España en los mundiales sub’20: Japón 1979

A pesar de todas las dificultades y dudas surgidas en torno a la creación de los campeonatos mundiales juveniles, para cuando el balón dejó de rodar en Túnez casi todo el mundo había asumido ya que el proyecto de Havelange era, en general, una buena idea. Así lo demuestra el hecho de que la FIFA tenía entonces sobre la mesa nada menos que seis candidaturas para albergar la edición de 1979: las de Estados Unidos, Irán, Australia, Japón, Uruguay y Países Bajos. El caso del país europeo era especialmente significativo, ya que la federación neerlandesa era una de las que había respondido negativamente a la invitación inicial que la FIFA había hecho a sus miembros para participar en la primera edición. Dos años después, Países Bajos no sólo quería jugar el torneo, sino que pretendía organizarlo. Su candidatura, sin embargo, tenía poco que hacer en esa carrera, porque la FIFA pretendía seguir llevando su torneo juvenil a países donde el fútbol estuviera prácticamente en pañales.

Eso sí: esta vez también se querían evitar los problemas sufridos en Túnez, así que las propuestas de Japón, Australia y Estados Unidos parecían partir con cierta ventaja, pues eran países desarrollados, con buenas infraestructuras deportivas y hoteleras y capaces de captar más patrocinadores y televisiones para la causa. Finalmente, el 14 de enero de 1978, un día antes del sorteo de la fase de grupos del Mundial de Argentina, el Comité Ejecutivo de la FIFA eligió a Japón como sede del segundo “Torneo Mundial de Juveniles por la Copa Coca-Cola”, que además ampliaba su rango de edad y se abría a jugadores menores de 20 años (se permitió la participación de futbolistas nacidos a partir del 1 de agosto de 1959). Entonces era difícil adivinarlo pero, tras el experimento sub’19 de Túnez 1977, aquel campeonato se acabaría convirtiendo en el espaldarazo definitivo que consagraría a los Mundiales juveniles como un torneo de referencia en todo el planeta.

Y todo porque el país del Sol Naciente alumbró el nacimiento de la que sería la estrella más brillante del firmamento futbolístico durante los siguientes quince años: un pibe argentino que, con el 10 a la espalda, quiso sacarse la espinita de no haber sido incluido en la escuadra definitiva para el Mundial absoluto del año anterior. Sin haber cumplido los diecinueve y con el mismísimo César Luis Menotti en el banquillo, Diego Armando Maradona Franco hizo y deshizo a su antojo para decirle al mundo (y al Flaco) que no había nadie mejor que él. Y el mundo lo vio y tomó nota y, desde entonces, los mundiales juveniles se convirtieron en una especie de dorada California de 1849 a la que aficionados y clubes comenzaron a acudir en masa para intentar descubrir al nuevo crack del futuro. El tiempo acabaría por confirmar que el oro puro suele escasear, pero no resulta descabellado afirmar que, con su deslumbrante actuación en Japón, Maradona hizo más por la promoción de estos campeonatos que Joao Havelange, Harry Cavan, Joseph Blatter (que en 1979 proseguía su meteórica ascensión y ya era secretario del comité organizador del torneo) y el resto de ejecutivos de la FIFA juntos.

Y, aunque su presencia en aquella edición no acabara pasando a la historia como la del “Pelusa”, España también estuvo allí. Tras cumplir el expediente ante Malta, a la que se derrotó por 2-0 tanto en la ida como en la vuelta de la eliminatoria previa, en mayo de 1978 la selección española juvenil disputó en Polonia la fase final del “Torneo de Naciones” de la UEFA (o Campeonato de Europa sub’18, como sería conocido a partir de 1981), que ponía en juego las seis plazas europeas para el Mundial sub’20 de Japón 1979. Encuadrada en el grupo D junto a la selección anfitriona, Inglaterra y Turquía, España debutó en la ciudad de Chorzow enfrentándose precisamente a Polonia, a la que venció por 1-2. El pase a semifinales, reservado únicamente al líder del grupo, parecía bien encarrilado tras superar al rival teóricamente más fuerte, aunque la posterior derrota por 1-0 a manos de una Inglaterra rocosa pero de paupérrimo nivel futbolístico dejó todo abierto para la última jornada.

En ella, los de Chus Pereda no pudieron pasar del empate a uno ante Turquía, en un duelo marcado según las crónicas por una actuación arbitral que parecía buscar un tropiezo hispano que favoreciera al equipo anfitrión. Hubiera o no esa intención, lo cierto es que finalmente fue Polonia quien encabezó el grupo y accedió a la siguiente ronda. España quedaba eliminada pero, al ser una de las mejores segundas, se ganaba el billete para el Mundial juvenil del año siguiente. También lograron plaza la URSS, que ganó el torneo, Yugoslavia (como subcampeón) y Polonia (por su tercera posición final). Hungría, como mejor segunda de los cuatro grupos, y Portugal, que se benefició de la renuncia de Escocia (que había acabado el torneo en cuarta posición), completarían la representación europea en Japón.

Entre ese “Torneo de Naciones” y el Mundial juvenil se produjo una importante novedad en la estructura de la Federación Española que marcaría el futuro más inmediato del fútbol patrio: tras el Mundial de Argentina 1978, José Emilio Santamaría, que a finales de los sesenta ya había sido seleccionador juvenil, se reincorporó a la federación que presidía Pablo Porta como coordinador de las selecciones nacionales. Su misión, además de entrenar puntualmente a la sub’21 (categoría recuperada por la UEFA en 1976), era supervisar tanto a Ladislao Kubala, seleccionador absoluto, como a Chus Pereda, encargado de la selección juvenil, con el objetivo de coordinar su trabajo con vistas a formar un bloque competitivo para el Mundial 82. En el aspecto formativo, la idea de Santamaría era renovar casi por completo las estructuras del fútbol base nacional, para lo cual se rodeó de un comité técnico integrado por Luis Molowny, Vicente Miera, Miguel Muñoz, José Luis García Traid o Koldo Aguirre, entre otros entrenadores de prestigio, que servirían de enlace entre la Federación y los clubes españoles.

Sin embargo, las funciones de este nuevo cargo no fueron muy bien entendidas ni por prensa ni, en ocasiones, por los propios seleccionadores. Aunque Santamaría intentaba desligarse de las cuestiones puramente técnicas y de todo lo relacionado con la absoluta, su constante presencia como responsable superior del seleccionador de turno (ya fuera acompañando a los equipos, participando en los entrenamientos, encargándose de las ruedas de prensa o, incluso, asumiendo en ocasiones la dirección desde el banquillo) despertaba siempre la duda sobre quién tomaba realmente las decisiones. La situación se resolvería en 1980, cuando Santamaría sustituyó a Kubala al frente de la absoluta y todo el mundo tuvo claro quién mandaba a partir de ese momento, pero la bicefalia dio pie a más de un momento engorroso durante el Mundial juvenil de 1979, como cuando un molesto Pereda, teórico seleccionador, le comentó al enviado especial de El Mundo Deportivo que las preguntas sobre la alineación se las hiciera al hispano-uruguayo, jefe de la delegación española.

En cualquier caso, la labor de dirección de Santamaría sí se notó claramente (y para bien) en la preparación de los equipos de base. Desde su llegada al cargo se multiplicaron las concentraciones, amistosos y participaciones en torneos en todas las categorías con respecto a años anteriores y, aunque luego no siempre se lograra el objetivo de clasificación para las fases finales, sí se notaba una planificación más cuidada. En el caso que nos ocupa, el tándem Pereda-Santamaría pudo reunir a los jugadores con los que contaba para la cita nipona con cierta asiduidad durante la temporada 78/79, organizando varios encuentros entre las selecciones juvenil y sub’21 y disputando además tres amistosos: uno en marzo, en Pamplona, frente a la URSS (0-1), otro en mayo, en Cáceres, contra Portugal (1-0) y un último en junio, en Cádiz, frente a la República Federal de Alemania (0-4). Si bien los resultados no acompañaron del todo, al menos se realizó un importante trabajo de cohesión del grupo y se hicieron pruebas con los candidatos a formar parte del equipo.

Las diferencias con respecto a la preparación específica realizada de cara al Mundial juvenil de Túnez también fueron más que notables. El torneo de Japón arrancaba a finales de agosto de 1979, de modo que los chavales se incorporarían a la disciplina de la selección tras casi dos meses de vacaciones, ya que las fechas previstas para iniciar la concentración coincidían con el arranque de la pretemporada de muchos equipos. Antes de decidir la lista definitiva de convocados los técnicos se ocuparon, por ejemplo, de conocer la disponibilidad de los futbolistas en relación al servicio militar: no querían que la preparación se viera enturbiada por problemas con los permisos que impidieran a algún jugador acudir a los entrenamientos u obligaran a llamar a sustitutos fuera de forma. Así, esta vez nadie que estuviera realizando la “mili” fue llamado a filas por la selección juvenil. El 18 de julio se dio a conocer la convocatoria y el 7 de agosto, tras un par de sesiones de entrenamiento en Madrid, los jugadores viajaron a Barcelona, cuyo clima estival se asemejaba bastante, en cuanto a calor y humedad, al que probablemente se encontraría el equipo en Japón, y donde no habría dificultades para concertar amistosos contra clubes que estuvieran realizando su propia pretemporada.

Detalle de la portada del diario “Marca” del día 7 de agosto de 1979.

Detalle de la portada del diario “Marca” del día 7 de agosto de 1979.

En apenas una semana, entre entrenamiento y entrenamiento, la selección juvenil se enfrentó al Barcelona Atlético (con derrota por 3-1), al primer equipo del Barcelona (derrota también por 3-1 en partido disputado en el Camp Nou a la atípica hora de las nueve y media de la mañana), al Terrasa (0-0) y al primer equipo del Español (2-2). Nuevamente las comparaciones con la preparación para Túnez 1977, cuando en doce días sólo se había podido jugar un amistoso contra el Rayo Vallecano, eran más que positivas. La concentración fue altamente satisfactoria y la selección dejó Cataluña con buen sabor de boca: no se habían producido bajas, la progresión física y táctica de los juveniles era clara y el buen nivel del equipo sorprendió a sus rivales profesionales, por lo que aumentó el optimismo sobre el papel que España podría hacer en el Mundial.

Como anécdota, cabe señalar el itinerario elegido por España para viajar a Japón, especialmente extraño visto con ojos de hoy aunque justificado entonces por las restricciones del espacio aéreo soviético. Para llegar al lejano oriente la expedición española tuvo que poner primero rumbo al norte, luego al sur y después al oeste: de Madrid a Ámsterdam, de Ámsterdam a Anchorage (Alaska) atravesando el polo norte, y de Anchorage a Tokio para llegar por fin a tierras niponas el 20 de agosto. Más de veinticuatro horas de viaje, entre vuelo y escalas, convertidas en casi cuarenta y ocho por haber cruzado durante el largo periplo la línea internacional de cambio de fecha. Por fortuna, los cinco días que faltaban para el primer partido fueron suficientes para que los jugadores se recuperaran de la fatiga del viaje.

Estos fueron los futbolistas elegidos por Santamaría y Pereda para disputar el campeonato juvenil de Japón 1979:

Pos.

Nombre Fecha Nac. Club

1

P

AGUSTÍN Rodríguez Santiago 10/09/1959 Real Madrid

2

DF

Arseni COMAS Juliá 28/06/1961 Barcelona

3

DF

Miguel TENDILLO Belenguer 01/02/1961 Valencia

4

DF

José Manuel Martínez Toral, “MANOLO 29/10/1960 Barcelona

5

DF

Francisco Manuel García Padial, “FRANCIS 09/02/1960 Granada

6

MC

Agustín CAMACHO Bayo 19/03/1960 Almería

7

MC

Antonio Vargas Quijada, “BIRI 14/09/1959 Algeciras

8

DF

Francisco Enrique MUÑOZ PÉREZ 12/05/1960 Málaga

9

MC

Antonio Pérez Ayllón, “MARCELINO 10/04/1960 Barcelona

10

MC

Manuel ZÚÑIGA Fernández 19/06/1960 Calvo Sotelo

11

MC

Manuel Jesús ZAMBRANO Díaz 08/03/1960 Recreativo de Huelva

12

MC

Luis Miguel GAIL Martín 23/02/1961 Valladolid

13

P

Andoni CEDRÚN Ibarra 05/06/1960 Athletic de Bilbao

14

MC

Luis Enrique MARIÁN Díez 19/12/1959 Rayo Vallecano

15

DL

José JOAQUÍN Pichardo Fernández 12/08/1959 Sevilla

16

DL

MARCOS Alonso Peña 01/10/1959 Racing de Santander

17

DL

Juan Carlos Pérez ROJO 17/11/1959 Barcelona

18

DL

MODESTO Pérez Moreno 07/11/1959 Getafe

Muchos habían sido habituales en Segunda durante la campaña anterior y algunos, como Marcos o Marián, lo eran ya en Primera (de hecho Marcos Alonso ficharía por el Atlético durante aquel mes de agosto), categoría en la que también habían debutado Tendillo, Zambrano o Manolo. Casi todos los convocados tendrían luego una larga carrera profesional en estas dos categorías, aunque sólo Tendillo (Valencia, Murcia, Real Madrid, Burgos) y Marcos Alonso (Racing, Atlético de Madrid, Barcelona) llegarían a debutar con la selección absoluta. Junto a ellos, también se mantuvieron muchos años al más alto nivel los porteros Agustín Rodríguez (Real Madrid, Tenerife) y Andoni Cedrún (Athletic, Cádiz, Zaragoza, Logroñés), los defensas Manolo (Barcelona, Murcia) y Muñoz Pérez (Málaga, Valencia, Real Madrid) o los centrocampistas Manolo Zúñiga (Español, Sevilla, Sabadell), Luis Miguel Gail (Valladolid, Betis), Manolo Zambrano (Recreativo, Sevilla, Málaga, Celta, Murcia) y Luis Enrique Marián (Rayo, Atlético de Madrid, Celta), aunque no todos con la misma trascendencia. Otros, como Camacho (Almería, Elche), Biri (Algeciras, Sevilla, Cartagena) o Francis (Granada, Betis) disfrutarían de menos oportunidades en la élite.

La Federación Española no era la única que había tomado nota de los fallos cometidos dos años antes. Corrigiendo parte de los errores de Túnez, en el Mundial sub’20 de Japón 1979 la FIFA mantuvo los cuatro grupos de cuatro equipos (repartidos en cuatro sedes) pero incluyó una ronda de cuartos de final, para la que se clasificarían los dos primeros de cada grupo. Así se intentaba que la emoción se prolongara a lo largo de las tres jornadas de la primera fase; sin embargo, la duración del campeonato no se alteró, de modo que la inclusión de esa ronda extra también hizo que el calendario se comprimiera, reduciéndose al mínimo el tiempo de descanso entre partidos: en la primera fase los equipos jugaban en días alternos y lo mismo ocurrió, tras un receso de cuarenta y ocho horas antes de los cuartos de final, durante las eliminatorias.

Tal vez por esa circunstancia, la FIFA mantuvo la duración de los encuentros en los ochenta minutos (con prórrogas de veinte en la fase eliminatoria) a pesar de que la mayoría de futbolistas ya estaban acostumbrados a jugar partidos de noventa minutos. En cualquier caso, varios entrenadores y jugadores se quejaron de la excesiva acumulación de partidos, pero el frenético formato se mantendría durante varias ediciones más. Y tampoco se modificaron los horarios para que los duelos de la tercera jornada se disputaran a la vez: a pesar de que ya habían ocurrido incidentes similares en torneos anteriores, tanto absolutos como juveniles, habría que esperar al vergonzoso Alemania-Austria de España’82 para que la FIFA cambiara por fin su obtusa mentalidad.

En cuanto a los equipos participantes, seis habían estado ya en Túnez 1977: España, la URSS, Hungría, Uruguay, Paraguay y México, aunque únicamente repetían presencia mundialista dos jugadores uruguayos: el portero Fernando Alvez y el atacante Rubén Paz. Del resto de selecciones destacaban especialmente las presencias de Canadá, Guinea e Indonesia, equipo este último invitado por la FIFA y la Confederación Asiática tras la renuncia por razones políticas primero de Irak (campeón juvenil asiático de 1978, en trofeo compartido con la República de Corea) y luego de Kuwait y la República Democrática Popular de Corea (esa Corea que no es república, ni democrática, ni popular), que habían acabado en tercera y cuarta posición de su campeonato continental. Por el contrario, Brasil fue la gran ausente en Japón: tras aquel fiasco, la canarinha no volvería a faltar a un Mundial juvenil hasta el de Turquía 2013.

Además, cada país participante aportaba un árbitro a la competición (salvo Guinea, cuyo colegiado no pudo acudir por razones de salud), completando el numeroso equipo arbitral seis trencillas de otras naciones y cinco asistentes nipones. Por parte española viajó a Japón el pacense, aunque criado en Madrid, Augusto Lamo Castillo, que acabaría dirigiendo dos partidos, entre ellos la semifinal que enfrentó a Argentina y Uruguay.

Este fue el resultado del sorteo de la primera fase:

GRUPO A (Tokio)

GRUPO B (Omiya)

GRUPO C (Kobe)

GRUPO D (Yokohama)

Japón

Polonia

Portugal

URSS

España

Yugoslavia

República de Corea

Hungría

México

Argentina

Paraguay

Uruguay

Argelia

Indonesia

Canadá

Guinea

Las ciudades de Omiya, actualmente integrada en Saitama, y Yokohama se encuentran situadas muy próximas a la capital nipona, de modo que los organizadores pudieron alojar en un mismo hotel de Tokio a los doce equipos que jugarían en esas sedes. Esto provocó más de un problema a la hora de coordinar los desplazamientos hasta los distintos campos de entrenamiento, debido al intenso tráfico de la megaurbe tokiota, aunque los partidos no se vieron afectados. En los primeros días, como en Túnez dos años antes, también hubo algún desajuste con las comidas, pero la atención fue exquisita, como corresponde a la cultura local, y el lujoso hotel Príncipe Takanawa dejó a todos más que satisfechos: la Argentina de Menotti, que se presentó en Japón alardeando de profesionalidad extrema y llegó a avisar de que se retiraría del torneo si la organización no respondía a sus exigentes expectativas, no tuvo motivos para cumplir su amenaza. En la sede de Kobe tampoco hubo incidencias reseñables.

Además, las instalaciones deportivas eran de primer nivel, incluyendo campos de césped artificial en varios centros de entrenamiento (campos que, de todas formas, no fueron del agrado de todos los combinados). Las televisiones ofrecieron los partidos para todo el mundo y, aunque la lluvia vació algún estadio, el público nipón acudió de forma muy numerosa a contemplar las evoluciones de los jóvenes protagonistas: los datos oficiales, bastante más creíbles que los registrados en Túnez, hablan de más de 300.000 espectadores en las gradas a lo largo de todo el campeonato. El torneo fue, en resumen, un enorme éxito organizativo.

EL CAMPEONATO

Alineación de España en el Mundial juvenil de Japón 1979, extraída del Informe Técnico oficial del torneo.

Alineación de España en el Mundial juvenil de Japón 1979, extraída del Informe Técnico oficial del torneo.

Como en Túnez, España había quedado encuadrada en el grupo A junto a la selección anfitriona y a México, completando esta vez la nómina de rivales la selección de Argelia. Del primer rival, Japón, se sabía que llevaba año y medio preparándose intensivamente para la cita y que se encontraba en una línea claramente ascendente: antes del verano había disputado un amistoso en Portugal en el que había derrotado sorprendentemente a la selección juvenil lusa, también mundialista. De modo que, aunque se sabían superiores, Pereda y Santamaría temían que la velocidad y el entusiasmo de los jóvenes nipones, apoyados por su público, pudieran poner en serios apuros a España.

Y lo cierto es que aquel 25 de agosto Japón salió con brío y durante los primeros compases de partido rondó con peligro la meta de Agustín, pero tras esos breves momentos de apuro la defensa hispana ganó en firmeza y poco a poco el duelo se fue equilibrando. Solventado el arreón inicial de los japoneses, España tuvo un par de oportunidades que amedrentaron a su rival, y al descanso se llegó con el marcador inalterado. El comienzo de la segunda parte fue calcado al del primer tiempo, con Japón volcándose sobre el área de España, pero los de Pereda ya habían aprendido a controlar los veloces ataques de los locales y pronto los centrocampistas españoles empezaron a imponer su mayor calidad técnica. Así, cumplido el cuarto de hora de la reanudación, una buena combinación entre Biri y Marcos Alonso acabó con un balón despejado por el portero nipón que Zúñiga, muy atento, envió a la red. El gol desactivó buena parte de la presión japonesa y España controló sin problemas el resto del partido, firmando su primera victoria del campeonato.

25/08/1979

Primera jornada del Grupo A.

JAPÓN

(0)

Yasuhito Suzuki; Yanagishita, Koshida, Nakamoto, Okimune; Tanaka, Ozaki, Kazama, Hashiratani (-70, Jun Suzuki); Mizunuma, Takahashi.

ESPAÑA

(1)

Agustín; Comas, Francis, Tendillo, Manolo; Camacho (-65, Marcelino), Biri, Zúñiga; Joaquín, Marcos, Rojo.

Goles

0-1 Zúñiga (ESP, min. 57).

Árbitro

Marjan Raus (YUG).

Tarjetas

Camacho (ESP, min. 5).

Estadio

Estadio Nacional (Tokio). 30.000 espectadores.

Nuevamente México aparecía en el camino español en la segunda jornada de un Mundial juvenil, pero esta vez las circunstancias eran muy distintas a las que rodearon el partido disputado en Túnez dos años antes. Si entonces ambos equipos llegaban con dos puntos y se jugaban el liderato del grupo, en Japón los mexicanos habían tropezado en la primera jornada con Argelia (1-1) y afrontaban el partido sabiendo que debían puntuar y esperar al resultado del otro choque del grupo para saber qué opciones reales de clasificación tendrían en la última jornada. Esta vez, además de la ventaja en la tabla, los españoles conocían mejor a la selección azteca: en su preparación se había enfrentado dos veces al Hércules, que realizaba una gira por tierras mexicanas, y el club alicantino había proporcionado informes de sus dos partidos.

El primero de ellos, saldado con victoria de los juveniles por 3-0, ya había puesto sobre aviso a los técnicos de la federación española, pero el bajón físico y futbolístico de México con respecto a aquel partido facilitó mucho las cosas. Después de más de cuarenta encuentros de preparación, la selección azteca llegó fundida a Tokio y acusó aún más que la española el calor, la humedad y la falta de descanso entre jornadas. Bien plantada sobre el campo con un 4-5-1 que devenía rápidamente en un 4-3-3 en ataque, España se adelantó pronto en el marcador gracias a un testarazo de Joaquín a la salida de un córner y dominó claramente hasta el descanso. Luego las fuerzas se igualaron, el centro del campo español perdió fuelle y México logró la igualada por medio de Mario Díaz, pero un libre directo magistralmente transformado por el vallisoletano Gail a quince minutos del final colocó el 2-1 que sería definitivo. La sólida defensa de España hizo el resto y, aunque México lo intentó, no se pasaron apuros para amarrar una victoria que clasificaba matemáticamente a los de Pereda y Santamaría para cuartos de final.

27/08/1979

Segunda jornada del Grupo A.

ESPAÑA

(2)

Agustín; Comas, Francis, Tendillo, Manolo; Camacho (-41, Marcelino), Biri, Zúñiga (-59, Gail); Joaquín, Marcos, Rojo.

MÉXICO

(1)

Aguilar; Pablo Luna, Guzmán, Trejo, Mora; Romero, Esquivel (-53, Hernández), Trujillo, Juan Antonio Luna; Mendiburu, Díaz.

Goles

1-0 Joaquín (ESP, min. 7); 1-1 Díaz (MEX, min. 55); 2-1 Gail (ESP, min. 66).

Árbitro

Jose Roberto Ramiz Wright (BRA).

Tarjetas

Zúñiga (ESP, min. desconocido); Romero (MEX, min. desconocido).

Estadio

Estadio Nacional (Tokio). 28.000 espectadores.

Con la clasificación ya en el bolsillo, los técnicos españoles introdujeron varias novedades en el once titular del tercer partido, todas de centro del campo hacia adelante, las líneas más irregulares durante los partidos anteriores y también las más castigadas físicamente por los esfuerzos realizados en el bochornoso estío japonés. Enfrente, una Argelia que sorprendía a propios y extraños con un juego ofensivo y atrevido que acabaría dándole réditos a nivel absoluto en los siguientes años (aunque ninguno de los componentes de esta selección juvenil que disputó el Mundial sub’20 de Japón 1979 fue después convocado para los Mundiales absolutos de 1982 y 1986). Con dos empates en dos jornadas, la selección norteafricana dependía de sí misma para alcanzar los cuartos de final y esa motivación extra fue clave en el devenir del encuentro.

En la primera parte sólo la defensa española rindió al nivel acostumbrado, que era altísimo, aunque nada pudo hacer ante el gran disparo con el que Bendjaballah sorprendió a Agustín al cuarto de hora. Los cambios de Pereda y Santamaría no aportaban la frescura deseada en el juego y Argelia contenía bien los deshilachados ataques de España, para disgusto de un público local que confiaba en una victoria hispana que diera opciones de clasificación a Japón. El panorama cambió tras el paso por los vestuarios y en la segunda parte los jugadores españoles sumaron una ocasión tras otra, pero todas ellas acabaron siendo malgastadas por la tripleta atacante. El juego era bueno pero el empate, que se veía cada vez más cercano, no acababa de llegar. Ya en el descuento, Gail fue claramente derribado dentro del área argelina y entonces, cuando todo el estadio pensaba que el árbitro indonesio había señalado la pena máxima, el colegiado recogió el balón y dio por finalizado el partido ante la incredulidad de todos los presentes. La actuación de Kosasih Kartadiredja, muy errática durante todo el encuentro y con el polémico remate del penalti no señalado, fue muy protestada por la delegación española, pero el resultado era ya inamovible.

29/08/1979

Tercera jornada del Grupo A.

ESPAÑA

(0)

Agustín; Comas, Francis, Tendillo, Manolo; Marcelino, Biri, Gail; Marián, Modesto, Zambrano.

ARGELIA

(1)

Rahmani; Chaibi, Belagoun, Djenadi, Chaib; Sebbar, Benameur, Menad, Kheloufi; Yahi, Bendjaballah.

Goles

0-1 Bendjaballah (ALG, min. 15).

Árbitro

Kosasih Kartadiredja (INA).

Tarjetas

Belagoun (ALG, min. desconocido).

Estadio

Estadio Nacional (Tokio). 20.000 espectadores.

La sorprendente y polémica victoria argelina dejaba el grupo resuelto, puesto que ni Japón ni México, que se enfrentaban a continuación, podrían llegar ya a los cuatro puntos que sumaban España y Argelia. Sin embargo, no todo estaba decidido, porque el marcador de 0-1 hacía que los dos clasificados estuvieran empatados también a goles anotados y encajados (tres a favor y dos en contra). Ante esa situación, el reglamento del torneo estipulaba la celebración de un sorteo para definir qué selección pasaría a cuartos de final como primera de grupo y cuál lo haría como segunda. En el horizonte, el cruce contra los dos primeros equipos del grupo B, Argentina y Polonia, que habían arrollado a la débil Indonesia y tampoco habían sufrido en exceso para derrotar a la subcampeona de Europa sub’18, Yugoslavia, una de las decepciones del torneo.

La albiceleste, probablemente la selección más fuerte del Mundial juvenil a tenor de lo visto hasta ese momento, era superior y había acabado liderando el grupo tras golear a los polacos en la tercera jornada, pero aún así muchos componentes de la expedición española querían que el azar les emparejara con Argentina. Había ganas de demostrar el verdadero nivel del equipo español en un enfrentamiento contra el mejor jugador del momento, Maradona, y el resto de sus compañeros, aunque en ese valiente deseo también subyacía la idea de que una derrota frente a los sudamericanos entraría dentro de lo previsible y, por tanto, nadie criticaría caer en cuartos ante los argentinos. Pero el sorteo, celebrado en la mañana del día 1 de septiembre, determinó que al día siguiente España debería jugar como líder del grupo A contra Polonia.

Se preveía por tanto un choque muy igualado y en el que el precedente más cercano, el del Europeo sub’18 del año pasado, era favorable a España, por lo que las expectativas de pasar a semifinales eran más elevadas. Por desgracia, no se cumplieron. Y eso a pesar de que las crónicas coinciden en señalar que aquella tarde España desplegó el mejor fútbol visto en todo el campeonato, mejor incluso que el realizado por Argentina, y que los chavales de Pereda y Santamaría protagonizaron el partido más brillante de una selección juvenil española en muchísimos años. Una auténtica exhibición que, por desgracia, adoleció de lo más importante: pegada.

Tras unos primeros minutos muy parejos, en los que Agustín tuvo que salvar su marco en alguna ocasión, España se hizo con el control del balón y comenzó a hilvanar numerosas jugadas de peligro. La tripleta ofensiva formada por Rojo, Marcos y Joaquín superaba una y otra vez a los defensas polacos y los centrocampistas españoles tampoco hallaban demasiada resistencia en sus pares. El juego desplegado por el conjunto hispano fue de mucha calidad y los enviados especiales de los diarios deportivos españoles apuntaron no menos de quince oportunidades claras de gol en sus libretas, pero los postes, la mala puntería y la extraordinaria actuación del portero Kazimierski, muy errático en otros partidos, evitaron que se anotara el más que merecido tanto de la victoria.

Se llegó así al tiempo extra, en el que España bajó algo el pistón pero aún tuvo alguna ocasión para desnivelar la balanza. Tampoco hubo fortuna en esos veinte minutos de prórroga y todo se decidió en los lanzamientos desde los once metros. Joaquín marró el primer penalti español y Polonia llegó con ventaja hasta el cuarto turno de disparo, cuando Agustín acertó a despejar el intento de Plasz y Zúñiga restableció la igualada. Por desgracia para España, Skrobowski transformó el quinto lanzamiento polaco y Tendillo, principal baluarte de la zaga y uno de los jugadores españoles más destacados del campeonato, se topó con Kazimierski, que atajó su centrado tiro y certificó el pase de Polonia a las semifinales.

02/09/1979

Cuartos de final.

ESPAÑA

(0)

Agustín; Comas, Francis, Tendillo, Manolo; Camacho (-41, Gail), Biri, Zúñiga; Joaquín, Marcos, Rojo.

POLONIA

(0)

Kazimierski; Jarosz, Gruzska, Krol, Skrobowski; Buncol, Buda (-75, Bajrys), Frankowski; Nowicki, Baran (-53, Chojnacki), Plasz.

Goles

—-

Tanda de penaltis

(3-4 POL)

0-1 Chojnacki (POL), 0-1 Joaquín (ESP), para Kazimierski; 0-2 Buncol (POL), 1-2 Gail (ESP); 1-3 Jarosz (POL), 2-3 Manolo (ESP); 2-3 Plasz (POL), para Agustín, 3-3 Zúñiga (ESP); 3-4 Skrobowski (POL), 3-4 Tendillo (ESP), para Kazimierski.

Árbitro

Jose Roberto Ramiz Wright (BRA).

Tarjetas

Frankowski (POL, min. 4 ET).

Estadio

Omiya Stadium (Omiya). 10.000 espectadores.

Repitiendo la consabida cantinela del “jugamos como nunca y perdimos como siempre” emprendía el largo regreso a casa una selección juvenil que mejoró el rendimiento y la imagen ofrecidos por sus predecesores en Túnez 1977 pero que volvió a dejar la amarga impresión de que tenía mimbres para, con algo más de trabajo y planificación, haber hecho algo más en el torneo. Al fin y al cabo, y pese a las mejoras introducidas por Santamaría, casi todas las demás selecciones habían tenido mucho más tiempo para preparar el torneo. Pero en realidad no era sólo una cuestión de tiempo de entrenamiento. A finales de los años setenta, también en el fútbol necesitaba España reformar sus estructuras y métodos de trabajo y por eso durante aquel verano la Federación había aprobado una nueva norma que obligaba a los equipos de Segunda, Segunda B y Tercera a alinear a dos jugadores sub’20 en cada partido.

Por desgracia, y como bien explicó D. José Ignacio Corcuera en su imprescindible artículo “La esperpéntica norma sub-20 de 1979”, publicado en el número 40 de estos Cuadernos de Fútbol, para cuando la selección juvenil aterrizó en nuestro país, recién comenzada la liga, ya se habían producido los primeros casos de incumplimiento que demostraban el nulo acierto de una medida que apenas sobreviviría un par de campañas. Y es que el problema tampoco estaba en ese último salto a los equipos profesionales (a pesar de que incluso Menotti dijera durante el torneo japonés que sí), sino que radicaba en toda la estructura formativa y en la implicación de clubes y Federación en el trabajo de cantera. Todavía harían falta varios años de tumbos y batacazos hasta dar con la senda adecuada.

Ya sin España, el campeonato del mundo juvenil de Japón 1979 prosiguió sin sorpresas reseñables: en los otros duelos de cuartos de final, Argentina aplastó a Argelia (5-0), la URSS superó a la correosa Paraguay en los penaltis tras igualar a dos tantos y Uruguay se deshizo por la mínima de Portugal en el tiempo extra. En unas semifinales de gran rivalidad y marcadas por la intensa lluvia, la URSS derrotó a Polonia por 1-0 y Argentina doblegó a Uruguay por 2-0, llegándose así a la final esperada por casi todos. El 7 de septiembre, pese a que la ordenada selección soviética se adelantó en el marcador al inicio de la segunda parte con un gran cabezazo de Ponomarev, la dupla formada por Diego Armando Maradona y Ramón Díaz tomó el mando de las operaciones y, con tres goles en el último cuarto de hora, Argentina remontó el partido para conseguir su primer título mundial juvenil.

Con veinte goles a favor y sólo dos en contra en seis partidos, la albiceleste reafirmaba en Japón su supremacía balompédica tan solo un año después de alzar la Copa del Mundo absoluta, y el país se echó a la calle aquella mañana casi como hiciera catorce meses atrás. En aquel equipo argentino figuraban hombres como Gabriel Humberto Calderón, de recordado paso por el Betis como jugador y entrenador, o Juan Alberto Barbas (Zaragoza), que fueron unos secundarios de lujo en el espectáculo ofensivo que coprotagonizaron estelarmente Maradona y Díaz. Diego recibió, cómo no, el Balón de Oro al mejor jugador del campeonato, con Ramón en tercera posición (el paraguayo Julio César Romero, “Romerito”, bien conocido por los aficionados barcelonistas, fue nombrado segundo mejor jugador). Además, el delantero de River Plate se llevó la Bota de Oro como máximo goleador gracias a sus ocho dianas, dos más que las conseguidas por la emergente estrella de Argentinos Juniors. Aparte de estos galardones, cortesía de Adidas, para la pareja argentina, en Japón se dio otro premio individual: la firma japonesa Seiko entregó un reloj de oro al soviético Yaroslav Dumanski por haber marcado el gol más madrugador del torneo, tanto conseguido a los dos minutos y veinte segundos del partido de cuartos de final contra Paraguay.

Fuente: www.vivadiego.com

Fuente: www.vivadiego.com

Pero es imposible cerrar un artículo sobre Japón 1979 sin detenerse una vez más en la figura de Maradona. Regates imposibles, arrancadas imparables, libres directos magistrales… Diego dejó para el recuerdo innumerables acciones espectaculares y definitivas, pero no sólo eso: el 10 de la albiceleste aparecía por todo el ancho del campo, muchas veces bajando incluso a recibir por delante de la defensa, para ordenar el juego de su equipo y desordenar, de paso, las defensas rivales, haciendo gala de una calidad técnica y una madurez futbolística impropias de su edad. Hacía ya un par de años que destacaba en Argentina, era internacional absoluto y su nombre sonaba con cierta fuerza también en Europa, pero aquel campeonato mundial televisado para todo el planeta fue la confirmación definitiva de que estábamos ante un verdadero fuera de serie.

A quien quiera ver con sus propios ojos el despliegue futbolístico de este talento sin par no le costará encontrar vídeos en Youtube con alguna de sus perlas en el campeonato; quien además quiera acercarse un poco más al torneo en sí puede repasar el programa “Conexión Vintage” de Televisión Española que, en diciembre de 2012, recuperó un documental sobre este Mundial sub’20 de Japón 1979 para ensalzar, cómo no, la actuación de Diego Armando Maradona: el genio que necesitaban los mundiales juveniles para terminar de convencer a los escépticos sobre su futuro.

http://blog.rtve.es/vintage/2012/12/episodio-7-mundial-sub20-de-jap%C3%B3n-1979.html

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Fuentes consultadas:

Martialay, Félix: “Todo sobre todas las selecciones” (2007), Ed. Librerías Deportivas Esteban Sanz.

www.fifa.com

www.bdfutbol.com

www.youtube.com

Hemerotecas y archivos digitales de los diarios ABC, El Mundo Deportivo, El País, Marca.




España en los mundiales sub’20: Túnez 1977

Cuando en 1974 Jean-Marie Faustin Goedefroid de Havelange llegó a la presidencia de la FIFA, el mundo (también el del deporte) estaba cambiando política y económicamente y el dirigente brasileño supo verlo mejor que nadie. Ya durante su campaña electoral el antiguo nadador olímpico había jugado con éxito la baza que suponía el poder convertirse en el primer presidente no europeo en la historia de la asociación, aglutinando en torno a su figura a muchas federaciones de países tradicionalmente alejados de los centros de poder (muchos de ellos porque su independencia era tan reciente que ni siquiera habían tenido tiempo de entrar en esos círculos). Y, una vez instalado en el sillón de Zúrich, Joao Havelange no tardó en cumplir las promesas realizadas a esas naciones que tan poco habían sido tenidas en cuenta anteriormente, ganándose su fidelidad para muchos años.

Con la ayuda de Horst Dassler, el dueño de Adidas (que había apoyado sin fisuras la candidatura para la reelección de Sir Stanley Rous pero que obviamente no tuvo mayor inconveniente en sumarse al proyecto de Havelange en cuanto el inglés fue derrotado), el brasileño puso en marcha ambiciosos programas de desarrollo futbolístico en países del Tercer Mundo, negoció la ampliación de plazas en los Mundiales para mejorar la representación continental y abrió definitivamente las puertas de la FIFA a las televisiones y casas comerciales, cuyo dinero debía sufragar todas esas inversiones y reformas impulsadas por el nuevo presidente. Coca-Cola fue una de las primeras y más importantes marcas en subirse a la nueva ola y, gracias a su inversión, Havelange pudo poner en marcha otro de sus grandes proyectos: la creación de un torneo mundial de selecciones juveniles, un auténtico campeonato del mundo a imagen y semejanza del absoluto, con unas reglas claras de periodicidad y límites de edad y abierto a la participación de todos los países del globo.

El único precedente de enfrentamientos oficiales entre selecciones juveniles de varios continentes databa de comienzos de los años 50, cuando la FIFA se encargaba de la organización del torneo juvenil europeo y, para las ediciones de 1953 y 1954, había invitado a Argentina. Por eso aquellos campeonatos pasaron a la historia (el de 1954 con victoria española, por cierto) como Mundiales, sin serlo realmente de acuerdo con los estándares actuales. Pero, a partir de 1955, la UEFA asumió la organización del torneo europeo y éste se cerró a participantes foráneos. En aquel tiempo, los elevados costes de traslados y alojamientos y la escasa repercusión mediática y económica de esos campeonatos intercontinentales juveniles hacían inviable su celebración. Sin embargo, veinte años más tarde, el mundo era otro… y la FIFA también.

Mientras el recién contratado Joseph Blatter se encargaba de los programas de desarrollo futbolístico del Tercer Mundo, el norirlandés Harry H. Cavan fue el designado para liderar y supervisar el proyecto de los campeonatos mundiales juveniles, que además se presentaban como un vehículo perfecto para acercar los grandes eventos futbolísticos a países y continentes que, al menos en ese momento, no reunían las condiciones geográficas, políticas o económicas requeridas para albergar un Mundial absoluto. El nuevo torneo juvenil serviría, sin duda, para contribuir al desarrollo competitivo de los futbolistas y para promocionar el fútbol en lugares en los que este deporte necesitara un empujón, pero pronto se vio que su concesión podía usarse también para pagar ciertos favores: en un claro guiño a las federaciones africanas, cuyos votos habían sido decisivos para la victoria de Havelange sobre Rous, en noviembre de 1975 se escogió a la República Tunecina como sede de este primer campeonato bienal sub’19, a celebrar en 1977.

Pocos meses después, se anunciaba que la multinacional del refresco correría con gran parte de los gastos del evento, que pasaría así a denominarse oficialmente “Torneo Mundial de Juveniles de la FIFA por la Copa Coca-Cola”. Una vez encontrada la principal fuente de financiación todo parecía más sencillo, pero los mundiales juveniles no tuvieron precisamente un comienzo fácil. La línea que separaba deporte amateur y profesional, de por sí ya bastante fina en el fútbol, era en esa época más borrosa y permeable que nunca, y la creación de un torneo para jóvenes promesas patrocinado por una poderosa marca comercial hizo que los sectores más tradicionalistas pusieran el grito en el cielo: una cosa era aceptar que futbolistas adultos y profesionales lucieran publicidad en las camisetas de sus equipos (por citar una cuestión muy en boga en esos tiempos) y otra muy distinta permitir que los tentáculos de las grandes marcas envolvieran a unos tiernos juveniles cuyo desarrollo debía mantenerse lo más alejado posible de la dictadura del dinero… aunque muchos de esos juveniles ya estuvieran a sueldo de sus respectivos clubes.

Y es que desde el principio la FIFA dejó claro que en el nuevo campeonato el único límite lo pondrían las partidas de nacimiento y no, como en los Juegos Olímpicos, la situación contractual de los participantes. No obstante, si en los Juegos siempre había países que burlaban de forma notoria las reglas establecidas, en los mundiales juveniles acabaría sucediendo tres cuartos de lo mismo. Pero tiempo habrá para esas otras historias. Volviendo a los obstáculos que hubo de sortear el proyecto, la propia figura de Havelange seguía viéndose con recelo desde algunos de los países futbolísticamente más poderosos, que temían que la apertura global que preconizaba el brasileño acabara con su privilegiada posición, y tampoco cabía ignorar el escasísimo desarrollo del fútbol juvenil en muchas de esas naciones a las que el nuevo presidente pretendía ayudar a crecer.

Todos esos factores se conjugaron a la hora de diseñar la competición puramente dicha, dificultando el éxito de la empresa. Tras acordar que el torneo de Túnez 1977 lo jugarían dieciséis selecciones, igual que el absoluto, la FIFA envió invitaciones a todas sus federaciones afiliadas para saber qué países estarían interesados en participar en los clasificatorios. De los 140 miembros de la FIFA sólo contestaron afirmativamente 88, produciéndose 16 respuestas negativas (diez de ellas, europeas) y guardando silencio y por tanto renunciando a participar los 36 países restantes. Obviamente, la Federación Española de Fútbol siempre estuvo a favor de la disputa del campeonato juvenil: con el Mundial de 1982 a las puertas, cualquier postura contraria a los intereses de los dirigentes de la FIFA resultaba impensable. Pero, aunque la aceptación global era incluso algo mayor de la esperada, entre las federaciones que dijeron “no” al torneo se encontraban algunas tan importantes como las de Inglaterra, Escocia, la República Federal Alemana, Dinamarca, Bélgica o Países Bajos, de modo que las incógnitas sobre el futuro de la competición eran evidentes.

Para terminar de complicarlo todo, y mientras Harry Cavan discutía con las confederaciones continentales los sistemas de clasificación (por entonces sólo Europa y Sudamérica organizaban regularmente torneos juveniles de naciones), al gobierno de Túnez no le sentó demasiado bien el burbujeante combinado con la bebida refrescante de extractos que le servía la FIFA y reaccionó contra la participación de Coca-Cola como patrocinador principal del Mundial juvenil. Las autoridades tunecinas exigieron que el trofeo llevara el nombre del libertador y recién nombrado presidente vitalicio del país, Habib Bourguiba, y no el de la compañía de Atlanta. Bourguiba dirigía Túnez desde su independencia en 1956 y, tras el fracaso de sus primeras políticas de influencia soviética, a mediados de los setenta empezaba una tímida apertura económica hacia Occidente, pero su régimen dictatorial no podía consentir que una multinacional se erigiera a ojos de los tunecinos como la principal responsable de que el país acogiese un Mundial de fútbol. Aunque fuera de juveniles.

En medio del conflicto diplomático, Perú se postuló como sede alternativa y durante varios meses de 1976 no estuvo nada claro ni dónde ni con qué nombre se acabaría celebrando el torneo, pero al final el vaso no se desbordó. A costa de afinar un poco más la contribución de cada una de las partes al evento (y aceptando que se diera el nombre de Bourguiba a un segundo trofeo para el campeón), Coca-Cola pudo patrocinar el Mundial juvenil de Túnez 1977. En él participarían seis selecciones europeas, tres sudamericanas, tres africanas (el anfitrión y dos más), dos asiáticas y dos de la zona de la CONCACAF, quedando Oceanía sin representación.

La UEFA, dividida entre quienes aceptaban participar el torneo y quienes no, decidió enviar al país norteafricano a las cuatro mejores selecciones de su Europeo sub’18 de 1976 (la URSS, Hungría, España y Francia), ya que todas ellas habían manifestado su deseo de jugar este nuevo torneo. Italia, siguiente mejor clasificada en ese Europeo de todas las que querían disputar el Mundial juvenil, y Austria, que ganó un sorteo entre el resto de federaciones dispuestas a ir a Túnez (MD, 23/06/1977), completaron la representación del viejo continente.

La selección española juvenil reunía por aquel entonces a una interesante generación que había ganado el prestigioso Torneo de Montecarlo de 1975 y que había rendido a gran nivel en el llamado “Torneo de la UEFA” o campeonato de Europa sub’18 de 1976. Guiados desde el banquillo por Gustavo Biosca, uno de los asistentes del seleccionador absoluto Ladislao Kubala, y liderados en el campo por Roberto López Ufarte, los jugadores españoles se habían deshecho sin problemas de la débil Liechtenstein en la eliminatoria previa (9-1 en el global) y después, ya en la fase final de Hungría, encabezaron su grupo por delante de Suiza, Islandia y Turquía. No pudieron hacer nada en semifinales ante la todopoderosa URSS, que ganó por 3-0 (los primeros goles que encajaba España en la fase final del Europeo), pero se resarcieron en el partido por el tercer y cuarto puesto al derrotar por ese mismo marcador a Francia. La tercera posición final significaba la mejor clasificación de España en categoría sub’18 desde 1964 y parecía colocar a la selección nacional en el abanico de candidatos para alzarse con el título en Túnez.

Sin embargo, tal vez por la falta de costumbre de la Federación Española en tareas similares (la última participación mundialista de la selección absoluta databa de 1966), la preparación para el campeonato del mundo juvenil fue bastante deficiente. Además de la necesidad de rehacer gran parte del equipo, ya que los jugadores nacidos en 1957 (y que habían sido mayoría en el Europeo de Hungría) no podrían participar en el Mundial sub’19 de Túnez, la falta de fechas libres provocó que el grupo de futbolistas elegido por Chus Pereda apenas tuviera tiempo para conjuntarse lo suficiente antes de viajar a tierras africanas. Por si fuera poco, la estrella del equipo, López Ufarte, pidió no ser convocado alegando que se sentía exhausto tras su primera campaña completa en Primera división y que, además, debía afrontar sus exámenes finales de COU.

No sin cierta polémica, Pereda acabó aceptando la solicitud del jugador de la Real Sociedad y durante el mes de junio, acabada ya la temporada en Primera y Segunda y con las competiciones juveniles llegando también a su fin, el seleccionador programó un par de entrenamientos en Madrid con el resto de futbolistas que estaban en sus planes. Para la primera sesión estuvieron citados veintinueve jugadores, aunque cuatro no acudieron: dos por lesión, uno por estar realizando el servicio militar y no obtener permiso y otro por coincidir esa sesión con sus exámenes finales. La siguiente lista, reducida ya a dieciocho futbolistas para disputar un amistoso contra el Atlético Madrileño una semana después de la primera concentración, también sufrió alguna baja por culpa del servicio militar obligatorio. Finalmente, el 14 de junio de 1977 Chus Pereda anunciaba los dieciocho nombres que teóricamente viajarían a Túnez diez días después.

Aunque en un principio estaba previsto trasladarse a tierras levantinas para aclimatarse mejor al clima tunecino, al final se decidió que los jugadores quedaran concentrados en Madrid, donde se pensaba que habría más facilidad para concertar amistosos. Sin embargo, no habría más encuentros de preparación que uno jugado contra el Rayo Vallecano el día 18: a esas alturas de junio, todos los equipos de nivel habían dado ya vacaciones a sus plantillas. Además, al partido en Vallecas sólo pudieron acudir catorce internacionales: García Cortés y Campello, que estaban haciendo la “mili”, se toparon con la negativa de sus mandos para concederles permiso; el pucelano Borja Lara seguía enfrascado en unos exámenes que ya le habían hecho ser baja en la primera concentración de junio; y Argimiro Márquez se encontraba en Yugoslavia con el Hércules, que estaba realizando una gira de postemporada por los Balcanes. Aún así, los juveniles ganaron 1-0 a un Rayo que en esos días celebraba su primer ascenso a Primera División, pero a poco más de una semana para el debut en el campeonato aquella no parecía la mejor forma de preparar la cita mundialista.

Dadas las circunstancias, Pereda decidió prescindir del aplicado Borja y llamó en su lugar al zaragocista Lafuente, que estaba disputando con su equipo las últimas rondas de la Copa juvenil y tampoco pudo acudir a ese primer y único amistoso de la selección. Como el Zaragoza se clasificó para la final de esa competición, Lafuente acabaría viajando a Túnez dos días después de que lo hiciera el resto de la expedición española, acompañado por uno de los fisioterapeutas. Márquez, por su parte, a pesar de que recibió en Yugoslavia el telegrama con su convocatoria, parece que no encontró modo de regresar a tiempo para entrenar al menos unos días con la selección y acabó siendo sustituido por el murcianista Pelegrín, que ya había estado en el Europeo sub’18 del año anterior.

La última prueba para los de Pereda antes de viajar a África fue un partidillo improvisado entre los propios miembros de la selección juvenil, completando los equipos varios canteranos de Rayo y Real Madrid. Resueltos definitivamente los problemas con las autoridades militares para liberar de sus obligaciones con el ejército a los jóvenes de aquel reemplazo, los dieciocho jugadores que disputaron con España el Mundial de Túnez fueron los siguientes:

Pos.

Nombre Fecha Nac. Club

1

P

Francisco BUYO Sánchez 13/01/1958 Deportivo de La Coruña

2

DF

Santiago URQUIAGA Pérez 14/04/1958 Athletic de Bilbao

3

DF

Salvador Estany CAMPELLO 06/06/1958 Elche CF

4

DF

Antonio GARCÍA NAVAJAS 08/03/1958 Burgos

5

DF

Rafael GARCÍA CORTÉS 18/01/1958 Real Madrid

6

MC

Jorge CASAS Rodríguez 06/02/1958 Barcelona

7

MC

EMILIO Gómez Gallardo 14/01/1958 Barcelona

8

MC

Ricardo GALLEGO Redondo 08/02/1959 Real Madrid

9

DL

José Enrique MAYAYO Garciandía 09/06/1958 Athletic de Bilbao

10

MC

Eduardo LAFUENTE Aguirre 21/01/1959 Zaragoza

11

DL

ÁNGEL González Castaños 03/12/1958 Español

12

MC

Salvador RIBES Diago 21/04/1958 Castellón

13

P

José Manuel SEMPERE Maciá 15/02/1958 Orihuela

14

DF

Alberto BENEDÉ Ordóñez 05/04/1958 Zaragoza

15

DL

José Antonio ALCAÑIZ Vera 23/10/1958 Elche CF

16

MC

Antonio Joaquín Autor GÜEMBE 22/01/1958 Athletic de Bilbao

17

MC

José Ricardo ESCOBAR Palacios 13/06/1958 Cádiz CF

18

DL

Patricio PELEGRÍN Nicolás 14/10/1958 Murcia

 

Junto al seleccionador Jesús Pereda, dirigía la expedición española el delegado federativo Francisco Hernández Coronado, que fue elegido presidente de la Comisión de Apelación del torneo. Aunque en aquella temporada 1976/1977 sólo tres o cuatro jugadores aparecían regularmente en equipos de Primera o Segunda, sin duda los nombres de Paco Buyo (Deportivo, Sevilla, Real Madrid), José Manuel Sempere (Valencia), García Navajas (Burgos, Real Madrid, Valladolid), García Cortés (Real Madrid, Zaragoza, Mallorca, Rayo), Santiago Urquiaga (Athletic) o Ricardo Gallego (Real Madrid) resultan hoy de sobra conocidos para todo aquel que siguiera el fútbol español entre finales de los setenta y principios de los noventa. También es probable que muchos de esos aficionados recuerden a Benedé (Zaragoza, Salamanca) Escobar (Cádiz, Elche, Castellón), Ángel González (Espanyol, Sabadell, Salamanca, Logroñés), Ribes (Castellón, Valencia, Sabadell) o Pelegrín (Murcia), todos ellos con larga trayectoria posterior en Primera y Segunda. El resto de jugadores apenas disfrutaron de las mieles del fútbol profesional.

En cuanto al formato del Mundial sub’19 de Túnez, se optó por sortear cuatro grupos de cuatro equipos, pasando directamente a semifinales los campeones de cada grupo. Además, la FIFA decidió que los partidos duraran 80 minutos. Ambas medidas fueron criticadas por los expertos y técnicos encargados de evaluar el desarrollo del campeonato para la propia FIFA, entre los que se encontraban Walter Winterbottom, quien fuera manager de la selección inglesa entre 1946 y 1962, y Milan Miljanic, que en aquel 1977 era el entrenador del Real Madrid. Por un lado, consideraban que generalmente los jugadores sub’19 ya estaban habituados a disputar partidos de 90 minutos; por otro, al haber en juego sólo un puesto de clasificación en cada grupo, varios de ellos quedaron prácticamente decididos en la segunda jornada, restando emoción, competitividad y calidad a los últimos enfrentamientos, que para terminar con casi toda la intriga ni siquiera se jugaban a la vez.

Cuatro fueron las sedes en las que se celebraron los encuentros: Túnez, la capital, en la que se usaron dos estadios (uno de ellos en el distrito de Radés); Sfax, una ciudad portuaria a unos 270 kilómetros al sur; y Susa, otro enclave costero situado a mitad de camino entre Túnez y Sfax. Los campos, con sus terrenos de juego en no muy buenas condiciones, tampoco registraron precisamente una gran afluencia de público.

GRUPO A (Radés)

GRUPO B (Túnez)

GRUPO C (Susa)

GRUPO D (Sfax)

Túnez

Uruguay

Brasil

URSS

España

Hungría

Italia

Paraguay

México

Marruecos

Costa de Marfil

Austria

Francia

Honduras

Irán

Irak

 

El sistema de competición no fue el único aspecto criticado por los profesionales presentes en Túnez. El periodista Jaume Nolla Durán, que durante muchos años acompañó a las selecciones inferiores españolas como enviado especial del diario El Mundo Deportivo, pintaba a su llegada a Túnez un escenario de lo más desalentador: “Los jugadores españoles fueron hospedados a una residencia donde las condiciones higiénicas y otras… no son que digamos modelo de pulcritud. Reunir en un mismo centro a todas las delegaciones, con la excepción, claro está, de la de Túnez, en un edificio donde también pernoctan un número considerable de muchachas jóvenes, estudiantes ellas, no creemos que sea lo más idóneo para un stage de participantes en un Campeonato del Mundo” (MD, 26/06/1977).

Y es que la residencia de la Ciudad Universitaria de Túnez, a unos 12 kilómetros de la capital, albergaba a siete de las ocho selecciones que disputarían sus partidos en esa ciudad pero también, según precisaba el enviado especial de Marca, Raúl J. Santidrián, a unas doscientas estudiantes en los pisos superiores. El agua caliente escaseaba, las delegaciones compartían aseos y comedores y, salvo la uruguaya, que previsoramente incluía entre sus miembros a un cocinero propio, en los primeros días de estancia todas pasaron ciertos apuros para alimentar a los jóvenes deportistas con los nutrientes necesarios para el adecuado desarrollo de su actividad física. El grupo de estudios técnicos de la FIFA manifestó su disconformidad con el tipo de alojamiento proporcionado por la organización a los equipos, si bien la presencia de varias selecciones en un mismo establecimiento se acabaría convirtiendo en la norma de unos torneos que, después de todo, también pretenden que sus jóvenes participantes estrechen lazos de amistad y convivencia fuera del terreno de juego.

EL CAMPEONATO

Alineación de España en el Mundial juvenil de Túnez 1977, extraída del Informe Técnico oficial del torneo

Alineación de España en el Mundial juvenil de Túnez 1977, extraída del Informe Técnico oficial del torneo

El 27 de junio de 1977, en el Estadio Olímpico El Menzah de Radés, a las afueras de la capital tunecina, España tuvo el honor de protagonizar el encuentro inaugural del primer Mundial juvenil de la historia: aunque aquel día se disputaban simultáneamente los partidos de los grupos A y C, el de España fue el que se celebró en el escenario de la ceremonia de apertura e inmediatamente a continuación de ésta, a las 17:45 horas de la tarde. El rival era Francia, selección que también se había renovado con respecto a la del Europeo del año anterior pero que llegaba con bastante más rodaje que la española. Con un 4-4-2 de corte defensivo y tras un inicio marcado lógicamente por los nervios del debut, las crónicas cuentan que los de Pereda controlaron bien a su rival en la primera parte, adelantándose además con un gol de Escobar a la media hora de juego. Francia empujó entonces con más brío y dispuso de ocasiones, pero a la contra España anotó el segundo tanto, obra de Casas, ya en el minuto 60 de partido. En el último cuarto de hora los galos se volcaron definitivamente sobre la meta de Paco Buyo y consiguieron recortar distancias por medio de Bacconnier, pero no lograron volver a batir al portero gallego. La victoria dejaba a España en inmejorable posición para conseguir el pase a semifinales.

27/06/1977

Primera jornada del Grupo A.

FRANCIA

(1)

Billet; Bibard (-41, Mastroianni), Bracigliano, Desbouillons, Creignoi; Bacconnier, Jeannol, Genghini (-62, Brisson); Wiss, Françoise, Meyer.

ESPAÑA

(2)

Buyo; Urquiaga, García Navajas, García Cortés, Benedé; Casas, Gallego, Escobar, Güembe (-75, Alcañiz); Mayayo, Pelegrín.

Goles

0-1 Escobar (ESP, min. 28); 0-2 Casas (ESP, min. 59); 1-2 Bacconnier (FRA, min. 70).

Árbitro

Orhan Cebe (TUR).

Tarjetas

—-

Estadio

Stade Olympique d’El-Menzah (Radés, Túnez).

 

Todo indicaba que la primera plaza del grupo se iba a decidir en el siguiente duelo ante México, ya que los aztecas se habían deshecho de la selección anfitriona por un aplastante 0-6. Ese segundo partido se disputó tres días después, en el mismo escenario que el primero, a la calurosa hora de las cinco de la tarde. Los norteamericanos habían conformado un sólido bloque que llevaba ya un par de años actuando bastante a menudo y, a pesar de la notable ausencia de su estrella Hugo Sánchez, retenido por los Pumas de la UNAM para disputar el campeonato liguero mexicano, parecían serios candidatos al título. Tras una primera parte igualada, aunque con ocasiones más claras para México, en el segundo tiempo fue España quien golpeó primero, al rematar Escobar a la red una falta botada por Ricardo Gallego. Apenas se llevaban cinco minutos de la reanudación y México acusó el golpe, pero los de Pereda se echaron atrás y Buyo se convirtió en el héroe del equipo hasta que, a falta de siete minutos para el final, los aztecas lograron igualar el marcador por medio de Hugo Rodríguez. El empate daba cierta ventaja a México de cara a la última jornada, ya que si vencía a Francia obligaría a España a golear escandalosamente a Túnez para pasar a semifinales.

30/06/1977

Segunda jornada del Grupo A.

ESPAÑA

(1)

Buyo; Urquiaga, García Navajas, García Cortés, Benedé; Casas (-63, Lafuente), Gallego, Escobar, Güembe; Mayayo, Pelegrín (-41, Ángel).

MÉXICO

(1)

Paredes; Rubio, Mora, Álvarez, López Zarza; Cosío, Hugo Rodríguez, Placencia (-57, Ambriz), Moses; Manzo, Garduño.

Goles

1-0 Escobar (ESP, min. 45); 1-1 Hugo Rodríguez (MEX, min. 73).

Árbitro

Franz Wöhrer (AUT).

Tarjetas

Mayayo (ESP, min. desconocido).

Estadio

Stade Olympique d’El-Menzah (Radés, Túnez).

 

No obstante, los franceses todavía tenían remotas opciones de clasificarse y no serían un rival fácil para los aztecas. Además, España saltaría al campo sabiendo ya si le bastaría con una victoria o si necesitaría golear, puesto que ese Francia-México se disputaría antes del España-Túnez. Y la tarde de aquel 3 de julio comenzó francamente bien para la selección española juvenil, porque franceses y mexicanos hipotecaron su futuro en el torneo al empatar a un tanto. Era el resultado perfecto: Francia quedaba eliminada con tres puntos, México sumaba cuatro unidades y España sólo tendría que ganar a la selección local para encabezar el grupo con cinco puntos.

Cosa que no ocurrió. Inexplicablemente, España salió con las mismas precauciones que en partidos anteriores y no forzó la defensa de un rival que, con el paso de los minutos, se fue creciendo ante la inoperancia hispana. La mayor fortaleza física de los tunecinos (probablemente con algún jugador de más edad de la permitida) y la dureza con la que se emplearon desconectaron a España, que presentaba en su once la única novedad de Emilio, delantero del Barcelona que había sido baja en los partidos anteriores por culpa de unas fiebres provocadas por las vacunas que los participantes debieron ponerse antes de viajar a Túnez. Al descanso se llegó con apenas un par de ocasiones aisladas para el bando español y en la segunda parte llegaron los cambios ofensivos de Pereda, pero también el primer gol de Túnez en el torneo, obra de Ali Ben Fattoum a los once minutos. El mazazo fue tremendo y durante un buen rato España anduvo completamente desnortada, hasta que poco a poco fue recobrando la compostura.

En el último cuarto de hora, y apelando más a la heroica que al juego, se consiguió por fin llevar algo de peligro a la meta local, pero primero Pelegrín malogró un penalti que él mismo había provocado y luego Ribes envió un chut al poste, el segundo de España en el partido. No hubo forma de batir al portero de Túnez y de hecho en los últimos minutos fue Buyo el que tuvo que lucirse para evitar una derrota más abultada. Así, los juveniles españoles se despedían lastimosamente de un torneo que, si bien es probable que no hubieran podido ganar, sí les brindó la oportunidad de haber podido alcanzar un digno lugar en la clasificación final. Una oportunidad que no supieron aprovechar.

03/07/1977

Tercera jornada del Grupo A.

ESPAÑA

(0)

Buyo; Urquiaga, García Navajas, García Cortés, Benedé; Casas (-46, Ribes), Gallego, Escobar, Güembe; Mayayo, Emilio (-41, Pelegrín).

TÚNEZ

(1)

Jebali; Cheriti, Zarrouk, Chargui, Aloulou (-65, Ben Yahia); Ben Fattoum, Ben Zitoun, Belhoula, Hergal (-76, Jelassi); Dakhli, Lakhal.

Goles

0-1 Ben Fattoum (TUN, min. 51).

Árbitro

Eldar Azim-Zade (URSS).

Tarjetas

Urquiaga (ESP, min. 52).

Estadio

Stade Olympique d’El-Menzah (Radés, Túnez).

 

México fue, por tanto, quien pasó en cabeza de este grupo A. En semifinales se enfrentó a Brasil, que tras arrancar con una cómoda victoria ante Irán luego había tropezado con Costa de Marfil (otra de las selecciones bajo sospecha de haber alineado a futbolistas mayores de 19 años) y se había tenido que jugar el pase en la tercera jornada contra Italia. A pesar de su favoritismo, los brasileños se vieron sorprendidos en un córner y, aunque empataron rápido y dominaron el partido, acabaron cediendo ante los mexicanos en la tanda de penaltis. También se decidió en los lanzamientos desde los once metros la otra semifinal, que enfrentó a la URSS y Uruguay. Ambas selecciones habían liderado sus respectivos grupos sin demasiados problemas y, tras un partido gris y con pocas ocasiones, fueron los soviéticos quienes se mostraron más acertados desde el punto fatídico.

El partido por el tercer y cuarto se resolvió con goleada de Brasil sobre Uruguay por 4-0, pero la final volvió a ejemplificar la tremenda igualdad del campeonato. Aunque quien hoy visite la página web de la FIFA se encontrará con que la ficha del partido refleja un desarrollo completamente opuesto, lo que pasó en realidad en Radés fue que dos veces se adelantó la URSS en la segunda parte por medio de Vladimir Bessonov y dos veces empató México, como se puede comprobar en las crónicas de la época y en los vídeos de aquella final que están colgados en Youtube. Tras lograr el empate a dos, los aztecas aguantaron los últimos minutos del tiempo reglamentario y toda la prórroga con un hombre menos para acabar sucumbiendo en la tanda de penaltis por 9-8.

Imagen del marcador de la final al término de la prórroga, con los minutos en los que se consiguieron los goles. Fuente: https://www.youtube.com/watch?v=6JX-jQeWgHY

Imagen del marcador de la final al término de la prórroga, con los minutos en los que se consiguieron los goles. Fuente: https://www.youtube.com/watch?v=6JX-jQeWgHY

Una tanda de penaltis que tuvo dos claros protagonistas. Por un lado, el portero soviético Yuri Sivuha, un gigantón especialista en esas lides al que el seleccionador Serguel Massiaguine había dado entrada en los últimos instantes de la prórroga. El cambio de guardameta ya había funcionado en semifinales y aquel 10 de julio de 1977 Sivuha detuvo nada menos que cuatro lanzamientos mexicanos, pero su estelar actuación quedó deslucida por la del colegiado francés Michel Vautrot. Por razones que sólo él, y no sin dificultades, sería capaz de explicar, el árbitro galo mandó repetir tres disparos inicialmente errados por México (y otro de la URSS, el quinto, cuyo fallo daba la victoria a los aztecas) para desesperación de un Sivuha que no entendía qué estaba ocurriendo. Después de veinte lanzamientos válidos, una transformación de Viktor Kaplun le acabó dando el título a la URSS.

El ucraniano Bessonov, entonces un veloz y habilidoso extremo pero que en los ochenta se consagraría como lateral, se llevó merecidamente el premio al Mejor Jugador del Mundial, mientras que el brasileño Guina (que luego jugaría en Murcia y Tenerife) obtuvo la Bota de Oro como máximo realizador, con cuatro goles. La concesión de estas distinciones individuales fue criticada por los expertos reunidos por la FIFA para evaluar el campeonato, pues consideraban que los chavales en formación debían olvidarse de premios personales para centrarse exclusivamente en ayudar a sus equipos. Sin embargo, Adidas también quería su cuota de protagonismo como patrocinador y sus galardones se acabarían convirtiendo en una tradición más de estos torneos.

Por lo que respecta al rendimiento de la selección española, en una entrevista publicada por El Mundo Deportivo el 6 de julio de 1977 Pereda centró sus críticas en el árbitro soviético del tercer encuentro, a su juicio demasiado permisivo con el juego duro de Túnez, y en los problemas físicos que arrastraban algunos de sus futbolistas por culpa del calor reinante, de las vacunas y del escaso tiempo de descanso entre partidos. Además, el entrenador burgalés se quejó de las malas condiciones del hotel de concentración y, tras eximir de responsabilidades a unos jugadores que, en su opinión, habían hecho todo lo que habían podido, deslizó su insatisfacción por la falta de preparación general de la selección para el torneo: diez días de entrenamientos con una plantilla incompleta eran claramente insuficientes para enfrentarse a equipos que llevaban muchos meses conjuntándose para la cita tunecina.

En este punto el Informe Técnico oficial del campeonato, realizado por los citados Winterbottom, Miljanic y compañía, venía a dar la razón al seleccionador. Mientras que al hablar de selecciones como las de la URSS, México, Hungría y otras de menor nivel se elogiaba la larga preparación llevada a cabo por sus respectivas federaciones, que había permitido a estos equipos jugar y entrenarse de forma continua o con bastante periodicidad desde al menos un año antes de viajar a Túnez, la descripción del caso español, aunque intentaba enfocarse de forma positiva asociándolo a la idiosincrasia del fútbol nacional, más tendente a la improvisación que al rigor táctico, traslucía el evidente problema de la falta de previsión.

Extracto del Informe Técnico oficial del Torneo Mundial Juvenil de Túnez 1977, disponible en: http://es.fifa.com/mm/document/afdeveloping/technicaldevp/50/06/63/u20_tunisia_1977_sp_222.pdf

Extracto del Informe Técnico oficial del Torneo Mundial Juvenil de Túnez 1977, disponible en: http://es.fifa.com/mm/document/afdeveloping/technicaldevp/50/06/63/u20_tunisia_1977_sp_222.pdf

Para concluir con la representación española, cabe destacar la participación en el Mundial de Túnez del colegiado murciano Ángel Franco Martínez, que dirigió el URSS-Irak y el Paraguay-Irak, ambos en la primera fase, y la semifinal entre México y Brasil. Notable marca la suya de tres partidos arbitrados (además de otro en el que ejerció de juez de línea), ya que la FIFA envió al campeonato, en el que se disputaron 28 encuentros en total, nada menos que a 20 árbitros, detalle que también fue criticado por los expertos y por los propios colegiados.

En cuanto a los jugadores participantes que luego acabarían destacando como adultos, el Mundial de Túnez 1977 dejó pocos nombres de verdadero nivel. Aparte de los soviéticos Andrei Bal, Sergei Baltacha y el ya citado Bessonov, todos ellos pertenecientes al Dinamo de Kiev y que serían habituales en la selección absoluta de la URSS en los 80, podríamos citar al delantero brasileño Baltazar (de exitoso paso por Celta y Atlético de Madrid), al centrocampista francés Bernard Genghini (titular en España’82 y campeón de la Eurocopa de 1984 con la selección absoluta gala), a los italianos Giovanni Galli (portero titular en el legendario Milan de Sacchi) y Giuseppe Baresi (central referente del Inter y hermano mayor de Franco) y al uruguayo Rubén Paz (volante que, aunque no triunfó en Europa, fue uno de los jugadores sudamericanos más destacados de los años ochenta).

Evidentemente también hubo, como en el caso español (Buyo, García Navajas, Urquiaga, Gallego), varios jugadores que fueron internacionales absolutos con sus respectivas selecciones y que estuvieron presentes en algunas de las grandes citas internacionales disputadas por sus países durante esos años; tal es el caso, por no aburrir, de los brasileños Edevaldo y Juninho Fonseca, componentes de la mágica selección de 1982 (aunque ellos apenas participaron en aquel Mundial de España). Pero, para poner un último toque de pimienta, podríamos hablar de los futbolistas hondureños que, merced a su posterior participación en España 1982, consiguieron fichar por equipos de la liga española. De hecho el defensa Gilberto Yearwood (que jugó en Elche, Valladolid, Tenerife y Celta y es considerado uno de los mejores futbolistas de la historia de Honduras) ya había desembarcado en nuestro país nada más acabar la cita tunecina, gracias a sus buenas actuaciones ante Hungría, Marruecos y Uruguay.

El problema viene porque, atendiendo a las fechas de nacimiento con las que años después fueron registrados en el Mundial absoluto y en la Liga, ninguno de ellos debería haber jugado el Mundial sub’19 de Túnez 1977. La FIFA sólo permitía jugadores nacidos a partir del 1 de enero de 1958 y en el informe técnico del campeonato todos los participantes cumplían la normativa (aunque, por ejemplo, de los futbolistas de Irak sólo se indicara el año de nacimiento), pero las sospechas de que varias selecciones habían enviado a jugadores mayores de 20 años eran más que fundadas. Ahora sabemos que Gilberto Yearwood había nacido en realidad en 1956, que Julio César Arzú (portero que estuvo en el Racing de Santander), Allan Anthony Costly (Málaga) y Ramón Maradiaga (Tenerife) eran de 1954 y que Héctor Zelaya (Deportivo de La Coruña) y Porfirio Armando Betancourt (Logroñés) vinieron al mundo en 1957. La información publicada por el diario El País el 26 de octubre de 1982 añadía a esos nombres el de Prudencio Norales, que no llegó a jugar en nuestra liga pero que había nacido, como Yearwood, en 1956.

Es decir, que más de un tercio de los hondureños que disputaron el Mundial sub’19 de Túnez no eran sub’19. Muchos jugadores de Irán, Irak, Marruecos, Túnez o Costa de Marfil también parecían ser ya veinteañeros en 1977 pero, como ninguno de ellos participó luego en otras competiciones y la FIFA decidió mirar hacia otro lado, no se puede asegurar nada. ¿Problemas para entender la novedosa normativa de edad, mala fe de las federaciones o inocentes errores consecuencia de la precariedad administrativa de ciertos países? Cada cual que escoja su opción. Fue, en definitiva, la primera muestra de un problema que también se convertiría en clásico: a pesar de todos los problemas y dudas que rodearon la organización de Túnez 1977, los mundiales juveniles habían llegado para quedarse.

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Fuentes consultadas:

Díez, Fran: “La dictadura del fútbol” (2014), Editorial DXT.

Martialay, Félix: “Todo sobre todas las selecciones” (2007), Ed. Librerías Deportivas Esteban Sanz.

www.fifa.com

www.bdfutbol.com

www.youtube.com

Hemerotecas y archivos digitales de los diarios ABC, El Mundo Deportivo, El País, Marca.

Agradecimientos: Iñaki Zanguitu.