Luis Guijarro: claroscuros de la intermediación futbolística

En junio de 2010 ya se ocupó “Cuadernos” de esa antigua y lucrativa actividad bautizada como intermediación, o representación futbolística. El artículo, titulado “Intermediarios: un negocio viejo”, fue presunta y parcialmente plagiado por Miguel Ángel Vasco para “As” (8-IV-2016), no ya por cuanto a estructura del mismo, sino “fusilando” párrafos completos ayunos de entrecomillado y -total para qué- omitiendo su fuente. Como el desconocimiento sobre cuanto se escribe suele inducir a errores, aquel breve escrito de “As” registraba dos de bulto. Por lo tanto, con intención de no caer en reiteraciones y, sobre todo hurtando la posibilidad de que alguien piense es “Cuadernos” quien “homenajea” al Sr. Miguel Ángel Vasco, remito hacia nuestro número de 2010 a cuantos lectores necesitaran bucear en la prehistoria de la intermediación, hasta que Luis Guijarro hiciese de ella una industria excepcionalmente rentable.

Madrileño de Chamberí, el inquieto y por demás despierto Guijarro pasó ocho años en Francia, durante los que tuvo ocasión de conocer a fondo el fútbol galo. Listo como un lazarillo del Siglo de Oro y con muy buen don de gentes, a su vuelta se le ocurrió ofrecer a Cesáreo Galíndez un par de perlas del Stade Français: el franco-marroquí Ben Barek y el hispano-francés Marcel Domingo. La transacción, según narró él mismo más de una vez, se habría cerrado en el exclusivo cabaret Pasapoga, toda una referencia en el Madrid noctámbulo de los 40 y 50. Cuando el At. Madrid le hizo entrega de la cantidad pactada, ya no tuvo dudas. Junto al balón cacareaba la gallina de los huevos de oro.

Poco más tarde traería también desde Francia al menudo, aunque fibroso sueco Carlsson, y a Mathiesen, además de al argentino Helenio Herrera, forjado entre el Norte de África y las planicies galas. A éste lo había conocido en París, cuando aún actuaba como defensa en el Red Star, justo por la época en que según “El Mago”, o don H. H., estaba “inventando el cerrojo”. De esto y muchas cosas más habló distendida y asiduamente con Juan Hernández Petit, cuyas entrevistas irían apareciendo en “ABC”, “As” y “Deporte 2000” durante los años 60 del pasado siglo, parte de ellas reeditadas por Compte en lujoso volumen, la ya lejana primavera de 1972. Y gracias a esas confesiones, un hombre a veces definido como distante, si no hermético, supo dejarnos su mejor rostro. Mérito de Hernández Petit, sin duda, ante quien tal vez por compartir amigos comunes -Juan Padilla, sin ir más lejos, quien fuere, a su vez, íntimo del “monstruo” taurino Manolete- siempre se sintió cómodo. Aunque puede que influyese, igualmente, verle no como a un periodista, sino como a otro colega en excedencia, pues Hernández Petit había ejercido la representación artística en favor del humorista Miguel Gila o la cantante María Dolores Pradera.

Como es lógico, una vez descubierto el filón se le antojó de pobres concentrarse tan sólo en el At. Madrid. La entidad “merengue” de Santiago Bernabéu estaba demasiado próxima para hacerle ascos, amén de que allí, sin la menor duda, podría sacar mucho más. Sobre todo durante la etapa del antiguo portero Hernández Coronado al mando de la secretaría técnica blanca, hizo que lucieran su escudo los franceses Louis Hon y Jean Luciano, el húngaro Nemes, procedente del Santander, Joseíto, destapado igualmente junto al Cantábrico, o Paco Gento, sin olvidar a Sergio Rodríguez, Marquitos, Becerril, al argentino de ascendencia española Domínguez y, por supuesto a Raymond Kopa, uno de los jugadores más capaces y elegantes de firmamento europeo al declinar los años 50. Kopa, primero, fue ofrecido al At. Madrid por 250.000 ptas., sin que los “colchoneros” mostrasen interés. Varios meses más tarde su cotización subía como la espuma, hasta el punto de suponer un gran reto financiero para Santiago Bernabéu y su junta. Paco Gento, en cambio, habría llegado a Chamartín “baratísimo; su padre me dio la conformidad por una cifra ínfima. Recuerdo que yo firmé sobre la espalda del propio jugador”.

Luis Guijarro al declinar de los 60. Para él días de vino y rosas.

Luis Guijarro al declinar de los 60. Para él días de vino y rosas.

Cargado de lógica, Hernández Petit se interesó, también, por las cualidades que veía imprescindibles en su profesión. Y Luis Guijarro, al responder, ni siquiera ocultaba hasta qué punto se sentía satisfecho de sí mismo: “Sicología y mundología. Ambas me las dio Dios. Vender un futbolista es como vender una casa, o cualquier otra cosa capaz de ser negociada. Naturalmente hay que maniobrar con prudencia, con tacto. Pero lo esencial es la rectitud. Si tuviera que aconsejar a alguien le diría: Ten en cuenta que sólo se engaña una vez. ¿Mi norma? La verdad por delante”.

Curioso modo de cosificar al futbolista, al “producto” que le daba de comer. Tan curioso, aunque tristemente en no pocos casos respondiese a la realidad, como el concepto en que tenía a su “matera prima”, según dejó claro al pedírsele definiera al jugador: “Los hay inteligentes y bien orientados. Otros piensan con lo que juegan; con los pies. Con uno de ellos me puse de acuerdo para pedir 500.000 ptas. Aceptaron, y cuando entró el jugador, al preguntarle cuánto quería contestó 300.000. Inmediatamente le obligué a decir la verdad sobre lo hablado, para que nadie pensase me quería quedar con la diferencia”. Para Kopa, en cambio, siempre tuvo palabras de elogio: “Vivió al detalle su traspaso, y cuando el Milán, en contacto con el Stade Reims le hizo una tentadora oferta, contestó: Respeto la palabra dada al Sr. Guijarro”.

Su acercamiento al Real Madrid no supuso para él ningún cierre de puertas por otros campos. Si acaso le abrirían de par en par todos los estadios. A través de su mediación el At. Madrid siguió haciéndose, por ejemplo, con Luis Aragonés, Colo, el entrenador brasileño Otto Bumbel, Iselín Santos Ovejero y, por no hacer interminable la lista, el infortunado Martínez, víctima de un padecimiento no muy bien diagnosticado -derrame cerebral, quizás- apenas se hubo enfundado la camiseta rojiblanca. Al Valencia llegaron Paquito y Sánchez Lage, columna vertebral, junto con José María, de un Real Oviedo fantástico. Y cuando Gallego, defensa sevillista recaló en el Barcelona, faltó poco para que en el Camp Nou le pusieran alfombra roja. Así narró, a cuantos quisieron oírle, aquel desembarco tras largo tira y afloja:

“Gallego llegó al Barça por casi la mitad de lo que les habían pedido. Cuando le anticipé a Llaudet telefónicamente cómo quedarían las cosas, no podía creerme, así que apostamos una botella de whisky. Ese mismo día, a las nueve de la noche, entré en su despacho con el futbolista. Firmamos en 6.500.000 ptas. y me compensó con creces, porque reunió a la prensa y dijo a los asistentes, señalándome: Señores informadores, permítanme presentarles a todo un señor”.

Los medios catalanes, aun recogiendo la reunión y rubricando la cuantía de aquel traspaso, ofrecieron otra versión bastante menos floreada. Puede, después de todo, que en su respuesta a Hernández Petit omitiera otra condición imprescindible para ejercer la actividad: el autobombo.

Porque el caso es que Guijarro, justo es reconocérselo, sabía allanar caminos mejor que nadie. Y puesto que entonces el pago de la comisión o cifra prefijada corría a cargo del club comprador, él procuraba huir de porcentajes. Si rebajaba costos notablemente, al menos no tendría la sensación de haber hecho el primo. Por ende, derramaba aromas de honestidad a toda prueba. Podía, entonces, estrujar al vendedor hasta extremos insospechados, sin perder un céntimo. Cuando intervino en la negociación del difunto guipuzcoano Ansola, desde su club habían solicitado 10 millones, que acabó reduciendo a cuatro. Por los ya citados Paquito y Sánchez Lage, los ovetenses pidieron 7 millones. El Valencia contra ofertó 5, y cuando el persuasor tomó un tren rumbo a la capital asturiana, la cosa se cerró en tres y medio. ¿Su método? “El único secreto consiste en saber con quién tratas”, argumentaba. Y era cierto, ya que durante los años 50, y sobre todo a partir de los 60, solían ser los directivos de no pocos clubes quienes, adelantando dinero propio, evitaban debacles financieras. Lógicamente, esos mandatarios anteponían a cualquier objetivo la recuperación de su peculio. Y si para ello debían traspasar a las mejores perlas, tampoco era cosa de mostrarse quisquillosos. Guijarro acostumbraba ser la última opción, y obtenía provecho de la necesidad ajena.

Valga como apunte de su capacidad negociadora que incluso alguien tan hábil como Raimundo Saporta quedó rendido a la evidencia. Interesados en contratar a Sergio Rodríguez y Becerril, los “merengues” como máximo estaban dispuestos a pagar 2 millones por ambos. Sobraron 1.300.000 ptas. Cuando Saporta supo que sólo debería aflojar 700.000, quedó atónito.

Entre una cosa y otra, su trabajo oficial, regentando junto a un hermano el negocio de venta de coches compartido, fue quedando muy en segundo plano. Los jugadores, incluso aquellos que “pensaban con lo que jugaban”, decían tenerlo en alta estima. No faltaban quienes, descontentos con su situación, al no contar para el entrenador o sentirse damnificados económicamente, caían por su despacho rogando les tuviese en cuenta al acabar la temporada. Despacho que hoy sería museo balompédico, tan cargado como estaba de banderines lujosos, placas de plata, fotos suyas junto a presidentes, federativos o estrellas nacionales y extranjeras, siempre con cariñosísimas dedicatorias. Esa gratitud turbia, surgida a veces del puro interés o la necesidad. Porque ya durante sus años de gloria, hubo a quien no engañaba. Francisco Cortés, autoridad futbolística y memoria de tantos acontecimientos a partir de los 60, llegó a definirlo como “un granuja la mar de simpático”.

A medida que prosperaba, la piel de toro se le fue quedando pequeña y apuntó más lejos, más alto, al otro lado del Mediterráneo e incluso allende el Atlántico. En Italia pudo colocar por 13 millones a Seminario, del Real Zaragoza, para gozo del entonces presidente maño Waldo Marco. El peruano, que venía de golear en La Romareda, no supo adaptarse al “Calcio” en Florencia y, al cabo, volvería de retorno bastante devaluado. Como tampoco encajase con la camiseta azulgrana, acabó en el Sabadell, antes de replegarse hasta su Perú natal. Para entonces, que triunfasen o no los jugadores en cuyos traspasos participaba, tampoco es que le quitase el sueño. Desde Sudamérica, de Uruguay, Brasil y Argentina, fundamentalmente, comenzó a traer un sinfín de equipos con los que alimentar torneos veraniegos. Ganar dinero por esa vía resultaba más fácil y agradecido.

Cuando el Carranza era prestigioso cuadrangular internacional, nuestro hombre se convirtió en principal suministrador. De pronto, aquel flautista de Hamelín se veía negociando con los mandamases del Palmeiras, Botafogo, Santos, Fluminense, Estudiantes, Peñarol, Boca Juniors, Nacional, San Lorenzo de Almagro… Y esos jerarcas, necesitados de dólares o pesetas convertibles, pero sobre todo de hacer caja vendiendo a quienes destacaran en los “bolos”, se movían a su alrededor, obsequiosos. Acababa de dar un gigantesco salto de calidad. O de ambición. Y su ego crecía al mismo ritmo que la cuenta corriente. Porque el nuevo Luis Guijarro, el rey Midas de cada pretemporada, no traía a ningún conjunto para dos o tres partidos, sino para pasearlo al menos de Norte a Sur durante tres semanas. Así los costos de ida y vuelta, francamente onerosos, repercutían mínimamente al ser divididos entre 8, 10, o hasta 12 comparecencias. Y claro, los márgenes aumentaban.

De la consideración, e incluso importancia que este personaje tuvo en América del Sur, da buena cuenta el siguiente hecho, acaecido al finalizar un partido del Milán en Argentina. Entre las distintas versiones que circularon se antoja más plausible la facilitada a Hernández Petit.

Tras monumental escándalo, el delantero centro Combín fue detenido por la policía. Con buen criterio, el presidente milanés Franco Carraro quiso evitar males mayores, tomando las de Villadiego. Pero al subir al coche se produjo un rifirrafe, intervinieron agentes uniformados, y hubo palabras fuertes, gritos, y hasta porrazos. Una de las vergas impactó en Guijarro, por no variar perejil en tan consistente salsa, sufriendo fisura de cráneo. Durante su convalecencia pasaron junto al lecho el propio Franco Carraro, el hijo del presidente “colchonero” Vicente Calderón, jerarcas de la AFA y Confederación Iberoamericana, políticos, futbolistas con la secreta esperanza de dar el gran salto a Europa… Una variopinta y singular cohorte, presentando sus respetos al “capo”.

Raymond Kopa, estrella gala de los 50, una de las grandes mediaciones de Luis Guijarro.

Raymond Kopa, estrella gala de los 50, una de las grandes mediaciones de Luis Guijarro.

Porque para cuando quedaban atrás los 60 podía vérsele de ese modo. Nadie gozaba de tantos contactos como él. No era el único intermediario español, como alguna vez escribió Gilera, pero sí el más grande. En todo el mundo sólo había 14 agentes reconocidos. Trece y él. ¿Cómo no iba a caer en la tentación de presumir con su aval de la UEFA? “Conseguirlo no es fácil. Hay que acreditar acrisolada formalidad, seriedad en los contratos y honradez profesional. Un simple desliz puede privarte de la acreditación que autoriza, con todas las de la ley, a contratar futbolistas y organizar torneos”. A decir verdad, no con todas las de la ley, conforme en seguida veremos.

Nuestro hombre empezó a considerarse intocable. Si algo lamentaba es que la F.E.F. hubiese puesto un candado a la incorporación de extranjeros. ¡Cuántos negocios hubiese podido hacer, sin aquella barrera! Por eso, quizás, decidió probar suerte haciéndose con los derechos federativos de cuantos jóvenes con teórica proyección se le pusieran a tiro. Antes de que echase a rodar el balón la temporada 1969-70, obtuvo de Jaime Planas, por ejemplo, mandatario saliente del Atlético Baleares, los derechos de Sancho, Parma, Tauler, Tomás y Taberner. Otra vez, un presidente con necesidad de hacer caja y cobrarse antiguos préstamos, antes de plegar velas. Los cuatro primeros acabaría traspasándolos al Deportivo de La Coruña -por más que varios no pasaran del aprendizaje en su filial- y Taberner al Celta. Como además los baleáricos habían quedado en cuadro, introdujo su propia mercancía de tercer o cuarto rango.

Más o menos por esa época, Francisco Cortés fue testigo de un hecho que rememoraría mucho más tarde para el malacitano diario “Sur”. Durante una cena con el matrimonio Barinaga, a la que también asistía Guijarro, éste, medio entre bromas, llegó a alardear de haber adquirido una granja porcina, bautizando a los animales con el nombre de directivos que le habían chafado distintos negocios.

Pocas razones tenía para hacerse el mártir, pues no debieron ser muchos sus fiascos. En todo caso supo resarcirse tan pronto fue historia (1973) el veto importador. Por cuanto al volumen de facturación obtenido con los torneos, valga el siguiente dato: Durante el verano de 1972, es decir un año antes que nuestros clubes de 1ª y 2ª División quedasen autorizados a apalabrar un máximo de dos extranjeros, montó nada menos que 14: Ibérico de Badajoz (del 26 al 28 de junio); Teresa Herrera de La Coruña (a primeros de agosto); Ciudad de La Línea, a pie del peñón gibraltareño (4 al 6 de agosto); Naranja valenciano (9 al 12 de agosto); Costa Brava en Gerona (12 y 13 de agosto); Costa del Sol, malagueño (13 al 15 de agosto); Conde de Fenosa, en La Coruña (12 y 20 de agosto); Joan Gámper, barcelonés (22 y 23 de agosto); Villa de Madrid (mismas fechas); Ramón de Carranza gaditano (26 y 27 de agosto); Ciudad de Vigo y Festa D´Ellig, en Elche (idénticas fechas que el Carranza); Ciudad de Santander y Villa de Bilbao. Por si fuera poco, tuvo también a su cargo la gira recaudatoria del Real Madrid.

Fue en lo tocante a contratar, o intermediar entre futbolistas y clubes, donde comenzó a tener problemas. Primero porque, acostumbrado a hacer cuanto le venía en gana, empezó a pecar de altanería y descuido. Y segundo porque su aval de la UEFA, aquel que supuestamente le permitía “con todas las de la ley contratar futbolistas”, tampoco daba para tanto.

Las cosas ya habían comenzado a torcérsele en 1971, aunque entonces nadie, y mucho menos él mismo, pareciese advertirlo. Ese año, las secuelas de un suceso tan terrible como el asesinato a puñaladas de Antonio Rodríguez López, presidente del ya extinto Club Deportivo Málaga, situaron al muy activo intermediario bajo los focos. Y no porque tuviese algo que ver con el crimen, sino porque conforme algunas hipótesis apuntaron, pudo ser utilizado para vaciar la tesorería malagueña.

Cuestiones de esta índole suelen añadir plomo a unos pasos obligatoriamente sigilosos.

Pese a todo siguió colocando futbolistas, ajeno a la percepción de cambios claramente siluetados. Si ya con el traspaso de Lorenzo desde el Real Valladolid al Granada, surgió alguna arista, después, cuando intervino en la venta de Rubén Cano (Elche C.F.) al At. Madrid, los ilicitanos echaron a faltar 2 millones de ptas. en la liquidación definitiva. Protestaron, sí, aunque sin interponer denuncias. La “omertà” del balón funcionaba aún.

¿Acaso Luis Guijarro empezaba a cobrar comisiones a la parte vendedora, como otros harían bastante más tarde, bajo mano y mediante sociedades interpuestas? Pues no. El descuadre respondía a una razón más simple.

Desde principios de los 70, España se embarcó en una desaforada carrera inflacionista. La subida del petróleo tuvo parte de culpa, como el turismo, cuyo crecimiento imparable y tantas veces carente de ordenación, propiciaba bolsas de rentas opacas a un fisco dotado de escasos medios. Pero también la tuvo otra devaluación monetaria, la enésima, empeñada en hacer competitivos los productos de un país donde los sueldos ascendían hasta lo nunca visto. El fútbol tampoco fue ajeno a esa inflación. Cada vez se pagaba más al fichar primeras figuras y éstas, conscientes de que el derecho de retención podía jugarles luego una mala pasada, exigían enormes emolumentos. Si a eso añadimos que casi todos los clubes vivían al borde del precipicio, con serias dificultades para atender gastos corrientes como luz, desplazamientos o material deportivo, tendremos la ecuación completa. Fichar no al contado, sino a plazos, fue adquiriendo carácter de costumbre. Y ahí surgían los problemas.

Puesto que muchos clubes seguían exigiendo el pago a tocateja, urgidos por la necesidad de emplear siquiera una parte en sustituir al traspasado, Guijarro se ofrecía a comprar las letras emitidas por el comprador, presentarlas al descuento en su banco y hacer entrega del importe al club vendedor. De parte del dinero acordado, en realidad, pues descontaba por sistema los gastos bancarios, aunque este punto nunca hubiese asomado durante la negociación. Con tipos de interés altos, conforme correspondían a un I.P.C. superior al 10%, los clubes, modestos o no, se encontraban sin estrella y sin ese millón y medio o dos millones que tanta falta les hacía. El Elche C.F. prefirió callar, quién sabe si ante la perspectiva de que otros analizaran sus propias contrataciones de sudamericanos, a menudo envueltas en profundos misterios. En cambio otros, como el Real Valladolid, no lo hicieron.

Convencidos de que si alguien debía correr con algún gasto en el traspaso de Díez al At. Madrid, no eran ellos, sin los mandamases del Atlético, desde Valladolid elevaron su queja ante la F.E.F. Y como nadie moviese ficha en este ente, su denuncia llegó hasta la U.E.F.A. En enero de 1978, el máximo organismo europeo daría por visto tan pintoresco rompecabezas. Guijarro, utilizado por los madrileños para intermediar, a cambio de un 10 % sobre el importe del fichaje, con tope en medio millón de ptas., percibió sus honorarios al sustanciarse la operación. Luego, contraviniendo cualquier lógica, los costos del crédito bancario precisado por el At. Madrid -pues crédito son y eran, en el fondo, las letras al descuento- se habían cargado al club de Pucela. Y no era aquella su primera fechoría. Justo un año antes la U.E.F.A. ya le había apercibido, luego de recibir otra denuncia desde el Sabadell por chanchullos semejantes cuando incorporaron al balcánico Djordjevic.

A primeros de febrero, “El País” destapaba los vínculos que ataban a presidente y vicepresidente “colchoneros”, con el inefable Guijarro: los tres eran socios en una industria dedicada a la elaboración de zumos.

Como las desgracias suelen llegar encadenadas, el presidente de Boca Juniors sumó su propia denuncia por no abonársele lo acordado al colocar a Trobbiani (Elche C. F.) y fichar del At. Madrid al infortunado brasileño Bezerra, que por cierto, cuando entró en España, tiempo atrás, lo hizo como falso oriundo y además argentino, apellidándose Becerra. Ante tal cúmulo de quejas bien fundadas, el hombre que pocos meses antes pretendía llevar hasta el torneo Costa del Sol nada menos que al Cosmos de Pelé y Beckenbauer, si el mito brasileño continuaba con los neoyorquinos, comenzó a sentirse bajo la espada de Damocles.

Bezerra al remate, con el At Madrid, cuando todavía era Becerra. La mediación de Guijarro en su salida del club “colchonero” señaló el principio del fin para el brillante intermediario.

Bezerra al remate, con el At Madrid, cuando todavía era Becerra. La mediación de Guijarro en su salida del club “colchonero” señaló el principio del fin para el brillante intermediario.

¿Qué había sido de la “acrisolada formalidad, seriedad en los contratos y honradez profesional”?. Quien “si debiera aconsejar a alguien le diría: Ten en cuenta que sólo se engaña una vez”, parecía haber olvidado su propia norma: “La verdad por delante”. El nuevo Guijarro poco tenía que ver con aquel a quien entrevistase Hernández Petit, ocho años antes. De la complacencia en sí mismo, dejándose mecer en una fama concienzudamente ganada a través de miles y miles de kilómetros, descendía al bochorno de ver cómo se le retiraba la acreditación. Porque el 24 de mayo de 1978, reunido el Comité de Concesión de Licencias Agentes U.E.F.A. en Estambul, se acordó anular la suya. El texto de la notificación recibida cuando mayo declinaba, firmado por el secretario general de la U.E.F.A., Hans Bangerter, fundamentaba esa decisión “al quedar comprobada su intervención en el traspaso de jugadores”.

Tal cual.

Porque resulta que ni aquel carné, ni los estatutos de la F.E.F., tan al día ambos como el hacha de piedra, facultaban para contratar futbolistas.

Así rezaba el Artículo 118 del Reglamento de Jugadores entonces vigente para nuestra Federación: “Se prohíbe en los cambios de clubs de jugadores, la intervención de agentes o intermediarios que no sean directivos o funcionarios de los clubes interesados. La infracción de esta disposición será sancionada con multa al club de 1.000 a 5.000 ptas. Si se probasen las irregularidades, el club no podrá inscribir al futbolista durante los siguientes 2 años, y los directivos implicados sancionados con suspensión de entre 2 y 5 años”. Los intermediarios salían de rositas, al carecer de reconocimiento federativo.

Fantástico. El más activo, prestigioso y rico intermediario desde el despunte de los 50 hasta 1978, había actuado ilegalmente durante toda su carrera, cabalgando sobre la complacencia de Federación Española, A.F.A. y U.E.F.A. ¿Acaso estos organismos vivían en una burbuja? ¿Ni un solo miembro de aquella Federación sita en Alberto Bosch, se acercaba al kiosco, sintonizaba la radio o se dejaba embelesar por las primeras pantallas en blanco y negro? En la colección de quien suscribe figuran 93 referencias a Luis Guijarro, procedentes de medios impresos. Y esas 93 citas, noticias o documentos, probablemente no representarán ni un 5 % del total. Muestras, por otro lado, absolutamente diáfanas:

“Madrid.- Salió por el aeropuerto internacional Madrid-Barajas, hacia Roma, Luis Guijarro. Su marcha a Italia está relacionada con la posible adquisición de los servicios de Helenio Herrera para un club español”.

(”La Vanguardia”, 22-IV-1971)

“Buenos Aires, 2.- Las autoridades del club de fútbol local Chacarita Juniors no han definido aún la situación del jugador García Cambón, pretendido por los clubes españoles Madrid y Barcelona. Anoche vencía la opción otorgada al empresario Luis Guijarro, para que el Madrid decidiese sobre la cuestión”.

(Nota de Alfil, 3-VII-1971)

“Pasó por Madrid, camino de Oviedo, el jugador yugoslavo Milan Djoric, último fichaje hasta el momento del club asturiano. Según la cantidad abonada, millón y medio, se trataría de “uno de los fichajes más rentables realizados por un equipo español con jugadores extranjeros”. Djoric, que ha jugado hasta ahora como defensa derecho en el Estrella Roja de Belgrado, y ha sido catorce veces internacional con su país, tiene 28 años, está casado y según noticias oficiosas percibirá 600.000 ptas. en concepto de sueldo y primas anuales. Su traspaso se llevó a cabo en Madrid a primeros de este mes, por mediación del conocido agente Luis Guijarro, después de que su equipo interviniera en el Trofeo Ibérico”.

(Nota de agencia, 27-VII-1973)

“Madrid 10.- Carnevali, adscrito a la Unión Deportiva Las Palmas, llegó ayer a Barajas acompañado de su esposa e hijo. Por su parte, Hugo Lizárraga, que hasta ahora perteneció al Quilmes de Argentina, llega a Madrid para ponerse en contacto con Luis Guijarro, quien al parecer le tiene buscado puesto en un equipo de primera división francés”.

(Alfil, 11-X-1973)

“Málaga, 6.- Esta mañana ha circulado insistentemente por los medios futbolísticos malagueños el rumor de que la baja del jugador Vilanova, de nacionalidad argentina, había sido vendida al intermediario Luis Guijarro, desde el C. D. Málaga, en 14 millones de ptas., para que él pueda transferirlo al equipo que crea conveniente. El rumor se completa con el detalle de que el Sr. Guijarro habría entregado en Madrid millón y medio como anticipo al presidente del Málaga don Rafael Serrano Carvajal, para hacer frente al pago de nóminas a los jugadores correspondientes al mes de mayo. Al parecer, es el Hércules C. F. quien fichará a Vilanova”.

(Nota de agencia recogida por casi todos los diarios, 7-VI-1975)

Rodolfo Vilanova, que conste, nunca ingresaría en el Hércules. Cumplió durante ocho temporadas con el uniforme albiazul de La Rosaleda, hasta hacer el viaje de vuelta a Huracán, su club de origen. Que el Málaga adeudaba dinero a la plantilla es rigurosamente cierto.

La reacción de Guijarro ante su caída a los infiernos, fue inmediata: “Apelaré. Y confío recapaciten sobre la injusticia que conmigo se está cometiendo”. Aquella apelación, entendida de antemano como inútil, incluía sendos escritos de At. Madrid y Elche C. F., manifestando haber realizado los traspasos de Bezerra y Trobbiani de forma directa, sin intervención de ningún intermediario.

Al menos Guijarro podía contar con 20.000 francos suizos en su cuenta corriente. Los que entregara como depósito al obtener la certificación de U.E.F.A., pues una vez perdida tendrían que devolvérselos. Además, ¿quién iba a impedirle seguir ejerciendo? No sería el único en trapichear sin carné. Prudente, en cambio, y dado que muchos de “sus” torneos eran posibles gracias al dinero de ayuntamientos y diputaciones, hizo creer que las riendas del negocio pasaban a su hermano Enrique.

Pero si los torneos empezaban a dar muestras de agotamiento, su crédito personal tampoco es que cotizase como antaño. Entre la jungla de comisionistas emergentes, no faltaban súbditos del señor Monipodio, tipos de mala ralea, capaces de vender a cualquiera por un plato de lentejas. Y él tuvo algún pirata como colaborador de cabecera, que acabó poniéndole en evidencia.

Iba a empezar la campaña 1978-79, cuando el C.D. Málaga pretendía completar su plantilla con el yugoslavo Petkovic, recomendado por un Guijarro ya sin titulación. Gestionaría todos los trámites con el O.F. Belgrado y la Federación balcánica cierto colaborador suyo por aquella zona, llamado Toni Markovic, el mismo que le proporcionase otras transferencias anteriores. Desde Málaga partió Manuel García Campos hacia el Hotel Yugoslavia, comisionado por el presidente andaluz. Pero pasaba el tiempo y a Petkovic parecía habérselo tragado la tierra. El propio presidente albiazul, Serrano Carvajal, justificó el plante tras charlar con Guijarro: Ese chico vivía una espantosa tragedia familiar. El domingo, víctimas de accidente, fallecieron su madre y una hermana. El páter familia, desesperado, acababa de ahorcarse. Y Petkovic, en pleno ataque depresivo, había ingerido un tubo de barbitúricos y se hallaba en coma. Bonito cuento de terror, porque mientras García Campos paseaba nervioso por el vestíbulo de su hotel, contrato en mano, quien debería firmarlo se hallaba en Francia, rebosante de salud, suscribiendo su compromiso con el Troyes. “L´Equipe” lo recogía al día siguiente, en primera plana.

Si Luis Guijarro no estaba ya fuera de onda, lo parecía.

Entre quienes se disputaron su cetro, hubo casi de todo. Fernando Torcal, hombrecito grueso y rechoncho, a sus 39 años y con metro y medio de estatura, creció antes que los demás, organizando torneos, giras amistosas y partidos diversos, casi con la credencial de U.E.F.A. prendida en la solapa. Otros no le anduvieron muy a la zaga. Minguella, Zoran Veckic, Santos… Un mundo de tiburones, como pudieron comprobar este último y el bueno de Chus Pereda. Santos cuando tras cruzar caminos con un compañero de actividad, lo invitó a su casa navarra. Por la mañana tuvo ocasión de sorprenderlo revolviéndole los papeles del despacho. Pereda, el interior que marcase a la URSS en la Eurocopa del 64 y diera el pase del segundo tanto a Marcelino, procuraba rebajar el precio de dos brasileños cuando escuchó a quien actuaba a favor del F. C. Barcelona una lapidaria reconvención “¡Chusín, el precio lo pongo yo!”. Precio al alza, no nos engañemos, según se dijo y escribió. Ambos costaron un disparate y fracasaron; sobre todo uno de ellos. Incluso Nuria Bermúdez, títere de la televisión más alienante y hedionda todavía no hace tanto, quiso ser, y fue, representante de jugadores. Al menos tuvo por pupilo a Dani Güiza mientras ambos compartieron relación sentimental.

El New York Cosmos nunca fue un gran equipo, pero el brillo de sus gastadas estrellas, con Pelé a la cabeza, hizo de él pieza codiciada para los torneos veraniegos que organizaba Guijarro. No se decidió a contratarlo cuando el delantero brasileño anunció su retirada. Sin él perdían los neoyorquinos toda su capacidad de arrastre.

El New York Cosmos nunca fue un gran equipo, pero el brillo de sus gastadas estrellas, con Pelé a la cabeza, hizo de él pieza codiciada para los torneos veraniegos que organizaba Guijarro. No se decidió a contratarlo cuando el delantero brasileño anunció su retirada. Sin él perdían los neoyorquinos toda su capacidad de arrastre.

Poco se supo de Guijarro, o de los Guijarro, incluyendo al hermano, desde que Luis se retirase a burladeros. En Junio de 1980 sonó como improbable candidato a la presidencia del At. Madrid, junto al joyero Enrique Busián y el entonces político de UCD Enrique Mata. Los 28.000 socios de la entidad parecían aguardar a otros valientes, y parte de la prensa sintetizaba las posibilidades del ya antiguo agente con un “parece que se le ha pasado la hora”. Sólo el veteranísimo Gilera en su Meridiano Deportivo, columna no menos veterana de “ABC”, solía evocarlo de cuando en cuando, allá por los 90. El 12 de julio de 1996, tiempo, como verano que era, de grandes torneos en el pretérito, llegó a escribir: “La F.E.F. debió concederle una medalla especial al Mérito Futbolístico-Económico, porque condujo a la construcción de un puente de verano en el que los clubes se inspeccionaban a sí mismos, revisaban su plantilla de jugadores y preparaban el equipo”.

Guijarro disfrutó de una jubilación dorada desde la terraza del Ulía, frente a la playa de Poniente, en Benidorm. De cuando en cuando se dejaba caer por el hotel que regentara Osterreicher, a quien venían a ver, de tarde en tarde, los que como Puskas habían coincido con él por mor del fútbol. Pero seguro que echó a faltar el abrazo de cuantos tras sonreír en las fotos, esmeraban su letra no queriendo emborronar la dedicatoria. Demasiados autores de loas ingenuas, rebuscadas o hasta poéticas, ni quisieron molestarse en garrapatear su adiós, llegada la hora.

Lástima que este hombre nunca encontrase ganas o tiempo para redactar sus memorias.

Al menos, que se sepa.




Raymond Kopa: El fallido relevo de Di Stéfano

El 3 de marzo último falleció Raymond Kopa, buen futbolista, conforme pudo acreditar en el Stade Reims, y sólo con cuentagotas durante sus tres años en un Real Madrid que apabullaba. Por no variar, las necrológicas urdidas a toda prisa, reproduciendo casi al dictado notas de agencia igualmente apresuradas, sabían a poco. Alguna de ellas, además, se excedía en loas al futbolista, sin dedicar un párrafo a la persona, a su despedida de nuestro Campeonato, capitidisminuido y hasta deglutiendo cierto poso de decepción. Buenas razones para acercarnos al personaje, máxime cuando hoy su nombre, como el de tantas otras estrellas envejecidas, semejará nebulosa recóndita para muchos.

Hijo de mineros polacos instalados en Francia, y minero a su vez hasta que lo redimiese el fútbol, Raymond Kopaszewski Wlodzarczyck vino al mundo en Noeux-Les-Mines, el 13 de octubre de 1931. Con 14 años, es decir la temporada 1944-45, formaba ya en el club de su localidad, inmerso en un modestísimo torneo aficionado. Recién cumplidos los 18 saltaría al Angers, endeble equipo de 2ª División, en el por entonces no menos frágil fútbol galo. Dos años después (temporada 1951-52) con 14 goles marcados en 60 partidos ligueros, los técnicos del Stade Reims lo incorporaban a su elenco, luego de satisfacer 1.800.000 francos de la época. Aquel franco viejo, que conste, era moneda débil respecto a nuestra peseta. O sea que lo abonado por su traspaso (180.000, al cambio) nada tuvo de extraordinario.

Durante su primera temporada en la ciudad del champagne lo jugó casi todo (33 partidos de Liga, con 8 dianas), dando la impresión de que podría hacer algo grande. Su siguiente campaña todavía resultó mejor: 13 goles en los mismos partidos, decisivos para la consecución del Campeonato francés. Aún no había cumplido los 22 y ya asomaba al panorama europeo, por más que al fútbol galo siguiera ostentando divisa de pobre.

Una perla semejante no podía pasar desapercibida ante la pupila Luis Guijarro, vendedor de coches e intermediario futbolístico al cincuenta por ciento. Y puesto que ya había colocado en el At. Madrid a las estrellas del Stade Français, con Larbi Ben-Barek a la cabeza, se decidió a ofrecerlo por un precio irrisorio: 250.000 ptas. Muy aceptable inversión, comparada con lo que ya se empezaba a dilapidar en extranjeros, no siempre resolutivos. Puesto que desde la poltrona “colchonera” despachasen la oferta con un escueto “no interesa”, Kopa siguió en Francia, luciendo el azul de internacional y los colores del Stade, a lo largo de 1953-54, 54-55 y 55-56, proclamándose de nuevo campeón galo en 1955 y anotando 27 goles más, en 92 partidos distribuidos durante aquellas tres campañas. Inteligente en el área y con muy buen regate en corto, su fama, cimentada en constantes loas de la prensa transpirenaica, creció por encima de lo que su capacidad anotadora justificaba. Y a ese mismo ritmo iría disparándose su cotización.

Conviene aclarar que durante la primera mitad de los 50, muchas veces se fichaba de oídas. Sin televisión y con escasa capacidad para montar una adecuada infraestructura, los distintos secretarios técnicos descubrían mediante chivatazos o a través de medios informativos, qué futbolista convenía seguir de cerca. Ese “de cerca”, además, quedaba reducido a un simple desplazamiento. Bastaba con verlo jugar una tarde para decidirse a tirar de chequera o convenir que el chico era tan sólo un globo. Ante tal panorama, cualquier pespunte de interés en un grande incitaba a otros clubes con similar potencial, dando lugar a la consiguiente puja. No muy distinto a cuanto hoy sucede, pero con la diferencia de que hace sesenta años se apostaba a ciegas.

Raymond Kopa cuando era estrella en el Stade.

Raymond Kopa cuando era estrella en el Stade.

Por cuanto a Kopa respecta, hubo quien quiso ver en Alfredo Di Stefano al artífice de su ingreso en el Real Madrid. Según los defensores de esa teoría, al acabar el encuentro de Copa de Europa en que los “merengues” se dejaron la piel ante el Stade Reims, en una remontada épica, el argentino habría dicho a su presidente: “Don Santiago, ¡fiche a ese fenómeno ya!”. Bonito cuento, aunque improbable. Primero porque entonces nuestros clubes tenían prohibido contratar extranjeros sin ascendencia española, y Di Stefano se supone tampoco debía estar al corriente sobre la hipotética derogación de la norma. Segundo, y más importante, porque la entidad madrileña llevaba algún tiempo moviendo sus hilos por territorio francés. Así consta, no gracias a nuestros medios de difusión, sino merced a la prensa parisina.

 “Paris Presse” situó a su as, con grandes titulares, en Barcelona. Los azulgrana, supuestamente, habrían ofrecido 60 millones de francos. O sea, 6 millones de ptas. “France-Soir”, por el contrario, reservó su tinta a la negación más categórica: “Kopa no puede jugar en España, por estar su fútbol cerrado a los extranjeros”. Aunque luego, en letra más menuda, ese mismo medio aventuraba la posibilidad de que tal precepto quedase abolido. “L´Equipe”, mejor informado, ofrecía abundantes detalles: “Hemos podido comprobar que la oferta por Kopa no procede de ningún club español, sino del Sr. García, veterano en este tipo de transacciones. Ningún directivo de clubes españoles podría hacer tal cosa, teniendo vetado el fichaje de extranjeros. El Sr. García conoce bien el fútbol francés y ha venido a Reims tratando de conseguir una especie de opción sobre Kopa, ofreciendo 80 millones (8 millones de ptas.*) ante la suposición de que las normas restrictivas de su país serán abolidas”. La misma crónica aclaraba que el Sr. García intervino, tiempo atrás, en el fichaje de Ben-Barek y Marcel Domingo por el At. Madrid. Vamos, que o bien a los franceses les resultaba más fácil convertir el apellido Guijarro en García, o nuestro avezado intermediario se movía por el Norte de Francia utilizando un alias. Aquel García no era otro que el inefable Luis Guijarro.

Brotaba la primavera de 1956 cuando Guijarro, encargado de explorar posibilidades, hacía los deberes. El Milán, aunque algo tarde, quiso enredar. En Reims los directivos jugaron sus bazas con cara de póquer, y tanto a Santiago Bernabéu como a sus asesores, por una vez, les entraron las prisas. Sólo así cabe explicar en qué condiciones acabó luciendo Kopa la camiseta blanca. Pero vayamos por partes, puesto que la cuestión, todavía hoy, sigue envuelta en brumas.

Kopa compartiendo mesa con Di Stéfano en la celebración de una Copa de Europa. Aunque esta imagen parezca desmentirlo, si el francés soportó la tiranía deportiva del argentino fue gracias a su alto sentido del concepto disciplina.

Kopa compartiendo mesa con Di Stéfano en la celebración de una Copa de Europa. Aunque esta imagen parezca desmentirlo, si el francés soportó la tiranía deportiva del argentino fue gracias a su alto sentido del concepto disciplina.

Ni la entidad “merengue” ni Luis Guijarro quisieron entrar nunca en detalles. Normal hasta cierto punto, desde la órbita del club, pero extrañísimo mediando un agente tan dado a presumir de logros. Que hoy se mantengan en secreto aquellos tira y afloja, sólo puede explicarse con lo elevado de las cifras, con que el agente hubiese tenido que garantizar al Real Madrid confidencialidad absoluta, o bien con que Guijarro, por una vez, acostumbrado como estaba a rebajar las pretensiones del vendedor, encajase una derrota. Podrían, incluso, haber concurrido las tres opciones. Según lo poco que diez años después el propio Luis Guijarro contó al respecto, el Milán habría ofrecido al futbolista condiciones superiores a las del Real Madrid. “Pero Kopa era todo un caballero y las rechazó, aduciendo haber empeñado conmigo su palabra”. Si damos crédito a lo publicado en Francia, la oferta milanesa, al menos en lo tocante a traspaso, estuvo por debajo de la española. Así se manifestaba “L´Equipe”: “Kopa saldrá hacia Madrid por 80 millones de francos en tres años (los 8 millones de ptas. antes citados*). El club dirigido por Santiago Bernabéu ofrece una cantidad muy superior a cuanto llega desde clubes italianos”. El Milán, según “France-Soir”, habría ofrecido al Stade 3 millones de ptas., en tanto desde Madrid parece se apalabraron 5.

Enorme galimatías, al barajarse dos conceptos distintos: el traspaso a percibir por el Stade Reims, y la ficha del futbolista. Todo ello sin pasar por alto que a la postre Kopa acabaría comprometiéndose con el Real Madrid, no para 3 temporadas, sino para 4. Y que si como parece apuntarse, su ficha anual no habría bajado de los 2 millones, igualaba el nivel de Alfredo Di Stéfano, sumo pontífice “merengue” no sólo sobre el campo, sino del vestuario. El Madrid estaba dispuesto a introducir en su sede una bomba con espoleta retardada, porque, si se mira bien, tal y como fueron desarrollándose los acontecimientos, tampoco dispuso de un gran margen de maniobra.

La prohibición de fichar extranjeros seguía vigente, recordémoslo. Y para derribarla, nada como estirar la cuerda. Bernabéu tendría más o menos atada la abolición, con el Delegado Nacional de Educación Física y Deportes. Su equipo acababa de quedar campeón de Europa, logro que le permitía sacar pecho ante el Régimen, y saberse oído al exponer que sólo incorporando a los mejores, nuestro fútbol sería capaz de renovar laureles. Una vez en marcha la burocracia estatal, girados los pliegos desde el despacho del Delegado hasta el de ministro, ya no pudo volverse atrás. Si el paso dado en pos de Kopa forzaba a nuestras autoridades hacia una reapertura fronteriza, anunciada la misma se hacía imposible plegar velas. Kopa y el Stade Reims tenían la sartén por el mango y no les tembló la mano al exigir. Ante semejante panorama, parece poco descabellado pensar se “sugiriese” oscurantismo en derredor del elevado importe económico satisfecho. El país no nadaba en divisas, precisamente. Eran autoridades ministeriales quienes concedían o no su pláceme al Banco de España, para satisfacer pagos de esta índole. ¿Cómo hubiese quedado lo de levantar el veto importador, e incurrir al instante en tamaña desmesura?. Si algo estuvo tejiéndose entre bastidores, jamás lo sabremos.

Por fin, hacia las 6 de la tarde del 22 de setiembre de 1956, apenas se hubo abierto el portillo importador, Kopa rubricaba su contrato. Y en octubre hacía su presentación, ante el Sochaux, en el Estadio Santiago Bernabéu. Ni desde el club galo ni por boca del jugador nos resolvieron las incógnitas: “No queremos obstaculizar el traspaso de Raymond Kopa a un club español, si la transacción nos compensase de tan importante pérdida -había manifestado Henri Germain, presidente de la entidad gala-. Sabemos muy bien lo que han pagado por otros extranjeros de primera fila distintos clubes españoles, y no hay razón para que Kopa consiga menos”. El futbolista, por ende, casi asumió un rol institucional: “Ayudo a mi club, el Stade, aceptando un convenio comercial tan ventajoso”. Vamos, que se sacrificaba, aunque el sacrificio lo convirtiese en millonario. Desde Francia, semanas antes, supo, en cambio, mostrarse más convincente: “A mis 25 años no puedo dejar pasar esta oportunidad, porque quién sabe si el futuro llegue a ofrecerme otra”.

Pero Kopa, en efecto, sacrificaba su progresión al enfundarse la camiseta blanca. Ni él ni cuantos acudían al nuevo estadio cada dos semanas, podían imaginarlo aquella lejana tarde. Sin embargo uno y otros irían advirtiéndolo poquito a poco.

Kopa no era, no fue casi en ningún momento, el futbolista que más necesitaba la Casa Blanca. En Francia lo apodaban “Napoleón”, además de definirlo como “meneur de jeu”. Y el equipo del Bernabéu tenía en Alfredo Di Stéfano no sólo a su propio “Napoleón”, sino a un mejor “meneur de jeu”. Como hoy viene sucediendo con varias estrellas fichadas por Florentino Pérez, Raymond Kopa rara vez jugó en su puesto. Recluido en la banda, le resultaba imposible ser algo semejante a lo que fuera con el Stade. Esparcía brillos esporádicos, sí, fogonazos de clase. Pero a su regate le faltaba punta de velocidad y los remates nunca constituyeron para él ni virtud ni un objetivo prioritario. Pocos, como Antonio Valencia, supieron plasmarlo tan acertadamente cuando la salida anticipada del francés se antojaba más que intuición: “Los efectos (de su llegada) se tradujeron en el campo del prestigio y la propaganda, al tratarse del futbolista estelar en un país diestro en resonancias mundiales. El Madrid había accedido al primer plano europeo, pero con la contratación de Kopa potenciaba hasta el máximo ese resultado. Para la prensa francesa, el Real no sólo era campeón europeo, sino, sobre todo, el club de Kopa, y aumentó sus dividendos de popularidad. Con ello quedaba oculto que desde el punto de vista técnico, de las necesidades de juego del club, Kopa hacía bastante menos falta”.

Ninguna, en realidad. Porque si alguien salió ganando con el traspaso fue el jugador: millones, títulos, y un prestigio internacional que, a fuer de sinceros, ni de lejos se ganó enfundado en blanco.

Con aquel Real Madrid imparable, Raymond obtuvo 3 Copas de Europa consecutivas (1957, 58 y 59), dos títulos de Liga (1956-57 y 57-58), y una Copa Latina. Además de un palmarés en el Balón de Oro, henchido de acre sabor a regalo. Porque el trofeo que acababa de crear “France Football”, aun anunciándose como premio al mejor futbolista europeo, tuvo mucho de canto chauvinista.

En 1956, primera edición del Balón, Kopa fue 3º, por detrás de Stanley Matthews (Inglaterra) y Alfredo Di Stéfano. Al año siguiente, nuevo tercer puesto, tras Di Stéfano y Billy Wright (Inglaterra). En 1958, año del Mundial en Suecia, donde Raymond brilló tras una campaña madridista cargada de claroscuros, le otorgaron el trofeo, por delante del germano Helmut Rahn y su compatriota Just Fontaine. Y todavía en 1959 una segunda plaza, tras Di Stefano y delante del galés John Charles. Después, mientras seguía desarrollando su carrera lejos del Real Madrid, la nada más absoluta. Pero eso sí, el paso de Raymond por nuestro fútbol se diría contribuyó a situarnos en el mapa, puesto que mientras duró esa inercia, Luis Suárez Miramontes fue Balón de Oro en la edición del 60, por delante de Puskas y el alemán Uwe Seeler. El mismo Suárez, estrella del Inter milanés, sería 2º en 1961 y 1964, y 3º en 1965. Y Amancio Amaro, 3º en el 64.

Kopa, Di Stefano y Santiago Bernabéu, en una instantánea casi publicitaria. Por mucho que la contratación del francés resultara discutible desde el prisma puramente futbolístico, el club madrileño alcanzó rango internacional, gracias al poder mediático que entonces concentraban “L´Equipe” y “France Football”.

Kopa, Di Stefano y Santiago Bernabéu, en una instantánea casi publicitaria. Por mucho que la contratación del francés resultara discutible desde el prisma puramente futbolístico, el club madrileño alcanzó rango internacional, gracias al poder mediático que entonces concentraban “L´Equipe” y “France Football”.

Pasando por alto si los redactores del medio deportivo francés fueron o no justos concediendo su entorchado a Kopa, en detrimento de Fontaine, auténtica estrella europea de aquel Mundial, resulta incuestionable que el Real Madrid condecoró con largueza a un “Napoleón” empalidecido. Y mientras todo esto ocurría, cuando se hacía evidente que el astro francés jugaba fuera de sitio, sin cuajar del todo, desde la propia órbita “merengue” comenzó a emanar la especie de que a Raymond Kopa, en realidad, debería vérsele como relevo de Alfredo Di Stéfano; el argentino ya había superado la treintena y, quiérase o no, aquellos cinco años de diferencia con respecto al francés por fuerza jugaban en su contra. La “Saeta Rubia”, empero, iba a encargarse de desmentir los cuchicheos, luciendo en el Estadio Bernabéu hasta casi los 38. Y aún disputó dos campañas más con la camiseta del R. C. D. Español, aunque sólo fuera para demostrar a Miguel Muñoz y Santiago Bernabéu que continuaba quedándole cuerda.

El fútbol es un espectáculo curioso, contradictorio a veces, cargado de entresijos. No es raro, por lo tanto, que un gran éxito pueda volverse contra su protagonista. Y eso, ni más ni menos, le ocurrió a Kopa después de brillar en Suecia.

Raymond Kopa en un cromo con su autógrafo, correspondiente al Mundial de Suecia.

Raymond Kopa en un cromo con su autógrafo, correspondiente al Mundial de Suecia.

Ya antes de aquel Campeonato Mundial, no faltaron críticas al Real Madrid por permitirle actuar con la selección gala. Porque entonces, en el caso de futbolistas seleccionados por Federaciones distintas a las del club de pertenencia, esos clubes no estaban obligados, como hoy, a consentir viajes, concentraciones y riesgos de una devolución en mal estado. “Todas las ventajas son para el futbolista -se escribió-. Porque si fracasase, volvería a Madrid un jugador devaluado, resentido en su moral, e incapaz de olvidar que es en Madrid donde han limado, por desuso, sus condiciones de antaño. Si triunfara, en cambio, volvería pisando fuerte, dispuesto a exigir el anhelado puesto de mando que hasta ahora no quisieron otorgarle”. Antonio Valencia, subdirector de “Marca”, dedicaría más adelante una especie de editorial a esta cuestión, luego de que los vaticinios semejaran proféticos: “Quiso sacar tajada de esa “nouvelle vague” de popularidad europea manejada desde Francia. Jugó unos cuantos partidos aceptables y se urdieron rumores sobre una renovación ventajosa, que el Madrid no recogió. Desde entonces Kopa está fuera del equipo, en la práctica. Su matrimonio con el club fue más que nunca de conveniencia, y sólo la disciplina interna y el sentido de funcionario de Kopa alargaron la situación, durante unos meses, sin estrépito ni ruptura”.

Raymond Kopa, en efecto, representaba sólo un tangible de futuro para Santiago Bernabéu y su junta directiva. Revalorizado a raíz del Mundial, tocaba hallarle acomodo. Y a tal fin contribuyeron, sin imaginarlo siquiera, distintas informaciones procedentes de Francia: “Kopa puede renovar por 4 años con el Real Madrid, a cambio de 100 millones de francos”. “Ahora, más que nunca, Raymond Kopa será “Napoleón” en el Madrid”. “Con Kopa los madrileños pueden ser campeones de Europa otros cuatro años más”. Cohetería vana. Máxime si se tiene en cuenta que aquellos teóricos 100 millones de francos viejos (10 millones de ptas.), es decir 2.500.000 por temporada, primas aparte, superaban con largueza los emolumentos de Di Stefano. Y mientras así se escribía, Raimundo Saporta iba tendiendo redes por Europa.

El Stade Reims conservaba un derecho de tanteo sobre su exjugador. Derechos de privilegio, se decía entonces. Los mandatarios “merengues”, por lo tanto, se esforzaron en elevar las ofertas sobre el francés, conscientes de que su todavía futbolista contemplaba como primer objetivo un retorno a Francia. El 30 de junio de 1959, era el propio Saporta quien reconocía haber alcanzado un acuerdo de traspaso con el Anderlecht belga, consistente en 3 millones de ptas. y un partido a disputar en Madrid. Quedaba por ver si el Stade, muy apretado económicamente, sería capaz de igualar la cifra. Pero en todo caso Saporta no pudo mostrase más categórico ante el reportero de “Alfil” en Ámsterdam: “Tengo seguridad plena de que Raymond Kopa dejará de pertenecer al Real Madrid”. El 5 de julio la agencia “Mencheta”, desde Angers, precisaba que Kopa no iba a jugar en Reims la temporada 1959-60, al expirar esa misma noche el plazo concedido desde el club español para ejercer su derecho de tanteo: “El Stade no ha podido obtener tan ansiado crédito y, en consecuencia, la opción que adquirió el club Anderlecht es ya la única que subsiste. El jugador francés recibirá a los dirigentes belgas el lunes o martes próximos, y comenzará a negociar con ellos para firmar”.

Kopa, Puskas, Peiró y Agustín, caricaturizados por Cronos con ocasión de un Madrid-Atlético donde el francés estuvo soberbio. Aquella vez  se encargó Di Stéfano de organizar el juego desde atrás, mientras Raymond Kopa dirigía el ataque en posición de nueve. Aunque el experimento difícilmente hubiese podido salir mejor, no volvería a repetirse.

Kopa, Puskas, Peiró y Agustín, caricaturizados por Cronos con ocasión de un Madrid-Atlético donde el francés estuvo soberbio. Aquella vez se encargó Di Stéfano de organizar el juego desde atrás, mientras Raymond Kopa dirigía el ataque en posición de nueve. Aunque el experimento difícilmente hubiese podido salir mejor, no volvería a repetirse.

El reportero de “Mencheta” olvidaba un hecho fundamental: Tanto la Liga como la Copa belga estaban cerradas a futbolistas extranjeros. Kopa, por lo tanto, sólo podría disputar con el Anderlecht unos cuantos bolos recaudatorios y los escasos partidos de la Copa de Europa. Pocos, estos últimos, porque entonces dicha competición se desarrollaba en eliminatorias directas, a ida y vuelta, y la escasa potencia del conjunto no hacía prever un recorrido largo.

Otra vez la estrella francesa quedaba a merced de lo que un máximo organismo deportivo determinase sobre contratación de extranjeros. Algo contra lo que ya se había vacunado mientras antaño esperase para comprometerse con el Real Madrid. “Mi primera opción sigue pasando por una vuelta al Stade”, manifestó al tener constancia de cuanto se iba cociendo. “¿Y si esa opción belga fuese finalmente la única?”, insistió un anónimo gacetillero. “Quiero jugar, y en el Real Madrid estoy haciéndolo -sentenció Kopa-. Si no pudiese volver a Francia me quedaría aquí”. Desde Reims, para complicar las cosas, los responsables del club dejaron caer que no veían justificación a tanto esfuerzo económico como se les pedía, si transcurrido un año el futbolista pudiera llegarles gratis. Entonces el habilísimo Saporta sugirió a los belgas cubrirse. Desde la Casa Blanca se contaba con aquellos 3 millones para reforzar el equipo, y sería de locos arrojar la toalla con el primer intercambio de golpes.

Los belgas del Anderlecht parece encontraron una fórmula garantista en el vecino campeonato holandés. Si la Federación de Bruselas no se avenía a levantar el veto importador, Kopa jugaría en un club neerlandés de primer rango. Contaban, de cualquier modo, con que los nuevos aires futbolísticos, subsiguientes en buena medida al arranque de una competición europea, acabarían por derribar cualquier muro. Mientras tanto, el futbolista y la plana mayor del Stade ponían el freno de mano; Kopa, porque la alternativa holandesa tampoco le entusiasmaba; la gerencia del Stade porque su reciente excursión a la Unión Soviética había resultado catastrófica.

Finalmente jugador y club francés lograron salirse con la suya. El Stade comprometiendo 3 millones de ptas. ante el Real Madrid -parte de ellos procedentes del propio Anderlecht- disputando un partido en la capital española y dos más por nuestro suelo, amén de otro choque en Bruselas, ante el Anderlecht, para resarcir a esa entidad. Y el futbolista regresando a la patria cuando su negocio de zumos no marchaba bien, hasta el punto de acercarse a una posible quiebra cuya traducción económica, según los medios galos, pudiera rondar los 40 millones de francos (4 millones de ptas.). La salida del ya ex merengue, por cierto, no hubiera podido ser más elegante:

“Estoy contento, porque en Francia tengo a mi familia y mi negocio -confesó el 21 de julio a Gerardo García, para “Marca”-. Esto es mirándolo desde el punto de vista sentimental. Ahora bien, desde el punto de vista deportivo, no puedo decir lo mismo. Aquí no me falta nada a ese respecto, puesto que he tenido las mejores satisfacciones”. Y añadía: “En cuanto al Real Madrid, no se puede decir nada… Como club creo no hay otro igual en el mundo. Y en cuanto a su equipo, tiene bien demostrado ser el mejor de Europa”. Por si fuera poco, tampoco se engañaba con relación al rendimiento aportado: “En España no se me ha visto al completo. Jugando de extremo se recibe mucho menos juego que en el puesto de ariete, sobre todo teniendo en cuenta que el Madrid actúa por el centro, donde tiene a Di Stéfano, que sigue siendo el mejor del mundo; el más completo que he visto. Es natural, pues, que se juegue así. Pero también lo es que yo, de extremo, rinda menos que en el puesto de ariete. Ahora, en el Stade, volveré a actuar como eje de la línea”.

Retrato de un perfecto caballero, en suma.

Santiago Bernabéu, por su parte, buen anfitrión de los Sres. Germain y Morel, presidente y vicepresidente del club galo, resolvió el aluvión de preguntas sobre el futuro con su característica sorna:

“- ¿Cómo piensa cubrir la baja de Kopa en el equipo?. ¿Con Didí?.

– Eso es una incógnita.

– ¿O quizás con Angelillo?.

– Angelillo no. Es socio del Madrid, pero sólo sabe cantar”.

Una de las varias biografías editadas en Francia sobre su gran astro en los 50.

Una de las varias biografías editadas en Francia sobre su gran astro en los 50.

El delantero argentino Angelillo, pieza importante del Inter milanés, acababa de entrevistarse con Samitier, luego de que un agente desbrozase la primera maleza del camino. El 17 de julio, según nota de “Alfil”, se habría desplazado hasta la ciudad condal para disfrutar de sus vacaciones en España. Bernabéu, socarrón, invocaba a Ángel Sampedro Montero (Vallecas 12-I-1908 – Buenos Aires 24-XI-1973), cantante de coplas, fandangos y letras populares, actor de cine ocasional y voz reconocible en las emisoras de radio como “Angelillo”, pese a vivir exiliado desde la Guerra Civil.

Puesto que tanto baile de cifras necesita contextualización, sirvan dos apuntes indicativos del fortunón que llegaba a mover aquel futbol. En julio de 1959 se anunciaban oposiciones para cubrir plazas de oficial en CAMPSA. Sólo podían presentarse varones de entre 18 y 35 años, con título de Bachiller, Maestro, Perito Mercantil o estudiantes de Profesorado Mercantil. La oferta económica consistía en 29.000 ptas. brutas por año; 2.785 brutas al mes, con 2 pagas extraordinarias. O lo que es igual, unas 2.350 netas. Ese mismo verano, el trofeo Carranza pesaba 60 kilos, de los que 56 eran plata, y estaba valorado en 250.000 ptas. Si se prefiere, algo más que lo que para CAMPSA representaba el trabajo anual de 8 oficiales. Di Stéfano venía a ganar en un año lo que 78 empleados con plaza ganada por oposición. Y cuanto se aseguró injustificadamente habría ofrecido a Kopa el Real Madrid, ni más ni menos que el salario de 85 profesionales en el monopolio de gasolina y petróleo.

De inmediato “France-Soir” anticipó que el Real Madrid pensaba en el brasileño Pelé como sustituto de Kopa. Habían oído campanas, aunque identificasen erróneamente la espadaña. Porque aunque entre las incorporaciones “merengues” para el último ejercicio de los 50 contaran Pachín, Pepillo y Canario, la gran estrella iba a ser Didí, campeón mundial y rey de la “folha seca”. Fichaje por cierto, cerrado luego de dos meses de novelón, según palabras del presidente del Botafogo, Paulo Azeredo, y cuando desde Brasil impusieron un ultimátum de 12 horas. Fleitas Solich, futuro entrenador madridista bautizado por nuestra prensa como Don Fleitas, y hasta entonces responsable técnico del Flamengo, recibió por cable los poderes con que cerrar la transacción. Fue su primer servicio al madridismo, por más que la perla negra terminara fracasando.

Kopa, ya en Francia, dio la impresión de haber agotado sus mejores días, pues los 14 goles en 36 partidos de 1959-60, imprescindibles para añadir a su currículo un nuevo campeonato galo, tuvieron mucho de espejismo. Permaneció activo hasta 1967, descendiendo con su Stade a 2ª División, incluso, y contabilizando sólo 19 goles en 208 partidos, durante las siguientes 7 temporadas. Además tuvo serios problemas con su Federación y La Liga.

Kopa charla amigablemente con Pelé. Por más que en Francia diesen a Edson Arantes do Nascimento como sustituto de su ídolo en el Real Madrid, nunca se produjo tal relevo. Llegó Didí, interior del otro lado en la selección campeona de Suecia y Di Stefano, enemistado con la mujer del brasileño, a quien además achacó falta de carácter, puso poco empeño para ahorrarle el fracaso.

Kopa charla amigablemente con Pelé. Por más que en Francia diesen a Edson Arantes do Nascimento como sustituto de su ídolo en el Real Madrid, nunca se produjo tal relevo. Llegó Didí, interior del otro lado en la selección campeona de Suecia y Di Stefano, enemistado con la mujer del brasileño, a quien además achacó falta de carácter, puso poco empeño para ahorrarle el fracaso.

Corría el verano de 1963 cuando la Comisión Jurídica de la Liga Nacional lo condenó a 6 meses de suspensión por “atentar contra el buen nombre de los futbolistas, menospreciar a las instituciones deportivas y perjudicar su propia actividad profesional”. Demasiado fárrago para poco delito, habida cuenta que las pretendidas afrentas provenían de unas memorias recogidas por “France Dimanche”, medio que contradiciendo a su cabecera no aparecía los domingos. En ellas, además de rememorar su paso por el Real Madrid con descalificaciones hacia Di Stefano -cacique, e incapaz de asumir el brillo ajeno- atacaba al estamento arbitral francés, a directivos y miembros de la Federación, con nombre y apellido. En suma ponía en solfa a todo el organigrama galo “por haber hecho de los futbolistas unos esclavos. Pueden venderlos o comprarlos, transferirlos sin pedir su opinión, incluso expatriarlos”. Entendiendo que se erigía en voz de la profesión, aprovechando su notoriedad, le aplicaron el mazazo. Aunque acto seguido, y “atendiendo a los brillantes servicios prestados al futbol francés” se dejaba sin cumplimiento la suspensión, siempre y cuando renunciase al derecho de recurrirla.

Los mandatarios parisinos no hacían sino ponerle una mordaza, justificando con semejante maniobra todas las acusaciones. El futbolista, aunque estuviese bien pagado, no dejaba de ser un títere. Así y todo, tampoco faltaron medios dispuestos a atacarle: “Un futbolista profesional conoce bien a qué se atiene. Todos los franceses podrían quejarse de algunas cosas y nadie les proporciona altavoz”.

Rabioso, a finales de ese mismo año, anunció su renuncia a la internacionalidad francesa. Con 32 inviernos a cuestas, superaba los 40 entorchados. Y además no encajaba con el carácter de George Verriet, seleccionador nacional. Dispuestos a no dejarle pasar una, la Federación lo suspendió por 15 días. Y como siguiera negándose, alegando incompatibilidad con Verriet, otros 15 días más, hasta completar el mesecito descansando. De nuevo dejaba en evidencia que aún sin grilletes en los tobillos, había algo de esclavitud en el fútbol galo.

Acabaría retirándose medio de puntillas, casi como saliera del Madrid, aunque en la capital de España debido al triunfo de Bahamontes en el Tour, cuya hazaña inundó la prensa durante 22 días de carrera y a lo largo de la siguiente semana, dedicada a celebrar la “feliz coincidencia de unir al 18 de julio una gesta como la del Caudillo, y nuestra primera victoria en la Vuelta a Francia” (declaraciones de Elola Olaso, Delegado Nacional de Educación Física y Deportes).

Ese eterno complejo de inferioridad nacional, tan nuestro, necesitaba un nuevo Viriato, vengador de antiguos y supuestos desdenes, menosprecios, o miraditas por encima del hombro. Kopa, al respecto, jugaba en campo contrario.

En diciembre de 1974 se supo acababa de ser nombrado consejero técnico del Angers, y miembro de su comité directivo. Pura maniobra del presidente angerino Jean Keller, puesto que el equipo ocupaba el farolillo rojo de 1ª División, cuando el año anterior, por esas fechas, encabezaba la tabla. Más adelante publicó unas memorias menos escandalosas que las recogidas por “France Dimanche”. Hubo varias reediciones, circunstancia que contradice su queja de sentirse olvidado en Francia. Lo dijo alto y claro cada vez que vino invitado por la entidad madrileña: “Aquí me paran, para decirme que me vieron jugar. Me recuerdan. En Francia no deben saber quién soy, porque nadie me llama para nada”.

Si es triste envejecer, más duele a los viejos dioses el entierro en vida.

Corría el mes de marzo de 2001 cuando subastó parte de sus trofeos, destinando lo recaudado a asociaciones de lucha contra el cáncer. Esa enfermedad le tenía muy sensibilizado desde que siendo futbolista blanco perdiese a un vástago, arrebatado por la entonces irrefrenable guadaña.

Le faltó suerte. Sin duda le hubiese ido mejor diez años más tarde, con las fronteras del balón abiertas de par en par por casi toda Europa Occidental, y sin Di Stéfano en Madrid. Pero al menos pudo escapar de la mina, el monstruo voraz que a traición y siendo adolescente, le robase una falange.

Descanse en paz el “Napoleón” que entre nosotros estuvo próximo a vivir su propio Waterloo.

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(*) Las aclaraciones entre paréntesis no corresponden al medio citado. Trasladando a pesetas el monto de aquellas cifras, podrá el lector hacerse una idea más cabal sobre lo oneroso de la operación.