Futbolistas nacionales fallecidos en la Guerra Civil (3)

La pérdida de valores asociada a la Guerra Civil se tradujo en una sucesión de asesinatos alevosos, salvajes, o coronados por el ensañamiento más ruin. Hubo quienes aprovecharon aquel río revuelto para saldar cuentas, fueren estas por cuestión de lindes, afrentas de honor, rencores sentimentales o envidias patológicas. Otros, también, ampliaron sus patrimonios “paseando” a vecinos de madrugada y negociando con las viudas al atardecer, incluso ante los propios finados de cuerpo presente; todo valía para hacerse con fincas y heredades a cambio de unas cuantas pesetas que mal, muy mal paliarían futuras hambres. Y por supuesto tampoco faltaron dementes asesinando sin obtener con ello el más mínimo provecho; matarifes “a contra reloj”. En medio del caos, muchos segaron vidas en retaguardia sin que sus víctimas siquiera les cayesen mal.

Ello era posible, primero porque el asesinato resultaba impune, al hallarse un gran número de policías, guardias civiles o de asalto, nutriendo los frentes. Y segundo porque la locura, al igual que la estupidez, suele prender fácilmente en las masas, máxime cuando estas son pastoreadas hasta el aborregamiento por políticos fulleros, ventajistas y demagogos.

La demencia alcanzó ribetes dignos de estudio sociológico en ciertos casos. Sirvan como ilustración los pormenores de cierto asesinato en la carretera Salamanca – Valladolid.

El salmantino José Andrés y Manso, nacido en el seno de una familia modesta, lograría el título de Magisterio gracias al esfuerzo económico de sus progenitores. Entre tanto, distintas lecturas, la fogosidad verbal de algunos oradores y el ansia de justicia social, cuando ésta no dejaba de ser sino un sueño -máxime en el agro-, acabarían convirtiéndolo en activo pregonero del ideario socialista. Como diputado por dicho partido, parece llegó a granjearse algo más que una profunda antipatía entre terratenientes de la región charra, falangistas y antiguos caciques reconvertidos en prohombres urbanitas. Apenas hubo triunfado el alzamiento por la Tierra de Campos, las dehesas y al Sur de la Cordillera Cantábrica, como tantos otros significados izquierdistas fue conducido a la cárcel, desde donde lo “sacaron”, junto a otros cuatro compañeros. El 28 de julio de 1936, mientras sonaban los primeros disparos, aparecieron sus cuerpos en el término de La Orbada: cuatro de ellos fusilados y él muerto a estoque.

Por distintos ámbitos republicanos correría de inmediato un bulo, trascendido rápidamente a notica, según el cual lo habrían rejoneado en una plaza de toros, ante un público festivo, pródigo en “olés”. Mediante rejón de muerte, también, lo habrían visto desangrarse. Y más aún, se llegó a cacarear que determinados medios “fascistas” en su crónica de la “corrida” expresaron algún descontento ante el poco juego del diputado, “tirando a mansurrón, por no deshonrar el apellido”.

Lo tremendo es que se tomara como plausible tamaña aberración, bien porque los receptores del bulo veían al enemigo capaz de todo eso y aún más, o porque ellos mismos, puestos en situación, tampoco hubiesen regateado ovaciones al “rejoneador” o a los “toreros” de a pie.

El asesinato visto a mitad de camino entre la heroicidad y el arte.

Los peores instintos servidos en barra libre.

Matar por placer, o ante el miedo a ser asesinado.

Carlistas del comandante Redondo, toman Riotinto.

Carlistas del comandante Redondo, toman Riotinto.

Asturias fue uno de los territorios donde más a destajo se ajustaron deudas de odio durante el periodo de administración republicano. Por detrás, a no mucha distancia, se situaron Madrid, Cataluña, la región levantina, Cantabria y, ya en menor medida, el país vasco. El Madrid republicano arrojó 16.449 ejecuciones o asesinatos, amén de 22.139 caídos en combate. Cataluña, bastante más poblada, 14.486 asesinatos y ejecuciones durante el mismo periodo, 21.417 víctimas en combate y 3.946 resultado de la represión tras la entrada de los nacionales. El antiguo reino de Valencia 8.928 ejecuciones y asesinatos achacables al bando republicano, 10.388 bajas en combate y 3.973 víctimas tras la entrada de los vencedores. Cantabria, pese a su pequeña dimensión, 530 víctimas bajo control republicano, 710 como consecuencia de la represión franquista y 2.431 en los frentes. Cifras por demás esclarecedoras, a partir de los estudios del militar e historiador Ramón Salas Larrazábal, el Movimiento Natural de Población de España elaborado por el INE, y las correcciones del también historiador Ricardo de la Cierva, referencia de cabecera para estas páginas.

Reinterpretando a Francisco González Ledesma, cabría colegir que el ser humano merece su mala reputación.

El Racing de Santander perdió a seis elementos: Eduardo Cosío, Benjamín Gómez, Francisco Aparicio, Juan José Gómez Acebo, Francisco Güenechea Aguirrebengoa, “Cisco” mientras vistiera de corto (el 2-V-1937, en la localidad vizcaína de Basauri), y Emilio Cortiñas Méndez, deportivamente “Milucho” (combatiendo, el 3-X-1937). Cinco bajas tuvo que contabilizar la Juventud Unión Montañesa: Antonio García Solinis, José Lavín, Aparicio, y los dos Rubayo, alineados con los dígitos I y II. La Sociedad Deportiva Santoña no pudo contar con Felipe Alonso Firvida (sacado de la cárcel y asesinado), ni con Emilio Madera Alonso, que jamás regresaría del frente. El Deportivo Torrelavega lloró a José Marcos Ingelmo, en tanto la Gimnástica recibía noticias de que Venancio González acababa de caer combatiendo. La región cántabra, entonces, no era muy pródiga en clubes federados. Pero pagó un elevado tributo.

Tampoco salieron indemnes territorios que, como el andaluz, tantas veces, y tan alegremente, se dijo vivieron aquellos hechos desde la distancia, a través de una radio infectada por las arengas de Gonzalo Queipo de Llano, general muy dotado para la prestidigitación. Desde luego no fue lejos de la refriega como perecieron Alfonso Murube Yáñez-Barnuevo (Ceuta Sport), y Fernando Delgado Luque (Melilla F. C). El primero teniente provisional de Infantería en el grupo de Regulares de Ceuta Nº 3, 9º Tabor, trataba de recuperar la posición de Sodoso, en el frente de Guadalajara, cuando cayó abatido. Su nombre, por cierto, sería adjudicado al campo donde durante muchas campañas disputaron sus choques como locales Atlético de Ceuta y Sociedad Deportiva Ceuta. Fernando Delgado era voluntario en la Bandera de Marruecos cuando dos onzas de plomo lo mataron en el frente del Jarama.

Militar de carrera, en cambio, José Hermosa Gutiérrez (Ceuta, 1891) actuó en la vanguardia del Sevilla Balompié las temporadas 1910-11 y 1914-15, así como Betis (también 1914-15). De hecho serían sus estudios en la Academia los que mermaron considerablemente su presencia sobre el césped, puesto que no andaba escaso de facultades.

Fundador del Sevilla Balompié, junto a un puñadito de estudiantes “modernos”, en 1911 se trasladó a la Escuela de Infantería de Toledo, saliendo de dicho centro como segundo teniente. Al ser destinado al Regimiento de Soria Nº 9, en Sevilla (25 de setiembre de 1914) pudo regresar al Sevilla Balompié, compitiendo durante los que iban a ser últimos meses de la entidad. Al producirse la fusión entre éste y el Betis Foot-Ball Club, dando lugar al Real Betis Balompié, se integró junto con su hermano Andrés en la primera plantilla de la recién creada sociedad. Tuvo el honor, por lo tanto, de saltar a la historia bética como componente de la primera formación que defendiera esos colores en el partido de presentación, ante el Huelva Recreation Club, en el Hipódromo de Tablada (27-XII-1914) resuelto con victoria onubense por 1-3. Era, sin duda, el mejor futbolista, y aun deportista, de los cuatro hermanos que se hicieron notar junto al Guadalquivir a principios de siglo.

Cuando en mayo de 1916 lo trasladaron al Norte de África, sus días de fútbol concluyeron. Curiosamente, el batallón en que sirviera estaba al mando del teniente coronel Guillermo Wesolwski Zaldo, fundador, como él mismo, del Sevilla Balompié. Desde África sería destinado a Barcelona, ya como primer teniente, hasta que en octubre le fuere dado un breve retorno a Sevilla, sin tiempo para lustrar las botas de tacos, puesto que hubo de incorporarse a su nuevo destino en Ceuta. La vida militar no es sino una sucesión de traslados, entre anhelo y anhelo de ascensos en el escalafón. Y en su caso le llevaría por distintos puntos de la península y el Norte de África, hasta que en 1924 ingresase como capitán en la Escuela Central de Gimnasia de Toledo, donde tuvo ocasión de impartir cursos teóricos y prácticos de Juegos y Deportes.

Cabría decir que la actividad física, sometida, si se quiere, a la disciplina militar, era parte fundamental de su vida. Presente en los Juegos Olímpicos de Ámsterdam (junio de 1928) y un posterior trasladado al Comité Nacional de Cultura Física, en Madrid (18-XII-1930), podía vérsele mucho más a menudo con atuendo deportivo que con uniforme militar. A partir de ahí, si tomamos como referencia a “Discóbolo”, seudónimo del periodista Gil Gómez Bajuelo, habría ejercido la crítica deportiva, además de ejercitarse con el boxeo y no regatear ningún esfuerzo en su empeño de popularizar la práctica del rugby.

Los funestos acontecimientos del 18 de julio, en 1936, le hicieron anteponer las armas. Falleció como consecuencia de la ensalada de tiros que taladró las paredes del Cuartel de la Montaña, durante el cerco de Madrid. La Delegación Nacional de Deportes, para perpetuar su memoria, instituyó con carácter anual un “Premio Comandante Hermosa”, del que hoy nadie se acuerda.

Original de Sáenz de Tejada. Su trabajo con los pinceles, tinta y leves veladuras de acuarela, devino en estandarte de “la cruzada”. La posterior iconografía falangista no hizo sino seguir su trazo.

Original de Sáenz de Tejada. Su trabajo con los pinceles, tinta y leves veladuras de acuarela, devino en estandarte de “la cruzada”. La posterior iconografía falangista no hizo sino seguir su trazo.

Vasco de nacimiento, aunque andaluz por militancia deportiva, era Ramos García Arauzo (4-IV-1914), portero a quien se conocía en Bilbao por “Ramitos”. La temporada 1934-35 había asomado a nuestra 1ª División en un partido, que durante muchos años tanto la historia de nuestro deporte rey como el propio Athletic Club se empeñaron en negarle, adjudicándoselo a José Luis Ispizua, suplente habitual de Gregorio Blasco. Convencido de que sus posibilidades de lucimiento iban a ser escasas con Blasco bajo el marco e Ispizua en el banquillo, prefirió probar suerte lejos de San Mamés. En Córdoba, como primera escala, y a la sombra de Gibralfaro, en Málaga, después. Era jugador del Malacitano, antecesor del ya desaparecido Club Deportivo Málaga, cuando se produjo la asonada. Tenía 22 años, edad a la que difícilmente hubiese podido eludir un llamamiento a filas. Y combatiendo en el ejército de Franco la muerte le batió por última vez, con ese gol fatídico que no admite remontadas.

También había pasado por el Malacitano Leopoldo Ruiz-Capillas Del Castillo, caído en el frente madrileño del Cuartel de la Montaña.

Bético, en cambio, fue Modesto González, “Capesto” en las alineaciones, caído en la batalla de Somosierra, cuando los nacionales traban de penetrar en Madrid durante julio de 1936.

Ignacio Ramos, panadero de profesión, aparte de jugador en la Juventud Artística de Puerto Real, tampoco pudo fintar el vuelo de la guadaña.

Los valencianos del Club Deportivo Carcagente Melchor Pastor Grau y Antonio Ureña Adriá murieron combatiendo al ejército que ocupaba su tierra natal. En cambio los futbolistas de la A. C. Castellón Vicente Carbó, José Membrado y Leopoldo Vicente, perecieron en retaguardia, asesinados.

Remontando la ribera mediterránea, hasta alcanzar Cataluña, Pablo Piñol Juliá, del F. C. Samboyano, halló la muerte combatiendo en el Tercio Nuestra Señora de Montserrat. Combatiendo también dijeron adiós a la vida Ángel Piquer Pellicer (F. C. Mollet), José Mª Bolós Llavanera (Unión Deportiva Olot), exfutbolista y directivo al caer; Peña (Gavá) y su compañero de equipo Solé Jacas, movilizado éste a última hora, en un batallón civil de construcción de defensas. Sería enterrado en una fosa común próxima al Eje Transversal, en el término de Grub. Y tampoco deberíamos olvidar al efímero jugador Damián Cañellas, secretario técnico del Club Deportivo Español, a quien asesinaron unos anarquistas tras interrogarlo a viva fuerza sobre su hermana monja, a la que acusaban de ocultar a un sacerdote.

Aragón, cuyo fútbol ofrecía entonces un aspecto algo subdesarrollado, tanto si atendemos a su bajo número de clubes como a la calidad del producto autóctono, tampoco se libró de crespones negros. Mauro Marco Ordorica Barrenechea, estudiante vasco del Zaragoza, conforme sus apellidos delatan, sucumbiría en el Alto Maestrazgo, más concretamente en Mas D´Oncell, mientras combatía (12-I-1939). Santiago Fernández Portolés, también del Zaragoza, aunque sin poder pasar de su equipo aficionado, pereció igualmente fusil en mano. Felipe Sáez de Cenzano, en cambio, era árbitro reconocido. Y más aún su compañero Antonio Adrados Martín, medalla de oro del Comité Nacional en 1928, que al fallecer (30-VIII-1937) compaginaba su actividad funcionarial en el Ayuntamiento zaragozano con la crítica deportiva en prensa. Del mismo modo que ocurriese con otros caídos del bando vencedor, se le dedicaría una calle próxima al viejo campo de Torrero.

Navarra y el país vasco, tan divididos ideológicamente y por ello enfrentados en los verdes campos de batalla, acumularon bastantes bajas familiarizadas con el balón. Si Álava, al lado de los sublevados desde el inicio, con muy pocos equipos federados hasta 1936, parece no hubo de lamentar pérdidas de futbolistas, Navarra, feudo tradicionalista y con miles de jóvenes requetés combatiendo junto a Mola y Franco a partir del 19 de julio, sí lloró a gentes del fútbol. Al menos el Club Deportivo Tudelano perdería en combate a Pedro Olleta Martínez y Manuel Jiménez Romé. Guipúzcoa, en cambio, y sobre todo Vizcaya, fieles a la República hasta su temprana capitulación, tuvieron razones para enjugar más llanto.

El irundarra Andrés Ausín, futbolísticamente conocido por “Pichi”, cayó en combate, igual que José Luis Rodríguez del Castillo (San Sebastián, 9-XII-1910) exfutbolista del Real Unión de Irún, Osasuna y Donostia -denominación de la Real Sociedad en tiempos republicanos-, ingeniero industrial y asesinado en su ciudad natal cuando finalizaba el año 1936. Ambos tuvieron a sendos compañeros de vestuario combatiendo en el otro bando; el irunés cayó en combate durante el mes de setiembre de 1938, y el donostiarra un triste 18 de noviembre, fusilado, tras pasar por las cárceles de Logroño y Ondarreta, a causa de su afiliación a UGT. El Tolosa, como ya se dijo en capítulos anteriores, registró dos bajas por bando, los cuatro caídos en combate y de ellos Juan Saracho como requeté voluntario (20-IX-1938).

Octavilla italiana sembrada en el frente cántabro, buscando que los soldados italianos del ejército franquista  engrosasen las filas milicianas.

Octavilla italiana sembrada en el frente cántabro, buscando que los soldados italianos del ejército franquista engrosasen las filas milicianas.

Entre todos los jugadores guipuzcoanos caídos, el más señero, sin duda, sería Juan Ramón Gregorio Artola Letamendía (San Sebastián 28-XI-1895) medio de la Real Sociedad, Madrid, Jolastokieta, Betis, Sevilla y de nuevo Real Sociedad, antes de que se instituyera el campeonato Nacional de Liga. Todo un atleta para su época y diestro cerrado con potente disparo, su integración en el Madrid, las temporadas 1914-15 y 15-16, tuvo lugar por razones de estudios. Su llegada a Sevilla, en cambio, se produjo al ser destinado a la Base Aérea de Tablada para cumplir el servicio militar obligatorio. Allí, tanto él como otro soldado gallego apellidad Canda, llamaron la atención de un oficial con presumible querencia bética, puesto que se apresuró a ofrecerlos al Real Betis. Su debut con la camiseta bética se produjo ante los ingleses del Prince of Wales, al que habrían de derrotar por 8-3. Poco más tarde fue protagonista involuntario de un hecho que incendió no sólo a la Sevilla futbolística, sino distintas tertulias en las que el “foot-ball” acostumbraba a salir esporádicamente. De un día para otro, el capitán general Ximénez de Sandoval prohibió expresamente a los militares bajo su mando toda participación en partidos de “foot-ball”. El Betis salía perjudicado respecto a su rival más inmediato, al perder a Canda y Artola, dos de sus más destacados elementos. Convencidos de que tan insólita prohibición respondía a maniobras arteras del Sevilla, cuando ambos clubes tuvieron que enfrentarse en un partido de desempate donde se dirimía el Campeonato de Andalucía, el Betis, para dejar bien sentado su enojo y a manera de protesta, saltó al campo con un equipo poco menos que infantil. El resultado, por supuesto, fue tan escandaloso como pretendía: 22-0; récord histórico entre enfrentamientos de máxima rivalidad.

Las mentiras interesadas y el bulo propagandístico inundaron la vida de los españoles, combatientes o no. El sindicato de banca UGT pretendía infundir seguridad a la población, mientras las reservas del Banco de España servían para garantizar la ayuda militar soviética al gobierno republicano. En 1939 el oro, hasta entonces patrón monetario, se había evaporado.

Las mentiras interesadas y el bulo propagandístico inundaron la vida de los españoles, combatientes o no. El sindicato de banca UGT pretendía infundir seguridad a la población, mientras las reservas del Banco de España servían para garantizar la ayuda militar soviética al gobierno republicano. En 1939 el oro, hasta entonces patrón monetario, se había evaporado.

Concluida la temporada, Artola fichó por el Sevilla, junto a su antiguo compañero Canda y el también gallego Balbino. Gesto que entonces estaba casi tan mal visto como hoy día. Y de vuelta a la Real Sociedad, sería seleccionado para los Juegos Olímpicos de Amberes, es decir la primera comparecencia oficial de nuestra selección, donde llegó a disputar 2 partidos, colgándose la meritoria medalla. Se olvidó de los borceguíes en 1924, aunque siguiera disfrutando del fútbol como espectador. Desgraciadamente la guerra no habría de saldarse para él con victoria o derrota, al estilo de los partidos que disputara 12 años antes, sino con muerte, puesto que fue asesinado por desconocidos en 1937. Era hermano del también futbolista Manuel Artola.

Las bajas “nacionales” del fútbol vizcaíno estuvieron por encima de lo que cabría esperar en una zona que hasta la caída de Bilbao (junio de 1937) fue republicana. El Baracaldo perdió en combate a Francisco Martín Madera y Ricardo Basaldúa. Sus vecinos sestaoarras a Serafín López López, del mismo modo. La Cultural de Durango a tres combatientes (Antonio Mendía, Pedro Unzueta y Jaime Ellacuría), además de a otros dos (José González y Juan Zavala), asesinados. El San Vicente baracaldés a Albino Aedo Renieblas, combatiendo en el frente cántabro de Ontáñez (12-VIII-1937). Julián Ramón Santiago, hermano del defensa valenciano durante todo el decenio de los 40 Juan Ramón, e igualmente jugador de fútbol, aunque modesto, fue asesinado en Lérida. El Erandio, y también el Arenas de Guecho, donde había actuado con anterioridad, lloraron a Domingo Zarraonaindía Montoya, hermano del ariete internacional Telmo Zarra, cuando en Amorebieta combatía encuadrado en un tercio requeté. Curiosamente tanto el club de Guecho como el erandiotarra prefirieron olvidarlo en sus libros del Centenario -muy bien documentado, por cierto, el de Erandio-. Algo extraño, pues por razones familiares debía ser sobradamente conocido. Además distintas fuentes periodísticas lo daban por fallecido en el frente del Ebro, mientras otras lo confundían con Tomás, su hermano mayor, portero del Arenas, igualmente, cuando los rojinegros competían en 1ª División, así como en el Oviedo y Club Atlético Osasuna. Lo de considerar a éste caído en el Ebro tenía menos defensa, primero porque estuvo compitiendo con los erandiotarras durante la primera campaña de posguerra, y segundo porque lo retiró Gorostiza involuntariamente, al propinarle un pisotón en pleno partido amistoso, fracturándole varios dedos de una mano.

El Athletic Club tuvo caídos en ambos bandos: cuatro “nacionales”, si incluimos entre ellos a Justel, que con toda seguridad hubiese tenido un hueco en la primera plantilla posbélica, tres inequívocamente republicanos, y otro más cuya definición ideológica se antoja más discutible. Manuel Garnica Serrano era su nombre y estas las truculentas circunstancias de su deceso.

Jugador del Athletic Club desde 1910 hasta el año 16, mientras cursaba la carrera de Derecho, debutó con el club bilbaíno el 15 de abril de 1911, doblegando en San Mamés al Español de Barcelona por 3-1. Ya titulado colgó las botas, conforme solía ser costumbre durante el pleistoceno deportivo, dispuesto a compaginar el ejercicio profesional con la administración de una heredad en tierras oscenses. Su aniquilación, y la de los 40 desdichados que compartieron mala suerte, estuvo teñida de un ensañamiento feroz. Fusilados primero, rociados con gasolina después y pasto de las llamas al fin, sus restos irreconocibles sólo pudieron ser enterrados casi dos semanas más tarde. Corría el 7 de febrero de 1939, la tragedia estaba a punto de concluir, y todo ese salvajismo tuvo lugar en el término gerundense de Pont de Molins.

Ficha de Alfonso González Careaga Urigüen con el Athletic Club bilbaíno.

Ficha de Alfonso González Careaga Urigüen con el Athletic Club bilbaíno.

Los caídos republicanos del Athletic fueron José Antonio Careaga Hormaza, Ángel Careaga Ruiz, Luis Rodríguez Gómez y el ya citado en otro capítulo Aniceto Alonso “Toralpy”. José Antonio Careaga, jugador rojiblanco la temporada 1926-27, cayó en el frente norteño de Villarreal (11-XII-1936) formando en una unidad de voluntarios auspiciada por Acción Nacionalista Vasca, rama juvenil próxima al P.N.V. Luis Gómez expiró en el frente de Barázar (5-IV-1937) tratando de frenar el incontenible avance de las tropas nacionales, durante el cerco de Bilbao. Y Ángel Careaga Ruiz (8-XI-1913), combatía igualmente entre los voluntarios de A.N.V. cuando cayó herido de muerte en las trincheras de Villarreal, finalizando noviembre de 1937. Gracias a la aportación de Lartaun de Azumendi, unido por estrechos lazos de amistad con la viuda e hijos del “Chato” Iraragorri, cabe añadir que este óbito se produjo a escasos metros de quien fuere su  compañero en el vestuario y línea atacante rojiblanca, así como componente en la expedición del Euskadi, causándole un gran impacto emocional.

Por cuanto respecta a los “nacionales” rojiblancos, el delantero centro Manuel Echevarría Martínez-Beraza (Bilbao 20-II-1916) había jugado en el Solocoeche la temporada 1934-35, desde donde llegó a San Mamés para debutar entre los grandes el 5 de enero de 1936, con derrota ante el Barcelona por 2-0 en feudo catalán. Sólo contaba 22 años al fallecer (13 de mayo de 1938) combatiendo en tierras levantinas como requeté, con el Tercio Nuestra señora de Begoña.

Fernando Bergareche Maruri (25-V-1916) llegó al equipo “B” del Athletic Club la temporada 1935-36 procedente del Guecho. Era hermano de Luis Bergareche, autor del primer gol rojiblanco en el Campeonato Nacional de Liga y director de la Vuelta Ciclista a España durante los años que dicha prueba fuese organizada por “El Correo Español-El Pueblo Vasco”, diario bilbaíno de referencia. Cayó en el Monte Archanda, a escasos metros de la capital vizcaína, cuando la toma de Bilbao parecía cantada.

La tercera baja atlética también dio lugar a numerosas confusiones, fruto de la abundancia de apellidos “Careaga” y del entramado familiar con paso por el Athletic Club en su lejano pretérito.

Alfonso González de Careaga Urigüen estuvo entre los asesinados en el buque-prisión “Altuna Mendi” el 26 de noviembre de 1936, por más que a menudo se le confundiera con su hermano Miguel Ángel, piloto en la escuadrilla del as “nacional” García Morato. Otros lo hicieron también con distintos miembros de la relación que sigue. Y es  que, ciertamente, los “Careaga” hacen imprescindible un esbozo de sus biografías, siquiera a vuelapluma.

En 1903 el Athletic Club tuvo por presidente a Enrique González de Careaga Urigüen, que cesaría en su cargo cuando el Bilbao F. C. decidió integrarse en la estructura atlética.

Otro González de Careaga Urigüen, nacido en Bilbao el 3 de febrero de 1905, jugó con el Athletic Club la temporada 1926-27.

José Mª González Careaga, ex directivo del Athletic Club y su hijo Adolfo González Careaga Urquijo, al igual que Alfonso González de Careaga Urigüen murieron en las matanzas de los buques-prisión. Y para enmarañar más los hechos, José Antonio Careaga, directivo desde 1934 hasta el 36, sin parentesco con los anteriores, también sería asesinado en retaguardia.

Finalmente, el atacante Ángel Careaga Ruiz, en el Athletic desde 1932 hasta 1936, y sin parentesco con los anteriores, recibió una herida mortal en las refriegas de finales de noviembre del 37.

Ajeno a los Careaga, pero asesinado igualmente en el “Altuna Mendi”, expiró otro atlético de corazón; el árbitro del máximo nivel Pelayo Serrano de la Mata, abogado y socio del Athletic.

La bárbara matanza de los buques-prisión anclados en la ría bilbaína, es página que debería avergonzarnos aún hoy a todos, vascos o no, por el simple hecho de pertenecer como especie al homo sapiens.

Durante el periodo de administración republicana, en Bilbao, al igual que en tantos puntos de nuestra geografía, se procedió a detener y encarcelar a cuantos por su ideología fuesen vistos como enemigos. Daba igual su significación, o si alguna vez hubieran dado muestras de estar dispuestos o en condiciones de empuñar un arma. El pavor ante la posible aparición de quintacolumnistas embotaba mentes y amordazaba conciencias. Pues bien, como las cárceles de Larrínaga, Ángeles Custodios y El Carmelo quedasen pequeñas ante el irreflexivo cúmulo de detenciones, se habilitaron, por decirlo de algún modo, unos buques surtos en la ría del Nervión. Allí, amontonados, mal nutridos y rebozados en sus propios excrementos, no menos de 2.800 personas esperaban el devenir con máxima incertidumbre. El propio obispo de Dax (Francia), monseñor Mathieu, quedaría horrorizado al visitarlos: “En los pudrideros de la ría de Bilbao, 3.000 rehenes esperan la libertad o la muerte” manifestó, compungido.

GuerraCivil506Tras la caída de las dos poblaciones más representativas de Guipúzcoa, el general Mola ordenó sembrar Vizcaya y Cantabria de octavillas como la aquí recogida, cuyo texto reproducimos para mayor comodidad lectora:

Vascos y Montañeses

Conquistados Irún y san Sebastián por mis tropas, inmediatamente voy a dar órdenes prosigan las operaciones sobre las provincias de Vizcaya y Santander.

En evitación de derramamientos de sangre inocente, os doy un largo plazo para que puedan ser puestos en salvo los no combatientes de ambos sexos, en inteligencia de que nada tienen que temer los ciudadanos que quieran venir a nuestro campo, donde serán respetados en sus vidas y enseres y, además, atendidos. También tendrán igual acogida cuantos rebeldes depongan su actitud entregando las armas.

Sólo los que sean responsables de delitos contra el derecho de gentes, devastación y saqueo, tendrán que temer de la Justicia, por mediación de los Tribunales competentes; pero nunca de la arbitrariedad y del terror. Igual práctica se seguirá con los jefes militares que han sido cabezas directoras de la rebelión roja.

A partir de la una hora del día 25 del corriente, quedo en libertad de acción para proceder contra los objetivos técnicos y estratégicos con la violencia que las necesidades militares lo requieran. A partir de esa fecha ningún bombardeo aéreo será anunciado.

Para adoptar una decisión se da tiempo suficiente.

Valladolid, 18 de Setiembre de 1936

El General Jefe del Ejército del Norte

Mola

Emilio Mola cumplió su palabra, bombardeando a partir del mismo día 25 las localidades de Durango, Baracaldo y Bilbao. No eran aquellos, de cualquier modo, los primeros que soportaba el área próxima a la capital vizcaína. El 8 de agosto de 1936 un aeroplano ya había arrojado varios proyectiles sobre Santurce. Apenas siete días más tarde, el destructor “Velasco” cañoneaba la misma población, incendiando los depósitos de combustible en el puerto bilbaíno. También durante el mes de agosto San Sebastián sería objeto de bombardeos. Cuando el acorazado “España” ocasionó 4 muertos y 38 heridos en la capital guipuzcoana, la Junta cumplió su propia amenaza, consistente en tomar represalias tan  pronto se produjeran bajas civiles en cualquier ataque  indiscriminado. El 18 de agosto un consejo de guerra condenaría a muerte a 13 militares y civiles simpatizantes de los alzados, recluidos tras la sublevación. Acababa de sonar el pistoletazo de salida en una carrera de odios sobre la que nada bueno cabía esperar.

Cuando las alarmas aéreas comenzaron a sonar con regularidad en la villa bilbaína, casi todos sus habitantes se limitaron a buscar refugio en sótanos de los no muy abundantes edificios con armazones de hormigón armado, así como en los túneles del trazado férreo Bilbao-Las Arenas. El del día 25 resultó particularmente duro: cinco “Junkers Ju 52” germanos efectuaron sendas pasadas por la mañana y al atardecer. Durante el día siguiente, junto a los habituales artefactos explosivos fueron lanzadas bombas incendiarias. Entre tanto, la rabiosa respuesta de los más viscerales se había traducido en asaltos a los buques-prisión “Cabo Quilates” y  “Altuna Mendi”. Si ya habían sido asesinados 7 de sus prisioneros como respuesta al bombardeo del día 31 de agosto, nada menos que 75 fueron masacrados el 25 de setiembre. Y todavía el 2 de octubre volvería a ser asaltado el “Cabo Quilates” por marineros del acorazado republicano “Jaime I”, asesinando a cuantos pudieron, entre ellos a 12 sacerdotes. En Durango, igualmente, a raíz del bombardeo sufrido por la villa el 25 de setiembre de 1936, milicianos del batallón “Rusia”, de las Juventudes Socialistas, fusilaron en represalia a 22 carlistas de la localidad, tras sacarlos de la cárcel.

Entrada victoriosa en Bilbao de las Brigadas de Navarra, vitoreadas por sus partidarios y entre brazos en alto que sustituían al anterior saludo con el puño bien cerrado.

Entrada victoriosa en Bilbao de las Brigadas de Navarra, vitoreadas por sus partidarios y entre brazos en alto que sustituían al anterior saludo con el puño bien cerrado.

Fuere porque esos desmanes salieran gratis, o porque el odio se propagase de pecho en pecho, el 4 de enero de 1937, como respuesta a otro duro bombardeo, una turba enfebrecida irrumpió en las cárceles de Larrínaga, El Carmelo, Casa Galera y Ángeles Custodios, todas ellas en los barrios bilbaínos de Begoña y Santutxu, asesinando como mínimo a 225 recluidos por sus ideas o clase social. Había entre ellos, además de vizcaínos y alaveses de Amurrio, Barambio y Llodio, guipuzcoanos trasladados por el Bizkargi Mendi antes de que San Sebastián cayese en manos del ejército franquista. Tras el estupor inicial, envuelto en disculpas fútiles que achacaban los hechos a “inmigrantes no vascos”, resultaría evidente la colaboración del batallón de milicianos socialistas Nº 7 de UGT -el batallón “Asturias”-, enviado a las cárceles justo para proteger a los reclusos. Entonces sí, abochornado, el gobierno vasco de José Antonio Aguirre ordenó una investigación sobre lo acaecido y la búsqueda de culpables. Por primera vez alguien parecía tomar en serio tanto libertinaje. Pero a la postre todo iba a quedar en nada, pues ni uno sólo de los 61 detenidos, y por supuesto ninguno de sus condenados a muerte, vieron cumplidas las sentencias. El propio Aguirre pidió perdón por la masacre varios años después, en 1956, reconociendo la responsabilidad del Gobierno vasco “por improvisación e inacción”.

Si Emilio Mola contaba con una rápida toma de las ciudades norteñas, como parece desprenderse de las octavillas arrojadas sobre Bilbao, erró en el diagnóstico. El 7 de abril de 1937, cansado quizás, volvía a emplear su tono más amenazante en otro comunicado: “Último aviso. He decidido terminar la guerra en el Norte de España. Si vuestra sumisión no es inmediata arrasaré Vizcaya”.

A los infortunados del “Cabo Quilates” y “Altuna Mendi”, así como a tantos acuchillados entre barrotes carcelarios, el avance del ejército “nacional” les llegó demasiado tarde. Cuando por fin las brigadas navarras penetraron en Bilbao y otras puntas del ejército franquista alcanzaban Santander, varios cientos de vidas arrebatadas, esta vez republicanas, iban a satisfacer momentáneamente tanta sed de odio, sin resolver, en el fondo, nada de nada.

Hoy el cementerio bilbaíno de Vista Alegre, sito en el municipio desanexionado de Derio, ofrece al visitante, en no muy buen estado, una cripta conteniendo 321 restos mortales en sus 340 nichos. La mayor parte (154) corresponden a asesinados en el tumultuario asalto a las cárceles, ya descrito. Otros 96 nichos acogen a masacrados en los buques-prisión. Y 56 a víctimas de “paseos” y ejecuciones durante el periodo de control republicano.

Se diría que el ser humano perdió todo atisbo de humanidad en la España de 1936-39, primero, y a continuación en la muy civilizada Europa, desde el 39 hasta 1945.

NOTA: Agradeceremos vivamente cualquier corrección, ampliación o comentario sobre el listado de bajas inserto en el primer artículo de esta serie, que contribuya a enriquecerlo. Pueden establecer contacto dirigiéndose a:

cihefe@cihefe.es

Nuestro reconocimiento anticipado.




Futbolistas nacionales fallecidos en la Guerra Civil (2)

No cabe decir que nuestra contienda dejase un gran legado de imágenes. Si la II Guerra Mundial, en cambio, fue fotografiada desde todos los ángulos incluso durante sus prolegómenos, en plena Olimpiada berlinesa, el desembarco americano añadiría kilómetros de celuloide y Mac Arthur, preparando tal vez su asalto a la política yanqui, concluyó convirtiendo Asia en un inmenso plató propagandístico. Sólo transcurrieron unos meses entra la finalización de una y el primer disparo de otra, pero ambas podrían antojársenos pertenecientes a dos épocas distintas.

Los aviones españoles volaban guiándose por referencias visuales; los ingleses evitaron la tan temida invasión merced al radar. Por algunas de nuestras trincheras pululaban incautos con alpargatas y fusiles de carga mecánica; la monstruosidad europea estuvo plagada de armas de asalto automáticas. De prender fuego al monte bajo, jugándose el tipo entre alambradas, se pasó al lanzallamas. De tirar a matar, a la acumulación de heridos, porque éstos lastrarían la marcha del adversario, además de exigir un sobresfuerzo humano y material en retaguardia. La guerra española todavía estuvo poblada de espías clásicos, moviéndose graciosamente por salones con techos cuajados de angelotes, entre espejos y columnas corintias. Y las noticias, o los bulos, llegaban más que desde cancillerías o embajadas, a través de corresponsales no siempre fiables. Por España pasaron Arthur Koestler, André Malraux, John Dos Passos y Antoine Saint-Exupéry, entre otros. Plumas de oro y plata, más pendientes de trasladar su ideología personal que la crudeza del conflicto, cuyas fuentes, por ende, estaban a mucho menos distancia de la barra del Ritz que de las casamatas. Ernest Hemingway, degustador de la vida a gollete, también envió sus crónicas desde Madrid. Y su visita no hace sino corroborar la idea aventurera que atrajo a tantos, máquina de escribir en ristre, cámara al hombro, o dispuestos a integrarse en las Brigadas Internacionales. La muerte, al fin y al cabo, no era para ellos sino pura esencia de la vida; el culmen de la existencia. Un último fogonazo, el más sublime, en la sesión soñada de fuegos artificiales.

Entre la maquinaria propagandística dispuesta desde ambas facciones, la censura interior, el cúmulo de mentiras sabiamente esparcidas, y a falta de fotografías que las desvirtuasen, reconstruir la verdad histórica exigió poco menos que una suma de excavaciones arqueológicas, aún por concluir. Faltaron notarios como Francisco de Goya y Lucientes, con sus “Fusilamientos del Dos de Mayo”. Pudo haberlo sido el fotógrafo húngaro Robert Capa -seudónimo de Friedmann Endre Ernö-, hoy envuelto en un aura mítica y también espectador de aquella hemorragia. Pero su “Leica” solía llegar tarde a demasiados sitios. Tarde a las tomas triunfales o reconquista de aldehuelas y villorrios, saldadas siempre con fusilamientos de alcaldes, curas, maestros y convalecientes por heridas de bala, tan pronto ondeaban en el balcón municipal, la tricolor, la enseña monárquica, un pendón de la CNT, la hoz y el martillo, o el yugo y las flechas. Tarde, también, junto a las tapias de mil cementerios, después de que los “paseados” yacieran en fosas comunes o sus familias los hubiesen enterrado a escondidas.

Tropas republicanas vadean el Ebro a la altura de Miravent. La contienda se eternizó en el frente aragonés y varios futbolistas cayeron durante los meses de avances, repliegues, o lucha encarnizada.

Tropas republicanas vadean el Ebro a la altura de Miravent. La contienda se eternizó en el frente aragonés y varios futbolistas cayeron durante los meses de avances, repliegues, o lucha encarnizada.

Aquella guerra habría sido para muchos historiadores la última del siglo XIX en Europa, pese a venir precedida de la primera conflagración mundial. Una bárbara reproducción de los aguafuertes goyescos, donde dos vecinos del mismo pueblo dirimían sus diferencias a garrotazos, hundidos en el fango hasta las rodillas para que la huida resultase imposible. Duelo salvaje del que incluso el vencedor saldría, como mínimo, medio inútil para el resto de sus días.

Tamaña crueldad no tuvo un reparto geográfico equitativo. Junto a regiones que casi vadearon el temporal sangriento, a otras, como Asturias, les alcanzó de lleno. Y en ellas ni al fútbol ni a sus gentes se les hizo excepción.

El Modesto Muros Balompié, de Muros de Nalón, contabilizó 7 bajas entre sus futbolistas, al menos cuatro de ellos (José Mª Cañal, Julio Antonio Menéndez Fernández, José Menéndez Alonso y José Rodríguez Díaz) caídos en combate. El Rosal F. C., de Oviedo, cuatro bajas (Ricardo Cano, José Lafuente, José Martínez y Rafael Fernández) todos combatiendo. Tampoco acompañó la suerte al Sporting de Siero; de sus tres fallecidos, Dámaso Rodríguez sería asesinado en retaguardia, Antonio García Antuña pereció en el frente, y a Salvador Quirós Rodríguez ni siquiera le permitieron festejar su decimoséptimo cumpleaños. Otras tres bajas definitivas registró el Oviedo (una de ellas vistiendo uniforme republicano), las mismas que Figaredo F. C., de Mieres (dos combatientes y un asesinado) y Sporting de Gijón. Dos sepelios conmovieron al Cardín F. C., de Oviedo, y su masa social; los dos mientras combatían. Cifra igualada en el Lealtad de Villaviciosa, Gimnástico Caborana, Marino de Luanco, Racing Club de Mieres (ambas bajas en el frente) y Sporting Club, de San Esteban de Pravia. La relación de quienes perdieron para siempre a uno de los suyos es larga: Betis Club Gijonés; Canijo F. C., de Candás; Círculo Popular La Felguera; Club Calzada, de Gijón; Deportivo Palencia; Descanso F. C. Turonés; Molina F. C., de La Felguera; Stadium Avilesino y Atlético de Gijón, aunque el republicano José Fco. Elvira Pis, condenado a morir fusilado por un Consejo de Guerra (9-V-1938) también pasara por el Arenas Club de Gijón y Sporting, en este último la temporada 1922-23.

Como es lógico, hubo entre tanta víctima particularidades de muy distinta índole.

Amadeo Rodríguez Meana (Sporting de Gijón) sólo tenía 20 años y había marcado el último gol en 2ª División la temporada de preguerra. Unos republicanos lo asesinaron en la localidad astur de Olivares (8-IX-1937). El también sportinguista Abelardo Prendes Álvarez combatía como soldado de reemplazo republicano en el frente de Trubia. Luis González (la Felguera), Fernando Bárcena (Lealtad), Ramón Méndez Viejo (Descanso F. C), Benito Madera González (G. Caborana), José Mª Rodríguez (Marino de Luanco), Luis Muñoz Turón (Figaredo), Samuel Fernández (Stadium) y Rafael Weibles (Sporting de San Esteban), asesinados lejos de cualquier frente.

La odisea de otros casi se antoja digna del mejor guion cinematográfico. Ese, por ejemplo, sería el caso de Gonzalo Díez Galé (Gijón, Asturias, 28-XI-1910), conocido para el deporte por su segundo apellido, y en Avilés como “Chalo”.

Delantero hábil, resolutivo ante el marco adversario, destacó sobremanera en el Stadium Avilesino cuando apenas sumaba 18 años. Al ser conducido a la villa y corte por sus estudios de Derecho (temporada 1929-30), fichó por el Real Madrid, para cuyo elenco anotó 5 goles en los 12 partidos de Liga que tuvo ocasión de disputar. El ejercicio siguiente lo dividiría entre la entidad madrileña, con la que sólo intervino en 2 partidos de Liga, y las aulas universitarias. Y ya de cara a la campaña 1931-32, nuevo retorno a su Stadium, desde donde acabó fichando por el Oviedo, entonces en 2ª División. Siete goles en 15 partidos llevaron su firma. La temporada 32-33, todavía en 2ª, 11 goles en 16 partidos le sirvieron de despedida, festejando el primer ascenso ovetense a la máxima categoría. Porque, lesionado en ambas rodillas y con frecuentes dolores lastrando su rendimiento, consideró había llegado la hora de colgar uniforme y botas, una vez en su poder el título de licenciado en Derecho. Tenía 22 años larguitos y, en teoría, toda una vida de espectador por delante.

Dejaba atrás dos presencias en la selección nacional, contra Francia y Yugoslavia, ambas incompletas en abril de 1933, a causa de sus problemas de menisco. Y alguna extemporánea salida de tono, como aquella que el 18 de agosto de 1932 le supuso una declaración de rebeldía en Oviedo. Había jugado siempre como amateur. Marrón, obviamente, puesto que al despedirse del Real Madrid paseaba en un “Fiat”, obsequio del club, y más tarde, devoto como era de la mecánica y el volante, repitió operación obteniendo un “Ford” negro de la directiva oviedista. Tras preparar oposiciones a Registrador de la Propiedad sacó plaza en Getafe, a una edad casi récord.

Galé. Internacional y con la vida muy encarrilada fuera del fútbol. Su coherencia, llevada hasta las últimas consecuencias, acabaría arrebatándole la vida.

Galé. Internacional y con la vida muy encarrilada fuera del fútbol. Su coherencia, llevada hasta las últimas consecuencias, acabaría arrebatándole la vida.

Ideológicamente era conservador; hombre de orden, para unos, o fascista, según otros. En 1934, durante la Revolución de Asturias, estuvo luchando, como voluntario, en la defensa del Ayuntamiento avilesino. Desde entonces su nombre correría de boca en boca entre comunistas, ácratas y revolucionarios de muy distinto espectro. Nada tuvo de extraordinario que al producirse la sublevación militar, el 18 de julio de 1936, fuesen a buscarle a casa con intención de ajustar cuentas. Por suerte no le encontraron y, horas más tarde, avisado de que bajo ningún concepto debía acercarse a su domicilio, buscó refugio en la residencia familiar de Guillermo Campanal, delantero centro asturiano del Sevilla C. F. y tío del defensa que como “Campanal II” diera clases magistrales en el Sánchez Pizjuán, durante buena parte de los años 50 y primera mitad de los 60. Puesto que la cosa se antojaba pudiera ir para largo, un carpintero amigo de la familia, o pariente lejano, construiría para él un escondite, camuflado en el hueco de la escalera. Aquella fue su residencia forzosa, su prisión, en realidad, hasta que los nacionales alcanzaron Avilés. Entonces, todavía con el miedo en el cuerpo, ingresó en un bufete jurídico de Pravia.

Una tarde, mientras volvía del trabajo, se le encaró una mujer, recriminándole hallarse donde no debía. Perplejo, apenas pudo reaccionar. Ella, entonces, le espetó sin ambages: “Es en el frente donde deberías estar ahora, junto a mi hijo. Porque me consta que los dos pensáis igual”. Galé, o Chalo, no encontró palabras. Durante los dos días siguientes apenas pudo concentrarse, presa de la incomodidad, acometido por la sensación de estar siendo desleal consigo mismo. Por fin se alistó voluntario. Si entonces no eran muchos los combatientes capaces de conducir vehículos, aún escaseaban más aquellos para quienes la mecánica no constituía un arcano indescifrable. Con buen criterio lo pusieron a conducir camiones en el frente de Tremp (Lérida). Destino mucho mejor que tantos otros. De enchufado, casi, o eso se antojaba. Pero a lo largo de nuestra existencia, pocas cosas son lo que parecen.

Un anochecer, la caravana que encabezaba, como sargento, optó por reponer fuerzas en un claro. Hallándose detrás de sus líneas, tampoco juzgaron pertinentes muchas precauciones. La fatalidad, sin embargo, quiso que una compañía republicana se extraviase, dándose de bruces con el grupito. Ante tanta despreocupación, la realidad cobró forma entre los republicanos: estaban en zona enemiga. Y el miedo a que cualquier disparo alertase a otras fuerzas sobre su posición, les hizo tirar de cuchillo, machetes y bayoneta.

Fue una masacre, de la que ningún acampado salió vivo.

Trasladados los restos del exfutbolista hasta Avilés, para recibir tierra, la familia prefirió no abrir el féretro ante los deudos, como solía ser costumbre, y ahorrarse así el trago de ofrecer un cadáver patético, casi de pesadilla. Galé estaba hecho un colador.

Corría 1938. El último parte, fechado en Burgos, no llegó para su hermano Juan José, sobreviviente al conflicto, ni para los demás familiares, entre banderas al viento y al paso alegre de la paz, como rezaban los himnos que el finado entonase más de una vez.

Avilés, Oviedo, Pravia, y es de suponer que también la señora cuyas palabras lo empujasen al frente, lloraron su pérdida.

Igualmente avilesino, y compañero de Galé en la delantera ovetense, Julio Fernández Martínez, “Casuco” (13-X-1911), tampoco sobrevivió a la barbarie.

Había ingresado en el equipo azul la temporada 1932-33, luego de tres campañas en el Stadium Avilesino. Degustó el fútbol de Primera, por lo tanto, con Florenza, Soladrero, Caliche, Sirio, Gallart, Lángara, Herrerita, Emilín o Antón, a su lado, todos ellos históricos mitos locales. Consciente de su valor en el equipo, nada más lograr el ascenso exigió a la directiva se le aumentase el sueldo en 400 ptas. mensuales. No le bastaba haber ganado 13.000 por todos los conceptos -primas incluidas- a lo largo de 1932-33, compitiendo en la división de plata. Más de lo que sumaban muchos médicos, letrados en ejercicio y rentistas sin otra ocupación que administrar bienes. Puesto que aquella junta directiva no estaba para arrojar su caja fuerte por la ventana, y ante la evidencia de que al atacante iba a costarle ceder, tuvieron que avenirse, pero eso sí, reservándose una carta en la manga, consistente en recortar las primas por victoria en casa, y por empate o triunfo a domicilio.

Fotomontaje del Oviedo correspondiente a los últimos meses de preguerra. Casuco, primero por la izquierda, abajo (con el número 7). A Isidro Lángara, en el centro, abajo (numero 9), la guerra y su incorporación al Euskadi lo llevó a América, donde habría de cimentar una nueva vida.

Fotomontaje del Oviedo correspondiente a los últimos meses de preguerra. Casuco, primero por la izquierda, abajo (con el número 7). A Isidro Lángara, en el centro, abajo (numero 9), la guerra y su incorporación al Euskadi lo llevó a América, donde habría de cimentar una nueva vida.

Al estallar la guerra contaba 25 años. Edad con la que para huir del frente, fuere como movilizado o voluntario, era preciso tomar las de Villadiego, rumbo a Francia o Portugal. Él no cruzó ninguna frontera y acabaría muriendo en un hospital, desangrado, tras las heridas sufridas en el frente del Ebro. Era soldado raso en el ejército de Franco.

A diferencia de lo ocurrido en Asturias, la vecina Galicia saldría mucho mejor librada del conflicto, puesto que se estima no pasaron de 5.469 el total de víctimas directas en sus cuatro provincias, distribuidas de este modo: La Coruña 918 combatientes, 36 ejecuciones y homicidios durante el periodo republicano y 1.048 asesinados o ejecutados bajo control administrativo de los nacionales;  Lugo 531 combatientes y 515 en ejecuciones o asesinatos durante el periodo nacional; Orense 235 combatientes y 346 bajas mortales en retaguardia bajo control de los nacionales; y Pontevedra 769 en combate, 86 asesinatos bajo administración republicana y 985 durante el control de los sublevados. Con todo, el Deportivo de la Coruña, entonces su club más señero en apretada pugna con el Celta de Vigo, contabilizó cinco bajas mortales en el bando nacional, y una de ideología republicana.

Recaredo Bueno Cambón era soldado en el Batallón de Zapadores Nº 8 cuando en el sector asturiano de Grado, defendiendo una posición en La Estaca, cayó el 9 de junio de 1937.

Luis Palacio Vega combatía como alférez aviador en la escuadrilla 1-C-2. Derribado en el frente de Teruel, fue hecho prisionero y fusilado en los fosos de Montjuich, el 26 de febrero de 1938.

Francisco Javier Barreras López, alférez también, pero Provisional en la Mehalle Jalifien de Tetuán, Nº1, Primer Tabor, cayó el 10 de agosto de 1938 en el frente del Segre, cerca de Balaguer (Lérida), para no levantarse.

Ismael Esparza Sánchez era soldado conductor de automóviles y como tal cumplía un servicio en Villareal (Castellón), cuando el 16 de octubre de 1938 una explosión lo convirtió en el último de su vida.

El caído más pintoresco y con más llamativa biografía entre los que alguna vez vistieran de blanquiazul en la ciudad de María Pita, fue sin duda Laureano José Rodríguez, para el fútbol “Cachán”.

Hospiciano y analfabeto, tan anárquico en los terrenos de juego como en cada faceta de su existencia, reñido con casi cualquier convencionalismo, la higiene y los compromisos, no dejaba de ser sino ese niño grande o adolescente perpetuo para quien todos los días pueden ser abordados con pereza. Eso sí, extremo izquierdo menos rápido que lo habitual entonces, destacaba sobre el césped por la limpieza de su toque y una rara precisión en cada centro sobre el área. Antes de instituirse el Campeonato Nacional de Liga había pasado por el Hércules de la capital coruñesa, Club Coruña, Deportivo de La Coruña y Fortuna de La Habana. Después seguiría haciéndolo en la Leonesa, Melilla, otra vez en el Deportivo, Victoria, Racing de Ferrol y nuevamente Deportivo de La Coruña, donde parece colgó las botas luego de disputar 5 partidos de 2ª División la campaña 1934-35, marcando un gol.

Su aventura cubana, en la que se embarcó junto a varios jugadores gallegos, especialmente del Deportivo, constituyó para él, según distintos testimonios, un recreo cuyo buen sabor de boca no terminaría de írsele nunca.

Por toda la perla antillana, pero especialmente en La Habana, existían clubes con directiva y masa social española, capaces de abonar cifras impensables a este lado del Atlántico. Ello hizo que José Torres, Begoña, Simón, Blas, Chorens, Arturo, conocido popularmente como “Picholas”, Ramón González o Cosme Vázquez, se dejasen abanicar por las palmeras y pasearan su ocio por un Vedado en expansión, o la multicolor Habana Vieja, donde nunca faltaban ni el balanceo de mulatas fáciles, ni los dólares de algún americano aficionado al ron, los casinos y la pesca a mar abierto. Cada atardecer, además, siempre cabía enjugar morriñas entre los porches del Malecón, viendo al sol teñir de cobre, ámbar o plata bruñida, las aguas de la bahía.

Recién llegado al Club Iberia de La Habana, “Cachán” escuchó el grito de ánimo coreado por los incondicionales: “¡Cachín, Cachán, Cachumba. Iberia es la que zumba!”. Orgullosísimo, se acercó a su compañero Pepe Torres. “¿Los oyes? –dijo-; No se me había ocurrido pensar que aquí, tan lejos, pudieran conocerme tanto”. Y sin salir de su error, fue a saludar desde el centro del campo entre el jolgorio de la afición. Ni Torres, ni los demás compañeros, quisieron degollar con explicaciones ese gran momento.

El excelente cartelista Sáenz de Tejada fijó en el imaginario popular la estética del triunfo franquista. Escenas heroicas y soldados con deliberada desproporción, buscando una espiritualidad tomada de El Greco. Sin embargo no todos los movilizados en el ejército nacional estaban imbuidos de fervor patriótico. “Cachán” constituye un claro ejemplo.

El excelente cartelista Sáenz de Tejada fijó en el imaginario popular la estética del triunfo franquista. Escenas heroicas y soldados con deliberada desproporción, buscando una espiritualidad tomada de El Greco. Sin embargo no todos los movilizados en el ejército nacional estaban imbuidos de fervor patriótico. “Cachán” constituye un claro ejemplo.

Laureano, ya de vuelta a La Coruña, se hallaba una tarde en las oficinas del Deportivo, viendo cómo sus compañeros echaban una mano al secretario extendiendo recibos. Quizás por pasar el rato, tomó una  pluma e hizo varias rúbricas. Luego de estudiarlas muy complacido, las mostró a todos, sonriente, mientras aseguraba: “Qué buena letra tendría si supiese escribir, ¿no os parece?”.

“Cachán” ni aprendió jamás, ni parece que su condición de iletrado le preocupase en demasía. Poco antes de la Guerra Civil era una especie de vagabundo sin raíces ni techo fijo. Y hallándose el Deportivo coruñés muy necesitado de efectivos, sus dirigentes averiguaron donde paraba, bajo el sol de Andalucía. Sin perder un minuto le giraron dinero junto con un telegrama, para que tomando el primer tren se aprestase a enderezar con sus centros la marcha del club. Tardó casi 15 días en aparecer y cuando se le preguntó si no había recibido aquella cantidad, rehuyó justificarse: “Vine de polizón. Hubiera sido una tontería gastarme esos duros en el viaje, pudiendo hacerlo gratis”.

Meses más tarde, una pirueta del destino habría de ponerle en situación límite. Sin comprender la locura desatada a su alrededor, penetró en una armería de San Andrés recién asaltada por jóvenes sindicalistas, empeñados en hacer frente a la sublevación militar. Sólo pretendía curiosear, interesarse por la razón de tanto nerviosismo, según clamó a gritos. Pero la fuerza pública que lo sorprendiera en el interior estaba para pocas monsergas. Detenido e interrogado a trompazos, todos sus argumentos parecían volvérsele en contra. “O sea que eres un vago, ¿eh?; un piojo. ¿Para qué buscabas un arma?. ¿Acaso pretendías asaltar bancos?”. La oportuna mediación del mandatario deportivista Ramón de Llano, abogando en su favor, si bien evitó más golpes tampoco pudo lograr una inmediata libertad sin cargos. En medio de tanta confusión, las cosas se resolvían a la tremenda. Y puesto que el frente precisaba mucha carne fresca, de caballos de pica o de cualquiera que con un fusil aguantase a pie firme en primera línea, jugaron con su miedo como el gato con un ratón: “Pues lo tienes muy mal, amigo. Sin oficio ni beneficio, como te pongamos ante el juez te aplica “La Gandula”. Y no veas lo que te espera. La cárcel está llena de maricas deseando estrenar culos de futbolista”.

La Ley de Vagos y Maleantes, popularmente conocida como “Gandula”, no fue creación franquista, según se ha repetido tanto, sino producto de la República. El régimen de posguerra añadió tan sólo un artículo incluyendo en ella la homosexualidad, al tiempo que abría en lugares remotos “centros de reeducación para invertidos”, algo parecido a campos de prisioneros, siempre con un clérigo fundamentalista al frente. La “medicina” en ellos se reducía a rezos, trabajo constante, sacrificio y castigos. Para casos más graves, fuere por la rebeldía de los internos, su reincidencia o ataques blasfemos, solían recetarse tratamientos de electroshock.

Forzado a alistarse voluntario en las milicias de Renovación Española, como único modo de esquivar “La Gandula” y los barrotes, “Cachán” se vio haciendo instrucción y luciendo uniforme. Hombre honesto, al fin y al cabo, agasajó a su benefactor con una bandeja de pasteles apenas hubo cobrado el primer sueldo de legionario. No sabía que la muerte le aguardaba en un ataque a la loma de Los Catalanes, frente de Asturias, el 15 de setiembre de 1937, encuadrado en la 3ª Bandera legionaria. Sus restos, y ya es casualidad, serían recogidos por el Dr. Candama, también antiguo jugador deportivista.

Poco, muy poco, contaron los ideales o la fe de cruzado, tanto en aquel final como en el de otros “caídos por Dios y por España”.

Un poco más al sur, en territorio foramontano, también se registraron bajas futbolísticas. El delantero vallisoletano Carlos Cimiano Hernández, conocido deportivamente por su primer apellido, tras competir con el club de “Pucela” desde 1929 hasta 1935, tanto en 3ª como en 2ª División, fue movilizado. Y falleció combatiendo en el ejército franquista.

Tampoco sonrió la suerte al navarro Eugenio Moriones Aramendía (Real Madrid 1928-30 y Nacional de Madrid 1930-35). Extremo derecho forjado en modestas entidades de la capital, puesto que llegó a ella siendo niño, ni siquiera tuvo oportunidad de defender su vida, máuser en mano. El 10 de agosto de 1937 fue otro más de los asesinados en Paracuellos del Jarama, luego de sobrevivir al asalto del Cuartel de la Montaña.

Compañero suyo en el encierro cuartelero y en ideología falangista, el antiguo jugador del At. Madrid Antonio de Miguel Postigo engrosó junto a Moriones la extensa lista de masacrados, según alguna fuente, en tanto otras lo dan por fallecido a causa del hambre y padecimientos de toda índole, con la guerra recién concluida.

El riojano de San Vicente de la Sonsierra Leopoldo Ruiz-Capillas del Castillo, para el fútbol tan sólo “Capillas” (31-III-1907), pudo, al menos, vender cara su vida en el frente madrileño del Cuartel de la Montaña. Sus padres, burgaleses, se habían trasladado a la población riojana para montar una empresa dedicada a la fabricación de licores. Algún tiempo después, no obstante, la grave crisis económica que asoló al interior de España hizo inviable el negocio, forzando otro traslado, esta vez a Torrelavega, donde pusieron en marcha un negocio muy semejante.

Ariete clásico, capaz de saltar 1,60, marca nada desdeñable a mediados de los años 20, lució mucho en la Gimnástica, a cuyo primer elenco se había incorporado con 17 años. Tras anotar 12 goles en los 16 partidos de Liga que disputara en la edición inaugural del Campeonato -los torrelaveguenses estaban encuadrados en 2ªB-, fue contratado por el antiguo Castellón, donde nada más llegar ya era ídolo. Y es que la tarde de su debut, ante el vecino Villarreal -también antiguo, sin nada que ver con la actual entidad de 1ª-, marcaría 6 goles en la aplastante victoria por 11-4. Dos temporadas en el club de la Plana le bastaron para merecer la atención del Valencia, a cuya disciplina quedó ligado durante el verano de 1931. Debutante en nuestra máxima categoría el 22 de noviembre de 1931, con derrota ante el Español de Barcelona en campo catalán, la secretaría técnica valenciana acabó considerándolo lento y tosco para la competición de máximo nivel; algo que no obstante parecía contradecir su marca de 9 goles en los 10 partidos de 1ª División disputados. Puesto que tanto entonces, como hoy, los técnicos solían gozar de la última palabra, la directiva “ché” se avino a traspasarlo a cambio de las 7.000 ptas. ofrecidas por el Betis sevillano (13 de noviembre de 1932).

Según parece llegó junto a la Torre del Oro excesivamente relajado, creyendo que allí todo iba a tenerlo más fácil. Una multa por llegar tarde a los entrenamientos, acompañada del lógico apartamiento temporal, le sacaría rápidamente de su error. Cuando semanas después volvió a contar para el entrenador, cumplimentó una tarjeta de 8 goles en 14 partidos de Liga. Pero hombre poco dispuesto a echar raíces en ninguna parte, la temporada 1933-34 luciría la camiseta del Hércules, y al año siguiente la del Malacitano, antecesor del ya extinto Club Deportivo Málaga.

Al sobrevenir la guerra contaba 29 años; edad que ni mucho menos le descartaba para el combate. De manera que sustituyó las botas con tacos y el pantalón corto por un uniforme caqui y calzado de media caña. Lo adecuado para combatir en las inmediaciones del Cuartel de la Montaña, donde un disparo segó su vida. Desde 1937, cuando se convirtió en historia, hasta hoy, nadie ha podido superar su marca de 10 goles para la Gimnástica de Torrelavega, en los 23 partidos que disputó correspondientes al Campeonato de España, hoy mucho más conocido como la Copa.

Voluntarios en Madrid, cuando durante el verano de 1936 estaban convencidos de aplastar rápidamente al ejército sublevado. Muchos de ellos no vivirían para ver la paz.

Voluntarios en Madrid, cuando durante el verano de 1936 estaban convencidos de aplastar rápidamente al ejército sublevado. Muchos de ellos no vivirían para ver la paz.

Muertes cumpliendo con un deber autoimpuesto, u obligado por extrañas circunstancias. Muertes a menudo innobles, a rejonazo limpio y cuchillada en la espalda, o ante un piquete de ejecución sin juicio previo. Muertes recetadas por idealistas con su verdad única bien patentada. Asesinatos de matarifes buscando cimentar una sociedad nueva, civilizada, roja, azul, o más libre, sobre montones de cadáveres y llanto a espuertas. Luto y crespones negros, también, sobre demasiadas camisetas de fútbol. Porque aquel bárbaro ejercicio fratricida estuvo sobrado de visionarios “matando con buena fe”, por emplear palabras del escritor burgalés Miguel Fortea.

Como si arrebatar la vida a otro ser humano tuviese algún fundamento.

O como si fuera posible odiar de buena fe.

NOTA: Agradeceremos vivamente cualquier corrección, ampliación o comentario sobre el listado de bajas inserto en el primer artículo de esta serie, que contribuya a enriquecerlo. Pueden establecer contacto dirigiéndose a:

cihefe@cihefe.es

Nuestro reconocimiento anticipado.




Futbolistas nacionales fallecidos en la Guerra Civil

Una de las grandes falsedades por cuando al fútbol y la Guerra Civil respecta, tiene que ver con la teórica escasez de bajas entre futbolistas de nuestros dos archipiélagos. Semejante aserto, sustentado en el desinterés de informadores coetáneos y la posterior comodidad de quienes los siguieron -el copia y pega no sólo es plaga enquistada en las nuevas tecnologías-, acabó afianzándose sobre dos pilares:

a) Tanto en Baleares como en Canarias apenas si se escucharon obuses o tableteos de ametralladora.

b) Un buen puñado de jóvenes canarios vivieron la guerra en retaguardia, entre albaranes, inventarios de víveres y municiones, bien alimentados y disputando partidos con el equipo de Aviación Nacional, auspiciado en la base salmantina de Matacán (1937) por el capitán José Bosmediano y el alférez -a quien a menudo otorgan galones de teniente- Francisco González de Salamanca.

Dos verdades cubriendo mucha broza espinosa.

Porque si bien aquella barbaridad tocó tangencialmente las islas mediterráneas y pasó de largo sobre las atlánticas, muchos jóvenes insulares nutrieron las filas de los sublevados -algunos de ellos jugadores de fútbol-, como voluntarios o movilizados en sucesivas levas. Acerca del Aviación Nacional, las cosas tampoco fueron como a menudo trataron de contárnoslas. El alférez Salamanca, observando que entre sus hombres había muy buenos futbolistas, sugirió a sus superiores la posibilidad de crear un equipo que entretuviese el ocio militar, elevando con ello los ánimos. Tras el oportuno pláceme, aún lograría agrupar a otros muchachos canarios muy hábiles con el balón y, casi a punto de finalizar la contienda, el equipo sería inscrito para el primer torneo oficial, una Copa. Decididos a contender en la reanudación liguera, los responsables de aquel equipo barajaron como opción plausible fusionarse con los despojos del Club Deportivo Nacional, de Madrid, si bien finalmente lo harían (4-X-1939) con el no menos deshilachado At. Madrid, dando lugar al Atlético Aviación. Lo que voluntariamente obviaron cronistas e historiadores de antaño, es que si bien algunos de esos jóvenes canarios concluyeron festejando los dos primeros títulos de posguerra -Campos, Machín, Mesa o Arencibia, nacido en Cuba este último, aunque forjado en Tenerife-, aquel Aviación Nacional bélico lucía como perlas más destacadas a los Germán, Aparicio y Vázquez, cántabros los dos primeros y coruñés el segundo.

Hubo canarios, efectivamente, en la formación de los militares Bosmediano y González de Salamanca. Una parte infinitesimal entre los millares de tinerfeños o grancanarios que sufrirían el infierno de los frentes levantino, madrileño y asturiano, pero sobre todo el gélido mordisco del páramo turolense.

Entre los jugadores baleáricos caídos en combate, figuran, como mínimo, Juan Mayol (Athletic F. B. C.), Antonio Jaume Llovera (Baleares F. C.), Juan Rosselló Suñer (S. S. La Salle), Juan Barceló Veñy (Juventud Antoniana), Jorge Nicolau Matas y Francisco Rosselló Servera (los dos U. S. Porretas), Miguel Mayol Payeras (U. S. Poblense), Mateo Veñy Riera (F. C. Manacor), Miguel Cánaves Vallés (Pollensa), José Riera Caldentey (Mediterráneo F. C.), Guillermo Martí Jaume (C. D. Binissalem), Jaime Alemany Company (Progreso F. C.), Jaime Oliver Frau (Palma F. C.), Jaume Comellas Vidal (S. C. Arrabal), Benito Mas Ballester (C. D. Arenas), Juan Prats Costa (C. D. Betis), Bartolomé Rullán Torres (Libertad F. C.), Jorge Ramón Ferragut (J. D. Llosetense), o Antonio Noguera Rubí, Matías Mut Oliver y Miguel Ballester Contestí (los tres del C. D. Lluchmayor). Si a ellos añadimos dos bajas definitivas en la Base Naval, como consecuencia del bombardeo acecido durante los primeros días de contienda (Francisco Llambías, de la Unión Sportiva, y Juan Orfila, del Club Deportivo Menorca), y no nos olvidásemos de Mateo Galmés Llabrés, entrenador del C. Deportivo Soller, combatiendo en la península, colegiremos que la cifra es lo bastante notable para ser tenida en cuenta, aun contando que todos ellos fueron modestos, deportivamente.

Mandos militares durante el banquete en los pinares de Tenerife, durante unas maniobras. Aquella concentración constituyó una decisiva toma de posiciones, plasmada no mucho más tarde en el alzamiento armado y la inmediata Guerra Civil.

Mandos militares durante el banquete en los pinares de Tenerife, durante unas maniobras. Aquella concentración constituyó una decisiva toma de posiciones, plasmada no mucho más tarde en el alzamiento armado y la inmediata Guerra Civil.

Gracias a la aportación de Miquel Bover, recopilador de la historia del Porreres desde hace años, cabe precisar que Jorge Nicolau (25-VI-1914), había disputado la temporada 35-36 con el equipo reserva, lo que hoy llamaríamos “B”, y cayó mortalmente en el frente de Cataluña el 16 de setiembre de 1938, fecha de muchas bajas. Y que Francisco Rosselló (20-X-1919), todavía juvenil durante el último ejercicio prebélico, también murió en suelo catalán, el 30 de diciembre de 1938, cuando el desenlace del conflicto parecía decantado.

Y a ellos cabría añadir dos bajas más, dos asesinatos durante los primeros días de aquella descomposición social y derrumbe de valores morales: el palmesano Antonio Thomas Prats, defensa de la Real Sociedad Alfonso XIII, germen del actual Club Deportivo Mallorca, y el menorquín Jaime Gornés Vila, atacante con paso también por el Alfonso XIII (temporada 30-31), que en julio de 1936 pertenecía al Constancia, donde llevaba ya varios ejercicios. El primero trabajaba en la empresa de ferrocarriles Palma-Sóller, estaba afiliado al Partido Socialista y era líder sindical ferroviario. Todo induce a pensar se había convertido en hombre incómodo para los patrones, porque su cadáver sería encontrado a las afueras de Palma, en la carretera de Sóller, el 11 de agosto de 1936. Con el segundo, fácil goleador en aquel fútbol un tanto rudimentario, se cebó la fatalidad, a partir de lo que se hubiera dicho no constituía sino pura anécdota.

En abril de 1936, la fábrica de calzados “Pons Menéndez”, sita en Ciudadela, vivió una huelga dura, muy dura, como solía ser habitual entonces. Durante la misma resultaron heridos un par de obreros por disparos del personal contratado para reventarla, siendo Gornés casual testigo de esos hechos. Citado por el juez cuando se vio la causa en Palma, mediado el mes de julio, prestó declaración 24 horas después del estallido bélico. Apenas pisó la calle, varios hombres lo secuestraron, junto a otros tres testigos. Ni la guerra ni los ideales provocaron su triste fin, por más que la tremenda confusión reinante, el absoluto desbarajuste social y la sensación de provisionalidad que todo lo empañaba, allanasen el mal camino. Lo mataron, simplemente, por haber dicho en la sala cuanto alguien no deseaba oír. Su cadáver apareció el día siguiente, muy de mañana, abandonado en el Arenal.

Un número similar de familias canarias tuvieron igualmente seres queridos a los que llorar, después de haberlos aplaudido cuando corrían tras el balón. El tinerfeño Estrella F. C. padeció tres bajas: Manuel Domínguez de la Cruz (en el frente de Jaca, 22-X-1938), Marcial Dorta Morales (en la madrileña Casa de Campo, 28-I-1938) y Miguel Pérez López (en Sigüenza, alcanzado por una explosión el 10-V-1938). El Sporting Club Vera, de Puerto de la Cruz, le igualaría en infortunio, pues perdió otros tantos componentes de su plantilla: Antonio Hernández Hernández, Cristóbal Abrante García y Ramón Rodríguez Borges.

Parece, por cierto, que la desgracia quiso concentrarse en algunos clubes de aquel archipiélago, contabilizando sepelios de tres en tres. Porque tres fueron los finados del Athletic Club de Las Palmas (Basilio Arocha Padrón, Francisco Suárez Peña y Manuel García Santana), y los del Marino F. C. (Alejandro Toledo Suárez, Sebastián Ramírez Suárez y Juan Frade Molina). Dos los del Apolinario F. C. (Francisco Arbelo Santana y Manuel Méndez Hernández). Un hueco, y ya fue bastante, resultaría irremplazable en las formaciones del Real Club Victoria (Domingo Sosa), C. D. Gran Canaria (Fernando Rojas), Club Deportivo Español, de Las Palmas (Francisco Santana), Levante F. C., también de Las Palmas (Juan Quevedo Suárez), y Artesano F. C. (Manuel Macías Santana).

Sin duda hubo más bajas, pues la Federación Tinerfeña olvidó reportar a la Española cuanto se relacionara con los clubes de La Palma, que entonces disputaban un campeonato propio, cerrado, a la sombra de su caldera de Taburiente. Y al menos la entidad más emblemática, Club Deportivo Mensajero, no pudo contar para la posguerra con un muchacho caído en la serranía cordobesa.

De largo, el jugador más conocido entre cuantos canarios no pudieron saborear la paz, fue Ángel Arocha Guillén (Granadilla 23-VI-1907), goleador de tronío, campeón de Liga y Copa, así como internacional absoluto en dos oportunidades. Se fue del Deportivo Tenerife al F. C. Barcelona la temporada 1926-27, con una ficha de 750 ptas. mensuales, equivalentes a la mitad de lo ganado por un buen médico o abogado, en esa época. Sus posteriores registros -11 goles en 13 partidos la campaña 1929-30 y 15 en otros tantos choques al año siguiente- elevaron aquella cantidad inicial. En la famosa final copera ante la Real Sociedad de San Sebastián, donde fueron precisos tres partidos para coronar al campeón, llegó a situarse bajo los palos, luego de que el húngaro Plattko, que tanto impresionó al poeta Rafael Alberti –“Oso rubio de Hungría” en la oda que le dedicase-, resultara lesionado en la cabeza, de un patadón. Tras disputar la campaña 1932-33 -11 goles en 10 encuentros ligueros- firmaría la cartulina del At. Madrid, entonces en 2ª División. La temporada 1935-36, resuelta con otro descenso “colchonero” a la categoría de plata, había disputado 7 choques de Liga, con un único gol. Podríamos considerarlo virtualmente retirado cuando, el 2 de setiembre de 1937, con 30 años y luciendo galones de cabo en el Grupo de Intendencia de Canarias, 4ª Compañía, cayó no muy lejos de Balaguer (Lérida), durante un bombardeo del Frente Popular. Enterrado en Tenerife, le sería dedicada una calle en las inmediaciones del estadio Heliodoro Rodríguez López.

Ángel Arocha con la camiseta del At Madrid, último uniforme deportivo que vestiría.

Ángel Arocha con la camiseta del At Madrid, último uniforme deportivo que vestiría.

Puestos en contexto el número de bajas deportivas en Baleares y Canarias, su cifra se antoja especialmente llamativa ante el reducido número de víctimas mortales registrado en esos territorios, si tomamos como referencia los estudios del historiador Salas Larrazábal a partir del Movimiento Natural de Población España, elaborado por el INE, y las correcciones posteriores de Ricardo de la Cierva: Baleares.- 1.399 bajas en el frente, 367 ejecuciones o asesinatos durante el tiempo de administración republicana y otros 745 bajo control franquista. Canarias.- 239 bajas en combate y 213 víctimas de ejecuciones o represalias para la provincia de Las Palmas, con 258 combatientes y 187 fallecidos en retaguardia para la de Tenerife.

El At. Madrid, último club donde jugase el mejor dotado de los hermanos Arocha, destripa sin proponérselo dos de los cuentecillos urdidos tanto a lo largo de aquellos casi tres años de locura, como durante la posguerra: El de que pocos futbolistas se batieron el cobre allá donde reinaba la muerte, y la pintoresca leyenda de que los “colchoneros” son y han sido tradicionalmente de izquierdas, como contrapunto a la masa de seguidores “blanca”, más conservadora. Sabido es que los rojiblancos tuvieron por presidente a un aristócrata (Luis Benítez, Marqués de La Florida, entre 1952 y 1955). Pero, además, acumularon un elevado número de caídos en defensa del ideario “nacional”, entre quienes alguna vez lucieron su camiseta.

Dediquémosles un repaso.

Alfonso Olaso Anabitarte (Villabona, Guipúzcoa, 10-II-1904) compitió con el Nacional de Madrid desde 1921 hasta 1923, durante cuyo verano habría de incorporarse al Atlético. La creación del Campeonato Nacional de Liga llegó un tanto tarde para él, puesto que sólo pudo lucir en la edición inaugural, siendo su papel poco menos que de comparsa en las campañas 1929-30 y 1931-32. Internacional absoluto contra Italia, en Bolonia, el 29 de mayo de 1927, era Profesor Mercantil, al margen del fútbol, y hermano del también internacional Luis Olaso. Apenas hubo estallado la guerra se alistó como voluntario en un tercio requeté, y corría el mes de noviembre de 1937 cuando tras participar en la Batalla de Brunete, bien fuere por haberse distinguido en combate, o ante el elevado número de bajas, sería promovido a alférez provisional. Peligroso, muy peligroso ascenso, pues los alféreces caían como moscas, al moverse siempre en primera línea.

Su bautismo de fuego con los nuevos galones consistió en afianzar el enclave de La Muela, próximo a Teruel y estratégico para ambos bandos. El 15 de diciembre de 1937 las cosas comenzaron a complicarse para el grupo que comandaba. Con menos hombres, municiones y pertrechos que sus adversarios -la Brigada de El Campesino-, en medio de un frío helador, nevadas recurrentes y ventisqueros que apenas permitían ver algo a más de diez pasos, Etelvino Vega, al mando de la 34 División, lanzó un ataque y, tras breve asedio, se hizo con la cota, a punta de bayoneta. El exfutbolista recibió dos disparos; uno en el pecho y otro en el hombro, ninguno de ellos mortales de necesidad. Atendido por sanitarios republicanos y trasladado a Teruel, su suerte, empero, estaba echada, habida cuenta del trato que ambas facciones dispensaban a los oficiales adversarios.

Alfonso Olaso en su última época como futbolista.

Alfonso Olaso en su última época como futbolista.

Y es que, contradiciendo lo tantas veces dicho y escrito, no fue la Legión Cóndor, ayuda de Hitler a los generales sublevados Franco y Mola, el único elemento beligerante en saltarse las “normas bélicas”, o considerar objetivo a la población civil. “Nacionales” y “republicanos” eran vistos desde el otro lado como golpistas traidores. Dinamiteros de la monarquía, unos, sin plebiscito que lo avalase; iconoclastas de los buenos usos y costumbres, el derecho a la propiedad individual y la libertad de fe, o golpistas con sable los de enfrente, fascistones esgrimiendo la cruz, cual martillo pilón, y obsesionados por recluir a las mujeres en su rinconcito oscuro, procreador, entre nubes de incienso y polvo de sacristía, plegadas siempre a la voluntad del varón. Consecuentemente, a los mandos de uno y otro lado les esperaban ejecuciones sumarísimas, por más que ello implicase convertir en papel mojado acuerdos internacionales, protocolos humanitarios y buenos deseos firmados a raíz de la I Guerra Mundial.

Alfonso Olaso, que hubiera sobrevivido a sus heridas, fue fusilado antes de concluir 1937, año de odios exacerbados, revanchismo y hecatombes.

Vicente Palacios González, conocido para el fútbol por su primer apellido, gijonés de Veriña y atacante fuerte, rápido y con regate, estuvo compitiendo con el Sporting desde la temporada 1918-19 hasta 1923-24, proclamándose, además, campeón de la Copa del Príncipe (1922) con la selección asturiana. Cuando sus obligaciones laborales le llevaron hasta Madrid fichó por el Atlético, donde el 10 de febrero de 1929 pasaría a la historia rojiblanca como autor del primer gol “colchonero” en el Campeonato de Liga, que también degustó ya talludito y con la mente más puesta en sus quehaceres ajenos al balón. Profesor Mercantil, como Alfonso Olaso, regentaba en el madrileño barrio de Chamberí un pequeño negocio de frutería. Lo asesinaron en retaguardia durante el mes de agosto de 1936, cuando el alzamiento militar apenas comenzaba a expandirse territorialmente.

Al interior bilbaíno Dámaso Urrutia Gallegos (3-X-1903), podríamos considerarlo coleccionista de conflictos mientras vistió de corto. Tras competir con la Deportiva Ovetense -temporada 1923-24-, saltó al Levante como profesional encubierto, algo que entonces la legislación federativa sancionaba con gran severidad. Siendo estrella levantina pasó al Valencia C. F., tras un descarado pasteleo en el partido que enfrentó a ambos durante la segunda vuelta del Campeonato regional. Los “granotas”, entonces, procedieron a denunciarlo, al tiempo que se defendían de una acusación muy similar, formulada desde Oviedo. Entre una cosa y otra, al jugador apenas pudieron verlo sobre el terreno de juego ni “chés” ni levantinistas, gran parte del ejercicio 1926-27. La Federación Española concluiría dando la razón al Levante, al tiempo que amparaba su derecho a retenerlo. Pero Urrutia, que obviamente manoseaba otros planes, prefirió seguir vistiendo de blanco. Poco tiempo, la verdad, porque propenso como era a cambiar de aires, tardó muy poquito en salir hacia Madrid, cuando el Atlético le puso más billetes en la mano.

Nadie, empero, podía discutir sus virtudes futbolísticas. Dueño de un toque preciso, prodigaba pases magníficos tarde sí y tarde también, sin hacer ascos al derroche físico, sustentado en una gran capacidad atlética. Con muy buenos registros goleadores, merced a su envidiable remate de cabeza, el reconocimiento oficial del profesionalismo facultaría su retorno a Oviedo -temporadas 1928-29 y 29-30- para rubricar 25 goles en 34 partidos de 2ª División. Durante el verano de 1930 la Leonesa satisfizo 3.500 ptas. de traspaso al Oviedo, e hizo las maletas, una vez más, ahora hacia la ciudad de San Marcos y San Isidoro. En 1936, ya retirado, ejercía en Gijón como conserje. Y allí lo asesinaron unos furibundos republicanos, durante los primeros y turbulentos días que señalaron el comienzo de nuestra Guerra Civil.

El portero Manuel García de la Mata Pérez, para el fútbol “Mata”, nació coyunturalmente en Cádiz (1903) porque erra allí donde estaba destinado su padre, militar de Marina. Desde la temporada 1924-25 hasta 1928-29 formó parte del At Madrid, sin degustar el campeonato Nacional de Liga, puesto que no lo alinearon en ningún partido de la edición inaugural. Aún hoy resulta imposible pontificar sobre las circunstancias de su muerte, puesto que siguen antojándose posibles las dos versiones que sobre ella corrieron. La primera y en apariencia más fundamentada, sugiere que se hospedaba en una pensión cuya dueña, amiga de falangistas y decidida a salir del Madrid republicano, movió hilos en tal sentido, con tanta torpeza como funestos resultados. Y es que su indiscreción propiciaría la visita de oficiales de la 36 Brigada Mixta, asegurando, eso sí, ser derechistas comprometidos en el empeño de trasladar hasta zona nacional a quienes, como ellos, abominaban cuanto significara república e ideario anarquista o bolchevique. Nada recelaron huésped y pupila, hasta verse en un chalet de Usera, para ser interrogados brutalmente, primero, y asesinados después, el 18 de octubre de 1936, junto a 7 desgraciados más. Otras fuentes apuntan a que podrían haberlo sacado de la embajada de México, donde halló refugio, hecho este, el de la demanda de amparo, que sí parece cierto. Verdad incontrovertible es que uno de sus hermanos reconoció el cadáver con fecha 9 de noviembre, y que concluida la guerra en ese siniestro chalet aparecieron los restos mortales de 67 personas.

Sus hermanos, por cierto, también merecen alguna atención. José Enrique por haber jugado en el Stadium y Tranviaria, antes de convertirse en presidente de la Federación Castellana de Fútbol. Y Juan, marino de guerra, como su progenitor, al haber sido arrojar al mar en Cartagena durante los primeros compases del levantamiento militar, por fieles a la República.

Al atacante Ramón Mendizábal Amézaga (Santurce, Vizcaya, 5-XI-1914), sus estudios lo hicieron saltar del Real Madrid al Athletic Club bilbaíno, y desde este al At. Madrid, hasta ingresar en el Hércules de Alicante la última temporada prebélica, donde, por cierto, dejó bien sentado con 22 años que su sitio estaba entre los buenos de 1ª División. En julio de 1936 se hallaba en Pamplona y, por esos avatares curiosos que ponen al ser humano en lugares impensables, se encontró pilotando aviones. El suyo resultó tocado y, consciente del valor que aquellos aparatos tenían para decidir la suerte del conflicto, lejos de lanzarse en paracaídas quiso salvarlo. Los mandos, y especialmente el timón de cola, no respondieron. De ahí que se estrellara en la provincia de Córdoba. Su último club, el Hércules, le dedicó en 1936 una placa, como “Caído por Dios y por España”

Antonio Mazarrasa Fernández de Henestrosa (Santander 12-VIII-1909) también había jugado en el At. Madrid, aunque poco. Tan sólo 4 partidos de Liga durante la campaña 1928-29, con un gol marcado, y 3 a lo largo del siguiente ejercicio. Buscando más minutos y ya sin sueños de gloria, pasaría por el Unión Sporting, de Madrid, y la Sociedad Deportiva Alcántara, igualmente de la capital madrileña, en esta última desde 1933 hasta 1935.

Lienzo de Mariano Izquierdo, propiedad del Museo del Ejército, en Madrid, que representa las matanzas de Paracuellos. “Españoles, perdonad pero no olvidéis”, reza la leyenda fileteada en su marco.

Lienzo de Mariano Izquierdo, propiedad del Museo del Ejército, en Madrid, que representa las matanzas de Paracuellos. “Españoles, perdonad pero no olvidéis”, reza la leyenda fileteada en su marco.

Su padre, monárquico y católico reconocido, militante carlista, se afincó en Madrid, y con él toda la familia, al ser elegido senador en representación de Álava. Padre e hijo, por tanto, no hubiesen podido pasar inadvertidos cuando el odio nubló demasiadas entendederas. Estaban fichados. Detenido al igual que otros muchos, no por lo que hubiesen hecho, sino por cuanto se suponía tal vez llegasen a hacer, pasó algún tiempo en la Cárcel Modelo, hasta formar parte de una saca, en noviembre de 1936. Trasladado a Paracuellos del Jarama junto a centenares de prisioneros preventivos procedentes de las cárceles de San Antón, Porlier, Ventas y La Modelo, fue víctima de aquella orgía sangrienta sobre la que tanto se ha escrito, a veces buscando explicaciones inútiles, por imposibles.

Entre los días 6 de noviembre y 2 de diciembre nuestra historia contemporánea vivió su página más dantesca, con el asesinato, mediante ametrallamiento en muchos  casos, como mínimo de 5.300 reclusos supuestamente simpatizantes con la insurrección. Entre ellos militares de carrera, falangistas de a pie o con rango, políticos, artistas, escritores, tenderos, oficinistas… Y jugadores de fútbol.

Intolerancia y barbarie torcieron también la senda vital que hubiera debido seguir el deustoarra Manuel Suárez de Begoña, jugador del Athletic Club, At. Madrid, Arenas Club de Guecho en tres etapas distintas, Betis y Hércules alicantino, donde tuvo a sus órdenes al también infortunado Mendizábal. A sus 13 años ya disputaba partidos con el equipo suplente, o “B” del Athletic bilbaíno. Tiempo después, mientras estudiaba en Inglaterra, practicó activamente fútbol y atletismo, proclamándose en 1927 campeón universitario con el balón de por medio, y obteniendo varios títulos como atleta. Llegó incluso a entrenar con el primer equipo del Sunderland, sin desentonar entre los “pros”, y aunque jugó algunos partidos con el Athletic nada más retornar a Bilbao, el arranque del Campeonato Nacional de Liga lo vivió luciendo los colores del Arenas Club, luego de que para recuperarse de una lesión y adquirir tono se alineara con el At. Madrid. Su aventura bética -temporada 1929-30- se resolvió con el cobro de 15.000 ptas. al suscribir contrato, una nueva lesión y regreso al equipo guechotarra. Seleccionado para representar a España frente a Portugal, no llegaría a debutar. Y empezaba a estar de vuelta cuando Larrínaga, presidente del Hércules alicantino, pero natural de Bilbao, le convenció para jugar junto al Mediterráneo. Su debut frente al Elche C. F., rival por antonomasia, difícilmente hubiera podido antojarse más esperanzador, con dos goles anotados sobre los tres que representaron la victoria a domicilio.

En enero de 1934, la destitución del húngaro Lippo Herktza le llevó a hacerse cargo de los entrenamientos, al tiempo que seguía actuando como jugador. Para sorpresa de muchos hizo al equipo campeón de 2ª División, ganándose el derecho a militar entre los grandes la campaña 1935-36. Semejante éxito sólo admitía un premio: el refrendo como entrenador para el debut de la entidad en nuestra máxima categoría. Su retorno a Vizcaya tendría que esperar, de momento, y con él los frontones, puesto que, gran  aficionado a la pelota vasca, rayaba como pelotari a una altura no muy inferior a la del fútbol. El Mediterráneo, al menos, le proporcionaba múltiples escenarios donde practicar la natación, otra de sus pasiones deportivas.

Su honorable estreno en Primera, traducido en renovación contractual, determinó que al producirse el alzamiento estuviese en Alicante, preparando el ejercicio 1936-37, sin efecto, claro está, ante los acontecimientos ulteriores. Allí se sentía bien, respetado, admirado incluso. Entre amigos. Departía regularmente, al parecer, con jóvenes seguidores de Ramiro Ledesma Ramos, Onésimo Redondo y José Antonio Primo de Rivera, sin que a día de hoy haya podido demostrársele cualquier connivencia falangista. Alguien, sin embargo, le había puesto en el centro de su diana, por aquello de “dime con quién andas y te diré lo que eres”. Mala cosa, cuando en pleno delirio fundamentalista se disparaba tan alegremente, sin remordimientos ni preguntas que hiciesen perder el tiempo.

Apareció muerto en una cuneta de Aguas de Busot, “paseado” durante la noche o madrugada del 23 de agosto de 1936. Aún no había cumplido 40 años, por más que todas las bases de datos se empeñen, desde “internet”, en hacerlo nacer con varios de adelanto. Finalizada la guerra, el Hércules le dedicó una placa como “caído por Dios y por España”. El Ayuntamiento alicantino, sumándose a los fastos victoriosos, acordaría honrar su memoria rotulando una calle como “Deportista Manuel Suárez”.

El Hércules alicantino de la temporada 1935-36. Con el número 7, primero por la izda., abajo, Mendizábal, asesinado en Madrid. Manuel Suárez, su entrenador esa campaña, corrió la misma suerte en la ciudad mediterránea donde afirmaba sentirse muy a gusto.

El Hércules alicantino de la temporada 1935-36. Con el número 7, primero por la izda., abajo, Mendizábal, asesinado en Madrid. Manuel Suárez, su entrenador esa campaña, corrió la misma suerte en la ciudad mediterránea donde afirmaba sentirse muy a gusto.

Atlético fue también, aunque se le recuerde sobre todo como “merengue”, Monchín Triana del Arroyo (Fuenterrabía, Guipúzcoa, 28-VI-1902). Perteneció al Athletic de Madrid desde 1919 hasta 1928, o dicho de otro modo, protagonizando la transición desde la filialidad de su homónimo bilbaíno, a la absoluta independencia y el difícil empeño de disputar el cetro a su rival blanco. El advenimiento del Campeonato Nacional de Liga le sirvió para cambiar de indumentaria y estrenarse con 4 goles en los 13 partidos que disputó, sobre un máximo de 18. Delantero intuitivo, muy habilidoso en el manejo del esférico, destacaría, al decir de los cronistas, por su comportamiento elegante y caballeroso, tanto sobre el césped como fuera del campo. De ideas conservadoras y tan buen estudiante como para convertirse en notario, su activa participación en la Sanjurjada se tradujo para él en una primera detención y la pérdida de su hermano José María, asesinado por “revolucionarios” durante un tumulto en La Castellana, según recogió la prensa. Tuvo que ser él quien cargase con el cadáver y lo llevara a casa. Si su rendimiento deportivo mermó, y mucho, durante los ejercicios 1929-30, 1930-31 y 1931-32, el último de su carrera deportiva, la causa ha de buscarse  en los estudios. Internacional contra Portugal, en Sevilla, el 19 de marzo de 1929, choque saldado con rotunda victoria por 5-0, ya había sido seleccionado con anterioridad para los Juegos Olímpicos de París, durante su etapa “colchonera”, si bien no llegaría a actuar. Y tuvo también el mérito de marcar el primer gol en el Stadium Metropolitano, ante la Real Sociedad de San Sebastián, en mayo de 1921.

Al estallar la guerra ejercía como notario, conforme se ha avanzado. Sus antecedentes hacían de él un potencial peligro. Y al igual que tantos otros en similar situación, fue conducido a la Cárcel Modelo. Allí, según unas fuentes sería asesinado el 5 de noviembre de 1936, a los 34 años. Otras, sin embargo, lo dan por muerto en Paracuellos, el 10 de agosto de 1936. Las desgracias familiares a causa del compromiso político de sus miembros, no acabaron ahí. El día 11 de agosto, o sea el inmediato a su deceso e igualmente en Paracuellos, corrieron idéntica suerte sus hermanos Ignacio y Enrique.

Cuesta entender que aún hoy haya quien continúe haciéndolo morir en La Modelo, tres meses después de que familiares y amigos guardasen luto. Su nombre, junto a los de Ignacio y Enrique, figura en todas las listas elaboradas tras la exhumación y a partir de múltiples testimonios -confesión de carceleros, la voz de otros presos más afortunados, miembros de Cruz Roja, documentos oficiales o el diario del periodista soviético Mihail Koltsov-. Sorprenden las dudas, máxime mediando unas declaraciones de Santiago Bernabéu, contra Santiago Carrillo, como respuesta a la hipotética intervención del líder comunista en el fichaje de un jugador yugoslavo por el Sporting gijonés, de la que se hicieron eco algunos medios: “Si le gusta el fútbol -sentenció entonces Bernabéu-, podía haberse interesado por Monchín Triana, que fue asesinado en Paracuellos”.

La implicación de Carrillo en aquella atrocidad, siquiera fuese por omisión, resulta tanto hoy, como durante los días del tránsito a la democracia -cuando el presidente “merengue” lanzó su andanada-, del todo incuestionable. Bernabéu no sólo tenía buena memoria. Era de los que no olvidaban.

Anuncio en “El Norte de Castilla”, noviembre 1936. Luz gratis para celebrar anticipadamente la caída de un Madrid empeñado en resistir.

Anuncio en “El Norte de Castilla”, noviembre 1936. Luz gratis para celebrar anticipadamente la caída de un Madrid empeñado en resistir.

Tras el último parte de guerra, la Federación Castellana creó un campeonato de aficionados a su nombre, que permanecería vigente a lo largo de 6 lustros. En 1953 todavía se instituyó el Trofeo Monchín Triana, que pretendía premiar la fidelidad a un club, por más que quien le otorgara el nombre hubiese cambiado de colores. En su primera edición correspondió al medio “ché” Vicente Puchades, y el último en recibirlo sería Enrique Yarza (1968), eterno guardián del portal zaragocista. Desgraciadamente, ambos nos dejaron hace unos años.

La sangría en el At. Madrid, fue grande. El club posee una foto histórica que, por su crudeza, debería ver la luz en libros de texto, como testimonio de un pasado vergonzante y aviso de lo que jamás debe repetirse. Con su uniforme a rayas y todos en pie, un día posaron Pololo, caído durante la Revolución de Asturias; Luis Olaso, evadido de zona republicana para alistarse como médico en las brigadas de requetés navarras; Fajardo, oficial de Ingenieros mientras duró la contienda; Barroso, capitán en la aviación franquista; Burdiel, oficial de Ingenieros; Monchín Triana, asesinado; De Miguel, asesinado en Paracuellos, según algunas fuentes, si bien otras lo hacen fallecer apenas hubo concluido el conflicto, incapaz de sobreponerse al hambre y padecimientos de distinta índole; Alfonso Olaso, fusilado en Teruel; Vicente Palacios, asesinado alevosamente por una “brigada del amanecer” en el Madrid republicano. De los once, sólo Quico Martín y Ortiz de la Torre, no consta tuvieran que mirar a la muerte cara a cara, o recibir su abrazo de muy mala manera, antes de tiempo.

Haríamos bien si, por fin, desterrásemos la fábula de una conflagración que prefirió tragarse el regate de las gentes del fútbol.

Nuestra guerra no fue una historia de paladines y villanos, de heroicidades a tumba abierta y profanadores sacrílegos. Estuvo más cerca del odio, el sinsentido y los disparos en la nuca, que de los cantares de gesta envueltos en idealismo y tañidos de laúd. Si algo tañó durante casi tres años, serían las campanas: a rebato con cada bombardeo; a miedo, mañana y tarde; a muerto siempre. Por supuesto que no hubo en ella tanta sobreabundancia de ideales, y aun éstos, muchas veces, serían degollados en flor. Fueron más los compromisos fruto del lugar donde cada cual se hallaba el 18 de julio de 1936. Compromisos, también, al amor de homilías inspiradas por la espada de algún ángel vengador, o insuflados por el verbo fiero de agitadores empecinados en la revolución, costara ésta lo que costase. Una guerra dirimida entre sarna, piojos, escasez alimentaria, canciones amenazantes, porque siempre es mejor cantar que llorar, frío, congelaciones, hospitales de sangre con más vendas y esparadrapo que esperanza, cerrazón mental, donde debería haber asomado la lucidez, e imposición de ideas puño en alto, flecha a flecha o a golpe de yugo. Miseria, en suma, para dar y tomar.

Guerra con italianos a los que nada importaba nuestra suerte, con carros de combate rusos, a costa de mucho oro, aviación alemana en modo entrenamiento, cara a la II Guerra Mundial, y regulares marroquíes a cambio de una paga exigua, saqueos ocasionales y concupiscencia urgente de pajar en pajar, al borde de los caminos o a la sombra de álamos cuyo ulular, rasgando el viento, ensordeciese súplicas, gritos y llanto.

Una guerra que, como todas, extrajo de la especie humana, junto a rasgos de abnegación y entrega, los peores instintos.

Durante 1936, por el Madrid convencido de resistir secularmente, circulaba cierto chiste en voz baja, de rebotica en barbería y de limpiabotas a estraperlista: “Vuelan en un avión un fascista, un comunista y un anarquista. El avión pierde un motor y cae. A bordo sólo hay un paracaídas. ¿Quién crees que se salva?”. El aludido solía encogerse de hombros, ante de responder con un: “¡Ni idea!”. El boticario, limpiabotas, estraperlista o barbero, enfatizaba entonces, entre sonrisas: “¿Y qué más da?”.

El pueblo a menudo es sabio. Los madrileños, cuando la Guerra Civil apenas empezaba, tenían claro que ganara quien ganase, todos, sin excepción, iban a perder mucho.

NOTA: Agradeceremos vivamente cualquier corrección, ampliación o comentario sobre el listado de bajas inserto en el primer artículo de esta serie, que contribuya a enriquecerlo. Pueden establecer contacto dirigiéndose a:

cihefe@cihefe.es

Nuestro reconocimiento anticipado.