Futbolistas por la gracia de Dios

Entre las profesiones ejercidas por nuestros futbolistas antes de abrirse camino con el balón, hubo de casi todo. Tenderos y mecánicos de taller, oficinistas y estudiantes, mozos de cuerda, albañiles, campesinos, mineros, cerrajeros, choferes, cobradores puerta a puerta… Otro tanto cabe decir sobre su dedicación laboral tras colgar las botas, puesto que aparte de entrenadores, ojeadores, masajistas, profesores de Educación Física o utilleros, labores comúnmente asociadas a estrellas de latón gastado, encontramos pintores de brocha gorda o artísticos con cierto mérito, periodistas, encargados de taller, funcionarios, comerciantes, médicos, ingenieros, profesores, topógrafos, abogados, jueces, cineastas, escultores, políticos, e incluso algún magnate empresarial. También hubo, obviamente, quienes se despeñaron a las primeras de cambio, en pleno derrape por las curvas de la vida, quien pagó los excesos con temporadas de reflexión carcelaria y hasta, unos pocos, capaces de simultanear carreras por la banda con su pertenencia a la Guardia Civil o el Ejército. Como de todo ha de haber en la viña del Señor, ni siquiera faltaron frailes y curas. Unos en formación y otros con tonsura y solemne misa cantada. Proyectos de religioso hasta que el esférico se cruzara en sus vocaciones y clérigos reverendísimos, capaces de pasar del pantalón corto a la sotana y viceversa. A estos, al repaso de futbolistas por la gracia de Dios, van dedicadas las siguientes líneas.

Juanito Urquizu en su época de entrenador prestigioso, casi 40 años después de postularse para escolapio.

Juanito Urquizu en su época de entrenador prestigioso, casi 40 años después de postularse para escolapio.

Muchos, más del medio centenar, cimentaron su pasión deportiva en los patios del Seminario o por los abundantísimos centros de profesión religiosa, allá en la España pre y pos bélica. Eran tiempos tan fértiles para la vocación eclesiástica como marcados por la necesidad. Y desde esa perspectiva, no pocas familias verían en esos lugares sólo un económico internado donde sus vástagos pudieran cursar bachillerato. Por simplificar, revisemos las biografías de Juanito Urquizu y Carlos Ruiz, medio destructivo y delantero centro, respectivamente, uno del periodo prebélico y otro fruto del tardofranquismo.

Juan José Urquizu Sustaeta (Ondárroa 24-VI-1901), sin dudad es más recordado como entrenador hecho bajo el paraguas de Mr. Pentland que como futbolista, puesto que dirigió al At Bilbao las campañas 1940-41, 41-42, 42-43, 43-44, 44-45, 45-46, 46-47 y 47-48, si bien esta última durante 7 únicos partidos, para pasar a continuación por los banquillos del Real Oviedo (1948-49 y 49-50), Real Murcia, Baracaldo (parte de 1947-48, 1950-51 y 51-52), Aurrerá de Ondárroa (54-55 y 55-56), Levante (media campaña 56-57 y el tramo inicial de 57-58), Orense (58-59 y 1962-63), Deportivo Alavés (63-64) y de nuevo Aurrerá (64-65 y 65-66). Durante su etapa en los banquillos lograría proclamarse campeón de Liga en 1942-43, así como de Copa los años 1943, 1944 y 1945. También tuvo ocasión de festejar algún triunfo menor, como el del ascenso a 2ª con el Orense en 1959, en tanto el envés de la moneda lo viviría en Oviedo, al descender a 2ª División la campaña 1949-50. Antes, sin embargo, fue estudiante en el Seminario de los Escolapios, destacando más con el balón en los pies que por su fervor. Futbolista en el Erandio vizcaíno (1916-17, Osasuna de Pamplona (1917 a 1926, con brevísimo paréntesis en el Deusto), Real Club Deportivo Español (en realidad sólo como refuerzo para una gira sudamericana la temporada 1925-26), Osasuna nuevamente (1926-27), Real Madrid (1927 a 1929) y Athletic Club de Bilbao desde la temporada 1929-30 hasta su retirada en 1934-35. Internacional absoluto contra Portugal, en marzo de 1929, y profesional declarado sólo a raíz de su ingreso en el Athletic bilbaíno, el advenimiento del Campeonato Nacional de Liga (febrero de 1929) le alcanzó ya algo talludito, pese a lo cual disputó 85 partidos en dicha competición, cuando los torneos constaban de 18 y 22 jornadas. Si conoció el éxito durante su etapa en los banquillos, aún resultó más fructífera su carrera sobre el césped, no en vano pudo proclamarse campeón de Liga las ediciones 1929-30, 1930-31, 33-34 y 35-36, así como de Copa los años 1930, 1932 y 1933. Su popularidad e ideología próxima al bando vencedor en la Guerra Civil, le llevó a ser designado, meses después del último parte fechado en Burgos, delegado de Auxilio Social en Ondárroa, localidad pesquera del litoral vizcaíno donde habría de fallecer (22 de noviembre de 1982), sin ver el triunfo futbolístico de su hijo, muchacho con buenas maneras a quien pudo dirigir en el C. D. Orense y Aurrerá.

Carlos, en un cromo de la temporada 1973-74.

Carlos, en un cromo de la temporada 1973-74.

Más fresca tendrán muchos aficionados en sus retinas la imagen de Carlos Ruiz Herrero (Bilbao 7-VI-1948), ariete con excelente remate de cabeza y mucho más hábil en el juego al pie que cuanto a primera vista pudiera dar la impresión. Da familia modesta, parte de su infancia transcurrió en colegios de frailes, destacando especialmente sobre el patio de uno de ellos, en la localidad alavesa de Nanclares de la Oca. Después, sólo una temporada en categoría Regional, defendiendo la camiseta del C. D. Moraza, bastó para que se le abrieran las puertas del Guecho, donde habría de militar la campaña 1968-69 y durante el primer tercio de la siguiente, puesto que en seguida sería reclamado por el Bilbao Atlético, filial de los de San Mamés y entonces encuadrado en la categoría de plata.

Su debut en la máxima categoría tuvo lugar el 12 de setiembre de 1970, con empate a uno ante el Barcelona en feudo bilbaíno. Y ya la temporada de su presentación entre los grandes jugó 20 partidos, anotando 4 goles. El Athletic, (todavía Atlético por imperativo franquista), entonces en pleno relevo generacional, comenzaba a armar un equipo que años más tarde, con Koldo Aguirre en el banquillo, sucumbiría ante la “Juve” turinesa en la final a doble partido de la Copa UEFA, por el valor doble de los goles marcados a domicilio. Máximo artillero de 1ª División la campaña 1974-75, con 19 tantos en 32 partidos, sólo pudo aproximarse a tal registro en 1977-78, con 16 dianas en 33 choques. Eran, aquellos, años harto difíciles para jugar en punta, pues los defensas de rompe y rasga -y créaseme, sobreabundaban- solían contar con la connivencia arbitral en sus desmanes. Unos, como el ilicitano Indio, avisaban antes de dar(1). Otros arreaban de frente, por la espalda, en diagonal o al bies, sin falsos pudores, pues no en vano un Granada C. F. de testamento y extremaunción, con el argentino Aguirre Suárez o el paraguayo Fernández al frente, había situado en le estratosfera poco antes el listón de la permisividad. En semejantes condiciones, las lesiones por fricción solían aguardar emboscadas tarde sí y tarde también. Y a él lo tuvieron en el dique seco durante parte de los ejercicios 1973-74, 75-76 y 78-79.

Internacional Sub-21 en una oportunidad, Carlos quiso fraguarse un porvenir en las aulas universitarias mientras vestía de corto, licenciándose en Medicina y orientando su especialidad hacia la rama deportiva. En 1981, después de 11 temporadas rugiendo en “la catedral” con la camiseta del Athletic, pasó al Real Club Deportivo Español. Para entonces su carrera podía considerarse amortizada, por más que con los “periquitos” sumara otros 21 partidos en la elite y un gol, hasta totalizar 234 presencias ligueras y 82 dianas. Luego ejercería durante 2 años como responsable médico de las secciones inferiores españolistas, 7 con el mismo cargo en el Caja Bilbao de baloncesto y desde 1993 hasta 1998 en la Selección Nacional Absoluta de balonmano. Puesto que la genética tampoco parece ajena al mundo del balón redondo, su sobrino Eder Vilarcho lograría abrirse camino sobre el césped, si bien a menor escala.

Por supuesto, no todos los seminaristas o aspirantes a fraile con afición balompédica llegaban tan alto. Una amplia mayoría apenas si lograba romper las fronteras regionales, conforme podría ilustrar Joaquín Tarifa Muñoz, delantero en el Baena, Corial del Río, Antequerano y Lucentina durante el decenio del 50, tras haber sido seminarista desde los 13 años, romper zapatos durante los recreos del Seminario Mayor, primero bajo los tres palos y luego como ariete, y estar a punto de cantar misa.

Durante los años 50 y 60, Seminarios y colegios de frailes constituyeron una buena cantera de jóvenes futbolistas.

Durante los años 50 y 60, Seminarios y colegios de frailes constituyeron una buena cantera de jóvenes futbolistas.

Quien sí llegó a cantarla fue el guipuzcoano Juan Manuel Basurco, delantero del Motrico durante la segunda mitad de los 60, con los blanquiazules en 3ª División y mientras concluía su etapa de seminarista. Nada más cantar misa, como tantos otros curas vascos neófitos partió hacia Guayaquil, para servir 5 años en la misión de Los Ríos. Téngase en cuenta que desde mediados los 50 en el pasado siglo, hasta avanzados los 70, las diócesis vascas estuvieron muy implicadas en el proyecto ecuatoriano. Y allí, apenas hubo llegado, ya competía en una liga regional con el equipo de Quevedo, su parroquia, luciendo además la equipación de la Real Sociedad donostiarra, puesto que desde dicha entidad les serían remitidas las camisetas altruistamente.

Aquel campeonato estaba muy por debajo de sus facultades. Y al destacar jornada tras jornada, resultó inevitable se fijaran en sus evoluciones los técnicos del Puertoviejo, entidad recién ascendida a la 1ª División ecuatoriana. “Acepté las condiciones de rigor en mis circunstancias y todos se portaron muy bien conmigo”, aseguró a Erostarbe, un clásico de la prensa guipuzcoana. “Parece les solucioné bastante los problemas de remate y de pronto me encontré en el Barcelona de Guayaquil, conjunto fundado por emigrantes catalanes y al que allí denominan el equipo Tercero”. El Barcelona, en efecto, ya era un club grande. Y con su camiseta amarilla y pantalón negro estuvo actuando 3 meses, hasta vivir el sueño de participar en la Copa Libertadores: “Primero resolvimos la fase con los clubes de Colombia y luego eliminamos al Unión Española de Chile, enfrentándonos finalmente al Estudiantes de la Plata”.

Esa eliminatoria resultaría histórica, pues por primera vez un club ecuatoriano conseguía doblegar a otro argentino en el torneo equivalente a nuestra Copa de Europa o actual “Champions League”. Además, suyo fue el gol de la victoria que vistió de fiesta a todo el deporte en Ecuador. Estudiantes acabaría imponiéndose al Barcelona en el decisivo encuentro de desempate y Basurco, consecuente con sus obligaciones, optó por salir del club. “Se me hacía muy difícil compatibilizar el balón con mi sacerdocio. Guayaquil queda a 200 kilómetros de Quevedo, donde yo debía ejercer mis obligaciones. Andaba escaso de entrenamiento y tampoco era plan”.

De vuelta a Quevedo, continuó jugando en el Puertoviejo, entrenando sólo una vez por semana, “lo imprescindible para competir con cierta dignidad”. Jugaba únicamente por afición, junto a quienes trataban de engancharse al porvenir que pudiera ofrecerles el fútbol. Estuvo haciéndolo hasta regresar a San Sebastián, en junio de 1973, cumplidos los 29 años. Un regreso ni mucho menos inadvertido para la cúpula del Motrico, empeñada en volver a verle defendiendo los intereses de su equipo.

En el obispado, no obstante, le pusieron las cosas difíciles. Eso de que un cura jugase al fútbol… ¿Y si se organizaba un lío?. ¿Qué ocurriría si le expulsaban o cometía cualquier infracción?. Seguro que encontraría eco en la prensa. Además, tanto sobre el césped como desde los graderíos, se blasfemaba. No, decididamente aquel no era sitio para un señor cura, cuya vida debía ofrecer absoluta ejemplaridad. Juan Manuel Basurco quedó como el buen artillero que pudo ser, como el joven que antepuso su vocación a cualquier sueño de gloria.

Y no fue el único.

Poco después también vestiría sotana Rafael Núñez Pastor, natural de la localidad palentina de Añoza. Titular indiscutible en el hoy extinto Palencia C. F. entre 1973 y 1978, entrenaba en solitario por las tardes, puesto que sus mañanas estaban dedicadas a estudiar en el Seminario Diocesano. El 6 de junio de 1976, domingo de Pentecostés, cantó su primera misa en la catedral palentina, bajo la atenta mirada de todos sus compañeros de vestuario. Y por la tarde volvió a enfundarse la camiseta morada para contribuir a la victoria frente al Carabanchel, en el viejo campo de La Balastera, por 2-1. Esa circunstancia lo catapultó a una efímera popularidad. “El cura futbolista”, titularon sus crónicas diferentes periódicos de ámbito nacional. O “Un reverendo en La Balastera”. Como por aquellos años la denominada “prensa del corazón” aún no había optado por hozar entre montañas de inmundicia, incluso compartió portada en “Lecturas”: “El padre Rafael. Primer futbolista profesional ordenado sacerdote”, recogieron sus páginas. No era cierto, puesto que al menos Basurco se le había adelantado.

El centrocampista Núñez, o “El Reverendo”, como había sido rebautizado por la afición palentina, continuó alineándose con su equipo después de ordenarse, festejando el ascenso a 2B la campaña 1976-77 y dejando bien sentado que dicha categoría, mucho más dura que hoy, pues sólo la componían dos grupos, ni remotamente se le atragantaba. Así pudo acreditarlo alineándose en 24 ocasiones y anotando un gol, durante 1977-78. Pero puesto que encajar el entrenamiento cotidiano cada vez le resultaba más complicado, más difícil de compaginar con las exigencias de su ministerio, acabó abandonando el club morado para suscribir la cartulina del Venta de Baños, donde aún rendiría como acostumbraba, dos campañas más. “Se armó cierto revuelo por mi condición de sacerdote y futbolista profesional -reconocía el padre Núñez varios años después-. En el vestuario, sin embargo, era uno más; nunca me hicieron sentir bicho raro. Durante los desplazamientos celebraba misa en el hotel de concentración y asistían los compañeros que así lo deseaban, que no solían ser todos. Pero hubo un momento en que no pude compaginar el Palencia con mi actividad sacerdotal, quedándome a una temporada de alcanzar el ascenso a 2ª División”.

Rafael Núñez colgó las botas en 1980, dejando tras sí una más que meritoria estadística: 135 partidos de liga con el Palencia, disputados a lo largo de 5 temporadas, con una contribución de 12 goles. Y un buen puñado de encuentros más en 3ª División y categoría Regional, ya con menor exigencia deportiva, luciendo el escudo del C. D. Venta de Baños.

El texto quedaría cojo sin rendir homenaje a la formidable instantánea de Ramón Massats, tomada en el Seminario Conciliar de Madrid el ya lejano 1959, y en su día expuesta en el MOMA neoyorquino. Por el trabajo de Juan Carlos Rodríguez para “El Mundo” sabemos que Lino Hernando, el guardameta, sigue siendo párroco, mientras el lanzador colgó la sotana allá por los 70, creó una familia y supo arreglárselas para brillar en los negocios. Ramón Massats sería distinguido en 2004 con el Premio Nacional de Fotografía.

El texto quedaría cojo sin rendir homenaje a la formidable instantánea de Ramón Massats, tomada en el Seminario Conciliar de Madrid el ya lejano 1959, y en su día expuesta en el MOMA neoyorquino. Por el trabajo de Juan Carlos Rodríguez para “El Mundo” sabemos que Lino Hernando, el guardameta, sigue siendo párroco, mientras el lanzador colgó la sotana allá por los 70, creó una familia y supo arreglárselas para brillar en los negocios. Ramón Massats sería distinguido en 2004 con el Premio Nacional de Fotografía.

Si durante la segunda mitad de los 60 y el arranque de los 70, época de drásticos cambios en el orden sociopolítico español, de profunda modernización en el clero tras el Concilio auspiciado por Juan XXIII, resultaba complejo encajar fútbol y sacerdocio, 15 años antes, durante el imperio del dogma y la autarquía, cualquier tentativa al respecto estaba condenada al fracaso. Supo entenderlo el interior derecho gallego Guillermo Calviño Riesco, Calviño para el fútbol (La Coruña 23-XI-1930), quien luego de militar en el Juvenil -filial del Deportivo- Racing de Ferrol, Arsenal, Santander y Gimnástica de Torrelavega, colgó las botas antes de cumplir los 24, para cantar misa como fraile dominico. Recorrido personal semejante al del levantino Salvador Romaguera (Cullera, Sueca, Requena, Carcagente y Mestalla) que también abandonaría el fútbol para hacerse fraile. Y como Fray Salvador permaneció bastantes años en una ermita de la localidad castellonense de Benicásim. Pero quien más lejos llegó en la carrera eclesiástica habría de ser el menos significado en su condición de futbolista. Javier Azagra, del Club Deportivo Oberena pamplonés, sería designado obispo de Cartagena.

En el universo futbolístico cabe casi todo, como puede apreciarse. Gracias a su inmensa implantación y profunda raigambre, encontramos actores de cine y capitanes de barco entre sus practicantes, cocineros con estrella “Michelín”, músicos profesionales, afamados doctores, como los Castroviejo, cantantes líricos, feriantes, buzos, o quienes como Sunny se lo jugaron todo a una carta cruzando el estrecho en patera. Hallamos incluso futbolistas por la gracia de Dios.

(1).- El delantero españolista Marañón recibió en cierta ocasión uno de sus avisos tan pronto echó a rodar el esférico sobre campo ilicitano. Marañón figuraba en la lista de 40 preseleccionados para el Mundial de Argentina, y el defensa franjivederde le espetó: “Si quieres ir al mundial ya puedes estar quietecito esta tarde”. Como el movimiento se demuestra andando, a las primeras de cambio el buen atacante navarro tuvo ocasión de medir la longitud de aquellos tacos.




El fútbol sin patrón

Por sorprendente que pueda parecer y pese a la ingente cantidad de canonizados, el fútbol y los futbolistas carecen de santo patrón. Lo poseen los atletas (Sebastián), los músicos (Cecilia), las amas de casa (Ana), o los funcionarios (Mateo). También hay santos para escritores (Juan Evangelista), marinos (Telmo), estudiantes (Tomás de Aquino), veterinarios (Eloy), agricultores (Isidro Labrador), arquitectos (apóstol Tomás), bordadoras (Clara), costureras (Cecilia), cerrajeros (Pedro), choferes (Crsitóbal), actores (Juan Bosco), carteros (Gabriel) o artilleros (Bárbara). Por si un solo santo no fuera suficiente, hay profesiones con dos patronos, como taberneros (Marta y Teodoto), abogados (Raimundo de Peñafort y Tomás Moro), bancarios (Mateo y Miguel) o cocineros (Lorenzo y Marta), y hasta algunas con 3, como es el caso de los dentistas (Apolonio, Cosme y Damián). También los gremios o actividades más nuevas quisieron contar con su protector, y así tenemos a los fotógrafos (Verónica), e incluso a los locutores de radio (Gabriel Arcángel). Incluso los animales domésticos tienen su santo (Antonio Abad). Pero el fútbol y los futbolistas, pese a su enorme arraigo popular, nada de nada. ¿Acaso nadie se preocupó de ello durante los años del nacionalcatolicismo?, pensará alguien. ¿Ni siquiera cuando Franco paseaba bajo palio y los obispos saludaban brazo en alto, volvieron su vista los bienpensantes hacia el mundo del balón?. Pues sí y no, sería la respuesta. Pensaron en el patronazgo, es cierto, aunque sobre este punto, como sobre otros muchos, el universo balompédico hizo gala de su tradicional desunión. Y eso que había un mártir tan propicio como para antojarse fabricado ex profeso.

Si bien fue bautizado como Francisco, Francisco de Beráscola y Sáenz de Castañiza, por más señas, en la iglesia vizcaína de San Juan de Molinar (Gordejuela), el gélido 13 de febrero de 1564, habría de quedar para la historia eclesiástica y una cerámica adosada al baptisterio de dicho templo como Fray Francisco. Gracias al largo poema en octavas rimadas de Fray Alonso Gregorio Escobedo, confesor de la Orden Franciscana en Andalucía, sabemos bastante acerca de Beráscola, a quien habría conocido durante sus dos años de postulado, o en su defecto oiría hablar de él, puesto que desembarcó en Florida allá por 1587, bajo la dirección de Fray Alonso Reinoso y en compañía de otros 12 religiosos. Era el vizcaíno alto y fuerte, todo un atleta, de armas tomar, o poco menos:

“ganó de muchos indios la victoria,

luchando contra ellos pecho a pecho

y tirando la barra a largo trecho”.

Fue misionero en Santo Domingo de Asao, isla hoy conocida como Sanit Simon, próxima al islote de Jekil y en la región de Savannah, Atlanta, que muchas películas de Hollywood convirtieron en referencia familiar durante los años 50, al rebufo de “Lo que el viento se llevó”. Luego, cuando el 23 de setiembre de 1595, a sus 31 años fuese enviado de misionero a Florida, recorrió los hoy turísticos arenales, sus pantanos habitados por tribus semínolas, y tuvo ocasión de confraternizar con muchas de ellas, hasta el punto de intervenir en un curioso juego consistente en golpear la pelota a puntapiés, buscando encajarla en una especie de arnero colocado sobre la copa de un pino. Era el deporte rey entre aquellos indios. Algo ni remotamente parecido al fútbol, por más que empleasen el pecho, los hombros o ambos pies, y no la mano, como ocurría con la antigua pelota castellana, hoy prácticamente reducida al país vasco y la región valenciana.

Aquellos partidos no concluían hasta alcanzar los 50 tantos, prolongándose, lógicamente, durante semanas. Cada equipo estaba compuesto por 20 hombres y da la impresión de que valía casi todo, con tal de que la pelota alcanzase la señal. Pasatiempo de guerreros, al fin y al cabo, más prueba de fuerza que de picardía o astucia, conectado quizás con el “rugby” inglés o el “calzio” florentino, puestos a buscar parentescos:

“Juegan a la pelota (que si acierto

a daros de ello cuenta, será gusto)

de veinte en veinte, puestos en concierto

cada cual agilísimo y robusto;

el que trae la pelota es tan despierto

y juega con certeza y tan al justo,

que no hay regla por plana nivelada

cual su pelota va, siendo arrojada.

Fijan en tierra un pino con presteza

de más de diez estados de longura,

y en lo más alto del con sutileza

ponen como de arnero una figura.

Salen todos cuarenta con destreza

al campo, donde muestran su locura,

donde le dan principio al juego triste

que a muchos de dolor perpetuo viste.

Suele durar el juego un mes entero,

aunque vuelven a él todos los días.

El que trae la pelota placentero

procura dar juego por varias vías;

más su fuerte contrario anda ligero,

por estorbar no juegue, con porfías,

poniéndole las manos por delante

porque el pie de la tierra no levante.

Estos dos andan libres como digo;

los otros treinta y ocho tienen guerra;

oprime cada cual a su enemigo

y con sus fuertes brazos lo echa en tierra;

si socorren los unos a su amigo,

que la pelota en mano diestra aferra,

los otros, al varón que al indio aqueja

y dejarle jugar jamás le deja.

Y cuando a la señal el indio toca,

sus amigos dan gritos de alegría,

que a darlos la ganancia los provoca,

porque dar en el blanco es bizarría.

La otra escuadra queda como loca

y no alza los ojos todo el día,

por ver que su contrario ganó el juego,

y lo siente en el alma sin sosiego.

Cuando la oscura noche va llegando,

se divide la gente sin juicio,

por las narices sangre derramando

de haber ejercitado aquel oficio;

otros con mil dolores van gritando,

conocida señal y cierto indicio,

que llevan contra sí gran desconcierto

por ser grande el dolor y sentimiento”.

Durante la primavera de 1597 se puso en marcha una expedición exploradora y de evangelización por el actual estado de Georgia, siendo él uno de los arriesgados participantes. Las cosas se torcieron casi desde el principio. Mosquitos y plagas, verdaderos diluvios, la enfermedad, el miedo y unos indios recelosos, hostiles, sin apenas puntos en común con los “pacíficos” practicantes del “rugby-calzio”, convirtieron cada legua recorrida en un suplicio. Finalmente, el 18 de setiembre de 1597, fue martirizado a pedradas, puñaladas y golpes de maza, con otros 4 franciscanos: el madrileño Pedro de Corpa, los extremeños Antonio de Badajoz y Blas Rodríguez, y el aragonés Miguel de Añón, a quienes los obispos americanos levantaron un monumento en 1954.

Había, por lo tanto, mártir “futbolista”. ¿Por qué no convertirlo en patrono?, se planteó en 1955, sin duda imbuido por el recuerdo hecho piedra de los prelados estadounidenses, Monseñor Casimiro Morcillo, a la sazón obispo de Bilbao y en los 60 arzobispo de Madrid. Para reforzar su idea y avanzar algún paso en pro de la beatificación, hizo imprimir unas “Bienaventuranzas del deportista”, distribuidas por toda la diócesis. Rezaban así:

I.- Bienaventurados los que cultivan el cuerpo, porque es el templo del Espíritu Santo.

II.- Bienaventurados los que luchan por ganar un trofeo, porque se esforzarán más por el premio que no perece.

III.- Bienaventurados los que al aire se divierten, porque no pudren su corazón.

IV.- Bienaventurados los que juegan con coraje y sin ira, porque se están haciendo personas.

V.- Bienaventurados los que aceptan la derrota sin venganza, porque se están haciendo cristianos.

VI.- Bienaventurados los que saben jugar en equipo, porque a la vida hemos de ir juntos.

VII.- Bienaventurados los que disciplinan su cuerpo en el deporte, porque a la vez templan su espíritu contra la tentación.

VIII.- Bienaventurados los que en el juego y en la vida se consideran espectáculo de los seres humanos y de Dios.

Su iniciativa no tuvo éxito, en buena medida por haber herido susceptibilidades en las diócesis extremeña, madrileña y zaragozana. ¿Acaso junto a Francisco de Beráscola no habían sucumbido también representantes de dichas regiones?. ¿A cuenta de qué, entonces, otorgar el patronazgo sólo al vizcaíno?. Hoy la disputa puede antojársenos pueril, pero no debía serlo cuando las parroquias competían entre sí por el volumen de sus recaudaciones para el Domund o en el Día de Ayuda al Seminario, cuando las emisoras de radio contaban no con uno, sino con varios espacios religiosos, se distribuían por suscripción 20 revistas religiosas mensuales, la fe era calibrada  por signos externos, el incipiente flujo turístico se antojaba amenaza luciferina y las diócesis menos pródigas en santos canónicos miraban con cierta envidia a su vecina, mejor situada en tan pintoresco ranking.

Placa dedicada a Francisco de Beráscola en la iglesia vizcaína de Molinar (Gordejuela).

Placa dedicada a Francisco de Beráscola en la iglesia vizcaína de Molinar (Gordejuela).

Fray Francisco de Beráscola quedó con una sencilla lápida en el pórtico de la iglesia donde fuera bautizado -se había hecho instalar el 21 de setiembre de 1947, al cumplirse el 350 aniversario de su martirio- y el altar con cruz de granito sufragado por el grupo de montaña Goikomendi, destinado a perpetuar la memoria del carranzano en su barrio natal, desde setiembre de 1967. Todavía el 13 de febrero de 1980, en pleno asentamiento de la restaurada democracia, el Athletic Club bilbaíno se manifestó oficialmente pro-beatificación de Beráscola, mediante firma y rúbrica del presidente de su junta directiva, Beti Duñabeitia. Aquel documento ni mencionaba siquiera cualquier hipotética aspiración a un ulterior patronazgo.

Conforme se indicó al principio, todavía hoy, el fútbol, tan dado a la efímera idolatría de sus figuras, habituado a vestir y desvestir “santos” con pantalón corto, cuando por sí mismo alcanza rango de religión en muy distintos hemisferios -recuérdense, si no, tanto éxtasis histérico en Brasil o la Religión Maradoniana- sigue de espaldas al altar. Aunque bien mirado, ¿precisan santo patrón quienes congregan cada domingo a millones de parroquianos, sin distinción de razas, ideologías, rango social o colores?.

Quizás el fútbol continúe sin patrón porque la mismísima pelota de cuero ocupe su espacio en cualquier peana.