El portero que puso en solfa a la Mutualidad de Futbolistas

El mes de enero, por esos curiosos guiños con que a menudo nos obsequian la fatalidad o el destino, resultó clave para la Mutualidad Deportiva. Si en 1944, un día 30 se asentaban las bases de esa obra fundamental, tantas veces relegada o pospuesta, en 1978 el nuevo año iba a estrenarse con la incidencia que a punto estuvo de enterrar al ya consolidado órgano. Una desgracia mayúscula en El Molinón gijonés, la del ariete sevillano Alfonso Fernández, hizo ver la necesidad de asistencia médica, quirúrgica y económica, ante casos dramáticos. Y otra de casi tanta enjundia, acaecida en el viejo campo de San Mamés, puso en solfa lo que hasta ese momento nadie se atrevió a discutir. En 1944, el violentísimo choque del guardameta Lerín con Alfonso había dejado al último con una pierna menos. Y 34 años después, otro choque entre un rojiblanco no muy bien identificado y el arquero argentino Roberto Jorge D´Alessandro, a éste sin uno de sus riñones.

Puesto que la historia de Alfonso y Lerín ya vio la luz en otro número de “Cuadernos”, centrémonos en el suceso bilbaíno.

Roberto Jorge D´Alessandro Di Ninno (Buenos Aires, 28-VII-1949), había sido internacional juvenil con la albiceleste en 8 ocasiones, y esperanza sin cuajar para los técnicos de San Lorenzo de Almagro cuando, inopinadamente, otro guiño de la diosa Fortuna lo trajo a Europa. Aquellas giras recaudatorias que los clubes sudamericanos solían llevar a cabo durante los meses de julio y agosto servían tanto para aprovisionar sus arcas como de escaparate a estrellitas incipientes, o probatura de segundones, bien cara su hipotética titularidad posterior o con el ánimo de dar gato por liebre. Y D´Alessandro, en el primer equipo azulgrana desde los 19 años -campaña correspondiente a 1968-, con sólo 15 intervenciones en el torneo de Liga y otras 41 en el Metropolitano, amistosos o torneos menores, tuvo su oportunidad, luego de seis ejercicios y medio en virtual ostracismo. Consciente sin duda de cuánto se jugaba, la verdad es que lo bordó. Agilísimo, decidido, con empaque y grandes reflejos, si acaso dejaría asomar cierto alboroto, achacable a sus muchas ganas de agradar. Los patrones de pesca tendieron sus redes. La ya extinta Unión Deportiva Salamanca necesitaba reforzar su marco para afianzarse en nuestra máxima categoría, y así las cosas, luego de distintos tiras y afloja, la directiva del San Lorenzo se avino a traspasarlo. A fin de cuentas, aquellas actuaciones podían ser tan sólo flor de un día. Mejor pájaro en mano que eterna promesa en el alero. Los charros, en fin, pudieron hacerse con un porterazo de 25 años a muy buen precio, que iba a constituir excelente inversión, visto su futuro rendimiento.

D´Alessandro en acción, listo para una de sus estiradas felinas.

Bien pronto aquel argentino serio, visceral y con carácter, fue conquistando al público de nuestros estadios. Ordenaba bien a su defensa, donde destacaba Rezza, otro compatriota duro, aguerrido e imperial. Sabía colocarse, mostrar seguridad, y cuando la ocasión lo precisaba volar de palo a palo. Con el torreón porteño atrás, Alves, un portugués con guantes negros organizando el juego, Sánchez Barrios y Robi triturando la zona ancha, o Rial más adelante, los salmantinos se convirtieron en plato indigesto para entidades con más medios, tradición y pretensiones. José Luis García Traid, futbolista malogrado junto al Ebro y La Pilarica, supo dirigir aquella maquinaria perfectamente engrasada para gozo de una afición unionista que había pasado del Calvario al Helmántico, librándose con aquel traslado de antiguos días de viacrucis, sufrimiento y corona espinosa.

Todos los partidos de Liga en 1974-75 y 75-76, y 31 correspondientes al ejercicio 76-77, amén de dos títulos como meta menos goleado, constituían preciado aval de D´Alessandro al arrancar la campaña 77-78. Contaba con no dar opciones a su suplente, tampoco en esa ocasión. Pero 1978 arrancó para él de la peor manera. Porque el día de año nuevo, una carga de Astrain, Dani o Carlos, según quién redactase aquellas crónicas, resuelta con voltereta e intenso dolor en la zona renal, a punto estuvo de costarle la vida. Y eso que tras dolerse sobre el césped pudo continuar jugando, sin aparente merma en su rendimiento.

Lo malo vino después, cuando informó al masajista que acababa de orinar sangre, y sobre todo durante el viaje de retorno a Salamanca. Tras cenar algo en Pancorbo, a la altura de Valladolid fue presa de un fuerte dolor, vómitos y sudoración fría. Ya en Salamanca, varios miembros de la plantilla lo acompañaron hasta casa. A las 4 de la madrugada, ante el empeoramiento de su estado, ingresaba de urgencia en la Residencia salmantina de la Seguridad Social “Virgen de la Vega”. Y ese mismo día 2, a las 11 de la mañana, entraba en quirófano para serle extirpado el riñón izquierdo.

“En el momento de su ingreso presenta rotura muscular, sudor frío y dolor intenso en emiabdomen y zona lumbar izquierda, discreta hematuria, tensión arterial 14/7 y valor hematúrico de 43 por 100 -recogió el primer parte médico-. Se le practican las exploraciones radiológicas pertinentes”. El diagnóstico inicial fue “Hematoma retroperitoneal, con posible lesión renal”. Sometido a vigilancia, a las 8 de la mañana entró en un agudo cuadro de shock, precisando reanimación terapéutica. La intervención en quirófano puso de manifiesto “una intensa hemorragia retroperitoneal, por rotura medio renal por desgarro de pedículo vascular”. La inviabilidad de cualquier práctica conservadora se tradujo en nefrectomía de urgencia. Había que salvar al hombre, sin pensar en el futbolista. Los doctores Julio Grande y Herrero Benito, del servicio de urología, el cirujano Sánchez Vega, y el anestesista Gómez Benito, acababan de calificar su pronóstico como muy grave.

La noticia recorrió no solo las riveras del Tormes, sino toda la geografía nacional. D´Alessandro únicamente se había perdido los últimos partidos del precedente ejercicio, en vísperas de celebrar su presencia centenaria bajo el marco charro, al lesionarse en la clavícula. Entonces Francisco Cosme, presidente del club, le había impuesto la insignia de oro y brillantes. Acababa de inaugurar un comercio de artículos deportivos y su buen carácter, apasionado y directo, había hecho de él personaje muy querido.

El siguiente parte médico ya resultó más optimista. Si todo iba conforme a lo esperado, podría ser trasladado a planta desde la sala de reanimación, y su hipotética alta se estimaba en cosa de dos semanas. Demasiado tiempo, en todo caso, para su carácter ganador, puesto que en seguida trascendieron las primeras preocupaciones personales. “¿Podré jugar el domingo?”, inquirió varias veces, antes y después de pasar por el quirófano. Y cuando el día 3 pudo verle su amigo íntimo Ricardo Rezza, también compañero en el vestuario de San Lorenzo apenas dio crédito al escucharle: “Oye, ¿qué calificación me han dado en Marca?”. El espigado central seguía asombrado al hablar con los periodistas: “Todavía entre vapores de la anestesia, y queriendo saber qué tal lo hizo. Así es Jorge; un fenómeno”. La versión del zaguero sobre la jugada venía a corroborar lo manifestado por el entrenador García Traid: “Íbamos empate a uno. Ellos apretaban con todo. Hubo un centro desde la izquierda, creo que enviado por Escalza. Jorge salió a por el balón y Rezza se encontraba cerca, cubriendo la parte de adelante. Dani, que venía lanzado, chocó con D´Alessandro cuando éste tenía ambos brazos levantados. Rezza y nuestro portero cayeron al suelo, mientras Dani quedó en pie. D´Alessandro tenía el balón agarrado al sufrir el impacto”. Inquiridos sobre si les pasó por la cabeza en aquel momento que el lance pudiera desembocar como lo hizo, ambos respondieron negativamente.

Poco después de ser intervenido quirúrgicamente, aún bajo el efecto de los calmantes.

Ese mismo día 3, durante la rueda de prensa concedida por los galenos, el urólogo Herrero Benito reconoció que el lesionado llegó a debatirse entre la vida y la muerte. Aseguró, también, que una vez recuperado podría desarrollar una existencia normal. Aunque el también doctor Sánchez Vega, al referirse al futuro deportivo del paciente, arrojase el primer jarro de agua fría: “Lo primero y principal es que salve el bache postoperatorio. En cuanto a lo deportivo, es triste decirlo, pero creo que debe retirarse, por miedo a padecer otra lesión renal. No sé qué dice al respecto el reglamento de las Mutualidades Deportivas, pero nada es tan importante como la vida”.

Previendo la retirada de D´Alessandro, o convencido de su prematuro adiós, García Traid ya barajaba planes inmediatos, por más que asegurase estar dispuesto a solucionar la papeleta cono lo que había. Aquello era Antonio, tercer portero la campaña anterior, convertido en segundo desde que el gallego Seoane fuese traspasado. Una incógnita, al permanecer inédito. Meses antes, el proyecto de incorporar al sudamericano Marcelo Espesot se fue a pique, al no colar federativamente sus muy discutibles papeles. Otro sometido a prueba por los charros durante esos días, el paraguayo -así se decía- Pereira, quiso ser visto como opción más fiable. Y en esa línea trascendió que la secretaría salmantina urgía el transfer de la federación paraguaya, para inscribirlo de inmediato en la española.

Fruto del nerviosismo, el gerente del Salamanca, Gabino Sánchez, realizó unas declaraciones donde señalaba a Daniel Ruiz Bazán, “Dani”, como autor de la lesión, involuntaria, si bien consecuencia de una fogosidad excesiva. La prensa bilbaína, cuyas crónicas pusieron lupa de enorme aumento sobre la actuación del árbitro valenciano Fandós Hernández, sin acuerdo acerca de quién pudo intervenir en el infortunado lance, recabó la opinión del aludido. El ratonil atacante tampoco pudo arrojar mucha luz: “No recuerdo ningún encontronazo -dijo-. Y estoy tranquilo, porque yo no he podido causar la desgracia, que de todas formas hubiera sido fortuita. En cualquier caso, lo lamento de corazón. Pero insisto, ha sido uno de los partidos en que menos he chocado”.

El internacional y futuro mundialista rojiblanco aseguró haberse enterado de la desgracia el lunes por la tarde, y que en ese mismo momento llamó por teléfono a la clínica, para interesarse por el intervenido: “Hablé con su esposa, quien como es lógico estaba emocionada. Le expresé mi pesar, reiterándole que de ningún modo me consideraba responsable, puesto que nunca tuve, ni tendré, intención de lesionar a nadie”. El ariete Carlos Ruiz, otro posible señalado desde algún medio, también quiso dar la cara: “En efecto, recuerdo un encontronazo con D´Alessandro y Rezza en un balón alto. Pero fue frontal, o sea que no pude ocasionarle ningún daño en el riñón. Además de confiar en su recuperación, le agradezco que según parece nos haya exculpado tanto a Dani como a mí. Eso dice mucho en su favor”.

Por su parte, el colegiado levantino corroboraba la versión del dúo rojiblanco, mediante nota de la agencia “Alfil”. Nada anormal ensombreció el choque durante los 90 minutos. La única interrupción tuvo que ver con incidentes ajenos al césped. “Las dos tarjetas que hube de mostrar, no están conectadas a ese lance. Ha sido una desgracia que todos lamentamos profundamente”.

Los campos con historia saben de glorias y tristezas, de hazañas y decepciones, de calamidades. Y San Mamés no constituía excepción. Antes de la Guerra Civil, el portero bilbaíno Gregorio Blasco, luego exiliado en México, como otros componentes del equipo propagandístico Euzkadi, que patrocinase el gobierno vasco del Lehendakari Aguirre, también sufrió una lesión renal, en choque con Urtizberea. Por suerte se resolvió sin extirpación del órgano. Otra tarde, el céltico Bermúdez hubo de retirarse con un riñón maltrecho, bien es cierto que sin tanta gravedad. Y a Trigo, guardameta santanderino en plena penuria posbélica, tras chocar violentamente con el delantero centro Unamuno, fue preciso extirparle un riñón. Para el cántabro, ese fue su último partido.

Apenas D´Alessandro remontaba su estado físico y anímico en el lecho hospitalario, la especie humana comenzó a manifestarse con esa mezcla de oportunismo, necesidad, y falsa entrega, que tanto nos anonada. Desde Málaga, el mecánico treintañero Antonio Calderón Rodríguez, afincado en el número 2 de la calle Zanca, ofreció uno de sus riñones al lesionado, asegurando ser admirador incondicional. Lo hizo a pecho descubierto, desde la emisora de Radio Nacional costasoleña, a través del programa “Radiogaceta de los Deportes”. Pero su desprendimiento tenía truco. “No quiero nada a cambio -dijo-. Sólo deseo que ese hombre se cure y prosiga su carrera profesional”. Luego se supo que el mecánico estaba en paro y no vería mal una ayudita próxima a las 50.000 ptas.

Daniel Ruiz Bazán, “Dani”, en un derbi vasco. Alguna extemporánea declaración desde la capital salmantina le achacó responsabilidades en el infortunado lance, cuando ni siquiera había tropezado con el portero.

Mientras tanto, en Bilbao siguieron cargándose las tintas sobre el árbitro Fandós. Era lo fácil, al fin y al cabo. Como entonces linieres y hombres de silbato vestían de negro, su uniforme lo soportaba todo. “Quizá solicitemos que no vuelva a actuar nunca en San Mamés”, aventuró Jesús Duñabeitia, su máximo mandatario todavía en rodaje. Fandós había pitado un penalti contra los locales que muy pocos vieron. E imperaba el anacrónico derecho de recusación a los colegiados. José Plaza, presidente del Comité Nacional de Árbitros y hombre caracterizado por la defensa a ultranza de los suyos, salió al paso de inmediato: “El partido estuvo suspendido durante 12 minutos, por una tremenda lluvia de almohadillas sobre el césped. Quien falló fue el público, con sus protestas desproporcionadas. Si juzgo por las imágenes de televisión, mi punto de vista es que el árbitro estuvo muy bien. Si acaso, resaltar que hubo una jugada no muy clara, para revisar en la pequeña pantalla, que hubiera supuesto penalti para el equipo de casa. Si el árbitro lo señaló, estando encima, por algo será”.

El jueves día 4, D´Alessandro, superada su gravedad, pudo trasladar a los medios un sucinto mensaje: “En mi accidente no hay culpable”. Los médicos, en su parte facultativo, se congratulaban de aquella rápida recuperación: “Presenta buen estado general, con tolerancia a los alimentos y recuperación de la motilidad intestinal. Pulso, tensión, temperatura y diuresis, son normales. Mientras continúe la evolución favorable no se emitirán más partes”. Trascendía, también, que el presidente del Athletic bilbaíno contactaba diariamente con directivos unionistas, para interesarse por el enfermo. Y que numerosos medios de difusión argentinos seguían el caso muy de cerca. Antes de que se le prohibieran visitas ajenas a la familia, las palabras del guardameta fluctuaron entre la honestidad y una bien definida esperanza.

Porque de caballerosidad mayúscula era asegurar: “No he dicho el nombre del jugador que chocó conmigo, porque el encontronazo fue fortuito, en un lance del juego. Lo mismo podía haberle ocurrido a cualquier compañero, en choque conmigo. Quede claro, por tanto, que todo ha sido fruto de la desgracia. Es el riego de algunas profesiones, deportivas o no”. Y sólo desde la esperanza cabía entender un anhelo contradicho por distintos exponentes de la ciencia médica: “El domingo no, pero pronto volveré a ocupar la puerta del Salamanca. Estoy seguro, porque el fútbol es mi vida y lo seguirá siendo. Con él he conseguido la felicidad y el bienestar de mi mujer y mis dos hijos. Quiero seguir jugando al fútbol”.

Numerosos periodistas, para entonces, ya habían hurgado en la Mutualidad Deportiva, ansiosos por cifrar en pesetas el monto de una invalidez parcial. Los futbolistas aún seguían fuera de la Seguridad Social, pese a sus reiterados intentos de acogida, dinamitados sistemáticamente desde sus respectivos clubes. Y resultó que la indemnización resultaba irrisoria. “500.000 pesetas”, tituló “Marca”. El equivalente al traspaso de un mal bar en barrio deprimido. La quinta parte de una licencia de taxi. Como mucho, para acertar de lleno en el primer proyecto inversor. Sólo habían pasado seis meses desde que renovara contrato con una sustancial mejora económica, pero eso, si no le permitieran seguir activo, era puro papel mojado. Entonces, elegante y ambicioso, aseguró estar muy satisfecho, aspirando a debutar un día con la selección española, “puesto que nunca fui internacional con Argentina”. Interpretaba mal la normativa vigente. Aquellos internacionalatos en su época juvenil, lo imposibilitaban. Aunque soñar, al fin y al cabo, siempre fue gratis.

Distintas voces irían despertándolo de otro sueño más pegado a la realidad. Y a primera vista se antojaban muy autorizadas.

“¡No podemos dejar que se suicide!”, enfatizó el Dr. Navarro, jefe médico de la Mutualidad. “No existe ningún alevín, ningún juvenil, ningún aficionado ni profesional, que esté jugando en estos momentos con licencia federativa y tan sólo un riñón. Con eso lo digo todo. No hace falta añadir ningún dato más. El caso de Santillana es distinto; juega con dos riñones, aunque los tenga unidos”.

El doctor Vicente Navarro, a sus 68 años, llevaba 30 en el órgano. Y ese precedente del rematador “merengue” Santillana, invocado desde distintas áreas, también dio que hablar en su día, al descubrírsele la malformación. No sólo quisieron retirarlo algunos, sino que probablemente lo hubiesen logrado de no militar en un club con el poderío de aquella institución. Desde la “casa blanca” pusieron informes favorables a la continuidad, certificaciones, reconocimientos avalados por firmas prestigiosas, sobre despachos de la Mutualidad. Y ésta, sobrepasada, dejó de constituir un obstáculo. Con respecto a D´Alessandro todo parecía en contra. Aunque hubiesen transcurrido años, los precedentes de extirpación se resolvieron con retirada obligatoria.

Además, en el seno de la U. D. Salamanca parecía darse por cierta la pérdida profesional de su estrella. Hasta el punto de que iniciaron gestiones con el Deportivo de La Coruña, tendentes a sondear la posible incorporación de Paco Buyo, internacional Sub-21 seguido por el At Madrid y R.C.D. Español de Barcelona, según distintos indicios. Las declaraciones de Sebastián Polo, presidente en funciones de la entidad castellano-leonesa, no hacían sino certificar los peores presagios para su futbolista: “Somos conscientes de que lo principal es su recuperación. Habrá que esperar a que esto suceda, y luego vendrá el tiempo de evaluar las consecuencias que puedan derivarse”. En paralelo, la solidaridad del fútbol volvía a ponerse en marcha, como siempre que uno de los suyos recibía algún guadañazo. Todos los clubes de 1ª División contactaron con la secretaría charra, ofreciéndose para cuanto estuviere en sus manos. Futbolistas de sus plantillas, con vistas a un posible homenaje, cesión de algún cancerbero, sobretasa en sus entradas, destinando el plus de recaudación al infortunado y su familia. Porque aquel medio millón de ptas. se antojaba “ridículo”.

Recién dado de alta, en casa y con sus hijos.

Así se entendió por muchos columnitas, tanto deportivos como de opinión. Y a tal punto llegaría el eco que desde la Mutualidad hubieron de salir al paso. Era la cifra contemplada en sus estatutos, cuando al afiliado le resultaba imposible competir: “La misma cantidad para aficionados o profesionales. No hay distinción. Incluso si alguien pierde la vida, entregamos a su familia esa misma cifra”. No parecía lógico, y así se dijo desde la embrionaria Asociación de Futbolistas Españoles. Si a un amateur le costaba 200 ptas. anuales afiliarse a la Mutualidad, y 1.500 a los profesionales de 1ª División, éstos deberían gozar de indemnizaciones mejores. ¿O acaso los astros, quienes menos lastraban el balance mutualista, al gozar de servicios médicos propios en todos sus clubes, venían a ser el tonto útil en una fiesta de plebeyos? “Eso se arreglaba si el gobierno, de una vez, obligase a los clubes a acogernos en la Seguridad Social -clamaron algunos miembros de AFE-. Los tribunales nos han declarado trabajadores por cuenta ajena. Ya ha llegado el momento de serlo de verdad”. Las indemnizaciones por incapacidad en la Seguridad Social, al constituir mensualidades vitalicias, resultaban infinitamente más ventajosas.

El viernes día 5 se publicaba que D´Alessandro se había levantado por primera vez. Y que con toda seguridad su puesto iba a ser ocupado el domingo por Antonio. Transcurridas 98 horas desde la operación, el paciente charlaba con José Luis Yuste, dolorido aún, pero sin perder su buen ánimo: “Me encuentro mejor, y anoche ya pude dormir. Con la debilidad lógica tras una operación y estos días en la cama; pero a pesar de todo me siento fuerte”. Por primera vez, a requisitoria del periodista salió de su boca el nombre del rojiblanco con quien topara: “Creo que fue el defensa Astrain quien chocó conmigo, como podía haberlo hecho cualquiera en otra acción”. Algunas imágenes de la presumible jugada así parecían corroborarlo. Dani, al fin, quedaba libre de reproches después de ser señalado injustamente. Pero ante todo, el ingresado en la habitación hospitalaria 711 quiso mostrarse agradecido: “Cuando vine acá, se hablaba de los extranjeros(1). Y resulta que mi agradecimiento es más grande que el de cualquiera, porque he sido tratado como un español más. Eso para mí, que creo en el hombre sin nacionalidades, simplemente en la esencia, tiene un gran valor. He recibido palabras de apoyo desde todos los rincones. Incluso un equipo búlgaro se ha ofrecido a jugar en mi beneficio… No sé cómo puedo corresponder a tanto”.

Poco antes de que Yuste conversara con D´Alessandro, un navarro residente en San Sebastián desde hacía años, había hecho llegar una carta al club salmantino en estos términos: “Con plena conciencia de lo que esto significa, ofrezco mi persona para que, en el momento preciso, se trasplante uno de mis riñones a ese magnífico deportista (…) Repito que sé perfectamente las consecuencias que para mí pueden originarse de tal medida. Las acepto gustoso y me sentiré feliz si logramos salvar para su familia y para su club, a ese gran caballero del deporte”. Lógico que incluso alguien de verbo fácil, como el buen guardameta, tuviese dificultades en la búsqueda de palabras.

Antonio. De incógnita, a sólida garantía bajo el marco en poco menos que 15 días. Hubiese tenido hueco en nuestra 1ª División, si D´Alessandro no fuera uno de los dos o tres mejores guardametas de nuestra Liga.

El domingo 8 de enero, a las 8 de la tarde y juzgados por el trencilla murciano Franco Martínez, en partido televisado desde el Helmántico, U.D. Salamanca y Sevilla C. F. disputaron los dos puntos ligueros en el debut del canterano Antonio González Arroyo (Salamanca 27-X-1953). A sus 24 años, llevaba ya varios ejercicios en el equipo, primero guarneciendo al Sporting, cuadro aficionado, y luego, durante dos campañas en categoría Regional y otra en 3ª, bajo el marco del Salmantino. Retrocediendo un poco más, cabría remontarse a sus días en el Atlético Salamanca, de Educación y Descanso. Toda España pudo apreciar su sobriedad y aplomo, sin que en ningún momento diera la impresión de estar nervioso. Si los compañeros le animaban con cada interrupción del juego, el ataque adversario advertiría, a medida que fueron transcurriendo los minutos, que aquel suplente ni mucho menos era un mal portero. La igualada a un tanto, con goles de Báez y Scotta, ambos extranjeros, fue resultado justo. En el Sevilla formaban Pablo Blanco, Rivas, Juanito, Jaén, Biri-Biri, Sánchez Barrios, que tan excelente sabor de boca dejase sobre ese mismo césped, un más que prometedor Montero, y el incombustible defensa central Gallego, entre otros. A Pereira, que acababa de solventar los últimos flecos en su documentación, le tocó verlo todo desde el banquillo.

Los charros acababan de descubrir un notable sustito para el marco, puesto que su única intervención oficial entre los grandes tuvo lugar ante el F. C. Barcelona, en la ciudad condal, durante 90 minutos de Copa. Y al día siguiente, cuando sus declaraciones saltaron a letra impresa, al joven modesto, sensato y cabal que en realidad era. “¿Qué pide para usted?”, le preguntaron. “Suerte en esto del fútbol y respeto de las lesiones -respondió-. Y lo mejor para Jorge; que se recupere cuanto antes”

El martes 10, Duñabeitia, presidente del Athletic, acudió hasta la habitación 711 para expresar su apoyo al convaleciente, y hacerle entrega de un banderín dedicado por toda la plantilla bilbaína. También se desplazaron el madridista Enrique Wolf, aprovechando no era día de entrenamiento, y el donostiarra Arconada, ambos portadores del abrazo y los mejores deseos de sus respectivos vestuarios. Desde Argentina, además llegaban otras noticias. Puesto que D´Alessandro se propusiera residir definitivamente en España, pasara lo que pasase, su padre, propietario de una sastrería, ultimaba trámites para venderla y cruzar el charco, instalándose también en Salamanca. La experiencia mercantil del veterano comerciante pudiera contribuir al despegue del comercio deportivo recién abierto en la Plaza del Mercado.

Dieciocho días después del percance, la familia del guardameta lo recibía en casa. Los periodistas, también, lo aguardaban bolígrafo, papel y grabadora en ristre. Por no variar, cada palabra del todavía débil guardameta hubiera merecido ovación cerrada: “De Bilbao sigo pensando lo mismo. Como equipo, un gran conjunto y rival difícil de vencer. Como ciudad me encanta”. Acerca del futuro, prefería ir despacio: “Todo depende de cómo me llegue a sentir. Después, si no me encuentro al cien, o al noventa por ciento, no salgo. No quiero hacer el ridículo en un campo de juego, después de haber sido alguien. No me gustaría deteriorar mi imagen, cosa que nunca acepté en otros profesionales”. ¿Pero sería capaz de vivir alejado del fútbol, alguien que lo vivía con tantísimo apasionamiento? “Hasta el primer día del año fue mi vida. Si decido continuar jugando, volverá a ser mi vida. Si no, pasará al baúl de los recuerdos”. Y a tenor de cuanto añadió después, en el hospital tuvo tiempo de planear su porvenir: “Visitaré al doctor Puigvert, a ver qué me dice. No porque tenga algo contra el diagnóstico de Salamanca. Es para mayor seguridad. Seguro que este diagnóstico es certero, tanto como pueda serlo el del Dr. Puigvert. Simplemente, quiero ir a verlo”.

El 2 de febrero, a primera hora de la noche, el portero llegaba a Barcelona para ser reconocido por el prestigioso especialista. Días antes había manifestado que en su opinión, y con todas las reservas, puesto que un juicio certero sólo resultaba factible después de concienzudos análisis, el caso de D´Alessandro no tenía por qué ser muy distinto al de Santillana. Y que por lo tanto, nada le incapacitaría para competir profesionalmente. Daba la casualidad de que los cirujanos salmantinos habían sido discípulos suyos. Transcurridas 16 horas, el eminente urólogo, una de las figuras europeas más reconocidas en la materia, comparecía ante la prensa, con buenas noticias para el jugador: “Mi pronóstico es favorable, aun siendo preciso aguardar la perfecta cicatrización de heridas, producto de la cirugía. Conviene esperar unas cuatro semanas para ver cómo funciona el riñón sano, y cómo todo el organismo se acostumbra a trabajar con un solo órgano. En cuestión de un mes, el futbolista volverá a mi consulta. Y entonces espero confirmarles que puede seguir practicando su profesión”.

Uno de los reporteros casi interrumpió aquel discurso para formular su pregunta: “¿Entonces prejuzga usted que D´Alessandro seguirá jugando?”. Y el Dr. Puigvert, con el tono paternalista de un docente ante cualquier alumno alocado, le corrigió: “No, hijo, yo no prejuzgo. Digo que puede seguir jugando al fútbol”.

Puigvert acababa de regresar de Colombia, tras asistir a un congreso de urología. Según sus colaboradores, le esperaba un gran trabajo en la Fundación. Pero aun con todo, quiso aclarar algunas cuestiones, consciente de dirigirse a un público profano: “Han pasado ya tres años desde que le dije a otro jugador, Santillana, que su único riñón efectivo no le incapacitaba en su profesión deportiva. Todo le ha ido bien, y confío siga de igual modo hasta su retirada”. D´Alessandro, por su parte, no cabía en sí de gozo al manifestar: “Me han devuelto la alegría”. Desde Salamanca, en fin, llegaban mensajes, tanto por boca del entrenador, José Luis García Tarid, como de algún directivo, adjetivando su satisfacción. Andrés Ramírez, secretario de la F.E.F., también quiso anticiparse al diagnóstico definitivo: “La Federación no puede ir en contra de tan prestigioso especialista. Si su halagüeña impresión fuese definitiva, por supuesto no tendría sentido establecer vetos”.

Nadie inquirió al secretario federativo sobre si el derribo de vetos afectaba tan sólo al guardameta de 1ª División, o incluiría también a otros jugadores con menor relieve, en idénticas circunstancias. Porque justo en paralelo, el Gimnástico de Melilla F. C. vivía la desgracia de su portero Martínez, lesionado en el estadio Marqués de Varela, cuando el equipo norteafricano se enfrentaba al San Fernando en partido de Liga correspondiente al grupo 6º de Tercera División. Martínez, de 33 años, con paso previo por el Requena, Gandía, Imperio de Ceuta, Portuense, Atlético de Ceuta, Cádiz C. F., Recreativo de Huelva y Sociedad Deportiva Melilla, recibió un golpazo en su riñón. Ya en Melilla, tras ser sometido a reconocimiento se le había recomendado reposo absoluto. Pero como no mejorase, el 14 de enero tuvo que ser internado en el hospital de la Cruz Roja, para proceder a una intervención quirúrgica no muy distinta a la del argentino. ¿También a él iba a verlo el reconocido doctor, o bastaría un informe de la Mutualidad?            

El 2 de marzo volvía D´Alessandro a los entrenamientos, tras ser reconocido nuevamente por el Dr. Puigvert. Exultante, colmó la curiosidad de los periodistas congregados: “Me repitió que la vida es un riesgo de por sí, y que me encontraba perfectamente. Su consejo fue de entrenar suave durante 15 días, y luego hacerlo con normalidad. Añadió también la conveniencia de analizarme la orina después de cada partido. Por lo menos al inicio. Ahora mi meta consiste en volver a ser lo que fui. A mi edad, no estaba preparado para abandonar el fútbol, y además la lesión me llegó en el mejor momento profesional. Esta mañana le pregunté al “míster” en cuánto tiempo quería verme recuperado, y me contestó que cuanto antes. Yo en esto, y para trabajar, estoy en sus manos”.

Primera página del diario “Marca”, recogiendo la reacción del director médico de la Mutualidad de Futbolistas, ante la evidencia de que su informe, negando al argentino su continuidad deportiva, iba a ser desechado por la F.E.F.

La Mutualidad, sin embargo, no había emitido su última palabra. Y desde este organismo tan conectado a la Federación, el juicio del Dr. Puigvert chocaba frontalmente con un muy cacareado axioma: Ningún futbolista saltaba al campo en competición oficial, con un solo riñón. Lo de Santillana era distinto. Tenía los dos, aunque únicamente le funcionase uno por malformación congénita. Así las cosas, durante la tarde del 4 de abril D´Alessandro sería reconocido por su jefe de servicios médicos, Dr. Navarro. Sesenta y cinco minutos de exploración, radiografías y análisis, para lo que ya era una cuestión de honor, de celo profesional, e incómoda interferencia. Algo debió ver D´Alessandro en el rostro del galeno, habitualmente impenetrable hasta emitir diagnóstico, porque apenas hubo salido a la calle se curó en salud: “Parece que el doctor no está muy conforme con que vuelva a ocupar mi puesto bajo el marco, aunque me encuentre perfectamente. Entreno con la plantilla, hago series de 500 abdominales, mis compañeros lanzan disparos en las sesiones como harían a cualquier guardameta, y creo que mi actual estado de forma es espléndido. Sólo me falta actuar en un partido y ver cómo respondo”.

El excelente arquero argentino hubiera podido presumir de ojo clínico porque, en efecto, el día 7 se hicieron públicas las salvedades de la Mutualidad de Futbolistas, puntualizadas por el Dr. Guzmán, ayudante del jefe de servicios médicos. Puigvert, en su opinión, distaba mucho de ser concluyente. Cierto que no negaba la posibilidad de seguir jugando, pero tampoco incluía la menor recomendación de hacerlo. Ni siquiera había operado al deportista. “Y además -dijo-, no aparecen referencias al funcionamiento de su único riñón, que es justo lo que más nos interesa”. Así las cosas, y aunque la decisión definitiva quedara pospuesta, los redactores de “Marca” hicieron admirablemente su trabajo, anticipando con varios días de antelación el pláceme federativo, o dicho de otro modo, el ninguneo de que iba a ser objeto la Mutualidad. Y eso que eran muchas las personas involucradas en una decisión que Pablo Porta, por no quebrantar su hábito, se resistió a tomar si no era de forma colegiada.

“D´Alessandro podrá jugar el sábado”, titularon el día 12. “No servirá el informe negativo de los médicos de la Mutualidad”. Ese jueves, a las 6 de la tarde, el encausado accedía a Alberto Bosch, sede federativa, con un informe del Dr. Puigvert y otro de un especialista reputado, cuyo nombre se prefirió salvaguardar. Al día siguiente, la Junta Directiva de la Federación los sopesó, junto al remitido desde la Mutualidad de Futbolistas. El Dr. Delgado, vocal médico de la Junta, también aportó el suyo, favorable a dar por válida la opinión del ilustre Puigvert. Y la Comisión Rectora de la Mutualidad, compuesta entre otros por el propio Pablo Porta, Gil de la Serna, Luis y Bermejo, tampoco estuvo por la labor de oponerse a una eminencia. El Dr. Navarro, a sus 68 años, quedaba sólo, por más que previamente hubiese realizado declaraciones altisonantes: “Puigvert elude respuestas. Él es urólogo, y lo que necesitamos es el informe positivo de un nefrólogo, el especialista en funcionamiento renal. Sin menospreciarle, ésta es la realidad. Y como parece que no se va a contar con nosotros, estoy dispuesto a dimitir”.

Lo hizo, en efecto, y Pablo Porta aceptó su renuncia. “No me queda otra, y mi conciencia me dice que debo apartarme de esta responsabilidad -dijo tras su derrota, cuando compareció ante los medios, “acalorado, quizás nervioso, pero correcto”, según narrase un reportero-. ¡Dios quiera que me equivoque en el porvenir! Pero es que, en el fondo, creo que ni va a hacer falta. El propio D´Alessandro se dará cuenta de su disparate y se retirará, ya lo verán ustedes”.

Roberto Jorge D´Alessandro Di Ninno pudo seguir jugando, después de firmar un documento donde eximía de toda responsabilidad a la Federación. “Soy feliz -aseguró a cuantos quisieron oírle-. Es como si me abriesen las puertas a un nuevo mundo”. El lunes 23 de abril, luego de tres meses y 22 días, volvió a situarse bajo el travesaño salmantino, casualmente ante el Athletic Club bilbaíno, en el Helmántico. “Marca”, su periódico de cabecera, lo calificó con un “1” y hubo de sacar hasta tres veces el balón enredado en las redes. Se le consideró culpable de un tanto, aunque otros compañeros de equipo estuviesen bastante peor que él. Rezza, Alves, Juanito, Ángel y Roberto Cino cosecharon un “0” en la publicación deportiva. Toda la columna vertebral charra naufragó en aquel doloroso 0-3. Pero lo importante fue que el reaparecido acababa de subir un primer peldaño para ser el de antes, condenando al ostracismo a quien mejorase todas las expectativas durante su prolongada ausencia.

Formación de la U. D. Salamanca correspondiente a la campaña 1981-82. D´Alessandro, pese a los malos augurios, seguía firme bajo el larguero.

La resolución federativa ni mucho menos sirvió para dar carpetazo a la polémica. Puesto que el riñón de D´Alessandro se tornara arma arrojadiza en batalla de pruritos personales, hubo más galenos incorporándose a la contienda, bien a título personal o bajo estandarte corporativo. Uno de ellos, el Dr. López Varela, blandió el de la Medicina Deportiva desde los medios, con fecha 28 de abril. Y sus argumentos no dejaban de tener sentido: España había sido una de las primeras naciones en incorporar a sus organigramas la especialidad de Medicina Deportiva. En teoría, sus titulados debían ser los más capacitados para enjuiciar cuestiones relativas a deportistas, según la Ley de Presidencia de Gobierno del 24 de junio, Nº 1830/68. A ellos, antes que a nadie, aun apoyándose en el báculo de especialistas renales, competía decidir si una pieza de “acero especial”, como calificaba a los deportistas, estaría en condiciones de competir con un solo riñón. No obstante, nadie les había consultado. “¿Y por qué, ese singular y paradójico olvido? -se preguntaba el Dr. López Varela-. Sólo encontramos una explicación posible. Y es que los actuales Administradores, sin previa consulta, sin consideración de ninguna clase, han engullido a la Medicina Deportiva, la han lapidado, ha sido borrada sin una sola protesta del Consejo Superior de Deportes”.

Obviamente, tampoco el firmante del alegato daba por buena la resolución federativa. No podía hacerlo, sin que él mismo, o sus representados, tuviesen vela en el dictamen. Y apoyaba su postura en términos de Román Paladino: “Todos los médicos estamos en condiciones, por lo menos teóricas, de atender un parto. Pero lo hará mucho mejor y con superiores garantías, un tocólogo. ¿Está claro?”.    

Lo evidente era que la Mutualidad de Futbolistas encaraba momentos críticos. Desde hacía años venía cuestionándose su existencia en el seno de los clubes más poderosos. ¿Qué a portaba a los profesionales de 1ª y 2ª División, cuando todos sus equipos gozaban de médico propio, seguros con clínicas prestigiosas, y ante cualquier complicación acudían a especialistas no de la Mutua, sino de relieve internacional? Ya eran historia los días en que estrellas del Real Madrid o Atlético pasaban consulta privada con El Brujo de Portugalete, magnífico recuperador muscular, o traumatólogo sin título, cuando la Mutualidad y los “fisios” fracasaban. La paulatina llegada de futbolistas extranjeros había abierto las puertas de Europa, por cuanto a Medicina respecta, también a nuestros futbolistas. De peregrinar a Madrid o Barcelona, se pasó a tomar billete rumbo a quirófanos de Marsella, Múnich, Suiza o Bélgica, ante lesiones complicadas. La Mutualidad podía estar bien para amateurs o semiprofesionales, pero no para quienes constituían patrimonio societario con muchos ceros. ¿No sería hora de cerrar el grifo a un ente tan poco útil, máxime cuando el objetivo de la naciente AFE se centraba en lograr una adscripción definitiva a la Seguridad Social?     

En el libro negro de la Mutualidad irían contabilizándose distintas afrentas. Algunas fechadas 13 ó 14 años atrás, como la del internacional paraguayo Florencio Amarilla, que para recuperarse en plenitud hubo de sufragar con su propio peculio una nueva intervención quirúrgica. Y otras muy pegadas a aquel presente. José Estrella Gracia, por ejemplo, jugador del Deportivo Tranquera, en categoría Regional, a raíz de lesionarse había quedado con un riñón. Siguiendo la inercia en la Mutualidad de Futbolistas, acababa de perder su ficha y, con suerte, si decidiera empeñarse en recuperarla sólo tenía por delante un camino caro y arduo: informes de especialistas descollantes, apoyo de la opinión pública y alguna influencia en la Junta Directiva de la Federación. Al levantino Roberto Francisco Martínez, el infortunado portero del Gimnástico Melilla, tampoco se le permitió seguir jugando. Portavoces de la Mutualidad y de Cruz Roja aseguraron que al riñón extirpado se unía un precario funcionamiento del otro, como consecuencia de algún trauma anterior. Nunca pasó por la consulta de nefrólogos señeros, ni de licenciados en Medicina Deportiva, aunque falleciese relativamente joven, en octubre de 2005, con 64 años.

Ya entrenador, el hispano-argentino durante sus últimos días en los banquillos. Se lo había dado todo al fútbol, y la pelota supo devolverle tantísima devoción.

Los modestos, estrechamente limitados por una Mutualidad tan parca en medios, penaban entre aquel limbo doloroso. En mayo del mismo 1978, cuando la Temporada futbolística avanzaba hacia su desenlace, los jugadores del Atlético de Ceuta (grupo 6º de Tercera División) tuvieron que hacer causa común con su compañero Salvador Durá, lesionado gravemente desde el 30 de noviembre, en partido contra el Don Benito. Puesto que tras ser operado, Durá llevaba cinco meses aguardando una reunión de Consejo en la F.E.F. para decidir sobre su caso, toda la plantilla firmó un escrito anticipando que si para el día 7 no se pronunciaba el máximo órgano, se negarían a saltar al campo, tanto esa fecha como las siguientes. Al mismo tiempo efectuaban un llamamiento solidario a los equipos de la 1ª Regional ceutí, proponiendo suspender igualmente su competición.     

Sin proponérselo, D´Alessandro acababa de destapar una olla de agravios, y por ende la discutible utilidad de una institución antaño ejemplar, aunque insolvente con el transcurrir del tiempo. Cuando tuvo lugar la incorporación de jugadores profesionales al régimen general de la Seguridad Social, aquella Mutua ya no pudo sostenerse. O al menos no sin acometer profundísimos cambios.  

Este repaso de unos hechos ya olvidados quedaría incompleto sin alguna atención a sus intervinientes. Antonio González Arroyo, tras acreditarse como portero de 1ª División mientras nuestro protagonista permaneciera en dique seco (16 partidos del ejercicio 77-78), pasaría dos campañas en blanco, jugó 12 partidos de Liga en 1980-81, cuando los charros descendieron, volvió a cerrar en blanco el torneo 81-82 y, cansado de tanta suplencia buscó aires nuevos en Jaén.

Eduardo Pereira Martínez no era paraguayo, como tanto repitiesen los medios orales y escritos, sino natural de Montevideo, Uruguay (21-III-1954. Durante su campaña y media en Salamanca ni asomó por el campeonato liguero. Tampoco es que luciese mucho en el Gimnástico de Tarragona (temporada 79-80), resuelta con descenso de categoría, y sólo en el Sabadell, luego de cubrir en blanco el ejercicio 80-81, cumplidas las 27 primaveras pudo aferrarse a la titularidad en 2ª División, los ejercicios 81-82 y 82-83. Deglutiendo, eso sí, la amargura de un nuevo descenso.

García Traid, técnico que ascendiera con la U. D. Salamanca a 1ª División y lo mantuviese entre los grandes, en julio de 1978, para sorpresa de muchos, cambió el frío de la meseta por la dulzura meridional envuelta en espejeos de guirnaldas y farolillos, sobre el manso Guadalquivir. Luego también dirigió al Atlético de Madrid.

D´Alessandro, en fin, permanecería activo hasta 1984, olvidándose por completo del traspaso a un grande que hasta poco antes de su lesión considerara factible. Varios periodistas convirtieron en soniquete la pregunta obvia, allá por donde pasara: “¿Se encuentra usted bien, después del percance?”. Y él respondía, haciendo gala de optimismo: “Mi riñón funciona de maravilla. Estoy mejor que antes, con más aplomo y en plena forma”. Hubo, incluso, quien llegó a inquirirle si nunca se veía como un enfermo. A modo de réplica, prefirió decantarse por el ingenio: “Enfermo cuando me entero de lo que cobran otros. Eso sí que me hace subir la fiebre”. Ya entrenador, inició su despegue en el Figueres (1992) y a punto estuvo de ascenderlo a Primera. Luego pudo vérsele por los banquillos del Real Betis Balompié, Atlético Madrid en 2 etapas distintas, su Unión Deportiva Salamanca durante distintos viajes de ida y vuelta, Mérida, Elche, cubriendo también 2 etapas, Rayo Vallecano, Gimnástico de Tarragona, Huesca… Su verbo fácil y vehemente, así como un sentido del espectáculo harto histriónico, acabarían convirtiéndolo en contertulio de los programas deportivos que liderasen José Mª García desde la radio, y Josep Pedrerol en el medio televisivo. Muchos espectadores de “Punto Pelota” o “El Chiringuito” desconocían el excelente portero que fue en su día.

Sólo Arconada, y si acaso un Iribar descendente, aunque todavía capaz de escanciar tardes formidables, le impidieron lucir el número uno en nuestro escalafón.

        

 

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(1).- Clara referencia al tocomocho de los falsos oriundos, importados por docenas para vergüenza de la F.E.F. y casi todos nuestros clubes relevantes. El público de Atocha y San Mamés coreaba cánticos y eslóganes contra aquel fraude, secundando las acciones legales emprendidas por sus juntas directivas. Los extranjeros de nuestro fútbol, sin apenas distinciones, acabarían siendo vistos como oportunistas y aprovechados, en el mejor caso, o falsificadores de identidad, ante el beneplácito de propios y extraños. Hubo, es cierto, brotes de hostilidad. Incluso entre la hinchada de equipos donde muchas tardes figuraban 4 ó 5 foráneos. La propia Unión Deportiva Salamanca intentó hacer pasar por el cedazo federativo al sudamericano Pesoa, cuyos papeles no resistían un mal vistazo al trasluz.




La Mutualidad de Futbolistas, obviedad que se hizo esperar

De un tiempo a esta parte, el aficionado al fútbol suele descubrir que las estrellas de su equipo manifiestan discrepancias con los servicios médicos del club. Importa poco que esos especialistas gocen de experiencia y acreditada trayectoria, cuando no justa fama por sus a menudo revolucionarios tratamientos. El paciente, al fin y al cabo, suele alimentarse de fe en el galeno, y ésta no es virtud teologal incluida en los contratos. Así que los medios se hacen eco de viajes a Francia, Suiza o Alemania, con el único propósito de resolver problemas de pubis, rótula, tendón de Aquiles, espalda o astrágalo. Nuestros mejores hospitales parecen no bastar a quienes cuentan por millones cada mes del calendario. Si alguien invocase ante esos exigentes lesionados el concepto Mutualidad de Futbolistas, como mínimo recogerían sonoras carcajadas. Quizás debiera explicárseles que durante muchos años el futbolista no tuvo garantizada la atención médica; que la Mutualidad representó para todos ellos, modestos y estrellas internacionales, una bendición; o que a principios de los 60 quien con el alta a su nombre no quedaba, o creía no haber quedado al cien por cien de la intervención quirúrgica, debía apoquinar el importe de cualquier otra como no llegase a un acuerdo amistoso con su club. Le ocurrió, entre otros, al internacional y mundialista paraguayo Florencio Amarilla, hombre no muy sobrado económicamente, porque entonces en nuestra 1ª División las fichas daban para vivir muy bien, sin plantearse adquirir la Luna, como en ciertos casos ocurre ahora.  Lástima que Amarilla ya no pueda relatarnos aquel trance.

Conforme se anticipó en el número de “Cuadernos” precedente, la Mutualidad de Futbolistas sólo fue un hecho tras el mediático percance de Alfonso, delantero centro del Murcia, reproducido durante setiembre de 1947 en la piel de un modesto asturiano conocido por “Monchu”, en los destartalados campos de Regional.

Ramón Menéndez Cortina, gijonés de Pumarín (25-VII-1924), compaginaba las carreras por su banda, como extremo derecho, con un trabajo en el tren de laminación de la fábrica metalúrgica de Moreda, donde también se afanaba su padre. Huérfano de madre desde niño, tenía otros dos hermanos más jóvenes, chico y chica. Pero sobre todo una desbocada afición por el fútbol.

Forjado en el Carrio infantil, su siguiente meta fue el Pumarinense, también infantil. Al destacar en un torneo entre equipos de dicha categoría organizado por el periódico “Voluntad” de Gijón, despertó el interés de la Selección Carreñina, el conjunto más popular de Gijón entre cuantos velaban armas en Tercera Regional. Allí permaneció 3 años, hasta que el servicio militar obligatorio se lo llevó a Zaragoza, circunstancia que aprovecharía para enrolarse en el Navarro, de Regional. Cumplido el trámite con el Ejército y de vuelta a Asturias, aceptó vestir la camiseta del Pinzales, con cuyo cuadro sólo pudo saltar a la cancha una vez. Su debut, aquel 28 de setiembre de 1947, iba a suponer también una prematura despedida.

Sólo se llevaban disputados 8 minutos cuando corrió a por un pase adelantado, colándose entre la defensa adversaria. Pretendía disparar a puerta cuando el guardameta iniciaba una salida algo atolondrada, sin advertir que su compañero de ala, cruzándosele y hambriento de gol, trataba de hacer lo mismo. Ambos atacantes chocaron, y de inmediato supo que la lesión era grave, pues vio su pierna torcida, con una repentina ventrosidad bajo la rodilla. Quiso la casualidad que entre los espectadores se hallara un médico, y aquel hombre se las arregló para ponerle la rodilla en su sitio. A partir de ahí fue desarrollándose una sucesión de anomalías esperpénticas, explicables sólo con la mirada puesta en la precaria y oscura España de nuestra cruda posguerra.

Ramón Menéndez Cortina, “Monchu”, según foto de su ficha federativa.

Ramón Menéndez Cortina, “Monchu”, según foto de su ficha federativa.

Como los vestuarios se hallaban a cierta distancia del campo, siendo preciso atravesar una porción de tendido férreo hasta alcanzarlos, optaron por trasladarlo en bicicleta hasta una casa próxima. Allí lo vistieron mientras esperaban al taxi que los condujo a Gijón, concretamente al campo de Los Fresno, donde teóricamente debería hallarse el galeno encargado de examinarle. Pero no encontraron ningún rastro del facultativo. Él, para entonces, se retorcía de dolor. Y eso que antes había acreditado muchísimo aguante. Aquella vez, por ejemplo, que con quemaduras graves en las plantas de los pies y estando de baja laboral, sabiendo necesario su concurso en la Selección Carreñina, se vendó las extremidades tan fuertemente como pudo, buscó unas botas grandes y aprovechando que su padre no estaba en casa, jugó los 90 minutos. Sus propios compañeros tuvieron que descalzarle y luego la cosa acabó con una semana extra de baja, reposo y pomadas. Aguantaba casi todo lo imaginable. Excepto el terrible dolor que desde la pierna parecía ascender hacia la cadera. Cuando la extremidad comenzó a hincharse como un globo, le rasgaron el pantalón y optaron por conducirle a la clínica del doctor Villaverde, cuyo diagnóstico fue “derrame y dos desgarros en la rodilla”. El tratamiento, aún más abracadabrante: “Reposo en casa, y si el médico que te visite lo cree conveniente, vuelves a ingresar”.

Todo eso ocurrió el domingo. El lunes se acentuaron los dolores. Y como el martes empeorase, medio inconsciente, convulsionando, sería conducido al sanatorio, donde tras una exploración se advirtió tenía afectada la femoral. Para el jueves ya se había declarado la gangrena y él mismo pedía a gritos la amputación, con tal de no seguir sufriendo. A las 09,30 horas se lo llevaron al quirófano, de donde salió sin pierna tres horas más tarde.

Conforme sucediera con Alfonso, aunque esta vez sólo entre los límites de la región asturiana, el mundillo del balón formó piña en su favor. “En Asturias, el eco de la desgracia ha llegado hasta los últimos rincones -escupieron las linotipias-. Y los asturianos, la familia deportiva asturiana, se apresta a realizar una campaña en favor de Monchu que, si no ha de anular los efectos del trance, dará al jugador el consuelo de saber que su dolor es compartido por todos. Y que va a hacerse cuanto sea posible por mitigar en el aspecto económico la agravante situación en que el percance ha colocado a Monchu y su familia”.

Volvió a aplicarse la fórmula de incrementar en una peseta el precio de las entradas para los choques Oviedo – At Madrid y Gijón – Real Madrid, correspondientes al 9 de noviembre, así como de 50 céntimos en las de todos los choques de Regional a disputarse en la misma jornada. Cuando concluía diciembre del 47, el socorro al jugador, redondeado con distintas aportaciones voluntarias, ascendía a 63.262,50 ptas.

Armando Muñoz Calero. Su condición de médico-cirujano sin duda le hizo más sensible ante el abandono en que hasta entonces se hallaban los futbolistas, muy en especial los más modestos.

Armando Muñoz Calero. Su condición de médico-cirujano sin duda le hizo más sensible ante el abandono en que hasta entonces se hallaban los futbolistas, muy en especial los más modestos.

Por si alguien albergara dudas, ante la tozudez de los hechos, esa Mutualidad de la que venía hablándose tanto, se antojó necesidad perentoria. Todos los estamentos estuvieron de acuerdo en constituirla. Y aun así no escasearon obstáculos. Hecho sorprendente, si se mira bien, pues desde 1930 existía una Mutual en Cataluña, creada por el presidente de aquella Territorial futbolística y el cirujano Emilio Moragas Ramírez. Tan ejemplar organismo atendía a cuantos lesionados estuviesen adscritos a dicha Federación, nutriéndose de cuotas a cargo de los clubes, y de la recaudación de un partido amistoso anual que el propio Dr. Moragas pretendía convertir en dos, ante el creciente incremento de gastos. Como es lógico, la Mutualidad nacional se inspiró girando su mirada hacia Cataluña.

Fue a mediados de diciembre de 1948 cuando por fin, siendo presidente de la FEF Armando Muñoz Calero (Águilas, Murcia 15-II-1908 – Madrid 8-XI-1978)*, tan necesaria institución fue un hecho. Probablemente quien más empeño puso fue el vocal Carlos Pinilla, “que a su amplio sentido social une gran afición por todo cuanto al fútbol se refiere”, señaló la prensa. Y tampoco estuvo ajeno el doctor Aznar, miembro del Consejo. “Ahora podemos decir con orgullo y satisfacción que la España futbolística cuenta ya con una institución modelo, que atenderá solícitamente a los hasta ahora desamparados de toda ayuda”, se ufanaron, no sin razón, los medios.

El Consejo de la Mutualidad nació presidido por el máximo responsable de la FEF, ya citado Muñoz Calero, contando entre sus miembros con el secretario general y tesorero federativos, el director gerente del organismo, Manuel Troyano de los Ríos, y un representante de la Delegación Nacional de Deportes, otro de la Federación Española, del Comité Central de Árbitros, de Federaciones Regionales, clubes de 1ª, 2ª, 3ª y Regional, futbolistas de esas mismas categorías, preparadores y masajistas. Manuel Troyano de los Ríos, primer gerente, era alto jefe del Ministerio de Trabajo “especializado en cuestiones relativas a instituciones asistenciales”. La representación del Delegado Nacional de Deportes recayó en el Sr. Gutiérrez del Castillo, en tanto el Sr. Pinilla se hacía cargo de la vicepresidencia. La relación de cargos directivos se completaba así: Pablo Figuerola, secretario; Pujol, Urquijo e Ipiña, elegidos por el Consejo; y el Sr. Victory, designado también por la Delegación Nacional de Deportes, como interventor.

Quedaban automáticamente a cobijo del paraguas recién abierto los jugadores, árbitros, entrenadores y masajistas, y tras oportuna observación desde distintos clubes, se decidió estudiar la forma en que esos beneficios alcanzasen también a los delegados, en sus viajes con el equipo. La protección abarcaba servicios médicos, quirúrgicos y farmacéuticos, en caso de accidente o lesión sobrevenida durante la disputa de partidos oficiales o amistosos, entrenamientos autorizados y desplazamientos. Además se fijaban indemnizaciones por incapacidad, con un importe máximo de 50.000 ptas., y de fallecimiento, tasado en 30.000. En este último caso, las Territoriales abonarían con carácter urgente otras 3.000 ptas. para gastos de entierro.

Estas cifras irían incrementándose a medida que el organismo gozaba de una mayor tesorería. En diciembre de 1952, por ejemplo, el consejo de la Mutualidad presidido por el falangista Sancho Dávila y tras informe del director-gerente, acordó incrementar en 10.000 ptas. las prestaciones por incapacidad permanente total, absoluta y fallecimiento, hasta alcanzar respectivamente las 40.000, 60.000 y 40.000 ptas. Conste, como curiosidad, que esa misma asamblea nombraba miembros de la Comisión Rectora a Augusto Araño y al exfutbolista Juan Antonio Ipiña, además de desestimar el recurso interpuesto  por el jugador José Luis Vázquez, a quien la Comisión rectora negó amparo económico, “por no haber quedado incapacitado para el ejercicio de su profesión habitual”. Otro punto recogía la propuesta de crear una categoría de socios protectores, elevando dicha iniciativa al Comité Nacional.

Aquella Mutualidad arrancaba con tantas delegaciones como federaciones regionales, siendo el presidente de éstas el responsable de cada delegación. Se buscaba, según declaraciones del propio Gutiérrez del Castillo, que esas delegaciones contaran con absoluta autonomía para concertar establecimientos médicos en cada territorio, aunque “esos conciertos sólo serán definitivos tras aprobación del Servicio Médico de la Mutualidad, cargo desempeñado por el doctor Meano”. La financiación se obtendría mediante cuotas fijadas a clubes, jugadores, árbitros, etc., en función de sus respectivas categorías. Dicha recaudación competía a las delegaciones, reservándose éstas una parte, cifrada “en tanto se dicten nuevas normas”, en un 72 %.

El señor Troyano de los Ríos, muy demandado por los reporteros cuando se acercaba la Navidad, ponía alto su punto de mira: “Quiere la Mutualidad que se engloben en ella las máximas figuras de la especialidad, principalmente en traumatología. Habrá un concurso para la provisión de cargos, y en él se reconocerán méritos especiales a los facultativos que presten ya servicios en clubes o federaciones. Todo esto entrará en funcionamiento tan pronto llegue el material necesario. Sólo falta que las casas proveedores completen sus envíos, lo que espero suceda en breve plazo”.

Muy fáciles veía las cosas el primer gerente de la Mutualidad. Bastante más sencillas de lo que en realidad estaban. Para empezar, el organismo ni siquiera contaba con un censo de clubes y socios, es decir futbolistas, árbitros, técnicos y masajistas. Troyano de los Ríos iría tomando consciencia de las dificultades a medida que pasaban los días, como acabó reconociendo sin ambages: “No es nada fácil, ya que en el Anuario (federativo) figuran todos los clubes, incluso los que han causado baja. La Federación Regional Sur, por ejemplo, a la que se adjudican 489 clubes en la última publicación federativa, no tiene en realidad más que 257. De los dos mil y pico clubes que se atribuyen en toda España, sólo existen realmente 1.485. Saberlo con exactitud es importantísimo, lo mismo que el número de jugadores, cuyo censo va muy adelantado. Sin el dato exacto se hace imposible trazar un presupuesto real”.

Entre tanto, esos bucles a los que otras veces se ha aludido, tan encaprichados del balón y su mundillo, volvieron a hacer acto de presencia. Porque Si Alfonso, ariete del Murcia, fue involuntario impulsor de la Mutualidad, el primer paciente atendido de importancia sería Martí, portero precisamente del Real Murcia, “no obstante faltarle algún requisito legal en el momento de la lesión”, según tuvo empeño en puntualizar el por demás activo ante los medios informativos Troyano de los Ríos.

Como todas las grandes obras, ésta también capeó, si no con detractores a cara descubierta, con especialistas en zancadillas al bies. La prensa de la época nos lo sugiere con medias palabras. Y el omnipresente Manuel Troyano de los Ríos, muy en su papel de director gerente, acabó saliendo al paso sirviéndose de una entrevista concedida a Ramón Melcón, para “Marca”:

“- ¿Cree usted que la Mutualidad perjudicará determinados intereses?

– No. Actualmente los Clubes de posibilidades cuentan con un cuadro médico que, naturalmente, ha de resultarles muy gravoso. La Mutualidad los beneficiará, y que las cuotas que se impongan no alcanzarán ni con mucho a sus gastos actuales. Las sociedades modestas tendrán, merced a un mínimo desembolso, cubiertas todas sus necesidades en este aspecto. Y los médicos de los Clubes contarán con las máximas facilidades para su ingreso en el cuadro de la Mutualidad”.

Por supuesto, corriendo la época que corría y siendo “Marca” un diario del Movimiento, Melcón no quiso pasar por alto la oportunidad de repartir loas: “Es decir, que nadie saldrá perjudicado y se habrá conseguido, en cambio, el establecimiento de una institución ejemplar, tanto por su alcance patriótico como por su elevado sentido social, que tanto prestigia a los organismos supremos del futbol español”.

La Mutualidad era un hecho, y sus ventajas quedaron rápidamente de manifiesto. El día 7 de enero de 1949, sin ir más lejos, cuando falleció el modesto jugador Carlos Hernández como consecuencia de la lesión sufrida durante la disputa de un partido autorizado por la Federación Vizcaína. En reunión de la Comisión Rectora de la flamante Mutualidad, celebrada el 26 de febrero de 1949, bajo presidencia de Armando Muñoz Calero “y con asistencia de todos los miembros que la integran”, se acordaba “indemnizar a la familia del fallecido, no obstante no haberse cumplido todos los requisitos reglamentarios, y sin que ello pueda establecer precedente, con la cantidad de 30.000 ptas., que es el máximo autorizado por los vigentes estatutos”.

En dicha reunión se fijaron nuevas cuotas para clubes y afiliados, cuya aplicación efectiva tendría lugar la temporada próxima. Mediante el incremento acordado se pretendía una exención de pago a las entidades más modestas, incapaces de hacer frente a cualquier cuota. Y además, antes de dar carpetazo, se aireaba el llamamiento “a las Federaciones Regionales para que exijan a los Clubes el abono de las cuotas establecidas, bien entendido que la Federación Española de Fútbol aplicará rigurosamente las sanciones correspondientes por incumplimiento de dicha obligación”.

Vamos, que entonces, como ahora, cobrar costaba un triunfo.

Durante los meses siguientes, quién sabe si respondiendo a un reflejo de épocas anteriores, o porque mediante caridad se obtuvo en el pasado indemnizaciones superiores a las contempladas por la todavía precaria Mutualidad, no faltaron nuevos llamamientos solidarios. Ocurrió cuando en la madrugada del domingo 7 de agosto de 1949 volcó el autocar del sevillano Osario Balompié, en la carretera de Carmona. Trece de los futbolistas quedaron en centros sanitarios hispalenses, en condiciones de imposibilidad total. “La maravillosa labor de la Mutualidad Deportiva subsanará en parte este mal – recogieron distintas corresponsalías andaluzas-, pero las consecuencias derivadas, debido a la modestia de las víctimas, son tales que la idea lanzada por el único elemento profesional participante en la expedición creemos es digna de que cristalice, para llenar esa laguna a que aludimos, y también para colaborar a la eficaz intervención en el asunto de la indicada organización benéfica”.

Los futbolistas modestos, los de campos terrizos, duchas ideales para la congelación y camisetas descoloridas, recibieron muy favorablemente el avance que supuso la Mutualidad.

Los futbolistas modestos, los de campos terrizos, duchas ideales para la congelación y camisetas descoloridas, recibieron muy favorablemente el avance que supuso la Mutualidad.

Ese único elemento profesional de la plantilla y propulsor de la idea, no era otro que Rafael Lacomba, antiguo guardameta del Betis que, contradiciendo a los reporteros, no pertenecía a la entidad afectada, por más que hubiese viajado con el equipo a La Campana y Carmona. Según todos los indicios, la directiva del Osario sólo habría tirado de él como refuerzo de pretemporada. Con una simple herida en la mejilla y sin reponerse del susto, el ex cancerbero bético propuso algún tipo de ayuda, bien mediante derramas o aportaciones altruistas de los clubes andaluces y marroquíes, muchos de cuyos colores habían defendido los ahora afectados.

Con Mutualidad o sin ella, los buenos corazones parecían seguir teniendo la última palabra.

La extraordinaria labor del nuevo organismo resultaría difícilmente evaluable sin alguna incursión por sus memorias y balances. Vayan pues unos datos, con perdón anticipado ante la farragosidad numerológica.

Durante el Campeonato 1950-51, fueron atendidas 8.655 lesiones. Los gastos por hospitalización y asistencia médico-farmacéutica ascendieron a 4.100.000 ptas. en todo el territorio nacional, en tanto las indemnizaciones por jornales perdidos a causa de esas lesiones superaron el medio millón. El doctor González Vicens, jefe de los servicios médicos, aspiraba a que en un futuro “y dentro de ciertos límites, cada jugador lesionado pueda elegir al médico que goce de su confianza; dicho facultativo será retribuido por la Mutualidad conforme a las tarifas de lesiones que actualmente se estudian”.

Decir que desde ciertas federaciones se llevaban las cosas con meticulosidad extraordinaria, es quedarse muy corto. El mimo con que algunos responsables de servicios médicos confeccionaban sus estadísticas, causa asombro hoy, en plena era informática e imperio de las bases de datos. A lo largo de esa misma temporada 1950-51, la Castellana había atendido a 494 lesionados. En su extrema pulcritud, el doctor Amérigo Marín, jefe de servicios médicos, establecía como puesto más peligroso el de medio izquierdo (53 lesionados) por delante del extremo derecho (51). E incluso contemplaba índices curiosísimos, puesto por puesto. Vaya el siguiente cuadro, como regalo para los más curiosos:

PUESTO DEL JUGADOR LESIONADOS
Portero

50

Lateral derecho

41

Defensa central

32

Lateral izquierdo

46

Medio derecho

46

Medio izquierdo

53

Extremo derecho

51

Interior derecho

40

Delantero centro

46

Interior izquierdo

31

Extremo izquierdo

32

Las lesiones también afectaron a colegiados y jueces de línea (19). E incluso a entrenadores (7). Entre las lesiones arbitrales, aparte de esguinces y afecciones musculares, en su mayoría eran consecuencia de golpes diversos. El silbato, antes y ahora, no suele sonar a gusto de todos. Con respecto a los entrenadores -en su totalidad víctimas de lesiones musculares- ni uno sólo la padeció durante los 90 minutos de sufrimiento dominical. El mes más negro había sido febrero. Lógico, si se mira bien, pues lluvias y heladas convertían muchos terrenos de juego en superficies irregulares, por demás proclives al percance. De las 494 lesiones, 37 correspondieron a fracturas (una de tibia y peroné y cuatro de peroné,  consideradas más graves, amén de 21 casos de menisco). El resto respondían mayoritariamente a este desglose: Articulares 194; musculares 55; contusiones 111; heridas diversas 20. El club más infortunado fue el Aranjuez, con 21 lastimados. A esta entidad correspondía también el mayor gasto sanitario: 8.618,50 ptas., englobando tratamientos e indemnizaciones. Los gastos totales se elevaban a 173.938,81 ptas. de la época.

No iban a la zaga las memorias de la Federación Guipuzcoana, que incluía, además, los territorios de Álava, La Rioja y Burgos. Sólo como contrapunto, observemos algunos de aquellos datos:

La temporada 1947-48 atendió a 280 mutualistas, 270 en la siguiente, 393 durante la campaña 1949-50 y 340 en la 1950-51. A lo largo de esta última, los casos más graves correspondieron a sendas roturas completas de músculos cuádriceps del muslo. Román Emery, uno de los afectados, hijo de futbolista descollante en el Real Unión irunés de sus años gloriosos y ancestro del actual y afamado entrenador en el Almería, Valencia, Sevilla o París S. G., pudo seguir jugando. El otro, joven mutriqués, al menos quedó en condiciones de trabajar. El porcentaje de afectados era francamente elevado, pues dicha federación contaba únicamente con un censo de 1.300 futbolistas. Los caídos por posición en el campo arrojaban este saldo:

PUESTO DEL JUGADOR LESIONADOS
Portero

24

Lateral derecho

25

Defensa central

22

Lateral izquierdo

12

Medio derecho

46

Medio izquierdo

26

Extremo derecho

17

Interior derecho

64

Delantero centro

30

Interior izquierdo

42

Extremo izquierdo

23

Las quinielas contribuyeron decisivamente a la viabilidad económica de un organismo fundamental para el fútbol y los futbolistas más modestos. En la imagen, resguardo correspondiente a la temporada 1955-56.

Las quinielas contribuyeron decisivamente a la viabilidad económica de un organismo fundamental para el fútbol y los futbolistas más modestos. En la imagen, resguardo correspondiente a la temporada 1955-56.

Actuar como interior, en Guipúzcoa, equivalía a jugársela. Y conforme ocurría en Castilla, los de la banda derecha padecían más que quienes se movían por la izquierda. Los árbitros, al parecer, “cobraban” menos en el Norte, pues sólo hubo que atender a dos, y no víctimas de agresión, sino de distensiones. Entrenador tan sólo uno, por accidente de automóvil in itínere.

Estadísticas al margen, poquito a poco, solventando dudas y defectos, el organismo iría afianzándose, hasta hacerse imprescindible. A su engrandecimiento contribuyeron decisivamente las quinielas, el “1-X-2” del Patronato de Apuestas Mutuas, toda vez que la Mutualidad se convirtió en perceptor de un porcentaje sobre cuanto pronosticaban los españoles. Y es que por muy paradójico que pueda antojársenos, entre los distintos beneficiarios de un invento cuyos pilares se asentaban sobre el sudor de los futbolistas, hasta 1953 a nadie se le ocurrió pensar en ellos. Cuando a principios de ese año se hizo llegar al Patronato la reclamación del director de la Mutualidad, favorablemente acogida por el entonces ministro de Hacienda, Sr. Gómez del Llano, todo comenzó a cambiar. Mediante Decreto fechado el 6 de Febrero del 53 se otorgaba a la Mutualidad “el 50% de lo ahorrado por el Patronato en gastos de gestión y administración”. Cifra traducida en un aporte a la Mutua de casi 3 millones de ptas., en febrero del año siguiente. Concretamente 2.977.671,40. Un dineral, a tenor de las cifras ya apuntadas, mediante el que un proyecto todavía dubitativo, cuando no deficitario, acabaría asentándose.

Basta una mirada hacia atrás para admitir el buen uso aplicado a aquel maná. Cierto que inicialmente se propuso construir un gran sanatorio, ejemplo español para el mundo. La tentación faraónica siempre ha estado ahí, sobre la almohada de los mandamases. Pero en seguida se supo ver que ni el mejor hospital del país, sito en Madrid, iba a resolver los problemas de Galicia, Canarias, Extremadura o Navarra. Consecuentemente, casi la mitad de lo percibido -1.340.205 ptas.- se destinó a subvención de delegaciones regionales en déficit: Aragonesa, Asturiana, Guipuzcoana, Valenciana y Gallega. Y el resto a la mejora de instalaciones donde más se precisaba: delegaciones Andaluza, Cántabra, Hispano-Marroquí, Oeste, Tinerfeña y Gallega. Esta última no sólo arrojaba un déficit crónico, sino que carecía de elementos tan imprescindibles como aparatos de Rayos-X.

Por supuesto, la aportación quinielística no acabó con los homenajes recaudatorios. Tampoco la Mutualidad nació para erradicarlos. Pero merced a sus excelentes servicios, muchos jugadores no se vieron en el trance de colgar las botas al primer revés importante. Recuperados, intervenidos por los mejores especialistas del área donde habitasen, podían seguir persiguiendo sueños tras el balón. Puestos a seleccionar un ejemplo, nadie lo ilustraría mejor que el cántabro Eduardo Botas, probablemente récord de tenacidad entre los modestos y condecorado con todas las heridas “de guerra” imaginables.

Antiguo botones del Racing de Santander, al que según los técnicos únicamente faltaron 10 centímetros de estatura para haber vivido del fútbol, con la treintena ya estrenada había sufrido hasta la temporada 1949-50 una fractura de tibia en 1940, jugando con el Rayo Cantabria. Dos años más tarde, en Barreda, le partieron el peroné, y en Ramales, no mucho después, cuatro costillas que a punto estuvieron de perforarle los pulmones. En 1949, durante un encuentro Vimenor – Hogar, se fracturó el radio. Y para que nada faltase, en Parbayón volvieron a partirle el peroné por su parte inferior. Como los toreros de raza, parecía crecerse tras cada revolcón. No sólo volvía al fútbol con la pasión de siempre, sino que durante una de sus convalecencias y ante los apuros atravesados por su equipo, llegó a discutir con el médico para que le retirase la escayola y así saltar al campo aquel domingo. Suerte que el facultativo se mostrara impermeable ante tanta súplica e insistencia. Cierto día que no se había lesionado, después de jugar en Palencia se empeñó en acudir al río, para bañarse. Ni corto ni perezoso, al descubrir una especie de trampolín natural, saltó haciendo el ángel. Bajaba muy poca agua y su cabeza quedó medio clavada en el fango. Tuvo que ser atendido de heridas en el cráneo y una fuerte conmoción, cuando muy bien podría haberse partido la médula espinal. Todo ello para no ver apenas un duro, puesto que sus únicas salidas del modesto campeonato cántabro, hacia Huesca y Cartagena, ni muchísimo menos le llenaron la billetera.

A jóvenes no tan osados como él, la Mutualidad sí les resolvió problemas. Cuesta imaginar el devenir del deporte rey sin el benemérito organismo, hasta que la Seguridad Social, no ha mucho, acogiese a los futbolistas. Y sin embargo estuvo haciéndose esperar hasta 1948. Veintidós años, nada menos, desde la instauración del profesionalismo.

(*) .- Además de presidente de la Real Federación Española de Fútbol desde 1947 hasta 1950, D. Armando Muñoz Calero fue médico-cirujano, divisionario azul, presidente de la Organización Médica Colegial durante los años 1945 y 1946, vicepresidente del At. Madrid en los años 60 y político del régimen, faceta en la que habría de ostentar los cargos de Procurador en Cortes durante cinco legislaturas no consecutivas, entre 1946 y 1971, Jefe de la Obra Sindical 18 de Julio, a caballo de los 40 y 50, Presidente de la Mutualidad Laboral del Seguro Obrero de Enfermedad, Presidente de la Diputación de Madrid y Teniente de Alcalde en el Ayuntamiento madrileño. Se asegura le cerraron el portón federativo luego de afirmar, tras el gol de Telmo Zarra en Brasil, que España acababa de derrotar a la pérfida Albión, frase, por cierto, erróneamente atribuida a Matías Prats Sr.. Inglaterra presentó una protesta formal por vía diplomática y aunque nuestro hombre se habría disculpado asegurando utilizar erróneamente lo de “pérfida”, creyendo que el adjetivo significaba “rubia”, “luchadora” o “aguerrida”, no coló. La frase, empero, hizo fortuna, quedando para nuestra historia balompédica.




Un infortunio que marcó época

La historia del fútbol no sólo es pródiga en futbolistas, equipos, entrenadores o selecciones de época. También hubo acontecimientos que, para lo bueno y lo malo, marcaron un antes y un después. El día que a Chacho se le ocurrió pedir un plus por cada gol marcado, ante un flojo oponente de nuestra selección, nacieron las primas como estímulo cotidiano. Cuando coló por la ancha manga federativa el primer oriundo con partida de nacimiento falsa, sobrevinieron diez o doce años de fraude generalizado. En el momento que un primer directivo se avino a repartir comisiones de fichaje entre quienes ni siquiera representaban a la supuesta estrella contratada, quedó abierta una amplia avenida en el oscuro submundo del balón. Igualmente, en el instante fatídico que Alfonso enterraba sus ilusiones sobre el césped gijonés, florecía un primer germen de cambio, humanidad y lógica, entre las botas de sus compañeros, fueran éstos jugadores profesionales o aficionados. Y ya era hora. Porque hasta entonces, los imprescindibles protagonistas de la fiesta estaban dejados de la mano de Dios.

Alfonso Fernández Rodríguez (Lora del Río, Sevilla, 9-III-1918), era aún muy niño cuando sus padres se avecindaron en la sevillana calle de San Jacinto, corazón del barrio de Triana. Devoto del balón, daría sus primeras patadas medianamente formales con una especie de peña denominada Los Buenos Amigos. Ya un poco más en serio, vistió la camiseta del Castilla sevillano, desde donde, cuando sólo contaba 17 años, llamó la atención de algún cazatalentos Bético. Tras someterse a diversas pruebas, y puesto que aún estaba muy verde, acabaron incluyéndolo en el Calavera, por entonces filial del equipo verdiblanco. En esa época jugaba como medio centro, en el puesto que hoy correspondería a un defensa central adelantado. Su talante aguerrido, fortaleza y contundencia en el choque, unidos al hecho de no volver nunca la cara, parecían predestinarlo a la contención. Sin embargo habría de debutar como bético el jueves 26 de noviembre de 1939, en partido a beneficio del guardameta Jesús, ocupando la demarcación de extremo izquierdo. Aunque hizo cuanto pudo, pegado a la banda se sintió perdido. Si no fuera por lo que para él representaba lucir la camiseta verde y blanca, aquella hubiese sido una tarde merecedora de olvido.

Al término de la temporada 1940-41 y luego de haber disputado 6 partidos de 2ª División con el equipo bético, desde la directiva no quisieron extenderle contrato profesional. Y él, enojado, decidió acompañar a Andrés Aranda, que acababa de fichar por el Jerez como jugador-entrenador. En ese mismo viaje, además, llegarían hasta Jerez de la Frontera los también béticos Pineda y Morera. Su vida iba a experimentar un cambio trascendental en la capital del vino. Porque Aranda comenzó a probarlo de ariete, ante las deficiencias observadas en quienes a priori eran destinatarios a ese puesto. Unos pocos partidos bastaron para convertirlo en revelación. Aun hallándose en las antípodas del atacante exquisito, tanta bravura y acometividad, unidas a la descomunal potencia de su tercio inferior, le permitieron transformarse en goleador de garantía.

Tres campañas comandando el ataque jerezano (desde 1940 hasta el 43), sobraron para convertirlo en pieza codiciada. El propio Betis, bastante desasistido de cara al gol, trató de recuperarlo sin fortuna. Y no porque Alfonso albergara resquemores; sencillamente, desde Murcia le ofrecieron 40.000 ptas. y un proyecto que permitía soñar con el ascenso a 1ª. Imposible adivinar, claro está, que con el once pimentonero iba a vivir días tan trágicos.

Las cosas junto a la huerta, empero, ni en sueños hubiesen podido empezar mejor. Titular indiscutible, pocos zagueros lograban impedirle festejar algún gol. Llevaba 10 en 16 partidos, postulándose como primer rematador en nuestra categoría de plata, cuando el 30 de enero de 1944 saltó al campo gijonés de El Molinón. El terreno estaba embarrado, hacía frío, y colgar balones sobre el marco asturiano se antojaba conceder ventaja al guardameta Lerín, valentísimo siempre, macizo, y  con metro ochenta y cinco de estatura, guarismos que lo convertían en uno de los cancerberos más altos entre los profesionales de 1ª y 2ª. Pero en eso consistía el juego atacante del Real Murcia, en rápidas escapadas por la banda y bombeos a la olla, donde Alfonso acostumbraba a obtener ventaja. Buscando uno de esos centros, ariete y portero chocaron violentamente. Cayeron. Lerín, con sus casi noventa kilos, encima de Alfonso. Y como éste viera el balón suelto, frenado por el barro a pocos metros, trató de levantarse a toda prisa, aún a costa de izar también todo el peso de su contrincante. Los muslos del andaluz eran impresionantes. Casi dos columnas dóricas, fibrosas y de amplio diámetro. Habían realizado proezas semejantes. Sin embargo esa tarde, cedieron.

Los espectadores situados junto a la portería oyeron el grito de Alfonso. Lerín, abalanzándose a por el balón y de nuevo en pie, volvió junto al caído. Sólo necesitó un vistazo para advertir la gravedad del percance. Ni siquiera se habían acercado los defensas gijoneses cuando el cancerbero ya hacía ostensibles gestos reclamando asistencia. Para cuando el atacante fue transportado hasta el vestuario, su pierna derecha, hinchadísima, mostraba un alarmante tono gris. No había rotura ósea, como futbolistas y público temían, sino algo peor, en opinión del galeno que ordenara preparar un traslado urgente al hospital.

En el centro médico se confirmaron los peores presagios. Alfonso sufría una rotura muscular con grave desgarro de la femoral. Era eso lo que había propiciado el encharcamiento interior de la extremidad. “Se confirma el grave estado de Alfonso”, titularon distintas notas de agencia esa misma noche. “Los médicos, expectantes ante su evolución, no descartan intervenirle”. Lerín, en compañía de otros jugadores gijoneses, se dejó caer hasta el hospital, sin que se les permitiera ver al herido. Durante el día siguiente no pareció advertirse ninguna evolución favorable. La directiva gijonesa, puesta a disposición de la pimentonera cuando los visitantes hubieron de emprender el retorno a Murcia, veló al lesionado con el mismo celo que hubiese puesto por uno de sus muchachos. Lerín, muy afectado, volvía una y otra vez al centro sanitario.

Alfonso, con muletas, en uno de los homenajes recaudatorios que le fueron tributados.

Alfonso, con muletas, en uno de los homenajes recaudatorios que le fueron tributados.

El 2 de febrero, advirtiendo incuestionables signos de gangrena, los doctores Hurle y Morán no tuvieron otra opción que amputar la pierna. Si Alfonso decía adiós al fútbol, tocaba confiar en su soberbia naturaleza para que al menos salvara la vida. Lerín, solícito, seguía acudiendo al hospital todos los días, y cuando el ya exfutbolista comenzó a sentirse mejor, contribuyó a levantarle el ánimo anticipándole cuanto estaba preparándose en su beneficio. Porque el suceso, ciertamente, había causado honda conmoción.

Amén del partido homenaje concertado casi de inmediato entre los mandamases de Murcia y Gijón -el término Sporting, como Racing o Athletic había sido abolido por decreto-, desde la Federación Española se decidió imponer un sobreprecio a todas las entradas vendidas en 1ª y 2ª División durante dos jornadas consecutivas (12 y 19 de marzo): Una peseta para localidades de Preferencia, y 50 céntimos en las de General, destinadas a socorrer al infortunado. Murcia y Gijón, además, concluyeron con muy buen criterio no brindar un único choque benéfico, sino dos; en El Molinón y La Condomina respectivamente, como si de una eliminatoria copera, a ida y vuelta, se tratase. Por cierto que los prolegómenos del partido jugado en Murcia tuvieron mucho de reconocimiento desde la afición local hacia el cuadro gijonés, su directiva y el propio Lerín, a quien la prensa retratara como segundo ángel de la guarda de Alfonso.

Lástima que no desde todos los clubes se actuase con la misma generosidad. Algunos racanearon con el suplemento obligatorio, en tanto otros, como Sevilla y Betis, concertaron enviar 6.000 ptas. cada uno, cifra superior a lo que con certeza hubiese supuesto el recargo sobre sus entradas. También hubo aportaciones voluntarias, gestos desprendidos de particulares y clubes modestos. Se ha escrito con alguna reiteración que la mayor cuantía llegó desde el Real Madrid, algo contradicho desde la propia Federación Española, en su detallada memoria. Según ésta, la cifra máxima provenía del encuentro Barcelona – Español (7.233 ptas.), seguida por el Sevilla – At. Aviación (5.840), Valencia – Celta (5.308,50), Oviedo – Valencia (5.048,50) y R. Madrid – Sabadell (5.028). El partido que menos proporcionó entre todos los de 1ª y 2ª fue el Celta – Barcelona disputado en Balaídos: 418 raquíticas y sospechosas pesetas, de las que además 193 correspondían a donaciones.

El desglose de partidas arrojaba el siguiente saldo:

Por recargo en las entradas………………………56.002 ptas.

Procedente de aportaciones voluntarias…………21.180,95

Beneficio del partido organizado en Gijón………36.062,10

Beneficio del organizado en Murcia…………….24.958, 95

Donativo de la Federación Española……………11.796,10

Todo ello ofrecía un total de 150.000 ptas.

Abril de 1947. Alfonso en el homenaje tributado por el Murcia, con ocasión de su ascenso a 1ª División. Habían transcurrido dos meses y medio largos desde su tremendo infortunio.

Abril de 1947. Alfonso en el homenaje tributado por el Murcia, con ocasión de su ascenso a 1ª División. Habían transcurrido dos meses y medio largos desde su tremendo infortunio.

Desde el ente federativo se quiso redondear una bonita cifra, “sin perjuicio de abonar los honorarios del facultativo que efectuó la intervención del jugador”, como hizo constar en la citada memoria.

Durante los meses de marzo, abril, e incluso mayo, menudearon las noticias en torno a Alfonso. Su foto, ya recuperado, asistiendo al campo con muletas, se hizo familiar. También sus declaraciones, su estupor ante unas muestras de afecto que le desbordaban. “Mañana será sometido el jugador a las primeras pruebas con una pierna ortopédica”, llegó a recogerse. O “El presidente me ha ofrecido un puesto en el Murcia, sin concretar en qué consistirá. Aún no sé lo que haré”. Promesas fruto del oportunismo que demasiadas veces acaban enredándose en cualquier viento. Luego, poquito a poco, Alfonso y su drama quedaron en el olvido.

Con parte de aquellas 150.000 ptas., cifra importante cuando los funcionarios liquidaban entre 600 y 800 mensuales, según su rango, el sevillano adquirió una casa en la calle Pagés del Corro, donde habitaba de alquiler. Y allá por setiembre de 1945 sería nombrado vocal en la directiva del Calavera sevillano, club cuya camiseta vistiese con provecho en sus inicios, presidido a la sazón por el antiguo directivo bético Ildefonso Domínguez.

Por cuanto respecta a Lerín, involuntario y pasivo “partenaire” en el drama, continuó jugando al fútbol. Y puesto que el repaso de tan triste hecho quedaría cojo sin glosar su muy destacable biografía, vaya el siguiente apunte.

Natural de Jaurrieta, Navarra (7-XII-1913), Andrés Lerín Bayona ya defendía el marco del Escoriaza con 15 años. Desde dicho cuadro pasó al Español de Zaragoza con 16, al Zaragoza sin cumplir todavía los 18, Español Arrabal frisando los 19 y Real Zaragoza para la temporada 1932-33, con 200 ptas. mensuales de asignación. Allí el entrenador portugués Felipe Dos Santos estuvo a punto de reconvertirlo en medio, queriendo sacar partido a su envergadura, nada habitual para la época. Desistiría pronto, sin embargo, al advertir que su auténtico puesto estaba bajo los palos. Conocido como “El Brozas” entre sus compañeros de vestuario, fue seguro y  firme puntal en el ascenso a 1ª División de un equipo que si en Zaragoza fue rebautizado como “Los Alifantes”, por los campos donde rendían visita solían ser “Los Leñadores”, atendiendo a la enorme dureza, cuando no violencia pura, con que solían emplearse varios de sus componentes. Nada más concluir la campaña 1935-36, solicitó y obtuvo permiso del club para reforzar a Osasuna, junto con Olivares, durante un torneo disputado en Mallorca. De vuelta visitó a su hermano, en Fuenterrabía, justo el 16 de julio de 1936, y allí seguía dos fechas después, al estallar el pronunciamiento militar y con él nuestra Guerra Civil. Cruzar a Francia desde Fuenterrabía sólo le supuso un paseíto de media hora. Y desde el otro lado de la frontera, al igual que cientos de veraneantes, se dispuso a ver en qué paraba toda aquella confusión.

Puesto que el asunto se alargaba más de la semana y media que muchos vaticinaban, decidió hacer tiempo alineándose con el Perpignan, antes de regresar a zona republicana y disputar varios partidos con el Badalona, a lo largo de lo que pudiéramos considerar extraoficial campaña 1936-37. También trató de embarcarse en la gira propagandístico-deportiva del Euskadi, donde sus servicios finalmente no fueron considerados necesarios, al contar la organización vasca con dos porteros de máxima garantía, como eran Gregorio Blasco y Rafael Egusquiza. Decepcionado, quizás, desanduvo el camino hasta Francia para enrolarse otra vez en el Perpignan. Y entre ese club y el campo de concentración francés de Saint Cyprienne pasó la contienda.

Nada más asomar a España fue reclamado por el juzgado de Reus, yendo a parar a la cárcel de dicha población tarraconense durante unos días. Sus dificultades no habían hecho sino empezar, puesto que si en vísperas de la guerra se significara como aguerrido socialista, el voluntario exilio posterior le hizo parecer ante autoridades y buena parte del público zaragozano como rojo y cobarde. 

Sometido al proceso de depuración política, sería descalificado por un periodo de 6 años, reducido luego, conforme ocurriese en otros muchos casos, siempre tras interposición de recurso, a 12 meses de suspensión. Dicho de otro modo, pasó en blanco la temporada 1941-42. Entonces la desafección se consideraba imperdonable. Había demasiada sangre fresca para impedir que la víscera amordazase a la razón. Consecuentemente, al arrancar la temporada 1942-43 gran parte de los espectadores  maños la tomaron con él. “Hasta los niños me llamaban rojo por la calle”, recordaba con amargura muchos años después. Como la situación le resultara insostenible, solicitó la baja y fue a Gijón, perseguido por 30 anónimos franqueados desde la ciudad del Pilar, desaconsejando su fichaje a la directiva gijonesa, ante sus antecedentes políticos. “El Gijón era mi única esperanza -reconoció, ya mayor-. Si me hubiesen dado la espalda también allí, lo habría tenido fatal”. Por eso, necesitando aferrarse al clavo ardiente, acordó no cobrar un céntimo hasta acreditar sus condiciones. Catorce partidos consecutivos con el marco imbatido en El Molinón, disiparon cualquier duda o miedo a represalias junto al Cantábrico.

Ascendido a 1ª con el cuadro gijonés durante aquella campaña, se alineó 18 veces en la siguiente (1944-45), ya entre los grandes. Y lo que son las cosas, protagonizando uno de esos curiosos guiños a que tan acostumbrados nos tiene el fútbol, recaló en Murcia durante el verano del 45, el Murcia del malogrado Alfonso, para disputar 39 partidos de liga en la categoría reina, distribuidos en dos campañas. Luego, como las turbias aguas de posguerra se habían ido calmando* vuelta a Zaragoza. A un Real Zaragoza hundido en 3ª División, donde habría de contribuir a la reconquista de 2ª, tras dos campañas (1947-48 y 48-49) trotando por campos de tierra. Festejado el ascenso a la división de plata, colgó las botas con 36 años.

Andrés Lerín. De repudiado por la afición zaragocista o santo y seña del club maño durante 30 años.

Andrés Lerín. De repudiado por la afición zaragocista a santo y seña del club maño durante 30 años.

Quien tan denostado había sido en la ciudad del Ebro y La Pilarica, supo resarcirse a conciencia, puesto que entrenó al filial zaragocista, a los juveniles, y fue ayudante de Juanito Ruiz, Berkessy, Eguíluz, Balmanya, Paco Brú, Mundo, Juanito Ochoa, Urquiri y Quincoces, en la primera plantilla aragonesa, donde también ejerció como entrenador de porteros, masajista, delegado de campo, jefe de personal y conserje. En posesión del título de entrenador desde 1952, convocatoria en la que salieron igualmente titulados Miguel Muñoz y José Gonzalvo, llegó a asumir puntualmente la dirección del equipo maño el 8 de mayo de 1967, después de que fuera destituido  Daucik, en choque de desempate copero ante el Europa barcelonés, que a la postre significaría el acta de defunción deportiva de los muy añorados “5 Magníficos”. Se jubiló en el Zaragoza durante 1978, no sin haber dirigido antes al Ejea (temporada 1972-73, en 3ª División). Y aún después, por matar el gusanillo, hizo lo propio con el juvenil del CD Helios, allá por 1981-82.

A raíz de su fallecimiento en la capital aragonesa (19 de noviembre de 1998), cierto medio informativo recogió en su obituario una supuesta militancia comunista en tiempos de preguerra. Algo que rápidamente sería contestado por su hija: “Nunca fue comunista; socialista sí, hasta el tuétano”.

Tras la desgracia descrita, con Alfonso como víctima, desde distintos estamentos federativos comenzó a plantearse la necesidad de crear algún organismo de auxilio; algo semejante a un montepío, que garantizase la recuperación física y económica de los futbolistas ante trances desdichados. Porque si los jugadores señeros, los que solían asomar a los medios, pudieran considerarse más o menos a salvo de la indigencia merced a movilizaciones de clubes, compañeros de profesión y público, cualquier modesto con mala suerte tenía todas las papeletas para quedar a la intemperie. Y como muestra baste comparar el percance del delantero murciano con el desastre del Betanzos, acaecido por esas mismas fechas.

El equipo coruñés se desplazaba en tren, cuando a la altura de Torre se produjo un fatal descarrilamiento. Este hecho apenas fue recogido por la prensa, lejos del ámbito gallego. Solía ocurrir con las catástrofes ferroviarias, consecuencia, muchas veces, del lamentable estado de raíles, traviesas y material rodante. Al régimen no le interesaba alarmar a los españoles, y aún menos dejar volar la imaginación de disconformes o republicanos emboscados, listos a presuponer sabotajes del maquis donde sólo mediaba el despiste o la obsolescencia mecánica. En menos palabras, se “recomendaba” no airear desgracias, aunque ello llevase aparejada la comprensible tibieza ante cuestaciones en favor de las víctimas. Baste comparar el monto de lo entregado a Alfonso, con cuanto llegó a reunirse durante la campaña pro damnificados del club Betanzos. Y eso que existieron víctimas mortales entre el puñado de modestos.

Remitido Al Betanzos………………….17.408 ptas.

Envíos a la Federación Gallega………… 1.300

Girado a la Federación Española……….. 8.714,85

Donativo de la Federación Española……50.000

Todo ello arrojaba un saldo de 77.422,85 ptas. Gracias a la meticulosidad de la Nacional, como entonces solía denominarse a la FEF, conocemos cómo fue el reparto, hasta su último decimal. Sírvanse los más curiosos:

Diferentes gastos e indemnizaciones diversas, adquisición de material deportivo e indumentaria para los jugadores del Club, debidamente justificados, supusieron una inversión de 20.005,85 ptas. Las 57.417 restantes se distribuyeron así, a propuesta de la Regional Gallega, refrendada por la Nacional:

Familiares de Moisés Remo, jugador fallecido…………….20.000

Familia de Manuel García, igualmente fallecido……………..20.000

A Enrique Dopico, jugador hospitalizado 120 días………….7.500

A Remigio Pérez, jugador con 56 días de hospitalización…. 3.500

Al Club Betanzos, por perjuicios materiales diversos……… 6.417

No era lo mismo fallecer durante un desplazamiento, si se era modesto, que perder una pierna como profesional de 2ª División. La injusticia resultaba evidente, contemplárase el cuadro desde cualquier ángulo. Había llegado la hora de resolver un problema endémico en nuestro fútbol.  Una omisión hasta cierto punto justificable durante las turbulencias que precedieron a la profesionalización, en 1926, pero sin medio pase cuando en torno al balón empezaban a moverse cifras ya muy respetables.

Este fue el pistoletazo de salida hacia la Mutualidad de Futbolistas, sobre cuyos pormenores se tratará en el próximo número de Cuadernos.

Alfonso vivió el discutible honor de representar un “antes”. El aguerrido atacante que no pudo pasar a la historia por sus virtudes balompédicas, lo hizo, en cambio, y de rebote, por una puerta lateral. Otros muchos, más anónimos, irían empedrando el “después”.

* Ayudó a ello, y no poco, la derrota del Eje en la II Guerra Mundial y el distanciamiento de la Falange protagonizado por Francisco Franco, en favor de la Iglesia. Clara maniobra destinada, si no a congraciarse con los aliados victoriosos, al menos tendente a propiciar el olvido internacional de antiguas veleidades fascistoides.