Un encuentro memorable en Chamartín

El domingo 29 de diciembre de 1935 Chamartín acogía un atractivo duelo correspondiente a la 8.ª jornada del campeonato liguero de 1.ª División entre los equipos del Madrid y del Oviedo (desprovistos ambos de su condición de reales durante aquellos años de la II República). Se enfrentaban dos de los varios aspirantes a conseguir el título al final de la temporada. Y es que si los merengues casi siempre lo son, los carbayones vivían su época dorada y eran claros aspirantes tras su tercer puesto en la Liga anterior. Pero es que además de los habituales, como podían ser el Barcelona o el Athletic de Bilbao, en aquella época había otros conjuntos que presentaban su candidatura al primer puesto, como el Racing de Santander o el Betis, vigente campeón al haber conquistado el título en la campaña 1934/35.

Después de siete jornadas el Madrid era segundo con 10 puntos y el Oviedo ocupaba la quinta plaza de la tabla con 8. Además ambos conjuntos venían de sumar dos contundentes victorias en la jornada anterior: 0-3 los madridistas en el feudo del Barcelona y 5-2 los asturianos en Buenavista ante el Español.

El entrenador madridista Paco Bru alineó un once compuesto por Alberty; Ciriaco, Quincoces; Leoncito, Bonet, Souto; Eugenio, Luis Regueiro, Sañudo, Lecue y Emilín.

José María Peña dispuso que jugasen por parte oviedista Óscar; Calichi, Pena; Sirio, Soladrero, Castro; Casuco, Gallart, Lángara, Herrerita y Emilín.

Entre ambos equipos sumaban un buen número de internacionales.

Arbitró Jesús Arribas.

Lecue inauguró el marcador para los locales con un gol de cabeza al rematar un saque de esquina en el minuto 22 y sólo dos minutos más tarde Sañudo (el Emilín madridista según otras fuentes) hizo el segundo. Antes del descanso (38’) Regueiro subió el 3-0 al marcador con un lejano tiro a media altura.

Las crónicas describen una gran superioridad de los blancos, que rayaron a gran altura desplegando un excelente fútbol, pocas veces visto, mientras el conjunto azul prácticamente no había entrado en juego, superado en todo momento.

memorable01En la segunda mitad las tornas cambiaron y Lángara, a pase de Gallart, remató espléndidamente un balón marcando el gol que acortaba distancias en el minuto 60. Quien podía ser en aquella época el mejor delantero centro del fútbol mundial ya estaba consagrado, pero por si alguien todavía albergaba alguna duda sobre su valía, la belleza de aquel tanto sirvió para disiparlas, hasta el punto de que el diario ABC le dedicó una reseña especial. En el 67 Casuco batió al húngaro Alberty de nuevo y colocó un inquietante para los locales 3-2 en el tanteador. La pelea entre la mítica pareja defensiva del Madrid y la famosa “delantera eléctrica” de los azules —probablemente la mejor línea atacante del país en aquel momento— estaba siendo grandiosa..

Con el choque convertido en una apoteosis de emoción y buen juego, otro disparo lejano de Regueiro en el 73 estableció el 4-2, que parecía sentenciar el partido. Pero los carbayones reaccionaron hasta el punto de igualar 4-4 con nuevos tantos, obra en esa oportunidad de Herrerita, en el 75 y el 82.

A dos minutos del final Sañudo establecería el definitivo 5-4 con un remate a la salida de un corner.

La excitación ante lo presenciado hizo que muchos aficionados invadiesen el terreno de juego para agasajar a los protagonistas, motivando la intervención de las fuerzas del orden.

memorable02Los periódicos no dudaron en utilizar calificativos como memorable, histórico o épico a la hora de describir lo sucedido.

Probablemente nada de lo ocurrido habría sido tan sumamente excepcional o, cuando menos, sería algo que sintieron los allí presentes y que se fue mitificando con el tiempo al oír sus narraciones. Pero el caso es que, muchos años después, el recuerdo en las memorias de quienes lo presenciaron en el viejo Chamartín seguía fresco, como atestiguaba en diversas conversaciones el periodista Manuel Sarmiento Birba, quien comentaba que en muchas de las tertulias futbolísticas que frecuentaba, cuando el tema de conversación era un gran partido, rara vez faltaba algún viejo aficionado que había estado aquella tarde de diciembre de 1935 en Chamartín que afirmaba que nada era comparable a aquel Madrid – Oviedo.

memorable03Al final el título se iría para Bilbao, terminando el Madrid segundo y el Oviedo tercero. Ambos serían los máximos goleadores de aquella Liga (63 tantos anotó el Oviedo y 62 el Madrid). Ninguno podría saborear las mieles del que sería último campeonato antes del estallido de la Guerra Civil, pero les quedaría el recuerdo de haber protagonizado una tarde memorable.

 

Fotografías: AS




Inauguración de la calle Isidro Lángara en Oviedo

El pasado 15 de mayo de 2016, coincidiendo con el 104 aniversario de su nacimiento en Pasajes (Guipúzcoa), Isidro Lángara, el que fuera grandioso delantero centro de los años treinta y cuarenta del pasado siglo quedó inmortalizado en el callejero de la ciudad de Oviedo con la inauguración de una calle que lleva su nombre. La iniciativa del periodista Miguel Sanz tuvo un apoyo popular unánime, claro ejemplo de la impronta que Lángara dejó, pese al paso de los años, y el consistorio ovetense aceptó la solicitud. Así, con la presencia de sus familiares, autoridades, miembros del Real Oviedo y aficionados en general, su sobrina nieta Juncal Lángara descubrió la placa que da su nombre a una de las calles que dan acceso al Nuevo Estadio Carlos Tartiere, donde una tribuna también lleva su nombre.

Y es que, pese al tiempo transcurrido, la figura de Lángara, además de transcender al ámbito futbolístico (su trayectoria vital merecería ser novelada), sigue sorprendentemente presente en la capital del Principado.

CalleLangara01CalleLangara02Aquel muchacho que abandonó su pueblo de Andoain con 18 años para hacer una prueba con el Real Oviedo a finales de 1930, causando sensación por la potencia de sus disparos, que convenció sin la menor duda al entonces entrenador de los azules, el irlandés Patricio O’Connell (afirmó al poco de verlo en acción que era “un diamante en bruto”), es conocido  por las generaciones posteriores que, pese a no haberle visto jugar, saben de sus hazañas, repetidas boca a boca por los aficionados ovetenses de generación en generación, consolidando su figura como la de un mito.

No en vano, Lángara todavía mantiene algunos récords en el fútbol español (único futbolista que ha anotado tres tripletes en tres partidos seguidos en nuestra Liga, ser quien menos encuentros precisó para alcanzar los cien goles en la 1.ª División, o el promedio goleador con la selección española que le dan los 17 goles anotados en 12 partidos) e internacional (primer futbolista máximo goleador en tres países distintos: España, Argentina y México).

Sus goles le abrieron pronto las puertas de la selección nacional —con quien anotó el primer gol de la historia en el Estadio de Buenavista— y fueron claves en el ascenso del entonces Oviedo F.C. a la 1.ª División, donde aquellas “delanteras eléctricas” en las que Lángara era el ariete, sembraban el terror de los rivales.

Su figura alcanzó entonces una enorme repercusión y su idilio con el equipo y con la ciudad convirtieron a este vasco, todo nobleza, en un asturiano de adopción, en un carbayón más, un ídolo del que presumir.

Y es que sus logros deportivos se sucedían (tres “pichichis” consecutivos en sus primeras tres campañas en la máxima categoría le hicieron insustituible con España) de la mano de los de un equipo que se codeaba con los mejores.

Cuando equipo y futbolista se encontraban en la cúspide, la Guerra Civil cortó de cuajo sus trayectorias, lo que supuso que los caminos del Lángara y del equipo azul se separasen forzosamente.

Desde el primer instante, con Lángara jugando con la selección de Euskadi por toda Europa primero y en México después, comenzó a hacerse obsesiva la idea del regreso de Lángara, lo que no se pudo lograr tras la reanudación de las competiciones futbolísticas en nuestro país al finalizar el conflicto bélico. Primero con Lángara en Argentina, defendiendo la elástica de San Lorenzo de Almagro, y luego en México haciendo lo propio con la del Club España, el Real Oviedo vivía obsesionado con el recuerdo de Lángara, imposible de ser borrado pese al gran nivel de quienes ocupaban su puesto en el once oviedista (Chas, Echevarría, Cabido…).

Así, cuando por fin regresó en 1946, diez años después de su obligada marcha, la ciudad vivió tal conmoción que tuvo que apearse del tren que lo llevaba a Oviedo en una parada previa, dada la muchedumbre que lo esperaba en la estación capitalina.

Pese a que, lógicamente ya no era el mismo, un Lángara más limitado físicamente pero que había aprendido en América un fútbol más combinativo al que se había tenido que adaptar, rindió más que satisfactoriamente, permitiéndole retirarse tras haber vuelto a vestir la camiseta azul de su Real Oviedo.

Tras colgar las botas, pese a regresar a México, nunca perdió su vinculación con Oviedo, ciudad que visitaba con cierta frecuencia, siendo siempre recibido como la estrella que había sido, manteniéndose su figura de mito.

Ese mito que regresó a Andoain para vivir sus últimos años, ahora tiene una calle en Oviedo, como sus compañeros Herrerita o Antón. Es de justicia.

CalleLangara03CalleLangara04CalleLangara05CalleLangara06FOTOGRAFÍAS: La Nueva España




La prepotencia que impidió disputar una final de Copa

Si miramos la clasificación histórica de la Liga española observamos que, entre los 20 primeros equipos clasificados, son nueve los que saben lo que es ganar un campeonato liguero, cuatro más los que han obtenido en alguna ocasión el subcampeonato, y los restantes seis nunca han podido terminar en alguna de las dos primeras plazas.

Si hacemos la misma comprobación referida al torneo de Copa, son doce los que han podido alzar el trofeo en alguna ocasión y de los ocho restantes, han jugado al menos una final todos salvo dos, el Racing de Santander y el Real Oviedo.

Al margen de que haya que tener en consideración que del torneo copero se han disputado más ediciones, los resultados corroboran la afirmación generalmente aceptada en el mundo del fútbol de que la Liga, por ser el torneo de la regularidad, resulta más difícil de ganar que la Copa, competición más proclive a las sorpresas (pese a que el formato en España pocas veces ha tenido que ver con el seguido en otros países, en los que se incentiva que equipos modestos puedan doblegar a otros más poderosos) donde no es necesario un óptimo rendimiento prolongado durante muchos meses.

Resulta extraño pues que, dos equipos como el santanderino y el ovetense, más o menos habituados a moverse entre la élite del fútbol español, con periodos de brillantez, no hayan podido tener el momento de gloria que supone disputar, al menos una vez, una final de Copa, tras más de un centenar de ediciones, como sí han logrado otros conjuntos con menos relevancia a lo largo de la historia.

En el caso del conjunto carbayón, en una ocasión el acceso a la final estuvo más que cerca, impidiéndolo unas circunstancias que tienen mucho que ver con la prepotencia.

Ocurrió en la temporada 1933/34 (de aquella se celebraba íntegramente en el año 1934 pues se disputaba el torneo a la conclusión de la Liga), cuando la suerte emparejó para las semifinales de la entonces Copa del Presidente de la República, al Betis con el Madrid por un lado y al Valencia con el Oviedo por otro (madridistas, béticos y oviedistas desprovistos en su nombre del término “Real”). Si los merengues eran ligeramente favoritos en su eliminatoria, en la otra el favoritismo era más claro a favor de los de la capital del Principado.

Los encuentros de ida tuvieron lugar el 22 de abril de 1934, registrándose en Sevilla una victoria madridista por 0-2, que suponía confirmar las previsiones y dejaba en clara franquía la eliminatoria para los blancos.

En Valencia, en el otro choque, con arbitraje de Melcón, los locales —uniformados con camiseta roja y pantalón negro— alinearon a Cano; Torregaray, Pasarín; Bertolí, Iturraspe, Conde; Torredeflot, Montañés, Vilanova, Costa y Sánchez. Por el bando visitante jugaron: Óscar; Calichi, Jesusín; Castro, Sirio, Chus; Casuco, Gallart, Lángara, Herrerita y Emilín. Estos cinco últimos conformaban la bautizada como “delantera eléctrica”, probablemente la mejor delantera del momento.

Oviedo en Mestalla 22-04-1934

El marcador de Mestalla llegó a reflejar un claro 0-2 (marcaron Lángara y Casuco) para un conjunto oviedista que estaba siendo superior, a decir de las crónicas, confirmando las predicciones, lo  que casi suponía dejar resuelta la eliminatoria. Cuando los del Turia marcaron dos goles en los minutos finales del choque por mediación de Bertolí y Vilanova, y el partido concluyó 2-2, nadie en la casa azul le dio importancia a la igualada recordando que en la reciente visita valencianista en Liga, el Oviedo había vapuleado a los chés por siete goles a cero (justo dos meses antes, el 22 de febrero). El conjunto carbayón, que se mostraba débil en el aspecto defensivo, sobre todo jugando a domicilio, era temible por su facilidad goleadora, más jugando como local en su estadio.

Y es que a nadie se le pasaba por la cabeza si quiera la posibilidad de que no golease en el encuentro de vuelta; el estadio de Buenavista no había conocido ninguna derrota del conjunto local en los más de dos años que tenía de vida. Los números que presentaban los azules desde el traslado al nuevo estadio eran para asustar a cualquier visitante. Sólo en Liga, en la primera temporada, en 2.ª División, ocho victorias y un empate con 41 goles a favor y 9 en contra fue el balance de los partidos disputados como local. Logrado el ascenso, en la campaña siguiente y ya en 1.ª División, los números fueron similares con, de nuevo, ocho victorias y un empate, marcando 39 goles y encajando 14. Sumando todas las competiciones (campeonato regional, Liga y Copa de España) hasta la llegada del conjunto valencianista en aquel encuentro de vuelta, el Oviedo había disputado veintiocho partidos oficiales en su nueva casa, con unos números más que elocuentes: veinticuatro victorias, cuatro empates y ninguna derrota, con 131 goles a favor y 36 en contra. Los azules anotaban una media de casi cinco goles por encuentro que jugaban en Buenavista, encajando poco más de uno. Se daba por seguro que en el encuentro de vuelta se certificaría el pase a la final de los oviedistas, hasta el extremo de que en la capital asturiana comenzaron los preparativos para una final a disputar previsiblemente frente al Madrid. Dándose por hecho por todos que la final enfrentaría a merengues y carbayones, era casi una certeza que se disputaría en Santander, comenzándose a organizar desde la capital asturiana trenes especiales para el viaje hasta la ciudad cántabra.

Con arbitraje de Escartín en el partido de vuelta, una semana después, el entrenador local, Emilio Sampere, quizás influido por el ambiente de optimismo desmesurado que se había creado y forzado por unos directivos que en aquellos tiempos tenían por costumbre inmiscuirse sin pudor en las cuestiones técnicas, cometió la osadía de reservar a un jugador como Gallart para una final que no se había logrado (formaron Inciarte y Casuco el ala derecha  fracasando estrepitosamente). Unido a ello que el campo registró una pobre entrada al haberse subido el precio de las entradas hasta las cinco pesetas (una más de lo habitual) y pese a que el Valencia introdujo en la alineación algún cambio (Abdón y Villagrá jugaron en lugar de Montañés y Sánchez), el resultado sería una merecida victoria visitante por 1-3 con dos goles de Costa y uno de Villagrá que hicieron inútil el tanto de Emilín para los de casa. Tras los choques de aquel 29 de abril, no hubo final ni para los oviedistas ni para El Sardinero santanderino, pues madridistas y valencianistas acabarían disputando la final en Barcelona, en el estadio de Montjuich.

Emilín confesó años después al periodista Manuel Sarmiento Birba que durante el descanso del primer partido en Mestalla se les indicó, por parte de los dirigentes del club ovetense, la conveniencia de no sentenciar la eliminatoria, invitándoles a que «no apretasen mucho» en la segunda parte para no perjudicar la taquilla venidera en Buenavista en la vuelta. Con la perspectiva que ofrece el tiempo, la confesión de Emilín explica las declaraciones que recogía la prensa tras el encuentro de Valencia del capitán oviedista Óscar Álvarez: «Este empate dará mayor interés al segundo partido y una mejor recaudación a nuestro club».

Prepotencia02La victoria del Oviedo en Valencia por 0-4 en la Liga siguiente, certificando la superioridad del conjunto azul en aquella época, lejos de suponer una venganza deportiva supuso aumentar el lamento por la ocasión perdida de haber disputar una final copera.

La prepotencia cometida en el viejo Mestalla, cuando la recomendación hecha por los dirigentes de «no apretar», impidió sentenciar la eliminatoria en la ida, y la confianza desmedida en la vuelta, que se demostró injustificada, quien sabe si fueron el germen para que, desde entonces, una extraña maldición acompañe el triste devenir del Real Oviedo por un torneo como es la Copa, en el que no ha hecho otra cosa que acumular resultados calamitosos y decepciones continuadas, cuyo techo ha sido la semifinal referida y otra disputada en 1946.




Ramón Herrera, la estrella del fútbol que se enroló en la División Azul

Ramón Herrera, hermano del mítico “Herrerita” fue un brillante y peculiar jugador del Sporting, que también jugó en Betis y Athletic de Madrid. A su destacada carrera deportiva, habría que sumar su participación en la toma de Oviedo con el bando nacional en la Guerra Civil y su, posterior, alistamiento en la División Azul.

RamonHerrera01Pese a su indudable talento futbolístico, el nombre de Ramón Herrera, apodado “el sabio” ha quedado en un segundo plano ante el de su hermano pequeño, Eduardo Herrera, “Herrerita”. Se trata de uno de los jugadores con más personalidad que haya habido en nuestro fútbol. Su hermano, sí es una figura más divulgada. Contratado por el Oviedo cuando comenzó a despuntar en el Sporting, en un polémico fichaje del que ya se habló en Cuadernos de Fútbol su figura se engrandeció convirtiéndose en uno de los jugadores más grandes del fútbol astur. Internacional absoluto, firmó por el Barcelona una campaña al no poder disputar la competición el Oviedo, máximo goleador ovetense de la historia… Hasta la propia capital asturiana decidió ponerle su nombre a una calle.

Pero Ramón Herrera, Herrera I, cuando surgió la fulgurante aparición de su hermano, quedó minimizado por este. Y eso que su talento era conocido. El popular periodista “Rienzi” del diario Informaciones fue el que le puso el apodo de “El Sabio” y lo acompañó de esta descripción cuando fichó por el Athletic de Madrid:

“Es un fútbol distinto a todo lo que hemos visto hasta ahora. Sale con el balón por sitios inverosímiles, así que el contrario queda vencido y desconcertado. Lleva el balón tan pegado al pie de tal modo que parecen una misma cosa bota y balón. Los que persiguen a Herrera creen que pueden alcanzarlo a la carrera, pero no llegan nunca. Da la impresión de no correr y es veloz en la carrera. Ante el gol es seguro. Cuando consigue batir al meta contrario vuelve al campo sin mostrar alegría. Hace los goles más bonitos que se han registrado en el fútbol español y se queda tan tranquilo”. Pequeñas historias sobre grandes jugadores del fútbol asturiano. Ricardo Vázquez Prada, Tomasín.

Su nombre comenzó a hacerse popular. Primero a nivel regional, llegando a una final del campeonato de España de segunda categoría con el Athletic del Llano, luego en Asturias, convirtiéndose en uno de los rostros más populares del Sporting y finalmente su fama trascendió a nivel nacional. Debutó en 1925, y acabaría convirtiéndose en el primer futbolista profesional del club. Fueron célebres los enfrentamientos con el portero Óscar, que congregaban a gran público y parecían duelos hechos a medida entre ellos. También comenzaba a dar que hablar su peculiar personalidad. Al finalizar los partidos, solía vestirse escrupulosamente con traje, bombín y bastón y acudía al café Expreses a tomar grandes cantidades de cafés con migas de pan que rebosaban la taza. Era un desayuno habitual en la época. Él consideraba que le daba fuerzas después de los encuentros. Cuando fichó por el Athletic de Madrid en 1927, no varió sus costumbres. Y prosiguió haciéndolo en la Gran Vía. Su vestimenta de lord inglés, su visita a cafés bohemios y su peculiar alimentación.

En Madrid su fichaje se recibió con expectación. Llegó acompañado de otros jugadores sportinguistas. Perico Pena, Manuel Menéndez Ovin “El Tronchu” y Adolfo Suarez Morán “El Neñu”. Eran los conocidos como “jugadores taxis”.  Un régimen de cesión compartida, para los jugadores, que vivían y entrenaban en Gijón y se desplazaban a la Capital para disputar la jornada del fin de semana del campeonato regional. Pero Herrera no. Su fichaje era de pleno derecho, y aunque tuvo alguna tarde destacada, el jugador contrajo sífilis lo que le mermaría elresto de su vida y por supuesto de su carrera deportiva. Decidió abandonar Madrid y partió cedido a Sevilla, donde vivía su hermano mayor y se comprometió con el Betis. Tampoco la fortuna le acompañó en la capital andaluza y su juego no se recuperaba. Fueron dos periodos aciagos lejos de casa. Así que, pese a la oposición inicial del presidente del Athletic de Madrid, Luciano Urquijo de dejarlo marchar, finalmente su decisión de retornar a casa era firme. Años después declararía “Lo del Atlético de Madrid y lo del Betis no tiene importancia. Yo solo he jugado en dos equipos el del Llano y el del Molinón”.

Y es que añoraba su tierra. En 1927, cuando todavía era jugador del Betis regresaba contento a Asturias a pasar las navidades. Aún más cuando supo que había sido agraciado un boleto de lotería que había adquirido en Gijón. Sin embargo, pronto se revelaron que habían sido falsificados por un quiosquero y los agraciados no iban a poder recibir su dinero. El autor del fraude fue detenido, e incluso tuvo que librarse de ser linchado por varios de los afectados. Curiosamente, Ramón Herrera, lejos de enfadarse, se compadeció de él y convenció a amigos y aportó dinero para poder abonar la fianza del quiosquero, al que veía como un castigo excesivo ir preso.

Regresaría a Gijón en 1931, donde comenzaban los inicios de su hermano Eduardo, al que impuso al Sporting la condición de ficharlo consciente de su potencial. Aun así, su estado físico seguía siendo flojo y pasó toda la campaña en blanco. Fue al año siguiente, la temporada1932-33 cuando “El Sabio” volvería con fuerza. Formarían una delantera temible y protagonizarían espectaculares duelos por el ascenso con el Oviedo. Tanto que uno de los derbis acabó con peleas y disparos entre aficionados. Quizá fueron los primeros disparos que escuchaba Ramón, circunstancia que luego asimilaría con naturalidad y hasta con pasión.

La lástima es que mientras su hermano comenzó una fulgurante progresión, a Ramón Herrera le pasó factura los achaques de las lesiones y cierta irregularidad. Se convirtió en el capitán del equipo y era innegable su categoría de estrella, pero también recibió ostentosas críticas de la grada cuando su rendimiento bajaba o se le acusaba de falta de esfuerzo durante los partidos. En ocasiones, las quejas del graderío eran respondidas con goles y jugadas de talento que le reconciliaban con el público. En otras ocasiones, esa dejadez, o la factura física se hacían más pesadas y se alimentaban las dudas. Quizá por eso no consiguió nunca ser internacional (llegó a  ser convocado una vez al fichar por el Atlético pero no pudo acudir al estar lesionado, y ya nunca más decidieron brindarle esa posibilidad) Quizá, también, eso le hizo reafirmarse en su peculiar personalidad hasta el final. Finalmente colgó las botas en 1935, con más 140 goles anotados en su etapa sportinguista.

Pero la vida de Ramón Herrera todavía no parecía estar satisfecha. Todavía le quedaba aventurarse en la faceta de soldado. La Guerra Civil le sorprendió en Andalucía, donde se había trasladado por negocios, lejos de su Asturias.  Ramón Herrera, hombre de ideas conservadoras, sintió la llamada del deber y decidió alistarse de inmediato y participar en la defensa de Oviedo, sitiado por las tropas republicanas. Después, con el uniforme de Falange, siguió la contienda por el Naranco y se mantuvo activo dos largos años de la cruenta guerra. Además el futbolista desarrolló una extraña pasión por el riesgo, y era habitual asomarse por la trinchera y retar al enemigo con frases como “Disparad, soy el mago del balón”. Con Asturias, y la mayor parte de España dominada por las tropas nacionales, Ramón Herrera, parecía haber cumplido. Tras la Guerra, el ex futbolista se trasladó a Barcelona, donde encontró un oficio de administrativo que parecía concederle una vida  cómoda y tranquila.

Pero, Ramón Herrera, insatisfecho con sus hazañas militares, y de nuevo, tentado por una llamada del deber, leyó las convocatorias de reclutamiento para alistarse en la 250 Einheit spanischer Freiwilliger, la popular División Azul que combatiría del lado nazi en la Segunda Guerra Mundial. Y “El Sabio” no lo dudó. En la hoja de registro de su distrito, fue el segundo en inscribirse.

No era por necesidad económica como sí le pasó a muchos divisionarios o por purgar dudas de anteriores simpatías contrarias al régimen evidentemente, sino desde el pleno convencimiento. Como decía en las trincheras, maldecía que no hubiera habido una bala para él, así que decidió marchar a combatir hasta la Unión Soviética del lado alemán. Allí padeció una larga marcha de 1000 kilómetros, equipados con equipo e impedimenta de 25 kilógramos, a los que luego se les sumarían armamento y munición, por caminos intransitables y según avanzaban habría que sumarle el frío y el hielo rusos. Después asignado a un frente irregular bajo el mando del Comandante Vierna, hubo de soportar las consiguientes escaramuzas bélicas y el duro invierno con temperaturas que superaban los treinta y cinco grados bajo cero. Con escasa leña, con poca equipación… El propio Herrera narraba sus heridas en las manos, de que a punto estuvo de ver amputada su pierna izquierda por una parálisis ocasionada por el frío o una grave afección pulmonar. También Herrera, narró problemas semejantes a los que se encontraron los casi 47.000 soldados de la División Azul que tomaron parte entre 1941 y 1943. Intentar tomar coñac helado,  patatas duras como piedras o algún despiste a la hora de indumentarse podía tener terribles consecuencias.

De ellos, 8000 perdieron la vida y jamás regresaron a España. En sus ratos libres, Ramón Herrera, pudo seguir disfrutando del fútbol con otros voluntarios y conformar un pequeño equipo de fútbol que jugase en los helados campos rusos. De nuevo, las trincheras fueron su refugio donde llenar una vida cargada de altibajos y peculiaridades. Pero tampoco encontró la bala que la pusiera fin a su vida. Tras varios meses en la URSS y en hospitales alemanes recuperándose, acabaría regresando a España.

A su vuelta, se reincorporó a su trabajo trabajar como administrativo. Aún era un personaje admirado y querido que vio como se le organizaba incluso un partido de homenaje. Colaboró con algunos medios de comunicación, escribió sus memorias para una revista, pero en 1960, a los 53 años decidió que su vida ya había durado demasiado. Convidó a sus amigos, les anunció que “Mañana será mi entierro. Estáis todos invitados”. También se lo manifestó a la camarera en el bar. Abonó una ronda para todos sus allegados, dejó una generosa propina y se despidió. Todos lo tomaron como una excentricidad más de un personaje francamente peculiar. Pero no bromeaba  y esa noche ingirió una cantidad de pastillas suficientes para causarle la muerte. Se marchó uno de los futbolistas con mayor personalidad que vio nuestro fútbol.

RamonHerrera02Fuentes:

El deporte en la Guerra Civil. Julián García Candau

Pequeñas historias de grandes figuras en el fútbol asturiano. Ricardo Vázquez Prada «Tomasín» (histórico cronista deportivo del diario Región de Oviedo)

El fichaje de Herrerita por el Real Oviedo. Alberto Díaz Gutiérrez, Cuadernos de Fútbol 21.

Hermandad Nacional de la División Azul (Madrid)

Bufandas al cielo. Victor Manuel Robledo

100 años del Real Sporting (2005). Libro del centenario del club

Hemeroteca Diario Voluntad.