El CE Europa elimina al campeón de Copa del Rey en 1967, el Real Zaragoza de los 5 magníficos

El CE Europa fue uno de los 10 equipos que integraron la primera edición de la Liga Española. Un club de barrio de Barcelona, concretamente de Gracia, que pasó tres temporadas en la élite a finales de los años 20 y principios de los 30, y que en las décadas posteriores vivió luces y sombras, con sonadas victorias en Copa de Rey y ascensos a Segunda División, aunque también muchos años en categorías regionales.

Desde hace varias temporadas ha sido uno de los equipos punteros en la Tercera División, en el grupo 5, donde compiten los equipos catalanes, y en la 2020-2021 ha conseguido el ascenso a Segunda RFEF, después de la reestructuración de categorías.

En sus ya 114 años de historia al equipo escapulado se le recuerdan las ya mencionadas tres temporadas en Primera División (1928-1931), una final de Copa del Rey en la que cayó contra el Athletic de Bilbao (1922-23), y también en esta competición, una eliminatoria de dieciseisavos de final en la que fue capaz de derrotar al campeón, el Real Zaragoza, en 1967.

El conjunto maño por entonces era uno de los más potentes a nivel estatal, vigente campeón de la conocida como Copa de su Excelencia el Generalísimo (durante el periodo 1939-1976) y compitiendo en la Copa de Ferias a nivel continental. Los zaragocistas poseían uno de los ataques más recordados en la capital aragonesa con el repóquer de ases formado por Canario, Santos, Marcelino, Villa y Lapetra, más conocidos como “Los 5 magníficos”.

Llegaba el CE Europa a la eliminatoria militando en Segunda División, en la que era una de sus épocas más laureadas, después de unos años compitiendo en categorías inferiores. La eliminatoria contra el Real Zaragoza era una oportunidad de volver a salir a la palestra para el equipo barcelonés y no desaprovecharon la ocasión para eliminar a todo un Real Zaragoza que era una de las sensaciones a nivel nacional, pese a vivir un bache en su juego.

Primer partido: CE Europa 0-1 Real Zaragoza

El primer partido de la eliminatoria se jugó en feudo barcelonés y el Europa consiguió plantar cara a un Real Zaragoza que se llevó el triunfo por un 0 a 1, con gol de Villa a pase de Marcelino. Según crónicas de la época “En terreno de juego europeísta de Gracia, el titular tuvo que habérselas con un Zaragoza aguijoneado por sus seguidores, y también por el título que todavía poseen. De ahí que sea lógico el resultado favorable para el conjunto aragonés, superior tanto en individualidades como en el bloque, ante un animoso Europa- al que pudieron ver muchos aficionados en la pantalla pequeña-, no obstante mantuvo a raya al calificado rival que solo pudo anotarse un gol a su favor.” [1] No jugó Lapetra, en un partido que Heraldo de Aragón tituló en su crónica del 2 de mayo como “Juego pobre, copero, y victoria del Zaragoza sobre el Europa (0-1)”[2]. La crónica la finalizaba así su redactor, José Maria Doñate: “No puedo creer que el Europa venga a la Romareda con el mismo afán combativo y de lucha que lució en su campo. Si fuera así, va a ser muy difícil marcarle goles; pero lo que de todas todas no puede hacerse es jugar a la espera. Aquí tendrá que abrir el Zaragoza su libro y explicar lo que es un furioso y ofensivo partido copero”. [3]

Heraldo de Aragón 2 de mayo de 1967 página 16 / Fuente: Hemeroteca Municipal de Zaragoza

Segundo partido: Real Zaragoza 0-1 CE Europa

El segundo partido tuvo lugar el 7 de mayo de 1967 en el estadio zaragozano de La Romareda. Todo un lujo para los jugadores del Europa poder disputar un encuentro en un marco incomparable como el campo del Real Zaragoza. La presión de jugar en ese estadio, de verse las caras contra el vigente campeón y de traer el resultado desfavorable de 0 a 1 de la ida no hizo mella en el cuadro barcelonés, y asaltaron La Romareda con idéntico resultado que en la ida, pero en este caso a su favor. Un gol de Bordons aprovechando un rechace al filo del descanso, hizo crispar aún más el ambiente en el feudo zaragocista, que ya tenía los ánimos alterados por la mala trayectoria en Liga del equipo aragonés en las últimas jornadas. “Lamentable actuación del Campeón de España”[4]. Así tituló Heraldo de Aragón la crónica del encuentro. En el partido destacó la gran actuación del conjunto catalán, y sobre todo la figura de su portero Pampols, que hizo varias intervenciones de mérito. Como recogía Mundo Deportivo en su edición del día 8 de mayo de 1967, el técnico zaragocista, Daucick, mostraba el descontento por el juego de su equipo con estas palabras “Pésimo partido y peor resultado. El Europa ha jugado de la misma forma los dos partidos. Es decir, no dejando jugar a mi equipo, al que no le va nada este sistema de juego.”[5] El técnico zaragocista también cargó contra el mal ambiente en las gradas cuando se le preguntó por dónde prefería jugar el tercer partido, el del desempate. “Por lo menos espero jugar en un campo donde el público sea imparcial” o “Del público prefiero no decir nada”[6]. El partido se había jugado en La Romareda, pero como también se explica al inicio de la crónica, “La serie de malos encuentros que viene firmando el Real Zaragoza, tanto en los finales de Liga como en esta eliminatoria de Copa, ante el buen equipo catalán del Europa, ha terminado esta tarde con un nuevo flamear de pañuelos.”[7] El mismo entrenador Daucick se enteraría por el periodista Fermín Moros que el tercer partido se jugaría en Mestalla, para su sorpresa. “No sé nada de nada”[8]. Palabras de Daucick que ya no estaría al frente del equipo maño en el tercer partido de la eliminatoria, siendo Andrés Lerín el nuevo entrenador.

Heraldo de Aragón 9 de mayo de 1967 página 16 / Fuente: Hemeroteca Municipal de Zaragoza

Tercer partido (desempate): CE Europa 2-0 Real Zaragoza

El estadio valencianista de Mestalla seria testigo de la gesta del equipo europeísta, que eliminaría por 2 a 0 al Real Zaragoza, que perdería su condición de campeón de la competición. Mestalla animó desde el primer minuto al conjunto catalán y abucheó al zaragocista, quien se plantó de nuevo en la capital del Turia sin uno de sus magníficos, Carlos Lapetra. 

Los medios calificaron la victoria del conjunto catalán como “justa” ante un Real Zaragoza donde “los aragoneses, en especial su delantera, han demostrado un bajo estado de forma” y de “fracaso estrepitoso del Real Zaragoza”[9].

La expedición del CE Europa fue recibida por sus aficionados a la entrada a Barcelona con mucho entusiasmo y también con las gradas llenas en el campo de la calle Cerdeña. Certificaban así una de las grandes hazañas del conjunto del barrio de Gracia con una afición ávida de triunfos y de éxitos, que pudo rememorar el pasado del conjunto escapulado en la élite del futbol español, y que en las últimas décadas había pasado muchos apuros a nivel deportivo. En la siguiente eliminatoria esperaba el Córdoba CF, que no dio ninguna opción al conjunto catalán y lo apeó de la competición, pero el CE Europa ya había hecho historia superando a un Real Zaragoza que pasaba por un bache a nivel deportivo, pero que era uno de los grandes del futbol español.

Referencias

  • Redacción. Martes 2 de mayo de 1967, La Vanguardia. Página 30 (Hemeroteca Digital La Vanguardia)
  • Doñate, José María. Martes 2 de mayo de 1967, Heraldo de Aragón. Página 16 (Hemeroteca Municipal de Zaragoza Signatura P0178)
  • Moros, Fermín. Lunes 8 de mayo de 1967. Mundo Deportivo. Página 4 (Hemeroteca Digital Mundo Deportivo)
  • Redacción. Martes 9 de mayo de 1967, Heraldo de Aragón. Página 16 (Hemeroteca Municipal de Zaragoza Signatura P0178)
  • Ansuátegui, Álvaro. Miércoles 10 de mayo de 1967. La Vanguardia. Página 40 (Hemeroteca Digital La Vanguardia)

Redacción. Jueves 11 de mayo de 1967. La Vanguardia. Página 44 (Hemeroteca Digital La Vanguardia)

[1] Martes 2 de mayo de 1967, La Vanguardia, página 30

[2] Martes 2 de mayo de 1967, Heraldo de Aragón, página 16

[3] Martes 2 de mayo de 1967, Heraldo de Aragón, página 16

[4] Martes 9 de mayo de 1967, Heraldo de Aragón, página 16

[5],[6],[7],[8] Lunes 8 de mayo de 1967, Mundo Deportivo, página 4

[9] Miércoles 10 de mayo de 1967, La Vanguardia, página 40




El gol más polémico en la vida de “El Divino”

Cuando se gana un partido internacional por 8-1 todos pueden pensar –según los modos de hoy- que en el vestuario habría ducha colectiva y que el Seleccionador andaría con mucho cuidado para no caer bajo el chorro colectivo que le dejara hecho una pena.

Pero aquella tarde del día 14 de abril de 1929 en la caseta –lo que hoy son vestuarios de cinco estrellas- había malos modos entre los jugadores. Unos les gritaban a otros sobre sus doscientas pesetas y que a ver quién se las pagaba. Los interpelados argüían que son cosas del juego y que nadie tenía la culpa de nada. El seleccionador, el prudente José María Mateos, se refugiaba en el grupo de directivos intentando hacerse invisible.

¿Qué había pasado para ese ambiente tan tenso?

Pues había pasado que en el primer tiempo se había jugado mal. Y, pese a la endeblez del conjunto de Francia, la victoria no parecía muy segura si se continuaba con ese juego tan ramplón y agarbanzado. El marcador señalaba un 2-0 bastante plácido para España.

El seleccionador, temiendo que su equipo se dedicara a sestear y los franceses consiguieran hacer el juego brillante del que venían anunciados, recordó a todos que cada gol de diferencia estaba primado con 50 pesetas por barba.

Aquella buena noticia no cayó nada bien. Todos miraron hacia Quesada. Y es que el defensa del Madrid, siguiendo órdenes de Zamora, que era el capitán, había lanzado un penalti en el minuto treinta y se le había ido fuera. Y con él, diez duros por cráneo.

Bien es verdad que no había sido un capricho de Zamora –que entonces estaba en el Español de Barcelona- sino que Félix Quesada era un experto en el lanzamiento de penas mortales. Se podían contar con los dedos de una mano los que había fallado en su vida. Pero aquel… Pasó rozando el poste izquierdo de Henric, pero por fuera… 

Evidentemente el seleccionador Mateos había dado en la tecla oportuna. El equipo salió arrollador. Gaspar Rubio, que todavía no había descubierto que tenía astrágalo, metió cuatro goles. Y los franceses más que dominados, estaban apisonados.

Y otro penalti. Zamora confesó que ya iba a ordenar que lo tirara también Quesada, con el fin de que pudiera rehabilitarse ante sus compañeros y el público, cuando le interpeló Marculeta: “No, Ricardo, Quesada no, que va a estar nervioso por el otro fallo; que lo lance Paco Bienzobas que es también un experto en estos lanzamientos”.

Zamora hizo caso al pequeño donostiarra, buen conocedor de su compañero de equipo, y le gritó a Bienzobas que lo lanzara. Perfecto. Gol. 

Pero todavía quedaba otro gesto para la cólera del equipo. El árbitro –el famoso Prince Cox, el de la siestecilla durante los himnos- estaba ya mirando el cronómetro cuando el ariete galo Nicolás salió desde su campo aprovechando que la defensa española estaba poco menos que en el centro del campo. Su pase, majestuoso, al desmarcado Veinante, sorprendió a Zamora fuera de su terreno. El interior azul tiró a puerta descubierta. Gol. Los ocho goles de diferencia se reducían a siete. Y allí se le iban a cada jugador 50 pesetas.

Los cronistas aseguraron que había sido una galantería de Zamora para que los franceses salvaran el honor con ese tanto. El portero español lo negó; había hecho lo imposible por parar ese balón, pero su zambullida había sido corta y tardía.

Fue el propio seleccionador quien desveló el caso unos años después. Contó:

“Teníamos ya ocho goles. Me hallaba yo sentado tras la meta que ocupaba Zamora. Nuestro dominio era total. Zamora vino tranquilamente hacia mí y me dijo sonriente: “Cada gol le cuesta a usted ciento diez duros ¿verdad? Le propongo un bonito negocio: ¿me da cincuenta duros y me dejo meter un gol? Se ahorrará usted sesenta duros”. Y en esta proposición fue cuando Veinante recibió el balón. Cuando llegó Zamora ya era tarde. Hizo lo que pudo para llegar… pero no llegó”.

Ello era el origen de la algarabía en la caseta. Todos reclamaban airadamente a Zamora y Quesada las cien pesetas que les habían hecho perder. El penalti fallado por el “experto” y el gol verbenero que había recibido “el mejor portero del mundo”, como recalcaban con retintín.  

Pero la huída del seleccionador Mateos era debida a que Zamora y Quesada querían rentabilizar el chaparrón de improperios que había caído sobre ellos. Al fin y al cabo habían ahorrado a la Federación nada menos que 1.100 pesetas. ¿Qué menos que repartir el botín? Con cincuenta duros cada uno se conformaba…




Iriondo, Venancio, Zarra y Panizo volvieron a encontrarse

Fueron cuatro de los integrantes de una de las más famosas delanteras del Athletic Club de Bilbao. Junto con Gaínza formaron el quinteto de “los catedráticos”. Según la historia del club, la segunda más recordada después de la formada por Lafuente, Iraragorri, Bata, Chirri II y Gorostiza que, entrenada por Mister Pentland, se la conocía como la “delantera maravilla”.

Al finalizar la Guerra civil, el Athletic no tuvo más remedio que reconstruir un equipo que había quedado diezmado, teniendo que partir de cero para conformar una plantilla de éxito. Comenzó a reclutar chicos jóvenes, promesas futbolísticas. De esta manera, fueron llegando al club Iriondo, Zarra, Panizo y Gainza.

Posteriormente, los bilbaínos encontraron a su quinto delantero, jugador fuerte y corpulento, Venancio Pérez, fichado de la S.D. Erandio. Durante dos temporadas fue cedido al Baracaldo, repescándose mientras tanto a Iraragorri, que ya había formado parte de la primera delantera histórica. Venancio volvió a la disciplina vasca en la temporada 1949-50, por lo que finalmente quedó compuesto el quinteto.

Esta delantera, respecto a los jugadores motivo de este artículo (Gaínza continuó en el Athletic hasta la temporada de 1958-59), se fue deshaciendo con el transcurrir de las temporadas. Así, Iriondo dejó el Athletic al final de la temporada 1952-53 para fichar en la siguiente por el Baracaldo, donde participó en las tres primeras jornadas de liga (ante los equipos de La Felguera, Baracaldo y Caudal de Mieres); a partir de la cuarta llegó a la Real Sociedad y, más tarde, su destino fue la S.D. Indauchu, como entrenador-jugador. Por su parte, tanto Venancio, como Zarra y Panizo abandonaron el club dos temporadas después, al finalizar la liga 1954-55; en la siguiente, Venancio, ya con 34 años, fichó por el Baracaldo de Segunda división, disputando 12 partidos de liga y anotando 8 goles en el curso 1955-56. Zarra, con la misma edad, llegó a la S.D. Indauchu que también estaba en la División de plata, jugando 27 partidos y marcando 17 goles. Panizo, con 33 años, al igual que su compañero Telmo, también se enroló en las filas del conjunto vizcaíno, jugando 11 partidos y anotando 1 gol.

El Indauchu, por aquel entonces, era nuevo equipo de Segunda. Había ascendido en la Fase Final quedando clasificado primero del grupo uno, ganando 8 encuentros, empatando 3 y perdiendo otros 3, enfrentándose al Club Langreano, C.F. Ferrol, U.D. Salamanca, Gimnástica de Torrelavega, R. Europa Delicias, Burgos C.F. y Pontevedra C.F. 

Por coincidencias del destino, aquellos cuatro jugadores, aunque defendiendo diferentes intereses, volvieron a reunirse en un terreno de juego. El 12 de octubre de 1955, en el campo de Garellano, el encuentro de Segunda División correspondiente a la quinta jornada del Grupo Norte, deparó el enfrentamiento entre la S.D. Indauchu y el C.D. Baracaldo.

En los locales, además de Iriondo, Zarra y Panizo figuraba también en su plantilla el jugador de la talla de Ontoria; por su parte, el Baracaldo tenía en sus filas al mítico portero Lezama.

Arbitrado por el colegiado José Luis Irlés, los equipos presentaron estas formaciones: por parte del Indauchu, Abeijón, Baliño, Zamacona, Olivares, Ontoria, Uría, Urizar, Isasi, Zarra, Panizo e Iriondo. Por el Baracaldo jugaron Lezama, Bastida, Venancio, Olarieta, Goyo, Gorostiza, Onaindía, Urruchurtu, Ibarrondo, Cortázar y Beitia.

Se dio la circunstancia de que Rafael Iriondo, que era entrenador-jugador local, jugó su único encuentro vestido de corto.

Vencieron los locales por 1-0 con gol de Ontoria a los 21 minutos, en un disparo por alto que no pudo atajar Lezama. Recordando viejos tiempos, destacó por su juego el ala Iriondo-Panizo haciendo las delicias del público que asistió al encuentro, teniendo el interior izquierdo tuvo una gran oportunidad de gol al enviar el balón al travesaño de la meta baracaldesa.

En el minuto 32 pitó el árbitro mano de un defensa visitante, pero, según las crónicas, sacó descaradamente la pelota del área y ordenó tirar golpe franco en vez de penalti, con la consiguiente bronca del respetable.

Venancio, que en sus tiempos del Athletic jugaba de interior derecha, pasó a reforzar la delantera en los últimos minutos recordando años pasados, aunque sin resultado práctico, pues no pudo lograr el tanto del empate.

Terminando el encuentro, el árbitro expulsó al baracaldés Cortázar creyendo que había agredido con el pie al meta local Abeijón al disputarle la pelota. No tuvo mucha fortuna aquella tarde el Sr. Irlés.

En el partido de la segunda vuelta, jugado el 23 de febrero de 1956, el Baracaldo ganó 3-2 al Indauchu. Solamente jugaron Venancio, por parte local y Zarra por la visitante, marcando éste los dos goles de su equipo.

Después de las 30 jornadas de liga, el Indauchu quedó clasificado en octavo lugar y dos puestos más abajo los de Baracaldo, con 30 y 28 puntos respectivamente.




El homenaje nacional a Zarra

Corría el mes de noviembre de 1953, cuando en el seno de la Delegación Nacional de Deportes alguien tuvo la idea de dedicar un homenaje a Telmo Zarraonaindía Montoya, el “Zarra” de las alineaciones y la mitomanía deportiva, ariete por antonomasia, autor del gol ante “la pérfida Albión” en el Mundial de Brasil (1950), según palabras del presidente federativo que habrían de costarle el puesto, ejemplo de coraje y pundonor, de raza, según tantos comentaristas plasmaran de viva voz o sobre papel prensa, jugueteando con la alteración silábica de su alias. A los 32 años, Zarra permanecía activo, y ese reconocimiento evidencia hasta qué punto era figura venerada, máxime en un país donde los homenajes suelen llegar post mortem. Pero irremisiblemente se acercaba al final de su andadura sobre el césped. Una dura lesión padecida durante la temporada 1951-52, lo había mantenido en paro gran parte de ese ejercicio. Y aunque cual ave fénix renaciera en el torneo correspondiente a 1952-53, rubricando 26 goles en 29 partidos, tanto en los despachos rojiblancos como en San Mamés comenzaron a buscarle sustituto. Su ciclo de rematador osado, sin arrugarse nunca, encaraba la recta final. Bien mirado, podía no ser un mal momento para agradecerle los servicios prestados, máxime cuando además de cantar goles había ejemplificado lo que ha de entenderse como deportividad(1), elegancia en la derrota y, sobre todo, compromiso con unos colores.

Cartel del gran homenaje dedicado a Telmo Zarraonaindía.

Vaya por delante que era aquel un fútbol más sano, infinitamente peor remunerado que el actual, y sin duda por ello mucho menos soberbio y egoísta. Los jugadores, incluso los más destacados, tenían asumido que, si las cosas les rodaban bien, el balón habría de proporcionarles dinero para adquirir un piso y emprender algún negocio con el que abrirse camino tras colgar las botas. Nada de vivir de rentas a perpetuidad o legar fortunas a los vástagos. Y menos, obviamente, de sacar jugo al pretérito mediante patrocinios, “spots” publicitarios, carguitos dictados a dedo, concejalías, o sueldos de asesor sin que ello implicase asesorar a nadie. Ciertamente existía el esclavista derecho de retención, que atara a tantos jugadores vitaliciamente a su club. Pero aun con todo, tampoco faltaron quienes, entre plantes, salidas de tono y declaraciones en rebeldía, forzaran traspasos para multiplicar sus ganancias anuales. Zarra no fue de esos. Ni él ni sus cuatro compañeros de línea atacante en San Mamés; los Iriondo, Venancio, Panizo y Gainza, recitados de memoria por una generación de aficionados posbélicos. Porque, aunque Telmo Zarra e Iriondo luciesen otros colores al margen del rojiblanco, ocurrió cuando la entidad bilbaína dejara de contar con sus servicios. Entre los futbolistas de renombre merecedores de un homenaje nacional, sin duda Zarra ocupaba un lugar preeminente.

Nadie opuso la menor objeción al proyecto de la D.N.D. durante la Asamblea en que la F.E.F. se hiciera eco de tal proyecto. Y por ello, el 1 de diciembre el secretario federativo respondía al “Ecmo. Sr. Delegado Nacional de Deportes de F.E.T. y de las J.O.N.S”:

“Pondremos todo nuestro empeño en la organización de este homenaje, cuya fecha más adecuada estimamos en la primavera próxima, y en momento oportuno tendremos el honor de elevar a V.E. el programa de lo que entendemos deba ser este acto.

Por Dios, España y su Revolución Nacional-Sindicalista”.                    

Escrito dirigido a Zarra desde la F.E.F., tan pronto su Comité Directivo se sumara a la “sugerencia” de la D.N.D. consistente en dedicarle un homenaje nacional.

Desde la Federación se planteó como posible idea enfrentar a una potente selección de futbolistas militantes en nuestra Liga, con algún club de la 1ª División inglesa. Pero esta opción fue mal vista en la D.N.D., según notificasen al ente federativo el 22 de febrero de 1954: “Nuestro servicio exterior no considera pertinente la celebración de un encuentro, ni realizar gestiones encaminadas a la celebración del mismo, con un club de 1ª División inglés”. Así las cosas, dos días después la propia D.N.D. volvía a contactar epistolarmente con la Federación, proponiendo “un matiz nacional, a base de dos potentes selecciones, debiendo procurar que el encuentro revista el máximo interés posible, a fin de que se cumplan los deseos de esta Delegación Nacional de Deportes, de que el homenaje al mencionado jugador internacional de fútbol logre la brillantez que le corresponde”. Dos potentes selecciones compuestas entre jugadores de nuestra Liga, aclarémoslo, porque aquella España no estaba para dilapidar divisas.

Si pérdida de tiempo, tan pronto se tuvieron noticias sobre el proyecto de enfrentar a una selección de Vizcaya-Centro con otra de Cataluña-Levante, en el seno del Atlético Bilbao -denominación del Athletic Club a partir de 1940- se puso manos a la obra. Así lo evidencia el escrito remitido a la Española por el presidente rojiblanco Enrique Guzmán con fecha del día 25: “Si las selecciones son bien escogidas y todos los elementos cooperan al fin propuesto, sin incomparecencias que desdigan la seriedad deseada, el partido será un verdadero éxito. Además, evitando la subvención al equipo contrario, caso de haber traído uno extranjero, el resultado económico será muy superior”. El presidente bilbaíno estaba por demás implicado en la iniciativa, añadiendo que su entidad atendería todos los gastos de los futbolistas integrados en la selección, para mayor beneficio del homenajeado. Y añadía, beatíficamente: “Quizá esta misma idea fuese correspondida por todos los demás”. Un buen deseo que iba a despertar relativo eco, conforme más adelante observaremos.

El 2 de abril, la Federación dirigía un escrito a Telmo Zarra, invitándole a designar los jugadores que mejor considerase para su partido homenaje, pudiendo añadir, además, cuantos elementos considerase de otras regiones. Aún no existía fecha para el choque, y con intención de zanjar cuanto antes un aspecto tan fundamental, el presidente federativo volvía a ponerse en contacto con la D.N.D. mediante escrito fechado el 9 de abril, confiando se le orientara al respecto. Tres días después, el máximo órgano deportivo nacional se decantaba por el 29 del mismo mes. Y sin pérdida de tiempo, la Federación comenzaba a convocar futbolistas para el choque a disputar en el estadio de Chamartín, a las cinco y cuarto de la tarde.

Ambas selecciones iban a estar conformadas de este modo:

Equipo Azul (Cataluña-Valencia).- Marcel Domingo; Argilés, Biosca, Segarra; Pasieguito, Puchades; Basora, Wilkes, Kubala, Marcet y Manchón. Suplentes, Campanal y Bosch.

Equipo Blanco (Castilla-Norte).- Carmelo Cedrún; Martín, Lesmes I, Lesmes II; Miguel Muñoz, Garay; Miguel, Silva, Zarra, Di Stéfano y Gainza. Suplentes, Eizaguirre, Iriondo, Venancio y Panizo, puesto que se pretendía alinear en la vanguardia durante la segunda parte al histórico quinteto rojiblanco.

Pronto, sin embargo, se produjo una deserción. El secretario del Sevilla C. F. envolvió razonada y decorosamente la incomparecencia de su formidable defensa central Campanal: “Ni que decir tiene que este Club se complace en reconocer y proclamar como los demás, las altas virtudes deportivas que corresponden al jugador a quien como símbolo de los buenos futbolistas españoles de todos los tiempos, se va a rendir homenaje, y que con el mayor entusiasmo y buen deseo de colaboración nos unimos al mismo. Mas, como saben, Campanal viene jugando desde casi el principio de la Liga con una vieja lesión a la que con su proverbial buena voluntad y amor propio ha podido sobreponerse incluso en los últimos partidos internacionales, pero durante el encuentro jugado en Las Corts contra el C. F. Barcelona el pasado día 11, recibió un nuevo golpe en la rodilla que viene preocupando seriamente a nuestro médico,(…) En vista de lo cual se decidió no alinearlo el próximo domingo en San Sebastián. En tales condiciones no le será posible alinearse tampoco el día 29 en el partido homenaje a Zarra, y crea que lo sentimos de todo corazón”.

En idéntica línea de caballerosidad, el último párrafo de aquella misiva concluía con el lógico ofrecimiento: “Tenemos la esperanza, sin embargo, de que a Zarra pueda interesarle la colaboración de cualquier otro de nuestros jugadores, y a tal efecto le hemos ofrecido, como reiteramos a Vds., poner a su disposición todos los demás de este equipo”.

Escrito del Valencia C. F. rubricado por su secretario general, Luis Colina, sumándose al partido de homenaje.

Puesto que también entonces se hablaba de apreturas en el calendario, varios clubes -At Bilbao, Español, Valencia o Barcelona- contactaron con la Federación Española para cursar instrucciones a los futbolistas “prestados”, sobre el modo y manera en que deberían desplazarse desde Madrid hasta el punto donde mediante sorteo les correspondiera disputar la siguiente eliminatoria de Copa. A partir de ahí, la interlocución entre la F.E.F. y Telmo Zarra tuvo en el presidente atlético un continuo mediador, como acredita el escrito remitido desde Madrid a la sede rojiblanca, con rúbrica de Andrés Ramírez. Tras algún párrafo de especulación coloquial, como: “¿Cree usted que Bilbao responderá, y que vendrá mucha gente? Es sólo un día el que perderán, pues pueden viajar de noche el miércoles y jueves”, se pasaba a lo importante: “Los precios son relativamente asequibles y espero que pese a no ser día festivo haya una gran entrada, pues los equipos son francamente buenos y no espero deserción alguna. Yo calculo en un millón largo la entrada bruta y luego los gastos del partido con entre un 40 y un 46 ó 47 % (de detracción); esto normalmente, pues espero hacer rebajas en todo y engañar a quien haga falta para que el resultado líquido sea lo más sabroso posible (…). Zarra nos habló de unos regalos que piensa hacer a sus compañeros y le indicamos que consultara con ustedes, pues podrían orientarle mejor, sin perjuicio de que si así lo desearan nos encarguemos desde aquí. De los dos equipos se ocuparán Benito Díaz (catalanes y valencianos), y Barrios (los otros). Es lo que parece más conveniente”.

La misiva finalizaba con algo semejante a una promesa: “Dígale a Enrique y a Pedrés que echaré la carne en el asador, pues aparte de que Telmo se lo merece todo, no me olvido tampoco de Bilbao y que estoy obligado a mantener mi “cartel” ahí”.

Aunque lo de “hacer rebajas en todo y engañar a quien haga falta” sonase un tanto fuerte, Andrés Ramírez se refería a economizar en los distintos impuestos que entonces gravaban cada espectáculo. Prueba de ello es la misiva que Juan Touzón dirigiese al Conde de Mayalde, alcalde de Madrid, pidiendo por boca de fraile: “Con esta fecha se entrega oficialmente al Excmo. Ayuntamiento de Madrid un escrito formulado por la R.F.E.F. que me honro en presidir, solicitando que el Ayuntamiento renuncie a la percepción que por menores e impuesto de lujo puedan corresponderle, en el partido de homenaje a Zarra, a disputar el próximo jueves día 29. No sé si esto que solicitamos es excesivo, pero me mueve a escribirle esta carta rogándole interponga su valiosa y decisiva influencia en los organismos competentes para que esto se consiga, o al menos se fijen cantidades muy reducidas, y hacer más lucido el resultado económico del encuentro. Como usted sabe, el partido tiene el alto patrocinio de la Delegación Nacional de Deportes y se trata de exaltar la figura de un hombre que, pese a su profesionalismo, siempre se ha olvidado de él y lo ha dado todo en defensa de los colores nacionales. Además ha mostrado un decidido empeño en que el encuentro se celebre en Madrid, rindiendo así culto de admiración a nuestra capital”.

Conforme a lo prometido, este fue el anuncio publicado en “La Gaceta del Norte” el mismo día del encuentro, acerca de su retransmisión por Radio Bilbao.

Paralelamente, Eduardo Ruiz de Velasco, director de Radio Bilbao, dirigía un escrito al presidente federativo solicitando permiso para retransmitir el choque en directo. Algunos de sus párrafos rezaban así: “Espero que por parte de esa Federación nacional no exista inconveniente alguno, toda vez que cuento con la aprobación del propio homenajeado, de la Federación Vizcaína de Fútbol y de D. Fernando Gómez Rubiera, miembro de esa Federación Vizcaína. Por su poca potencia esta emisora no es posible captarla en Madrid, y por lo tanto no puede pensarse en un perjuicio para la taquilla, haciéndole resaltar, además, que el anuncio público sobre la retransmisión no se haría hasta el mismo jueves, día 29, en la prensa de la mañana. De esta forma, quienes tuvieran pensado asistir al homenaje ya estarán para esa horas en la Puerta del Sol. La retransmisión la efectuaría el abajo firmante, por considerar que nuestra emisora no podía estar ausente en tan merecido homenaje”.

Eduardo Ruiz de Velasco, aclarémoslo, fue un gran director de la emisora bilbaína, pero las retransmisiones deportivas distaban mucho de constituir su fuerte. En nada se parecía a Matías Prats, Juan Martín Navas o Pepe Bermejo, por ejemplo.

El encuentro constituyó un gran éxito, pese a disputarse entre semana y bajo un intenso aguacero, si bien acabara sobrando papel en las taquillas. Campanal, defensa central asturiano del Sevilla C. F., fue sustituido por el “merengue” Oliva. Aunque en este tipo de encuentros el resultado es lo de menos, la selección Centro-Vasca salió triunfante con un apretado 4-3. Los tantos fueron marcados en el siguiente orden: 0-1 Estanislao Basora antes de cumplirse el minuto 3. Empató Gainza minuto y medio después. Basora volvió a adelantar a los catalano-levantinos, para que Di Stéfano forzase una nueva igualada en el minuto 35. Poco después de sacarse de centro Atienza establecía el 3-2. En la segunda parte el holandés Wilkes instalaba en el marcador un 3-3. Y el gol definitivo, como respondiendo al mejor guion, sería anotado por el propio Zarra 27 minutos antes de que el madrileño Asensi diera por concluida la fiesta. Un potente disparo del homenajeado se estrellaba en el larguero, recogía el rechace y lo enviaba a las redes. Ovación atronadora y nuevos gritos de ¡Zarra, Zarra, Zarra!, entremezclados con los que preferían aclamarlo vociferando “¡Raza, Raza, Raza!”.

Portada del semanario “Marca” publicada tras el partido de homenaje, calificando al vizcaíno como “gloria auténtica del fútbol español” y ejemplo de “la furia que debe definir en todo momento el deporte nacional”. Expresiones retóricas muy de aquellos años.

El fútbol era entonces, junto al cine y en muchísima menor medida el boxeo, gran espectáculo nacional. Y Zarra un mito equiparable a los actuales Leonel Messi, Sergio Ramos o Joaquín Sánchez Rodríguez. Distintas anécdotas podrían justificar la inexistencia de exageración comparativa en tal aserto. Recién casado con Carmen Beldarrain, en 1956, cuando ya había concluido su etapa en el Athletic, la pareja se desplazó a Málaga en su viaje de novios y cierta tarde decidieron ver una película. Para no llamar la atención, penetraron en la sala cuando las luces se apagaban. En el No-Do aparecía un reportaje sobre su boda y alguien acabó reconociendo al de la pantalla en su vecino de butaca. Se armó la marimorena. “¡Zarra, Zarra! ¡Pero si está Zarra aquí!”. Hasta se encendieron las luces, interrumpiéndose momentáneamente la proyección. Luego, tras el “The End”, un nutrido grupo de espectadores los siguió hasta el hotel.

Volviendo al homenaje, en los prolegómenos del partido y durante el descanso, un himno compuesto especialmente para la ocasión atronó por los altavoces del estadio. Muchos espectadores rogaban a los acomodadores no dañasen su boleto en demasía, porque pretendían conservarlo como recuerdo. Los programas volaban de mano en mano… Según la primera liquidación presentada por el Real Madrid ante la Federación, de las 54.253 localidades puestas a la venta se había hecho uso de 36.262. O sea, un sobrante de 17.991. El proyecto de ingresos elaborado por la F.E.F. había pecado de optimista, puesto que sobre un aforo de 78.669 almas y precios que iban desde las 75 a las 8 pesetas, calcularon 1.912.275 de recaudación. Luego debieron surgir ventas de “Fila 0”, ingresos en metálico de la F.E.F. o colaboraciones de otra índole, puesto que la cifra final en el Debe llegó hasta las 982.472 ptas. Tampoco es que conforme esperaba el secretario federativo, las distintas Administraciones hiciesen gala de gran filantropía, a tenor del siguiente cuadro de impuestos y gastos:

CONTRIBUCIÓN INDUSTRIAL

45.788,18

PROTECCIÓN DE MENORES

41.136,26

CONSUMOS DE LUJO

500

CUPÓN DEPORTIVO

15.458,10

UTILIZACIÓN DE CAMPO

38.645,25

PERSONAL DE CAMPO Y TAQUILLAS

24.833,95

PROGRAMAS (incluido dibujo y fotos)

8.186

PUBLICIDAD

7.365,55

AUTOCAR Y TAXIS

560

CARTELES

325

ALOJAMIENTO HOTEL NACIONAL

533,75

BEBIDAS EN VESTUARIOS

271

LAVANDERA Y REPASO ROPA

423,75

SERVICIOS DIV. (Cruz Roja, altavoces, propinas)

200

BENEFICIO LÍQUIDO

184.226,79

Y aún se habrían de añadir las siguientes partidas complementarias:

VIAJES DEL JUGADOR ZARRA

1.624,20

ENTREGADO EN EFECTIVO

2.000

ENTREADO LOCALIDADES A ZARRA

4.402

SALDO A FAVOR EN FED. VIZCAINA por loc. entregadas

12.465

TOTAL A DESCONTAR

20.491,20

Cuentas del jefe de taquillas “merengue” sobre la recaudación total en el partido. Con posterioridad la cifra de ingresos se incrementaría algo.

Eso sí, parte de los clubes renunciaron a facturar los viajes de sus futbolistas, aunque el At. Madrid anotase una partida de 1.537 ptas. por dicho concepto, que no ha sido posible verificar si finalmente habría presentado al cobro. El Real Madrid sí facturó lo pactado en concepto de utilización del campo: 38.645,25 ptas., en torno al 5 % sobre el monto de la recaudación.

Si bien se realizaron distintos asientos provisionales hasta la elaboración del definitivo, parece el que el beneficio neto en favor del delantero centro de Munguía habría arrojado un saldo de 777.754,01 ptas. cifra importantísima para la época, cuando el salario anual de un maestro con plaza en propiedad, sin contar puntos y quinquenios no sobrepasaba las 14.000 ptas. Los trabajadores de banca con puesto en ventanilla venían a salir por unas 1.000 mensuales, excepto los de las Cajas de Ahorro, mejor remunerados. Las primas por victoria en la Copa que devengaba el At. Bilbao se mantuvieron durante años en 1.000 ptas., aunque a partir de los 50 ya se doblaran. Los jugadores extranjeros que empezaban a recalar en nuestro fútbol se beneficiaban de fichas próximas a las 200.000 ptas. si el club era de los pudientes, o 250.000 si el recién venido lucía galas de fenómeno y aterrizaba en entidades de campanillas. Por 300.000 ptas. podían comprarse pisos céntricos, bien iluminados y con más de 120 metros cuadrados, en cualquier capital de provincia importante. Las quinielas no habían repartido ningún premio millonario hasta el 9 de marzo de 1952, y aquel millón ciento cuarenta y tres mil cuatrocientas noventa y tres pesetas con 70 céntimos que alborozase al carnicero de Santander Saturnino García Pereda, se antojaron purísima locura. A Zarra, obviamente, le había tocado “el gordo”.

Aunque la prensa recogiera un inexistente llenazo total en Chamartín, la disputa del choque en día no festivo y una tarde por demás lluviosa, aguaron un tanto, y nunca mejor dicho, las previsiones federativas.

Telmo aún siguió en “su” Athletic la temporada 1954-55, cediéndole el relevo al durangués Eneko Arieta, otro nueve a la vieja usanza, acometedor, aguerrido y con un punto espartano, a quien la afición de San Mamés en seguida apodó “Torito”. Luego, con aquella terquedad que le llevaba a buscar remates imposibles y sintiendo todavía la necesidad de seguir oliendo a césped y linimento, habría de enrolarse en la Sociedad Deportiva Indauchu (campaña 1955-56), y Baracaldo C. F. (56-57), cantando goles, ciertamente, pero sobre todo haciendo felices a los tesoreros cuyos campos de 2ª División visitaba, puesto que solían registrar llenazos memorables. Finalmente, en junio de 1957 dijo basta. Se concedió algún tiempo para meditar sobre su futuro y acabaría inaugurando un establecimiento de deportes, primero en sociedad con su gran amigo y compañero de línea atacante Rafael Iriondo, y luego regentándolo en solitario hasta su jubilación. El fútbol quedó para algunos partidillos de veteranos, siempre con fines benéficos, o para complacerse en el recuerdo de un tiempo que se le había ido como agua entre los dedos.

Dejaba tras sí un legado difícil de igualar. Máximo anotador de la Liga en sus ediciones de 1944-45, 45-46, 46-47, 49-50 y 50-51, ostentando el récord de 38 goles en la edición 50-51, disputándose sólo 30 partidos. Sus registros totales en la historia de ese campeonato siguen apabullando: 251 goles en 277 partidos, proclamándose campeón solo una vez, la temporada 1942-43. El torneo de Copa, en cambio, le resultó más productivo, puesto que habría de celebrar títulos en 1943, 44, 45 y 1950. Internacional en 20 ocasiones, con 20 goles marcados entre 1945 y 1951, su debut con “la roja” se produjo el 11 de marzo de 1945 frente a Portugal, anotando los 2 tantos españoles, y su despedida el 17 de junio de 1951, ante Suecia, saldado con empate a cero. Precisamente ante esa misma selección había sido capitán de España el 16 de julio del año anterior.

De izda. a dcha., Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Cainza, un quinteto atacante de recuerdo imperecedero. Alguna molestia física impidió a Iriondo saltar al campo tras el descanso, como estaba previsto, en el que hubiera sido uno de los últimos choques con los cinco leones juntos.

En 1978 el banco Industrial de Cataluña utilizó su imagen para promocionar una emisión de bonos al 12,5 % de interés anual. Incluso tuvo que desplazarse a Barcelona para rodar un “spot” publicitario emitido por televisión, la misma pequeña pantalla que no pudo hacerse eco de sus gestas, al llegar demasiado tarde a los hogares de un país empeñado en salir del subdesarrollo. Cobró entonces un millón de ptas. “El mejor fichaje de mi vida”, dijo, alborozado. “En mis tiempos se pagaba poco por jugar al fútbol, y hoy en cambio hay quien ingresa barbaridades. Nací demasiado pronto, sin duda, pero no me arrepiento de nada”.

Carecía de motivos para sentir arrepentimiento. Hombre leal, digno exponente de lo que aquel Athletic se proponía ser, comedido ante el triunfo y caballeroso en la derrota, de los que cualquiera podía ver por la calle sin embozarse tras unas gafas de sol o estirando el cuello cual jirafa(2), dejó huérfana a la afición rojiblanca en Bilbao, el 23 de febrero de 2006, tras sufrir un infarto en su domicilio, treinta y un días después de haber cumplido los 85 años.

Autógrafo de Telmo Zarraonaindía Montoya, a quien el fútbol convirtiera en “Zarra” mucho más que de por vida.

Pero que conste, aquel millón de ptas. del Banco Industrial de Cataluña, ese teórico mejor fichaje de su vida, representó bastante menos en términos reales que lo reportado por el homenaje que 24 años antes todo el fútbol nacional, puesto en pie, le dedicara.      

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(1) .- Su concepción del deporte y el honor le llevó a lanzar el balón fuera con el portero malacitano Arnau batido, al entender poco honorable golearle después de que hubiese sufrido un violento choque. O cuando por no lesionar al guardameta colchonero Montes, él mismo saliera malparado, destrozándose los ligamentos de una rodilla. Una tarde fue expulsado del campo, a causa de un lamentable malentendido. Álvaro, el duro defensa del Valencia, le había entrado de manera poco ortodoxa y ambos rodaron por el suelo. Zarra se levantó primero, a tiempo de oír el grito de Gainza: “¡A ese písale la cabeza!”. Por seguir la broma, le colocó la bota unos centímetros sobre la oreja, como si posara para el fotógrafo en la sabana africana después de haber tumbado a un rinoceronte. El árbitro tomó las cosas a la tremenda y no quiso escuchar explicaciones, cuando por esa época, al no existir las tarjetas, cualquier desconsideración a un adversario solía resolverse con simple amonestación verbal. Fue su único lunar en una carrera modélica, aunque el trencilla fuese contundentemente censurado por la prensa. “Una injusticia, y además una gran estupidez”. “Ay que empeñarse en ver lo que no era, para entender lo que sólo el colegiado entendió”. O como asegurase José Mª Unibaso Landa, para el periodismo “Joma”, “Es lo que cabía esperar de un mal juez, con mala vista y peor juego de cabeza”.

 

(2) .- Los bilbaínos podían cruzárselo por la calle o charlar con él durante cualquier trayecto en tranvía o trolebús. En su época de futbolista activo, los días de partido en San Mamés tomaba el tren de Munguía, donde continuaba residiendo, concluía su viaje en la estación de las calzadas de Mallona y atravesando la Plaza Nueva o siguiendo el curso de la calle Ascao desembocaba en el Arenal, para abordar el tranvía. Como los campos no disponían de iluminación eléctrica, durante el periodo invernal aquellos partidos empezaban a las 15,30 y los espectadores llegaban al estadio literalmente con el almuerzo en la garganta. A veces ese tren se retrasaba y los forofos que hacían cola ante el tranvía lo izaban hasta él en volandas: “Hoy vas tarde, Telmo -le decían-. Tú sube el primero, que te va a caer una bronca gorda”. Y aunque el tranvía estuviese atestado, como por otra parte solía ocurrir muy a menudo, Zarra viajaba hasta la Plaza del Sagrado Corazón, a pocos metros del estadio, sin grandes apreturas.




Un fulgor fugaz

George Best, que el próximo mes de mayo habría cumplido 75 años, murió en 2005 a causa de una sobredosis de fármacos inmunosupresores tras su trasplante de hígado, según el doctor forense y especialista en medicina legal, Jason Payne-James.

Su futbol era pura electricidad. Era como si un chispazo sacudiera su cuerpo cada vez que entraba en contacto con el balón. Se refugiaba en la banda, allá donde esos rara avis, los encaradores, los más talentosos futbolistas, habitan. Junto al balón se fundía en un único ser incombustible, inopinado. Su conducción del balón era grácil y sus cambios de ritmo, vertiginosos, siempre acompasados por una cierta anarquía. Cuando parecían tenerlo acorralado, su virtuosismo y velocidad con el esférico en los pies los desarmaba y desdibujaba por completo la concepción que tenían los rivales sobre cómo defender. Si al compositor Giuseppe Tartitni se le presentó el diablo y le deleitó con “El Trino del Diablo”, a George Best se le apareció para obsequiarle con un fulgor futbolístico impropio de la época.

En 1961 el ojeador del Manchester United, Bob Bishop, envió un escueto telegrama – “creo que te he encontrado genio”-, al entrenador del equipo, Sir Matt Busby, sobre un joven de 15 años nacido en Cregagh que se había curtido futbolísticamente en los barrizales de este vecindario de Belfast.

Best era un chicho retraído, taciturno, frágil según su madre, Anne Withers. Con una sensibilidad abrumadora. Cuando fue llamado por el Manchester United para realizar unas pruebas con el club en 1961, decidió volver a su Belfast natal tan solo dos días después. El niño que exudaba fútbol por cada poro de su piel sufrió un tremendo ataque de añoranza. Cómo no sentirse desguarnecido, temeroso y padecer una irrefrenable necesidad de volver al seno familiar tras pisar el césped del imponente Old Trafford.

Sin embargo, su padre llamó de vuelta a Busby para que éste le diera una nueva oportunidad. Y así fue. Se incorporó a las categorías inferiores del club con 15 años. Entrenaba por las mañanas y por la tarde limpiaba las botas de sus héroes. Siendo apenas un juvenil, ya dejaba su impronta sobre el césped. Tanto es así que Paddy Crerand, compañero suyo durante gran parte de la década de los sesenta, le comentó a Jack Crompton, el preparador físico del primer equipo, que guardaran en secreto el exuberante talento de Best hasta su debut con el equipo sénior, según unas declaraciones realizadas para el documental George Best: All By Himself de la ESPN.

Debutó en 1963, consagrándose en 1966 en los cuartos de final de la Champions League ante el Benfica, anotando dos de los cinco goles que el United le endosó al equipo lisboeta en Da Luz. Su fulgor resplandecía ya por toda Europa.

Sin embargo, su cénit futbolístico no llegaría hasta 1968 con la consecución del título continental, otra vez, ante el Benfica. Tras el empate a uno al final de los 90 minutos, dio inicio la prórroga. Un balón largo del portero y la prolongación de cabeza de un compañero dejaron al siete solo ante el guardameta rival que sucumbió, como hacían todos, ante ese recorte que realizaba con insultante facilidad cada domingo sin importar la enjundia del rival.

Con una Champions en una mano y el Balón de Oro en la otra, su agente por aquel entonces, Bill McMurdo, en unas declaraciones para el mismo documental de la ESPN, argumentó que quizá Best pensara que después de llegar tan alto, nada volvería a ser igual y que no podría volver a vivir algo tan siquiera parecido a la noche en la que puso Europa a sus pies.

El retiro de Matt Busby y sus excesos con el alcohol fueron menguando el resplandor de Best, que descendió a la Second Division en 1974 con el United y deambuló, posteriormente, hasta en 12 equipos distintos, antes de su retiro en 1985. Pese a ello es, según la Federación Internacional de Historia y Estadística de Fútbol, el 16º mejor jugador de todo el siglo XX. Su compañero durante tres temporadas, Harry Gregg, en una entrevista para un medio británico comentó que su juego era: “algo hermoso, y no lo vimos todo. Él tampoco pudo demostrarlo”. Ese fulgor con el que fue obsequiado, también le fue arrebatado por el mismo diablo.

Reportaje realizado para la materia de “Historia del Periodismo Deportivo” que imparte Xavier G. Luque en el Máster de Periodismo Deportivo de la UPF.




Maradona, un dios en su purgatorio

Siempre es triste despedir a quienes formaron parte de nuestras vidas. Más, si cabe, cuando quien se nos va, como ocurre con el mayor mito argentino desde Carlos Gardel, un día llegó a acariciar el cielo.

Diego Armando, en los días que asombrara al mundo con su zurda primorosa.

Los medios, en sus apresuradas crónicas de urgencia, se decantaron mayoritariamente por la búsqueda de adjetivos que definieran lo nunca visto. Tributo lógico a la hagiografía laudatoria, porque la muerte, ya se sabe, suele confinar al olvido errores y defectos. Lo malo es que esas líneas tan de patrón, de crónica social plagada de tópicos y lugares comunes, suele olvidar al ser humano para recrearse en el prohombre. Y tratándose de Diego Armando Maradona, flaco favor haríamos a las jóvenes generaciones que no pudieron verlo sobre el césped, trasladándoles la figura omnipotente de un  dios olímpico, cuando el finado fue, ante todo, hombre contradictorio, capaz de lo mejor vistiendo de corto, y de lo peor fuera de los estadios. Un ser sublime con el balón en los pies, cargado de sombras, grisuras, y hasta luto riguroso en su condición de pobre mortal. Un dios empeñado en vivir su propio purgatorio, no una, sino varias veces, arrastrado siempre por las malas compañías, el dañino canto de sirenas y la plaga de vividores que como buitres esperaban el momento de competir por sus despojos.

Obviamente también él tuvo culpa. Pudo y debió verlos venir, si no la primera vez, más adelante, ya talludito y aun embriagado de ego, pero con esas tablas que proporciona la vida a quienes optan por apurarla con extrema intensidad. Quien un día fuese niño millonario, también se hizo adulto, perdiendo la oportunidad de empuñar con mano firme el timón de su propia existencia. No, no lo hizo. No supo, no se atrevió, o creyó ver amistad donde imperaba el puro interés, quién sabe si por comodidad, por exceso de confianza o por pura negligencia. Eso, también, humaniza al mito. Nos lo aproxima, haciéndolo más real sin envilecerlo. Nos avisa de lo que cualquiera podría hacerse a sí mismo. De ahí que resulte oportuna una mirada a los dobladillos de su alma atormentada.

Todo el mundo conoce, sea o no aficionado al fútbol, los problemas de Diego Armando Maradona con la droga. Imágenes como la de su internamiento en un hospital uruguayo, a donde llegó en paro cardiaco, dieron la vuelta al mundo. En su vestíbulo, agolpados como carroñeros hambrientos, centenares, bandadas de periodistas, aguardaban el parte médico, quién sabe si temiendo lo peor o urdiendo mentalmente un encadenado de tropos con que enriquecer su necrológica. Pero Maradona no quiso regalarles un epílogo aquel 2000, sin estrenar nuevo siglo. Como el niño viejo que en realidad era, perdida hasta la última púrpura de falsa divinidad por la espinosa senda hacia la que dirigió su vida, luchó y venció a la muerte, se reconoció impotente para encarar su adicción y tuvo un último gesto heroico, sometiéndose a otra cura de desintoxicación(1) en la tierra de “su” glorioso Fidel, arquetipo, como él mismo, de una ficción sin calendarios ni relojes.

Aquel cuadro, sin embargo, había comenzado a pintarse muchos años antes. Tal vez en Nápoles, conforme se conjeturó durante algún tiempo, o quizás en Barcelona, al decir de no pocos.

El Maradona que contrató José Luis Núñez para alborotar el Camp Nou, estableciendo, de paso, un récord salarial y en concepto de transferencia hasta entonces inimaginable(2), tenía poco que ver con el monstruo soberbio, desabrido y pagado de sí mismo en que los años, la cocaína y un montón de sanguijuelas, acabaron convirtiéndolo. A Barcelona, en realidad, llegó un imberbe sin mundología ni malicia, un muchacho consentido, incapaz de ver nada por sí mismo, sino a través del orondo Jorge Czyterspiller, capitán con mando sobre su ejército de nefastas compañías. Aunque eso sí, un fenómeno futbolístico. Sucumbió muy pronto a todo tipo de tentaciones. Orgías, carreras en coches de lujo a través de La Diagonal o el Paralelo, madrugadas de sexo e iniciación a la cocaína… Cualquier cosa estaba bien, con tal de entretener al niño por cuya boca caían lingotes de oro tan pronto daba los buenos días. Cualquier cosa, si con ello perdía interés por sus propias finanzas y lo dejaba todo en manos supuestamente amigas, a las que sólo faltaba el guisante y los dedales de trilero.

Nada pudieron las admoniciones. El cerrado círculo del futbolista era un agujero negro, capaz de tragarse hasta el último de los buenos propósitos. Y poco a poco Maradona fue tomándole gusto al blanco polvo.

Algunos compañeros de esa época, como Francisco José “Lobo” Carrasco, aseguraron años después, en pleno desmoronamiento del otrora astro, que probablemente pudo haberse hecho algo más por él, pues tenía constancia de que sus problemas habían llegado hasta altas instancias del club. Otros, sin embargo, encontraron más cómodo escudarse en la postura el mono ciego, sordo y mudo. “Nunca lo vi con drogas ni le oí hablar de ellas. Por eso difícilmente hubiera podido prestarle ayuda”. Pero comoquiera que fuese, su relación con el presidente azulgrana, inmejorable al principio, acabó torciéndose del todo.

Caricaturizado por el gran Vizcarra, con sus eternos colores, por más que se diera a conocer luciendo una camiseta con menos títulos.

La final de Copa perdida ante el Athletic bilbaíno resultaría determinante para su salida del F. C. Barcelona. No tanto, quizás, por la derrota, sino a causa de la monumental pelea en que se enfrascaron atléticos y “culés” tan pronto hubo pitado su conclusión el árbitro. Maradona había sido el encargado de encender la mecha, propinando un cabezazo a Miguel Sola cuando éste saltaba al campo desde su banquillo para celebrar el éxito. Liceranzu y Patxi Salinas le pidieron cuentas, Alexanco se interpuso, Migueli arrolló a Urtubi, mientras Julio Alberto y Dani “dialogaban” a puñetazo limpio y Paco Clos emulaba a David Carradine, años antes celebrado protagonista de una serie televisiva mezcla de western y artes marciales, sacudiendo patadas de kung-fu a cuantos tuvieron la desgracia de quedar a su alcance. Todo ello con el monarca Juan Carlos I en el palco y ante 11 millones de atónitos telespectadores. Como José Luis Núñez ya estaba harto de aguantar desplantes, vanos propósitos de enmienda y la imposición de un cortejo que ni elegido en el patio de Monipodio, ese mismo día tomó la determinación de endosárselo al Nápoles por 12 millones de dólares. Así solían cuadrarle las cuentas al hábil constructor: extirpaba un divieso y además ofrecía a sus socios 500 millones de ptas. en plusvalías.

En Nápoles, Maradona tuvo ocasión de sentirse inmortal. No es que aquella afición se le rindiera, es que lo idolatraron. Él supo agradecérselo con dos títulos de Liga, una Copa, otra Supercopa, y de pitanza la Copa UEFA de 1989. Y luego, o mientras tanto, se concedió todo tipo de homenajes, presididos por la velocidad, el sexo y múltiples rayas de cocaína.

Hablar de su vida a partir de Nápoles equivale a acumular disparates. La italiana Cristina Sanagra denunció en 1986 haber alumbrado un hijo suyo, bautizado como Diego Armando. Tras un pleito de varios años, Maradona rehusó someterse a la prueba de ADN y la judicatura concluyó decretando su paternidad, circunstancia que implicaba un abono de 3.120 dólares mensuales (casi 400.000 ptas., o si se prefiere 2.100 euros) para educación y alimentos. Poco antes había arreglado su situación doméstica, casándose con Claudia Villafañe, madre de sus hijas Dalma Nerea y Gianina Dinnorah, en medio de una fiesta excesiva incluso para cuento de hadas. Y el 17 de marzo de 1991, al detectársele clorhidrato de cocaína en el control antidoping después de jugar contra el Bari, se le hizo de noche por primera vez, desde que debutara en la máxima categoría de su país 10 días antes de cumplir 16 años.

La Federación italiana le impuso una inhabilitación de 15 meses y la Justicia 58 semanas de prisión, suspendida al carecer de antecedentes, más una simbólica multa, consideradas sus ganancias, de 5 millones de liras (unas 400.000 ptas.) Atrás había quedado, definitivamente, el mejor Maradona, el inconmensurable lanzador a balón parado, la zurda de oro, el único interior izquierdo capaz de arrancar desde su propio campo durante un Campeonato del Mundo y contra Inglaterra, la enemiga Inglaterra en las Malvinas, para sortear a Beardsley, hacer inútiles las carreras de Hodge y Reid, regatear a Butcher en medio palmo, dejar sentado al guardameta Shilton y empujarla hasta el fondo del portal, en la que sin duda ha sido mejor jugada de todos los mundiales.

Pero Maradona seguía teniendo un nombre. Continuaba siendo un reclamo. Y engañó, como al pato un cazador emboscado, cuando con 32 años y varios kilos de más, cumplida su sanción deportiva, juró hallarse en condiciones para vestir de corto.

Fue el Sevilla C. F., con Bilardo en el banquillo, la víctima del tocomocho. Los andaluces tuvieron que pagar 7 millones y medio de dólares al Nápoles, interceder ante FIFA y la AFA, repartir cheques a unos intermediarios y hacer la vista gorda con otros, para disfrutar sólo de una tarde medio inspirada, captar chispazos a lo largo de muchas jornadas grises y verlo sudar, impotente, el resto de las tardes. Todo eso en el campo, claro. Porque fuera de él siguió dando que hablar.

Un guardia lo denunció, al rebasar el límite de velocidad con su flamante deportivo, hasta en 80 kilómetros por hora. Fue acusado de escándalo público, de intervenir en grescas, provocar por encima de lo tolerable y mantenerse fiel a su mala amiga, la droga. Cuando partió hacia su país para jugar unos pocos partidos con Newll´s, media ciudad suspiró aliviada, en tanto los directivos blancos entonaban el mea culpa recordando los muchos millones tan alegremente despilfarrados. Con todo, sus compañeros en el vestuario del Sánchez Pizjuán recuerdan con nostalgia su bonhomía en la distancia corta, aquellas charlas extensas donde, sin tapujos, les hablaba de su miseria personal. “Os lo cuento todo -les decía-, para que no os pase también a vosotros. Yo me he equivocado y estoy pagándolo. No permitáis que os ocurra lo mismo, porque cuando has caído cuesta mucho levantarse”. Algunos lo recuerdan como buen compañero, empeñado a sus buenos propósitos, en tanto otros apenas llegaron más allá del genio futbolístico. Pero todos coinciden al afirmar que era un buen tipo en la intimidad, sin los desplantes y maneras de divo que más adelante habrían de caracterizarle. En Argentina, por el contrario, parece lució una imagen más desenvuelta, rebasando lo inadmisible.

Tuvo que detenerlo la policía en su apartamento de Caballito, el 26 de abril, para que todo el orbe pudiera ver su foto de hombre echado a perder, con expresión ausente y las pupilas como globos. Pasó dos días en el calabozo, se le abrió una causa por tenencia de estupefacientes y debió asistir durante un año a curas de desintoxicación, practicándosele varias rinoscopias con el fin de acreditar su no-reincidencia. El 2 de febrero de 1994 volvió a ser visitado por la policía, después de recibir con disparos de aire comprimido a los periodistas que se acercaban hasta su quinta de Moreno para aclarar por qué dejaba empantanado a Newell´s. Se le abrió un proceso, no sin negarle en distintas instancias el cumplimiento de condena mediante trabajos comunitarios. Y cuando contra toda lógica fue inscrito para la disputa del mundial estadounidense, dio otro positivo, esa vez por efedrina, tras el Argentina 2 – Nigeria 1 del 26 de junio de 1994.

De nada sirvieron sus protestas. “No me dopé. Esos comemierda sabían que podíamos ser campeones y decidieron pararme, cortándome las piernas”. La FIFA replicó suspendiéndolo durante 15 meses y aplicando una multa de 15.000 dólares. A comienzos de 1996 admitió por primera vez su adicción a la cocaína desde la revista “Gente”. “Puede ser el comienzo de su recuperación”, opinaron muchos. “Los de FIFA le arrancaron las alas y cayó del cielo”, gimieron sus devotos. Porque caía, sí. A plomo y sin visos de reinserción.

Junto a su imagen menos ejemplar, seguía ofreciendo otras muchísimo más humanas. Algunos compañeros de selección, entre ellos Jorge Valdano, fueron testigos de cierta anécdota muy definitoria. El hotel de concentración mundialista era casi una verbena para periodistas, fotógrafos y curiosos. Un informador de “France Football” se acercó a Diego para solicitarle una entrevista exclusiva, que el argentino rehusó. El enviado especial siguió insistiendo, ya enarbolando la palabra dólar, mientras Maradona continuaba enrocado en su “no”. Mil, dos mil, tres mil, cinco mil dólares… Abatido, el hombre del medio galo se retiró unos metros, instante que habría de aprovechar un jovencito tímido, dubitativo. “Discúlpeme, don Diego -dijo-. Represento a un humilde medio guatemalteco y espero sepa disculpar mi osadía, pero es que a nuestros lectores les encantaría leer alguna declaración suya”. El astro lo contempló un instante, tuvo que ver al redactor francés, casi en diagonal, y sin pensárselo mucho concedió, displicente. “Pues mirá, los lectores de Guatemala van a tener algo más. Seguíme, por favor”. El joven periodista, sin creérselo del todo, acompañó al gran Diego hasta unas butacas algo retiradas y allí tuvo ocasión de entrevistarle durante nada menos que una hora. Admirable lección a la prepotencia de “France Football” y su redactor. Detalle humano de quien para entonces podía sentirse por encima del bien y el mal.    

Así lo vio De la Torre en el madrileño diario “Ya”. Corría el mes de mayo de 1980, y se fraguaba su multimillonaria incorporación al F. C. Barcelona.

En el control que le fuera practicado después del primer partido del Apertura 97, dio nuevamente positivo. “Es mal ejemplo para los pibes”, recogió por fin la prensa, para la que hasta entonces había sido un intocable. “Quedémonos con el mago que regaló sus dones por las canchas, y volvamos página”, pidió uno de los más grandes locutores del cono sur, el mismo que tiempo atrás, asombrado por una de sus genialidades, lo bautizara como “Barrilete Cósmico”. Maradona, en definitiva, era historia. Triste historia. Porque el mejor futbolista de todos los tiempos, hasta esa fecha, hubiera debido dejar tras sí otra huella menos embarrada. La de Pelé, por ejemplo, convertido en fenómeno mediático, relaciones públicas de FIFA, báculo de políticos en Brasil y embajador universal del buen talante y la sonrisa. Maradona, por el contrario, no era hombre que engatusase con su buen talante. ¿Cómo iba a representar a nadie, si su sola presencia en muchos foros ya resultaba inaceptable?

Irascible y veleidoso, había criticado a todo tipo de personajes, perdiendo cualquier átomo de razón con sus maneras adustas, desabridas, de sumo pontífice. Joao Havelange (presidente de la FIA), Grondona (presidente de la AFA, o Federación Argentina), Menotti, Bilardo, Sanfilippo, Pelé, José Luis Núñez, el periodista Bernardo Neustadt, Ramón Díaz, Passarella, Latorre, José Luis Chilavert, Redondo (los últimos cinco compañeros de profesión), y hasta el Papa Juan Pablo II, no se libraron de su insolencia. Con el aborrecible presidente de Argentina Menem fue sucesivamente embajador deportivo, severo crítico y abierto propagandista para las elecciones de 1995. Así de voluble era, conforme acreditaría al participar en la campaña oficial “Operativo Sol sin Droga”, hasta alejarse tan disgustado como henchido de recriminaciones. Pero eso sí, él, que nada tenía de revolucionario, que había dilapidado millones y paseaba su leyenda con desdén, no sólo se hacía tatuar un busto del Ché Guevara, sino que ensalzaba a Fidel, al Fidel Castro que o mataba de hambre a sus súbditos o los fusilaba después de un juicio-farsa, por haber secuestrado un lanchón en su desesperada huida rumbo a Miami.

Aunque deshecho físicamente, gordo y desmañado, parecía probable que nunca llegara a sentir el rabioso mordisco de la ruina económica. Y no sólo por haber ganado dinero a espuertas durante su mejor época, sino porque si no lograra desintoxicarse, entraría en lo probable un final súbito, consecuencia de alguna sobredosis o paro cardiaco. Aunque hasta en ese capítulo fallaron las predicciones.

Mal ejemplo el suyo, sí. Muy malo. Sobre todo, habida cuenta de su ascendiente entre los límites del Gran Chaco el estuario platense, la Cordillera Andina y Puerto Williams, como se puso de manifiesto en el homenaje que le tributara la Asociación del Fútbol Argentino en noviembre de 2001. Aquella noche, recién operado de la rodilla, barrigón e incapaz de correr 20 metros, disputó sus últimos minutos ante el fervor de 60.000 fieles, sin alcanzar el sueño de ver retirado en ese momento el número 10 de la albiceleste, conforme alguien planeara. La FIFA, una vez más, tuvo que colocarlo en su sitio recordando que, para el próximo Mundial, la numeración de los equipos tendría que ser correlativa desde el 1 hasta el 23, con todos los dorsales incluidos. Y aunque él se despachara a gusto con frases como “pase lo que pase, juegue quien juegue, dirija quien dirija, todo el mundo sabe que la camiseta número 10 de la selección será mía para siempre”, muchos prefirieron quedarse con asertos como el de Óscar Ruggeri, ex jugador del Logroñés y Real Madrid. “Cuando él entraba a una cancha, el mundo se paraba para verlo jugar”.

Formaba parte no sólo de la historia, sino de la leyenda. “Sólo le falta morirse para trascender a la inmortalidad”, escribió un articulista. Otros le llevaron la contraria desde Argentina, convirtiéndolo nada menos que en Dios, aunque para ello tuviesen que crear una esperpéntica religión, la Iglesia Maradoniana, con sede en Rosario y 60.000 teóricos adeptos repartidos por todo el planeta, cuya mayor bufonada pasaba por poner en marcha el reloj universal a partir del 30 de octubre de 1960, día en que naciese el astro.

Y él, como buda feliz, sonreía, se crecía en sus miserias y engordaba su ego hasta la exageración.

Si durante los años 90 sonó con insistencia en bares, emisoras de radio y discotecas, una canción compuesta por Andrés Calamaro y titulada -cómo no- “Maradona”, en enero de 2004 comenzó a representarse en Buenos Aires la obra teatral “Entre el cielo y el infierno”, basada en su biografía. La introducción corría a cargo de un improbable Maradona sesentón, cuyos recuerdos, entre críticos y nostálgicos, se iban desgranando en flash back. Era, conforme resulta fácil imaginar, una inversión segura para actores y empresario. Y al mismo tiempo una nueva fuente de ingresos para el exfutbolista, pues todo cuanto se relacionara con su nombre y figura exigía el correspondiente paso por taquilla. No iban a venirle mal esos dólares, amenazado, como estaba ya para esas alturas, de bancarrota. Su esposa acababa de dar el portazo y de resultar cierto cuanto se escribió, Diego Armando, parasitado en su particular limbo cubano, tendría serios problemas para afrontar no ya el abono de la parte de gananciales, sino incluso las cuotas para alimento, techo y estudios de sus hijas.

Nadie indagó en sus teóricos problemas financieros -más tarde confirmados desde distintas esferas- porque el 19 de abril tuvo lugar un nuevo ingreso en la clínica Suizo-Argentina. Esta vez no había drogas de por medio, sino una grave afección respiratoria declarada después de que presenciase en La Bombonera el choque Boca – Nueva Chicago.

La eterna dicotomía porteña: Messi o Maradona. En Argentina sólo esporádicamente lograron ver la mejor versión de “la pulga” azulgrana.

Había regresado de Cuba el 22 de marzo, y su médico personal Alfredo Cahé estaba tratándolo de la miocardiopatía dilatada que constituía su enfermedad de base. Pronto se supo que el cuadro de hipertensión y fiebre lo tuvo durante unas horas a las puertas de la muerte. Su muy castigado corazón no daba garantías, pese al buen ánimo que procuraban contagiar los sucesivos partes médicos: “Su evolución hemodinámica es satisfactoria hasta el momento, con normalización sostenida de la presión arterial y buena diuresis bajo drogas, lo que indica que el paciente está más estabilizado y con buena función renal, que es un factor clave para la evolución favorable del cuadro”. Ajenos a la literatura médica pero llenos de devoción, decenas de seguidores peregrinaron hasta las puertas del hospital, en cuyo interior velaban desde el primer momento su exmujer Claudia y sus hijas. “El pueblo está con Maradona”, proclamaba una pancarta improvisada. “Diego, te queremos”, “Fuerza, 10”, o “Diego, aguante”, se leía en otras. Y algunos ni siquiera tenían bastante con velar su esperanza, texto en mano.

Eso, al menos, denunció Guillermo Cóppola, apoderado y representante de Diego Armando hasta hacía escasas fechas: “Desde que Diego dijo que le había robado la plata de sus hijas, Argentina me maltrata. La otra noche salí a cenar y me insultaron, los camareros no me atendieron como es debido y al final casi me despachan. Me están linchando y no es justo”. Toda una demostración de lo que el culto al mito puede significar, como huida, como abstracción de una realidad hostil, sofocante y desesperanzadora. Algo así pregonaron los más sesudos psicólogos bonaerenses, rama universitaria particularmente necesitada de poda por esos pagos. 

Superada su crisis cardiaca, Maradona abandonó el hospital contra los consejos del equipo médico. Se supo que estaba jugando al golf en una finca del gran Buenos Aires, situada 50 kilómetros al Oeste de la capital, y tanto su tribu de admiradores como el habitual ejército de periodistas trasladaron rezos, pancartas, micrófonos y teleobjetivos, hasta la verja que lindaba la propiedad. Tampoco allí faltaron los incidentes. Un vehículo conducido por un familiar del astro atropelló a una periodista embarazada, que hacía guardia junto al portón de hierro. Y mientras tanto el gran Buda con sobrepeso continuaba en su nube, si bien dando muestras de dolorida humanidad, conforme quedó claro en la entrevista televisiva que Susana Giménez le hiciera el viernes 30 de abril. Entrevista muy bien pagada, puestos a puntualizar, ya que obtuvo 80.000 pesos (unos 20.000 euros), más un carrito eléctrico para desplazarse por el campo de golf.

El Maradona de aquella charla, un poco más deshinchado y con la ronquera característica de quien ha permanecido entubado algún tiempo, dijo haber sentido mucho frío la tarde del domingo 18 de abril. “No me podía abrigar con nada, me estaba muriendo, vi la muerte… En ese momento lo que más quería era que me abrazaran, que me mimaran, que me hicieran caricias”. La entrevistadora, rostro y voz de uno de los programas con mayor audiencia en la televisión argentina, se desbocó en frases y epítetos laudatorios. Tanto que el propio exjugador, apabullado por expresiones como “el más fuerte”, “el único”, “el ídolo”, “el que nos tiene a todos alucinados” o “la persona más famosa del planeta”, intentó rebajar la desmesura. Debió ser cuando Maradona, como viejo César paseado en triunfo, pudo escuchar el prudente susurro del esclavo: “Recuerda que eres mortal”. Porque luego volvió a lucirse con disparates de gran gurú, para permanecer fiel a su propia caricatura. “Voy a agradecerles sus oraciones -dijo-. Voy a hacer el esfuerzo de ir a verlos a todos. No estoy loco y quiero viajar, viajar y viajar. Me gustaría ver los Juegos Olímpicos de Atenas, pero también ir a Irak o Afganistán; son locuras mías”.

Locuras, ciertamente. ¿Acaso se consideraba capaz de llevar la distensión a esos rincones abrumados, donde balas y misiles mataban indiscriminadamente? Resbalando por el alambre volvía a pisar la tierra. “Pero primero regresaré a Cuba, para ordenar las cosas. También tengo pendiente un viaje a Italia. Y la fiesta de cumpleaños de mi hija menor”. Para despedida, después de reconocer un sentimiento de vacío muy grande tras haber roto vínculos afectivos y comerciales con Cóppola, una de sus frases rotundas, extraídas de algún manual bufonesco: “A Argentina le deseo que el presidente Kirchner sea Jesucristo”.

Lo que Maradona tenía que arreglar en Cuba era un nuevo ingreso en la clínica de desintoxicación. Osvaldo Curci, especialista argentino en Toxicología, había sido contundente en su diagnóstico. “Hay que medicarlo con antidepresivos, tranquilizantes y ansiolíticos. Hay que tratar de que siga sin consumir drogas ni alcohol, y evitar que entre en un pozo depresivo del que será difícil sacarlo”. Todo ello sin olvidar la administración de complejos vitamínicos capaces de engañar al organismo cuando surgiera el ansia de alcohol y cocaína.

Maradona no estaba para enderezar el camino, sino como él mismo confesara en la televisión, “para tratar de seguir viviendo sin joder a nadie”. Tarea ardua, porque todos sabían que su precaria salud iba a esparcir más sobresaltos, simultaneados con nuevos detalles sobre pésimos balances financieros o recaídas en su adicción.

Pocos días después de aquella comparecencia televisiva, volvió a ser internado. Su familia, perdida toda paciencia, ordenó ingresarlo en una clínica de desintoxicación -eufemismo bajo el que en realidad se ocultaba un hospital psiquiátrico-, al tiempo que se planteaba tomar medidas contra el médico Alfredo Cahé, por tolerancia excesiva ante el nunca abandonado consumo de estupefacientes. El enfermo hizo cuanto pudo para evitar el internamiento. Amenazó, suplicó, trató de fugarse… Atado al lecho, no tuvo otro remedio que resignarse. Permanecía aún a las afueras de Buenos Aires cuando le llegaron ofertas de traslado a sendas clínicas de desintoxicación sitas en Suiza y Brasil, a cambio de medio millón de dólares. Sorprendente. El espectro en que se había convertido Diego Armando seguía siendo un buen negocio, incluso en los instantes más críticos.

Durante dos meses resultaron vanas sus tentativas de liberación ante la Corte de Justicia. Quería volver a Cuba, donde le esperaba una novia, según él, y el ambiente capaz de regenerarlo. Varias fotos aparecidas en un periódico del Cono Sur, donde se veía a Diego Armando en Cuba, esnifando y con una joven desnuda cabalgándolo, demostraron que en el “cortijo” de Fidel Castro le aguardaba algo bien distinto. Su vida, lo que quedase de ella, pues cada vez presentaba un aspecto físico más calamitoso, había derivado hacia el abismo.       

Por fin obtuvo de un juez el permiso para viajar a La Habana, con la condición de ingresar en la ya conocida clínica. Y hacia allá fue, orondo, muy orondo -llegó a acumular 130 kilos en su metro sesenta y ocho de estatura, rebajados considerablemente luego de que le fuese practicada una reducción de estómago-, sin resuello e incapaz de entender todo el mal que se había infligido.

El astro en su prematura decrepitud, cuando tratara de abrirse camino como técnico.

La prensa narró con detalle, entonces, por qué la perla antillana tiraba de él como un imán poderosísimo. Su antiguo asistente, Marcelo Rajoy, parecía empeñado en eliminar de sus declaraciones cualquier vestigio de diplomacia: “Diego no va a curarse en Cuba. Allí hace cuanto le viene en gana sin que le lleven la contraria, porque lo están utilizando como propaganda. En esa clínica ondean tres banderas: la de Cuba, claro, la de Venezuela, porque Chaves envía algunos drogadictos, y la de Argentina. La de Argentina es por Diego, puesto que no hay más compatriotas. Diego no hacía otra cosa que pasear, practicar deporte cuando le apetecía y recibir visitas femeninas. No sé quién le proporcionaba droga, pero consumía. Tampoco sé de dónde salían las chicas. Lo cierto es que a Diego no le faltaba compañía”.

Maradona ya ni se tomaba la molestia de contradecir declaraciones. De cuando en cuando, alguna fotografía suya emboscada entre las páginas del periódico certificaba una decrepitud ruinosa, de la que volvió a intentar recuperarse a lo largo de 2005. Porque mediado agosto de ese año, en pleno invierno austral, el Canal 13 de la Televisión Argentina inauguró una experiencia de 13 programas con Diego Armando como animador. Su título -¿quién hubiera podido elegir otro?- era “La Noche del Diez”. En su presentación, el antiguo futbolista, que por cierto lucía mucho mejor aspecto físico, entrevistó a Pelé, otra leyenda del balompié con la que llevaba largo tiempo enemistado.

Su irrupción ante las cámaras, el 15 de agosto, daría para concienzudos estudios sociológicos sobre la miseria mental de una abundante capa de ciudadanos argentinos. Un himno cuya letra evocaba la historia de Jesucristo precedió a la salida de Maradona, que se hizo esperar hasta el quinto verso: “En una villa nació, fue deseo de Dios, crecer y sobrevivir a la humilde expresión, enfrentar la adversidad con afán de ganarse a cada paso la vida”. El público del plató, puesto en pie, ondeaba banderas argentinas y cantaba el estribillo: “Maradó, Maradó, nació la mano de Dios. Maradó, Maradó, sembró la alegría en el pueblo, regó de gloria este suelo…” El realizador alternaba los primeros planos de un Maradona fresco, recuperado de su obesidad mórbida, con barridos del público y breves pausas ante el cartel izado por algunos incondicionales. “Gracias, Dios, por ser argentino”. Cuando la canción llegaba al clímax –“Carga una cruz en los hombros por ser el mejor, por no venderse jamás al poder enfrentó. Curiosa debilidad, si Jesús tropezó, por qué él no habría de hacerlo”-, el propio Diego, micrófono en mano, entonó unas estrofas compuestas en su honor: “Sembré alegría en este pueblo, regué de gloria este suelo, si Jesús tropezó, por qué no habría de hacerlo yo”. El ciego arrebato del público, su embeleso, y cuanto al día siguiente se dijo en los medios de comunicación argentinos o escribieron los columnistas, daba, ciertamente, para muchos estudios sociológicos.

Así lo entendió Pablo Alabarces, profesor de Ciencias Sociales en la Universidad de Buenos Aires y estudioso, desde hacía algún tiempo, de la vinculación entre el fútbol y el carácter de nación en Argentina. Alabarces declaró en un programa radiofónico que la emisión protagonizada por Maradona había sido un espanto, y muchos quisieron lincharlo. “No sólo los oyentes que llamaban enfurecidos, sino mis amigos, mis colegas”. Y cuando se atrevió a escribir en un artículo de prensa sobre el narcisismo descomunal del antiguo futbolista, alguien, en su propia Facultad, erigió un altar al astro resucitado. “Uno ve eso -explicó- y comprende que la escenografía de la resurrección en el programa no era ninguna metáfora. Se lo creían de verdad. No ha de olvidarse que hace poco más de un año Maradona tartamudeaba, balbuceaba, entraba y salía del hospital mientras una masa se congregaba fuera rezando para que no muriese. Y ahora, como un milagro, reaparece con un aspecto tan juvenil que da la impresión de haber perdido 20 años. Está más lúcido que nunca. ¿Qué lección sacan sus devotos? Que sólo Dios puede salvar a Dios”.

De la televisión argentina saltó a la italiana, también como conductor estrella en un programa de variedades. Y si bien resultó una aventura breve, dio la impresión de continuar por el buen camino. La cadena SER lo presentó como comentarista estrella en sus retransmisiones del Mundial 2006. La prensa publicaba fotos suyas jugando al golf.  Parecía un hombre rehecho, aunque arruinado económicamente. Un ser capaz de concederse otra oportunidad. Parecía… Porque durante la primavera de 2007 tuvo que ser internado otra vez, a causa, según se dijo oficialmente, de sus excesos con el alcohol. Tratándose de Maradona, el chico de barrio al que una cohorte de aduladores había hecho creerse Dios, y por lo tanto inmortal, cualquier proyecto debía ser sometido a prudente cuarentena.

En 2009 la Federación Argentina encomendó su selección al mito. En realidad, jugó a la ruleta rusa con la albiceleste, puesto que Maradona no era nadie en los banquillos. Y como el fútbol es cosa seria, la selección perdió partidos, a la par que proporcionaba una patética imagen. Goleados con estrépito en las cumbres andinas, a punto de no clasificarse para el Mundial de Sudáfrica, pese a contar con magníficas individualidades (su yerno Agüero y Lionel Messi entre ellas, la mejor pareja atacante del momento en todo el orbe, sin olvidar al ariete Milito, gracias a cuyo concurso el Inter de Mourinho pudo alzar el trofeo de campeón europeo), tras el 0-1 en Montevideo que garantizaba la presencia argentina en la Fase Final del Campeonato, volvió a dar otra muestra más de inaceptable soberbia. “Los que no creyeron, que la chupen” -espetó a los periodistas durante su rueda de prensa-. “Ustedes, que me trataron como me trataron, sigan mamándola”.

“Chupar” y “mamar” poseen para un argentino exactamente el sentido que todos pensamos.

Una vez más quedaba archidemostrada la imposibilidad de ejercer de dios cuando se tienen pies de barro.

La FIFA, tras abrirle expediente, decretó el 16 de noviembre de 2009 su inhabilitación para cualquier actividad futbolística durante 2 meses, al tiempo que le imponía una multa de 25.000 francos suizos, o si se prefiere 16.500 euros. Pero estaba visto que ni a partir de multas o suspensiones iba a lograr nadie enderezar su errático rumbo. Diego Armando Maradona había hecho de su vida una pura provocación. Disfrutaba zambulléndose en todo tipo de tempestades. Incluso en momentos de calma chicha, propiciaba vendavales.

Ni en sus peores momentos dejó de ser considerado un mito.

El 4-0 con que Alemania dejó en la cuneta sudafricana a la albiceleste, luego de que los bicampeones del mundo exhibieran un juego tan pobre como deshilvanado, le costó el cargo de seleccionador. Otro descenso más en su vida de montaña rusa. Otra cura de humildad para cualquiera, que sin embargo él nunca quiso asumir.

Su nombre, a pesar de los pesares, seguía significando algo. Así lo entendieron, al menos, en el multimillonario, aunque pobre deportivamente fútbol de los Emiratos Árabes Unidos. Uno de esos dirigentes, queriendo convertirse en noticia universal, habría de incorporarlo a su equipo -precisamente al cuadro donde militaba el basauritarra Fran Yeste- durante el año 2011. Si treinta millones de dólares por dos temporadas hubiesen animado a cualquiera, con más razón a un antiguo multimillonario caído en la bancarrota. Yeste no tuvo ocasión de conocerle en el banquillo, porque le abrieron la puerta tan pronto puso un pie el viejo campeón del mundo en aquella entidad. Nuestro compatriota, también caracterizado por su displicente modo de ver la vida, entender la disciplina y rehuir el sacrificio, hallaría acomodo en el Olimpiakos de El Pireo, entrenado por Ernesto Valverde. Meses más tarde, luego de diversos problemas disciplinarios y paupérrimo rendimiento deportivo, Fran Yeste volvió a ser reexpedido hacia los Emiratos, a tiempo de presenciar el cese de Maradona, siquiera fuese desde otra entidad. De nuevo los resultados, la pobre capacitación de Maradona para dirigir colectivos, su egolatría y las decepciones de siempre, motivaron su salida del Golfo Pérsico en julio de 2012, mucho antes de lo previsto.

El dios de los desfavorecidos, de tanto soñador crédulo, envuelto en su propia frustración, aunque esta vez con más peso en la faltriquera.

Ese final temprano y no por ello menos previsible de un rostro universal, enredado en la serpiente de su propio éxito, debería servir de aviso y meditación no sólo a tantos millonarios prematuros de la pelota, todavía en ejercicio, sino a cuantos se acercan a ella henchidos de entusiasmo y confianza en sí mismos. Y a quienes, sin meditarlo mucho, a veces contribuimos al sostenimiento de esa idolatría vacua, ponzoñosa y espontánea, sin reparar en su posible efecto. Hace falta una cabeza muy bien amueblada para no sentirse inmortal cuando sólo se pisan alfombras mullidas, se escuchan vítores, grandes nombres de la política, la empresa o el famoseo se desviven por una foto junto al mito en estrecho abrazo, y las masas le rinden pleitesía, arreboladas. Podríamos acercarlos inconscientemente hacia el abismo, como ocurrió con Diego Armando Maradona. 

Aunque una cosa es cierta. El 25 de noviembre de 2020 no nació su leyenda. Ésta llevaba viva, pero que muy viva, desde hacía varios lustros. En eso sí fue Diego Armando muy afortunado y por demás especial. Degustó néctares y aroma a incienso en vida, aunque a la postre tanto honor le sentase rematadamente mal.

Ya es mala suerte que el primer capítulo de tan dramática biografía se escribiera en Cataluña, con tinta azulgrana. Porque durante su estancia en la ciudad condal cabría argüir que no faltó nieve en Can Barça.

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.- (1) La tercera, que se sepa, después de una primera en su propio país (1994) y otra en Suiza (1996), coronadas por el fracaso. Así, al menos, lo atestiguó a un redactor del semanario “Gente” el propio Diego Armando, al confesar en enero de 1996: “Fui, soy y seré drogadicto”

.- (2) Los 8 millones de dólares pagados a Boca Juniors en 1982 representaban casi 1.200 millones de ptas. Un salario medio de oficinista rondaba por aquel entonces las 60.000 mensuales. En vísperas del Mundial de España podían adquirirse televisores a color de 26 pulgadas por 45.000. Los pisos de 80 metros cuadrados costaban poco más de 2 millones y la producción anual de muchas empresas medianas ni se aproximaba al costo del fenómeno argentino. Se entenderá, pues, que la elevada cuantía del traspaso instalara un profundo malestar en el Ministerio de Economía, no sólo porque implicada despedirse de tantas divisas, sino porque la directiva barcelonesa ni siquiera tuvo la delicadeza de consultar a los más altos funcionarios. Según recogió Fernando Barciela en la revista “Tiempo” (julio de 1982), a Luis Valero, subdirector general de Finanzas, se le antojó un insulto la postura catalana, ya que incluso la factoría Ford solicitaba opinión ante inversiones de envergadura. Por si no hubiera bastante, el 29 de junio tuvo lugar una llamada telefónica del ministro de Economía, Juan Antonio García Díez, al director general de transferencias, interesándose por el asunto. Acto seguido, el director general, Antonio Comín, manifestó que la adquisición de derechos federativos para jugadores inscritos en clubes extranjeros no estaba liberalizada, y por lo tanto requería autorización ministerial. El Ministerio de Hacienda cursó un telegrama a la sede culé, que guardó silencio, como también hiciera la Federación Española, receptora de otro comunicado. Durante varias fechas estuvo evaluándose en el Ministerio la posibilidad de emprender acciones legales contra el Barcelona. No se hizo nada finalmente, al entenderse el tema como dudoso en los juzgados, y entrar en juego otras razones de índole política. Tras un tira y afloja sobre el límite de divisas que el Ministerio de Hacienda pretendía poner al C.F. Barcelona, se produjo la capitulación en Madrid, aunque estableciendo condiciones y plazos.




Gento en el Real Santander. Partidos de Liga y Copa.

Paco Gento. Don Francisco Gento López. Un nombre y dos apellidos que están para siempre en la leyenda del fútbol mundial. Como carta de presentación, se puede afirmar que ha sido el mejor extremo izquierdo del mundo desde que Inglaterra puso en marcha la historia allá por 1863. Jugador legendario del deporte rey, conocido también por “la galerna del Cantábrico“.

El firmante de este artículo tiene la mala costumbre de leer y, en muchísimas ocasiones, de repasar lo leído. Leer, leer y volver a leer; esta expresión de Luis Aragonés que me acabo de inventar, me hace dudar de la veracidad de no pocas aseveraciones publicadas en los medios diariamente. “Creo que eso no es así…” me oigo susurrar ante dichos comentarios y, una vez más, mi curiosidad por descubrir los acontecimientos reales me llevan al motivo de este artículo: los partidos de Gento en el Real Santander.

De vez en cuando y ya desde hace tiempo, salen a la luz noticias de que Gento fue transferido directamente desde el Rayo Cantabria al Real Madrid, es decir, no jugó ningún encuentro con el Santander. En ocasiones, se puede leer que jugó “casi” 7 partidos, curioso lo del casi; otras, que jugó poco más de una decena de encuentros en el equipo de la capital santanderina. Amparándome en mi manía por ceñirme a los  datos y para conocer fehacientemente su trayectoria, no pude quedarme más tiempo con la duda. Me ajusté mis gafas de buscador de papeles, esos que guardo en archivadores, carpetas o legajos atados con un cordel, y me puse a la tarea de conocer los encuentros en los que Gento había jugado con la camiseta del equipo cántabro.

Antes de continuar, y como concesión al recuerdo, el de Guarnizo se incorporó al Rayo Cantabria en 1951 debutando en un Arenas de Guecho – Rayo el 23 de septiembre de aquel año. El equipo rayista jugó con Zamoruca, Cuartango, Marquitos, Pila, Villa, Santín, Mora, Llata, Gutiérrez, Orizaola y Gento. Allí jugó hasta enero de 1953 cuando firmó por el Santander.

Después de comprobar datos, queda constatado que Gento disputó 10 partidos de Liga y 4 de Copa, marcando 3 goles. Por supuesto, aunque con esa corta trayectoria, pero con una velocidad asombrosa, no exenta de técnica y una pierna izquierda maravillosa, no pasó desapercibido para los ojeadores del Real Madrid que lo incorporaron a su filas en agosto de ese mismo año, por la cantidad –según se dijo-, de un millón cuatrocientas cincuenta mil pesetas más el traspaso del jugador Espina y la cesión de Urcelay.

En aquella temporada, el Santander, hasta la jornada 20, figuraba clasificado en el puesto decimo primero con 19 puntos y 1 positivo, 31 goles a favor y 38 en contra. En casa había ganado 5 encuentros, empatado 1, y perdido 3. A domicilio había triunfado en 4, no había empatado ninguno y encajado 7 derrotas.

El resto del Campeonato, con Gento en sus alineaciones, se desarrolló de esta manera:

22 de Febrero de 1953.

Jornada 21.

Real Santander, 3 – Barcelona, 3.

Árbitro Sr. Gardeázabal.

Alineaciones:

Santander: Ortega, Gallo, Barrenechea, Ruiz, Villita, Nando, Felipe, Martínez, León, Alsúa y Gento.

Barcelona: Ramallets, Seguer, Biosca, Segarra, Flotats, Bosch, Basora, César, Kubala, Moreno y Manchón.

Goles: 1-0 León (7’). 2-0 Felipe (51’). 2-1 Flotats (62’). 2-2 Basora (65’). 2-3 César (77’). 3-3 Alsúa (85’).

La gran novedad del encuentro fue el debut de Gento con el equipo cántabro. Se le presentaba en la prensa como “… un joven extremo izquierda que hasta hace un par de jornadas jugaba en este puesto en el Rayo Cantabria, de Tercera División…”.

1 de Marzo de 1953.

Jornada 22.

Real Santander, 0 – Real Gijòn, 1.

Árbitro Sr. Azón.

Alineaciones:

Real Santander: Ortega, Gallo, Barrenechea, Ruiz, Villita, Nando, Felipe, Macala, León, Alsúa y Gento.

Real Gijón: Sión, Tamayo, Altisent, Germán, Cabal, Irureta, Grau, Aretio, Ortiz, Robledo y Sánchez.

Goles: 0-1 Grau (4’).

A los 18 minutos fueron expulsados León y Altisent por mutua agresión.

8 de Marzo de 1953.

Jornada 23.

Real Zaragoza, 4 – Real Santander, 0.

Árbitro Sr. Fombona.

Alineaciones:

Real Santander: Ortega, Marquitos, Barrenechea, Ruiz, Villita, Farias, Macala, Martínez, Mahjoub, Alsúa y Gento.

Real Zaragoza: Pita, Jugo, Cantero, Gonzalvo, Belló, Samu, Pitarch, Atienza, Chaves, Unanue y Noguera.

Goles: 1-0 Noguera (13’). 2-0 Chaves (25’). 3-0 Noguera (26’). 4-0 Pitarch (30).

15 de Marzo de 1953.

Jornada 24.

Real Santander, 1 – Real Sociedad, 1.

Árbitro Sr. Tamarit.

Alineaciones:

Real Santander: Ortega, Marquitos, Barrenechea, Ruiz, Villita, Nando, Macala, Magritas, Calviño, Alsúa y Gento.

Real Sociedad: Eizaguirre, Bernal, Suárez, Aldonza, Elizondo, Ontoria, Pérez, Galardi, Paz, Igoa y Echeveste.

Goles: 0-1 Igoa (57’). 1-1 Gento (59’).

Según dicen los papeles, el gol de Gento se materializó así: “… Alsúa cedió un balón adelantado a Gento, se internó éste, que aprovechó la salida de Eizaguirre para clavarle el balón por bajo” o …”Gento tira muy cerrado, el balón pega en un palo y llega al fondo de las mallas…”.

22 de Marzo de 1953.

Jornada 25.

Real Club Celta, 1 – Real Santander, 1.

Árbitro Sr. Pérez Rodríguez.

Alineaciones:

Real Santander: Juanito, Marquitos, Barrenechea, Ruiz, Felipe, Nando, Magritas, Calviño, León, Martínez y Gento.

R.C. Celta: Pazos, Vilariño, Sansón, Juan Francisco, Eliseo, Villar, Atienza, Hermida, Amoedo, Mecarle y Pineda.

Goles: 0-1 Martínez (35’). 1-1 Hermida (44’).

5 de abril de 1953.

Jornada 26.

Real Santander, 4 – Sevilla C.F., 1.

Árbitro Sr. Asensi.

Alineaciones:

Real Santander: Ortega, Marquitos, Barrenechea, Ruiz, Felipe, Nando, Magritas, Martínez, León, Alsúa y Gento.

Sevilla C.F.: Busto, Guillamón, Campanal II, Navarro, Ramoní, Riquelme, Liz, Arza, Loren, Domenech y Enrique.

Goles: 1-0 Martínez (8’). 1-1 Loren (9’). 2-1 Martínez (14’). 3-1 Alsúa (34’). 4-1 Gento (64’).

El gol de Gento resultó de la combinación de Magritas y León sobre la portería de Busto que acabó en un despeje a la desesperada de Campanal II que rebotó en Gento transformándose en el cuarto gol de los cántabros.

12 de abril de 1953.

Jornada 27.

Real Madrid C.F., 2 – Real Santander, 1.

Árbitro Sr. Tamarit.

Alineaciones:

Real Santander: Ortega, Marquitos, Barrenechea, Ruiz, Felipe, Nando, Magritas, Martínez, León, Alsúa y Gento.

Real Madrid: Alonso, Navarro, Hon, Lesmes II, Muñoz, Zárraga, Espina, Olsen, Pahiño, Molowny y Arsuaga.

Goles: 1-0 Muñoz (20’). 1-1 Alsúa (46’). 2-1 Pahiño (65’).

De Gento se comentó que se trataba de un “chico rápido y valiente, que contribuyó al malhumor y al despiste de Navarro, a quien le van mejor los ases que estos chavales que empiezan y no respetan a nadie…”.

19 de abril de 1953.

Jornada 28.

Real Santander, 2. – R.C.D. Español, 1.

Árbitro Sr. Fombona.

Alineaciones:

Real Santander: Ortega, Marquitos, Barrenechea, Ruiz, Felipe, Nando, Magritas, Martínez, León, Alsúa y Gento.

R.C.D. Español: Domingo, Argilés, Parra, Jimeno, Bolinches, Artigas, Tejedor, Marcet, Mauri, Piquín y Arcas.

Goles:

  • Martínez (17’). 1-1 Marcet (37’). 2-1 León (60’).

Gento fue el autor “moral” de los dos goles pues en jugadas personales les preparó el balón a Martínez y León respectivamente para que estos marcaran.

26 de abril de 1953.

Jornada 29.

Valencia C.F., 7 – Real Santander, 1.

Árbitro Sr. González Echevarría.

Alineaciones:

Real Santander: Ortega, Marquitos, Barrenechea, Ruiz, Felipe, Bermúdez, Magritas, Martínez, León, Alsúa y Gento.

Valencia C.F.: Quique, Paquito, Monzó, Díaz, Mangriñán, Puchades, Fuertes, Buqué, Sócrates, Pasieguito y Seguí.

Goles: 1-0 Sócrates (2’). 2-0 Sócrates (15’). 3-0 Pasieguito (31’). 4-0 Fuertes (43’). 4-1 Ruiz (de penalti) (51’). 5-1 Buqué (60’). 6-1 Pasieguito (de penalti) (66’). 7-1 Pasieguito (77’).

3 de mayo de 1953.

Jornada 30.

Real Santander, 2 – Real Valladolid, 2.

Árbitro Sr. Azón.

Alineaciones:

Real Santander: Zamoruca, Marquitos, Barrenechea, Ruiz, Felipe, Nando, Magritas, Martínez, León, Alsúa y Gento.

Real Valladolid: Goicolea; Matito, Lesmes, Losco, Ortega, Lasala, Lolo, Coque, Tini, Ricardito y Domingo.

Goles:

  • León (36’). 2-0 Martínez (45’). 2-1 Coque (de penalti) (49’). 2-2 Lasala (82’).

Finalizado el Campeonato, el Real Santander quedó clasificado en el puesto decimo primero, con 11 victorias, 5 empates y 14 derrotas; 46 goles a favor y 61 en contra, sumando un total de 27 puntos y tres negativos.

La Liga la ganó el Barcelona con 42 puntos, seguido del Valencia con 40.

A la vez que se desarrollaba el torneo liguero, la Copa del Generalísimo también avanzaba en sus correspondientes eliminatorias. Gento disputó cuatro encuentros, que fueron los siguientes:

17 de mayo de 1953.

Octavos de final, ida.

Granada C.F., 1 – Real Santander, 1.

Árbitro Sr. Marrón.

Alineaciones:

Real Santander: Ortega, Marquitos, Barrenechea, Olarieta, Felipe, Villita, Revuelta, Alsúa, León, Martínez y Gento.

Granada C.F.: Candi, Vicente, Mompeán, González, Sueza, Padilla, Guerrita, Rueda, Rafa, Cea y Pintos.

Goles:

  • Cea (10’). 1-1 Mompeán (en propia puerta) (50’).

24 de Mayo de 1953.

Octavos de final, vuelta.

Real Santander, 6 – Granada C.F., 1.

Árbitro Sr. Díaz Argote.

Alineaciones:

Real Santander: Ortega (Zamoruca), Marquitos, Barrenechea, Ruiz, Villita, Nando, Revuelta, Alsúa, León, Martínez y Gento.

Granada C.F.: Candi, Cuerva, Mompeán, González, Sueza, Padilla, Guerrero, Rueda, Rafa, Rubio y Pintos.

Goles:

  • Padilla (en propia puertas) (1’). 2-0 León (21’). 3-0 Gento (31’). 4-0 Martínez (33’). 5-0 Nando (45’). 6-0 Martínez (53’). 6-1 Pintos (60’).

El gol de Gento se produjo tras una internada por la banda disparando a puerta cuando Candi esperaba el centro al área.

31 de mayo de 1953.

Cuartos de final, ida.

Real Santander, 1 – C.F. Barcelona, 0.

Árbitro Sr. Asensi.

Alineaciones:

Real Santander: Ortega, Marquitos, Barrenechea, Ruiz, Felipe, Nando, Macala, Magritas, Alsúa, Martínez y Gento.

C.F. Barcelona: Ramallets, Seguer, Bruguet, Segarra, Flotats, Bosch, Basora, Vila, Kubala, Moreno y César.

Goles:

  • Ruiz (de penalti) (64’).

Gento se hizo con el balón, dribló a dos contrarios, se internó hacia la portería de Ramallets y cuando estaba a punto de chutar, Seguer evitó el peligro zancadilleando al extremo, penalti que decretó el colegiado y Ruiz transformó en gol.

Se comentó sobre Gento ”… joven y rapidísimo, ganándole siempre por juego y velocidad al internacional Seguer, que no pudo con él…”.

4 de junio de 1953.

Cuartos de final, vuelta.

C.F. Barcelona, 3 – Real Santander, 0.

Árbitro: Sr. González Echevarría.

Alineaciones:

Real Santander: Ortega, Marquitos, Barrenechea, Ruiz, Felipe, Nando, Macala, Alsúa, Magritas, Martínez y Gento.

C.F. Barcelona: Ramallets, Seguer, Biosca, Segarra, Flotats, Bosch, Basora, César, Kubala, Moreno y Manchón.

Goles:

  • César (36’). 2-0 César (74’). 3-0 Basora (87’).

Con este resultado, el Barcelona se clasificó para semifinales y hasta aquí llegó la participación en partidos de campeonato (Liga y Copa) de Francisco Gento  con el Real Santander.

También disputó algún que otro amistoso antes de fichar por el Real Madrid, si bien, no es objeto de este artículo.

Entre ellos, el 26 de agosto de 1953, en la presentación para la temporada de 1953-1954, en Santander se recibió la visita del Real Madrid. Victoria local por cuatro goles a 1. Arbitró el Sr. Isasi. Para el recuerdo, por parte cántabra jugaron Ortega, Bermúdez, Barrenechea, Nando, Villita, Santín, Revuelta, Martínez, León, Alsúa y Gento (a los 35 minutos sufrió un encontronazo con Lesmes, retirándose con una fuerte contusión, siendo sustituido por Magritas). El Real Madrid formó con J. Alonso, Navarro, Lesmes, G. Alonso (Carrillo), Goñi (Serrano), Becerril, Britos, Rodríguez, Olsen (Wilson), Molowny y Cabrera. Los goles fueron conseguidos por Martínez (tres) y Revuelta, marcando por los madridistas Molowny.

El 5 de septiembre Gento jugó su último partido con el Real Santander contra  el Club Atlético Osasuna, con victoria montañesa por uno a cero, gol de Alsúa, de penalti, a los 35 minutos. De carácter amistoso, el juego resultó aburrido, pues ninguno de los dos conjuntos puso gran empeño en la liza.

Pocos días después, Gento fue traspasado al Real Madrid, donde permaneció hasta 1971.

Dedicado a don Adolfo de los Ríos Muñoz. Noventa y cinco años lo contemplan – en este mes de Julio cumplirá los noventa y seis -. Nuestra conversación y su ánimo se iluminan cuando, con su acento cordobés, recita de memoria los jugadores más conocidos del Real Madrid de los años 30, que ya es tener memoria. Así, le fluyen como quien no quiere la cosa los nombres de Zamora, Ciriaco, Quincoces, Luis Regueiro, León, Lazcano, Emilín… Él se queda tan tranquilo y yo me quedo perplejo. Él se sabrá más (que creo que sí) y yo alguno (que creo que no). Deseo que pronto nos podamos volver a tomar a media tarde su habitual zumo, y cafés para su hija Pilar y para mí.




La Maravilla Elástica

El viernes 24 de mayo de 2019, a los 89 años, falleció Manuel Pazos González, excelente portero y el futbolista deportivamente más longevo entre todos los españoles que han pasado por nuestro Campeonato de 1ª División. La prensa nacional, sin embargo, apenas dedicó una decena de líneas insustanciales, de corta y pega, a su despedida definitiva. Injusto desdén, aunque lamentablemente lógico, cuando absortos más que nunca entre aromas de fútbol y mucha salsa rosa, al minuto y resultado de Mbapé, Neymar, Cristiano Ronaldo, Sergio Ramos o Guardiola y sus lazos reivindicativos, para el “aficionado” medio de nuevo cuño los decenios del 50 y 60 en el pasado siglo suenan a medioevo. Y algo tendrá que ver, también, el hecho de que demasiados informadores conviertan a “Google” en su único y deficiente archivo. “Lo que no está en Google no existe”, se asegura sin sonrojo, obviando que el buscador ofrece mayoritariamente una suma de repeticiones y lugares comunes, muy pegados al presente. Pazos también está en “Google”, pero escondido, atrincherado en las hemerotecas. Seguir su rastro entre tanta página desvaída y amarillenta resulta laborioso, cuando no frustrante. Por Dios, ¡qué trabajo!, en plena dictadura de la inmediatez. Y sobre todo, menudo engorro, cuando casi toda la digitalización a partir de microfilmes no admite la selección y el pegado.

Manuel Pazos en un cromo de la temporada 1953-54.

Manuel Pazos en un cromo de la temporada 1953-54.

Ni Pazos, ni otras leyendas de nuestra niñez o la adolescencia de nuestros padres, merecen el olvido. Máxime cuando su único déficit, en el reino de la gratuita idolatría, probablemente haya sido no darse al autobombo. Ahora, mientras se engalana con ocres, jalde y granates el otoño -una de las dos estaciones en que más destacó durante sus tiempos de corto-, se antoja justo dedicar, tanto a él como a varios de los que con este gallego elegante cruzaron caminos, cierta atención. Como sonido ambiente podrían servirnos las ovaciones del “No-Do”, una musiquilla estridente, realzando el blanco y negro, y la voz todavía joven de Matías Prats, con ese engolamiento tan suyo de juglar solemne, válido para inauguraciones, paseos bajo palio y gestas atléticas que, ya entonces, se enseñoreaban del patio, las plateas, o el gallinero eufemísticamente rebautizado como “Paraíso”, impregnados de alcanfor.

Antonio Pazos nació en Cambados (Pontevedra), el 17 de marzo de 1930. Su niñez y pubertad, por tanto, estuvieron marcadas por los boniatos de huerta, escasos, incluso cuando no se helaban de madrugada, los sempiternos apagones, una escuela con dos retratos vigilantes, cánticos del “Cara al Sol”, kiries, novenas y letanías, promesas de desarrollo que parecía no iban a cumplirse nunca, y la determinación por triunfar, costara lo que costase. Dando por bueno, incluso, más de un bofetón paterno, pues para sus progenitores aquella loca pasión por el fútbol sólo era una pérdida de tiempo. Tras pasar por el Carabela juvenil, equipo de Cambados, con 17 años ya jugaba en el Pasarón, compitiendo contra hombres de pelo en pecho. Este equipo pontevedrés venía a ejercer como filial encubierto, aunque sin nexo societario, del Pontevedra C. F. Por ello resulta extraño que a los técnicos granates les pasaran inadvertidos durante tanto tiempo sus vuelos de poste a poste. En el Carabela solía jugar de interior derecho, aunque él ansiara hacerlo bajo el marco. Un día se lesionó portero, ocupó su lugar, y ya no volvería a vérsele nunca bregando de medio campo hacia adelante. Cuando por fin la directiva pontevedresa se decidió a transmitirle su propuesta, el Real Club Celta, que llevaba algún tiempo siguiéndole, intervino con otra oferta económica mejor. Y no tuvo dudas. Los de la capital militaban en 3ª División, en tanto el club celtiña lo hacía contra Real Madrid, Valencia, Sevilla, los dos Atléticos, Barcelona, Español, Zaragoza, Coruña… Alguien que sin poleas ni grúas, tan sólo a viva fuerza debía construir un futuro, estaba obligado a ver en 1ª División el escaparate soñado.

Formación del R. C. Celta, la temporada 1950-51. Arriba, de izda. a dcha., Atienza, Sansón, Díaz, Cabiño, S. Vázquez, Gaitos; abajo Lolín, Pineda, Hermidita, Pazos y Olmedo

Formación del R. C. Celta, la temporada 1950-51. Arriba, de izda. a dcha., Atienza, Sansón, Díaz, Cabiño, S. Vázquez, Gaitos; abajo Lolín, Pineda, Hermidita, Pazos y Olmedo

La temporada 1951-52 se convertiría en grande para Kubala, campeón, con Ramallets, Gonzalvo, Basora y César. No menos buena para un At. Bilbao que arrebató al Real Madrid la segunda plaza, alineando a Carmelo, Canito, Garay, Nando, Manolín, y todavía a su quinteto de oro: Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gaínza. Y hasta para un Atlético Tetuán aupado a la máxima categoría, con el marroquí Chicha en gran estrella. Pazos, a sus 21 primaveras, sería suplente de Simón. Un suplente que en cinco tardes bajo el marco transmitió sensaciones de arrebatarle la titularidad en seguida.

Su primera ficha con el Real Club Celta consistió en 10.000 ptas. anuales, 1.500 en concepto de sueldo mensual, y otras 30.000 suplementarias tan pronto superase los 6 partidos. Prácticamente ningún trabajador de su edad alcanzaba el billete de mil al mes, en el arranque de los años 50. Con las 2.000 que le entregaron a manera de anticipo, compró un traje, zapatos, y regalos para sus hermanos pequeños. Ante semejante alarde, aquellos padres tan pegados al suelo que pisaban, empezaron a mirar el fútbol de mejor modo. No, al muchacho no le pintaban mal las cosas. Al equipo, en cambio, ya era otro cantar. Traspasados al Real Madrid Sobrado y Gabriel Alonso, su 9º puesto entre 16 equivalía a trotar por tierra de nadie. Y peor aún iba a rodarles la pelota durante el siguiente ejercicio, en parte a causa de una larga gira por América que, si bien sirviera para aliviar un tanto las arcas, se comió aquella pretemporada. Mantener la categoría con un elenco que no acababa de responder en lo físico, constituyó todo un éxito.

Pazos, por el contrario, vivía en una nube. Si sólo fue titular en 20 partidos ligueros, ha de buscarse el motivo en la lesión que sufriera el 2 de noviembre en el Metroplitano. Los porteros, entonces, no anidaban bajo el larguero ni pretendían resolver situaciones de uno contra uno mediante prácticas extraídas del balonmano. Si alguien escapaba lanzado hacia su marco, se lanzaban de cabeza a por el balón. Tenían algo de gladiadores, de héroes inconscientes, capaces de encoger el alma a los espectadores con sus alardes temerarios. Y aquella vez, cuando antes del descanso se lanzó a los pies de Juncosa para evitar lo que hubiera sido un gol, se llevó la peor parte. El choque violentísimo alarmó a todos. Árbitro y adversarios reclamaron inmediatamente la asistencia del masajista, quien, asustado por el torrente de sangre en que se transformara aquella boca partida, y sin esperar a los camilleros, ordenó retirarlo en brazos, justo cuanto hoy a nadie se le ocurriría. En el sanatorio madrileño Nuestra Sra. de Guadalupe se apreció fractura de los dos maxilares, paladar y nariz, así como luxación de clavícula. El tanteador reflejaba igualada a un gol y durante la segunda parte, desconcentrados los célticos, inquiriendo repetidamente si se sabía algo sobre el compañero, encajaron 3 goles más. Pazos, inactivo hasta el 21 de diciembre, pudo reaparecer en El Molinón, ante el Real Gijón, para rubricar un empate.

Ya tenía su bautismo de sangre, y además el Real Madrid de Di Stéfano, Molowny, Olsen, Lesmes II, Navarro y Gento, pretendía contratarlo.

La campaña 1953-54, sustanciado su traspaso al club de don Santiago Bernabéu, fue titular en 17 partidos de Liga, sobre 30. Marca nada desdeñable, porque equivalía a sentar en la grada o el banquillo a Juanito Alonso. Cantó el título de Liga y tuvo de todo. Situaciones incómodas, al verse comparado sistemáticamente con Alonso, un trato no muy favorable desde la prensa, y cierta incomprensión ante sus adornos pintureros. Según confirmaría más adelante, nunca llegó a sentirse a gusto. Las aficiones adversarias le trataban mejor que el público de Chamartín. Para el siguiente ejercicio, y ante la evidencia de que no iba a tenerlo fácil, se le recetó una cesión al Hércules, donde lució de sobra en 25 partidos, para firmar un 6º puesto final. Durante aquel verano, el At Madrid lo puso en su punto de mira. Bernabéu no era hombre que regalase nada, y menos a un adversario tan próximo, pero finalmente, con una mejora de ficha, se convirtió en futbolista “colchonero”.

Formación del Real Madrid: arriba, de izda. a dcha. Pazos, Navarro, Oliva, Lesmes II, Migule Muñoz, Zárraga; abajo Vidal, Olsen, Di Stéfano, Molowny, Gento I

Formación del Real Madrid: arriba, de izda. a dcha. Pazos, Navarro, Oliva, Lesmes II, Migule Muñoz, Zárraga; abajo Vidal, Olsen, Di Stéfano, Molowny, Gento I

Aún era el tiempo de porteros no muy altos, aunque agilísimos. El propio Juanito Alonso, campeón en las primeras Copas de Europa “merengues”, fue uno de ellos. El alicantino Pepín, baluarte de la U. D. Las Palmas e internacional durante su etapa bética, el valenciano Martínez, trasplantado a Sabadell, o Celdrán, fruto de la cantera “culé”, respondían igualmente al patrón. Pazos medía algún centímetro más, no muchos, pero nadie superaba sus vuelos antológicos. Internacional con la selección “B”, la misma prensa que mientras defendiese el portal blanco lo analizara con lupa, acabaría regalándole el apodo honorífico de “Maravilla Elástica”. Lo era, en verdad, para gozo del reporterismo gráfico. Sin descomponer la figura y como si en lugar de cartílagos poseyera muelles, blocaba balones bombeados o a la búsqueda del ángulo, cualquiera diría que suspendido del travesaño mediante hilos invisibles. Atajaba balones, y además ofrecía espectáculo. Aunque a veces, claro, tanto alarde se tradujera en catástrofe.

Solía ocurrir en invierno, sobre todo, cuando el balón rebozado en barro se escurría entre los dedos, o pesaba un quintal. Había que poseer muñecas de acero para atajarlo, como las del catalán Vicente, internacional sin excesiva fortuna cuando fichó por el Real Madrid, a quien con mucho acierto pusieron por sobrenombre “El Grapas”. Aquellas tardes de lluvia, con campos irregulares y surcos hondos, como de siembra, trazados en el tarquín, constituían una pesadilla para los guardametas, y en especial para cuantos anteponían la estética sobre la austera eficacia. Rendía muchísimo más en campos secos, donde fuera posible anclar firmemente sus tacos en la toma de impulso. Dicho de otro modo, durante primavera y otoño. Entonces no sólo gozaban los fotógrafos, sino las mujeres, todavía escasas, que empezaban a pasar por taquilla. Porque si alguien contribuyó a abrirles la puerta de los estadios, ese fue Pazos.

Estirada marca de la casa, en el Metropolitano, durante un At Madrid - R Madrid. Pazos guarnecía el portal “colchonero”.

Estirada marca de la casa, en el Metropolitano, durante un At Madrid – R Madrid. Pazos guarnecía el portal “colchonero”.

Decir que lo encontraban atractivo, es quedarse corto. Su elegancia y solvencia bajo el marco, agigantada con un punto de displicencia, las hacía palidecer. Primero en Vigo y luego en Madrid, comenzaron a congregarse grupitos de jóvenes tras las porterías, puede que ni muy entendidas ni a lo peor aficionadas al fútbol, pero degustadores de tanta plasticidad.

Era escasa la actividad lúdica reservaba para ellas, durante la segunda mitad de los 50 y primeros 60. Paseos cogidas del brazo, o con el novio formal. Sesiones de cine en grupo, como garantía de virtud insobornable. Reuniones a domicilio, con amigas, si ya estaban casadas, mientras los maridos jaleaban a sus estrellas desde el graderío o la tribuna, puro en mano. Una cancioncilla festivalera, desafinada por su popular, aunque efímera intérprete, lo expresaba bien:

“¿Por qué, por qué?,

los domingos por el fútbol me abandonas.

¿Por qué, por qué?,

tú te vas y yo me quedo en casa sola.

¿Por qué, por qué

No me llevas contigo alguna vez?”.

Algunos varones, los más jóvenes, hasta sentían algo parecido a celos, viendo a las espectadoras seguir cada estirada y celebrar aciertos con saltitos y aplausos nerviosos. Había, incluso, quienes espetaban: “¡No te emociones, loca, que está muy ocupado con una artista de toma pan y moja!”.

Lo de su teórica relación, real o imaginaria con cierta figura de las variedades, corrió por los mentideros de la villa sin que el rumor se tradujese en censuras o desdoro personal. Más bien lo contrario. Que una estrella del balón, el cine o los toros encandilase a jóvenes y no tan jóvenes, populares y apetecidas, respondía al patrón que muchos hombres poseían acerca de la masculinidad. Incluso para los espectadores del fútbol canónicamente devotos, este tipo de situaciones llegaban trufadas de una lógica inevitable. Sólo en aras de un mejor entendimiento, recuérdese que aún faltaban varios estíos para que Manolo Escobar engrosara su cuenta corriente cantando aquella errónea construcción gramatical: “No me gusta que en los toros te pongas la minifalda”.

El caso es que, sin pretenderlo, Pazos habría contribuido a convertir el fenómeno futbolístico en expresión, si no más digerible, al menos con cierto atractivo para bastantes mujeres. Lo mismo que mucho más tarde iba a ocurrir con el barcelonista Migueli, el británico David Beckham, y sobre todo con Cristiano Ronaldo.

Digresiones al margen, sus primeras temporadas atléticas casi fueron para enmarcar. Sobre 120 partidos de Liga correspondientes a los primeros cuatro torneos, sólo se perdió 6. El quinto año ya fueron 7 sus ausencias. Y entre los dos últimos ejercicios sólo pudo sumar 10 titularidades. Acababa de estrenar su trigésimo segunda primavera, y desde la cúpula rojiblanca se prefirió apostar por el argentino Madinabeytia como relevo. Si económicamente había salido muy bien para los usos de aquella época, con 800.000 ptas. de ficha por tres temporadas, primas, sueldos mensuales y estímulos aparte, en lo puramente deportivo alzó dos trofeos de Copa y otro de Recopa, competición europea disputada entre todos los triunfadores en sus respectivos torneos del K.O. Los títulos de Liga resultaban virtualmente inaccesibles para quienes no fueran Real Madrid o Barcelona. Desde que en 1954 festejase la consecución del campeonato como “merengue”, hasta 1965, tan sólo el At. Bilbao rompió esa ley no escrita el año 56. Los Azulgrana pudieron trazar un paréntesis en 1959 y 1960. Todos los demás trofeos engrandecieron la vitrina de Chamartín, para mayor gloria de Santamaría, Marquitos, Lesmes II, Zárraga, Mateos, Zoco, Del Sol, Rial, Amancio, Puskas, un incombustible Di Stéfano, y hasta Manolín Bueno, acostumbrado a celebrar tanto éxito desde la grada, ante la tiranía de Paco Gento. Pazos, libre de compromiso, aceptó la oferta girada desde Elche. Acuerdo que, por cierto, se sustanció en plena Gran Vía, al rubricar su contrato sobre el capó de un “Seat 600”, tras recibir 100.000 ptas. en cheque bancario, a manera de anticipo.

Abanicado por el palmeral, “La Maravilla Elástica” gozó de una eterna segunda juventud. Entre un público entusiasta y perplejo, como si no acabaran de creer que un equipo de pueblo -Elche rondaba los 50.000 habitantes- diese la cara ante los grandes del firmamento balompédico, disfrutaba casi tanto como al iniciarse en Vigo. También ayudó el buen ambiente del vestuario, donde más que una suma de individualidades compitiendo a cara de perro, todos parecían un puñado de amigos. Y por supuesto, la entrega de su presidente, José Esquitino, fraguado entre penurias no tan lejanas, cuando la plantilla evitó una quiebra por insolvencia, constituyéndose en cooperativa. Solía ficharse barato, mirando los billetes al trasluz, y se vendía no por gusto, sino para cuadrar balances. Pero eso sí, los jugadores cobraban puntualmente. En setiembre de 1962, los franjiverdes iban a encarar su cuarta temporada consecutiva en la elite, desde que el mismo presidente pensara en César Rodríguez, magnífico rematador ya para pocos trotes y medio retirado en Francia, otorgándole la camiseta con el número 9 y galones de entrenador. A César le habían bastado un par de años para saltar desde 3ª hasta 1ª División. Sueño al que no era ajeno el intermediario Arturo Bogossian, pícaro armenio con muy buen trato, firmes tentáculos por Paraguay, bastante desfachatez y cierta ética, en un 80 % reservada para los clubes compradores. El 20 % restante daba para muy poco, si habían de repartírselo casi cien representados.

En el viejo Altabix, mediados los años 60. El 5º puesto logrado la campaña 1963-64 sigue siendo, 55 años después, mejor clasificación ilicitana.

En el viejo Altabix, mediados los años 60. El 5º puesto logrado la campaña 1963-64 sigue siendo, 55 años después, mejor clasificación ilicitana.

Por su mediación llegaron Fausto Laguardia en 1959, Cayetano Ré y Juan Ángel Romero, en 1960, Juan Carlos Lezcano en el 62, Juan Gualberto Casco en el 65 y Ricardo González en 1968, paraguayos todos ellos, casi a precio de saldo, para ofrecer un excepcional rendimiento. Otras perlas americanas, como el hondureño José Enrique Gutiérrez Cardona, arribaron casi por casualidad. A éste lo habían visto en Altabix con el modesto Elvas de Portugal, durante un bolo en pretemporada. La directiva ilicitana quedó boquiabierta. Sólo tenía 19 años y se comportaba como un veterano. Fintaba, se iba hacia el punto de penalti, sorteaba las tarascadas y escondía, bajo su aparente fragilidad, un descaro apabullante. Para colmo, saldaría la campaña de presentación con 23 goles en 25 partidos. Cayetano Ré, por el contrario, inspiró algún recelo. Su baja estatura semejaba para un ariete, en aquel tiempo de pánzeres rotundos, lo que el vértigo para un trapecista, o la tartamudez en un niño de San Ildefonso. “No se dejen engañar -arguyó Bogossian-. Es un águila en el área, le basta medio palmo para revolverse y marca goles con las dos piernas. No es fácil ser internacional con Paraguay, y éste es titular fijo”. Como al armenio le avalaban otras incorporaciones meritorias, decidieron arriesgarse. Tres veranos después obtenían un buen pico por su traspaso al Barcelona.

Ré hizo el número 76 entre los paraguayos a quienes Bogossian acompañaba en su salto del charco, entre ellos a toda la delantera mundialista en Suecia. Y al menos este pequeño estilete no efectuó el viaje engañado. Juan Ángel Romero, por el contrario, fue víctima de una fea celada.

Llegó al aeropuerto de Barajas convencido de ingresar en el Real Madrid. Seis temporadas rindiendo en el Nacional de Montevideo a gran nivel, lo hubieran justificado. Ya en el coche, mientras Madrid quedaba atrás, en lontananza, conoció la verdad. Al menos la que quiso contarle Bogossian: “De momento irás al Elche. El Madrid está sobrecargado de extranjeros y tienen que hacerte sitio. Sólo va a depender de ti que aprieten”. Romero no había oído nunca una palabra sobre ese club. Tenía sueño, a causa del “jet lag” y dormitó a ratos por la llanura, pese al mal estado de la carretera. De cuando en cuando, algún molino iluminado por dos cuernos de luna y toda aquella despoblación, le llevaban a preguntarse dónde iría a parar. Amanecía cuando vislumbraron el palmeral. “Palmeras, sólo palmeras y más palmeras -recordaba el propio Romero muchos años después-. Yo no veía rastro de ciudad. Cuando por fin nos fuimos acercando, quedé atónito. Estaba acostumbrado a Montevideo y aquello… En el fútbol uruguayo no era ningún don nadie. Vamos, que ni loco hubiera salido, si no era hacia un club grande. De buena gana habría dado la vuelta”. Siete temporadas luciendo el escudo de la Dama, otra el del Hércules y dos el del Ilicitano, le hicieron cambiar de opinión, puesto que pese a no triunfar como entrenador acabaría para siempre en Alicante, donde su llama se apagó a los 74 años, el 17 de junio de 2009.

Con Juan Carlos Lezcano tampoco es que Bogossian luciera mucha honestidad. En Madrid se encontró con que nadie le esperaba. Venía del Santiago Morning chileno, supuestamente reclamado por el Valencia C. F. Llamó a la embajada paraguaya para pedir ayuda, recibiendo por toda respuesta que a última hora habían cambiado los planes e iba a empezar en el Elche. “No sabía ni donde quedaba eso, y cuando me indicaron que cerca de Benidorm, ya me hice una idea. Ese núcleo veraniego sí me sonaba, por el Festival de la Canción. Tomé un autobús nocturno, paró en Albacete, bajé a estirar las piernas y partieron sin mí. Un señor de Villena, o Villajoyosa, me llevó en su coche hasta Elche. A lo que entonces era la ciudad, o sea más naves que calles. Firmé al día siguiente y por aquí sigo, a mis 80 años. Lo di todo y después de 9 temporadas me hicieron salir por la puerta falsa, pese a jugar la única final de Copa en la historia verdiblanca. Todavía no sé por qué se me negó un homenaje”.

A Pazos, como carecía de cualquier nexo con Arturo Bogossian, nadie le incumplió lo pactado. Las porterías de Altabix fueron suyas durante 7, de los 8 ejercicios como ilicitano. En 1968-69, con 39 años a cuestas y 4 titularidades en el torneo de Liga, abandonó la entidad, aunque no el fútbol. Acaban de incorporar al guipuzcoano Araquistáin, desde el Real Madrid, y la parroquia de Altabix, quién sabe si porque lo de “Maravilla Elástica” se antojara largo y quizás cursi, había preferido apodarlo “El Conde”, en honor a su elegancia bajo el larguero. Durante esos 8 años, todos en 1ª, había asistido al rejuvenecimiento del equipo, con la incorporación de varios noveles más adelante ilustres: Canós, Marcial Pina y Vavá en 1964; Llompar, Lico y Curro el año siguiente; Juan Manuel Asensi en 1966; Ciriaco y el infortunado Ballester, de cara a la campaña 68-69. Lico y Marcial equilibraron balances con su traspaso al R. C. D. Español. Ballester dejó también sus buenos dineros en caja, cuando el Real Madrid pensara en él como lateral derecho para los siguientes diez o doce años. Asensi sería rentabilísimo fichaje azulgrana, y a Ciriaco tampoco hubo forma de retenerlo. Todos, menos este último, fueron internacionales absolutos. Ballester, que hubiera podido eternizarse con el dorsal 2 de la camiseta roja, tan sólo pudo lucirla una vez. La fatalidad, primero en forma de tremenda lesión, y luego un cáncer, lo arrebataron en plena juventud.

Algunas de esas perlas llegaron de forma pintoresca. Por ejemplo, cierto viajante de zapatería y socio del Elche C. F., mientras cumplía con su ruta por Salamanca, Extremadura y las estribaciones de Gredos, hizo noche en Béjar, a tiempo de presenciar un partido de fútbol. Esa tarde, el delantero centro le dejó pasmado. Iba al choque una y otra vez, remataba hasta los peores melonazos y ni siquiera era torpe con el balón en los pies. Apenas de vuelta, se dejó caer por la sede del club: “Acabo de ver a un chico que las da todas -dijo-. Seguro que ahora es barato, pero me da en la nariz que no tardando mucho valdrá millones. Deberíais ir a verlo. Es la referencia atacante del Béjar Industrial”. ¡Qué gran ojeador perdió el fútbol sesentero en la persona de ese comercial!. Los técnicos franjiverdes, tras estudiar al chico un par de tardes, lo ficharon. Era Luciano Sánchez García, en las alineaciones “Vavá”, ariete aguerrido, internacional y máximo goleador del Campeonato 65-66, sobre quien Alfredo Di Stéfano, cuando lo tuvo a sus órdenes, dijera: “Es increíble. Si le lanzas una piedra, la rematará con toda el alma, aunque sepa se hará daño”. Aquellos defensas toscos únicamente podían pararlo tirando de guadaña. Y a base de guadañazos, consiguieron dejarlo muy mermado. Entonces, olvidando cuánto había hecho por la entidad, le señalaron la puerta de salida.

Pazos no quiso colgar los guantes. Después de 21 años compitiendo en categoría senior, es difícil anestesiar al gusanillo. De manera que fichó por el Novelda, con la ilusión de un principiante. Y puesto que el físico le acompañara, durante los siguientes 8 años continuó en el Abarán, Thader de Murcia y Santa Pola, hasta jugar su último partido en 1977, cumplidos los 47 años. Todo ello sin arrastrase, como atestiguaron distintos cronistas: “Quien tuvo, retuvo. Y Pazos aún retiene mucho”. “Como casi siempre, Pazos entre los mejores”. “Aunque Pazos falló en el gol, evitó otros dos con sendas estiradas de pañuelos y ovación prolongada”. “Ya quisieran muchos de superior categoría, y algunos de 2ª, estar como él. No pasan los años”.

Pero si él no echaba ningún vistazo al calendario, otros lo miraron muy bien.

Equipo femenino del Elche, en los años 70, entes que las mujeres gozasen de competiciones “oficiales”. Manuel Pazos había contribuido lo suyo, llamando su atención, siquiera fuese como espectadoras.

Equipo femenino del Elche, en los años 70, entes que las mujeres gozasen de competiciones “oficiales”. Manuel Pazos había contribuido lo suyo, llamando su atención, siquiera fuese como espectadoras.

Ocurrió hallándose el Elche en situación comprometida. Alguien, en la directiva, parece sacó a relucir su nombre, como solución de emergencia. Y acabó imponiéndose el criterio de quienes temían dar mala imagen, tanto a socios como a canteranos. Si alguien con edad para ser padre de medio equipo fuere visto como única esperanza, nada bueno cabía esperar del futuro. Entonces Pazos, a quien debían haberle contado algo, reconoció humildemente: “Pues claro que me hubiera hecho ilusión. Continuaba en buena forma y pude haber ayudado. Pero tampoco es cuestión de dar vueltas a lo que nunca se pudo concretar”.

Por fin retirado, continuó viviendo en Elche, con su esposa, Mª Jesús Moreno Quintana, y los cuatro hijos del matrimonio, uno de ellos, Francisco Javier, también portero en el Deportivo Ilicitano, primera plantilla verdiblanca -donde sólo llegaría a alinearse en algún amistoso-, y Villena. La sombra de algunos progenitores resulta excesivamente alargada, por culpa de tanto empeño en buscar comparaciones. Lo supieron de sobra Markel Iribar, hijo del formidable meta atlético, el vástago de Juan Antonio Deusto Olagorta, también portero, “Torito” Aquino, hijo de “El Toro”, goleador llegado desde América, Ricardo Escolá, descendiente de José, referencia barcelonista, antes y después de la guerra, o el hijo de Ignacio Zoco y María Ostiz. Como todos ellos, sin posibilidad de ser él mismo, habría de abandonar pronto. Aquel gallego de Cambados con devoción mediterránea, montó un bar junto al campo de Altabix y trabajó como representante comercial, hasta convertirse en clase pasiva. Parecía gozar de una salud aceptable, y su óbito sorprendió un tanto. Lo mismo que la parquedad con que quisieron recordarlo.

El At Madrid había efectuado un par de mudanzas, desde sus días en el Metropolitano. Suelen decir que durante ellas siempre se pierda algo. Objetos, recuerdos, memoria… Tal vez por eso, su estela apenas llegó al nuevo estadio “colchonero”. Tampoco hubiera sido ningún disparate que la Liga Iberdrola guardase un minuto de silencio antes de cada partido, en la inmediata jornada. Pazos nunca fue directivo, ni dirigió plantillas o fundó equipos femeninos, y con toda probabilidad ni una sola jugadora supiese que hace mucho tiempo, sin proponérselo, contribuyó a allanarles el camino. Quizás alguna de sus abuelas aplaudiera un día, a pie de campo, sus plásticas palomitas. Por ahí se empezó.

Porque antes de que jugaran al fútbol, había que hacerles sitio en la grada. Y él, a muchas, las llevó en volandas.




Zoco, ejemplar.

Si ustedes leen habitualmente la sección de CIHEFE de “Cuadernos” es porque les entusiasma el fútbol. Y, por supuesto, conocían sobradamente a nuestro futbolista. Pero si preguntan por Zoco a algún familiar, amigo o a quien tengan al lado –no necesariamente avezados seguidores en materia futbolística-, lo más probable es que también sepan identificarlo, pues Zoco, por sí solo, ocupa un lugar de privilegio en la historia del balompié español.

Hace unos meses, escribíamos en estas mismas páginas sobre el fallecimiento del portero Antonio Betancort, otro héroe del equipo madrileño de las décadas de los años 60 y 70.

Ignacio Zoco Esparza, se ha reunido ya con su compañero, así como con Ramón Moreno Grosso, integrantes de aquel Real Madrid que todos tenemos en nuestra memoria. Ignacio falleció el pasado 28 de septiembre. Considero que hay que ser siempre agradecidos, por lo que significa para muchos aficionados españoles y rememorar a otro de nuestros futbolistas que va unido indefectiblemente a nuestra infancia. De este gran futbolista ya está casi todo escrito, si bien, no por ello, debemos dejar de continuar resaltando su dilatada y exitosa trayectoria deportiva.

Al producirse estas pérdidas, uno tiene la sensación de que con ellos se despeñan trozos de un tiempo pasado y que, además, entornan la puerta dejando en el aire, una irremediable sensación de orfandad. Son hombres buenos. Estimados. Como Zoco.

Zoco01En sentido figurado, cuando somos jóvenes, los bolsillos de los pantalones los tenemos llenos de vanidad, soberbia, orgullo y otras lindezas; con los años, y según la vida nos va domando, estos bolsillos se van vaciando (sí, sí, comprueben cómo los tienen en la actualidad), y rellenándose, paulatinamente de comprensión, paciencia, gratitud, etcétera. En el caso del navarro, desde que vivía en la pensión de Doña Carmen La Pasiega, en Madrid, no creo que sus bolsillos hayan contenido nunca ni una pizca de aquellos pecados, y sí, y hasta los topes, de compañerismo, lealtad, fidelidad, entrega, respeto, cariño, por citar sólo algunas virtudes.

Ocurre a veces, que aunque no conozcas personalmente a alguien, por la lectura de sus actos, hechos y trayectoria puedes llegar a saber que se trata de una persona buena. Sí es verdad que el firmante de este artículo llegó a estar cerca de él en alguna ocasión en Ciudad Real hace unos años cuando su hijo jugó -creo recordar-  una o dos temporadas en el equipo de la capital. Con la humildad y sencillez por bandera, tuvieron a bien la familia Zoco disfrutar tranquilamente de la gastronomía manchega, motivo por el que estimé no molestarle para solicitarle un autógrafo, que seguramente me habría concedido.

De Ignacio Zoco bien podría escribirse un amplio libro biográfico porque documentación donde bucear hay más que de sobra. Nació el 31 de julio de 1939, recién finalizada la Guerra Civil, en la localidad de Garde, encuadrada en el Pirineo navarro.

Su primer equipo fue el Roncesvalles de Pamplona, que pertenecía a la Parroquia de San Agustín, si bien jugó después en otro equipo pamplonica de la Parroquia de San Francisco denominado Esperanza. En este conjunto, nuestro jugador se tuvo que denominar para el público como Zoco II dado que al llegar ya había en el equipo otro Zoco, si bien no eran ni siquiera parientes, sólo la coincidencia del apellido. Se da la circunstancia de que no le dejaban marchar del primero y tuvo que comprar su baja por el elevado precio de 2 pesetas…

Posteriormente fichó por el Oberena. Según él mismo relata en los papeles de mi archivo, quien le dio el empujón definitivo fue un entrenador llamado Marcelino Tellería, que lo ascendió del Juvenil al equipo de Tercera División, a finales de los años 50. Allí nunca cobró, la prima por fichar fue un abono de tendido de Sol para las 8 corridas de San Fermín, cuyo precio en aquel entonces era de 425 pesetas.

Zoco en una alineación del Oberena. Foto: Libro Oberena, Bodas de Oro 1940-1990.

Zoco en una alineación del Oberena. Foto: Libro Oberena, Bodas de Oro 1940-1990.

Más tarde, ya fichó por el Osasuna, que lo cedió al Iruña donde jugó 13 partidos. En la Temporada 59-60 debutó en Oviedo, en la jornada 17ª en Primera División, donde el equipo navarro perdió frente a los asturianos por 2 a 1. La alineación de aquel encuentro fue la formada por Eusebio, Larrainzar, Ciaurriz, Zubiaurre, Marañón (que marcó el gol), Zoco, Manceñido, Ruiz, Areta, Glaría y Cerdán. Arbitró el Sr. Gardeabázal.

Aquella temporada de 1959-60 el Osasuna descendió a Segunda División retornando a Primera en la temporada de 1961-62.

Muy pronto, llegó a la Selección española B, haciendo el debut oficial en Grenoble (Francia) el 2 de abril de 1961 en encuentro disputado en el estadio Stade Muncipal. La alineación de España fue la compuesta por Pesudo, Miera, Bartolí (capitán), Calleja, Zoco, Iturriaga; Aguirre, Félix Ruiz, Zaldúa (Marcelino 32’), Adelardo y Bueno.

España ganó por 0 a 2 con goles de Aguirre (14’) y Marcelino (68’).

Casi seguidamente, debutó con la Selección A, el 19 de abril de 1961, frente a Gales, en el estadio de Ninian Park, de Cardiff, en partido valedero para la VII Copa del Mundo de Chile 1962, en la fase de clasificación, primera ronda, partido de ida. A las órdenes del árbitro belga Marcel Raeymaeckers, España (con camiseta y pantalón azul) formó con Ramallets (capitán), Foncho, Santamaría, Calleja, Zoco (todavía estaba en la plantilla de Osasuna en Segunda División), Gensana, Aguirre, Del Sol, Di Stéfano, Suárez y Gento.

Como datos complementarios diremos que el seleccionador era Pedro Escartín y el entrenador Miguel Muñoz. España venció por 1 a 2 con goles de Foncho y Di Stéfano.

Aquel encuentro fue el nº 131 de la Selección Española, debutando Foncho, Calleja, Zoco y Aguirre; según mis cálculos, fueron los debutantes 288 a 291 de la historia del combinado nacional.

Con la selección española jugó 25 partidos y en 1 estuvo de suplente (el nº 133 de España contra Argentina el 11-6-61); actuó 3 veces de capitán y marcó un gol, el 1 de diciembre de 1963 frente a Bélgica en amistoso disputado en Mestalla. España perdió 1 a 2 y el navarro marcó el del empate a los 22 minutos. Supuso, según mis cálculos, el gol nº 332 en la historia de la Selección.

El éxito más importante a nivel de Selección fue cuando se España se proclamó Campeona de Europa de Selecciones el 21 de junio de 1964 al vencer a la Unión Soviética. Aquella mítica alineación fue la formada por Iribar, Rivilla, Olivella (capitán), Calleja, Zoco, Fusté, Amancio, Pereda, Marcelino, Suárez y Lapetra.

Zoco03Posteriormente, ya en 1962 fichó por el Real Madrid, disputando 538 partidos (434 de ellos oficiales), ganando 7 Ligas, 2 Copas del Rey 1 una Copa de Europa. Precisamente. debutó en encuentro de Copa de Europa el 5 de septiembre de 1962 contra el Anderlecht en el estadio Santiago Bernabéu, donde marcó el primer gol de los blancos, con empate final a tres goles. En el encuentro de vuelta los belgas eliminaron a los merengues con gol de Jurion (que jugaba con gafas, pueden ver el artículo en el número 62 de estos Cuadernos de Fútbol). En aquella vuelta, Zoco hasta llegó a participar de portero durante unos minutos al lesionarse Vicente y necesitando ser atendido en la banda. Qué miedo le entraría a Miguel Muñoz que durante aquellos largos minutos estuvo detrás de la portería al lado de Zoco…

Zoco fue el portador eterno del número 6 en la camiseta del Real Madrid. En aquellos años su puesto era la línea media formada junto a su compañero Pirri, que lucía el número 4. Sabrán ustedes, permítanme recordarlo, que antiguamente las alineaciones de los equipos estaban formadas por el portero (número 1)  dos defensas (los números 2 y 3), tres medios (los números 4, 5 y 6) y cinco delanteros (del 7 al 11) hasta que uno de esos centrocampistas retrocedió a la defensa por lo cual el medio del campo quedó reducido a los números 4 y 6, pasando el nº 5 como defensa central. Por eso, la defensa de cualquier equipo la componían los número 2, 5 y 3. De igual manera que nos sabemos de memoria a estos dos jugadores, Pirri y Zoco, recordarán otras parejas que permanecen unidas en la historia del fútbol español como Igartua-Larrauri, Paquito-Roberto, País-Violeta, Adelardo-Iglesias o Lico-Llompart, por citar algunos.

Con su compañero, Pirri.

Con su compañero, Pirri.

Por otra parte, en su trayectoria con el Real Madrid, ocupa lugar privilegiado en sus vitrinas, entre otros éxitos, el entorchado de Campeón de la Copa de Europa de 1966 (el Madrid de los Ye-Yés, recordarán) al vencer al Partizán de Belgrado el 11 de mayo de 1966.

Final Copa de Europa 1966.

Final Copa de Europa 1966.

Recuerdo con especial cariño el gol que marcó Zoco al Chelsea en la final de la Recopa de 1971, cuando en el último minuto, Bonetti, avasallado por cinco madridistas nada pudo hacer por el evitar el certero lanzamiento del medio merengue, que servía para empatar a 1 gol aquella final. Un poster casero con la instantánea de aquel momento presidió durante mucho tiempo mi habitación. Lástima que en el partido de desempate, los ingleses vencieron por 2 a 1. Fue el último encuentro de Gento con el Real Madrid. En aquel Chelsea destacaban, entre otros el citado Bonetti, Osgood o Houseman.

Final Recopa 1971, gol al Chelsea.

Final Recopa 1971, gol al Chelsea.

Igualmente, debemos recodar la Final de Copa de España de 1974 frente al Barcelona, un caluroso 29 de junio, cuando el Real Madrid venció por un contundente 4 a 0, que sirvió para superar la derrota en la Liga que acababa de finalizar… Zoco jugó los últimos minutos con el brazalete de capitán, cedido por Grosso, recogiendo la Copa de Campeón.

El 28 de agosto de 1974, se celebró el partido homenaje a Ignacio Zoco enfrentándose a los griegos del Panathinaikos. Sirvió además como presentación del equipo para aquella temporada que comenzaba. Jugaron Miguel Ángel, José Luis, Benito, Camacho, Pirri, Zoco (Vitoria), Aguilar, Grosso, Del Bosque, Netzer y Macanás. Vencieron los locales por 3 a 0 con goles de Pirri, Aguilar y Netzer. Aquella noche, en el hotel Eurobuilding se celebró una cena en su honor. Zoco recibió la Cruz de Caballero de Isabel La Católica entregada por el Secretario Nacional de la Delegación Nacional de Deportes.

Partido homenaje

Partido homenaje

Como curiosidad, por aquellos días, se rumoreó que Iribar podría ser traspasado al Barcelona por 52 millones de pesetas.

Zoco expresó en su retirada que se iba del fútbol con la satisfacción de haberlo pasado bien.  Nuestro jugador igual estaba para salvar un gol debajo de los palos, que para rematar un balón entre una muralla de defensores o para servir a su equipo de manera incansable. De complexión física fuerte, tuvo una limpia ejecutoria, rectitud deportiva, y gran entrega por los colores que defendió a la largo de su carrera.

Fue Delegado de Deportes de la Comunidad Foral de Navarra, Delegado del primer equipo del Real Madrid, y Presidente de la Asociación de Veteranos hasta sus últimos días.

Discúlpeme su familia si he podido olvidar algún dato relevante, si bien, como siempre, escribimos desde la total admiración y respeto.

No quisiera escribir más así. Se me van mis futbolistas y yo no puedo hacer nada.

Hasta siempre, Zoco.