Paco Bru, el hombre que lo fue todo en el fútbol español.

Francisco “Paco” Bru.
(archivo Santos Yubero)

Para muchos llegaba tarde aquel homenaje a Paco Bru. Al menos lo obtenía en vida y no una vez fallecido cuando las culpas corroen a los dirigentes e intentan arreglar aquello que no quisieron hacer antes. Lo que no cambió es que el acto se llevó a cabo por la insistencia de un periodista, pese a que la idea había estado rondando durante mucho tiempo por las instituciones. Fue Ramón Melcón quien desde las páginas del periódico El Alcázar volvió a insistir en la idea. Esta vez la Federación no miró hacia otro lado y aceptó el envite. Se programó para febrero de 1960 un partido homenaje en el Santiago Bernabéu, en el cual el homenajeado participó seleccionando a los jugadores. Estos fueron agrupados en dos combinados, Norte vs. Resto de España, compuesto de jugadores retirados durante la última década. El 11 de febrero, y con una mala climatología que dejó la asistencia en media entrada, saltaron al césped los dos equipos. Por la selección Norte jugaron Lezama, Gabriel Alonso, Jugo, Mencia (Lesmes I), Ontoria, Nando, Iriondo, Panizo, Zarra, Venancio y Gainza. Mientras que por el resto de España lo hicieron Trias, Seguer (Clemente), Lozano, Navarro, Muñoz, Gonzalvo III (Huete), Basora, Hernández, Cesar, Molowny (Montalvo) y Escudero. En la previa Paco Bru recibió multitud de regalos y agasajos, ademas de saltar al césped, antes de sentarte a ver el encuentro. Este, pese a mal tiempo y el estado del terreno de juego, fue vistoso. Aquellos veteranos no dieron esa noche clases de velocidad y rapidez, pero si de calidad y brillantez emulando los buenos tiempos pasados. En cuanto a los goles estos aparecieron, y si siempre se colocaba por delante los norteños (Venancio, Zarra y Ontoria), la igualada siempre llegaba por el resto de España (Molowny, Escudero y Seguer). Con el empate final a tres goles se cerraba una agradable jornada de reconocimiento público a la figura de Paco Bru.

En el centro Paco Bru recibe regalos durante su homenaje, arriba la selección resto de España y abajo la selección norte.
(Boletín Oficial del Real Madrid)

Por aquel entonces el homenajeado vivía y trabajaba en Madrid. Pese a sus 74 años seguía al pie del cañón como secretario técnico del madrileño Plus Ultra. Toda su vida había girado en torno al fútbol y así seguiría casi hasta el final de sus días. El cáncer hizo su aparición y en marzo de 1962 cambió Madrid por Málaga para estar más cerca de su hija. El advenimiento llegaría en abril de manera inesperada. Con su muerte se marchaba una de las figuras más importantes del fútbol nacional. Una persona que en las seis primeras décadas del siglo había sido jugador, entrenador, directivo, federativo, arbitro, secretario técnico y sobre todo el primer seleccionador-entrenador del combinado nacional.  La noticia de su muerte puede que no generara las líneas que hubiera merecido. Es posible que fuera debido a su pertenencia al Plus Ultra, entre segunda y tercera división en aquellos años, en la década anterior a su fallecimiento. El diario MARCA le dedicó su página final de manera completa, mientras que por ejemplo en ABC y Mundo Deportivo aparecieron pequeñas notas de prensa firmadas por las agencias Mencheta y Cifra, o en la Hoja del Lunes, donde Manuel Rosón, otro gran conocedor de los comienzos del fútbol en la capital, le dedicó una pequeña columna.

Sin embargo, la historia futbolística de Francisco “Paco” Bru Sanz (Madrid 1885) fue muy extensa y con un punto central que a la postre le ha convertido en un pionero y por lo que es más recordado: su participación en la selección española que acudió a los Juego Olímpicos de Amberes en 1920. Antes de llegar a ese cargo había sido de todo en el fútbol durante las dos primeras décadas del siglo XX. Pese a nacer en Madrid, emigro con su familia a Filipinas con apenas seis años, hasta que la perdida de la colonia española obligó a su familia a retornar a España. Se establecieron en Barcelona y allí comenzó su actividad deportiva. Fundó, jugó y presidió el Internacional de Barcelona; posteriormente jugó en el FC Barcelona y en el RCD Español, además de ser directivo de ambos clubes; fue secretario, en varias etapas, de la Federación Catalana de fútbol; fue periodista y acabo siendo arbitro, fundando el colegio de árbitros catalán, llegando incluso a dirigir la finales de Copa de España de 1916 y 1917. Entre medias le dio tiempo a organizar el primer partido femenino de fútbol celebrado en España, sobre el cual contaron su historia Fernando Arrechea y Eugen Scheinherr en las páginas de Los Cuadernos de fútbol en Cihefe (https://www.cihefe.es/cuadernosdefútbol/2015/06/el-spanish-girls-club-de-barcelona-las-pioneras-del-fútbol-femenino-espanol/). De su etapa arbitral se guardan dos anécdotas suyas, una de las cuales ha transcendido con el tiempo. La primera fue en la famosa semifinal que jugaron Real Madrid y Barcelona en el torneo copero de 1916. Bru estaba retirado como jugador, pero viajó a Madrid a cubrir el partido para El Mundo Deportivo. Parte de los jugadores azulgranas no llegaron a tiempo a la capital debido a un problema ferroviario y para completar el once culé tiraron de Bru. Este ya era arbitro, pero además seguía siendo socio azulgrana y eso le daba derecho a poder jugar con el once catalán. Hay que recordar que por aquel entonces eso era algo legal. En cuanto a la segunda anécdota siempre hubo mucha diversidad a la hora de narrarla, por lo que la mejor manera de contarla es tirar de las fuentes originales y recordar cómo se lo contó el mismo Paco Bru a Ramón Melcón para la serie de memorias que publico este sobre el madrileño. “Comencé vistiendo con los jugadores y lo primero que hice fue sacar un pistolón que llevaba en el bolsillo y dejarlo sobre el banco de la caseta. Me vestí, cogí la pistola y el pito y salí al campo. Al minuto todo el mundo sabía lo que yo llevaba en el bolsillo de la chaquetilla. Apenas comenzó a formarse el primer conato de bronca, pare el juego, me dirigí al grupo que llevaba la voz cantante y dije muy serio: “Ya estoy cansado de oírlos. O se callan o salen por lo alto de la tapia” […] El gesto dio resultado, pues desde entonces todo marcho sobre ruedas. […] no llegue a enterarme de si funcionaba el arma. A partir de aquel día no deje de llevarla en todos los partidos que arbitraba”. La situación tuvo lugar en un Universitary – Atlético de Sabadell que se planteaba conflictivo y nadie quería arbitrarlo. Seria Bru quien se ofreció voluntario para la que sería su primera experiencia como colegiado de manera oficial

Bru junto a Hans Gamper en su etapa de jugador azulgrana.

Pese a todos los cambios que vivió tras dos décadas vinculado al fútbol, Paco Bru seguía siendo amateur cuando le llegó el gran cometido. Durante 1919 ya andaba circulando en diversos ambientes y estamentos deportivos la idea de llevar una selección española a los Juegos Olímpicos de Amberes, pero no terminaba de estar claro ni cómo financiar la expedición, ni de qué forma elegir a los integrantes, ni quienes podrían ser. Ya entrado en el año 1920 se empezaron a solventar algunos de esos inconvenientes y se aclaró que los deportistas tenían que ser amateurs y no profesionales, algo que ejercían bajo cuerda algunos clubes y jugadores. En la asamblea federativa del primero de junio de 1920 se acordó, tras diversas propuestas para elegir al combinado y mucho debate, designar una lista de 25 jugadores. Sin embargo, no se tenía a quien preparar y dirigir a estos jugadores, ni tampoco se les había hecho jugar juntos en ningún momento. Para más inri los campos en España eran diversos depende de la geografía y el tipo de juego que se practicaba. Por el norte era campos blandos de césped mientras que el sur eran duros y secos sobre tierra, por lo cual tampoco estaba claro como amoldar al combinado elegido. Dado que los campos belgas donde se iba a disputar la competición eran muy similares a los del norte de España, se optó por jugar una serie de encuentros de probatura en los campos de esta zona de la península ibérica. Como punto final se decidió, semanas después, la designación de un triunvirato para elegir los jugadores. El trio estaría formado por Julián Ruete (hasta hacia poco presidente del Athletic de Madrid y en esos momentos directivo de la Federación), Jose Angel Berraondo (exjugador del Real Madrid y Real Sociedad y con cargo en la federación) y Luis Astorquía (uno de los fundadores del Athletic Club y presidente de la Federación Norte). Este último rechazó el cargo y entre Ruete y Berraondo tampoco había mucho interés en viajar por España y ser realmente los preparadores. Finalmente se opta por contratar a Paco Bru para que sea realmente quien los entrene y los vea jugar.

A diferencia de hoy en día, y dado que por aquel entonces la gran mayoría de jugadores eran amateurs, la preparación resulta un caos. Inicialmente se prepararon ocho partidos amistosos entre mediados de julio y comienzos de agosto en Vigo, Oviedo, Gijón, Bilbao y San Sebastián. En ellos se iban a enfrentar dos equipos: uno denominado “Posibles” y otro llamado “Probables”, siendo el primero el que se considera el titular. Los dos primeros encuentros jugados en el vigués campo de Coya resultan ser un enfrentamiento de los Posibles ante una selección de jugadores regionales con aspiraciones a entrar en el equipo. La mayoría de los teóricamente seleccionados no pueden ausentarte tantos días ni estar viajando por España sin tener problemas en sus empresas. También de fondo había discrepancias con las diversas federaciones y algunas presionaron no enviando inicialmente a sus jugadores, caso de las vascas. Debido a estos inconvenientes se suprimen los partidos en Asturias y se pasa a Bilbao donde los jugadores vascos si están presentes. En San Mames pese a varias ausencias Bru puede ir mejorando el equipo dando entrada a más jugadores de los teóricos titulares y empieza a hacerse una idea del once final. Las ultimas probaturas son en el campo irundarra de Amute donde Bru recibe la “ayuda” de Ruete y Berraondo que hacen de linieres en el primero de los encuentros. Después se jugará otro encuentro más en el mismo campo para que finalmente Ruete, Berraondo y Bru decidan los titulares y los suplentes. El gran problema de fondo son las presiones de cada federación y la prensa local de cada región indicando cuales son los mejores hombres. Esto unido al tema de los campos donde jugar, y la decisión del comité tras los partidos, hace que finalmente la selección sea un compendio de jugadores catalanes, gallegos y vascos. Ya metidos en agosto saldrían en tren desde Irún hacia Amberes la siguiente selección:

Porteros: Zamora (FC Barcelona) y Eizaguirre (Real Sociedad)

Defensas: Arrate y Carrasco (Real Sociedad), Otero (Real Vigo Sporting) y Vallana (Arenas Club).

Centrocampistas: Samitier y Sancho (FC Barcelona), Belauste y Sabino (Athletic Club), Eguiazábal (Real Unión) y Artola (Real Sociedad).

Delanteros: Pagaza (Arenas Club), Vázquez (Racing Ferrol), Moncho y Ramón (Real Vigo Sporting), Sesúmaga (FC Barcelona), Patricio (Real Unión), Pichichi y Acedo (Athletic Club) y Silverio (Real Sociedad)

El desfile de la delegación española en Amberes. En segundo plano Bru y el equipo de fútbol.

A la ciudad belga no fueron Ruete y Berraondo por lo cual Bru asumió el mando de la selección. Junto a él viajó Isidro, el encargado del material y Manuel Lemmel, exjugador del Barcelona y el Español, que haría de masajista y también de árbitro, dado que tanto el cómo Bru estaban inscritos como colegiados para la misma competición. Desde la federación tan solo viajo Luis Argüello, días después que la expedición, para ser el máximo representante del grupo. Precisamente con este, y con parte de los jugadores, tuvo Bru algunas discrepancias antes del debut. Con Argüello motivado por quien era el responsable de la expedición, algo de lo que Bru nunca quiso adueñarse de los galones más allá de la parte deportiva. Mientras que con los jugadores el problema vino porque varios querían imponer parte del once al seleccionador. Bru, que ya tenía tablas, consiguió solventar los problemas con los jugadores de cara al estreno de la selección, mientras que, con Argüello, pese a que le reconocieron lo que el quería, siguieron las tiranteces. El estreno llegaría el 28 de agosto en Bruselas ante Dinamarca, una selección que llevaba disputando partidos más de una década, y que era una de las favoritas del torneo. Debutarían aquel histórico día Zamora, Otero, Arrate, Samitier, Belauste, Eguiazábal, Pagaza, Sesúmaga, Patricio, Pichichi y Acedo. Contra todo pronóstico dan la sorpresa ante Dinamarca venciendo 1-0 con gol de Patricio al poco del inicio de la segunda parte. Como curiosidad del encuentro hay que reseñar que Bru ejerció aquel día de linier durante el mismo, algo que hoy puede parecer extraño, pero era habitual en aquellos años el usar linieres del país de uno de los contendientes. Al día siguiente esperan, esta vez ya en Amberes, los anfitriones en la eliminatoria de cuartos de final. Estos resultan demasiado equipo para el combinado español y la selección cae derrotada por 3-1, marcando Arrate el gol hispano de penalti. Aquello que podía haber sido ser el final de la aventura olímpica fue un punto y aparte dada el extraño sistema de competición. Los cuatro vencedores de las eliminatorias de cuartos lucharían por un lado por la medalla de Oro en unas semifinales, mientras que los cuatro derrotados lucharían en un torneo de consolación por las medallas de Plata y Bronce, junto a alguno de los derrotados en la lucha por el Oro. Con este exótico planteamiento España se enfrentó a Suecia el 1 de septiembre. Aquel fue un partido bastante violento y que España remontó tras el inicial gol sueco, para finalizar venciendo por 2-1. Para la historia quedará el gol del empate español que a día de hoy sigue siendo recordado por una frase de Belauste previa a recibir el balón, y que será durante muchas décadas el gran exponente de la posteriormente llamada furia española. “Sabino, a mí el pelotón que los arrollo”, fue la legendaria frase que gritó Belauste para que su compañero sacara la falta hacia él y este se llevara balón y todos los suecos que se pusieron por delante hacia la red. En los minutos finales Acedo marcaría el gol de victoria española, mientras que los suecos fallarían un penalti. Tras los escandinavos tocaba Italia al día siguiente. Este sería otro partido marcado por la épica y es que se lesiona Pagaza durante la primera parte del encuentro, teniendo que jugar el resto del partido España con diez hombres. Pese a todo Sesúmaga marcará dos tantos, uno en cada parte, claro ejemplo de la superioridad técnica de lo españoles. A falta de diez minutos Zamora es expulsado tras golpear a un contrario cansado de sus reiteradas faltas, por lo que Silveiro se pone de portero. España tiene que aguantar el asedio final italiano con nueve hombres. Pese a todo no se mueve el marcador y con el 2-0 España sigue adelante.

España – Bélgica (Amberes)
De pie: Belauste, Acedo, Zamora, Artola, Patricio, Pichichi, Arrate, Eguiazábal, Vázquez, Sancho y Paco Bru. Agachados: Lemmel, Vallana y Pagaza.

Pese a que Bélgica había ganado ya la medalla de Oro, tras retirarse Checoslovaquia durante la final, a España aún le quedaba por jugar un partido y ese se convirtió en una final por el segundo puesto debida la descalificación de los checos. Ante los Países Bajos el combinado español se jugaba la medalla de Plata y quizás fue de los partidos más fáciles. España venció 3-1, dos goles de Sesúmaga y otro de Pichichi, para obtener la medalla de Plata de aquellos Juegos Olímpicos. Ademas de ese galardón, del que que nadie en nuestro país podía haber siquiera soñado, también se trajo Ricardo Zamora el reconocimiento al mejor portero del torneo, al haber sido designado dentro del once inicial, algo que también logró Sesúmaga. España volvió a España vía Irún, para recibir en San Sebastian un homenaje con partido incluido en Atocha al cual asistió la familia Real española. Bru por su parte sufrió el olvido de la federación a la vuelta de Amberes. Esta acordó dar la Medalla de Oro de la entidad al comité técnico, pero entendiendo que solo formaban parte de él Ruete y Berraondo. No sería hasta que la asamblea federativa de junio de 1921 cuando se enmendó el error y se le otorgo también a Bru la misma condecoración. Justo, aunque tardío, reconocimiento al primer seleccionador, que, si bien participó junto a sus compañeros en la elección, tuvo que lidiar en solitario en el país belga. 

Tras la experiencia olímpica Bru retornó a su trabajo remunerado, realizaba labores administrativas en el ayuntamiento de Barcelona, para al poco tiempo volver al fútbol. Entre 1923 y 1926 sería el auténtico hombre para todo en el RCD Español. Seria contratado como secretario técnico, pero acabaría dirigiendo al equipo (supliendo al inglés Edward Garry), organizando partidos por España y Europa e incluso viviendo en el chalet que por aquel entonces existía en el campo de la carretera de Sarria. Si en noviembre de 1925 se llevó al equipo a Praga y París, o una gira por las Islas Canarias, en el verano de 1926 participó en la exitosa gira, tanto deportiva como económica, del club perico por América. Fue larga, y eso le costó perder el campeonato regional de Cataluña, pero tras cuatros meses fuera de España el Español había jugado en Argentina, Uruguay, Chile, Perú y Cuba. Entre medias de su estancia en el Español, también le dio tiempo a volver a dirigir a la selección española en una etapa más desconocida. En diciembre de 1924, tras el fracaso de los Juegos Olímpicos de París, se concierta un amistoso ante Austria en Les Corts. Se designan un trío de seleccionadores para estrictamente elegir un grupo de jugadores. Se piensa nuevamente en Paco Bru para que los entrene y los dirija en aquel partido. España juega un mal partido, pero vence 2-1 a los austriacos con goles de Juantegui y Samitier. No sera hasta mayo y junio de 1925 cuando España haga una doble visita a Lisboa (0-2 a Portugal) y Berna (0-3 a Suiza) a los cuales no viaja Bru como entrenador por cuanto el Español no se lo permite. Si volverá a ser el entrenador en Valencia, cuando a mediados de junio Italia visite a España en Mestalla. Tras la victoria por 1-0, gol de Errazquin, volverían separarse los caminos de Bru y la selección.

El viaje por el nuevo continente con el Español trajo con el tiempo cambios en la vida de Bru. En Cuba le propusieron ser entrenador de un conjunto local y Bru aceptó. Pasaría dos años en la isla entrenando al Juventud Asturiana y a la selección Cubana hasta que retornaría a nuestro país en 1928. Esta vino en parte impuesta por el diario cubano “El País” y es que Bru ejerció como corresponsal en España para asuntos deportivos del citado diario. El “vicio” del banquillo volvió a tirarle y durante la temporada 28-29 comenzó su aventura en el Racing de Madrid. En el estaría hasta 1932 finalizando con una famosa gira del equipo madrileño por América, llena de peripecias y que tan bien plasmó Jose Ignacio Corcuera en un reportaje publicado hace años en Cihefe (https://www.cihefe.es/cuadernosdefútbol/2016/03/una-gira-hacia-el-desastre/ ) Entre medias a Bru le dio tiempo a ser seleccionador de Perú y con ese cargo fue el primer seleccionador del país sudamericano en el Mundial de Uruguay en 1930. La experiencia fue gratificante desde el punto de vista personal, pero no así en el plano deportivo puesto que los dos partidos de la fase de grupos se saldaron con sendas derrotas ante Rumanía y Uruguay.

Paco Bru y Pablo Hernández Coronado durante su etapa en el Real Madrid.
(MARCA Grafico)

Tras la experiencia de la excursión con el Racing, Bru acabó desencantado con el fútbol y opto por pasar a un segundo plano. Finalizó la excedencia, una de tantas que había pedido, y retorno al Ayuntamiento barcelonés. Allí seguía el fútbol como un simple aficionado hasta que una visita le hizo cambiar de idea. Tras un Barça-Madrid en Les Corts, con victoria blanca, recibió en su casa a Pablo Hernández Coronado, el hombre fuerte de la directiva madridista. Este le propuso volver a la actividad entrenando al conjunto madridista. Bru no se lo pensó mucho y aceptó la oferta para acabar sustituyendo en el banquillo a Robert Edwin Firth en el invierno de 1933. Desde ese momento hasta el comienzo de la guerra civil estaría unido al club blanco, donde lograría dos Campeonatos de España, y donde volvería a salir de gira en este caso por Alemania, Austria y Suecia. Tras el intervalo del trineo fratricida, Bru continuo en el Real Madrid hasta el final de la temporada 40-41, pero con un intervalo. Durante esta temporada llegaría su tercera etapa en la selección española. En enero de 1941 el combinado nacional volvía a la escena europea con un amistoso ante Portugal en Lisboa. Eduardo Teus, el antiguo jugador madridista y periodista, había sido elegido como seleccionador y pensó en Bru para que este entrenara al equipo que iba a elegir. Así lo hará el madrileño en aquel partido que se saldó con empate a dos.

Bru, a la derecha, en el estadio de Salésias antes de comenzar el Portugal-España en 1941.
(MARCA Grafico)

Pasarían los años, pero Bru seguiría incansable pasando por los banquillos de Granada y Málaga, donde también haría de secretario técnico en ambos equipos. En 1946 volvería al Español, solo en labores de despacho. A comienzos de los años 50 se iría al Real Zaragoza para compaginar la secretaria técnica y el banquillo, sitio este ultimo de donde se retiraría en 1951. Después un paso por los despachos en el Córdoba volvería a Madrid. A partir de 1953 se establecería en su ciudad de origen con un tranquilo cometido en la secretaria del Plus Ultra. De allí nunca se jubilaría y seria con la insistencia de Ramón Melcón cuando el fútbol español le intentara resarcir y homenajear a un hombre que tanto había sido en el fútbol patrio. Salvo balón, Francisco “Paco” Bru lo fue todo.

Bibliografía:

MARCA.

ABC.

El Mundo Deportivo.

Boletín Oficial del Real Madrid.

Amberes, allí nació la furia española (Félix Martialay).

Los 60 partidos de la selección española de fútbol (Fielpeña).

Enciclopedia del fútbol (Ramón Melcón y Miguel Vidal).




Una gira hacia el desastre

Van a cumplirse 30 años desde que los torneos veraniegos dejaron de interesar al aficionado. Para entontes había tantos jugadores brasileños, argentinos, uruguayos, magiares, balcánicos, teutones o africanos en el campeonato español, que la presencia de formaciones como Palmeiras, Botafogo, Videoton, Hajduk, Bayern de Múnich, Peñarol o Independiente de Avellaneda, apenas si desataban curiosidad o morbo. Las recaudaciones bajaban, los cada vez más escasos espectadores salían con la sensación de no haber presenciado nada distinto a cuanto les esperaba durante 8 meses de competición, y así, no pocos ayuntamientos, al fin y al cabo sostenedores del invento, concluyeron por dedicar su aportación a otros fines. Mala noticia para intermediarios, negociantes de distinto pelaje y clubes de postín, acostumbrados a hacer caja sin mucho esfuerzo. Pero también más fechas para la puesta a punto en “stages” y pretemporadas por Holanda, Bélgica, Alemania o la Francia septentrional, lugares donde el termómetro hacía más llevadero un intenso trabajo físico.

Transcurrido algún tiempo, otros organizadores de eventos se esforzaron por encajar la vieja fórmula en el nuevo panorama socioeconómico. El fútbol, gracias sobre todo a la televisión, se había universalizado. Asia, América del Norte y Oriente Medio, lo abrazaban con entusiasmo. Y si en el Golfo Pérsico siempre hubo petróleo, Asia Oriental ya no era un continente rojo, cerrado y deprimido, sino factoría de occidente, paraíso financiero y nicho de potenciales consumistas aún por explorar. Consecuentemente, los torneos de puesta a punto saltaron a New Jersey, Los Ángeles, Osaka, Shanghái, Pequín, Doha, Dubái, Hong-Kong, Singapur, Sídney o Camberra.

Hoy los clubes más señeros tendrían difícil equilibrar balances sin esas giras maratonianas, sin vender camisetas desde Ras-Al-Kkayma hasta Cincinnati, Ganzhou, Bahréin, Seúl, Surabaya o Bangkok, pues del rédito de esos bolos dependerá el futuro de tal o cual contratación a un costo exorbitante. Nada nuevo bajo el sol. Porque durante los años 50 del pasado siglo también hubo clubes, y no uno ni dos, empeñados en salir de pobres haciendo las américas. Aventuras a menudo inciertas, aunque nunca tan catastróficas como la del Racing de Madrid, allá por 1931-32. Una historia de película que merced a cuanto contaron Félix Pérez o Gaspar Rubio, ya de vuelta, y a las charlas de Paco Bru con su amigo Ramón Melcón, es posible reconstruir hasta en sus mínimos detalles.

El Racing de Madrid fue club empeñado a codearse de igual a igual con el Real Madrid, y hasta con alguna ventaja respecto al Athletic durante los años 10 y 20, época dorada del fútbol amateur. Constituido en 1914 por fusión del Cardenal Cisneros y el Regional, no habría de inscribirse en la Federación Castellana hasta 1915. Sus inicios difícilmente pudieron haber sido más espectaculares, al proclamarse campeón regional en su debut y repetir título cuatro años más tarde (1919). Su primer terreno de juego, situado en el Paseo del General Martínez Campos, tardó poco en quedar pequeño ante la rápida cosecha de seguidores. Y entonces, midiéndose siempre con Real Madrid y Atlético, la directiva racinguista quiso gozar de unas instalaciones comparables a los estadios Chamartín y Metropolitano, donde ejercían de anfitriones “merengues” y “colchoneros”. Tras adquirir terrenos en Vallecas y endeudarse muy por encima de lo prudente, dieron comienzo las obras tendentes a levantar un estadio con capacidad para 15.000 espectadores. Dicha cifra, que hoy consideraríamos menor, durante la segunda mitad de los locos 20 podía hacer rico a cualquier club capaz de agotar el papel en sus taquillas.

Aquel estadio, huelga decirlo, iba a lastrar extraordinariamente la economía del Racing. Si ya ocurrió algo parecido al Real Madrid con la construcción del Bernabéu en tiempos de incipiente desarrollo, o al Barcelona tras hipotecarlo todo en el Camp Nou, atisbándose ya los resultados de la implosión tecnócrata, el proyecto de los rojinegros, en una España atormentada por sus conflictos, ideológicamente muy dividida, parca en dinero y sin horizonte claro, tenía todos los visos de temeridad. Por otra parte, ese campo inaugurado el 23 de enero de 1930 con el nombre de Estadio Puente de Vallecas, se hallaba no sólo lejos de Chamberí, donde la entidad contaba con su más amplia masa de seguidores, sino, apurando un poco, lejos de todo. La estación de metro de Puente de Vallecas exigía a los espectadores casi un kilómetro de caminata por superficie sin asfaltar, transformada fácilmente por cualquier chubasco en puro lodazal. Todo ello se tradujo en escasas recaudaciones y muy seria amenaza de ruina.

Para mal de males, al instituirse el Campeonato Nacional de Liga quedó englobado el Racing en el grupo “A” de 2ª División. Una Segunda pura, pues para el siguiente ejercicio desaparecería de un plumazo el grupo “B”, creándose la 3ª División. Los rojinegros de Chamberí, con seis victorias y un empate en 18 partidos, acabaron ostentando el farolillo rojo y, consecuentemente, descendiendo a una categoría en la que casi nadie quiso estar. Porque si convulsos fueron los dos años anteriores al advenimiento de la Liga, tampoco resultó plácido el verano de 1929, ante el plante de numerosas instituciones. La Tercera recién nacida ya era vista como categoría ruinosa, exenta de cualquier interés y tumba segura para cuantos en ella compitiesen. El Racing sólo fue uno entre cuantos perdido el pulso ante la Federación, continuaron negándose a ser de 3ª, por más que ello representara descender otro peldaño hasta categoría Regional. En cualquier caso, más dosis de veneno al enfermo.

Hoy se estima en no menos de 800.000 ptas. el desembolso de los chamberileros para construir su campo. Ochocientas mil ptas. de 1927, 28 y 29, cuando muchos trabajadores debían apañárselas con 300 mensuales. Ochocientas mil, obtenidas mayoritariamente a crédito, cuyos intereses sólo podrían devengarse mediante una masiva afluencia al campo. Algo inimaginable si se competía en la humildísima Regional.

Cromo de Chocolates Amatller (1929) con equipación y escudo del Racing. El emblema del diseño fue adoptado un año antes.

Cromo de Chocolates Amatller (1929) con equipación y escudo del Racing. El emblema del diseño fue adoptado un año antes.

Prisioneros en su propia trampa, los directivos del Racing sólo vieron salida en el salto hacia delante. O hacían realidad la apolillada quimera de una excursión transoceánica, sueño urdido durante los gloriosos días fundacionales, o naufragaban como el Titanic.

Para salir al exterior resultaba preceptivo un permiso de la Federación. Y desde ésta, resentidos como estaban ante el plante del club, lo denegaron. No es menos cierto que la desautorización estuvo envuelta en razones logísticas y económicas, en lo arriesgado del propósito, cuando tantos frentes tenía abiertos la entidad por Madrid y sus alrededores. Vano esfuerzo, porque en el seno rector del Racing todos parecían haberse vuelto sordos. Con una jugada de birlibirloque, desde el club se procedió a contratar nuevos futbolistas; jugadores que al no constar federativamente como adscritos al Racing, bien podían partir por su cuenta hacia América, como agrupación de compadres dispuestos a arañar divisas. Algo que no podía colar, puesto que la prensa se hizo puntual e inmediato eco del proyecto. Aquellos jugadores, además, iban a lucir la camiseta del Racing por ultramar. ¿Cabía mayor desafuero que negar lo evidente?.

El encargado de diseñar la gira fue Paco Bru Sanz, su secretario técnico, hombre con sobrada experiencia y dueño de currículo apabullante: Entre 1899 y 1906, jugador del Internacional barcelonés, F. C. Barcelona y Español de la ciudad condal, además de secretario en las tres entidades; federativo desde 1902 hasta 1918, árbitro entre el 17 y el 23, seleccionador nacional en la Olimpiada de Amberes y entrenador del R. C. D. Español desde 1923 al 26. Y sobre todo conocedor de América más en profundidad que cualquier otro, luego de haber ejercido como seleccionador cubano en 1927 y de Perú en 1930, a modo de paréntesis durante su estancia en el Racing. Si alguien podía llevar a buen puerto un proyecto de tal índole, desde luego ese era él.

“En realidad ya había medio organizado esa tournée durante mi estancia en tierras americanas -confesó al también árbitro y periodista Ramón Melcón-. Culminada mi etapa en Perú volví a hacerme cargo del Racing, y tan pronto concluyó la temporada 1930-31 emprendimos viaje. Perú, Cuba, México y los Estados Unidos, nos esperaban. Entonces no podía imaginar que viviría experiencias tan accidentadas”.

Entre los expedicionarios figuraban, al menos, Tena I, Alfonso Martínez, Gómez, Irles, Arturo, Bernabéu -joven que no ha de confundirse con don Santiago-, Valderrama, Urretavizcaya, Félix Pérez, Cosme, Marcial de Miguel, Plattko, Mondragón, Morera y Lolín. En México se les uniría Gaspar Rubio, fugado del Madrid para hacer caja por su cuenta. Y a todos ellos se les anticipó Bru en quince días, con la intención de ir atando los últimos cabos y vivir en solitario el primer sofoco.

“A mis 46 años ya había sido muchas cosas, pero desde luego no un conspirador, que fue en lo que las circunstancias me convirtieron. Era muy amigo de Germán Marquina, antiguo presidente de la Federación Peruana, cesado al abandonar la presidencia de la República el general Sánchez del Cerro. Al general se le negaba la posibilidad de regresar a su país, y él quería entrar a toda costa para presentarse como candidato a unas nuevas elecciones. Pues bien, cierto día, hallándome en el aeródromo barcelonés, llegó desde Madrid el general peruano, a quien me ofrecí para cuanto necesitase en España. Dijo que iba camino de París, confiando hallar apoyo económico para su campaña electoral, y nos despedimos. Poco más tarde yo emprendí viaje hacia América, queriendo el azar que cuando el buque atracó en Vigo subiese mi viejo amigo Germán Marquina. Juntos hicimos la travesía y al unísono desembarcamos en el puerto panameño de Colón, donde el general Sánchez del Cerro le aguardaba. Luego de saludarnos, fuimos a comer los tres”.

Durante la sobremesa, entre evocaciones y proyectos a medio hilvanar, el general preguntó a Bru si tendría inconveniente en llevar hasta Lima tres cartas suyas, explicando sucintamente su contenido. Necesitaba autorización gubernamental para entrar en Perú, y aquellas misivas pretendía provocar revueltas y asonadas, en tanto los gobernantes no accedieran a levantarle la sanción. Uno de los escritos iba dirigido al director de la Escuela de Cadetes de Chorrillo, otro al jefe superior de policía en Lima, y la última epístola al director de la Escuela de Hidroaviación asentada en Ancón. Forzado por su amistad con el antiguo presidente federativo y venciendo temores, Paco Bru otorgó el sí. Días más tarde llegaba al puerto de El Callao, transportando entre los calcetines tan explosivos documentos. Ya en la Aduana, tras una rutinaria revisión del equipaje, observó aterrado que un policía se le acercaba, rogándole hiciese el favor de acompañarle.

“Pensé que todo se había descubierto -rememoró el protagonista bastantes años, después para el diario “Marca”-. Que alguien pudiera habernos visto almorzando en Colón, o quién sabe si incluso fue testigo de cómo las cartas pasaban a mis manos. Pero el miedo, con ser enorme, quedó empequeñecido ante mi alegría al escuchar la pregunta del funcionario, al tiempo de señalar unos paquetes: ¿Qué lleva usted ahí?. Ya tranquilizado respondí que no tenía la menor idea, y él los abrió. Eran dulces confiados por una familia amiga, cuyos parientes, establecidos en Perú, contactarían conmigo. Chasqueado, me ordenó de mal humor que siguiera mi camino”.

Bru entregó las cartas y transcurrido breve intervalo, al levantarse una mañana, supo que las tropas se habían sublevado. Ni oyó siquiera el escaso tiroteo entre amotinados y defensores del orden institucional. Apenas una hora más tarde, el gobierno autorizaba la entrada de Sánchez del Cerro.

“Tan pronto hubo llegado el general a Lima, me invitó a comer, asegurándome que si ganaba las elecciones podía instalarme en Perú con mi familia, sin necesidad de preocuparme de nada durante toda mi vida, pues él, agradecido, se iba a encargar de todo. Le respondía que me daba por satisfecho si no se producía ningún bochinche durante la estancia del Racing en su país, así me lo garantizó y, en efecto, no ocurrió nada hasta que abandonamos el altiplano”.

Equipo más habitual del Racing durante el primer Campeonato Nacional de Liga.

Equipo más habitual del Racing durante el primer Campeonato Nacional de Liga.

Hasta ese momento, nada más, porque las elecciones, celebradas cuando los racinguistas continuaban por Hispanoamérica, resultaron movidas. Sánchez del Cerro derrotó a sus adversarios, y al salir del tedeum con que celebraba su retorno al poder fue víctima de un atentado, resuelto con unas semanas de cama y la detención del magnicida. Pero puesto que sus enemigos no descansaban, al salir del mismo tempo, algún tiempo después, repitieron la intentona, esta vez con trágicas consecuencias. Sánchez del Cerro se convirtió en historia.

Volviendo al fútbol, los reveses del Racing apuntaron casi tan pronto como la expedición puso pie en Lima. Félix Pérez cayó enfermo de cierta gravedad, viéndose obligado a permanecer en la capital con Marcial De Miguel como única compañía, pues ningún delegado del club quiso permanecer junto al enfermo. Por cuanto a su actuación deportiva respecta, los españoles perdieron el choque de presentación ante una selección o combinado “acusando el cansancio y la falta de ritmo, consecuencia de tan largo viaje”, según manifestaron. Luego tocó medirse al Alianza, el club más potente de Perú, cosechando un meritorio empate a uno. Bru siempre se ufanó de su planteamiento: “Había ordenado a medios y defensas no un marcaje en zona, como era habitual, sino al hombre, cuerpo a cuerpo. Surgió entonces lo del marcaje férreo, por imperativo de las circunstancias, pues sabía que el Alianza era superior a nosotros. Contaba aquel equipo con muchos jugadores de color y hasta uno de origen y rasgos chinos, apellidado Sarmiento”.

El público, dando la victoria peruana por descontada, gritaba al ver a sus futbolistas sin dar una a derechas, entre tanto acoso: “¡Don Paco, eso es tongo, tongo, tongo!. ¡Ha comprado a los negros!”. A tal punto llegó su enojo, que cuando los peruanos abandonaban el estadio fueron perseguidos por las calles. La directiva del Alianza, entonces, se negó a disputar el otro choque comprometido, con la justificación de que una derrota podría acarrear graves consecuencias, ante la convicción popular de que se habrían dejado vencer a propósito. Así que en vez de al Alianza, el Racing se enfrentó a una selección de El Callao en lo que sería su tercera y última comparecencia peruana. Luego partieron hacia La Habana, dejando en Lima a De Miguel y el enfermo Félix Pérez.

Al llegar a Cuba se encontraron con otra revolución. Machado consumía su permanencia en la poltrona gubernamental. Sonaban disparos por todas partes. La sensación de inseguridad era intensísima. Para llegar al campo donde debían jugar, situado a las afueras de La Habana, hacía falta salvoconducto. Inmensa contrariedad, cuya traducción práctica consistió en una afluencia discreta. No obstante, según Bru sacaron 500 dólares en el primer partido contra el Iberia, vencedor por 3-1. La taquilla resultaba determinante, puesto que era el Racing quien lo organizaba todo, no contando con respaldo de ningún empresario.

El Iberia, según nuestros expedicionarios por miedo a perder, -aunque quién sabe si amedrentado por las circunstancias que vivía el país- hizo amago de no jugar más. Paco Bru, entonces, diligenció una demanda judicial, esgrimiendo su contrato. La polémica concluyó con una escisión federativa y disputa a regañadientes del segundo encuentro, donde el Racing salió victorioso. El tercer choque contratado jamás llegaría a celebrarse. Y ahí empezaron las penurias.

“Estábamos sin dinero, pues desde Madrid no lo enviaban conforme a lo prometido. Luego, a nuestra vuelta, supimos los motivos. Pero por de pronto aquello era quedarse a la buena de Dios”. Paco Bru no tuvo más remedio que vender por 3.500 dólares 5 de los 7 partidos contratados en el país azteca. “Lo necesario para desplazarnos a México y pagar la estancia allí durante un mes. Pensaba resarcirme con el ingreso de los otros 2 partidos, pues sabía que el taquillaje iba a ser crecido”. Pero una vez más, el cuento de la lechera iba a tener epílogo lacrimógeno por la leche derramada. “Lástima que mientras los cinco encuentros vendidos arrojaron un capital en taquilla, antes de los otros dos e incluso durante los mismos, justo los más importantes, lloviese. Los campos estuvieron semivacíos, y para mayor desdicha hubo que abonar primas a los jugadores, puesto que por no perder la costumbre ganaban siempre”.

El último choque del Racing en México lo enfrentó al Atlante, conjunto formado sólo por mexicanos y con fama de áspero, turbio y leñero. Paco Bru, pensando en futuras actuaciones por Nueva York, aconsejó a sus jugadores temple y prudencia, evitando lesiones. El Atlante, empleándose con tanta dureza como denuedo, llegó a disponer de ventaja por 3 a 1. Entonces los madrileños comenzaron a achicar balones, lanzándolos descaradamente fuera del estadio. Toda una desconsideración, al sentir del público, si no una burla deliberada. Justo cuanto hacía falta para armar la marimorena.

“Parte de los espectadores saltaron las alambradas, se echaron al campo y nos agredieron. A Gaspar Rubio, incorporado al equipo en México, le dieron una pedrada por la que manaba abundante sangre”. Bru saltó al campo, llevándose al herido sin encontrar oposición, probablemente porque una herida abierta siempre resulta escandalosa. Sin embargo parte de los demás futbolistas recibió su buena dosis de puñetazos, pedradas, puntapiés, arañazos y zancadillas. Pese al buen propósito inicial, todos sufrieron alguna lesión, de más o menos importancia. La tardía irrupción policial se saldó con todos los españoles detenidos, por alteración de orden público. Y puesto que el choque tuvo lugar por la mañana, al hallarse el comisario en los toros, Bru hizo alarde de artes negociadoras, consiguiendo se les permitiera ir al hotel, para comer. Antes, de cualquier modo, los policías fueron olfateando el aliento de cada jugador, uno por uno, cerciorándose de que, en efecto, no habían comido.

Al día siguiente, mientras Paco Bru liquidaba para poner rumbo a Nueva York, recibió una llamada telefónica advirtiéndole que una porción de hinchas mexicanos pretendía asaltar el hotel donde aguardaban los jugadores. “Corrí para allá, comprobando que los guardias tenían acordonado el recinto y se habían llevado a los futbolistas. Llamé al jefe de policía y éste me dijo: “Venga, no más…” A verle fui. Y en cuanto llegue me soltó a bocajarro: ¡Queda usted detenido!”.

Afortunadamente, el dueño del hotel donde se hospedaban era abogado y acudió en su defensa. O mejor dicho, en defensa de todo el equipo, pues la expedición al completo se hallaba en los calabozos. Para entonces, el embajador español, Álvarez del Vayo, con quien el propio Bru había estado en el último partido, se negó a intervenir, pese a ser insistentemente requerido. Sólo gracias al interés del abogado-hostelero, todos fueron puestos en libertad, excepto Valderrama, como capitán, y Bru, en su calidad de responsable absoluto. Dos policías acompañaron horas más tarde a ambos, mientras cenaban fuera de comisaría. Y únicamente serían puestos en libertad después de que el abogado amenazase con una demanda al ministro de Gobernación, tan pronto amaneciese, pues escapaba de cualquier lógica transformar una agresión en presunta alteración del orden. Las sorpresas, empero, no habían terminado aún, si damos por bueno el testimonio de don Paco:

“De buena mañana me reclamaron para arreglar el asunto. Mil pesos por jugador; es decir, 11.000 en total. No tengo dinero, respondí. Volvió a interceder el abogado y la multa se redujo a 10 pesos por cabeza. Pero cuando iba a pagar los 110 pesos, el encargado de recaudación me dijo que esperase a la tarde, pues era ya casi la una y él debía ir a comer. Aceptamos. Y luego, al volver, nos exigieron un recargo del 20 %, por no haber pagado antes de la una. No hubo más remedio que abonar la multa y el recargo. Esa noche emprendimos viaje a Nueva York”.

Humillados, es de suponer, sintiéndose víctimas de una vil y bien orquestada mordida. Pero al menos libres.

Aunque Ricardo Zamora nunca tuvo ficha del Racing, sí lo reforzó puntualmente, para algún bolo. En la imagen junto al capitán racinguista y el herculano Jordá.

Aunque Ricardo Zamora nunca tuvo ficha del Racing, sí lo reforzó puntualmente, para algún bolo. En la imagen junto al capitán racinguista y el herculano Jordá.

El viaje, después de tanto sobresalto, resultó relajante. Cuatro noches y cinco días en vagón de primera, con salón panorámico, comedor, barbero japonés… Lujo propio de millonarios, que hizo renacer el optimismo. Desde el mismo tren se concertaron cuatro partidos en la Gran Manzana, resueltos con derrota por 3-1 en el primero “a causa de la desdichada actuación de Plattko, a quien hubo de sustituir Alfonso Martínez, y a un árbitro parcialísimo en nuestra contra. Para tanto fue lo del “referee”, que el público lo hubiese linchado si nosotros no llegamos a impedirlo”. Fisher, secretario de la FIFA y espectador del encuentro, felicitó a nuestros compatriotas por su caballerosidad. Luego vencieron al Hakoa, a los Portugueses y al Hispania. Y como los fondos no llegaban para regresar a Madrid, hubo que seguir contratando partidos y más partidos. “Jugamos en instalaciones con capacidad para albergar a 120.000 espectadores, y en solares sin graderío”, aseguraron distintos componentes de la expedición. “Fue una odisea, de la que salimos, al fin, con posibilidad de emprender el regreso”, sintetizó Bru.

Odisea mayúscula, en un New York mortecino, víctima de la terrible crisis subsiguiente al crac bursátil de 1929,escenario de quiebras y desahucios, entre colas allá donde sirviesen cucharones de sopa gratuita. Tumba de sueños y paraíso de gánsteres, destiladores clandestinos, prostitutas o sinvergüenzas aclamados como héroes. Cloaca de corrupción generalizada y dinero a raudales bajo mano, producto de una Ley Seca útil sólo para acentuar el alcoholismo y convertir en grandes mafiosos a antiguos delincuentes de pacotilla. Porque la Ley Volstead, no lo olvidemos, como los “Intocables” de Elliot Ness, eran actualidad viva a finales de 1931 e inicio del 32.

Vigente desde el 17 de enero de 1920 hasta su derogación con la XXI Enmienda, el 5 de diciembre de 1933, la Ley Volstead -denominada así en honor al presidente del Comité Judicial de la Casa Blanca, Andrew Volstead-, fondo de tantas novelas y películas, prohibía el consumo de alcoholes en cualquier estado de la Unión. A decir verdad, fue una ley absurda, cuajada de contrasentidos, pues si convertía en ilegal la producción de vino, nunca puso impedimentos, por ejemplo, a la comercialización de zumos de uva en forma de bricks semisólidos, con los que fácilmente se podía elaborar vino casero. Cierto que los envases advertían sobre la prohibición de fermentar esos jugos. Pero a nadie escapaba que semejante producto tenía como único fin la fermentación clandestina. Al Capone, Frank Nitti, Joe Masseria, Frank Costello, Lucky Luciano, Joe Bonano, Vito Genovese o Joe Valachi, entre otros muchos, infringieron todos los códigos para dar de beber en garitos a una población obsesionada por vivir de prisa y no pensar en todo cuanto a su alrededor se derrumbaba. Saltarse la ley se convirtió poco menos que en deporte sin excesivo riesgo. Y contar cómo se había escapado a una redada por la puerta de atrás, aprovechando el tumulto, en magnífico tema de conversación. El embrujo del swing, las roncas voces negras arrancadas del blues, el electrizante jazz de Ben Pollack, Benny Goodman, Cab Calloway o Jack Teagarden, las noches en el “Savoy” o “Cotton Club”, con sus trompetistas llegados desde Nueva Orleans, enfebrecían a quienes, sin saberlo, iban a caer por el tobogán hacia nuevas guerras: la II Mundial por cuanto tocaba a los estadounidense, y la Civil, o incivil, en el caso de Bru y sus muchachos. Porque sí, parte de los expedicionarios también jugaron a embebecerse en aquella doctrina lúdica.

Con ocasión de los partidos en Nueva York, conocieron a gente de muy distintos orígenes y estratos. Italianos, portugueses, compatriotas que decían haber trabajado en Hollywood o ir camino de la meca del celuloide, emigrantes a quienes costaba salir adelante, aventureros… Entre estos, a Juan López, residente a caballo entre Brooklyn, Manhattan y el Bronx, cuyo oficio, según comentara, era el de contragángster. Esto es, dedicado a despojar a otros gánsteres de sus rapiñas o existencias de licor, mediante el expeditivo lenguaje de las armas. Una noche, Juan López se llevó de cena y francachela a Mondragón, Tena, Lolín y Alfonso Martínez, con la mala suerte de vérselas ante pistoleros empeñados en ajustar cuentas. Sólo después de muchas vueltas, giros y regates por calles a oscuras, medio desiertas, lograron despistarlos. La misma titularidad del vehículo empleado en su huida estaba un tanto en entredicho. Cuando los cuatro futbolistas regresaron al hotel, sudaban por cada poro.

Paco Bru, entrenador del Racing y hombre fundamental en la gira.

Paco Bru, entrenador del Racing y hombre fundamental en la gira.

Al cabo tuvieron noticias de que López había acabado del único modo posible: hecho un colador, bajo el plomo de competidores burlados.

Ya en España, los protagonistas de esta aventura entendieron por qué nadie les giró dinero en momentos de máxima dificultad. El Racing se hallaba virtualmente en ruinas. Resulta dudoso que la Federación Centro contribuyese decididamente a repatriarlos, como se aseguró alguna vez, puesto que Paco Bru nunca quiso reconocerlo. Y naturalmente, motivos tenía para estar bien informado. Lo que sí hicieron los federativos fue imponer una multa al club, por desacato -recordemos su prohibición a partir de gira-, y corroborar el descenso decretado con anterioridad. La directiva racinguista se avino a la sanción económica, pero de ningún modo al descenso. Y para manifestar su firmeza retiró al equipo de la competición. Mientras buena parte de su plantilla se desperdigaba, unos cuantos continuaron disputando amistosos por distintos  enclaves peninsulares. Parte de la afición, descorazonada, acabaría uniéndose a la Unión Balompédica Chamberí, fundada en 1927.

Para saldar su deuda con la Federación y ante la imposibilidad de atender el vencimiento de intereses, los mandatarios del Racing no tuvieron más remedio que malvender su flamante estadio. El 4 de febrero de 1932, Fernando de Bernardos, todo un osado, era aupado a la presidencia. Entre sus intenciones, recuperar a la entidad, solicitar el reingreso en la primera categoría del fútbol madrileño, y equipararse al Madrid Football Club y Athletic Club de Madrid. Como quiera que desde la federación se mostrasen inflexibles respecto a la categoría, el club rojinegro se volatiliza virtualmente. Ya no cabía hablar del Racing, sino del Castilla, resultado de agrupar con  la Unión Sporting algún resto del naufragio.

Otros despojos y girones de historia fueron a parar a la Unión Balompédica Chamberí, surgida de fusionar la Asociación Deportiva Chamberí con el C. D. Chamberí. Militaba en 3ª Categoría cuando las fatídicas vacaciones de 1936 estallaron en sangre, pólvora y lágrimas. Tras la derrota republicana, este equipo volvería a la palestra como Racing Club de Chamberí, hasta adoptar en 1941 la denominación de Agrupación Recreativa Chamberí, y reivindicar derechos inherentes al Racing, como presunto heredero legítimo. La Federación, empero, nunca admitió su solicitud de ingresar en 3ª, alegando no disponer de campo propio y contar otras entidades con más derechos. Si hubo maniobras para recabar el apoyo de clubes prestigiosos, como parece, estas gozaron de mínimo recorrido. De poco sirvió a la Agrupación Recreativa atesorar en su vitrina los trofeos del viejo Racing. La solidaridad y el “fair-play” parecían haber ido a pique, como tantas otras cosas, durante aquellos tres años de guerra.

La Agrupación Recreativa Chamberí, superados múltiples avatares por campos de tierra, concluyó disolviéndose la temporada 1976-77. Para entonces pocos sabían algo acerca de una gira tan desesperada como catastrófica. Real Madrid y Atlético, antaño competidores directos del Racing, ya habían ganado títulos de Liga y Copa, asomado a finales europeas e intercontinentales, mudado de campo y contabilizado en varias decenas de miles a su feligresía dominical. Perdido cualquier vestigio de romanticismo, al fútbol sólo se llegaba para corear cantos triunfales e izar trofeos. Pues bien, hubo una vez un mediano que ansioso de convertirse en grande midió muy mal su verdadera fuerza, hizo todo lo posible por aferrarse a la vida e incluso se embarcó en una aventura propia del Siglo de Oro. Todo le salió mal, de acuerdo. Pero, ¿acaso importa?.

La épica no está en el triunfo, sino en la voluntad y el empuje puesto para perseguirlo.




El “Spanish girl’s club“ de Barcelona. Las pioneras del fútbol femenino español.

Femenino01El 9 de junio de 1914 se jugó el primer partido de fútbol femenino en España entre dos combinados de un club llamado Spanish Girl´s Club, formado en Barcelona y organizado por Paco Brú Sanz (jugador del Barça y empleado del ayuntamiento de Barcelona, futuro seleccionador nacional en Amberes 1920). El presente artículo pretende recuperar la memoria de aquellas pioneras y rendirles un modesto homenaje ahora que se aproxima el debut de la selección española femenina en un Mundial.

Palabras clave: fútbol femenino, Barcelona, historia del fútbol, Paco Brú, Narciso Masferrer, regeneracionismo, feminismo, machismo.

La Unión Ilustrada. 21 de junio de 1914

La Unión Ilustrada. 21 de junio de 1914

Meses antes de que Paco Brú formara este equipo femenino existió otro club en Barcelona cuya directiva estaba formada exclusivamente por mujeres[1], aunque sus jugadores eran varones. Esta experiencia liderada por Brú[2] fue la primera en la que las mujeres tomaban protagonismo en el terreno de juego, se trató además de un club perfectamente organizado que disponía incluso de local en la sociedad «L´Amistat» de la calle Consell de Cent.

Como cabría esperar en la España de 1914 este club de fútbol femenino resultó sorprendente y polémico, y las reacciones en la prensa oscilaron entre el estupor y la simpatía, con algunos comentarios no exentos de machismo y misoginia.

Tras 45 días de entrenamiento y algunos problemas con los padres de las jugadoras por el uniforme y por la exigencia de Brú de que todas se ducharan tras los entrenamientos y los partidos, el entrenador las consideró listas para presentarse en público y el 9 de junio de 1914, a las cinco y cuarto de la tarde, se efectuó el primer partido en el campo del RCD Español. Las jugadoras del Spanish Girl´s Club se dividieron en dos equipos (Montserrat y Giralda) y, con el propio Brú como árbitro, disputaron un encuentro que levantó expectación. Se trató de un partido benéfico a favor de la Federación Femenina contra la Tuberculosis presidido por el Capitán General de la Región general César Víctor Augusto del Villar y Villate, acompañado de su hija.

El Giralda se impuso por 2-1. Ésta fue la crónica de El Poble Català (la más neutra y correcta, con comentarios favorables) el día siguiente, con las alineaciones completas:

Femenino03

Brangulí (autor), (9 de junio de 1914): "Primer partit de futbol femení". Arxiu Nacional de Catalunya. Fons ANC1-42/Brangulí (fotògrafs). Signatura: 026242. Reproducida con autorización.

Brangulí (autor), (9 de junio de 1914): «Primer partit de futbol femení». Arxiu Nacional de Catalunya. Fons ANC1-42/Brangulí (fotògrafs). Signatura: 026242. Reproducida con autorización.

El mismo día 10 El Diluvio publicó esta otra crónica, en la que aparecían comentarios menos afortunados sobre los peinados y sobre el supuesto miedo de las jugadoras cuando el balón les iba al pecho. Se anunciaban partidos en varias localidades catalanas, además de una gira que incluía Palma de Mallorca, Valencia y «Pamplona durante las fiestas de San Fermín»:

Femenino05El 11 de junio aparecía otra crónica en el Mundo Deportivo, ésta aún menos afortunada que las anteriores y repleta de comentarios machistas:

Femenino06Los dos equipos del club (Montserrat y Giralda) prosiguieron con sus partidos amistosos durante la primavera y el verano de 1914. Tenemos crónicas diversas de nuevos encuentros, como el del 11 de junio (empate a uno), por ejemplo esta de El Diluvio el 12 de junio:

Femenino07El 14 de junio en Sabadell (campo del Atlètic): Montserrat 4 – Giralda 1. Con homenaje y ovaciones en la ciudad vallesana incluídos. Crónica de El Diluvio el 17 de junio de 1914:

Femenino08El 21 de junio viajaron a Mataró (campo del Tiro Nacional). El Diluvio informó el 26 de junio de 1914 sin dar el resultado:

Femenino09El 29 de junio disputaron un nuevo encuentro en Barcelona (campo del España) con victoria del Montserrat 2-1.  Informó brevemente El Poble Català el día 30:

Femenino10El 6 de julio de 1914 se disputaría el primer partido de fútbol femenino fuera de la provincia de Barcelona. En Reus (Tarragona) «ante numerosa y distinguida concurrencia»: Giralda 2 – Montserrat 0. Informó La Vanguardia el 7 de julio de 1914.

Femenino11No tenemos más noticias del Spanish Girl´s Club. Parece que se negoció la posibilidad ya apuntada de que jugaran en Pamplona un partido que serviría para inaugurar el nuevo campo del Punching Club, pero no se concretó[3]. Según Garcia Castell en agosto de 1914 debían iniciar una gira por el sur de Francia que se abortó por el estallido de la Primera Guerra Mundial, llega a afirmar Garcia Castell que «Después de Bélgica, fueron las primeras victimas de la guerra»[4]. Fue el triste final de este primer club de fútbol femenino en España.

En 1923 el fútbol femenino regresó a Barcelona con la disputa de dos partidos internacionales amistosos Francia-Inglaterra organizados por el Sindicato de Periodistas en beneficio de las «Casas baratas para periodistas». El saque de honor en uno de ellos fue realizado por el siempre omnipresente en eventos y avances deportivos Narciso Masferrer Sala (periodista, dirigente y fundador de clubs y federaciones, divulgador deportivo y olímpico, etc.) Un referente en el regeneracionismo, un auténtico apostol del deporte y la educación física en nuestro país que también apostaba por el deporte femenino. Pese a la presencia de Masferrer (director de Stadium) en los encuentros, la crónica publicada por el periodista Enrique Guardiola en dicha revista el 15 de septiembre de 1923 (Girls contra Mademoiselles. Fiesta deportiva en favor de los periodistas) fue soez, machista y ridícula (incluso para la época) con comentarios de este nivel: «…hemos de confesar que el fútbol no se ha hecho para la mujer y que la mujer no se ha hecho para el fútbol…» , «Nosotros le tenemos horror al marimacho. Y es indudable que el fútbol femenino tiende a la formación del más completo, perfecto, acabado y espeluznante tipo de marimacho…», «(el fútbol) es un deporte al que sin exagerar podríamos calificar de esencialmente antifemenino»…

Ramon Claret y Joan Bert (autores), (1914-1920 ): "kickoff de Narcís Masferrer a un partit de futbol femení".  Arxiu Nacional de Catalunya. Fons ANC1-64/Bert i Claret (fotoperiodistes). Código de Referencia: ANC1-64-N-1712 Reproducida con autorización

Ramon Claret y Joan Bert (autores), (1914-1920 ): «kickoff de Narcís Masferrer a un partit de futbol femení». Arxiu Nacional de Catalunya. Fons ANC1-64/Bert i Claret (fotoperiodistes). Código de Referencia: ANC1-64-N-1712 Reproducida con autorización

Terminaba de esta forma tan penosa una aventura futbolística femenina avanzada a su tiempo en decenios que no debe ser olvidada. Hasta noviembre de 1980 la RFEF no reconocería al fútbol femenino y aún queda un largo recorrido por hacer en matería de igualdad. Pero todo largo camino se inicia con un tímido paso como el que dieron Paco Brú y las chicas del Spanish Girl´s Club de Barcelona en aquella primavera-verano de 1914. Un camino que de momento ha llevado a las futbolistas españolas hasta el Mundial de Canadá.

Caras y caretas. 11 de julio de 1914

Caras y caretas. 11 de julio de 1914

El Mundo Deportivo. 9 de junio de 2014.

El Mundo Deportivo. 9 de junio de 2014.

Agradecimientos: Arxiu Nacional de Catalunya

Fuentes consultadas: Miserachs, Jaume (2014, 9 de junio): 100 años del primer partido de fútbol femenino. El Mundo Deportivo.

 


[1] Arrechea, Fernando: El Helénico FC de Barcelona. Un equipo dirigido por mujeres en 1913. http://www.cihefe.es/el-helenico-fc-de-barcelona-un-equipo-dirigido-por-mujeres-en-1913/ CIHEFE. Consultado el 25 de mayo de 2015.

[2] Varios artículos posteriores dan protagonismo en esta aventura al jugador-entrenador inglés del FC Barcelona Jack Greenwell, pero no hemos podido confirmarlo. Vid. Garcia Castell, Joan (1968):  Història del futbol català. Aymà S.A. Editora, Barcelona. p.129.

[3] Caspistegui Gorasurreta, Francisco Javier: Entre belleza y salud: los límites del deporte femenino, 1900-1950. http://www.euskonews.com/0283zbk/gaia28302es.html Euskonews&Media . Consultado el 25 de mayo de 2015.

[4] Garcia Castell, Joan (1968): op. cit. p.129.



Fútbol, contrabando y estraperlo

Desde sus balbuceos, el fútbol, al igual que tantos otros deportes, propició viajes cuando salir de casa constituía casi aventura extraordinaria. De los viajes cabe extraer experiencias enriquecedoras, una visión más amplia y tolerante de la vida, y hasta se puede regresar, entonces o ahora, con recuerdos materiales de muy variada índole. Entre esos “recuerdos”, desde que se instaurasen tributos, arbitrios y aranceles, miles, millones de maletas, han cobijado material de contrabando. Sucedía y aún sucede, en convenciones, viajes turísticos o de negocios.Y también, claro, en desplazamientos de equipos, cualquiera que sea su especialidad. ¿Quién no recuerda, por ejemplo, el tráfico de caviar con el que los baloncestistas soviéticos se embolsaban unos dólares antes de la perestroika?. ¿Y los tubulares “made in U.R.S.S” comercializados casi al por mayor entre el pelotón de la Vuelta Ciclista a España cuando, allá por los 80, sus organizadores pusieron una selección rusa en el punto de salida?. Al principio, tanto mecánicos como corredores occidentales, recelaban. Lo barato, ya se sabe, suele ser poco fiable. Así que esperaron, vigilantes. Sólo tras comprobar que los soviéticos no pinchaban más que el resto, que no rodaban por el asfalto cuando llovía y además sus ruedas respondían muy bien ante la brea derretida por el solazo, floreció el negocio. Aquellos corredores enfundados en rojo, que por cierto hicieron muy buen papel, regresaron cargaditos de divisas, como los gigantes del baloncesto.

Pero fue entre el fútbol pretérito, sin duda porque cada fin de semana varios cientos de practicantes se movían de Norte a Sur o de Este a Oeste, donde durante cuatro o cinco decenios floreció más la corruptela de modesto perfil. Y sobre este particular, reconozcámoslo, nuestros futbolistas supieron mostrarse muy diligentes.

Paco Brú, responsable técnico de la selección española que acudió en 1920 a los Juegos Olímpicos de Amberes, hombre de verbo fácil y mil anécdotas, habría de narrar, varios años después, cierto tropiezo de Ricardo Zamora con un aduanero. Durante el largo viaje de regreso, en tren, los expedicionarios no sólo hablaban de la medalla de plata obtenida ante Holanda (3-1, con dos tantos de Sesúmaga y uno de Pichichi), sino también, o sobre todo, acerca del mejor método para introducir el tabaco que casi todos portaban. Ricardo Zamora, héroe ante los daneses, medallistas de plata en dos ocasiones consecutivas, el meta que había maravillado al público del Stade Unión St. Gilloise, en Bruselas, con intervenciones inverosímiles, se quedó de pronto contemplando los fuelles. “¡Ya está!”, dijo. “Nuestro tabaco va a ir escondido en esos fuelles”. Varias horas después se detenía el trenbajo la marquesina de aduanas, los funcionarios cumplían con su papel, revisando equipajes, y sin el menor tropiezo los expedicionarios continuaban viaje. Entonces, orgulloso de su astucia, Zamora comenzó a extraer cajas y más cajas del tabaco oculto entre pliegues, bajo la mirada estupefacta de un viajero bajito y rechoncho, con aspecto de contable, comerciante de ultramarinos o maestro de escuela. “Hay que ser listo -reía el guardameta-; listo de verdad para que no te pillen”. Por fin, cuando “El Divino” regresaba a su asiento cargando con el tabaco de todos, el señor bajito y rechoncho se puso en pie, extrajo su billetera e hizo ver una credencial de Aduanas. “Muy listo, sí -concedió-.Pero no lo bastante para engañarnos”.

Ricardo Zamora, mito y contrabandista ocasional.

Ricardo Zamora, mito y contrabandista ocasional.

Zamora hubo de apearse, acompañado por los demás expedicionarios, pasó esa noche en un calabozo y a la mañana siguiente, antes de tomar otro tren, satisfizo la correspondiente multa. Era la primera vez que una selección española salía al exterior, y ninguno de los viajeros sabía aún que iban a pasar a la historia por una frase jamás pronunciada –“Sabino, a mí el pelotón, que los arrollo”– así como por la furia con que se impusieron a conjuntos tácticamente mejor organizados. Era, también, el bautismo de nuestros futbolistas como contrabandistas de ocasión. Y pese a tan mal inicio no parece renunciasen a posteriores tentativas. Pero mientras tanto, quién sabe si tratando de resarcirse económicamente, cuando Zamora puso sus pies en Barcelona solicitó más dinero al presidente “culé”, recibiendo una rotunda negativa. Los directivos del Español, en cambio, aprovecharon la circunstancia para recuperar a su antigua estrella, tirando de tesorería. El fútbol, nuestro fútbol, cuando menos, aún era estatutariamente amateur, y saltar de un club a otro sin el consentimiento de quien contara con los derechos federativos equivalía a arrostrar un año de suspensión. Paco Brú, por su parte, supo rentabilizar muy bien el éxito olímpico, acumulando tal número de cargos remunerados como para acabar convirtiéndose popularmente en “Pacobrá”, remoquete cuya paternidad parece deberse a un anónimo castizo.

En junio de 1926 nuestro fútbol adquirió estatus profesional.Las fichas de los jugadores mejor dotados experimentaron una preocupante inflación, hasta el punto de hacer inviable la economía de casi todos los clubes.Y tras muchos dimes y diretes, luego de dos años discutiendo y negociando, concluiría creándose el campeonato Nacional de Liga, como único modo de eludir la bancarrota. Pero pese a estar mejor pagados, muchos futbolistas no renunciaron a redondear ingresos mediante el estraperlo. Especialmente durante los tétricos años de posguerra.

El término estraperlo procedía en realidad de la Segunda República, cuando los judíos holandeses Daniel Strauss, Perle y Lowan, esta última esposa de Strauss, introdujeron en nuestros casinos una ruleta eléctrica con la inestimable ayuda del Partido Radical dirigido Alejandro Lerroux. Strauss, que hablaba español y poseía pasaporte mexicano, supo arreglárselas para hacer amigos entre los Radicales, por cuya intercesión acabarían legalizándose los artilugios. El favor, claro está, ni mucho menos le salió gratis. Alejandro Lerroux se quedaba con el 25% de los beneficios. Aurelio Lerroux, hijo adoptivo del anterior, el periodista Santiago Vendrell y Miguel Galante, intermediario de postín, con un 5%. Joan Poch con un 10%. Para Strauss, Perle y Lowan (de ahí lo de “estraperlo”, apócope de esos tres apellidos: Stra-Per-Lo) conservaban el 50% restante, reservando 100.000 ptas. para el ministro de Gobernación Rafael Salazar Alonso, como soborno pactado entre la autoridad y Joan Poch. Si el casino de San Sebastián fue el primero en contar con ruleta eléctrica, pronto se les uniría el mallorquín Hotel Formentor. Y si no hubo más fue porque la ambición suele acaba rompiendo el saco. Las ruletas podían manipularse oprimiendo un botón, de manera que la banca ganaba cuando convenía. Y con tanto reparto y soborno de por medio, convenía demasiado a menudo. Descubierta la trampa, las ruletas “Straperlo” fueron prohibidas. Y entonces Strauss no tuvo mejor idea que exigir ante el presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, una indemnización por daños y perjuicios. Puesto que en su denuncia se detallaba todo (porcentajes de reparto, sobornos y compra de voluntades), el escándalo fue mayúsculo, concluyendo con la caída de Lerroux (octubre de 1935). Más suerte tuvo, sin embargo, el ministro de Gobernación, Salazar Alonso. Pagó los vidrios rotos un oscuro Eduardo Benzo, subsecretario del ministerio, quien a la postre había gestionado los permisos.

El desabastecimiento y las hambres de posguerra fueron germen de un estraperlo generalizado, en pequeña o gran escala. La imagen muestra una lata de aceite camuflada entre novelas populares.

El desabastecimiento y las hambres de posguerra fueron germen de un estraperlo generalizado, en pequeña o gran escala. La imagen muestra una lata de aceite camuflada entre novelas populares.

Quizás porque el recuerdo del escandalazo permaneciese vivo cuatro años después, o porque el vocablo estraperlo se instalara en el habla popular como sinónimo de chanchullo, especulación y actividad irregular, acabaría calificándose de este modo al tráfico clandestino de alimentos, aceite, café, tabaco, estilográficas e incluso carbón, y como estraperlistas a quienes se lucraban con ese mercado negro. Entre ellos, también plantillas de futbolistas casi al completo.

Bien mirado, lo tenían más fácil que cualquier otro colectivo. Viajaban por obligación, con regularidad y cargados de equipaje. Eran populares, ganaban más que la mayoría… ¿A santo de qué iban a meterse en fregados?, podía pensar la pareja de guardias con que se cruzaban, los inspectores de Abastos o cualquier puntilloso falangista compañero de asiento en el tren, de esos que a la menor oportunidad clamaban con la vena hinchada: “Pero bueno, ¿para esto he ganado yo una guerra?”. No, ni remotamente ofrecían perfil de sospechosos. Por eso, sin duda, se envalentonaron.

Los viajes al Sur, a Jaén, preferentemente, solían servir para hacerse con bidoncitos de aceite. Por el litoral cantábrico, las conservas constituían botín muy apetecible. A lo largo y ancho de ambas castillas podía caer algún saco de harina o ristras de chorizos. Y si se combinaba todo, llevando una cosa en el trayecto de ida y acarreando otra en el retorno, los desplazamientos habrían merecido la pena, fuera cual fuese el tanteador tras el pitido arbitral.

El estraperlo fue práctica extendidísima durante los diez o doce primeros años de agobiante autarquía, de pan negro y piojos, de gasógeno, miedo, frío y brazos extendidos, de castañuelas y misa larga, de hambre eterna y sueños en blanco y negro. Y estraperlista, a la postre, podía ser cualquiera. Incluso prohombres del régimen, honestos funcionarios de policía o patriotas condecorados. En aquel río revuelto, muy bien recreado por Joaquín Leguina desde “Tu nombre envenena mis suelos” (1992), podían pescar todos, como reflejó en este párrafo:

“-Venimos de parte de Antón, el de la taberna, a ver si nos puede vender algo para llevar -solicitó Barciela con aire falsamente humilde.

Nos hicieron pasar a un patio interior cubierto. Allí estaban apilados los sacos, y los chorizos, morcillas y lomos colgaban de ocho o diez vigas. Era un panorama prometedor. Barciela me mandó a por el “Hispano” mientras él negociaba. Cuando yo salía, me dijo al oído:

-¿Cuánto quieres gastarte?. Te recuerdo que lo podemos revender bien en Madrid. En estos tiempos es como tener acciones del Banco de España.

Le contesté que podía gastarme doscientas pesetas y me fui hacia el coche. Cuando volví, Barciela había apartado dos sacos de harina, cuatro de patatas, chorizo y lomo. Lo metimos todo en el gran maletero del “Hispano”, pagamos y nos despedimos. Eran las cinco de la tarde cuando llegamos a Paracuellos. El cielo estaba tan cubierto que parecía de noche. Nevaba menos, pero el frío era intenso. Por el camino, Barciela parecía contento”.

Barciela, como el narrador, era policía no muy vocacional, incapaz de hacer ascos a una buena oportunidad, aunque impregnado de cierto barniz ético. Y para dejarlo sentado, el mismo narrador apuntaba con socarronería su visión crítica del momento en este otro pasaje:

“Aseguran que el estómago se adapta en sus dimensiones a la comida que se le suministra. En esa época los estómagos de los españoles habían reducido su tamaño en un esfuerzo patriótico digno de mención. Como decía Barciela: A Franco le van a dar el premio nacional de Medicina; ha acabado con las úlceras de duodeno”.

Cartilla y cupones de racionamiento. Un tesoro familiar desde 1939 hasta 1952.

Cartilla y cupones de racionamiento. Un tesoro familiar desde 1939 hasta 1952.

La realidad aún era más cruel. Proliferaron los falsificadores de cartillas y cupones, los acaparadores, panaderos que horneaban harina y serrín, quienes bautizaban la leche a razón de cuartillo y medio por litro, inventariaban reservándose para la reventa entre un 15 ó un 20%, compraban voluntades con cuatrocientos gramos de filetes o medio queso, se echaban a las carreteras en plena noche y entre trago y trago a la botella de coñac veían crecer su fortuna impúdicamente. Alguno caía, claro. Y entonces, amén de la correspondiente multa o el encarcelamiento, para que otros escarmentaran en cabeza ajena, desde la prensa se les escarnecía publicando nombres, apellidos y, si era el caso, la razón social de cada reo. Con semejante panorama, forzosamente debían chirriar los eslóganes del régimen, machaconamente reproducidos hasta el hastío: “Esos malos españoles, que ahora vienen a mitigar su hambre en nuestra saciedad” (dirigido a los deportistas que por librarse del frente emigraron a Francia e iban regresando, o exploraban posibilidades de hacerlo). “Franco no sólo embridó al comunismo; nos trajo prosperidad, fe y abundancia”(al conmemorarse el primer año triunfal). “Mientras el mundo lame sus heridas, en Españacabe hablar de ideales, orgullo y saciedad” (tras la solicitud de retirada de embajadores en Madrid). “Se dijo: ni un hogar sin pan; ni un niño sin sonrisa; ni un hombre sin futuro. Hoy ya no son palabras, sino hechos. España es la envidia de Oriente y Occidente, porque donde se instaló la herejía hoy hay piedad, donde hubo zozobra hay esperanza, y aquella miseria de cuerpos y almas se ha transformado en paz, saciedad y frentes altas”. (en 1948, con todos los bienes de primera necesidad racionados y a falta de cincuenta y tantos meses para que el Producto Interior Bruto se equiparase al de 1936).

Relación de estraperlistas, aprovechados y acaparadores sancionados, publicada en la prensa gallega.

Relación de estraperlistas, aprovechados y acaparadores sancionados, publicada en la prensa gallega.

Fue un tiempo de colas a la puerta del “Auxilio Social”, donde las cartillas de racionamiento constituían un tesoro. Faltaba casi de todo. Las infraestructuras estaban deshechas, el agro atrasado, la pesca capitidisminuída, el tejido industrial necesitado de abundante inversión y el país con un millón largo de habitantes menos que en 1936, entre caídos de ambos bandos, represaliados y exiliados. Sólo quienes podían acudir al mercado negro mantenían el tipo, y no pocos clubes enmascararon sobresueldos a determinados futbolistas (existían topes salariales, no lo olvidemos) bajo el eufemismo de “complementos de salud” o “sobrealimentación”, conscientes de que su esfuerzo exigía comer en cantidad y variedad sólo factibles en la despensa del estraperlo. Hasta Kubala gozó de uno de esos pluses. Y otros, algún año antes, aprovechaban la menor ocasión para llenarse como boas.

Ocurrió con la plantilla del Santander, entre cuyos miembros se hallaba el portero aragonés Orencio. Cuando el 4 de febrero de 1940 los cántabros viajaron a Zaragoza para medirse en Torrero con el primer equipo maño, hicieron un alto en Alagón. Allí, el padre del cancerbero, agradecido por la buena acogida dispensada a su vástago, les tenía preparada algo más que una señora merienda, con carne asada, embutidos, hogazas recién horneadas y vino a discreción. Todo un lujo, en el que se zambulleron sin contemplaciones. Como durante el ágape había llovido de lo lindo y el alcohol hizo efecto, tan pronto pisaron la calle alguno rodó como una peonza por el abundante barro, para jolgorio de quienes se mantenían en pie. Y al responder los caídos arrojándoles pegotes de fango, en pocos minutos lucían todos como para pedir limosna. Pero eso no fue lo peor. El chófer estaba como una cuba. Ni a remojo lograban hacerlo espabilar. Al fin tuvo que ser Ceballos, el santanderino más despejado o decidido, quien condujese el autobús hasta la puerta del Hotel Oriente, donde no tuvieron más remedio que hacer noche. Partieron hacia Santander al día siguiente, con su buena resaca, aunque eso sí, muy, pero que muy bien comidos.

A Deva (en la foto dedicada) se le antojó imposible que unos huevos de primera pudieran desaprovecharse.

A Deva (en la foto dedicada) se le antojó imposible que unos huevos de primera pudieran desaprovecharse.

Casi por la misma época, Deva, un defensa guipuzcoano macizo y contundente, dejó bien claro que como buena parte de los españoles seguía teniendo hambre atrasada. Según Ángel Aznar en su “Historia y anécdotas del Real Zaragoza”, el chicarrón recibió unos vales del doctor Abril para hacerse embrocaciones de huevo y mitigar las molestias e hinchazón muscular, a raíz de un golpazo. Transcurridos cinco días, interrogado por el doctor sobre cómo iba con los dolores, Deva contestó categórico: “Esto sigue igual, don Julián; sin la menor mejoría”. Extrañado, el galeno quiso saber si ya se esparcía bien las claras por el muslo, si no percibía siquiera una agradable sensación de frescura. Y Deva cayó del guindo: “A mi nadie me ha dicho lo que debía hacer. Así que cada mañana me presento con el vale que usted me extendió, me entreganuna docena de huevos y yo me los como fritos”.

El doctor quedó atónito y su paciente algo amoscado. ¿Podía imaginar alguien semejante desperdicio?. Estaban las cosas como echar a perder tantos huevos.

Cataluña fue un emporio textil entre los años 40 y 60. Los periódicos barceloneses también publicaban sanciones por estraperlo y demás trapacerías.

Cataluña fue un emporio textil entre los años 40 y 60. Los periódicos barceloneses también publicaban sanciones por estraperlo y demás trapacerías.

Anécdotas al margen, con semejante panorama descender a 3ª División constituía todo un drama, no sólo por cuanto representaba para el caché de los jugadores, sino porque en esa categoría, con desplazamientos mucho más cortos y sin salir apenas de la región, el estraperlo resultaba infinitamente menos productivo. Lo advirtió de inmediato cada militante del Arosa, cuando al concluir el ejercicio 1949-50, con sólo 17 puntos, 44 goles a favor y 84 en contra, despertó del sueño que 12 meses antes situase a los de las Rías Bajas por primera y única vez hasta hoy en la categoría de plata. El descenso también supuso, lógicamente, un revés para su afición. Pero lo que tal vez sorprenda es que se viviera un duelo en muchos bares y colmados esparcidos por Cantabria, Zaragoza, Pamplona, Soria o Cataluña. Justo los establecimientos que habían logrado hacerse con una reserva de café angolano y brasileño contrabandeado hasta las Rías vía Portugal, y distribuido por la muchachada arosana.

Una Formación del Arosa, en 2ª División, la temporada 49-50.

Una Formación del Arosa, en 2ª División, la temporada 49-50.

Pudiera sorprender, igualmente, que temporada tras temporada hallasen acomodo futbolistas de bajo perfil, con pocas presencias en las alineaciones y opacos para la crítica deportiva. La explicación, ofrecida tiempo ha por veteranos futbolistas de la época, ya desaparecidos, aclara muchas cosas: “Los entrenadores ganaban más que nosotros y por lo tanto podían poner más cuartos en el negocio. Algunos, prudentes, sólo invertían el importe de sus primas, que eran dobles, y lo que iban ganando con el estraperlo. Esos lo apuntaban todo en libretas con tapa de hule, como contables de banco. Así las cosas, velando por su negocio, a la hora de cubrir vacantes o reforzar el equipo incorporaban jugadores con los que ya habían coincidido antes. Luego veíamos que por lo menos uno de los nuevos tiraba a paquete y pensábamos: Otro con contactos. Y no fallaba. Ese, el más paquete, no estaba allí por lo que pudiera aportar sobre el campo, sino porque conocía a muchos proveedores y servía a ni sé cuántos clientes. Por supuesto, en casa apenas si lo alineaba. Fuera, en cambio, ya era otra cosa. A todos nos constaba que el entrenador y él iban a medias y, como en natural, los negocios se hacían viajando”.

Quizás se pregunte alguien cómo tenían tanto poder los entrenadores de antaño. Porque una cosa era dirigir al equipo y otra confeccionar plantillas. ¿Acaso no había secretarios técnicos?. La respuesta es simple. Si, los más adelante imprescindibles secretarios técnicos profesionales, existían, aunque sólo en la elite. Los clubes medianos solían apañarse con un directivo cargado de buena voluntad, si bien bastante huérfano de conocimientos, que abordaba el empeño desde el más absoluto espíritu amateur. Y así se producían fiascos tan tremendos como el vivido en Castellón durante el verano de 1948.

Chencho, redactor deportivo en la Plana y durante 20 años voz de Carrusel Deportivo desde Castalia, era el secretario técnico del C. D. Castellón cuando en junta directiva se acordó reforzar la vanguardia albinegra. El objetivo era Caeiro, macizo ariete de choque repetitivo, con buenos registros en el Ferrol. Así que Chencho hizo equipaje y subió al tren. Ya en Galicia le asaltaron las dudas, explicables hasta cierto punto porque en el quinteto ferrolano formaban dos hombres con apellido casi idéntico: Fabeiro y Caeiro. Fabeiro debió sonarle más familiar y, consecuentemente, se lo llevó hasta la ribera mediterránea. No fue, ni mucho menos, la pieza resolutiva tan ansiada, alternando saltos al césped con muchos domingos al sol. Como al cerrase el campeonato sólo había marcado dos goles, lo devolvierona Galicia, primero a la Orensana y después al Ferrol, donde además dio un muy aceptable rendimiento sobre el barro del Inferniño.

Caeiro, goleador de relieve que no llegó al Castellón por un error antológico de su secretario técnico.

Caeiro, goleador de relieve que no llegó al Castellón por un error antológico de su secretario técnico.

Lo llamativo de la equivocación es que mientras el codiciado Caeiro rondaba el metro noventa, tumbaba muros y sus cabezazos impulsaban la pelota como una bala de cañón, Manuel Fabeiro era bajito, peleón y con buen regate, aunque incapaz de amedrentar a nadie. Caeiro, poco después de que Chencho regresara a Castellón, ficharía por la Real Sociedad para festejar 54 goles en 73 partidos ligueros. Desde Atocha saltó al Stade Rennais francés, con 6.000 ptas. mensuales de sueldo y ficha de 125.000 al cambio (pesetas de 1953, cuando un maestro español ganaba 14.000 al año, más pluses y complementos). Y con su nueva camiseta volvió a anotar 72 goles en 114 partidos de 2ª y 1ª División.

Se entenderá, pues, que con la muy loable intención de no incurrir en fiascos similares, muchos clubes optasen por encargar la confección de sus plantillas al entrenador, al fin y al cabo, o así se suponía, un auténtico entendido. Pero como la condición humana dista mucho de ser angélica, no pocos, sintiéndose todopoderosos, prefirieron pensar en sí mismos antes que en el equipo. Y no únicamente por cuanto respecta al estraperlo, sino además, sobre todo cuando a partir de 1952 las cartillas de racionamiento pasaron a la historia, cobrando comisiones a quienes fichaban, como haría cualquier agencia de colocación. Tan pronto liquidaban el primer plazo de su ficha, los recién llegados debían hacer cuentas con su “míster”. Quien no cumpliera, ya podía prepararse para ver fútbol desde la grada, contando con que el hecho no trascendiese y otros entrenadores los tachasen de sus listas, esquivando así futuros riesgos de impago.

El fin del racionamiento puso rejón de muerte al estraperlo, aunque no así al contrabando. Ya no era cuestión de traficar con aceite, café, harina o chorizos, sino de introducir desde Tánger, Ceuta, Melilla o Canarias, medias de cristal, estilográficas o perfumes de alta gama. Tánger, puerto franco, tuvo a sus clubes compitiendo en nuestra Liga hasta el fin del Protectorado. Ceuta y Melilla eran dos clásicos de nuestra 2ª División o la 3ª andaluza. Y Canarias había entrado en el fútbol nacional con los 50 del pasado siglo recién inaugurados, creándose ex profeso la Unión Deportiva Las Palmas, mediante fusión de cinco entidades gran canarias. También durante los 50 y primeros 60 fueron llegando más y más futbolistas extranjeros. Y éstos, en especial quienes no planeaban enraizar en nuestro suelo, ante la imposibilidad legal de sacar divisas tuvieron que apañárselas para poner al otro de nuestras fronteras su dinero.

Hoy, con la globalización de mercados convertida en dogma de fe, cuando el dinero se mueve en cantidades ingentes y sin apenas control hacia cualquier paraíso del oligopolio, tal vez sorprenda a los lectores más jóvenes que hasta no hace mucho las fronteras estaban blindadas a la fuga de riqueza. Cualquier español o residente en nuestro suelo, allá por los 60sólo podía sacar un máximo de 20.000 ptas. en metálico al salir de España. Daba igual hacia donde fuera; a París o el Sudeste Asiático, a Camberra o Estocolmo, y proyectase estar fuera una semanita o los sesenta y tantos días que como media otorgaban de plazo muchos visados. Si esas 20.000 ptas. no alcanzaban, a contratar cheques de viaje, transparentes ante el Ministerio de Hacienda y creados exprofeso. Porque la tarjeta de crédito, si bien ya existía, era tan invisible por nuestros pagos como el monstruo del lago Ness o el Yeti. Aquellas 20.000 ptas. irían engordando (25.000 después, 30, 50.000, ya en los albores de nuestra democracia) aunque a un ritmo mucho más lento que la inflación y despreciando el auténtico valor de la moneda, sometida durante ese intervalo a varias dietas de adelgazamiento bajo distintas devaluaciones. España, y no era el único país europeo en hacerlo, jugaba a incorporar divisas mediante el turismo, o sus dos millones largos de emigrantes, mientras ponía cepo a las salidas.

Por cuanto al fútbol se refiere, cada flujo de capital como abono de traspaso debía ser visado y autorizado por el Banco de España. Puesto que la cosa llevaba su tiempo y no en todos los casos cabía contar por adelantado con el correspondiente pláceme, algún intento de fichaje quedó en el limbo ante el cúmulo de trabas y objeciones formuladas desde el regulador. Hubo voces, quién sabe si alimentadas por algún complejo, o conscientes de la realidad, señalando trato de favor hacia ciertos colores, e incluso denunciando hipotéticos sobornos -escopetas de caza, por ejemplo- que a tenor de su moderado valor material también podrían ser vistos como muestra de agradecimiento.

Pese a tanto control y con ser muchas las divisas del turismo, equilibrar la balanza de pagos constituía reto olímpico. Los pantanos, la inversión en carreteras, aeropuertos, sanidad, enseñanza, renovación de vías férreas, y sobre todo la cada vez más abultada factura del petróleo, constituían pozo sin fondo. En un denodado esfuerzo por arañar más divisas, el gobierno heredero de los primeros tecnócratas establecería primas a la exportación. Esfuerzo loable aunque a la par venenoso, conforme quedó de manifiesto en Italia. Allí, el fabricante de embutidos “Molteni” -patrocinador, por cierto, de un equipo ciclista del máximo nivel-fue descubierto arrojando al mar toneladas de supuesto salami, en cuanto sus camiones cruzaban la frontera. Ese salami destinado a la exportación era simple morcilla de excrementos, sin otro valor que el derivado de las subvenciones. Aquí, para variar, tampoco nos libramos del chanchullo, puesto que sobrevendría el escándalo “Matesa”, empresa catalana de maquinaria textil cuyo máximo responsable era, al mismo tiempo, presidente de un muy ambicioso Real Club Deportivo Español.

Juan Vilá Reyes, el presidente “periquito”, fue condenado a multas por la astronómica cantidad de 9.600 millones de ptas., que ni remotamente llegó a pagar, y a 223 años de cárcel, cumpliendo tan sólo 6 y medio, puesto que sería indultado el 2 de diciembre de 1975, ya con la firma del rey Juan Carlos I.A partir de este suceso aumentaron las medidas de control sobre divisas, máxime observando la desconfianza instalada en determinados ámbitos durante la reinstauración democrática. Con respecto al fútbol, en 1974 quedó abierto el portillo a la incorporación de extranjeros, después de 12 años sin más exotismo que el de los oriundos, o muy a menudo sólo hipotéticos oriundos. Pero esos extranjeros, prácticamente todos ellos millonarios del balón, en teoría no iban a poder repatriar sus fichas, primas y salarios. Al menos no limpiamente, sin subterfugios ni riesgo. Y no sólo ellos. La prensa, de tarde en tarde, recogía curiosas noticias:

“Turistas alemanes agraciados con un primer premio en la lotería. Ante la imposibilidad de llevarse esa suma, han decidido adquirir una propiedad en la costa alicantina. “Ahora, como gracias al premio trabajaremos un poco menos, vamos a pasar más tiempo en la playa”, manifestó la sonriente esposa”.

Antes había ocurrido algo similar con un matrimonio francés y más adelante otra nota de agencia, fechada en Gran Canaria, reincidiría en la cuestión.

Sin embargo muchos de los que se acercaron a nuestros campos de 1ª o 2ª para hacer caja no pensaban invertir en apartamentos. Para ellos, sobre todo en el caso de los sudamericanos, el fútbol español constituía un nuevo El Dorado, conforme manifestó sin ambages uno de los 4 argentinos de la U. D. las Palmas, poco después de su presentación oficial. “Un año acá representa lo que cuatro o cinco en Argentina. Por eso en mi país cualquier pibe que le dé a la pelota sueña con saltar el charco”. Tantos eran quienes pretendían saltarlo que nuestros clubes fueron nacionalizando a sus argentinos o paraguayos, cubriendo de inmediato esas plazas. Unas veces sirviéndose de la normativa vigente, según la cual con dos años de residencia cabía solicitar doble nacionalidad, y otras “por ovarios”, como se acuñó en la época, es decir mediante matrimonio con españolas, equipos como el Hércules o el Elche llegaron a formar con hasta 7 foráneos, cuando el límite de extranjeros seguía establecido en dos. Y todos, al llegar, se encontraban con el mismo obstáculo. El dinero, su dinero, representaba un problema que casi todos trataron de resolver a la brava.

Quinito y Damas, internacionales portugueses implicados en tráfico de divisas.

Quinito y Damas, internacionales portugueses implicados en tráfico de divisas.

Bastaba un viaje de regreso a sus países, en vacaciones o respondiendo a la llamada de selecciones nacionales, para sacar fajos de dólares muchas veces adquiridos bajo mano, con sobrecostes bancarios o directamente en el mercado negro, para no despertar sospechas. Respecto al método, hubo ensayos muy diversos: maletas con doble fondo, cinturones, muñecas, si el viaje se realizaba en familia, entre la ropa… Y ocasionalmente saltaba la liebre, como ocurriese con los portugueses del Racing santanderino Víctor Damas y Quinito.

Mediaban los 70 cuando la directiva cántabra decidió reforzarse con el guardameta Víctor Manuel Alfonso Damas de Oliveira (Lisboa 8-X-1948) y el extremo Joaquín Duro Lucas de Jesús “Quinito” (Setúbal 6-XI-1948), procedentes del Sporting lisboeta y Os Belenenses, respectivamente. Dos jugadores magníficos, internacionales, aunque el atacante con tan buenas maneras como desmedida afición por el jolgorio nocturno. Damas permanecería 4 años en El Sardinero, antes de poner rumbo hacia el Vitoria Guimarães, y Quinito uno menos, luego de cerrar su última campaña (1977-78) con pobres registros. Mientras coincidieron en la defensa del escudo racinguista, procuraban viajar juntos hasta Portugal. Y es de suponer que juntos, también, idearon la forma de pasar divisas. Un método que para Damas acabó en sofocón, rapapolvo y señora multa, cuando a un aduanero cumplidor le dio por hurgar dentro de unas botas usadas, extrayendo, concienzudamente enrollados, miles y miles de pesetas en billetes.

Damas tuvo siempre la sensación de que el hallazgo no resultó casual. Alguien, desde una entidad bancaria santanderina, quizás, o incluso desde el mismísimo vestuario, debió haber advertido a los agentes. Y con el bochorno a cuestas, mirándolo todo con desconfianza a partir de entonces, maldiciendo su mala suerte, dedicó sus buenas horas a idear otro método. Porque si algo tenía muy claro era que su dinero donde mejor iba a estar era al otro lado de la frontera.

El brasileño Odair, en cambio, jamás tuvo problemas sobre ese particular. Todo ello gracias a un buen profesional y cierta flema.

Caetano Odair de Andrade (Guarullos, estado de Sao Paulo, 9-I-1951), tras curtirse en la Portuguesa, pasar por el Palmeiras de Santa Catalina y hacerse un nombre en el Goiana y Sao Bento de Sorocaba, llegó al Calvo Sotelo de Puertollano, entonces en 2ª División, durante el verano de 1975. Era un delantero centro con piel acharolada, simpático fuera del campo, letal cuando vestía de corto y un tanto discordante respecto a lo ofrecido por otros arietes de esa época, propensos al choque, la tozudez del fajador y los avances de tanque blindado. Él, en cambio, se dejaba caer por las bandas trazando semicírculos, arrastrando consigo al marcador. Y luego atajaba en diagonal, derecho hacia la portería, sintiendo en su nuca el resuello del central mientras por el rabillo del ojo marcaba distancias con respecto al líbero, forzado a salirle al cruce. Fue un fichaje tan barato como acertado: medio millón por el traspaso y otro medio millón anual de ficha, que ante su magnífico rendimiento habría de incrementarse en otras 300.000 ptas. Sus 13 goles la temporada 1975-76, y los 12 de cada una de las dos siguientes, cuando los máximos anotadores solían lucir registros mucho más ramplones que hoy, hicieron de él pieza seguida por entidades de más nivel competitivo.

Si su salida de la localidad manchega se dio varias veces por hecha, sorprendió, y no poco, que para la campaña 1978-79 suscribiese contrato con el Levante, un Segunda B empeñado en sentirse grande, aunque asfixiado en sus balances. No llegaría siguiera a estrenarse oficialmente como “granota”, porque en agosto del 78 abandonó Valencia, según versiones del club ante su bajo rendimiento. Recaló en el Almería, un equipo que sin grandes estrellas, amarrando mucho atrás, como solía ocurrir con todos los dirigidos por Maguregui, obtuvo el ascenso a 1ª. Lástima que para entonces, y sobre todo a lo largo del ejercicio 1979-80, primero de los almerienses entre los grandes, no pudiera deleitar con su mejor versión, mermado por distintas lesiones.

Pues bien, cada vez que Odair partía hacia su país, de vacaciones, encargaba a un sastre de Puertollano le cosiese billetes de cien dólares bajo el forro de la americana o el gabán. Luego, en Barajas, si su maleta era elegida para inspección, depositaba la prenda sobre el propio mostrador y hacía lo posible por enhebrar un breve diálogo: “¡Bendito sol de meu país!.¡Que frio faz em Madrid!”. Si el funcionario picaba, perfecto, porque tratar con un futbolista, siempre tiene su aquel. “¿Trabaja aquí o está de vacaciones?”. “Jogo a o futebol. Nao pode triunfar em Portuguesa, mais agora a cosa está indome muito bem”.Y si el vista no arranca, pues a mostrarse amable, sonreír relajadamente y dar las gracias. Ni la chaqueta ni el gabán, junto al maletón, desataron jamás un brote de suspicacia.

Dejando a un lado las salidas de dinero, el contrabando seguía suponiendo un pellizquito no desdeñable para parte de las plantillas canarias, cada vez que les tocaba jugar por la península. Y en menor proporción, puesto que los desplazamientos hasta las islas se efectuaban tan sólo una o dos veces por temporada, para quienes rendían visita al Insular o el Heliodoro Rodríguez. Era “vox populi”. Pero en 1980, por pura fatalidad, también fue jugosa noticia.

Con este chiste ilustró la ya desaparecida revista “Don Balón” el affaire contrabandista de los jugadores tinerfeños.

Con este chiste ilustró la ya desaparecida revista “Don Balón” el affaire contrabandista de los jugadores tinerfeños.

Al Club Deportivo Tenerife le tocaba medirse contra el Racing de Ferrol y, como solía ser habitual, emprendieron vuelo hasta Madrid-Barajas, realizando por carretera el resto del trayecto. Cuando la expedición se detuvo en cierto establecimiento hostelero de la provincia leonesa para reponer fuerzas, varios miembros de la comitiva montaron su particular mercadillo. Pero, ¡oh sorpresa!, en esa oportunidad se vieron rodeados, de buenas a primeras, por varios policías que decomisaron los relojes, transistores y demás artilugios propios de bazar indio, al tiempo que interponían una denuncia. Nadie lo entendía. ¿Acaso estaban esperándoles?. ¿Tan marcados los podía tener el cuerpo de aduaneros?.Pronto salieron de su error. A esa misma hora iba a tener lugar en el establecimiento un mitin político, con asistencia de varios próceres locales y hasta alguno llegado expresamente desde Madrid. De ahí que el hotel estuviese atestado de policías. De ahí, también, que precisamente esa tarde a los funcionarios y su jefatura les conviniese subir a los altares. Según parece, lo incautado rondaba las 33.000 ptas. de valor fiscal; más o menos, el equivalente a un salario mensual de la época. Y luego había que contar con la multa. Porque comerciar con objetos no declarados constituía falta administrativa.

Los chicos del Tenerife pudieron perder muy bien aquella jornada, por pura mala suerte, un alto porcentaje de lo presupuestado como beneficio para toda la campaña.

Lástima.

A partir de los 90 nuestros extranjeros pudieron ahorrarse riesgos. Primero porque las medidas anti evasoras se relajaron lo suyo, y segundo porque parte de los contratos comenzaron a hacerse de otra manera, mediante empresas interpuestas radicadas en Holanda -a menudo Curaçao, o Aruba, es decir Antillas Holandesas-, Luxemburgo y Malta, hasta que el archipiélago se integrara en la Unión Europea, o empleando vericuetos más sofisticados si el propietario del futbolista fuere una empresa multinacional o cualquier fondo de capital-riesgo. Hoy, el estraperlo y el contrabando clásico nada tienen que ver con los futbolistas. Ya no han de sacar caudales con el temor pintado en su semblante, porque al dinero no se le exige pasaporte. O eso creíamos hasta que desde la lista suiza de Falciani nos asaltaron los nombres de Diego Forlán, uruguayo que hiciese grandes al Villarreal o al Atlético, Iván De la Peña, capaz de proporcionar asistencias soberbias desde 35 metros, o Coque Contreras, portero a quien la suerte sólo quiso sonreír tras abandonar la disciplina merengue.

En el futuro es muy probable pueda seguir hablándose de novísimas y sofisticadas maniobras. Serán, quizás, un hibrido o transgénico de laboratorio, a partir del ya caduco estraperlo. Y es que los clásicos, aún lastrados por periodos de ostracismo, siempre reaparecen.