Un silbato vendido eliminó a España en Chile

Desde el Mundial de Brasil (1950), donde nuestra selección obtuvo un 4º puesto que supo a podio tras haber eliminado a Inglaterra, España no pudo estar presente en otra fase final hasta 1962, en Chile. Turquía y el “bambino” Franco Gemma con los ojos cubiertos, degollaron la esperanza de viajar a Suiza, en 1954. Escocia, con un punto más y peor golaveraje, volvía a impedir otra excursión en 1958, esta vez a Suecia. Pero Chile ya fue otra cosa. Para empezar, los nuestros tuvieron suerte, al corresponderles no un grupo de 3 selecciones en la fase clasificatoria, sino medirse a País de Gales como único adversario. Una victoria en Cardiff por la mínima, e igualada en Madrid a la vuelta, dieron opción a obtener pasaporte y billete para América si se superaba a Marruecos, campeón del Grupo II de África-Asia. Pero lo que se antojaba fácil, a punto estuvo de culminar en tremendo disgusto. Con el fin de calentar motores, los nuestros se habían medido en Sevilla ante Argentina, el 11 de junio de 1961, venciendo y convenciendo por 2-0, con goles de Luis Del Sol y Alfredo Di Stefano en la segunda parte. El 12 de noviembre se arañaba en Casablanca una sufrida victoria ante los marroquíes con gol, nuevamente de Luis Del Sol. Y en la vuelta, entre dudas y “ayes” del estadio Santiago Bernabéu, se volvía a repetir victoria mediante un raquítico y sorpresivo 3-2. La presencia española en el altiplano ya era un hecho, pudiendo presentar junto al Pacífico un equipo tachonado de estrellas.

Pedro Escartín, seleccionador nacional, presentó de inmediato su dimisión, tal como anticipara, cediendo el relevo a Pablo Hernández Coronado. Nuestra Federación, entonces, lucía engranajes y métodos obsoletos. Ni Escartín, ni Hernández Coronado, tenían mucho de estrategas. Podían entender de fútbol, de otro fútbol, en realidad, puesto que ambos provenían, no ya del blanco y negro, sino del cine mudo. Eran más delegados federativos que técnicos con el reloj puesto al día, y uno y otro, muy conscientes de sus limitaciones, se hacían ayudar por entrenadores de prestigio: el pentacampeón de Europa Miguel Muñoz, en el caso de Pedro Escartín, y “El Mago” Helenio Herrera por cuanto respecta al antiguo portero y secretario técnico Hernández Coronado. La elección de futbolistas podían realizarla los seleccionadores, pero designar quién jugaba, optar por la táctica más conveniente, ensayar estrategias y establecer patrones, corría a cargo de quienes en verdad estaban capacitados.

Alfredo Di Stefano, gran figura del fútbol europeo y de nuestra selección. Cuando el brasileño Didí se despedía de sus compañeros en el vestuario del Santiago Bernabéu, tras fracasar como “merengue”, se giró hacia Di Stefano, diciéndole: “A ti, Alfredo, te veré en Chile”. Y Di Stefano, sin volver la cara para mirarle, respondió: “No irás; estás acabado”. Didí volvería a proclamarse campeón mundial, en parte con la ayuda de un árbitro corrupto, mientras la “Saeta Rubia”, aquejado de problemas físicos, no pudo jugar ni un minuto”.

Durante los meses siguientes, el tándem H.H. – Hernández Coronado fue armando un elenco capaz de asustar a cualquiera. Y tras calentar motores ante Francia en el Estadio Olímpico de Colombes (empate a uno), el 31 de mayo de 1962 aquel potente conjunto debutaba sin suerte ante Checoslovaquia, puesto que pese a dominar y tras varios fallos en ataque, un error de marcaje a 10 minutos del final dejaba sólo a Stibrányi ante Carmelo Cedrún, para que anotase el único tanto. El 3 de junio, de nuevo en Viña del Mar, cargados de dudas y responsabilidad, los nuestros estuvieron a merced de la selección mexicana casi todo el choque. Reyes estrellaba un cabezazo en el marco, ya con Carmelo batido. Los aztecas parecían tener maniatados a sus oponentes cuando, en el último minuto y a la desesperada, Joaquín Peiró conseguía un triunfo que si bien insuflaba esperanzas, el once español no había merecido. Tocaba jugársela con Brasil, los vigentes campeones. Y aunque Pelé se hubiera lesionado durante el partido que midiese a la “canarinha” con Checoslovaquia, los Gilmar, Djalma y Nilton Santos, Didí, Garrincha, Vavá, Amarildo, Zito, Zósimo y Zagalo, se antojaban bocado de tiburón para quienes tan sólo lucieran como arenques despistados.

Helenio Herrera, no obstante, revolucionó su equipo, dando entrada a Araquistain, Echeverría, Collar y Adelardo. O lo que parecía más escandaloso, sentando en el banquillo a Carmelo, José Emilio Santamaría, Del Sol y Luis Suárez; esto es, genio y coraje  bajo el marco, la elegante seguridad atrás, el pulmón inagotable para la zona ancha, y la dirección sinfónica que pocos en el mundo eran capaces de imprimir a cualquier once. Pero hete aquí que cuanto se antojaba disparate funcionó muy bien. Brasil, ante tantos adversarios guarneciendo su portería, encasquilló cualquier asomo de verticalidad. Garrincha se estrellaba contra el paredón conformado por Vergés y Rodri. A Zito y Didí parecían fallarles sus dotes de improvisación. Echeverría se bastaba para despejar balones bombeados. Y en cuanto surgía la ocasión, Adelardo, Enrique Collar y Paco Gento salían al contragolpe. El extremeño Adelardo Rodríguez adelantaba a “la roja” en el minuto 34. El propio Adelardo anotaría un segundo gol en el minuto 60, anulado por el árbitro chileno Sergio Bustamante, para sorpresa general. Once minutos después, Amarildo establecía la igualada, España volvía a la carga y Vergés marraba una excelente oportunidad de marcar. A falta de 4 minutos, el propio Amarildo desbarataba el sueño. La selección de Helenio Herrera quedaba con 2 puntos, los mismos que México, pero con peor coeficiente, relegada al último puesto de su grupo.

Los escasos informadores españoles desplazados hasta el otro lado de la Cordillera Andina, simplemente transmitieron una decepción compartida a este lado del océano, en tantos hogares pegados al receptor de radio. Y es que si bien ese Mundial sería el primero televisado, en aquella España emergente de la autarquía eran pocos, poquísimos, quienes podían lucir en sus salones un “Askar”, “Philips”, “Grunding”, “Marconi”, “Iberia” o “Telefunken”, con su bailaora flamenca, una figurita de porcelana o el retrato de alguna primera comunión al lado. Nadie dijo nada sobre la sospechosa actuación del árbitro, ante Brasil. Tan sólo llegaron ecos ensordecidos del estupor en la F.I.F.A. al contemplar el elenco español, con Santamaría, antiguo mundialista uruguayo, Puskas, Di Stefano y Eulogio Martínez, también mundialistas o como mínimo internacionales con Hungría, Argentina y Paraguay, respectivamente. A lo largo de las semanas posteriores sólo se habló y escribió sobre las posibles razones del fracaso -la lesión de Di Stefano, que le impidiera disputar un sólo minuto-, el despego de Santamaría o Eulogio Martínez -quién sabe si porque no sintieran en demasía aquel escudo y colores-, o la deficiente preparación, sin amistosos de nivel, tan necesarios para corregir errores. Y también, con letra más pequeña o en voz baja, sobre el propósito de impedir para el futuro, tanto en competiciones UEFA como FIFA, aquel baile de nacionalizaciones, capaces de convertir un torneo de selecciones en algo semejante a la Copa de Europa, donde el Real Madrid triunfaba y el Barcelona o el Inter Milanés intentaban hacerlo, con futbolistas de Uruguay, Argentina, Francia, Hungría o Brasil en sus filas. Sergio Bustamante, el colegiado chileno ante España y unos cariocas formidables que a la postre revalidarían su título universal, no sólo parecía irse de rositas, sino que su nombre y peripecias bien poco dicen hoy a los buenos aficionados.

El pacense Adelardo Rodríguez Sánchez, aquel “chico tímido con acento extremeño que parecía asombrarse con todo”, al decir de los veteranos cuando lo recibiesen en el vestuario atlético, caricaturizado por Cronos. Bigoleador ante Brasil, aunque el árbitro anulase el tanto que hubiera supuesto un sorprendente 0-2 ante los campeones mundiales.

La realidad, lejos de nuestras fronteras, fue bien distinta, sin embargo.

Un periodista brasileño tuvo el cuajo de iniciar las pesquisas sobre aquella nefasta actuación del trencilla, concluyendo con el lugar, la cuantía económica, el modo y la fecha en que aquella compraventa concluyera cerrándose. Su acusación directa levantó una tormenta de órdago desde Manaus a Goiana, Brasilia, Recife, Belo Horizonte, Río, Sao Paulo y Porto Alegre, donde el fútbol no era un deporte, sino religión, conforme acreditara cierto político de la época en su arenga a los campeones: “Gracias por defender el orgullo nacional e insuflar esa esperanza tan necesaria en estos momentos difíciles. Las clases desfavorecidas obtienen de vuestro ejemplo la determinación que nos hará más grandes, competitivos y luchadores. Nada es inalcanzable cuando de verdad se persigue la meta. Nos lo habéis demostrado y ahora toda la nación debe seguir vuestros pasos, cumpliendo el sueño de un Brasil más desarrollado, feliz y unido. ¡Gloria a los campeones y gloria a Brasil!. ¡Gloria al pueblo que representáis! Porque este triunfo no sólo es vuestro, sino de todos”. El único sin motivos para mostrarse feliz bien pudiera ser Sergio Bustamante, cuya cabeza ya olía a pólvora.

Hijo de árbitro, cuidadoso en sus modales y con cierto don de gentes, desde muy joven había experimentado una carrera meteórica. Invitaciones desde el extranjero, relevante atención de los medios, buenas actuaciones a tenor de las crónicas y puertas abiertas en muchas instancias, en parte por haber mamado el fútbol desde la cuna, sólo podían traducirse en la pronta obtención de escarapela FIFA. Y gracias a ella, pudo dirigir el Brasil – España, decisivo para ambas formaciones. Ante la gravedad de lo publicado, el máximo organismo supranacional abrió una investigación o encuesta, sin que se hiciera público el resultado de la misma ni se tradujese en alguna resolución oficial. Volvían a imperar los protocolos no escritos del balón y sus jerarcas: la ropa sucia sólo se lavaba en casa, y la vida continuaba sin parches, tintes ni remiendos. Errónea manera de impartir justicia, porque existiendo daños a terceros toda transparencia siempre es poca. Oficiosamente, en cambio, a Bustamante se le aplicó un buen rejonazo.

Cinco años después de aquel fatídico día, un Sergio Bustamante en horas bajas invocaba su inocencia sin mucha convicción, desde un oscuro rincón en el purgatorio a donde lo desterrasen: “Las acusaciones contra mí fueron pura invención. Primero pensé en querellarme contra el calumniador. No veía otra posibilidad de salir al paso y defenderme de las injurias que atentaban contra mi reputación y honor. Lo que más me dolía era que todos, incluso mis mejores amigos, me volviesen la espalda. No querían mezclarse en un asunto de tal naturaleza y yo, claro, estaba solo y desorientado. Entonces decidí visitar a un alto funcionario chileno, le expuse todo con absoluta sinceridad y trató de tranquilizarme. Me dijo que olvidara ese asunto, que estaba convencido de mi integridad; que si hubiera tenido la más mínima sospecha o cualquier prueba acerca de mi corrupción, no me hubiesen dejado dirigir ningún partido más; que no temiera nada. Pero una infamia así deja huella, y aún me sigue doliendo”.

Los sobornos parecían ser moneda demasiado corriente en el fútbol sudamericano de los años 60 y 70. A “precios” muy asumibles, por otra parte.

Bonitas palabras para ocultar una muy real caída en desgracia. Tanto si la FIFA hallase pruebas o indicios, como si optara por cubrirse en salud, lo cierto es que Bustamante se vio relegado a dirigir partidos en Ligas inferiores, y a pesar de ello nunca se querelló contra nadie ni quiso defender su hipotética rectitud en ningún foro. Como mucho, si alguien se acordaba de él para acercarle un micrófono, o le dedicaba unas líneas, argüía en voz baja: “Es posible que haya tenido días donde mi labor no fuese acertada. Pero no era el peor árbitro. Me descendieron sin merecerlo, por razones que otros sabrán, quizás, y a mí no se me comunicaron”.

Otro callejón sin salida. Un regate más, en corto, para acreditar que el silencio no siempre es oro. Herida sin cicatrizar que, como ocurre ante cualquier mala praxis, volvería a reproducirse en pacientes con distinta ficha pero idéntica enfermedad. Porque en México, transcurridos 8 años, tornó a estallar otro escándalo apenas aireado, que no afectó a nuestra selección, una vez más sin presencia entre los mejores del planeta.         

Le tocó vivirla a Suecia y tuvo como nefando protagonista al árbitro brasileño Airton Vieira de Moraes, hombre que al saberse entre los 30 jueces invitados al mayor alarde balompédico del mundo aseguró ver cumplida su máxima ilusión. O por emplear sus propias palabras, “el sueño de toda una vida”. Una pesadilla, más bien, pues el destino le reservaba volver a casa sin haber debutado y con la carrera arbitral hecha trizas.

Orvar Bergmark, seleccionador sueco, narró así aquellos hechos para el diario “Dagens Nyheter” de Estocolmo:      

“Días después de conocerse la designación arbitral para el partido que debíamos disputar ante Uruguay, en Puebla, se recibió una llamada telefónica en nuestro lugar de concentración, preguntando por mí. Míster Bergmark, escuché atónito; puede comprar por 1.000 dólares a De Moraes, la persona que va a dirigir el partido Suecia-Uruguay. E inmediatamente escuché ese “clic” característico de la comunicación cortada. Entonces aún debíamos resolver nuestro choque contra Italia, y por tanto resultaba prematura cualquier cábala clasificatoria. Pero aun suponiendo en mi buena fe que pudiera tratarse de una broma o tontería de cualquier perturbado, se lo conté a Sandberg, jefe de expedición, cuya postura fue idéntica a la mía: rechazar ese hipotético soborno”.

Italia resolvió el partido por 1-0 y la expedición sueca hizo el viaje hasta Puebla con antelación suficiente para aclimatarse. Reinaba un buen ambiente y mucho ánimo, pues Italia, todo un clásico del fútbol europeo, tampoco es que hubiese mostrado gran superioridad sobre ellos. Y en esas, la misma voz volvió a pedir a través del hilo telefónico avisaran al seleccionador Bergmark:

“Todo está arreglado, me dijo con enorme seguridad. De Moraes está dispuesto a pitar de tal modo que Suecia salga triunfadora, por los 1.000 dólares de que hablamos. Intenté tirarle de la lengua, solicitando detalles. Y a medida escuchaba sus respuestas cobraba cuerpo la sensación de que no podía tratarse de un bromista; el asunto era para tomárselo muy en serio. Como nunca me había visto ante algo parecido, la experiencia de Sandberg constituyó para mí un gran consuelo. Y gracias a ello, extrayendo serenidad no sé de dónde, le dije que no íbamos a participar en ningún amaño, que podía despedirse de hacer negocios, porque de nuestros bolsillos no saldría ni medio dólar. Entonces ese anónimo “benefactor”, añadió sin alterarse: Muy bien, de Moraes aceptará la oferta uruguaya. Van a perder el partido”.

Sandberg no demoró en segundo en telefonear con Ken Aston, presidente del Comité de Árbitros de la FIFA, y como no lograse localizarle recurrió al mismísimo Stanley Rous, máximo responsable del organismo internacional, rogándole que pese a no ofrecerle más pruebas que esas dos llamadas telefónicas, tomase alguna medida urgente. Stanley Rous estuvo a la altura, sustituyendo al brasileño Vieira de Moraes por otro cuyo nombre se mantuvo en secreto hasta que ambos contendientes hubiesen llegado al estadio. Como ese hombre, el estadounidense Landauer, carecía de nivel para un dirigir un choque tan importante, los suecos protestaron, sin conseguir nada. Suecia necesitaba vencer a Uruguay por 2-0, y sólo pudieron marcarle un gol. Esa vitoria mínima permitía el acceso charrúa a cuartos de final, por golaveraje. Los rubios nórdicos sólo pudieron ver por televisión la victoria uruguaya ante la URSS (1-0), su gran partido en semifinales contra Brasil, poniéndoselo muy difícil a los futuros campeones hasta que un inmenso Jairzinho lograran desatascar el partido, y soñaron con que eran ellos y no el Uruguay de Mazurkiewicz o Luis Cubilla, quienes dirimían ante Alemania Occidental el encuentro por el tercer y cuarto puesto.

Los medios informativos y el periodismo gráfico solían hacerse eco de posibles sobornos a partir de los años 50 en el pasado siglo. Sin embargo corrieron un tupido velo sobre dos sonoros escándalos en el torneo que pretendía prestigiar al deporte rey. Por esa época había demasiadas cosas sobre las que no convenía hablar.

Avecinándose el Mundial de Alemania (1974) que coronaría en fútbol, aunque no en oro, a una Holanda vertiginosa, acaudillada por Johan Cruyff(*), y a la excelente Polonia de Lato y Deyna, el ya ex seleccionador Orvar Bergmark recogía en sus memorias una suma de reflexiones valiosas, imperantes, tan sólo, en ámbitos donde el fútbol aún no había descarrilado entre glorias a cualquier precio y empachos de dinero:

“Teníamos que luchar limpiamente por nuestros intereses. Podíamos ser los últimos, pero no los peores. Contaba la pureza del deporte, anques que nada. Podíamos haber ganado o perdido, pero siempre con la certeza de participar en una lucha honesta y limpia, sin que un árbitro comprado nos clasificase o eliminara. En los próximos Campeonatos creo que las designaciones arbitrales se harán públicas momentos antes de iniciarse cada partido. Al menos así debería hacerse”.

Por segunda vez, la FIFA promovió una investigación interna, con el foco puesto en Airton Vieira de Moraes, y fiel a sus costumbres nada se filtró a cerca de cuanto allí se pudo descubrir. Pero debió ser gordo, puesto que el Mundial de México se convirtió en mortaja deportiva de quien creyera haber cumplido “el sueño de toda una vida”.

El torneo que mitificase a Carlos Alberto, Gerson, Brito, Clodoaldo, Rivelino, Tostao, Edu, Pelé o Jairzinho, concluiría aplastando la carrera de otro brasileño, entre el olvido, cuando no el desinterés general.

Aquí, en España, ni el gol increíblemente anulado a Adelardo por un silbato chileno en venta, ni lo que pudo haber detrás de aquella “garganta profunda” telefoneando al seleccionador sueco, merecieron apenas la atención de nuestros medios. Tan sólo en febrero de 1973 el diario “Marca” se dignó recoger un extracto de cuanto narrase el periodista húngaro Istvan Somos, especializado en la persecución de chanchullos, para un medio de Budapest.

Corrían tiempos por la piel de toro, en los que no convenía hablar sobre demasiadas cosas. Quizás el fútbol tampoco intentase reventar los corchetes de aquella censura.

_______________________

(*).- Johan Cruyff, peleado con su Federación a raíz de que ésta firmase un acuerdo económico con la marca “Adidas”, sin beneficio para el elenco internacional, se negó a lucir los distintivos -trébol y tres rayas- de la marca. Paralelamente liquidó 7 millones de ptas. en concepto de distintas operaciones publicitarias, durante las tres semanas de aquella fase final. Esos 7 millones distaban mucho de constituir una tontería, cuando el salario medio en España durante 1974 rondaba las 20.000 ptas. mensuales brutas.




Queridos (y más temibles) enemigos.

El envenenado disparo con el que Toni Kroos superaba al debutante Kiko Casilla (con la inestimable ayuda del anegado y traicionero césped de Balaídos) y sellaba el triunfo para Alemania en el amistoso entre los dos últimos campeones del mundo, el pasado 18 de noviembre en Vigo, suponía el tanto número 593 que la Selección española ha recibido en toda su andadura internacional. Desde que aquel lejano 29 de septiembre de 1920 el belga Robert Coppée abriera el melón del marco  español, en los Juegos de Amberes, un total de 492 jugadores distintos han conseguido superar a nuestros diferentes guardametas a lo largo de los 644 partidos jugados, hasta hoy, por el conjunto español. Cifra a la que habría que añadir a los 15 futbolistas de nuestra Selección que decidieron en algún momento facilitar el trabajo de los delanteros rivales, introduciendo la pelota en el marco propio.

Entre  esos 492 futbolistas se encuentra la flor y nata del fútbol mundial de todos los tiempos, aunque muchos de los más grandes y venenosos goleadores de siempre no llegaran nunca a cantar gol ante nuestros defensas: futbolistas de la talla de Schiaffino, Vavá, Gerd Müller, Cruyff, Maradona, Shearer o Cristiano Ronaldo, consumados especialistas todos en la suerte suprema del fútbol, no lograron (en el caso del portugués, habría que decir hasta el día de hoy) rebasar las manoplas del portero español de turno. Otros gigantes del gol (Pelé, Kocsis, Cubillas, Van Basten, Romario…) ni siquiera tuvieron la oportunidad de batir nuestro marco, pues nunca llegaron a enfrentarse al equipo español. Y dos de los más productivos anotadores de siempre, Di Stéfano y Puskas, sencillamente decidieron jugar con la casaca roja de España, gracias a lo cual, el guardameta español tuvo, durante algunos años, un par de quebraderos de cabeza menos. Lo que pretendo en este informe no es sino enumerar a aquellos jugadores que consiguieron batir más veces la meta española. Un pequeño listado de futbolistas especialmente acertados cuando tenían ante sí un guardameta con el escudo de España en el pecho. Los jugadores más prolíficos a la hora de hacer goles a nuestro equipo. En definitiva, nuestros queridos (y más temibles) enemigos.

En el primer puesto de esta lista, líder indiscutible de la misma además, aparece el portugués Fernando Peyroteo. Nacido en Angola en 1918, Fernando Batista Seixas Peyroteo es uno de los más grandes goleadores de todos los tiempos, conservando según la IFFHS, el mejor promedio realizador de la historia de los torneos de liga de Primera División, al superar la media de 1.6 tantos por partido. Jugó para Sport Luanda, Sporting de Lisboa y Os Belenenses y convirtió 331 dianas en los 197 encuentros que disputó en el campeonato luso. Internacional en 20 ocasiones, con 15 goles marcados, 7 de  los cuales conseguidos contra la Selección española. No hay otro jugador con más tantos anotados a nuestro equipo nacional. Autor de los dos primeros goles que recibió España tras la Guerra Civil, jugó 5 encuentros contra sus vecinos ibéricos entre 1941 y 1949 y tan sólo se quedó sin mojar, curiosamente, en el más renombrado de todos: el del primer triunfo luso sobre las huestes hispanas, en enero de 1947 (Cuadernos de Fútbol nº 58).

Tras el gran ariete portugués, se sitúan en el segundo puesto, ex aequo, tres futbolistas capaces de marcar 4 goles a la Selección española en sus diferentes enfrentamientos. Por orden cronológico, son los siguientes:

Robert Coppée. Belga, nacido en 1895, jugó durante 16 temporadas en el Royale Union Saint-Gilloise de Bruselas. Campeón Olímpico en 1920 con su selección, participó asimismo en los Juegos de París de 1924. Quince veces internacional, consiguió 9 goles para los Diablos Rojos. Casi la mitad (4) se los marcó a España. Responsable directísimo de las dos primeras derrotas en la vida de nuestro combinado: el 29 de septiembre de 1920, en el segundo encuentro de la historia de la Selección, con un hat-trick que nos alejaba de la medalla de oro de los Juegos de Amberes (3-1), y el 4 de febrero de 1923, en el partido número 11 de la singladura española, con un tanto de penalti que significaba el 1-0 definitivo. Entre medias, disputó otro partido contra España, el 9 de octubre de 1921 en Bilbao, saldado con triunfo local por 2-0. Coppée puede presumir, pues, de haberle hecho a España el primer tanto en contra de su historia futbolística y otros tres más. Todos, por cierto, a un tal Ricardo Zamora. Doble mérito.

Gary Lineker. Natural de Leicester, Inglaterra (30-11-1960), Gary Winston Lineker fue uno de los mejores cazagoles de su generación. Perteneció al Leicester City, Everton, FC Barcelona, Tottenham y Nagoya Grampus Eight. Para la selección inglesa jugó 80 partidos y logró 48 goles, sólo uno menos que Bobby Charlton, máximo goleador histórico de los pross. Disputó dos Copas del Mundo, México-86 (donde se proclamó Pichichi con 6 dianas) e Italia-90 (con 4 goles más), consiguió también un Balón de Plata (1986) y uno de Bronce (1991). El 18 de febrero de 1987 jugó su único partido contra la Selección española en un amistoso disputado en el Santiago Bernabéu. La victoria contundente de los ingleses (2-4) tuvo en Lineker al destacadísimo protagonista del choque, al lograr él solito los 4 tantos de su equipo, en un ejercicio casi perfecto de oportunismo, pillería, eficacia y puntería, cualidades todas que le definían como ariete. El, por entonces, delantero del Barça se convertía, de esta forma, en el único jugador capaz de hacerle 4 goles a la Selección española en un solo partido.

Eduardo Vargas. Nacido en Santiago de Chile en 1989, es uno de los mejores atacantes sudamericanos de la actualidad. Eduardo Jesús Vargas lleva disputados hasta la fecha 39 partidos con la selección chilena, en los que ha logrado 18 tantos. Posee el récord de encuentros consecutivos marcando goles para su equipo nacional (6 partidos seguidos). Actualmente en las filas del Queens Park Rangers inglés, ha jugado también en el Cobreloa, Universidad de Chile, Gremio de Porto Alegre, Nápoles y Valencia CF. Se ha enfrentado a España en 3 ocasiones y en todas ha conseguido marcar. El 2 de septiembre de 2011, en un amistoso jugado en la localidad suiza de Saint Gallen, lograba su primer gol como internacional al batir a Casillas a los 19 minutos. Aunque Chile se puso con un 2-0 en el marcador, terminaría claudicando ante los nuestros por 3-2. Dos años justos después, también en un amistoso disputado en Suiza, logró los 2 goles de su equipo en el empate final registrado entre ambas selecciones (2-2). El último enfrentamiento de Vargas contra nuestro combinado nacional, dolorosísimo para nosotros, se produjo en Maracaná, el pasado 18 de junio, en el partido que suponía nuestro adiós al Mundial de Brasil. En la victoria chilena por 2-0, Vargas abrió el marcador a los 19 minutos, con su cuarto tanto marcado al conjunto español. Una marca que, al ser un jugador en activo, podría seguir aumentando si vuelve a cruzarse en nuestro camino.

Por último, en el tercer escalón de este particular ránking con los goleadores más efectivos contra España, aparecen aquellos jugadores que en sus respectivas carreras internacionales lograron marcar 3 goles al conjunto español. De nuevo por orden cronológico, son los que siguen:

Adolfo Baloncieri. Talentoso interior italiano, nacido en 1897, que se enfrentó a nuestro combinado nada menos que en 9 ocasiones entre 1920 y 1930, incluidos tres Juegos Olímpicos consecutivos (Amberes-20, París-24 y Amsterdam-28). Logró batir nuestro marco en 3 ocasiones, que serían 4 si aquel disparo que rebotó en la bota de Vallana y supuso nuestra eliminación de la Olimpiada parisina, no hubiera sido considerado autogol del defensa español. Contribuyó con un tanto al escandaloso 7-1 con el que los transalpinos nos eliminaron de los Juegos de Amsterdam y que es, todavía, la derrota más abultada en la historia de nuestra Selección. Internacional en 47 ocasiones, con 25 goles, tuvo una prolífica carrera como entrenador una vez colgadas las botas.

Pinga. Artur Sousa, Pinga, delantero portugués del FC Porto, marcó 3 goles a España en sus 7 enfrentamientos, entre 1930 y 1941. Durante los años de nuestra Guerra Civil, jugó 2 partidos más contra el conjunto español (marcó en ambos), no considerados oficiales por la Federación Española, aunque sí por la Portuguesa, que le computa en total 21 presencias con la Seleção y 9 goles.

Josef Bican. Uno de los grandes olvidados del fútbol. Según las fuentes más fidedignas (IFFHS), Pepi Bican anotó 749 goles en sus 485 partidos oficiales contando todas las competiciones, que lo convierten en el futbolista con mejor promedio goleador de la historia del fútbol. De padres checos, nació en Viena en 1913 y formó parte del gran Wunderteam, la brillante selección austríaca de mediados de los años 30, a la que sólo la parcial actuación del colegiado sueco Ivan Eklind contra Italia, le privó de disputar la final del Mundial-34. Tras la invasión de Austria por parte de la Alemania nazi, solicitó la nacionalidad checa lo que le abrió las puertas de aquella selección. Entre otros equipos, jugó para el Rapid de Viena y el Slavia de Praga, con el que consiguió 534 tantos en 10 temporadas. Internacional por Austria en 19 ocasiones (14 goles) y 14 por Checoslovaquia (12 dianas). En una ocasión se enfrentó a nuestra Selección y, por supuesto, dejó su firma: 3 goles en la victoria de Austria en Madrid, el 19 de enero de 1936 (4-5), que significaba la primera derrota de España en campo propio. Velocísimo, técnico, habilidoso, gran rematador, casi infalible, se decía de él que convertía 9 de cada 10 ocasiones que se le presentaban. Un fenómeno de difícil parangón, al que le faltó dar el salto a la Europa occidental (Kubala, Puskas, Kocsis…) para que su figura alcanzara el reconocimiento y la repercusión mundial que se merece.

José Travassos. Con 3 tantos a España en 5 enfrentamientos entre 1947 y 1950, José António Barreto Travassos fue autor de 2 de los 4 goles con los que Portugal derrotaba a nuestro equipo por vez primera en su historia, en enero de 1947. Volvió a batir a un guardameta español el 2 de abril de 1950, en la eliminatoria previa al Mundial de Brasil de aquel año, aunque su gol no sirviera para evitar la clasificación de España. Nacido en 1926, destacó en el Sporting de Lisboa y fue 35 veces internacional, convirtiendo un total de 6 goles.

Francisco Luis Palmeiro. Otro portugués en la lista de futbolistas con 3 goles marcados a España, los únicos que logró como internacional. Nacido en 1932, el 3 de junio de 1956, en Lisboa, se enfrentaba por primera y única vez a nuestro combinado. El resultado final de 3-1 para los lusos tuvo en Palmeiro al indiscutible protagonista, al anotar los 3 goles de su selección. Jugador del Portalegrense y Benfica entre otros varios, su corta carrera internacional (3 partidos) tuvo, sin duda, su momento de gloria en el encuentro contra España.

Jackie Mudie. Nació en Dundee, Escocia, en 1930 y se mantuvo durante 20 años como profesional, goleando, entre otros equipos, para el Blackpool y el Stoke City. Delantero centro potente y de buen control de balón, John Knight Mudie anotó 9 dianas en sus 17 entorchados internacionales, 3 de ellas a España. En mayo de 1957, durante la clasificación para la Copa del Mundo de Suecia, tuvieron lugar sus 2 enfrentamientos contra nuestro equipo. En el primero, disputado en Hampden Park, un hat-trick  de Mudie contribuía decisivamente a la victoria local (4-2). A pesar de perder en Madrid en la devolución de visita (4-1), Mudie y sus compañeros lograron aquella clasificación, para jugar el segundo Mundial en la historia de Escocia y dejar en la cuneta al equipo de los Kubala, Di Stéfano, Gento, Luis Suárez, Ramallets y compañía.

Johan Devrindt. Delantero belga nacido en 1945, jugó entre otros conjuntos, en el Anderlecht y el PSV Eindhoven. Con su selección sumó 15 dianas en 23 encuentros y participó en el Mundial de México-70. Precisamente, sus 3 goles marcados a la Selección española tuvieron mucho que ver para que Bélgica disputara aquel campeonato y, desde luego, para que no lo hiciera España. En diciembre de 1968, un gol de Devrindt en el Bernabéu daba un punto a Bélgica en plena fase clasificatoria. Dos meses más tarde, en Lieja, un doblete del mismo ariete terminaba con las esperanzas españolas de meterse en el Mundial y otorgaba medio billete a los Diablos Rojos. La incapacidad de nuestros chicos y el acierto de Devrindt ante Sadurní e Iríbar, causas principales, pues, de aquel adiós a México.

Dudu Georgescu. Posiblemente, el mejor nueve que ha dado Rumanía. Aunque jugó en varios equipos, Dudu, nacido en 1950, destacó fundamentalmente en el Dinamo de Bucarest, con el que conquistó cuatro Ligas y del que es aún su máximo goleador histórico. Con 252 tantos en 370 partidos, es también el jugador con más goles marcados en la historia del campeonato rumano. Bota de Oro en 1975 (33 goles) y 1977 (47), Georgescu defendió la camiseta nacional en 44 ocasiones, en las que materializó 21 tantos. Entre 1975 y 1979, durante tres fases clasificatorias consecutivas (para  la Eurocopa-76, el Mundial-78 y la Eurocopa-80), Dudu se convirtió en el dolor de muelas, casi recurrente, de nuestros centrales. En 6 partidos clasificatorios hizo 3 goles y mantuvo una encarnizada disputa con defensas de la talla de los Benito, Pirri o Migueli. Eso sí, nunca logró una clasificación con su selección ni tampoco dar el salto a otra liga más competitiva. España le privó de lo primero y el régimen comunista de Ceaucescu le impidió lo segundo.

Zinedine Zidane. No necesita ninguna presentación. Nacido en Marsella en 1972, Zizou, ha sido uno de los mayores talentos de este deporte. Campeón del mundo y de Europa con su selección, coleccionó toda clase de títulos y galardones personales a lo largo de su exitosa carrera. Jugó en el Cannes, Girondins, Juventus y Real Madrid. Fue 108 veces internacional y convirtió 31 goles. A nuestra Selección le tocó sufrirlo en 5 ocasiones entre 1996 y 2006, en las que el mago marsellés hizo 3 tantos. En la inauguración del Estadio de Francia, en enero de 1998, un gol suyo significaba el 1-0 final y la primera derrota de España tras 31 encuentros invicta. En la Eurocopa de Bélgica y Holanda del año 2000, abrió el marcador para su equipo con un magistral lanzamiento de falta. Francia se impuso finalmente por 2-1 y selló su pase para las semifinales de un torneo que terminaría conquistando. El último gol de Zidane a España también fue doloroso para nuestro fútbol. El 27 de junio de 2006 cerraba la cuenta de su equipo en los octavos de final del Mundial de Alemania y nos metía de nuevo en el avión de vuelta. Ese año jugó su segunda final mundialista y logró su tercer tanto, algo de lo que sólo los brasileños Vavá y Pelé y el inglés Hurst pueden presumir también.

David Healy. Norirlandés, nacido en 1979, es, por orden cronológico, el último de esta lista de 10 futbolistas capaces de hacerle 3 goles a España y el cuarto, hasta hoy, que ha logrado un hat-trick frente al combinado nacional español. Delantero de nivel medio, que ha militado en diferentes equipos de la liga inglesa y escocesa (Manchester Utd., Norwich, Leeds Utd., Rangers…), pero toda una figura en su país. No en vano, es el máximo anotador en la historia de la selección de Irlanda del Norte (35 goles en 74 partidos) y el único futbolista capaz de marcarle 3 goles a Iker Casillas en partido internacional. El 6 de septiembre de 2006 los norirlandeses nos derrotaban en Belfast por 3 tantos a 2, camino de la Eurocopa 2008. Healy, autor de los 3 goles de su equipo, se convirtió en mito nacional. En total, disputó 5 partidos contra España entre 2002 y 2007 y su hazaña goleadora dejó huella en nuestro país: se llevó por delante a Raúl, que no volvió a la Selección, y a punto estuvo de costarle el puesto también a Luis Aragonés.




España en los mundiales sub’20: Australia 1981

Mientras Argentina celebraba sobre el césped el título recién conquistado ante la URSS, en el marcador del Estadio Olímpico de Tokio ya se emplazaba a los aficionados para la siguiente edición del Mundial juvenil, a celebrar en 1981 en Australia. Con esta concesión, Joao Havelange cumplía con su promesa de llevar estos campeonatos a todos los continentes que jamás habían organizado un evento FIFA: tras África y Asia, Oceanía completaría el círculo evangelizador iniciado en Túnez 1977. Además, plenamente aceptado por el mundo del fútbol y consolidado en su estructura bienal sub’20, el “Torneo Mundial de Juveniles por la Copa Coca-Cola” cambiaba su nombre y adoptaba una denominación algo más formal: el de Australia sería el primer “Campeonato Mundial Juvenil por la Copa Coca-Cola”.

Podríamos decir que el largo y tortuoso camino a la isla continente empezó oficiosamente para España en noviembre de 1979, apenas dos meses después del Mundial de Japón, en la prestigiosa “Copa Príncipe Alberto” que se celebraba anualmente en Montecarlo en honor del entonces joven heredero monegasco. Tras las primeras pruebas de la primavera, el torneo de Montecarlo sirvió para que Jesús Pereda y José Emilio Santamaría comenzaran a trabajar de lleno con el bloque que debería luchar por su presencia en el “Torneo de Naciones de la UEFA” de 1980, que daría acceso al Mundial sub’20 de 1981.

En Mónaco, pese a contar con jugadores de la talla de Andoni Zubizarreta, Roberto Fernández, Urbano Ortega o Ángel Pedraza, por citar a algunos de los que luego tendrían una carrera más exitosa como profesionales, España acabó en una discreta sexta posición, generando dudas de cara a los compromisos oficiales del año siguiente. Sin embargo, con la incorporación de Jose Mari Bakero y, sobre todo, de José Miguel González Martín del Campo, “Míchel” (al que Pereda usaba en muchas ocasiones como falso delantero centro), ambos de escasos diecisiete años, el equipo mostró claros signos de mejoría en los dos amistosos disputados en casa contra Portugal (2-0) y Rumanía (0-0) a comienzos de 1980. Unas buenas sensaciones que se confirmaron en la eliminatoria de acceso al Europeo juvenil, en la que la selección jugó con brillantez y derrotó sin problemas a Suiza en ambos partidos: 3-0 en Ciudad Real y 0-2 en la encerrona que prepararon los suizos en un minúsculo campo de Altstätten.

A mediados de mayo, pocos días después de vencer en otro amistoso a Países Bajos (2-0), España viajó a Alemania Oriental para disputar el Europeo sub’18 con la moral por las nubes. Encuadrada en el grupo A junto con Italia, Noruega y Hungría, la selección juvenil no sólo pretendía ganarse en la RDA una de las seis plazas para el Mundial sub’20 de Australia 1981, sino que aspiraba incluso a luchar por el título. Sin embargo, todo se torció en el debut ante los transalpinos: pese a que España dominó el partido, Italia se adelantó en un córner al borde del descanso y ya no hubo forma de recuperar la desventaja ni en ese encuentro ni en la clasificación. La victoria por 2-1 sobre Noruega en la segunda jornada no sirvió para mucho: Italia no falló y, sumando tres de los siguientes cuatro puntos en disputa, se aseguró el liderato del grupo y el pase a semifinales. Con sólo doce jugadores de campo disponibles para la tercera jornada, por culpa de lesiones y sanciones varias, España cerró su participación derrotando a Hungría por 2-0 y acabó como la mejor segunda de los cuatro grupos, con lo que obtenía la clasificación para el Mundial juvenil del año siguiente.

Con la URSS ausente al haber perdido en la eliminatoria previa con Yugoslavia, la española se convertiría en la única selección europea que lograba participar en las tres ediciones mundialistas disputadas hasta entonces, lo cual era un éxito a resaltar. Inglaterra, que acabó ganando el torneo continental, Polonia, Italia y Países Bajos (con Danny Blind, Ronald Koeman, Ruud Gullit y Frank Rijkaard en el equipo) fueron los cuatro semifinalistas y, por tanto, también sacaron billete para Australia, mientras que la sexta plaza se decidió en un sorteo en el que Rumanía fue más afortunada que Portugal (ambas selecciones, segundas en sus respectivos grupos, habían empatado a todo). Sin embargo, no fueron estos los seis equipos europeos que viajaron a Australia casi un año y medio más tarde. Países Bajos renunció a participar y la UEFA invitó en su lugar a la selección de la República Federal de Alemania, que había pasado con más pena que gloria por aquel “Torneo de Naciones” de 1980. La razón de esa invitación (tanto Portugal como la RDA obtuvieron mejor puntuación en esa fase de grupos que Alemania Occidental) queda, muy a mi pesar, pendiente de una investigación más exhaustiva.

Durante el verano de 1980, tras el discreto papel de España en la fase final de la Eurocopa de Italia, la Federación decidió dar por concluida la larga etapa de Ladislao Kubala al frente del equipo nacional y le dio el cargo de seleccionador absoluto a José Emilio Santamaría. Con la absoluta no tendría demasiada suerte, pero la labor de programación de las categorías inferiores (de la recién creada sub’16 a la sub’23) que el hispano-uruguayo había iniciado dos años antes junto con Chus Pereda sí empezaba a dar sus frutos y durante la temporada 1980/1981 la nueva selección sub’18 cuajó grandes resultados. A la innegable calidad futbolística del grupo se unía la experiencia internacional adquirida por algunos de sus componentes, que habían formado parte de la selección de la temporada anterior, y todo ello hacía de aquella una de las mejores generaciones juveniles de los últimos años.

España acabó en tercera posición en la “Copa Príncipe Alberto”, repitió puesto en el primer “Memorial Valentin Granatkin” (torneo celebrado en Moscú en el pabellón cubierto del CSKA y sobre césped artificial) y superó nuevamente a Suiza en la eliminatoria previa del Europeo juvenil de 1981 por un global de 5-2. Además, se ganaron los tres amistosos disputados aquel año frente a Portugal, Francia (en París) e Italia, por lo que los resultados eran difícilmente mejorables. Ya en el Campeonato de Europa sub’18 (primero que se disputaba bajo esa denominación), celebrado en Alemania Occidental, los de Pereda hicieron buenos los pronósticos y consiguieron acabar líderes de grupo y acceder a semifinales por primera vez desde 1976, gracias a sus victorias sobre Inglaterra y Austria y a un empate contra Escocia. Parecía razonable soñar con un título que no se conseguía desde 1954, pero la suerte abandonó a los juveniles españoles en los partidos decisivos. En menos de 24 horas, primero Polonia y luego Francia se impusieron a España en sendas tandas de penaltis, para dejar con un amargo sabor de boca a un bloque con nivel suficiente como para haber llegado algo más arriba. El título, por cierto, se lo quedó la RFA.

Por su parte, la generación que había logrado el año anterior la clasificación para el Mundial sub’20 de Australia tuvo la oportunidad de volver a reunirse a finales de junio de 1981 para disputar en México DF la primera “Copa Joao Havelange”. Ocho selecciones de categoría sub’19, seis de ellas clasificadas para el Mundial juvenil, viajaron al país azteca para medir fuerzas, y España no salió mal parada. Tras perder contra Brasil (0-2) en el debut, los de Pereda vencieron a México por idéntico marcador y golearon 4-0 a Estados Unidos. Luego llegó la derrota ante a Argentina por 1-3 en la prórroga de las semifinales, pero los españoles se repusieron para ganar a Paraguay por 3-2 y alcanzar así la tercera posición final.

Un gran resultado en esa especie de ensayo general del Mundial sub’20 que daba pie al optimismo: uniendo a los mejores jugadores de este grupo (Zubizarreta, Chendo, Roberto…) con los más destacados del que había luchado por ganar el Europeo sub’18 de esa primavera (Míchel, Bakero…) había mimbres para optar a todo en Australia. Las expectativas eran tan altas que desde la Federación se confiaba en que el presumible éxito de los juveniles contribuyera a crear un ambiente positivo en el país de cara a España 1982. Pero, por desgracia, en el fútbol español de aquellos años no había manera de conseguir que algo saliera bien. Incluso cuando todo parecía estar a favor, como con esta gran selección sub’20, siempre nos las apañábamos para estropearlo de alguna manera. Y es que, en el arranque de la temporada que teóricamente debía resultar más esperanzadora para el balompié patrio, todo eran problemas.

A menos ya de un año del ansiado Mundial’82, la selección absoluta no carburaba y Santamaría no era capaz de transmitir ni al equipo ni a la afición la confianza necesaria como para afrontar el campeonato con un mínimo de ilusión. Televisión Española no retransmitía partidos de liga desde finales de 1979 porque los equipos pedían más dinero del que el ente estaba dispuesto a pagar. Y la AFE, el combativo sindicato de futbolistas creado a principios de 1978, cansada de reclamar por las buenas los más de 300 millones de pesetas que en aquel verano de 1981 debían los 66 equipos morosos del fútbol nacional (una auténtica barbaridad para una época en la que Bernd Schuster, por ejemplo, cobraba unos 18 millones anuales del FC Barcelona), acabó declarando una huelga el 31 de agosto que retrasó dos semanas el inicio del campeonato liguero, hasta que los jugadores consiguieron garantías sobre el pago de las deudas y la abolición de la norma que obligaba a los equipos de Segunda, Segunda B y Tercera a alinear a dos sub’20 en cada partido. Un parche temporal, porque antes de acabar la temporada se produciría un nuevo paro.

Por si había pocos frentes abiertos, la selección juvenil se convirtió en una víctima más del enconado conflicto que enfrentaba a futbolistas, clubes y federación. Durante el verano, varios equipos comunicaron a la Federación Española que no cederían a sus principales promesas para la disputa del inminente Mundial sub’20, y no eran pocos: auténticos puntales para Chus Pereda como Zubizarreta y Endika (Athletic), Bakero (Real Sociedad), Roberto (Valencia), Urbano (Español), Míchel o Chendo (Real Madrid) no viajarían a Australia por la negativa de sus respectivos clubes, que no querían perder a sus jóvenes valores durante tres semanas nada más arrancar la temporada. Otros jugadores de menos renombre posterior pero igual de habituales en las convocatorias juveniles, como Jesús García Jiménez (Rayo), Pascual Luna Parra (Hércules) o Luis Felipe Saavedra (Las Palmas), también se toparon con la prohibición de sus equipos. Una auténtica sangría a la que la Federación de Pablo Porta asistía impotente (mitad víctima pero también mitad culpable por algunas concesiones anteriores) y que, según publicó El Mundo Deportivo el 31 de agosto de 1981, hizo que el seleccionador meditase seriamente presentar su dimisión.

A un mes escaso del inicio del Mundial, Pereda se veía obligado a confeccionar a toda prisa un conjunto de perfil bajo cuando, de haber contado con todas sus estrellas, España habría sido un claro aspirante al título. Pero, no contentos con haber acabado de un plumazo con las opciones de triunfo de la selección, los clubes españoles siguieron interfiriendo en la preparación mundialista. Durante el mes de septiembre se celebraron tres breves concentraciones, dos en Madrid y una en Barcelona (en la que se disputó un amistoso contra suplentes y juveniles del Español que acabó 3-3), para las que algunos equipos también se negaron a ceder a sus jugadores. En Barcelona, el día 10, faltaron siete de los 24 citados, pero el caso más estrambótico se produjo en la tercera sesión, celebrada una semana después en Madrid y a la que sólo habían acudido 14 de los 20 futbolistas convocados: instantes antes de que comenzara el partidillo previsto contra los juveniles del Real Madrid, una llamada del Atlético ordenó a Roberto Simón Marina que se marchara de la Ciudad Deportiva blanca cuando el jugador ya estaba preparándose en el vestuario. El chaval, claro, tuvo que obedecer a su club y Pereda se quedó con un palmo de narices y con trece jugadores con los que, obviamente, poco trabajo de preparación podía hacer.

Finalmente, el 22 de septiembre el técnico burgalés dio una convocatoria, formada probablemente por futbolistas elegidos más por conveniencia que por convencimiento, para una última sesión preparatoria; tres días después, incluyó los mismos dieciocho nombres en la lista definitiva para el Mundial sub’20 de Australia. De esa relación, sin embargo, todavía se acabaría cayendo un jugador más: el sportinguista Nicolás Pereda, reclamado a última hora por su club debido a una lesión de Cundi. El bético Romo tuvo que viajar por su cuenta a Ámsterdam para reunirse con el resto del equipo antes de poner rumbo a Oceanía el día 29, en vuelo compartido con otras nueve selecciones participantes. Estos fueron, por tanto, los futbolistas con los que contó Chus Pereda para disputar el mundial juvenil de Australia 1981:

Pos.

Nombre Fecha Nac. Club

1

P

FERNANDO Peralta Carrasco 15/08/1961 CD Málaga

2

DF

Alberto Calvo VALLINA 15/11/1961 Sporting de Gijón

3

DF

Jorge FABREGAT Balmaña 04/12/1961 Terrassa

4

DF

Narcís JULIÀ Fontané 24/04/1963 Girona

5

MC

FRANCISCO Javier López Alfaro 01/11/1962 Sevilla

6

MC

José Manuel LACALLE Soage 30/04/1962 Real Sociedad

7

DL

José ALFONSO Martínez Crespo 02/02/1962 Real Madrid

8

DL

Recesvinto Casero Úbeda, “RECES 20/03/1962 Hércules

9

DL

Sebastián López Serrano, “CHANO 18/08/1961 Cádiz CF

10

DL

Sebastián NADAL Mejías 03/10/1963 Atlético de Madrid

11

DL

Gonzalo Alonso López Segovia, “CHALO 01/03/1962 CD Tenerife

12

MC

Roberto Simón MARINA 28/08/1961 Atlético de Madrid

13

MC

José Ramón González ROMO 12/10/1963 Real Betis

14

DF

Antolín Ocaña Puerto, “TOLO 02/08/1961 Albacete

15

P

Manuel RUIZ Pérez 03/12/1962 CD Jerez

16

DF

Francisco Javier Rodríguez Rodrigo, “JAVI 28/06/1962 Real Valladolid

17

DF

Francisco Javier Rodríguez Hernández, “FRANCIS 28/12/1962 Real Madrid

18

DF

Antonio IRIARTE Cela 05/03/1962 FC Barcelona

Dado que la convocatoria estaba plagada de jugadores que, en condiciones normales, no hubieran pasado de ser segundas e incluso terceras opciones para Pereda (el 29 de septiembre, el diario El País hablaba de hasta quince bajas con respecto a los planes iniciales del seleccionador), no extraña que el único futbolista que luego disfrutó de cierta continuidad en la absoluta fuera uno de los pocos “fijos” que sí esquivó el bloqueo: el centrocampista Francisco López Alfaro (Sevilla, Espanyol), que jugó veinte partidos internacionales, cuatro de ellos en el Mundial de México’86. Además, el centrocampista Roberto Simón Marina (Atlético, Mallorca, Toledo) también llegó a debutar con la absoluta en 1985. Del resto, cabría destacar las carreras del portero Fernando Peralta (Málaga, Sevilla, Castellón), del defensa Narcís Julià (Zaragoza), del delantero Reces (Hércules, Murcia, Xerez) y de Chano (atacante que se reconvertiría en lateral y jugaría en Cádiz, Mallorca y Málaga). Precisamente estos dos últimos eran, junto al zamorano Javi, los únicos convocados que formaban parte de plantillas de Primera división en 1981, aunque entonces sólo Reces sabía lo que era jugar en esa categoría.

El discutible comportamiento de los clubes españoles no era, de todas formas, un caso aislado. Las fechas previstas para el Mundial (del 3 al 18 de octubre) eran óptimas para celebrar un campeonato en el hemisferio austral pero chocaban de frente con la campaña futbolística de la Europa occidental. Al igual que España, tanto Italia como Inglaterra se toparon con la negativa de muchos equipos a ceder a sus jugadores en plena temporada (los ingleses sólo pudieron contar con cuatro de sus campeones de Europa en 1980), y tampoco pudieron concentrarse previamente. Caso distinto fue el de la “invitada” RFA, que sólo dispuso de cuatro días de entrenamientos pero que sí pudo contar con todo su bloque campeón de Europa sub’18 de 1981. Y vaya si se notó.

El formato del campeonato sería el mismo que en Japón 1979: dieciséis selecciones divididas en cuatro grupos, clasificándose para cuartos de final los dos primeros de cada uno de ellos. La principal diferencia radicaba en que los partidos durarían noventa minutos, y no ochenta como venía siendo la norma desde 1977. Esto agravó los problemas de cansancio que solían acusar los equipos por la acumulación de encuentros en pocos días, problemas que en Australia se vieron potenciados por los efectos del jet-lag que experimentaron muchos participantes. Además, la organización australiana eligió seis sedes para el torneo, en lugar de las cuatro habituales, por lo que los desventurados jugadores de los grupos C y D vieron como al agotamiento de los partidos se le sumaba el del desplazamiento que fueron obligados a realizar en una de las jornadas. Como no podía ser de otra manera, España fue una de las selecciones afectadas, al haber quedado encuadrada en el grupo C en el sorteo celebrado en Sidney el 31 de marzo.

GRUPO A

(Brisbane)

GRUPO B

(Melbourne)

GRUPO C

(Adelaida, Canberra)

GRUPO D

(Sidney, Newcastle)

Uruguay

Brasil

Rep. Fed. Alemania

Australia

Polonia

Italia

México

Argentina

Qatar

República de Corea

España

Inglaterra

Estados Unidos

Rumanía

Egipto

Camerún

En cuanto a los equipos participantes, debutaban en un Mundial juvenil Qatar, Estados Unidos, Rumanía, Egipto, Camerún, Inglaterra y la República Federal de Alemania, naciones estas dos últimas que años antes habían manifestado su negativa a la creación del campeonato. Esas reticencias iniciales habían desaparecido ya y la FIFA manifestaba su orgullo al ver que tanto las grandes potencias como otros países de menor tradición futbolística se empezaban a tomar muy en serio su participación en los Mundiales sub’20: los equipos asiáticos y americanos dedicaban meses a preparar a sus equipos, con concentraciones permanentes y numerosos partidos amistosos, y en Europa, más allá del problema puntual de fechas, el torneo iba ganando en prestigio.

Como en Japón 1979, hubo un árbitro de cada país participante, seis más de otras naciones y otros seis colegiados australianos que sólo actuaron como jueces de línea (entre ellos se encontraba Christopher Bambridge, que cinco años más tarde se cruzaría en el camino de la selección en el famoso partido contra Brasil del Mundial de México). Desde España viajó el zaragozano Emilio Soriano Aladrén, que únicamente tuvo la oportunidad de dirigir el Estados Unidos – Uruguay de la primera jornada.

Por desgracia, pese al evidente esfuerzo e interés demostrado por la organización australiana, el campeonato se vio afectado por diversos contratiempos que le restaron parte del brillo y protagonismo deseados por la FIFA. Dada la tradicional preeminencia de cricket, rugby y fútbol australiano en el país, sólo se pudo usar un estadio diseñado específicamente para el fútbol asociación, el Hindmarsh de Adelaida, y el espectáculo se resintió por el mal estado de algunos terrenos de juego. Además, una fuerte tormenta desatada un par de días antes de la inauguración del Mundial afectó seriamente a las nuevas torres de iluminación del histórico Sidney Cricket Ground, escenario previsto para la mayoría de partidos del grupo D y para la final, y los organizadores tuvieron que trasladar los partidos al adyacente Sports Ground, un estadio de menor capacidad (hoy ya demolido) y que no había sido debidamente acondicionado para el fútbol. El enorme óvalo del Cricket Ground, que como su nombre indica albergaba habitualmente encuentros de cricket (y también de rugby), sólo pudo acoger una semifinal y la final, y su maltrecho césped no permitió demasiadas florituras.

Por último, la coincidencia de fechas del Mundial con un torneo indoor de tenis en Sidney (que contaba con la participación de John McEnroe y otras grandes figuras de la época) y con unas pruebas preparatorias de los Juegos de la Commonwealth en Brisbane provocó que la propia televisión australiana emitiera muchos partidos en diferido, limitando el impacto mediático del campeonato. Pese a todo, el público respondió, gracias en buena medida a las colonias de expatriados de los países participantes residentes en Australia, y las gradas acogieron en total a cerca de 300.000 espectadores (según datos oficiales), muy cerca de las cifras registradas en Japón dos años antes.

EL CAMPEONATO

Plantilla de España para el Mundial sub'20 de Australia 1981 (Mundo Deportivo, 01/10/1981)

Plantilla de España para el Mundial sub’20 de Australia 1981 (Mundo Deportivo, 01/10/1981)

La primera jornada del Campeonato Mundial Juvenil de Australia 1981 dejó claro que aquel no iba a ser un torneo como los demás. Argentina, vigente campeona, perdió 2-1 en su debut contra la selección anfitriona; Qatar, entrenada por el brasileño Evaristo (exjugador de Barcelona y Real Madrid y seleccionador de Brasil en Túnez 1979), derrotó a Polonia por 1-0; y Corea del Sur aplastó a Italia por 4-1. Aquel mismo 3 de octubre, España saltó al campo en Adelaida convencida de su superioridad sobre Egipto, el rival más desconocido y teóricamente más sencillo del grupo, pero los africanos demostraron que estaban dispuestos a sumarse a la ola de sorpresas que recorría el sudeste australiano. Dominando largas fases de la primera parte, los egipcios se adelantaron pronto, en su primer saque de esquina, y los de Pereda no supieron traspasar la ordenada defensa de su enemigo. Con un sistema de cinco zagueros ideado para que Francisco liderara la ofensiva española desde el centro del campo, sólo el sevillista generaba cierta sensación de peligro, pero no conseguía conectar con los puntas.

En la segunda parte Pereda dio entrada a Chano, que había sido suplente por culpa de un proceso gripal, y el jugador nacido en Tetuán aportó la chispa necesaria para que España se hiciera por fin con los mandos del partido y le diera la vuelta al marcador. El propio Chano marcó el gol del empate en una jugada individual y, diez minutos después, el mallorquín Nadal cabeceó a la red un buen centro de Vallina desde la derecha. Sin embargo, Egipto no se amilanó con la remontada hispana y Amer Taher Abou-Zeid, de fuerte disparo, igualó de nuevo la contienda. Para disgusto de los varios cientos de emigrantes españoles presentes en el campo (aunque la FIFA da como cifra oficial de espectadores la de 7.500, las crónicas hablan de casi lleno en un estadio de 20.000 localidades), el marcador no volvió a moverse y España veía cómo se complicaban sus opciones de pasar a cuartos de final.

03/10/1981

Primera jornada del Grupo C.

ESPAÑA

(1)

Fernando; Vallina, Javi, Julià, Francis, Fabregat; Lacalle, Francisco, Marina; Reces (-54, Chano), Nadal.

EGIPTO

(1)

Ashour; Hashih, El Amshati, Helmi, Abbas; Sedki, El Kashab (-88, Hozain), Mihoub; Soliman, El Kamash (-66, Hassan), Abou-Zeid.

Goles

0-1 Abou-Zeid (EGY, min. 6); 1-1 Chano (ESP, min. 65); 2-1 Nadal (ESP, min. 74); 2-2 Abou-Zeid (EGY, min. 78).

Árbitro

Lee Woo-Bong (KOR).

Tarjetas

Estadio

Hindmarsh (Adelaida). 7.504 espectadores.

El duelo entre México y España en la segunda jornada de la fase de grupos parecía un fijo en el calendario de todo Mundial sub’20. Por tercera vez en tres ediciones españoles y mexicanos se veían las caras después del primer partido, y esta vez ambas selecciones se jugaban su continuidad en el torneo. Para México, que había caído por la mínima ante Alemania Federal, una segunda derrota significaría su adiós al Mundial, mientras que España buscaba una victoria que le permitiese afrontar el duelo ante los germanos con más posibilidades. Tras haber pasado una agradable jornada de convivencia con la colonia española residente en la zona (excursión que se saldó con el “fichaje” de un cocinero aficionado experto en tortillas por parte del doctor Jorge Guillén, que en su tercer Mundial juvenil sabía lo importante que era una alimentación variada y del gusto de los jugadores), los de Pereda salieron con otro aire y dispusieron de varias ocasiones para abrir el marcador sin que México fuera capaz de reaccionar. El merecido gol español terminó llegando al borde del descanso, cuando el incisivo Chano fue derribado en el área rival y él mismo transformó el consiguiente penalti.

La segunda parte se inició por los mismos derroteros, pero a España empezó a faltarle fuelle. La entrada de Chalo por Nadal facilitó las cosas a la defensa azteca, que se enfrentaba a tres jugadores (Chalo, Romo y Chano) de escaso metro sesenta de altura, y el bajón físico de Francisco terminó por hundir a España en su propio campo. México se fue al ataque y obtuvo su premio a falta de cuarto de hora para el final, cuando Agustín Coss remató de cabeza un golpe franco botado por Herrera. En el tumulto posterior al gol se produjo un encontronazo entre varios jugadores de ambos equipos que el colegiado uruguayo resolvió expulsando al mexicano Francisco Chávez y al español Narcís Julià, que luego afirmó no haber participado en la trifulca pero que se quedó con la roja y la consiguiente suspensión. El último tramo de partido fue un acoso mexicano sobre la meta de Fernando, pero España salvó los muebles. Todo se decidiría en la tercera jornada.

06/10/1979

Segunda jornada del Grupo C.

MÉXICO

(1)

Adrián Chávez; Francisco Chávez, Gamal, Martínez, Servín; Muñoz, Curiel (-46, Farfán), Coss; Vaca, Alonso (-63, Herrera), Ríos.

ESPAÑA

(1)

Fernando; Vallina, Julià, Francis, Fabregat; Tolo, Lacalle, Francisco, Romo;  Chano, Nadal (-72, Chalo).

Goles

0-1 Chano (ESP, min. 45) (p); 1-1 Coss (MEX, min. 75).

Árbitro

José Martínez Bazán (URU).

Tarjetas

Gamal (MEX, min. desconocido); Vallina (ESP, min. desconocido); Tolo (ESP, min. desconocido); Muñoz (MEX, min. desconocido). Expulsados Julià (ESP, min. 75) y Franisco Chávez (MEX, min. 75) por roja directa.

Estadio

Hindmarsh (Adelaida). 14.120 espectadores.

La sorprendente victoria de Egipto ante Alemania Federal (2-1) dejaba el grupo en una situación inesperada. Los africanos (que poco después de su histórica victoria se enteraron del atentado sufrido por su presidente Anwar el-Sadat y barajaron su retirada del campeonato) lideraban la clasificación con tres puntos, uno más que España y la RFA y dos por encima de México, que aún tenía remotas opciones de alcanzar los cuartos de final. Las posibles combinaciones eran muchas pero, gracias a que los partidos de la tercera jornada seguían sin jugarse a la misma hora, aquel 8 de agosto España saltó al césped del Bruce Stadium de Canberra sabiendo que México y Egipto habían empatado a tres goles y que, por tanto, un nuevo empate sería suficiente para eliminar a Alemania.

Sin embargo, los problemas para los de Pereda habían comenzado ya con el desplazamiento de Adelaida a Canberra. Mientras los otros tres equipos del grupo viajaban en un cómodo vuelo directo, la organización envió a España a bordo de un pequeño avión con escala en Melbourne. La parada técnica se alargó más de lo previsto por culpa de una huelga del personal de tierra del aeropuerto y España llegó a la capital australiana muchas horas después que sus rivales y sin tiempo para entrenar (ni para comer con el embajador, como estaba planeado). El colmo del despropósito fue que, al llegar al hotel, los alemanes ocupaban las habitaciones reservadas para los españoles, por lo que aún hubo que esperar un poco más para descansar del ajetreado día. No era, desde luego, el mejor modo de preparar un duelo tan trascendental.

La República Federal de Alemania presentaba un equipo formado por muchos de los recientes campeones de Europa sub’18 de 1981 y, en este decisivo partido, demostró su superioridad desde el inicio. España esperaba atrás, confiando en aguantar el empate que necesitaba, y no modificó su plan ni siquiera cuando los germanos se adelantaron en el minuto 30 por medio de Herbst. El segundo tanto, obra de Wohlfarth nada más comenzar el segundo tiempo, sí fue un mazazo para las aspiraciones del equipo español, que había basado sus opciones en intentar enganchar alguna contra con la velocidad de Chano y Chalo. En medio del desconcierto llegó el 0-3, esta vez de Anthes, aprovechando una nueva indecisión de la defensa. España estaba virtualmente eliminada, pero justo entonces salió a relucir el orgullo de los juveniles dirigidos por Chus Pereda, que esta vez sí acertó con los cambios.

Con Reces y Sebastián Nadal en el campo, el equipo ganó en presencia ofensiva y empezó a pisar terreno alemán con más insistencia. Fruto de ese empuje llegó un córner en el que Francisco acertó a batir la meta de Vollborn, y a partir de ahí España se volcó buscando un imposible que, contra todo pronóstico, estuvo muy cerca de llegar. El gol del lateral zurdo Fabregat, en un gran disparo, dio paso a cinco locos minutos en los que España acarició el empate; sin embargo, una falta lateral rematada por Wohlfarth cercenó el sueño de la remontada. Alemania Federal pasaba a cuartos de final acompañando a Egipto y España quedaba fuera del Mundial sub’20 a las primeras de cambio.

08/10/1981

Tercera jornada del Grupo C.

ESPAÑA

(2)

Fernando; Vallina, Javi, Francis, Fabregat; Tolo (-52, Reces), Lacalle, Francisco, Romo; Chano, Chalo (-57, Nadal).

R.F.A.

(4)

Vollborn; Winklhofer, Schmidkunz, Zorc, Trieb; Loose, Sievers, Schön (-82, Brummer); Anthes, Wohlfarth, Herbst.

Goles

0-1 Herbst (RFA, min. 30); 0-2 Wohlfarth (RFA, min. 47); 0-3 Anthes (RFA, min. 55); 1-3 Francisco (ESP, min. 72); 2-3 Fabregat (ESP, min. 80); 2-4 Wolhfarth (RFA, min. 85).

Árbitro

Arnaldo Coelho (BRA).

Tarjetas

Vallina (ESP, min. 57).

Estadio

Bruce Stadium (Canberra). 15.000 espectadores.

Fue una triste despedida para un campeonato que, en condiciones normales, podría haber sido un gran éxito para España. Desgraciadamente, las fechas elegidas por FIFA y los conflictos entre clubes, jugadores y federación privaron a Chus Pereda de varios de sus mejores futbolistas. Aunque los que fueron hicieron todo lo posible, a nadie se le escapa que, simplemente con algunos de los ausentes, es muy probable que España hubiera llegado bastante más lejos en un torneo de no mucha calidad general. Otra gran oportunidad perdida.

También Argentina e Italia hicieron las maletas antes de tiempo. Los italianos, aquejados de problemas similares a los de España, ni siquiera tuvieron ese arranque de orgullo para maquillar una pobre participación saldada con tres derrotas frente a Corea, Brasil y Rumanía. Por su parte, Argentina presentó un equipo que poco tenía que ver con el de 1979 y que ya había sufrido para clasificarse para el Mundial, logrando la última plaza vacante en una repesca intercontinental. Aunque contaba con jugadores como Sergio Goycoechea o Jorge Burruchaga, la derrota inicial contra Australia pesó demasiado y la albiceleste no dio nunca sensación de ser un verdadero aspirante al título. Además, varios de sus aficionados protagonizaron el único incidente violento del campeonato, al cruzar sus navajas con hinchas ingleses al término del encuentro que midió a ambas selecciones en la segunda jornada.

Entrando ya en el repaso a los cuartos de final, la RFA sufrió para derrotar por la mínima a una correosa Australia que llegó a marrar una pena máxima, mientras que Inglaterra tuvo que remontar un 0-2 al descanso ante Egipto para acabar doblegando a los africanos por 4-2. El choque entre Rumanía y Uruguay, que ya se preveía muy igualado, se decidió a favor de los europeos (2-1) con dos goles de falta de Romulus Gabor, el segundo logrado a cinco minutos del final. Y la gran sorpresa la protagonizó la Qatar de Evaristo, que derrotó por 3-2 a Brasil (entrenada por el exatlético Vavá) gracias al acierto goleador de Khalid Al-Mohamedi, autor de los tres tantos (dos de ellos de penalti), y al gran trabajo de su portero, que corrigió los numerosos errores de su defensa a tirar el fuera de juego.

Las semifinales enfrentaron a Inglaterra y Qatar, por un lado, y a Alemania Federal y Rumanía por el otro. Se presumía una final íntegramente europea, pero los asiáticos continuaron con su inesperada carrera hacia la gloria derrotando a los ingleses por 2-1. Qatar, que se puso 2-0 e incluso falló un penalti, aprovechó bien sus ocasiones, mientras que los delanteros británicos cayeron más de veinte veces en la trampa del fuera de juego hilvanada por la defensa qatarí y tampoco estuvieron finos en las pocas pero claras oportunidades que generaron al romper la línea rival. En la otra semifinal, Rumanía consiguió dominar grandes fases del duelo ante la RFA, pero apenas creó peligro real y el encuentro llegó al tiempo extra. Los germanos, cuyo juego ofensivo ya venía mejorando durante la segunda parte, controlaron bien la prórroga y se hicieron con la victoria gracias a un afortunado gol olímpico de Alfred Schön.

En la final, muy deslucida por la intensa lluvia que inundó el césped del Sidney Cricket Ground, no hubo color. Alemania supo leer perfectamente la arriesgadísima táctica defensiva de Qatar, quien a su vez era incapaz de dar tres pases seguidos por culpa de un encharcado terreno al que los jóvenes qataríes no estaban nada acostumbrados. Los delanteros germanos rompían una y otra vez la adelantada línea defensiva de su rival y sólo la gran actuación del portero Ahmed evitó una goleada aún mayor. En cualquier caso, el 4-0 final refleja a la perfección la diferencia existente entre ambos conjuntos. En su primera participación en el torneo, llegando además de rebote, la República Federal de Alemania se alzaba con el título de campeón del mundo sub’20.

En cuanto a los premios individuales, el Balón de Oro fue para el rumano Romulus Gabor, un mediapunta zurdo que dirigió el ataque de su selección y se mostró especialmente peligroso a balón parado, como demuestran los tres goles de falta que marcó en el torneo (los dos a Uruguay en cuartos de final y otro a Inglaterra en el partido por el tercer puesto y que supuso la victoria de su selección). Desgraciadamente, su carrera posterior no tuvo el mismo brillo: como las restricciones impuestas por el régimen de Ceaucescu le impedían salir de la liga rumana, rechazó fichar por los grandes de su país y se mantuvo en el equipo de su ciudad, el Corvinul Hunedoara, donde las lesiones minaron su trayectoria. Por detrás de Gabor en las votaciones quedaron dos alemanes: Michael Zorc, central en este Mundial, aunque luego destacó como centrocampista en el Borussia Dortmund (club del que es actualmente director deportivo), y el delantero Roland Wohlfarth, que brilló especialmente en el Bayern Munich de la segunda mitad de los ochenta.

La Bota de Oro al máximo realizador se quedó en Australia: con cinco jugadores empatados a cuatro goles, el premio fue para Mark Koussas, por haber disputado menos minutos que el egipcio Amer Taher Abou-Zeid. Durante su carrera posterior ninguno de los dos saldría de su país natal, aunque el africano disfrutó de una trayectoria bastante más impresionante: leyenda en el Al-Ahly cairota, disputó el Mundial de Italia 1990 y en 2013 fue nombrado ministro de deportes, cargo del que dimitió en enero de 2014 al ser condenado a un año de prisión. La Bota de Bronce se concedería ex aequo a los otros tres jugadores que anotaron cuatro tantos pero en más partidos: los ya citados Gabor y Wohlfarth y el también alemán Ralf Loose. En cualquier caso, ninguno de los premiados en Australia llegó luego a ser una gran estrella internacional. Es más: de todos los presentes en aquel Mundial juvenil, sólo el uruguayo Enzo Francescoli puede reclamar un puesto entre los elegidos. Aquella no fue, desde luego, una gran cosecha, pero las figuras del futuro regresarían a los Campeonatos del Mundo sub’20 en México 1983. España, la única selección europea que había conseguido participar en las tres ediciones anteriores, no lo haría.

_____

Fuentes consultadas:

Martialay, Félix: “Todo sobre todas las selecciones” (2007), Ed. Librerías Deportivas Esteban Sanz.

www.fifa.com

www.rsssf.com

www.bdfutbol.com

www.sefutbol.com

Hemerotecas y archivos digitales de los diarios ABC, El Mundo Deportivo, El País, Marca.




Historias de la Selección (IV). El gran papel realizado en Brasil (25 de junio-16 de julio de 1950).

Después de doce años de larga espera provocada por la tragedia de la Segunda Guerra Mundial, la Copa del Mundo hace su reaparición con su cuarta edición, disputada en Brasil, en 1950. Desde que el italiano Silvio Piola batiera por última vez al húngaro Antal Szabo en la final del Mundial de Francia, el 19 de junio de 1938, ninguna pelota de fútbol había vuelto a rodar en ningún estadio del planeta, con el título de campeón del mundo en juego. Nuestra Selección, que no pudo participar en las ediciones de 1930 y 1938, se ha deshecho con cierta facilidad de Portugal en la eliminatoria preliminar (5-1 en Madrid y 2-2 en Lisboa) y, con un gran conjunto y no pocas individualidades, dirigido por el ex guardameta internacional Guillermo Eizaguirre, llega al país de la samba con el propósito claro de pelear por los puestos de honor del campeonato. El sorteo nos ha mandado al grupo B, junto a un desconocido, Estados Unidos, una incógnita, Chile y un auténtico coco, Inglaterra, que disputa su primer Mundial y se ha convertido en uno de los equipos que más cuentan en las apuestas. Sólo uno de éstos pasará a la segunda y definitiva fase, que se disputará por el sistema de liguilla entre los campeones de los cuatro grupos de la primera ronda.

España se estrena el 25 de junio, frente a los norteamericanos, en el estadio Durval Brito de la ciudad de Curitiba. Juegan: Ignacio Eizaguirre; Alonso, Antúnez, Gonzalvo II; Gonzalvo III, Puchades; Basora, Igoa, Zarra, Rosendo Hernández y Gaínza. El primer susto del campeonato para los nuestros, morrocotudo además, no tarda en llegar. Jack Souza ha adelantado a su equipo al cuarto de hora y los españoles no ven rendija alguna en la maraña defensiva estadounidense. Nerviosos y desacertados, llegan al minuto 80 por debajo en el marcador, hasta que,  al fin, Igoa consigue romper la muralla de Borghi. El tanto del delantero valencianista abre la veda española y Basora y Zarra, en cinco minutos, le secundan, dando los dos primeros puntos al equipo. Se ha ganado, sí, pero hay que corregir cosas.

Cuatro días después, en Maracaná, nos enfrentamos a Chile, que había perdido en su debut contra los ingleses. Parra sustituye a Antúnez en el centro de la defensa, Panizo a Rosendo Hernández en el interior zurdo y Antonio Ramallets, que apenas lleva una temporada en Primera División, hace su debut en la portería española. Saldrá de Brasil como la gran revelación y el mejor guardameta del campeonato. Los nuestros mejoran considerablemente la versión ofrecida ante Estados Unidos y con dos goles de Basora y Zarra ponen rumbo a la segunda fase. Pero queda un escollo, un complicado obstáculo para alcanzar ese cuadrangular final: Inglaterra. Quizá más temible por nombre que por momento de forma (viene de perder con Estados Unidos en Belo Horizonte), pero a la que le basta con vencernos para mandarnos a casa.

Con un comedido optimismo por las dos victorias previas cosechadas y también con recelo, con mucho recelo por el siempre pomposo caché del rival, nuestros chicos saltan al majestuoso estadio de Maracaná, sorprendentemente mojado por la lluvia caída durante toda la noche anterior, para disputar ante Inglaterra el último partido de la primera fase. Es domingo, 2 de julio de 1950. Pocos lo pueden sospechar, pero será ésta una de las fechas históricas para el fútbol español. A nuestro combinado le basta el empate para asegurar el pase a la segunda ronda y, con ello, el cuarto puesto mundial. Inglaterra está obligada a ganar.  A las órdenes del italiano Giovanni Galleati, los equipos se alinean así: Williams; Ramsey, Eckersley, Wright; Hughes, Dickinson; Matthews, Mortensen, Milburn, Baily y Finney, por Inglaterra y Ramallets; Alonso, Parra, Gonzalvo II; Gonzalvo III, Puchades; Basora, Igoa, Zarra, Panizo y Gaínza, por nuestro país. Al otro lado del charco, media España pegada a la radio, a la incomparable voz de Matías Prats, vive de cerca el que ha sido, probablemente, el triunfo más mítico y legendario de la historia del fútbol español. Los ha habido más importantes (desde luego, no hasta entonces), pero quizá ninguno con este halo idealista y romántico. El partido arranca con un juego rápido, alegre y vistoso de los dos equipos, con varias ocasiones de gol en ambas porterías. Galleati anula uno a Milburn por presunto fuera de juego. Los radioyentes españoles respiran aliviados. Sobre el mojado césped, dos de los mejores extremos que jamás vio el fútbol mundial: de un lado, Sir Stanley Matthews, uno de los más brillantes futbolistas ingleses de la historia, y del otro, nuestro inigualable Piru Gaínza, el mejor jugador español desde Ricardo Zamora, además de un puñado de grandes figuras de la época. Es el mejor encuentro en lo que va de torneo y, sin duda, responde a las expectativas creadas, aunque al descanso se llega con el marcador inicial.

Al comienzo de la segunda parte, Inglaterra, que sintiéndose favorita y necesitada de la victoria para pasar había acrecentado su presión en el tramo  final del primer periodo, se vuelca sobre el portal español con la clara intención de solucionar cuanto antes la papeleta. Nuestra línea defensiva, siempre bien auxiliada por un Puchades titánico, tiene que multiplicarse para contrarrestar el empuje inglés, cada vez más acuciante. Los pross estrechan el cerco y las ocasiones de gol se suceden ante un inspiradísimo Ramallets. El partido del, desde entonces, Gato de Maracaná, es extraordinario, formidable. El gol británico parece cada vez más inminente, con oportunidades seguidas para Finney, Milburn y Mortensen, cuando, a los 49 minutos, llega la jugada que decidirá el partido para España: Gabriel Alonso, el defensa derecho, que tiene la orden de no pasar del centro del campo salvo resultado desfavorable, hace caso omiso y se interna como extremo. Centra pasado al segundo palo para que Gaínza toque de cabeza hacia el área pequeña. Igoa no puede llegar, pero sí Zarra, siempre oportunísimo, que con un ligero toque, salva la oposición del portero y lleva el balón al fondo de la red. ¡¡ Gooool, gooool de Españaaaa!!, grita jubiloso y alborozado Matías Prats y con él todo un país entero a miles de kilómetros. Un país poco acostumbrado a alegrías, con cierto complejo de inferioridad aún y que se restaña todavía las heridas de una guerra fratricida. Un país que es ahora testigo de una victoria mítica frente a los inventores del fútbol y que mete a nuestro equipo entre los cuatro mejores del mundo. Con este gol de Zarra España disputará el título de campeón a Uruguay, Brasil y Suecia en el cuadrangular final. Casi nada.

Con la moral ciertamente por las nubes, después de los tres triunfos en la fase de grupos, la Selección pone rumbo a Sao Paulo para jugar contra Uruguay el primer partido de la liguilla por el título. Los charrúas, campeones en 1930, sólo han disputado un encuentro en la primera fase y tienen su depósito de energía mucho más lleno que los nuestros. Han batido a la flojísima Bolivia por 8-0 en el grupo D, de sólo dos equipos. El 9 de julio, en el estadio Pacaembú, la Selección española juega ante los maestros uruguayos su mejor partido del Mundial. Nuestro técnico alinea a los mismos once héroes que vencieron a Inglaterra, con el cambio obligado de Molowny por Panizo lesionado. A la media hora Ghiggia adelanta a La Celeste con un gol que no intimida a los chicos de Eizaguirre. Basora, sensacional toda la tarde, logra dos extraordinarios tantos (minutos 37 y 40) que ponen por delante a España. El encuentro es duro, bravo, intenso. Nuestra Selección domina en el marcador y a falta de 15 minutos tiene controlado al peligroso arsenal ofensivo de Uruguay (Ghiggia, Pérez, Míguez, Schiaffino y Vidal). Quizá por eso no repara en Obdulio Varela, volante central y gran capitán charrúa, que lanza un misil desde 40 metros superando a un sorprendido (y desafortunado) Ramallets. Empate a dos final, que sabe a derrota para los nuestros. El día 13 se vuelve a Rio de Janeiro. Brasil, la máxima favorita, ha derrotado a Suecia por 7-1 y nos espera con las garras bien afiladas. Una victoria ante los españoles le colocaría en situación inmejorable para su último choque frente a Uruguay. España pone en liza a su alineación de gala, pero juega un partido desastroso. El peor del campeonato, ante una formidable selección. A los 15 minutos Parra marca en propia puerta y el equipo se resquebraja por completo. Jair y Chico aciertan dos veces más antes de la media hora y todo queda visto para sentencia. Tres dianas locales más tras el intermedio ratifican la superioridad brasileña, que está a un empate contra Uruguay de proclamarse campeona del mundo. Igoa marca el llamado gol del honor y el equipo, abatido anímicamente (¡ay, ese punto perdido al final contra Uruguay!) y destrozado físicamente, debe hacer de nuevo las maletas para volar otra vez a Sao Paulo. Un empate ante los suecos, en el último partido, nos daría una reconfortante tercera plaza.

El 16 de julio España salta al césped del Pacaembú con muchas caras nuevas en su once. El agotamiento de unos, las lesiones de otros y la decisión de Eizaguirre de hacer jugar a los menos frecuentes, dan con una Selección mucho menos competitiva de lo requerido en un partido como éste. Quizá no se ha valorado un tercer puesto mundialista como se debe. El empate contra Uruguay, en un duelo que se tenía ganado, ha hundido en el desánimo a los jugadores españoles. Y aunque los charrúas saldrán campeones de Brasil, con el celebérrimo Maracanazo, pocos apreciarán ese punto conquistado frente a ellos. El caso es que, ante Suecia, tampoco se juega bien y se sucumbe por tres tantos a uno. Zarra, que actúa lesionado gran parte del choque, marca para España a los 82 minutos, mucho después de que Sundqvist, Mellberg y Palmer lo hicieran para su equipo. El cuarto puesto final sabe a muy poco en esos momentos, después de haber podido pelear por el título. Con el transcurrir de los años, de las décadas incluso, se verá como un éxito irrefutable del fútbol español. Durante los próximos ¡60 años y 14 Campeonatos del Mundo! ninguna Selección española logrará mejorar este resultado.

CONTEXTO HISTÓRICO

En el año 1950 se funda en España la empresa de coches SEAT y se inaugura oficialmente el TALGO. El papa Pío XII aprueba el Opus Dei. Da comienzo la Guerra de Corea, que durará tres años. Chang Kai-Shek proclama en Taiwán la República China. Se crea en Estrasburgo el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Se reconoce a todos los judíos el derecho a vivir en Israel. Se inicia la primera temporada de la historia de la Fórmula 1, con victoria del italiano Giuseppe Farina. En España, la Liga se la lleva el Atlético de Madrid y la Copa del Generalísimo, el Athlétic, tras imponerse al Valladolid en la final, con cuatro goles de Telmo Zarra. El propio ariete vizcaíno resulta ganador del Trofeo Pichichi, con 25 dianas y el cancerbero gallego del Deportivo de la Coruña, Juan Acuña, logra el Trofeo Zamora.