compañeros-. Como estás sancionado, no pueden alinearte. Así que te vas de rositas ante directiva y afición, sin importarte quedar como quedas ante todos nosotros”. Romero se defendía argumentando que él no creía en este tipo de métodos, que con la huelga perjudicaban más a la entidad y si ésta se derrumbaba ya podían despedirse todos, y para siempre, de cuanto se les adeudaba. El caso es que llegado el día 4, los miembros de la plantilla, con Romero como única excepción, acudieron al Pujolet vestidos de paisano, sacaron su entrada de general, pagándola de su bolsillo, y se dispusieron a presenciar cómo los juveniles capeaban el temporal ante quienes encabezaban la tabla. No lograrían contemplar el choque, porque ante la actitud hostil de su propia afición y evitando males mayores, optaron acertadamente por abandonar las instalaciones.

Bien mirado, lo de menos, aquel 4 de abril, fue el resultado: 1-9 favorable al Huesca, con gol manresano obra de Narciso Escallola. También quedarían en anécdota los cánticos de quienes acompañaron a los visitantes desde tierras aragonesas, no se sabe bien si queriendo animar o con mucha sorna, tan pronto vieron el resultado en franquía: “¡Juveniles, juveniles, Oé, oé, oé!”. Lo auténticamente importante es que aquella huelga, la primera merecedora de tal nombre en el ámbito de nuestro balompié, no sólo degolló cualquier posibilidad de acuerdo, sino que supuso el origen de cuanto habría de ir sucediéndose a continuación.

El 7 de abril, tres días después del partido charlotada, Televisión Española, entonces reina y señora al poseer las dos únicas cadenas, convocaba al dimitido presidente Oliva, a los jugadores manresanos Nieto y Guerra, y al abogado Luis de Mena, para tratar sobre lo acontecido. Ricardo Oliva, en un último gesto cobarde, decidía salir de los estudios cuando todo estaba listo para la emisión, sin saber que su huida iba a ser captada por una cámara. Lamentable final para un presidente ambicioso y nada escrupuloso en sus números.

El 3 de mayo, transcurrido un mes desde la huelga, el ente federativohizo públicas las sanciones para los profesionales intervinientes en el plante: entre uno y dos años sin jugar. Dicho de otro modo, y toda vez que las huelgas, al ser ilegales, no gozaban de ordenamiento específico en el seno federativo, desde dicho organismo se prefirió contemplar los hechos como una suma de rebeldías, actos castigados con hasta dos años sin ficha.   

Sin embargo sólo iban a cumplir una suspensión aproximada de 6 meses, puesto que continuaron batallando.

Por un lado, y puesto que la condición de trabajadores ya había sido reconocida para los futbolistas desde el Tribunal Supremo, anunciaron su intención de interponer una querella contra el entonces presidente de la FEF, Pablo Porta, ante la privación del derecho fundamental al trabajo de que eran objeto. El aplastamiento de este derecho, fuertemente protegido a la sazón por el Fuero del Trabajo, podía desembocar en consecuencias indeseables para el organismo que presidía, como indemnizaciones equivalentes al importe de cuantos contratos, sueldos y primas hubiesen suscrito los sancionados para el ejercicio o ejercicios venideros. Y puesto que en la FEF estaban para pocos alardes cuando apenas si se habían aquietado las aguas tras el monumental escándalo de los falsos oriundos, cuando su prestigio ante organismos supranacionales había caído luego de ser reconvenidos desde la UEFA por alinear con el equipo nacional a Roberto Martínez y Rubén Valdez, dos argentinos colados ilegalmente en nuestro fútbol, su asesoría jurídica debió sugerir el repliegue. Otra derrota ante los tribunales -At. Bilbao y Real Sociedad vieron avaladas sus demandas mediante sentencia judicial- podría significar, aparte de un nuevo bochorno, el despegue de Porta y su equipo de la mullida poltrona. Resumiendo, en setiembre de 1976, días antes de disputarse la primera jornada del Campeonato 76-77, las sanciones fueron levantadas.

Alfonso Abete, protagonista de esos hechos y los posteriores recursos, recuerda muy bien“el escepticismo de nuestro entrenador en el C. F. Girona, el Sr, Pujolrás, que no nos creía cuando le asegurábamos iban a permitirnos empezar la Liga con toda normalidad. Él, sin embargo, prefirió no alinearnos a ninguno de los tres “sancionados” -Paco Nieto, Pechas y yo mismo- en el último partido amistoso de pretemporada, disputado en L´Escala, justificando su decisión en un “por si acaso”, puesto que no deseaba iniciar el Campeonato con unos futbolistas que antes no hubiesen jugado juntos. Los tres, finalmente, saltamos al campo con la camiseta del Girona en el partido que inauguró la temporada”.

Paralelamente había venido desarrollándose otra demanda ante la Magistratura de Trabajo barcelonesa, desde donde se autorizó el embargo de los bienes del C. D, Manresa, así como su guardia y depósito a los acreedores, es decir a los futbolistas demandantes, tal y como habían solicitado para hacer efectiva la deuda. El propio Alfonso Abete y Paco Nieto se encargaron de efectuar las diligencias de embargo, participaron personalmente en el traslado de los bienes, asistidos por el secretario judicial y un agente, y hasta fueron protegidos por éstos cuando un directivo del Manresa, concejal del Ayuntamiento, llamó a la policía municipal con intención de que abortasen el traslado del mobiliario, ya en el camión de mudanza.

“Con posterioridad también desmontamos y nos llevamos la instalación eléctrica -rememoraba Abete, transcurridos casi 40 años-, los focos y altavoces del campo de futbol, que más tarde servirían para iluminar el estadio de Santa Coloma de Farnés, en cuyo equipo acabó jugando Paco Nieto. El escaso valor económico de los bienes embargados sólo nos permitió cobrar una ínfima parte de cuanto nos debían, pues no estábamos protegidos por el Fondo de Garantía Salarial del Estado, ni obviamente el de la Liga de Fútbol Profesional, inexistente aún”.

Nieto y Abete, junto a la tensión del momento, tienen grabados en su memoria algunos hechos que con el transcurrir del tiempo derivarían hacia la anécdota:

“Francisco Romera, presidente de la peña manresana Medio Campo, avisado del embargo “puso a salvo” los trofeos conservados en la sede del club, sita en los bajos del Hotel Pedro III, y procedió a guardar toda la documentación del club -actas, libros, fichas de jugadores, carnets de socios…- en un gran armario metálico de tres puertas que cerró con llave, pensando, quizás, nadie sería capaz de llevarse un mueble tan pesado. Pero lo hicimos. Días después el club hubo de facilitar las llaves de ese armario a través de la Magistratura de Trabajo, para recuperar por la misma vía judicial dichos documentos, imprescindibles de cara a su normal funcionamiento”.

Tiempos difíciles aquellos, malos para la prosa y la música, por más que en el horizonte se recortaran atisbos prometedores. Franco yacía en el Valle de los Caídos, el viejo régimen se derrumbaba, pese a que unos cuantos pretendidos herederos, también viejos, tratasen de apuntalarlo, y desde distintos ámbitos se postulaban abiertamente opciones democráticas. El cambio, empero, iría llegando con lentitud, empujado por quienes como los miembros de una plantilla heroica, injustamente olvidada durante muchos años, arriesgaban su inmediato futuro en aras de otro porvenir no ya más justo, sino ante todo racional.

Para el C. D. Manresa, sin embargo, las cosas difícilmente hubiesen podido ir peor a raíz de la huelga. Agriamente enfrentados a su junta gestora, los componentes de la plantilla no estaban para entrenamientos concienzudos ni rigores tácticos. En el vestuario, lejos de conversar sobre fútbol, se hablaba del dinero adeudado y todo tipo de dificultades para llegar a fin de mes. La afición, en fin, dando la espalda a sus futbolistas, sólo aspiraba a un desenlace indoloro, ante el temor muy fundado de que aquella crisis pudiese desembocar en la disolución del club. Obtener puntos entre tanta adversidad resultaba imposible. Y lo que son las cosas, al concluir el campeonato aquel equipo confeccionado para abordar el asalto a 2ª División, estaba entre los descendidos a categoría Regional. Una vez más, el sueño se trocaba en pesadilla.

Si al Manresa le costó 30 años recuperarse del marasmo, por más que a lo largo de esos seis lustros se viese favorecido por distintas reestructuraciones federativas tendentes a parchear el desaguisado de 1967, la suerte de quienes un día decidiesen jugársela en defensa de sus derechos, plantando cara, fue desigual y bastante injusta.

El navarro de Pitillas Alfonso Abete, atacante que durante sus últimos días vistiendo de corto habría de retrasar posiciones para aprovechar sus dotes organizadores, había jugado en 2ª División con el Centro de Deportes Sabadell, cedido por el C. F. Barcelona. Tras su desastrosa experiencia en Manresa recaló en el Girona -todavía Gerona, en puridad-, para cuajar tres buenas campañas, dos de ellas en la recién nacida 2ª División B, antes de integrarse en el Olot. Licenciado en Derecho, fue secretario del sindicato de futbolistas AFE en el momento de su creación, allá por enero de 1978.

Francisco Nieto, granadino de Baza aunque formado en la localidad barcelonesa de Suria, a la que había emigrado con su familia siendo niño, llamó la atención de los técnicos barcelonistas por sus rápidas penetraciones en posición de extremo, llegando a debutar en la máxima categoría con el primer equipo azulgrana durante el ejercicio 1968-69. Más adelante, en el Rayo Vallecano, habrían de reconvertirlo en correoso lateral. De la entidad madrileña pasó al Gerona y Lloret, antes de recalar en el Manresa. Deglutidos los malos tragos de Manresa suscribió contrato con el Gerona, al igual que Abete y Pechas, para acabar matando el gusanillo en el Santa Coloma de Farnés. Acostumbrado a vivir con poco, no en vano su progenitor ejercía como minero, supo entender que el fútbol sólo había sido un paréntesis dorado.

José Luis Guerra, defensa y medio tan frío como elegante, muy seguro y con esa seriedad sobre el césped que hace innecesarios los alardes de dureza, había pasado por el Real Madrid Aficionado, Real Ávila, Gimnástica Segoviana, Sevilla Atlético, Lérida y Gimnástico de Tarragona, antes de incorporarse al Manresa. Después vestiría dos camisetas más: las de La Cava y Torredembarra, en una categoría que ni remotamente se ajustaba a sus condiciones. Afincado en Cataluña, ejerció como profesor de Educación Física en el colegio La Salle de Reus durante más de 25 años, compaginando dicha actividad con la de entrenador, puesto que tras forjarse como ayudante de Jaurrieta en el “Nastic” de Tarragona pasaría por los banquillos del Reus Deportivo, nuevamente “Nastic”, Roda de Bará, F. C. Vilafranca, de la localidad barcelonesa de Vilafranca del Penedés, Tortosa o Pobla de Mafumet, al que ascendió a la Primera Catalana. Con el “Nastic”, además, estableció un récord de imbatibilidad en casa: nada menos 26 partidos de liga consecutivos, distribuidos a lo largo de 14 meses.

El paraguayo Francisco Romero, único en no secundar la huelga, contaba 24 años cuando arribó a nuestro suelo para ingresar en el Real Club Deportivo Español de Barcelona, permaneciendo 3 campañas en el viejo campo de Sarriá, con el paréntesis de una cedido al San Andrés, entonces club de Segunda. Luego se incorporó al todavía Real Gijón, donde hubo de contentarse con ser recambio del excelente Jesús Castro durante otros tres ejercicios. Llegado al Manresa a raíz del ascenso a 3ª, aun a pesar de la incertidumbre y los problemas de cobro ni muchísimo menos resueltos con el descenso, permaneció con los manresanos en categoría regional hasta suscribir la cartulina del Puigreig, cuyo marco estuvo defendiendo cumplidos los 39. Para entonces el fútbol sólo era una distracción en su vida, que además le permitía arañar algún muy, pero que muy necesario dinero. Como a tantos otros futbolistas de relieve, la vida de paisano le resultó difícil. En su caso, finalizando el decenio del 70 repartía bombonas de butano, pese a saber que acabaría destrozándose la espalda. Tuvo, además, un temprano epílogo, puesto que habría de fallecer en febrero de 1997, a los 54 años, después de una larga enfermedad.

Nuestro fútbol, y es hora ya de reconocerlo, tiene una deuda de gratitud para con aquel grupo de profesionales que hoy, a tenor de la actual desmesura pudiéramos considerar modestos. Gracias a ellos y a quienes en los albores de la transición, pese todo tipo de obstáculos cimentaron el sindicato de futbolistas AFE, el deporte rey, sin menoscabo alguno se hizo infinitamente más humano.

José Ignacio Corcuera