Respuesta a Arrechea sobre “La primera carta del Madrid FC”

Introducción

Hace muchos años vengo preguntándome cómo puede ser que haya tan poca documentación sobre el origen del fútbol en Madrid. No en vano, ya en octubre de 2013 llamé a un artículo sobre la cuestión “La aguja del pajar”, porque parece que encontrar nuevas informaciones sobre el particular es una verdadera aguja en un pajar.

Es cierto que, aunque las informaciones sigan siendo escasísimas, la proliferación de hemerotecas virtuales tanto nacionales como extranjeras está permitiendo progresar en la investigación histórica, también del origen del fútbol en Madrid. Consecuencia directa de esos avances son unos trabajos que publicaré a partir de octubre en que pretendo analizar todo el desarrollo de los años remotos, actualizando y ampliando todo lo previamente publicado en diversas ocasiones y que serán una futura historia del fútbol madrileño.

Una de esas agujas que he podido encontrar es precisamente la carta que el 29 de abril de 1902 publicó el The Greenock Telegraph and Clyde Shipping Gazette, firmada por Julio Rubaudonadeu Fernández, a la que Fernando Arrechea ha dedicado su artículo “La primera carta del Madrid FC”, publicado en el nº 121 de los Cuadernos de Fútbol.

Al margen de que sobre ella hablaré cuando estudie la temporada 1901-02 en los artículos referidos, creo que puede ser de interés para el lector presentar en un artículo independiente cuál es la interpretación que yo hago de la carta, diferente de la de Arrechea, y que me permite seguir insistiendo en las conclusiones a las que llegué en mi anterior artículo titulado “Documentación inédita de la historia del Real Madrid. Concurso de football (mayo de 1902)” (Cuadernos de Fútbol, nº 87, mayo de 2017).

Análisis de la carta

La carta lleva a confusión porque comienza: “Los abajo firmantes, …”, cuando solamente firma Julio Rubaudonadeu, quizá intentando darle oficialidad a algo que pudo ser un acto individual. Para ello habría que encontrar la carta, para poder saber si lleva un membrete del club o hay más firmas, además de la ya conocida. En la prensa británica tan solo aparece la de Rubaudonadeu.

A su vez, la carta lleva el remite del domicilio u oficina del autor, cuando las bases del Concurso de los Festejos de Mayo, publicados en Heraldo del Sport el 12 de abril (5 días antes de la carta), en la base 1ª, señalan que las inscripciones deben hacerse dirigiéndose al domicilio del presidente, lo mismo que los estatutos del club, en el artículo 21º, que tiene fecha de presentación en el Registro Civil del día 18 del mismo mes (1 día después de la carta), señalan que el domicilio social del club es el del presidente, calle de Alcalá, nº 48. Se puede decir que la fecha de los estatutos es un día posterior a la presentación de los estatutos en el Registro Civil, y por tanto, no están vigentes, pero se me hace difícil pensar que no estuviera pensado y estuviese en vigor “de facto” con anterioridad. Incluso se me ocurre una maldad, que Rubaudonadeu escribiese la carta durante el día 17, lo comentase a otros socios, y la junta directiva incluyese el artículo 21 “con calzador” en el último minuto para evitar nuevos actos de socios que se pudiesen considerar “lobos solitarios”, lo cual igualmente dejaría la carta de Ribaudonadeu fuera del registro de correspondencia del club. Pero no creo en esta posibilidad dado que ya en las bases del Concurso aparecía como domicilio del club el del presidente y que algo tan serio como unos estatutos no se cierran en el último momento. O si, que de todo hemos visto.

Todas las gestiones con el Ayuntamiento de Madrid vienen realizadas por el presidente del club, Juan Padrós, como así reza en la correspondencia que el ayuntamiento madrileño dirigía al club y que ya pudimos ver en el trabajo “Documentación inédita de la historia del Real Madrid Concurso de football (mayo de 1902)”.

https://www.cihefe.es/cuadernosdefutbol/2017/05/documentacion-inedita-de-la-historia-del-real-madrid-concurso-de-football-mayo-de-1902/

¿Por qué entonces dejar que un socio firme y envíe desde su domicilio un documento a la prensa, sin siquiera ejercer un cargo en la junta directiva vigente? Una junta directiva con tanta actividad como tuvo en esos meses y que no daba pasos en falso en su sistema organizativo, todo estudiado al milímetro.

No he encontrado noticia en la prensa madrileña de la existencia de dicha carta o de opiniones de miembros del club acerca del tema “Ibrox Park” o el profesionalismo. Si hay un texto en La Vanguardia (Política extranjera. Revista de la prensa. 12 de abril de 1902, pág. 4) http://hemeroteca.lavanguardia.com/preview/1902/04/12/pagina-4/33387131/pdf.html?search=ibrox que habla de que la catástrofe de Ibrox Park se produjo por culpa de los apostadores y habla de la decadencia de Roma, los gladiadores y el vil dinero. Cinco días antes de la carta de Rubaudonadeu, La Vanguardia se expresaba en dichos términos, yo diría que idénticos. Rubaudonadeu pudo leer el diario barcelonés, dada su ascendencia catalana por parte de padre (posiblemente por su ascendencia y por su actividad política el diario estuviera presente en el domicilio familiar) y por su propia afición al pelotón sentirse atraído por el artículo, dándole épica al escrito, y terminar aventurándose al envío. Propio de un adolescente, pudo perfectamente actuar por su cuenta y riesgo. Quizá también queriendo anotarse algún punto dentro del club o por la propia actividad que su familia llevaba en la sangre y que no se detenía ante nada, puro impulso.

Casi al comienzo del trabajo se dice: “… le llamó especialmente la atención la carta que recibieron del Madrid Foot-ball Club”. Julio Rubaudonadeu no era miembro de la junta directiva, por tanto, salvo que haya una entrevista o un documento de alguien que representase a la dirección del club que atestiguase que le fue encomendada esta tarea, no puede considerarse como escrita y enviada por el club, siempre bajo mi punto de vista.

Finalizando, una carta que va firmada por un socio de un club, que no tiene cargo en la directiva ni es vocal de la misma, no puede dársele oficialidad. Desde luego no es la primera carta firmada por un presidente del Real Madrid, ni por un directivo, por tanto, bajo mi humilde opinión, esta no puede considerarse la primera carta en la historia del Real Madrid.

Considero que, si alguna carta es la primera enviada por el club, son las que envió al alcalde madrileño Alberto Aguilera con el fin de organizar el Concurso de foot-ball de mayo. Al menos, con la documentación de la que ahora mismo disponemos.




La primera carta del Madrid FC

Heraldo del Sport, 15 de marzo de 1902.

Heraldo del Sport, 15 de marzo de 1902.

El 5 de abril de 1902 se produjo una tragedia en el Ibrox Park de Glasgow (Escocia) al derrumbarse una tribuna durante un partido Escocia-Inglaterra. Fallecieron veinticinco personas y hubo más de quinientos heridos.

Estado en el que quedó la tribuna del Ibrox Park tras el colapso.

Estado en el que quedó la tribuna del Ibrox Park tras el colapso.

Las autoridades de Glasgow recibieron cartas de condolencia de diversa procedencia, pero a la prensa británica[1] le llamó especialmente la atención la carta que recibieron del “Madrid Foot-ball Club”.

La carta, fechada en la calle Fuencarral, 31, el 17 de abril de 1902, decía:

“Al Lord Mayor de Glasgow, Escocia.

Los abajo firmantes, miembros del Madrid Foot-ball Club, profundamente conmovidos, desean expresar su máxima tristeza por la calamidad acontecida el sábado día 5, en el Ibrox Park, en el campo de fútbol, en la ciudad de Glasgow, y nuestras más sentidas condolencias hacia las familias de las numerosas víctimas, solicitando a su Señoría que actúe como intérprete de nuestro grial en este terrible accidente.

Nosotros amamos apasionadamente el ejercicio físico, pero odiamos todo lo parecido al gladiador romano. Aborrecemos a los jugadores profesionales y apostar, somos adictos a este deporte en aras de la relación educativa. No somos partidarios del malestar entre jugadores, lo cual degenera y desmoraliza al pueblo. Nosotros abogamos por los partidos como un vínculo moral entre personas y como un medio de desarrollo físico, el cual debería ser empleado para buenas acciones. Nuestro lema es: “Ni vencidos ni conquistadores”. Cuando los Azules han ganado un partido, dejan que los Rojos ganen otro. Somos hermanos.

Somos los más obedientes servidores de su Señoría.

Julio Rubaudonadeu Fernández”.

The Greenock Telegraph and Clyde Shipping Gazette, 29 de abril de 1902.

The Greenock Telegraph and Clyde Shipping Gazette, 29 de abril de 1902.

La carta llamó la atención de algunos periodistas británicos por su condena del profesionalismo y de las apuestas en el deporte, sobre todo por proceder precisamente de España. Un país del que no poseían una imagen muy acorde al “fair play”, ni a la afición a otro “deporte” que no fuera la tauromaquia.

“Hemos tenido el hábito de referirnos al “acoso a los toros” de España como brutal, y ha sido una conmoción descubrir que uno de nuestros pasatiempos favoritos es observado con la misma sensación en Madrid. Debemos, tal vez, llegar rápidamente a la conclusión que a los españoles les gusta algo más excitante que el fútbol como diversión. En su condena al profesionalismo en todos los eventos, el sentimiento del Madrid Foot-ball Club apelará a mucha gente en este país.” (The Courier, 29/04/1902).

Pero si a los periodistas británicos de 1902 les llamaban la atención estos aspectos vinculados a sus prejuicios hacia España, a nosotros, en 2020, nos los deben llamar otros.

El Madrid FC se había fundado pocos meses antes, en octubre de 1901 (Martínez Patón & Bravo Mayor, 2013) bajo la presidencia de Julián Palacios. El 6 de marzo de 1902 se había formado una nueva Junta Directiva, con Juan Padrós como presidente.

El 18 de abril de 1902 (por lo tanto, el día después del envío de la carta a Glasgow), el Madrid FC presentaba su documentación en el Gobierno Civil para su inscripción en el Registro de Asociaciones, inscripción aprobada el 26 de abril.

Estamos hablando, por lo tanto, de los primeros pasos de la entidad y de su primera carta conocida.

El 20 de abril, antes de que fuera aprobada la inscripción en el Registro de Asociaciones, el presidente Padrós enviaba una carta al alcalde, Alberto Aguilera, con el fin de que le fuera concedida al Madrid una subvención de doscientas cincuenta pesetas para la organización del Concurso de Foot-ball en los festejos de la Jura Real y para tratar pormenores acerca de la organización de este (Bravo Mayor, 2017). Fue la segunda carta del Madrid FC.

No debe sorprender la dura condena del profesionalismo y de las apuestas en la misiva a Glasgow. Hablamos de una época de sportsmen, de caballeros imbuidos por el espíritu del regeneracionismo, del higienismo, del ejercicio físico como modelo educativo y de vida.

Eran herederos de Thomas Arnold, de la Escuela de Rugby y su “Muscular Christianity”. Coetáneos de Pierre de Coubertin y su defensa casi fanática del amateurismo en el deporte y en los renacidos Juegos Olímpicos. También, de Narciso Masferrer y su Federación Gimnástica Española.

El sport, para aquellos jóvenes, era una vía para acercar a España a Europa, elevando la salud y “mejorando la raza” (expresión hoy políticamente incorrecta, entonces muy en boga).

El sport, en general, era su motivación, no el foot-ball. El fútbol fue el deporte que escogieron los regeneracionistas del ámbito deportivo español porque eran defensores del modelo inglés, del deporte al aire libre. En el caso de la ciudad de Barcelona está muy estudiado el proceso intelectual liderado por Narciso Masferrer Sala (Madrid, 1867-Barcelona, 1941) y la Federación Gimnástica Española que llevó a escoger el balompié como el deporte a promocionar, frente a otros que ensayaron como el gouret (hockey) o el riscat (juego del rescate o marro) (Torrebadella & Arrechea, 2015; Arrechea, 2015).

Parece probable una cierta influencia mutua en el ámbito español, no cabe olvidar nunca que el periodista y divulgador deportivo Masferrer era madrileño de nacimiento y había sido uno de los fundadores de la Sociedad Gimnástica Española en 1887, antes de trasladarse a Sevilla y después a Barcelona.

Prueba fehaciente del espíritu polideportivo de estos pequeños grupos de jóvenes sportsmen, y en particular del Madrid FC, es que el club blanco consideró, en noviembre de 1903, cambiar de nombre y de objetivos, pasando a llamarse Madrid Sport Club y dedicándose a todos los deportes, empezando por una sección de tenis. Estos planes no prosperaron, aunque el Madrid FC (ya Real Madrid CF) sí sería un club polideportivo muchos años después, con secciones de un gran número de deportes.

El Mundo Sportivo, 11 de noviembre de 1903.

El Mundo Sportivo, 11 de noviembre de 1903.

Asimismo, destacamos la expresión “Ni vencidos ni conquistadores” (“nuestro lema”). El primer lema del Madrid.

¿Podría ser una traducción algo libre (la frase literal en inglés dice “Neither vanquished nor conquerers”) de la frase célebre en la España del siglo XIX “Ni vencedores ni vencidos”?

Tal vez, pero eso pertenece al terreno de la especulación.

La frase “Cuando los Azules han ganado un partido, dejan que los Rojos ganen otro. Somos hermanos” es asimismo significativa y alude a un modelo futbolístico alejado de la competitividad.

El párrafo del himno madridista de 1952 “Enemigo en la contienda, cuando pierde da la mano sin envidias ni rencores, como bueno y fiel hermano”, parece tener un antecedente directo cincuenta años antes.

Otro aspecto por estudiar es la autoría de la carta. ¿Quién era el firmante de la misiva, Julio Rubaudonadeu Fernández?

Pues se trataba de un joven nacido en Madrid el 21 de agosto de 1884, que había estudiado el Bachillerato en el Instituto Cardenal Cisneros de la capital (finalizando en 1899) y que, precisamente en 1902, estaba en la Facultad de Ciencias de la Universidad Central cursando Ingeniería Industrial, estudios que abandonaría en 1903.

Su familia era mucho más célebre que él, ya que su padre y su tío fueron destacadas figuras en el ámbito de la política, concretamente de los sectores republicano, federalista, masón, ateo e izquierdista.

El padre de nuestro protagonista era Julio Rubaudonadeu Corcellés (realmente nacido en 1843 como Julio Rubau Donadeu, tanto él como su hermano José decidieron unir sus apellidos formando uno sólo) y era natural de Figueras (Gerona). Era hijo de Ignacio Rubau Casadevall, uno de los fundadores del Partido Republicano Español en 1838 y liberal que había destacado en el combate contra los carlistas.

A los quince años Julio Rubaudonadeu (padre) emigró a Barcelona junto a su hermano José, que llegaría a ser diputado y secretario de Estanislao Figueras en su etapa como presidente de la Primera República Española, en 1873.

En 1863 se instala en Madrid y participa en la vida política de la capital, tomando parte activa en los procesos revolucionarios, incluso en las barricadas, como el 22 de junio de 1866.

En 1867 fundaba un taller litográfico en el que imprimieron toda suerte de proclamas revolucionarias, el 28 de septiembre de 1868 tomó parte del asalto al cuartel de San Gil.

El protagonismo de los hermanos Rubaudonadeu era tan grande en los sectores revolucionarios madrileños, que la reunión para fundar la sección española de la Primera Internacional, con presencia del revolucionario y anarquista italiano Giuseppe Fanelli, tuvo lugar en su casa (calle de la Luna, número 1).

En 1871 Julio Rubaudonadeu contraía matrimonio civil (de los primeros celebrados en Madrid) con la joven toledana María Fernández Cabeza. Fruto de esta unión nacerían nuestro protagonista, Julio, y otros siete hijos, ninguno de ellos bautizados y varios de ellos portadores de nombres de pila muy llamativos (“Danton Figueras Terradas”, “Julio Juárez Washington”), el nombre completo del autor de la primera carta del Madrid FC era Julio Arístides Abderramán Rubaudonadeu y Fernández.

Como no podía ser de otra manera, los hermanos Rubaudonadeu tuvieron mucho protagonismo en los sucesos revolucionarios acaecidos en Madrid el 11 de febrero de 1873, en los que se proclamaría la Primera República. José Rubaudonadeu salvó la vida del exministro Laureano Figuerola en el fragor de la batalla.

Tres años más tarde Figuerola sería nombrado presidente de la Junta Directiva de la Institución Libre de Enseñanza, proyecto pedagógico krausista sin el que no se entienden los inicios del deporte en Madrid.

El krausismo era un sistema filosófico caracterizado por el intento de conciliar el racionalismo con la moral, entre los preceptos básicos del krausismo español se encontraban la secularización, la pedagogía y el universalismo.

Tras la caída de la Primera República Julio Rubaudonadeu Corcellés se centró en sus negocios, pasando de la litografía a los curtidos y después a la construcción, aunque sin abandonar jamás su compromiso político republicano (Bernadás, 1893).

Falleció en Madrid en enero de 1913, recibiendo, en consonancia con sus ideas y creencias, un funeral “fuera de toda religión positiva” (El Nuevo Régimen, 20 de febrero de 1913).

Su hermano José falleció en 1916.

Pero entonces, Julio Arístides Abderramán Rubaudonadeu Fernández, ¿era un destacado jugador o directivo del Madrid FC en abril de 1902?

No podía ser directivo dada su juventud, tenía apenas diecisiete años y estaba en la universidad.

Aunque sí fue uno de los primeros socios del club (podían acceder a serlo los mayores de quince años) y jugador habitual (aunque generalmente en uno de los equipos suplentes y casi nunca en los partidos “serios”, los disputados contra otras sociedades) en 1902 y los inicios de 1903.

Tenemos acreditada su presencia (a veces como “Rubaudonadeu”, en ocasiones como “Rubau”) en muchos de los partidos de “azules contra rojos” (a los que él aludía en su carta) que el Madrid FC celebraba los jueves y domingos.

Más difícil es encontrarle en partidos importantes, como en el “Concurso Madrid” de 1902.

Si jugó algún partido del llamado “Concurso de bandas” organizado por el Madrid FC entre los equipos madrileños (Moncloa, New, Moderno, Retiro, Español, el propio Madrid), concretamente el 14 de diciembre de 1902 jugó el Madrid 1-1 Moncloa.

Temporalmente, podemos ubicar sus participaciones en partidos entre abril de 1902 (precisamente en la etapa de la carta y de la oficialización del club) (Heraldo del Sport, 15/04/1902) y enero de 1903 (El Cardo, 30/01/1903), parece que actuaba indistintamente en cualquier posición, aunque la mayoría de las ocasiones en defensa.

Heraldo del Sport, 15 de abril de 1902.

Heraldo del Sport, 15 de abril de 1902.

Heraldo del Sport, 31 de mayo de 1902.

Heraldo del Sport, 31 de mayo de 1902.

A partir de enero de 1903 desaparece de las alineaciones, fue una época de cambios en su vida (también abandonó la universidad) y parece que el fútbol dejó de ser una prioridad para él.

Si podemos afirmar que su ideología estaba en la línea marcada por su padre y su tío. En 1919 fue noticia (El Pueblo, 16/11/1919) por conceder a los obreros en calefacción y ascensores cincuenta mil pesetas y un solar, a fin de que construyeran su taller colectivo. En la noticia se vinculaba esta iniciativa a la tradición republicana y de izquierdas de la familia Rubaudonadeu.

Su impronta en la historia del club parecía haber sido nula, pese a ser uno de los primeros socios y jugadores es casi imposible encontrarle en cualquiera de los numerosos libros sobre el Real Madrid publicados.

Además, en las escasas ocasiones en las que aparece, lo hace con su apellido mal escrito (en el listado de los “67 pioneros” que se publicó en la colección Cien años del Real Madrid, aparece como “Ribadonadéu”) (Salazar, 2001, p.9). En otras muchas obras ni aparece.

Podemos atribuir este olvido a una cierta intencionalidad política, o simplemente a la falta de rigor que ha acompañado a la historiografía del deporte español desde sus inicios. Nos inclinamos por la segunda opción.

No podemos saber si la carta a Glasgow fue una iniciativa individual de Rubaudonadeu, o si fue algo consensuado con la directiva de la entidad. Pero sí podemos extraer información interesante de la misma, sobre el ambiente y la ideología imperante en aquel grupo de amigos que era el Madrid FC de 1902.

Asimismo, podemos extraer otras conclusiones sobre el carácter heterogéneo y transversal de la entidad en su nacimiento. En el primer Madrid FC había españoles y extranjeros, madrileños y recién llegados de otras provincias, personajes de la nobleza y de la burguesía, monárquicos liberales y republicanos de izquierdas.

El mismo espíritu heterogéneo y plural puede hallarse en otros clubes de la época, como el FC Barcelona, club fundado bajo el paraguas de la Federación Gimnástica Española y Narciso Masferrer. Los primeros estatutos del club azulgrana (1902) contenían la expresión “Esta Sociedad no podrá tener nunca carácter político, ni tendrá otros periódicos que los deportivos.”

No estaba la política presente en el ánimo de los pioneros de estos clubes. Su interés era el sport, la regeneración, la salud.

Podemos especular sobre la coincidencia de la presencia de varios catalanes (como los hermanos Padrós) o personas de origen catalán (como Rubaudonadeu) en estos primeros pasos del Madrid FC, aunque no podamos extraer deducciones al respecto.

Asimismo, no podemos omitir (sin sacar más conclusiones que la mera coincidencia, por ahora) el origen familiar de Narciso Masferrer Sala (nacido en Madrid en 1867, pero cuyo padre, Tomás Masferrer Bataller, era de Figueras como los hermanos Rubaudonadeu), ni su ideología republicana y federal en su juventud madrileña (en su madurez evolucionaría a posiciones conservadoras y monárquicas).

Otro personaje importante en el periodismo deportivo (Barcelona Sport, Los Deportes) y el ambiente regeneracionista barcelonés de Masferrer, Josep Llunas Pujals (Reus, 1852-Barcelona, 1905), tenía una larga trayectoria política en el anarcosindicalismo y era tipógrafo de profesión (Torrebadella, 2017).

Parece que la influencia de los nuevos movimientos políticos, sindicales y filosóficos en el primer deporte español del siglo XIX podría haber sido mayor de lo estudiado hasta la fecha.

En Francia sí está ampliamente documentado el debate entre diferentes concepciones del deporte (como la que encarnaba el diputado socialista Paschal Grousset, “Philippe Daryl”, defensor de una visión social, popular y comunitaria del sport, enfrentada a la visión elitista, competitiva y “versallesca” de Pierre de Coubertin). El odio de Coubertin hacia Grousset era de dominio público («El señor Paschal Grousset es un hombre al que desprecio y con el que no quiero tener ninguna relación») (Durry, 1997; Arrechea, 2018).

En los ambientes krausistas españoles (Francisco Giner de los Ríos, la Institución Libre de Enseñanza) Grousset despertaba muchas más simpatías que Coubertin.

Buena prueba de ello es el testimonio de uno de los representantes españoles en el Congreso de La Sorbona de 1894, el profesor krausista Adolfo González Posada (Oviedo, 1860-Madrid, 1944).

Sobre Coubertin, dijo: «Francamente, yo esperaba encontrarme con un sportman (en lo físico) y me llevé un gran chasco. El barón de Coubertin, persona finísima, que con tanto entusiasmo defiende los juegos del sport, es un hombre de corta estatura, y que bajo ningún concepto se asemeja a un atleta» y, añadió: “representa el movimiento favorable a la atlética en ciertas esferas aristocráticas».

Mientras que, sobre Grousset, afirmó: «antiguo miembro de la Commune, deportado creo en Nueva Caledonia, diputado socialista hoy por París, representa ese mismo renacimiento [deportivo] en la burguesía y en el pueblo acaso» (González Posada, 1894; Arrechea, 2018).

Grousset fue el principal promotor del fútbol en Francia, pese a ser defensor de los juegos y deportes tradicionales franceses frente a los “sports” ingleses, con el foot-ball hizo una excepción y en su Encyclopédie des Sports (1892) hizo un gran esfuerzo por su divulgación.

Consideraba que tenía una raíz popular y grupal, y que podía arraigar en todas las clases sociales.

En España, tanto la Institución Libre de Enseñanza, como la Federación Gimnástica Española, llegarían a idéntica conclusión (probablemente influidos por Grousset).

El fútbol español tiene sus orígenes en el krausismo y el regeneracionismo y la fundación de los primeros clubes consolidados es fruto de una reflexión intelectual que desembocó en una elección por el fútbol, frente a otros deportes que también se ensayaron y valoraron como opción.

FUENTES

Arrechea, F. (2015, noviembre). Orígenes, nacimiento y consolidación del FC Barcelona. Cuadernos de Fútbol, 70, CIHEFE.

Arrechea, F. (2018). España y los Juegos Olímpicos. Madrid: CIHEFE.

Bernadás, A. (1893). Biografías republicanas. Julio Rubaudonadeu. Madrid: Sucesores de Rivadeneyra.

Bravo Mayor, L. J. (2017, mayo). Documentación inédita de la historia del Real Madrid. Concurso de football (mayo de 1902). Cuadernos de Fútbol, 87, CIHEFE.

Durry, J. (1997, 17-20 de septiembre). Tissié et Coubertin. En Congreso Pierre de Coubertin et l´Olympisme. Question pour l´avenir. Le Havre.

González, L. M. (1976). Historia del Real Madrid. “Grandes Clubs Españoles”. Coleccionables de As Color. Madrid: AS.

González Posada, A. (1894, agosto). La enseñanza en París a vista de pájaro. La España Moderna, 58, pp. 5-32.

Martínez Patón, V. & Bravo Mayor, L. J. (2013, octubre). La aguja del pajar: el origen del fútbol en Madrid. Cuadernos de Fútbol, 27, CIHEFE.

Salazar, B. de (Dir.) (2001). Cien años del Real Madrid. Madrid: AS.

Sinova, J. (Ed.) (2002). El Diario del Real Madrid. Madrid: El Mundo del Siglo XXI, Unidad Editorial, S. A.

Torrebadella, X. (2017). Narciso Masferrer y del deporte en la encrucijada del regeneracionismo, el nacionalismo y el problema social en la España de principios del siglo XX (1897-1920). Cuadernos de Fútbol, 90, CIHEFE.

Torrebadella, X. & Arrechea, F. (2015). Los Orígenes de una Ciudad Olímpica. La vida gimnástica-deportiva en la Barcelona decimonónica. Madrid: CIHEFE.


[1] The Courier, 29/04/1902; The Greenock Telegraph and Clyde Shipping Gazette, 29/04/1902; The Edinburgh Evening News, 28/04/1902; Dundee Evening Post, 28/04/1902; The Scottish Referee, 2/05/1902; Cheltenham Chronicle, 3/05/1902.




Manipulaciones con una gira de fondo

Durante los años 40, 50 y primera mitad de los 60, en el pasado siglo, los españoles tuvieron ocasión de familiarizarse con la manipulación informativa, hasta el punto de alcanzar un doctorado. No en vano, a la censura bélica impuesta por los dos bandos entre julio de 1936 y la primavera de 1939, sobrevino otra, entre civil y religiosa, destinada no solo a desterrar “malos hábitos, costumbres licenciosas y la abominación roja, carcoma moral de una patria rescatada del caos por el Caudillo”, sino a la implantación de dogmas políticos y canónicos. El nuevo órgano contó con un auténtico ejército de “lectores” anónimos, identificados en sus informes mediante seudónimo, próximos a La Falange, el clero, u organizaciones del espectro victorioso. Hubo, entre ellos, alguna figura de relumbrón, como el más adelante Premio Nobel de Literatura Camilo José Cela, por más que sobreabundase la grisura intelectual y una visión de la vida entre orejeras. Un simple paseo por los archivos de Alcalá de Henares bastará para sumergirnos en aquel pacato universo.

A la brillante columnista Josefina Carabias le suprimieron de un artículo el vocablo braga, “por obsceno e inmoral”. Otro término prohibido era “carnaval”, pero como la celebración continuara llevándose a cabo con gran fervor en puntos tan inconexos como Cádiz, Tolosa o Santa Cruz de Tenerife, la prensa halló un cómodo sucedáneo con “carnestolendas”, en tanto la cartelería oficial lo rebautizaba como “Fiestas de Invierno”. Cierto intérprete de las normas, sin mucho cacumen, puso serios impedimentos a la publicidad de una compañía zarzuelera que anunciaba “Agua, azucarillos y aguardiente” y “La Gran Vía”, porque “después de la gloriosa victoria en nuestra Cruzada, es público y notorio que la Gran Vía se denomina Avenida de José Antonio”. Tampoco carece de desperdicio el testimonio recogido por Juan Ignacio Luca de Tena en sus memorias periodísticas tituladas “Mis amigos muertos”. El diario “ABC” no pudo referirse a “la vieja España de Alfonso X El Sabio”, porque al funcionario encargado de revisar las galeradas se le antojó “propaganda monárquica”.

Mueve igualmente a hilaridad la esperpéntica suspicacia del censor con quien tropezase Francisco González Ledesma, mucho antes de soñar con el Premio Planeta. Lástima que aquel lectorzuelo forzase un larguísimo paréntesis en su carrera literaria “seria”. Acababan de otorgarle el Premio Internacional de Novela cuando aún no había cumplido las 25 primaveras y, según sus propias palabras, se las prometía muy felices: “Era un galardón prestigioso, con nada menos que Sumerset Maugham presidiendo el jurado. Me creía un hombrecito, desconocedor aún de que hacerse hombre no es tarea fácil. La censura se encargó de enseñármelo, al prohibir la publicación por obra roja y pornógrafa. Roja puede, pensé. Al fin y al cabo me había criado en un enclave obrero, muy reivindicativo. ¿Pero pornógrafa? Cuando pedí cuentas al censor, luego de agenciarme su identidad, me señaló una página: Mire, aquí dice que el chico pone una mano en la rodilla de ella. Impertérrito, aduje: Bueno, así es; no me parece algo tan grave, siendo novios. Y él contraatacó de inmediato: Pudiera no serlo, pero es que del texto se desprende la intención de subir esa mano.

Luis García Berlanga, referente del celuloide hispano, también fue testigo de un solemne dislate mientras rodaba una de sus películas. “Me pusieron una especie de censor espiritual, Grau creo que se apellidaba. Como debíamos pasar muchas horas juntos, un día va y me dice: Si usted cree que soy un retrógrado, uno de esos que van con el trabuco bajo el brazo, se equivoca. Aquí, donde me ve, he sido uno de los curas más modernos de España, uno de los más perseguidos por la jerarquía católica. Aquí, donde me ve, he pasado años dificilísimos. Él insistía en su aquí donde me ve, pero no lo aclaraba. Hasta que por fin me confiesa: Aquí donde me ve, señor Berlanga, fui el primer sacerdote español en llevar reloj de pulsera”.

La censura no sólo estuvo obsesionada con el Sexto Mandamiento. Aunque al encargado de visar la publicidad de este film se le antojase muy provocativo el pecho de la protagonista.

La censura no sólo estuvo obsesionada con el Sexto Mandamiento. Aunque al encargado de visar la publicidad de este film se le antojase muy provocativo el pecho de la protagonista.

Pese a tanto despropósito, la censura resultó blanda para no pocos devotos del régimen. El Padre Félix García se expresaba de este modo en una de sus críticas literarias aparecidas en “Ecclesia”: “No se trata de restablecer la Inquisición -aunque no estaría mal, para poner muchas cosas en su punto-, ni de abatir cimas líricas o vuelos universales por el campo sin fronteras de todos los saberes. Se trata, sencillamente, de apuntar unas observaciones que quizá puedan servir de voz de alerta para las gentes de buena fe”.

Aquel sacerdote pudiera no constituir excepción. Y es que cuando ciertos mitrados de la Iglesia decidían blandir brocha o tijeras, había motivos para echarse a temblar. Sucedió con Monseñor Pildáin, ultramontano del sexo donde los haya, a raíz de que el Frente de Juventudes construyera en Las Palmas de Gran Canaria el Estadio de la Juventud. Para engrandecerlo, se habían colocado varias estatuas de atletas, reproducción de esculturas clásicas, como el Discóbolo. Aquel obispo, entendiendo gravemente atentatoria contra la moral semejante exhibición, exigió la retirada de las mismas, o en su defecto que se las vistiera. Su protesta llegó hasta el Consejo de Ministros, sirviéndose del entonces responsable de Educación, Joaquín Ruiz Giménez, conforme habría de atestiguar el delegado nacional del Frente de Juventudes, José Antonio Elola Olaso. Gracias al propio Elola también sabemos que luego de una demostración del Frente de Juventudes en Toledo, el cardenal Pla y Daniel manifestó su disgusto porque el pantalón corto de “flechas” y “cadetes” podía excitar a las chicas adolescentes.

La censura impedía dar publicidad a los frecuentas accidentes ferroviarios, fruto del lamentable estado de la red, exigió se empleara el vocablo “senos” como sustitutivo del pecho femenino, o apareciese “ensaladilla rusa” en el menú de los restaurantes, sugiriendo como alternativa “ensaladilla zarina”. Y por supuesto, ciertas cosas no ocurrían en nuestro suelo. La homosexualidad, muy perseguida, jamás hallaba eco en nuestra prensa, lo mismo que el abuso de menores, tanto si tenía lugar en el ámbito docente como en sacristías. Cualquier folleto, hojita o pasquín, debía llevar identificación del impresor. Incluso el programa festivo de los núcleos más recónditos, puesto que toda ofensa, atentado a los buenos usos y costumbres, o asomo anticlerical, se sustanciaba en multas, si la infracción revestía carácter leve, o incluso en cerrojazo temporal de actividades, para casos más graves. Hasta que en marzo de 1966 Manual Fraga Iribarne, sustituto del ultracatólico Gabriel Arias Salgado en el Ministerio de Información y Turismo, promulgase la “Ley de Prensa e Imprenta”, todos nuestros diarios eran objeto de censura previa, circunstancia que promovía, indefectiblemente, otra autocensura no menos estricta. Con respecto a la publicación de libros, tras la lectura y devolución del original a su autor, si éste decidía ponerse al mundo por montera, no ajustándose a la imposición censora, podía ver secuestrada toda la edición como al funcionario le diese por comprobar, a posteriori, si lo tachado figuraba en el texto definitivo. Las “entrevistas” radiofónicas, cuando tocaban asuntos delicados, como religión, o actualidad, tenían que pasar censura previa, resultando así puro teatrillo, cuando no pantomima. Ni que decir tiene que la política jamás asomaba por las ondas, como no fuese en los Diarios Hablados de Radio Nacional, cuya conexión resultaba obligatoria para todos los centros emisores y el vulgo había bautizado como “El Parte”. Aquellos informativos, por cierto, se iniciaban con un rimbombante y triunfal “¡Sin Novedad en la paz española!”.

La obsesión de nuestros padres y abuelos por cuanto se les hurtaba, dio pie al anecdotario más chusco. Había quienes contaban los besos que el tijeretazo censor parecía haber cortado en las películas. Y no faltaron espectadores que tras el controvertido estreno de “Gilda” aseguraban saber de buena tinta, porque cierto amigo pudo ver el film en Francia o Inglaterra, que Rita Hayworth acababa desnudándose en la escena del guante; un supuesto “striptease” convertido en baile insinuante por censores con sotana. Algo de todo punto imposible, habida cuenta de las férreas normas morales autoimpuestas por los estudios de Hollywood en tiempos del “Star System”.

El lápiz y las tijeras, en fin, no sólo cortaban o prohibían. A menudo manipulaban hábilmente. Sirvan los siguientes párrafos como aleatorio cajón de sastre, con subrayado sobre cuanto tachó el lápiz rojo.

*- En un artículo sobre la mujer:

“En ocasiones, y aunque los médicos opinen lo contrario, lo mejor para el pecho no es un jarabe, sino un sostén”.

*- Declaraciones de Perico Chicote, el más popular de los “barmen” españoles, acerca del bigote:

“A las mujeres tampoco les hace gracia, pues siempre las he oído decir que al besar parece que besan a un cepillo”

*- En otro reportaje sobre el astrónomo Gabril Tikov:

“Una noticia de Londres señala un importante descubrimiento (…). Su observatorio es uno de los mayores de la URSS: el de Pulkovo, cerca de Leningrado (…). Las conclusiones del astrónomo ruso van a editarse en un libro que se publicará bajo los auspicios de la Academia de Ciencias de Kazakstán.

Soberbio ejercicio de falsear la realidad este último, sin añadir ninguna mentira. Basta releerlo omitiendo esas podas para concluir que, proviniendo la noticia de Inglaterra, su protagonista es británico en vez de soviético, al igual que la Academia de Ciencias. Ingenio digno de mejor causa.

Todo este preámbulo ha de entenderse como ambientación de cuanto había venido ocurriendo hasta finales de abril de 1964, cuando el Guadalajara, flamante campeón de liga mexicano, cruzó el océano en una gira destinada a fortalecer sus arcas.

Tras presentarse en el Camp Nou el 30 de Abril ante el Barcelona, con empate a 2, se enfrentó al Gijón el 3 de mayo, en choque homenaje a Ortiz, jugador rojiblanco durante tantos años (otra igualada a 1), y tres días más tarde salía derrotado ante el Sevilla por un apretado 3-2. Nada destacable en ese trío de comparecencias, como no fuese la alineación de equipos festivos, por parte española, con abundancia de suplentes, o la monumental tangana organizada en Sevilla, a la que habrían de sumarse los suplentes aztecas, y hasta su masajista, transformado de repente en un vendaval humano.

Nada que justificase el titular en primera plana y con tipografía de gran cuerpo, aparecido en el semanario mexicano “Opinión Pública”:

La absurda mentira del periódico mexicano encendió los ánimos en una prensa del Movimiento acostumbrada a tergiversar informaciones y obedecer directrices.

La absurda mentira del periódico mexicano encendió los ánimos en una prensa del Movimiento acostumbrada a tergiversar informaciones y obedecer directrices.

EL GUADALAJARA TRATADO A PATADAS EN ESPAÑA. “Soldados vestidos de paisano invadieron las canchas para agredir a los aztecas por órdenes de Franco”.

Dicho medio, miembro de la Sociedad Nacional de Periodistas y Escritores Mexicanos, recogía en su interior que “el Guadalajara fue agredido en todos los lugares que jugó en España por porras volantes de soldados vestidos de civil, siguiendo órdenes directas del general Francisco Franco”. Algo del todo insostenible, cuando otras cabeceras de Jalisco y el Distrito Federal ya habían reconocido que los incidentes sevillanos tuvieron como protagonistas destacados al dúo mexicano Peña y Sepúlveda. La misma Televisión Mexicana, en su reportaje documental sobre el arranque de aquella gira, supo reconocer lo realmente acontecido, sin ningún empacho.

Por nuestros pagos, donde supuestamente jamás se mentía, ocultaba y manipulaba mediante letra impresa o informativos hablados, las malas artes de “Opinión Pública” sentaron como un cólico.

El madrileño diario “Marca”, erigiéndose en adalid del mancillado honor patrio, habría de responder en su número del 20 de mayo con notable contundencia: “No sólo se refiere al encuentro de Sevilla, en donde se organizaron los incidentes futbolísticos a donde deriva a veces un partido competido, y más si éste se juega por un equipo hispanoamericano, que desde Río Grande a Patagonia son propicios a que se les caliente la sangre. Equipos del Norte y del Sur de América han armado sus buenos líos en el mundo. En fin, por algo allí juegan entre rejas o salvaguardados por fosos insalvables”. Y luego de comparar al medio americano con un borrico, útil tan sólo para sacudir coces, concluía: “Servida va la opinión pública de México, cuando existen para su información órganos de tal jaez. Les acompañamos en el sentimiento…”

Aquel enojo de “Marca”, justificado, reconozcámoslo, se contagió a la prensa regional de las tres áreas visitadas por el Guadalajara, como no podía ser menos. En la capital hispalense, por si alguien lo hubiese olvidado, volverían a reproducirse crónicas del día de autos, poniendo el foco en aquellos incidentes: “A los dos minutos se lesionó Luque, por caer en mala postura, siendo retirado en camilla. A los veinte es Chaires, el defensa mejicano, quien abandona el terreno en brazos de las asistencias, al recibir un golpe fortuito en la cabeza. A los sesenta y cinco minutos se lesiona Agüero y le sustituye Cardo, y a los sesenta y nueve sobrevienen los incidentes antes citados, que degeneraron en batalla campal, pues los veintidós jugadores, los suplentes y hasta el masajista del Guadalajara tomaron parte muy activa. Fueron expulsados Campanal y Reyes”.

Sirva como nota aclaratoria que Luque, primer lesionado, y Agüero, el último, eran sevillistas, lo mismo que el buen defensa Campanal. Y que esa tarde los andaluces pusieron sobre el césped a varios elementos no muy habituales, como Bancalero, Cardo, o Rebellón. ¿Tanto habían escocido al otro lado del océano unos resultados mediocres para su campeón? ¿O se ajustaban mediante el fútbol viejas cuentas políticas? México seguía sin reconocer otro régimen español que el de la República derrotada. Había dado asilo a muchos intelectuales, sin nada bueno que esperar del bando triunfador. Pero pese a todo, a los desaires que en su día desplegase el presidente Lázaro Cárdenas, a la influencia económica de ciertas casas y colonias regionales instaladas en el D.F., ambos países lograban entenderse civilizadamente en materia económica, comercial, y de consumo masivo. Jorge Negrete, por ejemplo, fue ídolo incontestable de millones de españolas durante los duros años de posguerra. Más adelante, en tiempo de boleros, docenas de tríos con sombrero ancho y bordados de plata llenaron nuestros escenarios. Toreros de uno y otro lado cruzaban caminos cada temporada, para gozo de los tendidos. Y Mario Moreno, “Cantinflas” seguía siendo tanto o más taquillero en nuestras salas de cine, que Marlon Brando, Charlton Heston, Henry Fonda, Jerry Lewis, Burt Lancaster, Bette Davis o Catherine Hepburn. La sangre no podía, ni debía llegar al río.

Y no llegó, claro.

Hubo redacciones con suficiente sentido común como para ver las cosas por el lado más amable. El de la caballerosidad que exhibiese el presidente del Guadalajara cuando, en el mismo vestuario hispalense, entregase al del Sevilla una magnífica bandeja de plata repujada, con sentida dedicatoria. O rememorando la salida al campo de ambos equipos, sosteniendo cada uno la bandera nacional del otro.

Entre tanto, el Guadalajara proseguía su gira por Francia, Bélgica, Alemania y Checoslovaquia, cosechando victorias ante el Lille y Standard de Lieja, con el mismo resultado de 0-1, sufriendo dos derrotas ante Werder Bremen (2-1) y Slovan de Bratislava (1-0), y firmando sendos empates contra Angers (2-2) y Rouen (1-1). El 27 de mayo, nuevamente en nuestro suelo, saldrían derrotados 2-1 ante un combinado del Mestalla y Valencia C. F., formando entre los “chés” el guardameta Valero, el defensa Escudero, los centrocampistas Blanes y Sendra, o el atacante Navarro, todos ellos jóvenes del filial, entre los que casi cabría incluir a Totó, puesto que aún se hallaba acaparando méritos. Cuarenta y ocho horas después y ya en Madrid, a punto de poner rumbo a Guadalajara desde Barajas, el presidente del club mexicano, Jorge Agnesi, y los directivos que apuntalaban la gira, tuvieron el buen gesto de visitar la redacción de “Marca”, “con el exclusivo fin de poner los puntos sobre las íes”, según habría de recoger el deportivo, “y poner públicamente un bozal a ese semanario mejicano que, como en la fábula de Esopo, desempeñó recientemente el papel de asno…”

En modo alguno hubiera podido mostrarse más conciliador el máximo mandatario de los campeones aztecas. “Ante todo -declaró-, quiero hacer constar que somos nosotros los más indignados por el cúmulo de falsedades publicadas en cierta prensa mexicana, o pasquines sin otra pretensión que enturbiar las relaciones deportivas y de amistad que unen a España y México. Así se lo expresamos a ustedes, para que todo el mundo se entere, y así lo repetiremos al llegar a nuestro país, donde se siente profundo respeto y gran simpatía por todo lo español”. Sirviéndose igualmente de las páginas de “Marca”, quiso mostrarse agradecido por “todas las atenciones que hemos recibido en España, desde el primero hasta el último día, empezando por el delegado de Educación Física y Deporte, señor Elola, y siguiendo por los directivos del Barcelona, Gijón, Sevilla y Valencia. Todos se han desvivido materialmente por nosotros, así como los aficionados y representantes de la prensa, radio y televisión españolas”. Con humildad, además, esparció piropos: “Vinimos viendo en Europa una escuela y pensando aprender (…) El fútbol mexicano está mal situado geográficamente; entre Estados Unidos, donde casi no se practica, y Centroamérica, donde tampoco tiene gran fuerza. Por eso queríamos abrir el mercado europeo al fútbol mexicano, cosa que hemos podido lograr gracias al señor Osés, organizador de este gran viaje, del que nos llevamos excelentes recuerdos”.

Bien mirado, al mandatario jalisciense no le faltaban motivos para estar feliz. Todos los partidos de su gira habían sido emitidos por la televisión mexicana, cosechando entre 12 y 14 millones de espectadores. El primer empate ante todo un Barcelona sería celebrado al otro lado del océano como un triunfo: “Recibimos telegramas de miles de aficionados, felicitándonos. Incluso uno del Presidente del Estado”. Quizás por ello, al preguntársele qué fútbol le había impresionado más, su cortesía pecó de exceso: “El español. Es el más fuerte y aguerrido de todos, por su profundidad. Aunque sinceramente, esperábamos que los delanteros españoles tirasen más a gol, y desde todos los ángulos. Sobre todo desde fuera del área”. Como despedida, y luego de asegurar su intención de volver en el futuro, derramaría nuevas dosis de diplomacia: “El fútbol español es el que más interesa en nuestro país, entre todos los del extranjero. Los resultados de su campeonato se conocen allí al mismo tiempo que los nuestros. Y los periódicos mexicanos, a veces, priorizan la información de ciertos partidos españoles, en nuestro detrimento. Todo esto sin contar el interés que despierta la Liga Española de México, en la que actúan muchos jóvenes dirigidos por veteranos españoles como Vantolrá, Gaspar Rubio, Regueiro y otros”.

Esa Liga Española se constituyó en territorio azteca el año 1954, a raíz de que desapareciesen del fútbol profesional los clubes España y Asturias. Los Centros Españoles distribuidos por el inmenso país resultarían determinantes para la culminación del proyecto, muy en especial hasta que comenzó a rodar por sí solo. Durante las primeras ediciones únicamente podían participar españoles o sus descendientes. Luego, poquito a poco, se iría abriendo la mano, hasta conformarse equipos representativos de centros sociales, empresas con cierta notoriedad, instituciones gubernamentales y hasta hijuelas de clubes instalados en el profesionalismo. Pese a su carácter amateur, han sido varias las estrellas que de allí salieron. Cuathemoc Blanco, el internacional con más de 80 entorchados que se dejó ver durante dos temporadas por el Real Valladolid, fue uno de ellos. Otro, tras colgar las botas llegó infinitamente más lejos; nada menos que a la presidencia del país.

Puesto a compararse con alguien, el Sr. Agnesi no lo dudó: “Nuestro equipo es en México algo así como el Atlético de Bilbao. Todos los jugadores son de Jalisco”.

Casi todos, mejor. Porque para la gira en cuestión se habían reforzado con las cesiones de Munguía y “Chato” Ortín (Necaxa), Del Muro (Atlas), y Chávez (Monterrey).

Finalizando Agosto, cuando nuestros clubes ultimaban su preparación con vistas al ejercicio 1964-65, el Guadalajara volvería a ser noticia, para su desgracia. La CONCACAF había decidido suspenderlo por tres años, al negarse a jugar contra el Racing de Haití en la final del torneo para clubes campeones; traduciéndolo a Román Paladino, la Copa de Norteamérica, América Central y Territorios del Caribe. Igualmente se le condenaba a indemnizar a los haitianos por el perjuicio económico derivado de su incomparecencia. Tremendo varapalo, puesto que aun en el supuesto de revalidar su título mexicano, iba a quedar fuera del equivalente a nuestra Copa de Europa durante un trienio. Desde México se vio en la sanción un atropello, entendiendo que a su paladín se le notificó esa fecha demasiado tarde, y cuando propuso otra desde Haití la rehusaron, sin que la Confederación se diese por aludida. Nuestro diario “Marca”, curiosamente, se limitó a reproducir una escueta nota de “Alfil”, sin el más mínimo comentario.

El medio que tanto se quejara de la manipulación exterior, no tuvo ningún empacho en ejercer como pregonero durante la visita del padre Peyton. En la imagen su comparecencia en Melbourne, con llenazo.

El medio que tanto se quejara de la manipulación exterior, no tuvo ningún empacho en ejercer como pregonero durante la visita del padre Peyton. En la imagen su comparecencia en Melbourne, con llenazo.

Había hecho gala de mucha más implicación durante el mes de mayo, justo cuando las huestes del Guadalajara viajaban por Europa y llegaba desde la otra orilla el libelo de “Opinión Pública”. Porque mientras en la redacción de “Marca” velaban armas con la bayoneta bien calada, en su número del 21 de mayo titularon: “Los famosos del fútbol apoyan la cruzada del rosario familiar”.

Esos famosos eran Alfredo Di Stéfano y José Emilio Santamaría. Sólo dos. Número mínimo para justificar el plural. Ambos entrevistados por el padre Quinn, organizador de la Cruzada del Rosario en Familia, al término de un entrenamiento en el Estadio Santiago Bernabéu. “Verdaderamente es una cosa muy interesante -puso en boca de don Alfredo, el reverendo-. Espero que todos los deportistas y futbolistas acudan a la gran concentración”. “¿Tendremos su presencia en ella el día 31 de mayo, si no tiene partido de fútbol?”, servía el presbítero. Y Di Stéfano, como buen ariete, remataba a placer: “Sí, con mucho gusto puede contar con mi presencia. Si no tengo partido voy a ser uno de los que asistan”. Santamaría, por su parte, se descolgó con otra declaración de manual, tan anodina como forzada e insulsa: “Pienso que es un apostolado muy interesante, y lo conozco por otros países. Creo que será un éxito y aconsejo a todos los deportistas y entusiastas del mundo que vayan a ella”.

El propio diario “Marca” aprovechaba aquel breve espacio para dar cuenta del programa previsto: “La Virgen de la Almudena presidirá este grandioso acto, que será amenizado y solemnizado durante hora y cuarto antes de su comienzo por cinco coros y las bandas de música Municipal, de la Cruz Roja, Marina, Ejército y Policía Armada. Funcionarán trenes especiales desde El Escorial, Aranjuez, Segovia y Alcalá de Henares. Además, autobuses, tranvías y las líneas de Metro, circularán constantemente con rutas especiales durante cinco horas antes de la concentración”.

En verdad, y aun en tiempos de nacional-catolicismo, con tanta sotana ejerciendo influencias y un caudillo bajo palio, ¿cabían sueltos de tal índole en un medio deportivo? ¿No se estaba manipulando, también, a la opinión pública? ¿Acaso no hubiera sido más honesto titular “Dos”, y no “Los”, refiriéndose a los ases balompédicos con intención de asistir al maratón místico?

Pues por si no hubiera habido bastante, tres días después el mismo medio volvía a las andadas: “El Padre Peyton, atleta de la religión”, tituló otro recuadro, al que seguía un texto justificativo, en negrita, henchido de aroma a estampa:

“El Padre Peyton puede ser llamado con todo derecho un atleta, por su fuerza, su coordinación y su disciplina. Su fuerza deriva de su inmensa fe en el mensaje que trae. Que tiene coordinación es evidente, por sus éxitos en organizar concentraciones del Rosario en Familia, una y otra vez. Prueba bien ser hombre disciplinado, dedicándose totalmente a un objetivo: unir a la familia por la oración. No es una sorpresa, por tanto, que el mensaje al cual el padre Peyton nos llama, tenga un particular atractivo para todos los atletas de Madrid, católicos y no católicos. El domingo 31 de mayo estamos llamados a presenciar una de las más grandes concentraciones de que esta provincia ha podido ser testigo. ¿El propósito de esta concentración? Permitir a nuestra Bendita Madre conocer nuestro intenso deseo de paz familiar”.

Decididamente, no sólo en México se confundía lo informativo con la manipulación y el alarde propagandístico.

Propaganda pura a través del deporte y los deportistas. Otra forma pretendidamente más sofisticada de manipular.

Propaganda pura a través del deporte y los deportistas. Otra forma pretendidamente más sofisticada de manipular.

Al irlandés Patrick Peyton se esforzaron en presentarlo desde todos los medios nacionales como santo en vida, recuperado de una tuberculosis por intervención divina, siendo seminarista. Del hombre de negocios oculto bajo aquella sotana, ni palabra. Lo cierto era que tras emigrar a los Estados Unidos durante su primera juventud, estuvo ejerciendo de sacristán, por más que anhelara convertirse en sacerdote. Una vez ordenado, hizo suya, mediante distintas emisiones radiofónicas, la vieja fórmula consistente en mezclar populismo, prédicas fundamentalistas y movilización de masas, sin desdeñar cuanta tecnología pudiera servirle de altavoz. Apoyándose en varias estrellas de Hollywood, en 1947 fundó la “Family Theater Productions”, destinada a introducir en el cine los valores cristianos. Al mismo tiempo seguía empleando como púlpito distintas emisoras de radio. Seiscientos programas hablados, nada menos, llegaron a salir a las ondas desde su productora. A partir de 1958 pareció enfrascarse en una acumulación de récords, congregando multitudes bajo el lema “La familia que reza unida, permanece unida”. 220.000 personas en Saint Paul, Minnesota. 550.000 en San Francisco de California, el año 1961. Casi dos millones en Sao Paulo durante 1964… Cada récord no hacía sino estimular la competitividad de las grandes urbes a donde llegaba en gira apostólica. La concentración madrileña, empero, resultaría decepcionante, al quedar lejos, muy lejos, de las 800.000 almas estimadas cuando compareció en Barcelona, justo un año después. Claro que pese a todo, tampoco parece que España le dejase mal sabor de boca. Lo desmiente el hecho de haber filmado en nuestro suelo “Los misterios del rosario” (1958).

El humor al servicio del Referéndum. Orbegozo, viñetista de cabecera en “Marca”, también puso su granito de arena.

El humor al servicio del Referéndum. Orbegozo, viñetista de cabecera en “Marca”, también puso su granito de arena.

Transcurridos dos años desde que el padre Peyton y los futbolistas mexicanos diesen quehacer a los redactores de “Marca”, mientras el Guadalajara seguía purgando su sanción en el estado de Jalisco, Franco, tan refractario a las urnas, convocó un referéndum para el 14 de diciembre de 1966. Prensa, radio y televisión, martillearon a todos los españoles con la necesidad de un “Sí”, aunque no explicasen qué había detrás de la aceptación y por qué debía otorgarse el pláceme. Ni que decir tiene, ni una sola voz puso expresar públicamente la conveniencia de un hipotético “No”. El diario “Marca”, como cualquier otro adscrito al Movimiento, se unió a la alharaca. En su caso a través de una sección diaria titulada “El español que hay en cada deportista”, donde figuras nacionales del deporte justificaban su “Sí” con letras mayúsculas. El pertiguista bilbaíno Ignacio Sola, el jinete Francisco Goyoaga, la tenista Mª del Carmen Hernández Coronado, Manuel Santana, hombre que introdujo los conceptos “drive”, “set” o “match-ball” en las salas de estar, entre capítulos de “Bonanza”, “Los Intocables” o “Embrujada”; el jugador de baloncesto Carlos Sevillano, e ídolos del balón como Luis Aragonés, Adelardo Rodríguez, Ferenc Puskas, Enrique Collar, Pedro Eugenio De Felipe o Jorge Mendonça, entre otros muchos, irían asomando. Sus respuestas, repasadas con 50 años de distancia, proporcionan un curioso panorama sociológico.

“- En la votación del referéndum, ¿será espectador también?

– ¡Vamos hombre; ni hablar! Ese es un deber de español y yo me siento tan español como el primero. Claro que votaré, y por supuesto para poner un “Sí” en la papeleta”. (Luis Aragonés)

“- ¿Qué votará usted?

– Qué cosas, hombre. Eso no tiene vuelta de hoja. Yo, que soy de los que han pasado por la guerra, estoy con Franco y estaré con él toda la vida. Por si fuera poco todo lo que él ha hecho, ahora incluye una libertad política que dice mucho en su favor. Veintisiete años de tranquilidad bien merecen un “Sí”. (Francisco Goyoaga)

 “Yo no he vivido los veintisiete años de paz, pero sí los 9 que llevo aquí, en santa paz, con mi familia. Mis cuatro hijos son madrileños y la paz de ellos, por si fuera poco también la mía, bien merecen un “Sí” rotundo”. (Jorge Mendonça, portugués nacionalizado español)

“Un “Sí”. Un Firme “Sí”, porque estoy plenamente convencido de que la política que se ha seguido y se está siguiendo, es la más conveniente para todos”. (Enrique Collar)

“Diré que “Sí”, porque desde que pisé España no he tenido motivo para votar lo contrario. Mi familia y yo vivimos en un país en paz, que nos acogió hospitalario. Sólo por continuar con la paz que aquí se vive, merece la pena poner un “Sí”. Sin dudarlo”. (Ferenc Puskas)

“Francamente, no he leído la Ley Orgánica, pero por los comentarios que siempre se hacen, estoy convencido de que votar “Sí” es lo más conveniente para todos”. (Adelardo)

“Estoy convencido de que todos coincidiremos en la respuesta. Y que, por tanto, no habrá problema. La respuesta es “Sí”, claro…” (Manuel Santana)

El relativamente modesto Alfredo Rebellón, entonces en el Sevilla C. F., estuvo más cerca de poner el dedo en la llaga, al afirmar: “Pienso que muchas personas van a estar faltas de una detallada información. Porque es cierto que se habla mucho del Referéndum, pero no se explica en lenguaje vulgar los que significa esa Ley. Eso pienso yo, claro, con la vista puesta en muchos otros”. Aunque inmediatamente añadiera, consciente de dónde estaba: “Por lo demás “Sí” cuantas veces hiciera falta”.

Por cierto que bajo las breves entrevistas a Santana, Adelardo y De Felipe, con declaración de sus “síes”, aparecía esta sentencia atribuida al diario barcelonés “Tele-Express”:

“Si usted se abstiene en el próximo Referéndum hará el juego a aquellos con los que ningún español puede estar de acuerdo, sean cuales fueren su ideología y posición hacia el régimen”.

Franco también votó en “su” Referéndum, como atestigua este certificado. Lo tomaría de recuerdo, pues nadie iba a demandárselo en su dependencia o lugar de trabajo.

Franco también votó en “su” Referéndum, como atestigua este certificado. Lo tomaría de recuerdo, pues nadie iba a demandárselo en su dependencia o lugar de trabajo.

Parece obvio que las manipulaciones no eran sólo patrimonio mexicano, con o sin una gira futbolística de por medio.

Y es que siempre ha sido más fácil ver la paja en el ojo ajeno, que la viga en el propio.




Epílogo para una guerra

La victoria franquista llevó aparejada una sucesión de cambios drásticos en materia de libertades individuales, comportamientos públicos y privados, adoctrinamiento ideológico y culto a la autoridad, fuere esta política, militar o religiosa, perceptible incluso en la estética cotidiana. Distintas leyes, incluyendo efectos retroactivos para escarnio al más conceptual estado de derecho, situaron a decenas de miles de españoles en la absoluta indefensión. Quienes legitimaron su divorcio durante los días republicanos, por ejemplo, de pronto se supieron polígamos. O volvían junto a su primer cónyuge, aquel con quien resultó imposible la coexistencia, o su amancebamiento podía acabar en sentencia condenatoria, ante cualquier denuncia de adulterio. Peor lo tuvieron muchos sindicalistas, sobre todo si se habían significado en el ámbito de la enseñanza, el agro, la industria manufacturera o el funcionariado. Al entenderse ilegal su actividad durante el periodo republicano, por más que entonces se ajustara a derecho, conocerían purgas, encarcelamientos y hasta pelotones de fusilamiento. La iglesia católica, arbotante sustentador de un régimen obligado a cimentar legitimidades, prestó su cruz, a cambio de tutelar la educación e imponer una moralidad tan rígida como canónica, a golpes de hisopo. Si los obispos cedieron el palio al “Generalísimo”, miles de presbíteros movilizados de Norte a Sur y de Este a Oeste se entregarían a “la magna obra de extirpar hasta el último resto de cizaña”. Las mujeres, en fin, de vuelta a casa y las sacristías concluido el recreo, perdida su condición de seres autónomos, tornaron a precisar autorización paterna o marital para abrir cuentas bancarias, aun siendo suyo el dinero, para obtener pasaporte y, ¡faltaría más!, si deseaban trabajar por cuenta ajena.

Tampoco el fútbol se libró de asumir la nueva era, al igual que el resto de deportes. La designación del general Moscardó, héroe del Alcázar toledano como presidente del Comité Olímpico, ya auguraba intenciones. Y virtualmente en paralelo, distintos mandos militares -muchos de ellos hombres del deporte, aclarémoslo- se irían haciendo con casi todos los puestos de honor federativos. Hasta el último vocal del más modesto club de pueblo en el inmediato pasado, disponía de la correspondiente ficha policiaca, estimándose o no su idoneidad futura según el calor con que abrazase los postulados del “Glorioso Movimiento”. La autoridad gubernativa, en todo caso, se reservaba el derecho de “sugerencia” o veto en la composición de nuevas juntas directivas, donde sobre todo al principio rara vez faltaban militares de rango, o en su defecto laureados civiles, conocidos falangistas o, como mínimo, algún caballero mutilado.

El general Moscardó, presidente del Comité Olímpico Español, máxima autoridad deportiva tras la Guerra Civil.

El general Moscardó, presidente del Comité Olímpico Español, máxima autoridad deportiva tras la Guerra Civil.

Era vox populi que para eludir encontronazos y lograr la cesión de instalaciones municipales, bastaba con designar presidente a la autoridad militar más próxima. Y así, clubes tan dispares y enclavados geográficamente a ambos lados del conflicto, lucían en sus juntas directivas gorras de plato, sables, botas de caña o emblemas de aviación. Podrían servirnos como botón de muestra Deportivo Alavés, Madrid, Alcoyano, C. D. Palencia, Gimnástica Burgalesa, Izarra de Estella o el antiguo Atlético de Madrid, al que le surgieron alas tras fusionarse con un Aviación Nacional federado tan pronto se radiara el último parte bélico. En el caso del Madrid, su presidente para la puesta a punto posbélica iba a ser nada menos que el general Adolfo Meléndez. El Izarra estellés, menos conocido a causa de su modesta dimensión, eligió a Jacinto Lasa como presidente al reanudar de actividades, mando destacado en el cuartel militar de la plaza. Y algo más tarde, cuando pasara a residir en Pamplona, los izarristas fichaban como jugador a “Titín”, uno de sus hijos, procedente del Anaitasuna. Otro club mucho más modesto, el guipuzcoano Amaikak-Bat, elegía como primer dirigente posbélico al teniente de carabineros Jesús Tamames.

La evocación de esta entidad debarra desmiente, además, uno de los falsos asertos adheridos al periodo de reanudación deportiva: el de que por imperativo legal todos los clubes debieron ajustar sus denominaciones a la ortodoxia del idioma castellano.

Es cierto que respondiendo a un pintoresco intento de poda -Decreto-Ley de la jefatura del estado, diciembre de 1940-, se quiso desterrar de nuestra lengua términos extranjeros. Por cuanto al fútbol respecta, los Racing, Sporting, Athletic, Stadium o Football Club -incluso Fútbol Club-, tuvieron que renunciar a esos anglicismos, para convertirse en Reales, Deportivos, Atléticos, o “clubes de fútbol”. Y fuera del ámbito deportivo, con obvia intención de evitar cualquier resonancia bolchevique, los restaurantes sustituyeron en sus cartas la ensaladilla rusa por “ensaladilla zarina”. Verdad, también, que se impidió inscribir en el registro a niños con nombres no españoles, y que lenguas asociadas no sólo al nacionalismo independentista, sino a la república, como euskera y catalán, sin ser prohibidas en puridad, se hizo bastante por ensordecerlas. Aunque tampoco se llegara al extremo que hoy intentan defender determinadas voces, omitiendo, por ejemplo, la existencia de premios literarios en lengua catalana, como el Joanot Martorell de novela, ya durante el durísimo último tercio de los años 40, o el Víctor Catalá de cuentos, a partir de 1953; la irrupción, sin especiales problemas con la censura, de “La cua de palla”, mítica colección “negra” a principio de los 60, las traducciones de éxitos internacionales que por esa misma época llevase a cabo “Plaza & Janés”, o hasta la enseñanza del idioma catalán, desde 1950, en las escuelas adscritas a la Institución Cultural Centre de Influencia Católica Femenina. El gallego, en cambio, idioma mucho más inofensivo ideológicamente, seguiría rampante por la geografía sueva. Pero a pesar de los pesares, los nuevos jerarcas de nuestro fútbol consintieron el empleo y pervivencia de algunas denominaciones en lengua vernácula.

Son conocidos los casos pamploneses de Osasuna -salud-, Oberena -equipo-, Denak-Bat -todos-uno-, Indarra -fuerza-, Erri Berri olitense -nuevas personas-, Gure-Txokoa -nuestro sitio-, de Vera de Bidasoa, o Beti-Gazte -siempre joven-, de Lesaka, justificados a veces desde la teoría de una amplia y decisiva colaboración navarrica en la causa franquista. Cuantos defienden tal hipótesis olvidan la existencia de otros clubes en feudos otrora republicanos, y no poco nacionalistas, a los que se permitió competir con denominaciones euskéricas, o como entonces se escribía “vascuences”. El mencionado Amaikak-Bat -once-uno-, Anaitasuna -fraternidad-, de Azcoitia; Lagun Onak -buenos amigos-, de Azpeitia; Ilintxa, de Legazpia; Ur-Kirolak -deportes acuáticos-, de San Sebastián; Chapel Gorri -boina roja-, de Vilafranca de Oria; Kerizpe -sombra-, de Fuenterrabía; Iturrigorri -fuente roja-, bilbaíno; Peña Beti -peña eterna, o perdurable-, de La Peña, barrio vizcaíno de Arrigorriaga, muy próximo a Bilbao; Aurrera -adelante-, de Ondárroa; Apurtuarte -encina rota-, del valle vizcaíno de Asúa; Jolaseta -juegos o esparcimiento-, del barrio guechotarra de Neguri; Larramendi -monte de pastores-, de Alonsótegui, localidad próxima a Baracaldo; y Ederra -hermoso- de Luchana, en Vizcaya. Todos ellos conservaron el nombre que ya tenían, o emergieron con tal denominación durante los primeros dos años posbélicos.

Los maximalismos y las aseveraciones absolutas no acostumbran a encajar con la realidad histórica. Y además, el fútbol y sus gentes patentizarían bien pronto la decidida intención de seguir rigiéndose como más les pluguiese. De ello se dio cuenta en seguida el teniente coronel Troncoso, primer presidente de la F.E.F. franquista.

Julián Troncoso Sagredo, primer presidente de la F.E.F. en la era de Franco.

Julián Troncoso Sagredo, primer presidente de la F.E.F. en la era de Franco.

Julián Troncoso Sagredo (Valladolid 12-XI-1895 – Madrid 26-IX-1983) era, al menos, tan deportista como militar. Diplomado en educación Física por la Escuela de Gimnasia del Ejército, único centro que antaño impartía esa enseñanza, habitual participante en concursos hípicos y presidente de la Federación Aragonesa de Atletismo, además había sido directivo del Zaragoza justo durante la campaña en que los maños rubricaron su ascenso a 1ª División. Distaba, pues, de ser un advenedizo cuando en octubre de 1937 fue designado presidente de la F.E.F. franquista con sede en San Sebastián. Reconocida esta por la F.I.F.A., en detrimento de la republicana, comenzó a preparar tanto una futura reestructuración del deporte rey como su primer torneo, la Copa del Generalísimo correspondiente a 1939. Todo ello sin descuidar una implicación bélica de la que saldría con algún quebranto.

Comandante de Fronteras en Irún a partir de 1937, organizó una red dedicada al asalto y secuestro de buques afines a la república, cuando recalaban en puertos franceses. Para no emborronar internacionalmente a la causa franquista con sus golpes de mano, hizo creer que obraba a su libre albedrío, ofreciendo las capturas al mejor postor. Corrían tiempos convulsos y a nadie pareció extrañar que un combatiente quisiera asegurarse el porvenir, ante la eventualidad de luchar en el bando equivocado. La prensa gala, mordiendo el anzuelo, acabaría bautizándolo como “El Pirata del Bidasoa”, por más que todas aquellas capturas acababan siempre en manos del bando “nacional”. Cuando finalizaba  setiembre de 1937 y el submarino C-2 hubo de partir desde Gijón, cuyo puerto había sido duramente bombardeado, hacia Brest, se convirtió en pieza codiciada para los comandos. Era un buque nuevo, pues no en vano llevaba surcando los mares sólo dos años desde que lo botaran en Cartagena. Así que Troncoso y varios de sus hombres, fingiendo encontrarse en apuros, pidieron permiso para abandonar su chalupa y subir a bordo, algo a lo que el teniente de navío republicano Fernando Talayero accedió. Pistola en mano, los asaltantes quisieron apoderarse del navío, tropezando con la seria oposición de sus doce ocupantes, vendidos por el mismísimo comandante del submarino, según parece a cambio de 2 millones de ptas.(*). El cabo fogonero Diego Angosto Hernández, apostado en la torreta, abrió fuego sobre el grupo que ya penetraba por la escotilla, hiriendo mortalmente al falangista Gabarain Goñi. Otros marineros, al mismo tiempo, trataron de poner los motores en marcha sin conseguirlo. Puesto que la operación se saldaba en fracaso, el grupo asaltante volvió a tomar la lancha y puso rumbo a Brest.

Julián Troncoso en la ficha policial francesa, como responsable del comando que intentase asaltar el submarino republicano.

Julián Troncoso en la ficha policial francesa, como responsable del comando que intentase asaltar el submarino republicano.

A partir de ahí los hechos resultan confusos. Parece que las sirenas habrían sonado y, camino de Hendaya, casi todos los miembros del comando fueron cayendo en manos de la policía gala. Troncoso, sin embargo, protegido por el embajador de Argentina en España, a la sazón refugiado en la villa fronteriza, se supone alcanzó Irún oculto en el portaequipajes del coche oficial. Tan pronto conoció la suerte de sus compañeros, telefoneó a las autoridades francesas para concertar una visita de cara a negociar la libertad de todos. Ya en territorio francés, el ministro socialista del interior, Max Dormoy, ordenó su detención. “Será la guerra entre Francia y España”, habría clamado Julián Troncoso, según informaciones apócrifas, que no parecen encajar ni con el personaje ni ante el escrúpulo con que siempre manejó su actividad corsaria. Desde España, probablemente en una de tantas baladronadas propagandísticas, se apuntaba sobre la posibilidad de que 200 requetés cruzasen la frontera para liberar a los cautivos. Pero el ministro galo reforzó su posición, al afirmar: “En Francia aún manda el gobierno francés”. Franco, al fin, concluiría cerrando la frontera irunesa y ordenando el arresto del cónsul francés en Málaga.

El 22 de marzo de 1938, la justicia francesa optó por inhibirse elegantemente del intento de toma al submarino C-2, aceptando en buena medida los argumentos del abogado defensor, Monsieur Dausats: Si oficialmente Francia no reconocía la presencia del submarino en sus aguas jurisdiccionales, mal podría acusarse a nadie de un intento de asalto. ¿Acaso cabía atentar contra lo inexistente?. Troncoso y sus dos lugartenientes, apellidados Serrate y Orandain, fueron condenados a cinco días de cárcel, más otros seis meses, que ya habían cumplido desde su captura, por tenencia de armas. Todos serían puestos en libertad cuatro días después, en medio de una algarabía formidable desde las distintas cabeceras galas. “¡Escandaloso!”, titularon los medios izquierdistas.

De regreso a España, Troncoso Sagredo recibió el mando de una brigada en la campaña del Ebro, llegando a dársele falsamente por muerto en la prensa de nuestros vecinos. Sobrevivió, claro, para enredarse en un insospechado conflicto con futbolistas y entidades deportivas. Entre tanto, el submarino C-2, bajo mando del capitán de fragata soviético Nicolai Pavlovich Equipko, alias Juan Valdés, hallándose en Cartagena cuando sobrevino la revuelta del 3 de marzo de 1939, puso rumbo a Palma de Mallorca, para acabar entregándose a las tropas “nacionales” el 7 de marzo. Luego no tendría un final honroso. En 1951, tras prestar servicio a la Armada española y cuando navegaba remolcado hacia Avilés, para su desguace, se hundió a la altura de Estaca de Bares.

Mientras Julián Troncoso se hallaba preso, o combatiendo en el Ebro, le suplió al timón federativo el letrado, periodista, y desde hacía años presidente de la Federación Sur, señor López García. Éste entregaría teóricamente el relevo con fecha 26 de junio de 1938, durante una reunión celebrada en la sede del pamplonés Club Atlético Osasuna. En teoría, nada más, porque la movilización del recién liberado le obligaba a seguir moviéndose en la sombra. Sólo tras el último parte bélico podríamos considerar al coronel Troncoso auténtico y genuino presidente de nuestro fútbol, durante año y medio tan justito como ajetreado.

Para empezar, cuando se tuvo constancia de que el Oviedo, con su campo de Buenavista destrozado, no podría competir la temporada 1939-40, se apresuró a prometer esa plaza en 1ª División al Osasuna pamplonés, como contribución al compromiso exhibido por toda la provincia en el recién concluido conflicto armado. Pero, ¿por qué a Pamplona, en representación de Navarra?, parece pensaron los militares de Aviación, “propietarios” recientes del antiguo Athletic de Madrid, al que acababan de salvar de una muy probable desaparición. ¿Acaso podían ponerse en duda los méritos del cuerpo aéreo?. Los “colchoneros” con alas presionaron hasta arañar el compromiso de un enfrentamiento con los rojillos de la Plaza del Castillo, cuyo vencedor supliría la vacante asturiana. Un tropezón de novato, desde la poltrona, capaz de manchar por sí solo cualquier currículo. Máxime existiendo connivencias o simpatías emocionales, como era el caso, pues Julián Troncoso Sagredo no sólo había disfrutado en Navarra como joven oficial, sino que jugó al fútbol encuadrado el Punching pamplonés, con aquellas botas inglesas de puntera reforzada, calzón hasta las rodillas y pañuelo anudado a la cabeza.

Por desgracia no sería su único resbalón. Y el segundo le llevó a enrarecer  relaciones con los clubes más influyentes cuando, en medio de una gigantesca polvareda, pretendió liquidar el profesionalismo.

Digamos, ante todo, que su voz no fue la primera en aventurar semejante idea. El 25-VII-1937, con los españoles enfrentados a tiro limpio, Ricardo Cabot, uno de quienes once años antes apostasen decididamente por el profesionalismo balompédico, ya había clamado en favor de su abolición: “Es notorio que los principios predominantes en materia social se manifiestan en pugna con el profesionalismo y tienden, en cambio, a reconstituir la vida deportiva sobre la base de un amateurismo puro que tal imponga implacablemente la posguerra, y así (…) se plantea el problema relativo a la suspensión del profesionalismo. Una decisión radical no deja de tener dificultades, tanto por el perjuicio que causaría a los jugadores, como porque determinaría una reforma reglamentaria que, hoy por hoy, es prematuro esbozar. En cambio con la mirada puesta en la solución del problema, cabe orientarla sin causar estragos ni topar escollos (…) mediante la prohibición de aceptar inscripciones de nuevos jugadores profesionales, y con respecto a quienes ya lo son, respetar su actual situación siempre que sea continuación de la que reglamentariamente se les había creado, y facilitando en otro caso su recalificación como amateur (…) y se llegue, si así se quiere, a la extinción del profesionalismo sin sacar las cosas de quicio, sin agravio para nadie y sin daño para los jugadores”.

Lamentable aspecto del campo ovetense, al término de la guerra.

Lamentable aspecto del campo ovetense, al término de la guerra.

¿Sin daño para los jugadores?, cabría preguntarse, cuando los más afortunados vivían exclusivamente, y muy bien, de su habilidad con el esférico. ¿Qué dirían a ese respecto las cabezas visibles del recién creado Sindicato de Futbolistas Profesionales, antiguo sueño de muchos, hecho realidad, por fin, en Cataluña? Una cosa es que los vientos revolucionarios, el discurso ácrata de C.N.T., o el seguidismo socialista por cuanto trajeran desde los Urales sus aliados comunistas, abogasen por implantar conceptos y métodos de la URSS, incluido el falso amateurismo deportivo a la soviética, y otra que el segmento del fútbol -también entre combatientes republicanos- concediera graciosamente su pláceme.

“Los profesionales actuales subsistirán hasta el cumplimiento de sus contratos, pero no podrán firmar por otro club como profesionales”, sintetizó aún el señor Cabot, por si su barroca, aunque bien argumentada proposición, hubiera resultado indigesta.

El máximo responsable federativo, teniente coronel Julián Troncoso, año y medio después volvía a acariciar tal posibilidad, sobre el fondo de una España deshecha económicamente, con clubes arruinados, no sólo por el destrozo de numerosos estadios, sino, en el caso de cuantos conservaran en sus tesorerías dinero republicano, al ser declarada ilegal aquella moneda. El agravio comparativo que para la depauperada población representaban los habituales excesos del fútbol, incluso podía volverse contra el régimen. Desde ciertas instancias del mismo, todavía por apuntalar y sobre todo en voz de falangistas, se abogaba una imprescindible austeridad: “En los nuevos modos de la Falange hay que apartar ciertas costumbres que no van bien con nuestro estilo, como son los vinos de honor, los banquetes, los pasteles y dulces después de cualquier inauguración, y todas esas cosas que en tiempos más flojos eran obligadas para festejar el discurso de un político o la inauguración de unas escuelas” (Pilar Primo de Rivera en 1937, cuando Ricardo Cabot pespunteaba su tesis). El nuevo estado victorioso estaba verdaderamente para alharacas muy contadas.

No sólo parte de la población presentaba un estado famélico, sino que el ingenio popular acuñó aquel aserto tan burlón como demoledor: “Nuestro Glorioso Movimiento, velando siempre por el interés nacional, se ha empeñado en hacernos vivir sin comer, acabando así con el hambre”. El panorama arrojaba tintes muy lúgubres. Colas de menesterosos, cacillo en mano a la puerta de los cuarteles, para recibir las sobras no consumidas por la tropa. Cárceles atestadas y niños acogidos por el Auxilio Social, institución que, junto a una dieta básica, ofrecía algo semejante a reformatorios, donde hijos de los vencidos encaraban su reeducación. El estado, sin dinero con que afrontar las imprescindibles obras, abrazó una fórmula de financiación particularmente indigna, consistente en vender como barata mano de obra a muchos encarcelados, para mayor gloria y jolgorio contable de las empresas licitantes. Reproducía, en suma, una fórmula cotidiana en la Alemania bélica del III Reich. Muchas amas de casa confeccionaban tortillas sin huevo ni patatas. Era habitual el pan con menos harina que serrín. Los estraperlistas idearon mil fórmulas en su intento de burlar al funcionariado de Abastos y aquellos con mejores contactos, o más escasos de escrúpulos, se enriquecieron en el mercado negro, única solución para quienes pudieran sufragarse una dieta menos parca. La cartilla de racionamiento se convirtió en un tesoro. Había, incluso, artistas capaces de falsificarla. Los curas, desde el púlpito, predicaban resignación…

Lo que Troncoso pretendía, además de evitar el derrumbe a muchos clubes, era un amparo para quienes, sin otras capacidades que las puramente futbolísticas, veían cerrado su horizonte vital en cuanto colgaban las botas. Así, afirmó: “No se expedirán licencias a los jugadores, por buenos que sean, si no tienen una profesión y la practican, para evitar se conviertan en gente sin trabajo, viviendo sólo del fútbol”.  Sueldos máximos, los de coronel, se le achacó, sin justificar la procedencia del aserto. En cualquier caso, el Régimen acabó perdiendo la batalla del balón.

Para los clubes más poderosos, la profesionalización implicaba seguir creciendo a costa de otros más débiles, obligados a traspasar sus mejores hombres cuando los números rojos se adueñaban del balance. Ya no había sindicato de futbolistas, pero dio igual, porque jugadores y técnicos cobraron más y más, aunque ello implicase el perpetuo endeudamiento de sus patronos. Todo valía con tal de obtener títulos o eludir descensos. Desde los graderíos se perdonaba la acumulación de deudas, pero no así un fracaso deportivo. Consecuentemente, alguien pensó que al pueblo, si no pan, por lo menos había que darle circo. Y el propio presidente federativo acabó reconociendo su error ante un periodista pamplonés, a poco de abandonar el cargo por dimisión (octubre de 1940):

Muchos ayuntamientos republicanos emitieron “moneda” durante la contienda. Tras el triunfo franquista, ni estos billetes ni los legales hasta 1936, tuvieron otro valor que el otorgado por algún coleccionista.

Muchos ayuntamientos republicanos emitieron “moneda” durante la contienda. Tras el triunfo franquista, ni estos billetes ni los legales hasta 1936, tuvieron otro valor que el otorgado por algún coleccionista.

“Llevaba la idea de suprimir el profesionalismo que ya por entonces asomaba amenazadoramente. Nos dábamos cuenta de que el amateurismo era más deportivo, tal y como entendíamos muchos el deporte, menos egoísta y a la larga más práctico. Salvo para unos pocos era escaso pan para hoy y segura hambre para mañana; era tremendo ver a estudiantes colgando los libros por una firma efímera, a los sanos chicos de pueblo llegados a la ciudad para acabar en un par de años sin oficio ni beneficio, acostumbrados a vivir con un plus de sueldo que se les acababa en poco tiempo, perdiendo, a la vez, dinero, fútbol y el empleo conseguido gracias a éste. No, no era partidario del profesionalismo. Pero una vez en la Federación, el propio profesionalismo, en su rápido avance, nos arrolló. No tuvimos más remedio que plegarnos a sus exigencias con la esperanza de un normal encauzamiento (que) empezaba por no dejar abandonados a los semiprofesionales con que contábamos, limitando a unos márgenes suficientes sus honorarios futbolísticos, en la esperanza de que no abandonaran su empleo, sus estudios, su vida de futuro cuando acabase el fútbol. Y más en aquellos años de posguerra tan duros”.

Troncoso se fue del fútbol. O el fútbol lo echó, si se mira bien. Y no parece dijese adiós entre rencores. Fiel a su devoción, estuvo dando clases de gimnasia y puesta a punto física en distintos centros de enseñanza secundaria, retirándose de la carrera castrense con el grado de coronel. Aunque entre tanto sucederían varias cosas relevantes.

Muchos campos estaban irreconocibles, con su antiguo césped convertido en huertos que paliasen el déficit urbano de verduras, legumbres u hortalizas, sin vallado, sillas ni bancos corridos, al haberse empleado aquella madera como combustible. Y sin apenas un céntimo para encarar la reconstrucción. El 15 de noviembre de 1939, el general Moscardó solicitaba para los clubes idéntico trato que el dispensado a los propietarios de inmuebles damnificados. La respuesta gubernamental fue afirmativa, pero el dinero tardaría en llegar. Hubo que derrochar imaginación a lo largo del ejercicio 39-40, como el Oviedo, que al no competir y buscando el rodaje de sus estrellas, cedió a Soladrero, Antón, Herrerita y Emilín, los dos primeros al Zaragoza y los últimos al Barcelona. Todos serían determinantes. Soladrero (20 partidos jugados sobre un total de 22), poniendo orden en la zaga maña, y Antón, con 11 goles en sus 21 comparecencias, garantizando la permanencia. Para un Barcelona catastrófico, los 5 goles de Emilín García en 16 partidos, y los 8 de Herrerita en 17, se tradujeron en 7 puntos, sin los cuales la entidad catalana, 9ª  sobre un total de 12 equipos, con tan sólo 3 puntos de colchón sobre el descenso, hubiese dado con su prestigio en 2ª. Al año siguiente, cuando los asturianos volvieron a retomar la competición y un percance apartó a Soladrero de las alineaciones por espacio de varios meses, el terceto restante se mostró magnífico: Antón, 11 goles en 22 partidos. Hererrita otros 11 en 18 encuentros. Emilín 4 en 21 presencias, prodigándose en pases magníficos. Entre los tres anotaron 26 tantos, dejando únicamente 10 para los restantes miembros de la plantilla. El Oviedo mantuvo el tipo, en tanto los de la Pilarica bajaban a la división de plata.

El extremo Antón, por cierto, cumplía los requisitos que preconizase Julián Troncoso, pues compatibilizaba su buen hacer sobre el campo con un trabajo de verdad en el Ferrocarril Vasco. Algo que ahorró mucho dinero a los azulones, cuya directiva lo mantuvo económicamente a años luz de otros profesionales puros, bastante menos habilidosos.

La calidad del fútbol posbélico mermó muchísimo. Con buena parte de los antiguos internacionales jugando en Argentina o México, suspendidas de momento varias estrellas incipientes, lastrados los veteranos por tres años de privaciones y falta de ejercicio, muchos que deberían haber colgado sus borceguíes optaron por seguir activos, en tanto daban el relevo a una hornada de muchachitos imberbes. Solé, internacional del Español, se quitaba 10 años en su ficha federativa al suscribir contrato con el Murcia. La guerra debió borrar muchas memorias. El vigués Francisco Bao Rodríguez, para las alineaciones “Sansón”, se convertía en el más joven debutante de nuestro campeonato, con 15 años, 8 meses y 11 días, el saltar al campo hispalense de Nervión (31 de diciembre de 1939). Era tosco, muy fuerte, violento incluso para un público acostumbrado al rompe y rasga, sobre cuya edad real siempre hubo dudas, no en vano parecía mayor y colgó con 31 años teóricos el pantalón corto, después de arrastrarse durante los tres últimos ejercicios. El público celtiña, tras su periplo por la Cultural Leonesa y Gijón, llegó a pedir a gritos lo expulsasen del campo, harto de tantas y tan repetidas brusquedades. Cuando hubo cerrado su ciclo deportivo en Jerez de la Frontera siguió viviendo en el barrio de Lavadores, donde naciese y habría de encontrar la muerte, el 12 de febrero de 2012.

Hacia el Este, por el Cantábrico, el Athletic Club bilbaíno tuvo que improvisar otro equipo, poco menos que de la nada, al tener por América a los Blasco, Zubieta, Iraragorri, Cilaurren y compañía, antiguos componentes del Euskadi, a Roberto para muy pocos trotes, o a Mandalúniz y Molinuevo en Francia. El húngaro Alberty, fichado en su día por el Madrid como relevo de Ricardo Zamora, prefirió seguir jugando en aquella España hambrienta, sin duda por haberse casado con una madrileña. Ferrol, Celta y Granada iban a ser sus siguientes pasos, hasta que un tifus le segase la vida en plena actividad (30-IV-1942). Y contra lo tantas veces repetido, no fue nuestro único foráneo. Edmundo Reboredo, bonaerense que nunca llegó a nacionalizarse español, volvió desde Oporto a su Deportivo de la Coruña sin que nadie pensase en sancionarle, pues contaba, a efectos prácticos, como ciudadano argentino. Y hacia Argentina viajó de vuelta, después de colgar las botas, convencido de que junto al Mar del Plata le aguardaba un mejor porvenir. Tan bajo era nuestro nivel competitivo que desde la Federación se prohibió a los clubes disputar partidos amistosos con equipos extranjeros. Tampoco era cosa de hacer el ridículo, siendo objetivo preferente elevar la autoestima nacional. No se había ganado una guerra para perder ante once portugueses, o combatientes alemanes de permiso.

El Atlético Aviación, comandado desde el banquillo por Ricardo Zamora, se adjudicaría dos campeonatos consecutivos. Los Oriamendi (de Baracaldo y Gijón), encontraron trabas en sus respectivas Territoriales. Al baracaldés, incluso, se le impediría seguir compitiendo, no por representar una ideología dudosa, sino en cumplimiento de la más aplastante lógica. Suprimidos los partidos políticos, a excepción de Falange, tampoco parecía cuestión de dar alas a quienes por el momento se mantenían apiñados junto al caudillo, pero tal vez un día, como en parte así ocurrió, pudiesen acabar estableciendo distancias. Lo mejor era no enredar política y fútbol. Desterrar la política, incluso, conforme aseguran aconsejó franco una vez: “Haga como yo, hombre; no se meta nunca en política”. Claro que, de momento, nuestro fútbol pasó de formar puño en alto, antes de cada pitido inicial, a saludar a la romana, e incluso gritar con entusiasmo “¡Franco, Franco, Franco!”.

El Baracaldo C. F. tuvo que aceptar el mecenazgo de la empresa siderúrgica Altos Hornos, aunque ello implicase cambiar su denominación -Baracaldo A. H.- y convertir las camisetas gualdinegras en azules, color del hierro en el punto de licuefacción. Otras entidades no sobrevivieron a la guerra. Pero era tan grande el deseo de aquellos españoles por pasar página cuanto antes, que en seguida pergeñaron nuevas y muy embrionarias formaciones. Al fin y al cabo, fútbol y cine constituían únicos pasatiempos no pecaminosos de la población. Los receptores de radio eran un lujo para muchos, y tampoco es que sus programas derrochasen amenidad hasta mediado el siglo XX. Los bailes, siempre y cuando no se tratara de jotas, muñeiras, sardanas o sevillanas, podían significar la perdición del alma. Así aseguraban desde sus atalayas miles de clérigos transformados en somatenes, e impresores de pasquines y hojas parroquiales, advirtiendo “¡Joven, diviértete de otra manera!”. Alguaciles o guardias municipales con órdenes de multar a cuantas parejas no dejasen correr entre ambos una corriente gélida, ejercían a ese respecto un eficacísimo peonazgo. La recuperación o expansión de nuestro balompié ofrecería un panorama desigual, como cabe colegir del siguiente cuadro.

Comparativo de Clubes Federados por Territoriales

Temporadas 1935-36 y 1941-42

TERRITORIALES

TEMP. 35-66

TEMP. 41-42

Aragonesa

43

54

Asturiana

60

93

Leonesa

7

15

Balear

86

40

Cántabra

37

34

Castellana

82

114

Catalana

248

250

Extremeña

10

13

Gallega

37

92

Guipuzcoana

35

29

Hispano-Marroquí

26

24

Las Palmas

20

21

Murciana

91

39

Navarra

37

43

Sur

77

181

Tinerfeña

26

57

Valenciana

55

69

Vizcaína

37

50

Para un correcto análisis del mismo han de tenerse en cuenta varios aspectos:

A.- La Territorial Leonesa estuvo adscrita provisionalmente a la Asturiana, durante el ejercicio 1935-36 (provincias de León, Zamora y Palencia). Para la temporada 1941-42 ya no existía, y todos sus clubes formaban parte de la Astur-Montañesa, que englobaba, además del territorio asturiano y cántabro, las provincias de Burgos, León, Zamora y Palencia. Sólo por facilitar una correcta interpretación, las entidades de estas provincias se anotan en la Leonesa el campeonato 41-42.

Al defensa canario Machín, durante su etapa en el Aviación Nacional y primeros días como “colchonero”, trataron de convertirlo en Machorro. Alguien pensó que aquel apellido pudiera poner en entredicho su virilidad, cuando la hombría se daba por descontada en el ejército franquista.

Al defensa canario Machín, durante su etapa en el Aviación Nacional y primeros días como “colchonero”, trataron de convertirlo en Machorro. Alguien pensó que aquel apellido pudiera poner en entredicho su virilidad, cuando la hombría se daba por descontada en el ejército franquista.

B.- La existencia o no de clubes “Adheridos” en varias Territoriales, justifican cierta distorsión. Tómese como ejemplo que Cantabria poseía 16 adheridos en 1941-42 y sólo 4 para 1935-36. Galicia, 77 y 18 respectivamente. La Valenciana 29 y 33. La Vizcaína 7, en 1935-36. La Murciana 15 en 1935-36 y ninguno para el torneo 41-42. Los “adheridos” rara vez pasaban de agrupaciones amistosas, más voluntaristas que efectivas, sin apenas apoyo social y carentes, salvo contadas excepciones, de una estructura mínima.

C.- La temporada 41-42 compitieron bajo el paraguas de la F.E.F. los equipos de Educación y Descanso, inexistentes antes de la conflagración civil, que más adelante seguirían un desarrollo paralelo, dubitativo y precario, ajeno al máximo organismo rector de nuestro fútbol.

D.- Entre los adheridos de 1941-42 competían varias entidades de clara inspiración religiosa, o emanadas del sindicato vertical. Tómense como referencia los cuatro colegiales de Navarra y dos curiosidades de Vizcaya: Colegio Padres Jesuitas de Tudela, Hermanos Maristas, Salesianos, y Padres Escolapios, de Pamplona. O por cuanto a los vizcaínos respecta, Juventud de Acción Católica Española, y S.E.U. (Sindicato Estudiantil Universitario). La también bilbaína Sociedad Deportiva Indauchu, sin ser exactamente representativa de un centro eclesiástico, fue fundada por exalumnos del Colegio de Jesuitas Ntra. Señora de Begoña, en Indauchu, y durante sus primeros doce años de andadura una parte no desdeñable de sus futbolistas y directivos habían pasado por aquellas aulas. Esta entidad, hoy hundida en una irrelevante categoría Regional, se convirtió en clásica de 2ª División desde el despunte de los años 50 hasta la catastrófica remodelación de categorías acuñada en 1967.

Paralelamente, el fútbol posbélico, por más que su primer mandatario, el teniente coronel Troncoso Sagredo, no lograra imponer sus tesis, tampoco es que dejase de experimentar, siguiera durante los primeros años, algún síntoma de contagio. El ejército, por ejemplo, ofreció grandes facilidades a su gente si les fuere dado alternar galones y uniforme con el atuendo deportivo. Sobre este punto, el atacante de Alcalá de Guadaira José González Caballero (5-I-1916), constituye clarísima referencia.

Para cuando estalló la guerra ya había lucido la camiseta bética en 37 partidos de Liga, con 11 goles, distribuidos en tres campañas. Amén, claro está, de números choques amistosos, coperos, o del campeonato andaluz. Sargento provisional durante la contienda, se reenganchó en el ejército tras la victoria franquista, sin abandonar el fútbol en ningún momento. Betis de nuevo, entre 1939 y 1941, Coruña desde el 41 hasta 1945, y Cádiz C. F. desde los estertores del ejercicio 44-45 hasta mayo del 48, constituyeron su andadura hasta colgar las botas de tacos, con 32 años. Cuando militaba en el Deportivo de La Coruña era sargento de infantería y pasaba del campo al cuartel y del acuartelamiento a Riazor, como quien hoy acude al gimnasio tras cumplir en la oficina.

Y no fue caso aislado. Por Andalucía y Murcia pudieron ver las evoluciones del gaditano Fito (Adolfo Núñez Bensosuan), atacante directo y goleador, mientras competía con el Balón de Cádiz entre 1958 y 1961, y tras su traslado profesional a Cartagena, en clubes murcianos. Era militar con galones, para quien el fútbol sólo representaba una pasión desbordante. Badajoz y los estadios castellano-manchegos pudieron ver, al menos, a un par de guardias civiles compitiendo en categoría nacional. Y en la otra Castilla, la mesetaria fría, pedriza y paramera, un italiano que conoció España en plena sangría bélica, se convirtió en español adoptivo mientras lucía habilidades de entrenador. Se llamaba Lorenzo Massobrio Barbieris, había nacido en Alessandria y, como militar de carrera, combatió con galones de capitán en el ejército que Musolini envió a España para ayudar a Franco. Pudo vérsele en los banquillos del Club Deportivo Mirandés, durante dos temporadas; Juventud Círculo Católico, de Burgos; Burgos; Plasencia, por espacio de tres campañas; de nuevo Juventud Círculo Católico, los ejercicios 61-62, 62-63 y 63-64, todos ellos en 3ª División. Y además de por Castilla y Extremadura, entrenó en su país natal a la Universidad de Génova, y en Alemania al Kaiserstaimbruck, de 2ª División.

Hubo, también, algún club militar, como el bilbaíno Garellano, encuadrado en 3ª División y categoría Regional. Y otros que sin ser en puridad castrenses, solían contar entre sus efectivos con una amplia proporción de soldados de reemplazo: Burgos, Ceuta, Melilla, San Fernando, Badajoz, Cartagena, Ferrol, el también ferrolano Arsenal…

Tampoco los banquillos dejaron de estar ocupados por varios militares, casi siempre de perfil deportivo modesto. Tenían fama de prestar mucha atención a la forma física e imponer a sus plantillas una gran disciplina. El más destacado, a sideral distancia del resto, fue José Villalonga Llorente (Córdoba 4-XII-1919).

José Villalonga llevó la batuta en el primer gran éxito de nuestra selección. Además de excelente preparador físico, sabía manejarse en el vestuario.

José Villalonga llevó la batuta en el primer gran éxito de nuestra selección. Además de excelente preparador físico, sabía manejarse en el vestuario.

Si como futbolista no había pasado de amateur en su ciudad natal, con galones de técnico se convirtió en uno de los más grandes. Falangista prematuro, Camisa Vieja y miembro de la Vieja Guardia, se sumó al bando franquista durante la guerra y a partir de ella prosperaría en el ejército de tierra, como militar profesional. Especialista en Educación Física, obtuvo el título de entrenador en la primera convocatoria (Burgos, 1949). Aquella que en cierto modo sirvió para “legalizar” a cuantos venían ejerciendo como tales, incluso al frente de nuestra selección, y arrojara entre los aprobados un envidiable cuadro honorífico: Baltasar Albéniz, Gabriel Andonegui, John Bagge, Antonio Barrios, Patricio Caicedo, Luis Castro “Pasarín”, Benito Díaz, José Escolá, Patxi Gamborena, Helenio Herrera, Juan Antonio Ipiña, José Iraragorri, Manuel Meana, Jacinto Quincoces, Gaspar Rubio, Amadeo Sánchez, Alejandro Scopelli, Lino Taioli, Luis Urquiri, Ricardo Zamora o Juanito Urquizu, hasta un total de 59. Corría el año 1952 cuando ingresó en el Real Madrid, como preparador físico. Y en diciembre de 1954, tras la espantada del sudamericano Enrique Fernández, se convertiría en responsable de la primera plantilla “merengue”. Allí encadenó una suma de éxitos difícilmente predecibles: Campeón de Liga y Copa Latina durante su primera campaña (1954-55); en 1955-56 vencedor de la Copa de Europa (1ª edición), y para despedirse un nuevo título de Liga, otra Copa Latina y la segunda Copa de Europa.

Quizás porque prefiriese un descanso, aprovechó el verano de 1957 para integrarse en el organigrama de la F.E.F., como entrenador de la selección juvenil y responsable de la preparación física para el cuadro absoluto. Pero el banquillo, conforme muchos han reconocido, tira muchísimo. Y a él también le picaba ese gusanillo.

Era profesor en la Escuela de Entrenadores cuando en julio de 1959 aceptó una oferta del At Madrid para convertirse en secretario técnico. El cese o destitución de Ferdinand Daucik a poco de iniciarse el ejercicio 59-60, le hizo compaginar su tarea en los despachos con la dirección técnica de la plantilla. Abrazado al éxito, proclamó a los “colchoneros” campeones de Copa en 1960 y 1961, además de otorgarles su primer título europeo, venciendo a la Fiorentina en la final de Recopa. Si alguien podía hacer algo con nuestra selección nacional, cuajada de buenos jugadores que en los instantes decisivos rayaban a baja altura, ese era él, pensaron los federativos. Y consecuentemente, el 26 de setiembre de 1962 se hizo público su reingreso, compatibilizándolo con el puesto de secretario técnico en el At Madrid. Una decisión que habría de traducirse en críticas desde la prensa y determinados clubes, no tanto porque implicase una excesiva acumulación de poder, sino ante las connivencias que pudieran crearse entre Federación y club “colchonero” y, más aún, ciertas suspicacias sobre posible favoritismo arbitral, designándose los “trencillas” desde el propio ente federativo. Así las cosas, dejó la secretaría técnica tan pronto hubo concluido la temporada 62-63.

Su balance con la selección española, sin arrojar grandes datos estadísticos (9 victorias, 5 empates y 8 derrotas, sobre un total de 22 partidos) se vio engrandecido por la consecución del primer gran éxito internacional: la Eurocopa correspondiente a 1964, nada menos que ante la URSS y en plena vorágine conmemorativa para el régimen, con ocasión de sus bodas de plata detentando un poder omnímodo. Efeméride que los hábiles propagandistas del Ministerio de Información y Turismo transformaron en celebración de “25 años de Paz”. El fracaso en el Mundial de Inglaterra (1966), con una agónica victoria ante Suiza (2-1) y sendas derrotas con Argentina y Alemania Federal, en Birmingham (también 2-1), le hizo ver la conveniencia de asumir papeles menos expuestos. Transcurrido un año se convertía en director de la Escuela Nacional de Entrenadores y primer profesor de fútbol en el INEF de Madrid, cargos que detentaba al producirse su óbito, en el hospital militar Gómez Ulla, a las cinco de la tarde del 7 de agosto de 1973, como consecuencia de un infarto sufrido el 22 de julio. Contaba 53 años, había llegado a nuestra selección siendo comandante de infantería y poco antes de expirar detentó el empleo de teniente coronel.

José Antonio Naya, militar y entrenador durísimo. Un buen revulsivo para equipos en crisis, cuya manera de ser desquiciaba tanto a jugadores como a presidentes y directivos.

José Antonio Naya, militar y entrenador durísimo. Un buen revulsivo para equipos en crisis, cuya manera de ser desquiciaba tanto a jugadores como a presidentes y directivos.

Casi cuando Villalonga abandonaba este mundo, otro militar y entrenador comenzaba a cimentar su fama de revulsivo, resucitador de equipos en crisis y fabricante de jaquecas presidenciales, tan pronto resolvía situaciones extremas. Su nombre, José Antonio Naya Mella, sería conocido por todos los puntos cardinales, pues a causa de su carácter hubo de recorrer una larguísima relación de banquillos, sin acomodarse jamás en ninguno.

Natural de La Coruña (30-IV-1934) nunca pasó del juvenil deportivista, ante su ingreso en el ejército, para hacer carrera, que le impidió averiguar si estaba o no dotado como futbolista. Sin desligarse por completo del balón, obtuvo el título de entrenador. Y en condición de tal hizo campeones a los muchachos del Real Madrid aficionado y la selección Castellana (ejercicio 1970-71), recibiendo entonces la medalla de entrenador más distinguido en dicha Territorial. Meses después (temporada 71-72) salvaba a un Cádiz C. F. poco menos que desahuciado, en los últimos 15 partidos de la división de plata. Por detrás lucía un amplio bagaje de polvaredas, instalaciones paupérrimas, graderíos semidesérticos e incertidumbre ante el cobro: Cultural Leonesa, Júpiter Leonés, la ya extinta Hullera Vascoleonesa, R. S. Alcalá, Toledo, Getafe… A la entidad getafeña, precedente del club actual, llegó tras disputarse 10 jornadas, con un raquítico punto en su haber. Y puesto que lograría eludir el descenso, fue bautizado por la prensa como “Salvador”. Ante sí, en cambio, una suma inacabable de singladuras: el también desaparecido Club Deportivo Orense, Burgos C. F., Deportivo de La Coruña, Recreativo de Huelva, Linares, Castellón, Deportivo Alavés, Granada, Xerez, Real Burgos, Sabadell, Murcia, nuevamente Cádiz, Orense… Tan sólo en Linares y Jerez de la Frontera se mantuvo dos medias campañas: con el Linares durante 16 partidos de la primera y en los 25 primeros choques de la siguiente; en el Xerez a lo largo de 17 de la primera y 11 de la segunda.

Lo suyo, en realidad, era llegar tocando a rebato, defender el fortín con uñas y dientes y abandonarlo con humo a la espalda, caras largas, pese al éxito, y una soldadesca incapaz de aguantar por más tiempo su espartano concepto del sacrificio. Únicamente en Burgos hizo excepciones, dirigiendo al Club de Fútbol durante los 38 encuentros de 2ª correspondientes a 1974-75 y, fenecida esta entidad, aupando a 1ª a su sucesor, el rojipardo Real Burgos, la temporada 89-90. Vivía en un perpetuo tobogán; un constante ir y venir, como patentizó en Vitoria: Dos partidos con el Deportivo Alavés, victoriosos ambos, y huida hacia el Granada para rubricar otros 12, con paupérrimos resultados (una victoria, 3 empates y 8 derrotas). Dieciséis encuentros al frente del Sabadell, 8 dirigiendo al Real Murcia, 6 en su retorno al Cádiz, u otros 6 cuando intentó reverdecer laureles en un equipo bien conocido, que para entonces ya se denominaba C. D. Ourense.

Si no se le pudo tomar más en serio, y sobre todo si nadie quiso contar con él en 1ª División, fue a causa de su carácter volcánico, un ego bastante alto y cierto empeño casi obsesivo por erigirse en personaje incómodo. Algunas frases suyas, vertidas ante los informadores o recogidas por la prensa, resultan lo bastante explicativas: “No transijo con que un jugador me racanee”. “Yo no multo; yo echo fuera”. “No me gustan las lesiones largas; no quiero al hombre quejica”. “Exijo a los que no jueguen, no hagan labor de zapa”. “Hay que dar el “do” de pecho y en el campo, además de lucha, entrega y honradez”. En los despachos, ante los presidentes o directivos de turno, tampoco solía arrugarse. Y como resultado, en un fútbol menos físico que el actual, más observador de rangos y jerarquías, acababa hastiando a todos en seguida.

Quien a hierro mata, a hierro muere. Y él hubo de morir deportivamente en demasiados banquillos, por sus ataques de intransigencia.

La lista de militares en los banquillos también debería hacer hueco a Luis de Miguel Martínez (Ávila, 1933), que después de forjarse como preparador físico en el Parque Móvil, de Madrid, ejercería profesionalmente como responsable máximo en la Unión Deportiva Gaditana, Puerto Real, Portuense, Balón de Cádiz a lo largo de tres etapas distintas, Xerez Deportivo, Extremadura de Almendralejo, Unión Popular de Langreo y Cádiz C. F., antes de asumir aquella secretaría técnica.

De un día para otro, los futbolistas pasaron de saludar con el puño cerrado, a hacerlo a la romana. En la imagen el Madrid republicano, antes de que echase a rodar el balón en un partido homenaje a la Brigada Mixta.

De un día para otro, los futbolistas pasaron de saludar con el puño cerrado, a hacerlo a la romana. En la imagen el Madrid republicano, antes de que echase a rodar el balón en un partido homenaje a la Brigada Mixta.

Volviendo la mirada hacia el fútbol posbélico, cabe indicar que al régimen no le faltaban motivos para tenerlo bien atado. Quedaría de manifiesto cuando en 1943, con ocasión de una eliminatoria copera entre Real Madrid y Barcelona, tuvo lugar una algarada bastante seria. Aquello alertó a los jerarcas, ante la eventualidad de que incidentes de orden público pudiesen derivar en protestas de otra índole. Y decididos a cortar por lo sano, girarían una circular con el barroco lenguaje de la época: “Por informes procedentes de distintas provincias se observa en esta Dirección General que cada día se va poniendo más de relieve una actitud antideportiva del público que presencia los partidos de fútbol, con lamentables manifestaciones que, por exceder de los términos correctos en que una persona medianamente educada exterioriza la emoción que en su ánimo produce la marcha del partido, no son tolerables en un concepto exacto de lo que obliga la convivencia…”. La misma acababa así: “Los agentes de la autoridad procederán sin contemplaciones a la detención de quienes se excedan realizando cualquier agresión de palabra u obra, dando cuenta urgentemente a esta Dirección General de los pormenores…”

Además, se “sugirió” al recién nombrado presidente blanco, Santiago Bernabéu, un acercamiento de posturas con su colega “culé”, también recién llegado, tras dimitir el marqués de la Mesa de Asta en desacuerdo con las sanciones impuestas a su club. Como vía de reconciliación, se pactaron dos partidos entre ambos, en nombre de “la paz y la amistad”, resueltos con empate a uno en Madrid y victoria azulgrana por 4-0 en su feudo, adjudicándose de ese modo los catalanes aquel primer y único Trofeo de la Concordia. Obviamente, las hostilidades entre ambas hinchadas tardarían bien poco en renacer.

Mientras todo esto ocurría, era palmario que aquellos 3 años de parón, más los cinco de aislamiento forzoso, al hallarse Europa enfrentada en la II Guerra Mundial, ahogaban cualquier conato de progreso futbolístico. Seguía practicándose la verticalidad, la carrera de los extremos y el centro desde el banderín, para que un ariete-tanque impulsase la pelota hasta las redes. Monotonía, en suma, carente de elaboración. Sólo cuando el San Lorenzo de Almagro vino de visita en 1947, se tuvo constancia de hasta qué punto nuestro primer deporte había quedado obsoleto. Los argentinos incrustaban al medio centro entre los dos zagueros, retrasaban a los interiores, hasta convertirlos en arquitectos del juego atacante, mareaban el balón a la búsqueda de fisuras y se plantaban en el área, abusando de un pasecito corto fruto de su técnica individual, aquí desacostumbrada. La Federación, entonces, recomendó a sus asociados abrazar el nuevo esquema táctico, conocido como WM. Y para implantarlo más rápidamente irían llegando los primeros técnicos y futbolistas extranjeros, sudamericanos, estos últimos, en su amplia mayoría.

En Bilbao, el ejército llegó a contar con un equipo en categoría Regional y 3ª División: el Garellano. Prácticamente desde su creación, dicho regimiento de infantería tuvo su sede en Vizcaya. Tomó el nombre de la gran victoria que Gonzalo Fernández de Córdoba, el “Gran Capitán”, obtuviese ante los franceses en 1503, a orillas del italiano río Garellano.

En Bilbao, el ejército llegó a contar con un equipo en categoría Regional y 3ª División: el Garellano. Prácticamente desde su creación, dicho regimiento de infantería tuvo su sede en Vizcaya. Tomó el nombre de la gran victoria que Gonzalo Fernández de Córdoba, el “Gran Capitán”, obtuviese ante los franceses en 1503, a orillas del italiano río Garellano.

La reconciliación, entre tanto, seguía pendiente. Y tampoco el fútbol era ajeno a ella. Costaba, y mucho, perdonar viejas afrentas. Ciertos clubes, considerados “díscolos” no tanto estatutariamente, sino al contar con una masa de seguidores “tibia en su afección al régimen”, serían llamados al orden mediante sanciones desproporcionadas, ante incidentes de orden público (Barcelona (**), con ocasión de la eliminatoria de Copa ya citada), salidas de tono de algunos jugadores (Atlético Baleares, con un año de suspensión federativa a Brondo), o mediante solemnes cacicadas (Cultural de Durango y su descenso de categoría, tras ganar sobre el césped la continuidad en ella). Algo después comenzó a vincularse al Real Madrid con el franquismo, sin que nada, en el fondo, lo avalase. Primero porque el único presidente capaz de plantar cara ante el condecorado general José Millán-Astray, no fue otro que Santiago Bernabéu.

Parece que la única mano del mutilado combatiente tenía excesiva querencia por las señoras, en sus visitas al palco. Y harto del espectáculo, al mandatario “merengue” terminó acabándosele la paciencia. Se dijo, también, que en aquel recinto se cerraban suculentos negocios, licencias de importación y adjudicaciones, cara los Polos de Promoción Industrial y Planes de Desarrollo. Habría algo de verdad, sin duda, del mismo modo que en los palcos de Málaga, Burgos, Zaragoza, Santander o Murcia, se acercaban posturas sobre recalificación de suelos y en materia de subvenciones acogidas al Plan General de la Vivienda. Que el régimen aprovechó propagandísticamente los triunfos de la apisonadora madridista, mediados los años 50 y durante los 60, constituye pura obviedad. Negar que lo hubiese hecho con cualquier otro club triunfador en nuestro suelo y allende los Pirineos, un histórico brindis al sol. Franco, por ejemplo, estuvo presente en la inauguración del Camp Nou barcelonés, ante las cámaras del “No-Do”. Entregaba la bandera a la tripulación vencedora en las regatas de San Sebastián. Recibía en audiencia al ajedrecista Arturito Pomar, todavía imberbe, al boxeador José Legrá, o a los niños actores Pablito Calvo, Marisol y Joselito. En aquella España poblada de súbditos, si no era caudillista un amplísimo porcentaje, fingía serlo. Ciñéndonos tan sólo al reducido mundillo del balón, un repaso a su nómina presidencial certifica que Bernabéu no fue más franquista que los mandatarios del Hércules alicantino, Sevilla, At Bilbao, Español barcelonés, Mallorca, Oviedo, Cádiz, o Club Deportivo Tenerife, durante los años 40, 50 y parte de los 60. Baste, por abreviar, una mirada hacia dos grandes de entones y hoy, como son At Madrid y F.C. Barcelona.

Por la poltrona rojiblanca pasaron los militares de alto rango Luis Navarro Garnica (39-41) y Manuel Gallego Suárez-Somonte (41-45). El efímero Juan Touzón (46-47). Cesáreo Galíndez (47-52), partícipe en la fusión del Athletic con el equipo del Ejército del Aire y factótum de una etapa por demás fértil. El Marqués de la Florida (52-55), muy buen tenista, condecorado y herido por partida doble, combatiendo con los alzados; falangista, presidente de la Hermandad Nacional de Alféreces Provisionales y de 17 Federaciones Nacionales, nada menos. Jesús Suevos (1955), fundador de la Falange en Galicia, jefe de centuria falangista en los combates de Guadarrama, director de “El Pueblo Gallego” incautado a las primeras de cambio por los sublevados, cargo del Servicio de Información de Falange en el Exterior y, durante los años 60, organizador de un grupo paramilitar que en el área ferrolana se dedicaba a amedrentar, mediante palos, cadenas y pistolas, a sindicalistas clandestinos. El arquitecto y antiguo futbolista Javier Barroso (55-64), con numerosas casas-cuartel de la Guardia Civil entre su obra arquitectónica, sobre todo por Aragón y la franja mediterránea, fruto de su proximidad a jerarquías militares. Había sido, además, presidente de la F.E.F entre 1941 y 1946, y junto a Miguel Ángel García-Lomas firmó el proyecto del Estadio del Manzanares. Vicente Calderón, finalmente (64-80), tan notable mandatario como hombre conservador, fiel a sus devociones y una ideología que nada hacía por ocultar.

El club azulgrana contó, entre otros, con Enrique Piñeiro (40-42), marqués de la Mesa de Asta y militar sublevado, ayudante de campo del general José Moscardó en la campaña de Cataluña. José Antonio de Albert (1943), conde de Santa Mª de Sans y barón de Terrades, propietario de “La España Industrial”, gran empresa textil del periodo autárquico, cuya renuncia al cargo se produjo para asumir la presidencia de la Territorial catalana. José Vendrell (43-46), militar que apoyó a los sublevados, Delegado de Orden Público en La Coruña durante 1938, Delegado Provincial de Abastos en Castellón y coronel cuando encabezó la nueva junta directiva. Agustín Montal Galobart (46-52), burgués que heredaría la empresa de hilaturas “Industrial Montalfita”, engrandecida por su abuelo; junto a Daucik y una gran plantilla, artífice de las “Cinco Copas”, así como franquista confeso. Enric Martí Carreto (52-53), a quien estalló en la cara el mal llevado caso Di Stéfano. Francesc Miró-Sans (53-61), elegido por sus socios, lo que constituía toda una novedad, aunque hubiese maniobras subterráneas del Gobernador Civil de Barcelona, para quien se antojaba hombre de absoluta confianza; empresario textil, como De Albert y Montal, y artífice del Camp Nou. Enrique Llaudet (61-68), heredero de otro imperio de hilaturas que incluía una colonia propia, en San Juan de las Abadesas, a quien la autarquía le sentó admirablemente. Tuvo que lidiar con la catástrofe económica del club, derivada de la construcción del nuevo campo. Y Agustín Montal Costa (69-77), hijo de Montal Galobart, de quien se recuerda, sobre todo, el fichaje de Johan Cruyff o la inauguración del Palau Blaugrana y el Palau de Gel.

Guillermo Eizaguirre. Otro militar al frente de la selección nacional, para desgracia de Juan Acuña.

Guillermo Eizaguirre. Otro militar al frente de la selección nacional, para desgracia de Juan Acuña.

Que la auténtica reconciliación tardó en llegar también para el balón de cuero, constituye un hecho. Y como prueba, el encontronazo entre dos grandes porteros: uno andaluz y de preguerra; otro gallego, en la durísima posguerra. Ambos con méritos de sobra para haber sido internacionales muchas veces.

El sevillano Guillermo Eizaguirre Olmos (27-V-1909) había guardado el marco sevillista desde 1926 hasta el estallido bélico. Hijo de un magistrado de la Audiencia de Sevilla, nunca vio el fútbol como fórmula de enriquecimiento, y prueba de ello es que jamás renunciara a su condición de “amateur”. Alférez provisional durante la contienda y teniente de la Legión, su enganche y tres heridas en combate fueron utilizadas con fines propagandísticos entre los sublevados. Luego continuó en la carrera militar, aparcando su título de licenciado en Derecho. Campeón de Copa en 1935 e internacional en 3 oportunidades, más los dos choques no oficiales contra Portugal, mientras silbaban los obuses y se derramaba sangre, también celebró 7 copas de Andalucía. La vida castrense estuvo lejos de impedirle seguir conectado al fútbol, puesto que sería seleccionador nacional del 21 de marzo de 1948 al 16 de julio del 50, y del 10 de noviembre del 55 al 3 de junio del 56, teniendo a su cargo, por lo tanto, la selección española del Mundial brasileño (1950), donde las tuvo tiesas con el  coruñés Acuña en el mismísimo aeropuerto de Barajas. Y es que sus respectivas ideologías forzosamente debían chocar.

Juan Acuña Naya (La Coruña, 13-II-1923), había saltado con 15 años y en plena Guerra Civil, al primer equipo del Deportivo, asignándosele un primer sueldo de 300 ptas. mensuales. Ágil, decidido y eficacísimo, aun defendiendo los colores de un club pequeño fue el guardameta menos goleado de 1942, subcampeón de la Liga 49-50 y al decir de los críticos, el mejor de la posguerra, sin mucho que envidiar a Ricardo Zamora. Con otro carácter más abierto y algún don de gentes, sin duda habría salido de Galicia, pues nunca le faltaron ofertas. Y entonces, quizás, hubiese arrebatado internacionalatos al mismísimo Ramallets. Ideológicamente de izquierdas, llegó a contar en su ficha policial con antecedentes por integrar una manifestación socialista, antes que de Franco se afianzase en el poder. Y claro, cuando el andaluz Eizaguirre no tuvo más remedio que incluirle en su preselección para Río de Janeiro, ante su magnífica temporada, el topetazo entre ambos parecía cantado.

Nada más llegar al aeropuerto madrileño, desde donde partieron rumbo la capital carioca, el seleccionador aprovechó para zaherirle: “De las maletas que se ocupe Acuña; al fin y al cabo todos los maleteros son gallegos”. El guardameta no se contuvo: “De las maletas se va a encargar su señora madre, oiga”. Al visceral Guillermo Eizaguirre tuvieron que sujetarlo cuando fue derecho hacia su pupilo. “¡A casa!, te vuelves ahora mismo a casa, por rojo y por mierda”. A los federativos les costó convencer al seleccionador para que no partiese con un portero menos, ante la hipótesis de cualquier lesión o por el mal efecto que dejarlo en tierra pudiese causar en los demás. Obviamente, Acuña no disputó ningún partido en el mundial que coronaría a Ramalltes como “Gato con alas” y “Guapo goleiro”, en los medios brasileños. Fue uno de los tres que no se vistió de corto para aquel cuarto puesto que supo a gloria, máxime haciendo hincar la rodilla a Inglaterra, los ocupantes de Gibraltar, con gol  de Zarra.

Acuña, a quien el diminutivo de “Juanito” acompañó durante casi toda su carrera, por haber debutado tan joven. Nadie, durante el decenio de los 40, pudo hacerle sombra majo el marco.

Acuña, a quien el diminutivo de “Juanito” acompañó durante casi toda su carrera, por haber debutado tan joven. Nadie, durante el decenio de los 40, pudo hacerle sombra majo el marco.

Acuña se mantuvo activo hasta 1956, por más que durante los dos últimos ejercicios apenas se alineara, mermado a causa de una persistente lesión en el hombro y combatiendo su tendencia a engordar. Corría 1951 cuando firmó el contrato de su vida con el Deportivo: 775.000 ptas. de ficha por 5 años, más 2.500 mensuales de sueldo, primas aparte. Internacional absoluto una vez, contra Suiza, el 28 de diciembre de 1941,  y suplente en 8 partidos del cuadro absoluto y otra ocasión en la selección B, se le erigió un merecido monumento en las proximidades de Riazor. Y aunque no llegase a jugar en Brasil, conservó hasta su muerte, acaecida el 30 de agosto de 2001, a los 78 años, aquella pequeña agenda que se entregase a cada miembro de la expedición, con recomendaciones más propias de parvulitos. “Usted representa a España y como tal debe hacer gala de irreprochable conducta (…) No mantenga conversaciones sobre política, cuide los modales y evite compañías poco recomendables (…) Compórtese cortés y disciplinadamente en el campo (…)

Para una vez que el equipo nacional salía fuera tantos días, ¿por qué no vender patria?, pudieron pensar, quizás, en la Federación Española.

Eizaguirre contrajo matrimonio frisando la cuarentena, el 30 de octubre de 1948, con Dª Ana Rosa de Figueroa y Fernández de Linares, hija de los marqueses de Villabrógima y nieta del Conde de Romanones. Se convirtió así en el segundo seleccionador nacional que pasaba por la vicaría detentando el cargo, luego de que se le adelantara José Mª Mateos. Por fuerza hubo de contraer segundas nupcias, pues en su esquela figuraba como esposa Dª Gloria Mesas Rodríguez, tras fallecer en Madrid el 25 de octubre de 1986.

A partir del desarrollismo y el desembarco de tecnócratas en ministerios o secretarías de estado, el molesto recuerdo de aquella guerra comenzó a desvanecerse, por más que muchos gobernadores, antes de cortar cintas o vislumbrar desde su atril el perfil de barrios obreros a medio urbanizar, concluyesen sus discursos inaugurales cantando el “Cara al Sol” o dando vivas a Cristo Rey.

Hoy, transcurridos ochenta años desde aquel mar de sangre, parece que heridas tan viejas continúan pudriéndose. Hace tiempo llegó la hora de cauterizar esa gangrena, pero se antoja difícil quedando demasiadas fosas sin levantar, revisionistas tejiendo “historias” paralelas y numerosos españoles, nostálgicos unos, jovencísimos otros, empeñados en convertir en héroes a quienes un día hicieron suya la victoria y la venganza, después de promover una asonada. Como el péndulo salta siempre de extremo a extremo, tampoco faltan cantores de gesta para quienes un día decretaron o consintieron masacres carcelarias, señalaron con el dedo a adversarios que otros tumbarían, o sembraban de cadáveres parques y cunetas, cada madrugada, mediante descargas de plomo alevoso, sin órdenes de detención ni garantía judicial.

A estas alturas debería entenderse que hubo muchas, muchísimas víctimas, y pocos héroes por ambos bandos.

________________________

(*).- La Marina republicana registró abundantes maniobras de esta índole: deserciones, connivencias con el bando franquista, o entregas pactadas de naves y pertrechos a sus adversarios. Algo que no hace sino evidenciar el mayúsculo error del socialista Indalecio Prieto, al sacar de las cárceles a mandos y marinos alzados, bajo promesa de no reincidir, dadas las carencias registradas en un sector tan especializado como la Armada.

(**).- Buscando un escarmiento general, el Comité de Competición impuso 2.500 ptas. de multa al Real Madrid por aquellos incidentes en su campo, más otra sanción de 25.000 a cada uno de los equipos enfrentados. Desde ambos clubes se alzaron recursos, olímpicamente desatendidos. Queriendo manifestar su total desacuerdo, puesto que los azulgrana fueron a todas luces víctimas de lo acontecido, el presidente del Barça dimitió irrevocablemente. El madridista, que había anunciado su salida poco antes y ostentaba interinamente el cargo, aceleró su despedida. Aquellas multas tuvieron por objeto sufragar la adquisición de entradas para la final copera, con destino al Frente de Juventudes, “y así incorporar a esa extraordinaria solemnidad deportiva a quienes han de constituir la afición del mañana, que ha de ser todo lo correcta y disciplinada que el deporte exige”, según justificaba en su punto 2º la resolución. Se temía, y mucho, que cualquier algarada futbolística derivase hacia protestas o reivindicaciones, en un país sin divisas, con cárceles atestadas, hambre endémica y frío, tremendo frío ante la carencia de combustibles.

 

NOTA: Agradeceremos vivamente cualquier corrección, ampliación o comentario sobre el listado de bajas inserto en el primer artículo de esta serie, que contribuya a enriquecerlo. Pueden establecer contacto dirigiéndose a:

cihefe@cihefe.es

Nuestro reconocimiento anticipado.

 




Las polémicas en torno a la historia del FC Barcelona (III). “Més que un club”? La politización del FC Barcelona en sus orígenes.

Está muy extendido el tópico según el cual fue el presidente Narciso de Carreras, en su discurso de toma de posesión el 17 de enero de 1968, el autor de la célebre divisa “El Barça és més que un club”.

Realmente la expresión había aparecido en el número 19 de La Revista Barcelonista tres años antes, el 12 de agosto de 1965 (pág. 3), en un artículo de opinión sobre el debate abierto sobre el nombre del estadio: “Existe, además, el aspecto afectivo. El Barcelona es algo más que un club de fútbol. Alrededor del Barcelona se funden sentimientos y añoranzas.”[1]

MesQueUnClub01Se ha interpretado siempre la expresión en términos políticos, atribuyéndole connotaciones catalanistas o independentistas [tesis iniciada con gran éxito por Manuel Vázquez Montalbán con su artículo “Barça! Barça! Barça!” de la revista Triunfo, publicado el 25 de octubre de 1969 y consolidada por el presidente Montal Costa durante su mandato (1969-1977)] lo que parece osado si se atribuye la misma al presidente Narciso de Carreras y Guiteras y se conoce su trayectoria vital y su ideología, completamente afecta al régimen franquista.

Tampoco parece que la línea editorial de La Revista Barcelonista en esos años sesenta (en el mismo artículo de opinión ya citado en el que aparece por primera vez el lema “Más que un club” se pedía el voto a los socios para la opción “Estadio Las Corts del C.F. Barcelona”, frente a otras más populares entre los sectores catalanistas como “Estadio Juan Gamper”, en el contexto del debate sobre el nombre del Nou Camp) estuviera precisamente orientada hacia el catalanismo político.

En todo caso podría interpretarse como una actualización del concepto, adaptándolo al clima sociopolítico del tardofranquismo y la Transición.

De hecho, la misma expresión “más que un club” no dejaba de ser un aggiornamento de la idea defendida por intelectuales de la Lliga Regionalista (con Daniel Carbó “Correcuita”, periodista y primer historiador azulgrana como máximo exponente) en los años veinte: el FC Barcelona no era “UN club de Cataluña”, era “EL club de Cataluña”.

La identificación entre el FC Barcelona y Cataluña defendida en estos sectores catalanistas de los años veinte puede resumirse en este texto del periodista y divulgador deportivo Josep Elias i Juncosa “Corredisses”, con motivo de las Bodas de Plata del club: “…formen un lligament tan gros que quan un crida Visca el “F.C.Barcelona”!, és tot un poble que respon entusiàsticament…“[2]  (Carbó, 1924, p. 498).

Y es que, como veremos, la politización del FC Barcelona (algo que se da como evidente y como algo consustancial con el propio club y su idiosincrasia) ha ido variando con las épocas y ha estado siempre vinculado a la personalidad e ideología de sus dirigentes y al contexto sociopolítico. No ha sido algo permanente ni inmóvil, ni estaba en el ánimo de sus fundadores legar esa carga ideológica a sus sucesores.

Así, hemos visto en artículos anteriores (Arrechea, 2012, 2015, 2016, 2018a, 2018b) como los fundadores y patrocinadores del nuevo club eran personajes del regeneracionismo cuyo ánimo era la implantación del sport inglés, del deporte al aire libre, así como la mejora del estado de salud y la calidad de vida de la población.

No debe olvidarse que el FC Barcelona nace bajo la protección de Narciso Masferrer y su Federación Gimnástica Española, por lo tanto, en un contexto alejado del catalanismo político o cultural.

El Avisador Numantino, 12 de abril de 1941, pág. 1.

El Avisador Numantino, 12 de abril de 1941, pág. 1.

Insistimos en la tesis que venimos defendiendo sobre Narciso Masferrer como fundador del FC Barcelona, algo comúnmente aceptado en otras épocas (ver obituario en prensa de Masferrer, abajo) y motivo hoy de polémica historiográfica y periodística (Arrechea, 2016; López, 2016).

No existía objetivo político alguno en la fundación del Barça, ni en 1899 ni en 1902 (tal y como veremos a continuación), cuando se oficializó el club redactando unos Estatutos.

Entre el 21 de octubre de 1901 y el 28 de septiembre de 1903 la agria polémica sobre el decanato del fútbol barcelonés entre el FC Barcelona y el FC Català llenó las páginas de la revista Los Deportes de réplicas y contrarréplicas de dirigentes de ambos clubs aportando datos sobre cuál de los dos se constituyó antes, jugó el primer partido o tuvo antes directiva.  El propio Gamper tomó parte en la discusión el 16 de agosto de 1903 con un extenso alegato con referencias biográficas en el que recordaba que fue rechazado por aquellos deportistas del Gimnasio Tolosa que poco después fundarían el Català porque “me dejaron entrever que no admitirían extranjeros”. En el trasfondo de la polémica del decanato había viejas cuestiones personales (Arrechea, 2012, 2015).

Más desapercibida ha pasado para los historiadores que han estudiado este tema la réplica aportada por Pedro Cabot Roldós (uno de los fundadores del club, jugador y secretario en la junta de Paul Haas desde el 5 de septiembre de 1902) el 28 de junio de 1903 en la que invitaba al FC Català a que “manifieste el día de la constitución y adopción de tal nombre”, además de ofrecer la posibilidad de que la Asociación de Clubs de Foot-ball (fundada el 12 de noviembre de 1902) diera un dictamen sobre la cuestión tras estudiar la documentación que se pudiera aportar al respecto. La respuesta de Joaquín Escardó del FC Català el 5 de julio fue algo dubitativa “no puedo precisarle de momento la época de su fundación” y la polémica empezó a apagarse con la sensación casi generalizada de victoria moral barcelonista (aunque varios autores han intentado reavivar la cuestión incluso en tiempos recientes).

Cabot tenía poderosas razones para pedir al Català pruebas documentales de su constitución y para buscar un dictamen oficial sobre el tema: básicamente porque él en persona fue el encargado de registrar el FC Barcelona en el Registro de Asociaciones del Gobierno Civil de Barcelona aportando unos estatutos y un Acta de Constitución, presentándose como el “organizador de la sociedad Foot-ball Club Barcelona”.

En efecto, el 18 de noviembre de 1902 Cabot presenta en el Gobierno Civil una instancia junto a los estatutos del Foot-ball Club Barcelona (“como organizador” de dicha sociedad) para que el Gobernador los apruebe y se pueda inscribir el club “según está prevenido en la vigente ley de asociaciones” (Arrechea, 2012, 2015).

Los primeros estatutos del FC Barcelona contienen este punto (Artículo 3º):

Esta Sociedad no podrá tener nunca carácter político, ni tendrá otros periódicos que los deportivos”.

MesQueUnClub03Tras obtener el visto bueno del Gobernador Civil y en cumplimiento exacto del punto cuarto de la Ley de Asociaciones de 1887 el FC Barcelona se constituye (por tercera vez) el 29 de diciembre de 1902 a las 21:30 horas en el Café Alhambra. Paul Haas presenta el 3 de enero de 1903 en el Gobierno Civil una copia certificada del Acta de Constitución de la Sociedad firmada por él mismo y Pere Cabot. El Acta tiene el sello del club con un visible y paradójico “1899”.

Paul Haas acompaña el documento con una breve nota al gobernador “tiene el honor de pasar a manos de V.E. copia certificada del acta de constitución y de nombramiento de cargos de dicha asociación. Dios guarde a V.E. muchos años. Barcelona 3 de Enero de 1903. Paul Haas”.

La directiva escogida ese 29 de diciembre de 1902 es la siguiente: Paul Haas (presidente), Hans Gamper (vicepresidente), José Llobet (tesorero), Pedro Cabot (secretario), José Marín (vicesecretario), José Vidal (vocal 1º) y Luis de Ossó (vocal 2º).

A destacar que esta reunión del Café Alhambra del 29 de diciembre (constitutiva de la sociedad, nada más y nada menos) no apareció en la prensa de la época, como tampoco las gestiones efectuadas ante el Gobierno Civil ni la inscripción final en el Registro de Asociaciones. Finalmente, el 5 de enero de 1903 el Fútbol Club Barcelona fue inscrito (con el número 3.709) en el Registro de Asociaciones en cumplimiento estricto de la Ley de Asociaciones vigente.

La prensa de la época (incluso el siempre bien informado y predispuesto a informar de cuantas reuniones y eventos diversos celebraran las sociedades barcelonesas rotativo Los Deportes) guardó absoluto silencio sobre estos acontecimientos importantes del FC Barcelona ocurridos entre noviembre de 1902 y enero de 1903. Ello ha favorecido la imagen transmitida por la práctica totalidad de los historiadores sobre el mandato del presidente Haas como “un periodo de transición” sin grandes acontecimientos, aunque fue un periodo vital para el club en el que se aprueban unos estatutos y se refunda para poder inscribirse en el Registro de Asociaciones. Todo ello a pesar de que algunas referencias indirectas a esa fundación del club en 1902 podían ser encontradas, por ejemplo, en los estatutos de 1911 o en un informe de la Jefatura Superior de Policía de 1940 al Gobernador Civil de Barcelona (Arrechea, 2012, 2015).

Queda en consecuencia probado que entre los fundadores del FC Barcelona (incluido el señor Gamper, vicepresidente del club cuando se aprueban estos primeros estatutos de 1902) no existía ánimo alguno de politización.

De hecho, en 1911 siendo ya presidente Hans Gamper, se aprueban unos nuevos estatutos y el artículo tercero de los estatutos de 1902 se deja prácticamente idéntico con un añadido sobre religión:

La Sociedad no podrá tener nunca carácter político ni religioso alguno ni otros periódicos que los deportivos”.

Como ya hemos avanzado y ampliaremos en futuros capítulos, la aproximación al catalanismo político moderado (la Lliga Regionalista) se produce a partir de 1915 y tendrá reflejo en los Estatutos de 1920.

Parece pues, al contrario de lo tantas veces repetido, que fue deseo expreso de sus fundadores que el FC Barcelona no tuviera nunca carácter político, por lo que todos los dirigentes y socios que han venido después han sido, son y serán libres de modificar estos estatutos, pero no han sido ni son ni serán libres para modificar la historia.

Fuentes

Arrechea, F. (2012). 1899 o 1902. ¿Cuándo se fundó el Fútbol Club Barcelona? Cuadernos de Fútbol, 37, CIHEFE.

Arrechea, F. (2015). Orígenes, nacimiento y consolidación del FC Barcelona (1875-1903). Cuadernos de Fútbol, 70, CIHEFE.

Arrechea, F. (2016, 17 de julio). El verdadero fundador del Barça. Primera Plana, Marca, p. 39.

Arrechea, F. (2018a). Las polémicas en torno a la historia del FC Barcelona (I). El nacimiento (generalmente mal explicado) del FC Barcelona. Cuadernos de Fútbol, 102, CIHEFE.

Arrechea, F. (2018b). Las polémicas en torno a la historia del FC Barcelona (II). El origen de los colores del FC Barcelona. Cuadernos de Fútbol, 103, CIHEFE.

Arrechea, F. & Scheinherr, E. (2015). El Gimnasio Solé. Más que un gimnasio. Cuadernos de Fútbol, 71, CIHEFE.

ASDG. Archivo de la Delegación del Gobierno en Cataluña. Subdelegación del Gobierno en Barcelona. Caja 181, Número de Asociación 3.709 “Fútbol Club Barcelona”.

ASDG. Archivo de la Delegación del Gobierno en Cataluña. Subdelegación del Gobierno en Barcelona. Libro Registro de Asociaciones. Tomo II.

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Elias i Juncosa, J. (1901, 16 de febrero). Sport. Lo foot-ball a Barcelona. Etapa passat y present. La Ilustració Llevantina, p. 1.

Elias i Juncosa, J. (1910, 15 de marzo). El foot-ball en Barcelona. Los Deportes, pp. 69-74.

Escardó, J. (1903, 5 de julio). Foot-ball. Los Deportes, p. 423.

Escardó, J. (1906, 6 de enero). Los primeros partidos de football en esta capital. Los Deportes, pp. 868-869.

Gamper, J. (1903, 16 de agosto). Sobre el Decanato. Los Deportes, p. 518.

Gamper Soriano, E. (2008). De Hans Gamper a Joan Gamper: una biografía emocional. Barcelona: El Clavell.

López, B. (2016, 26 de julio). Masferrer, el gran fundador pero no del Barça. El Mundo Deportivo. Obtenido el 13 de noviembre de 2018 https://www.mundodeportivo.com/futbol/fc-barcelona/20160726/403470463924/masferrer-el-gran-fundador-pero-no-del-barca.html

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Masferrer, N. (1924, 29 de noviembre). Fútbol. Constitución de una nueva sociedad. La Vanguardia, p. 19.

Miscelánea (1899a, 22 de octubre). Los Deportes, p. 968.

Miscelánea (1899b, 19 de noviembre).  Los Deportes, p. 1031.

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Torrebadella, X. & Arrechea, F. (2015). Los orígenes de una Ciudad Olímpica. La vida gimnástico-deportiva en la Barcelona decimonónica. Madrid: CIHEFE.

Vázquez Montalbán, M. (1969, 25 de octubre). Barça! Barça! Barça! Triunfo, p. 23-28.

 


[1] Existen otros precedentes en la expresión, el primero de ellos no atribuido al FC Barcelona estrictamente, si no al que era su filial la SD de la España Industrial. Subirán, corresponsal de Marca en Barcelona, describía así al equipo el 9 de septiembre de 1955 (pág. 4): “…el España Industrial es más que un club una familia rectora…”.

El segundo precedente es más chocante, porque su autor el corresponsal de Marca en Buenos Aires Félix Centeno se lo atribuyó al Real Madrid en un reportaje sobre Di Stéfano y Rial publicado el 24 de agosto de 1958 (pág. 12): “Algo más que un club, algo más que un medio de hacer fortuna”.

[2] Traducción: “…forman un ligamiento tan grande que cuando uno grita “¡Viva el FC Barcelona!”, es todo un pueblo el que responde entusiásticamente…”.




Los España-Cataluña.

Ahora que está de actualidad el asunto tan sobradamente comentado sobre España y Cataluña, traemos a las páginas de Cuadernos los encuentros de fútbol que se han disputado entre ambas a lo largo de la historia.

En distintas décadas, estas selecciones se han enfrentado en tres ocasiones. Todos de carácter amistoso, teniendo como escenario la ciudad de Barcelona.

Estos encuentros se celebraron en los años 1924, 1934, y 1947.

Históricamente, en 1924, hacía pocos meses que la dictadura de Primo de Rivera se había instaurado en España. En 1934, el segundo acontecimiento tuvo lugar durante la II República de Alcalá Zamora, y en 1947 en plena época del franquismo.

PRIMER PARTIDO.

Tuvo lugar en Les Corts de Barcelona el 13 de marzo de 1924. Pocos días antes, el día nueve, España se había enfrentado a Italia en Milán, con empate a cero. El objeto del mismo era recaudar fondos para el desplazamiento que España tenía que efectuar a París con motivo de la próxima Olimpiada.

Para el arbitraje fue designado el colegiado Sr. Llovera.

Las alineaciones que presentaron ambos equipos fueron:

España: Zamora (Español), Rousse (A. Bilbao), Acedo (A. Bilbao), Meana (Sporting de Gijón), Gamborena (Real Unión de Irún), Peña (Arenas de Guecho), Piera (Barcelona), Samitier (Barcelona), Zabala (Español), Laca (A. Bilbao) y Chirri (A. Bilbao).

EspanaCataluna01Cataluña: Oscar (Stadium Ovetense) (sustituido en la segunda parte por Estruch, del Sabadell), Massagué (Tarrasa), Montesinos (Español), Carulla (Barcelona), Sancho (Barcelona), Caicedo (Español), Polo (Celta de Vigo), Cros (Europa), Olariaga (Español), Alcántara (Barcelona) y Sagi-Barba (Barcelona).

EspanaCataluna02Se da la circunstancia de que tanto Oscar como Caicedo habían sido suplentes en el referido encuentro de España contra Italia del día 9.

El resultado del encuentro fue favorable a los seleccionados de España por un contundente 7 a 0. Los goles fueron marcados, el primero, por Carulla, en propia puerta, a los 20 minutos; el segundo, a los 25 minutos, también en propia puerta por Oscar al pretender rechazar un centro de Zabala; el tercero llegó poco después, minuto 27, obra de Laca; el cuarto, al minuto siguiente, de Zabala (algunas fuentes atribuyen el gol a Chirri); el cinco a cero, de Samitier poco antes de finalizar la primera parte; en la continuación otros dos goles, obra de Samitier el sexto, de cabeza, a los 72 minutos, y el definitivo, de Zabala al final del encuentro.

Como dato, pocos meses después, el 1 de julio de 1924 nació el mítico portero del Barcelona y de la Selección española, Antonio Ramallets.

SEGUNDO PARTIDO.

Diez años después, el 14 de febrero de 1934, volvían a enfrentarse Cataluña y España. También en esta ocasión el encuentro se celebró en campo de Les Corts de Barcelona.

Esta vez, a beneficio del Unión Club de Irún, si bien una cantidad de la recaudación se realizó a beneficio de la Mutualidad Deportiva de Cataluña.

El resultado fue de nuevo favorable a la ”Preselección Española” por dos goles a cero. Arbitró el Sr. Arribas.

Las alineaciones que ambos seleccionadores -Sres. García Salazar por parte española y Sr. Torrens, por el combinado catalán- presentaron fueron las formadas por:

Cataluña: Nogués (Barcelona), Rafa (Barcelona), Torredeflot (Gerona), Gracia (Sabadell), Salas (Barcelona), Cristiá (Español), Prat (Español), Edelmiro (Español), Iriondo (Español), Goiburu (Barcelona) y Esteve (Sabadell).

Nogués

Nogués

España: Zamora (Madrid), Ceballos (Racing), Peña (Sporting de Gijón), Marculeta (Donostia), Vega (Celta), P. Regueiro (Madrid), Vantolrá (Barcelona) (sustituido por Casuco (Oviedo), Gallart (Oviedo), Lángara (Oviedo), L. Regueiro (Madrid) y Sornichero (Murcia).

Martín Marculeta

Martín Marculeta

Los goles fueron marcados por Casuco en el minuto 34 y Lángara a los 15 minutos de la segunda parte.

Con las bajas por lesión de la preselección española de Cilaurren e Iraragorri, que no pudieron desplazarse a Barcelona destacó por encima de todos el jugador donostiarra Martín Marculeta que llegó a jugar quince partidos oficiales con la Selección española.

TERCER PARTIDO.

Este tercer encuentro tuvo lugar el 19 de octubre de 1947 en plena dictadura franquista. Se disputó en el Estadio de Sarriá, Barcelona.

El resultado fue favorable a Cataluña por tres goles a uno.

Según dicen los archivos este encuentro serviría para el entrenamiento y orientación con vista a formar el equipo nacional. Hay que tener en cuenta que antes de esta fecha de octubre, en 1947, España únicamente había disputado dos encuentros oficiales: uno el 26 de Enero contra Portugal (derrota por 4 a 1 en Lisboa) y otro contra Irlanda el 2 de Marzo (igualmente derrota por 3 a 2 en Dublín), y no volvió a jugar otro partido oficial hasta el 21 Marzo de 1948, más de un año después; esta vez sí se ganó, 2-0 a Portugal en encuentro jugado en el estadio Santiago Bernabéu, que había sido inaugurado el año anterior.

A las órdenes del colegiado Sr. Azón, actuando como seleccionadores Victoriano Oliveras de la Riva, por Cataluña, y Guillermo Eizaguirre, por parte de España, ambos equipos formaron con:

España: Bañón (Real Madrid), Clemente (Real Madrid), Aparicio (Atlético de Madrid), Muñoz (Celta), Antúnez (Sevilla), Nando (Atlético de Bilbao), Epi (Valencia), Vidal (Atlético de Madrid), Zarra (Atlético de Bilbao), Arzá (Sevilla) y Bilbao (Atlético de Bilbao).

Cataluña: Velasco (Barcelona), Elías (Barcelona), Curta (Barcelona), Gonzalvo III (Barcelona), Catalá (Tarragona), Celma (Español), Navarro I (Sabadell), A. Segarra (Español), César (Barcelona), Juanete (Tarragona) (sustituido por Toni, Sabadell, en el minuto 45) y Panadés (Tarragona) (sustituido por Mario, Sabadell, también en el minuto 45).

Equipo de España en el encuentro de 1947

Equipo de España en el encuentro de 1947

Los goles fueron marcados por Bilbao a los dos minutos; empató César a los once minutos; el dos a uno lo materializó de nuevo César a la media hora de juego; y el definitivo resultado lo marcó Toni al cuarto de hora de comenzar la segunda parte.

También se disputó otro encuentro el 9 de agosto de 1953, si bien no puede considerarse como tal un Cataluña-España. Se jugó en el terreno de juego de Galileu, en el barrio de Sants de Barcelona. Fue a beneficio de Celestino Sánchez, ex jugador, que se encontraba delicado de salud.

El equipo “azul” como selección catalana formó con Casafont, Martínez, Tarragó, Agut, Ayza, Colomé, Panadés, Gaju, Cano, Oliveros y Rodri. Por el equipo “encarnado” formado por una selección de jugadores de primera y segunda división, jugaron Brú, Navarro, Modol, Pica, Iriarte, Sagrera, Roig, Egea, Bardina, Arroyo y Herrera. El resultado fue 6 a 0 a favor del equipo encarnado.




El perfil del fanático en el fútbol

La palabra fanático proviene etimológicamente del latín “fanum” un término que hace referencia a un templo o lugar sagrado, dentro del mismo contexto religioso fanaticum se refiere a alguna persona exaltada, una atribución que afecta a cualquier persona poseída por alguna inspiración divina

Los hechos acontecidos hace unos meses en Madrid, y que costaron la vida a un seguidor del club deportivo de Coruña, nos inducen a creer que en estos grupos de fanáticos se produce una sustitución del raciocinio, a pensar en una bien intencionada crueldad  que justifica su violencia.  Un hecho que destacó Nick Horby en su obra “fiebre en las gradas”  denominándola como la pérdida de la razón. El fanático es un sujeto que queda estancado y sumergido dentro de un mundo cerrado, no puede contemplar otro horizonte. Su ángulo de pensamiento queda ciego creyéndose en posesión de la suprema verdad. Justamente es esta ceguera el que  lo convierte en un sujeto peligroso, dependiente del odio y del rechazo a otras culturas e identidades futbolísticas. Son sujetos con hambre de grupo que encuentran en sus acciones grupales algo que les satisface profundas necesidades emocionales. Se piensan como pertenecientes a una totalidad que los trasciende. Una peculiaridad que se puede observar en el comportamiento de grupos organizados y particularmente en sus relaciones de alianzas y hostilidades con otros grupos de fanáticos. No podemos permitir como comentaba Emile Cioran[1], que lo más parecido al infierno, sea la tarde de un sábado o domingo, en nuestro caso fue la mañana de un domingo en las cercanías del estadio Vicente Calderón y otros casos. Lo peor es que estos grupos se escudan en el escenario futbolístico y convierten los estadios en un lugar donde expresar sus ideales habitualmente “ultras” a base de acciones deleznables como apologías del terrorismo, y un racismo xenófobo incontrolado en el marco de una sociedad civilizada, y demás hechos que nada tienen que ver con el espectáculo deportivo. Los actos de violencia colectiva en los estadios son un atentado contra la alegría del fútbol. Fue el etnógrafo francés  Christian Bromberger[2] quien utilizó por primera vez el término “ultra”, entendido este término como grupos con una elevada ansia de publicitarse y para darse a conocer. Se exhiben desplegando un conglomerado de símbolos y de signos sólo para atraer la atención; así de esta manera pasan de ser individuos anónimos en personajes relevantes, como comentaba Corbella en su artículo “locos por el fútbol”[3] son tipos perfectamente ordinarios que aprovechan los días de partido para convertirse en protagonistas y dinamitar un partido si hace falta. La violencia se ha extendido por todos los sitios, como si el fútbol alentara no sólo las nobles pasiones sino también la aparición de auténticas jaurías deportivas capaces de provocar verdaderas tragedias deportivas.

Se han cumplido ya 16 años de la muerte del seguidor de la Real Sociedad Aitor  Zabaleta, unos años en los que parece ser que ni instituciones deportivas, colectivos de entrenadores, futbolistas y sobretodo los clubs de fútbol han actuado de manera práctica. Es cierto que la ley del deporte ha modificado ciertos aspectos con ánimo de erradicar estas acciones pero parece ser que todo ha quedado englobado en un marco teórico, quizás vaya siendo hora de aplicarlo en la praxis. De alguna manera  se ha de cortar de raíz la relación metafórica entre estados nación, ideología política y fútbol. Pensamos que es lícito ser hincha de un equipo por razones emocionales, por una reacción emocional de la que ya no te puedes desprender puesto que la afición que se contrae es como un vicio, como una vieja enfermedad con la que convives y que ya forma parte de ti. Algo muy distante del fanático que como bien explicaba Villoro[4], no tiene argumentos válidos para defender lo que realmente piensa, simplemente lo podemos identificar como un idiota comiendo un bocadillo con la boca abierta y con la cabeza llena de datos inútiles, que forman hordas anónimas.

Establecer un perfil de un vándalo fanático es sumamente complejo. Estudiosos del tema nos hablan con sorpresa de que los auténticos cabecillas de estas hordas salvajes son personas con un alto grado de formación académica, en algunos casos universitarios,  que han liderado y movilizado mediante una personalidad catalizadora consiguiendo fascinar al resto del grupo, es la necesidad de un jefe y que culminan, como comentaba Rof Carballo,[5] en grandes crueldades colectivas. Personalidades cuyo verdadero interés no está en el fútbol o en el deporte en general sino en la pertenencia a grupos de extrema derecha y de extrema izquierda; el deporte sencillamente se ha convertido en un medio de expresión debido a su dimensión planetaria un hecho que les publicita y los convierte en protagonistas.

Como siempre que ocurre una tragedia se abre un periodo de reflexión y de debate, quizás podría servir el ejemplo de acciones que se han tomado en otros países y que han conseguido erradicar esta enfermedad. El caso de Inglaterra es un buen ejemplo, prohibiendo desplazamientos de estos grupos a otros estadios o vetándoles su presencia en cualquier escenario deportivo. En nuestro caso particular debería ser objeto de discusión el rol que desempeñan los clubs y concretamente sus estamentos directivos. Estos son conocedores del problema pero en algunos casos siguen mimando y velando a los mismos radicales, no por su contribución anímica o colaborativa sino por intereses electorales. Sirva desde estas líneas el ejemplo de Joan Laporta o de Florentino Pérez que aunándose de valor sí fueron capaces de tomar medidas contundentes con los fanáticos violentos de sus respectivos clubs de fútbol. Otra cuestión de debate nos conduciría a la pedagogía, a la educación  donde por desgracia la formación en ciudadanía y en valores continua estando en un segundo plano. Por último abogamos por una coherencia entre instituciones deportivas, la aplicación de las leyes anti violencia se han de cumplir esto implica cierres de estadios, sanciones ejemplares, y su colaboración con los cuerpos de seguridad del Estado. El fanatismo violento no pertenece al deporte, el deporte ha de fomentar toda una serie de valores que hagan más integra a la persona. Hasta el día de hoy tanto Consejo Superior de Deportes como la Liga Profesional  de fútbol han modificado y ampliado el margen de actuación hacia estos grupos esperemos que las medidas den resultado aunque como apuntaba Valdano[6] el fanático es como un monstruo de cien mil cabezas algunas más peligrosas que otras


[1] Cioran, Emile(2005) Breviario de la pobredumbre a fútbol y pasiones políticas. Madrid:temas de debate

[2] Bromberger, Christian (2000) El fútbol como visión del mundo y como ritual, a una nueva antropología de las sociedades mediterráneas. Barcelona:Icaria

[3] Artículo publicado en el diario La Vanguardia 2010

[4] Villoro, Juan (2006) Dios es redondo. Barcelona:anagrama

[5] Carballo, Rof (1959) La pelota y el laberinto a Revista de Occidente, Nº 38, Madrid

[6] Valdano, Jorge (2002)  El miedo escénico y otras hierbas. Madrid:El País Aguilar



Cataluña/España desde la portería

El 13 de marzo de 1924 Óscar Álvarez, portero de fútbol, abandonaba cabizbajo el terreno de juego. Un campo de Les Corts lleno de público y de reproches en voz alta. No tenía cuerpo para nada. Y menos para pensar que estaba siendo personaje principal en un pequeño hecho histórico.

Estamos en el inicio de esa recurrente polémica de las selecciones nacionales. Los felices veinte. Los estadios crecían para llenarse de trabajadores, con el permiso de su recién nacida jornada de ocho horas. Pagaban por ver a ídolos de masas a punto de ser profesionales.

Para ellos los equipos de fútbol empezaban a representar a sus lugares de origen en algo más que deporte. Las entonces llamadas “pasiones regionales” estaban en una ebullición que enfrió Miguel Primo de Rivera haciéndose con las riendas del país.  Las echó de la calle, pero se refugiaron en las gradas.

En aquel fútbol dominaba Cataluña. Y algunos catalanes querían tener selección propia. La española, de sólo cuatro años de vida, contaba ya con figuras en sus puestos principales. Hablo de Samitier o, sobre todo, de Ricardo Zamora, “El Divino”. Aquel portero de fama mundial del que, se decía, volvió al Español desde el Barcelona a cambio de 25.000 pesetas de ficha y 5.000 pesetas de sueldo. Mucho dinero para 1922.

En otra galaxia vivía Óscar una historia paralela. Este modesto guardameta del Real Stadium Ovetense fue convocado once veces con la selección española, pero no llegó a debutar. Ricardo Zamora cerraba el camino a todo aquel que quisiera pasar por su portería. Salvo lesión u omisión, era imposible jugar con la Selección si él estaba allí. Hasta aquella tarde de marzo de 1924.

Un año antes, en el campeonato interregional, la victoria de la selección asturiana lanzó a Óscar a la fama. El equipo fue recibido en Asturias por instituciones, autoridades y una muchedumbre que llenó las calles y el aire de vítores heroicos. Sobre todo para tres jugadores: Meana, Zabala y Óscar, bautizado, en toda España, como el Zamora asturiano.

Esto influyó en la decisión de contar con él para aquel singular partido Cataluña-España. Al fin iba a ser titular en la selección… pero en la catalana. Una forma de compensar que tres figuras de la talla de Zamora, Samitier y Piera, siendo catalanes, jugaran con la selección española. Pero al público no le gustó y, con silbidos y abucheos, se lo hizo saber a Óscar desde el primer momento. Les Corts era un campo nuevo, moderno, mucho campo para tenerlo en contra. Sobre todo si jugabas en casa.

Y allí estaba “Oscarín el del Oviedo”. Portero en el exilio que, por una vez, iba a poder vérselas frente a frente con El Divino. En la Selección y en la casa de Zamora hasta hacía poco más de un año: el campo del Barcelona.

Campo de Les Corts en 1922 (FC Barcelona).

Campo de Les Corts en 1922 (FC Barcelona).

Óscar caricaturizado por Roca en 1924.

Óscar caricaturizado por Roca en 1924.

Pero aquella portería quemaba. Y aquel campo bramaba. Muchas gargantas. Muchas más de las que Óscar acostumbraba a oír en campo ninguno. Les Corts tenía aforo para 25.000 espectadores. Demasiados decibelios.

Pocos gritos de ánimo. Mucho hincha hinchando el ambiente hasta reventar. Un asturiano defendiendo la portería catalana no fue comprendido por quienes entendían que aquel partido no era una pachanga. Que la selección catalana era rival y no sparring de la española. Que había selecciones y había naciones.

Fuera por eso, por los nervios, por la fatalidad, o por alguna nefasta conjunción planetaria, aquel no fue el día de Óscar. No parecía el cancerbero que lucía ya en los campos de media España.

Un córner de Piera fue despejado débilmente por Óscar y Zabala remató el primer gol. Fueron dos cuando el portero se metió un balón que Aguirrezabala sólo había querido centrar al área. En el tercero Óscar, con un mal rechace, puso el balón a los pies de Laca. Sólo el cuarto, de Aguirrezabala y el quinto de Samitier, fueron resultado de jugadas de gran mérito. Cero a cinco y sólo medio partido.

Al descanso Óscar se quedó en la caseta, y eso para un portero es sentencia. Ocupó su puesto Estruch, guardameta del Sabadell, que sólo entró dos veces a buscar el balón a las mallas, aunque las crónicas hablaron de dos tiros imparables. Lo contrario pasó con Óscar, de quien todos dijeron que cuatro de sus cinco goles habían sido el colmo de la inocencia.

La prensa, sobre todo la catalana, no tuvo piedad. No se olvidaba el 0 a 7. Para unos, su actuación desmoralizó a la selección catalana, para el resto los calificativos recorrieron el abanico que va desde “mediocre” a “desastrosa”. Unanimidad: la selección española era mejor, pero el partido lo había perdido Óscar. Capdevilla, desde las páginas de Madrid Sport, resumía el veredicto: “¿Quién duda que Zamora es el único?”

Tardó en recuperarse. Se despistó algunos partidos más, pero a Óscar no se le había olvidado el juego que con tanto esfuerzo aprendió en equipos de barrio como el Fresno o el Athletic de Campomanes. Enderezó su carrera y fue un mito del Real Oviedo. Contribuyó, con sus paradas y sus gestiones, al nacimiento del club, tras la fusión del Real Stadium Club Ovetense y del Real Club Deportivo Oviedo en 1926.

Aunque, para siempre, llevó consigo el recuerdo de aquella tarde triste en la que, por fin, jugó con la selección española… pero en la otra portería.

Óscar, primero por la izquierda de pie, en la selección asturiana que se proclamó campeona de España, derrotando a Galicia en Vigo por 3-1, el 23-II-1923. Junto a él forman: Germán, Zabala, Bolado, Bango, Argüelles, Amán, Barril y Meana. Sentados: Comas y Corsino.

Óscar, primero por la izquierda de pie, en la selección asturiana que se proclamó campeona de España, derrotando a Galicia en Vigo por 3-1, el 23-II-1923. Junto a él forman: Germán, Zabala, Bolado, Bango, Argüelles, Amán, Barril y Meana. Sentados: Comas y Corsino.