“Si hubiera nacido feo no habríais oído hablar de Pelé”

En 2021 se cumplen 75 años del nacimiento de George Best, un genio del balón con una carrera plagada de vicios

“¿Cuántas personas formaban los Beatles?” Una pregunta sencilla sobre uno de los grupos más importantes de la historia de la música. Cualquiera piensa en John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr. La respuesta es inmediata: “Cuatro”. Sí, cuatro, pero unos pocos dicen cinco. “¡Cinco!” gritan. Y también tienen razón. La prensa portuguesa le apodó como ‘El Quinto Beatle’, y su melena no es historia de Anfield, sino de Old Trafford: George Best y su filosofía de All you need is love.

Nacido en Belfast (Irlanda del Norte) el 22 de mayo de 1946, Best fue un futbolista tan bueno en el terreno de juego como poco profesional fuera de él. Con una técnica y un cambio de ritmo imparables, el extremo fue uno de los grandes del fútbol, ganador del Balón de Oro en 1968 e incluido en 2020 en el tercer equipo del Dream Team elaborado por ‘France Football’. Pero la leyenda del Manchester United tenía dos vicios que compaginaba con su carrera: las mujeres y el alcohol. Solo los dejó una vez, y, según mencionó, “fueron los peores 20 minutos de mi vida”.

“Nunca vi el mar”

No es exagerado calificarle como el padre de los Gascoigne o Maradona en cuanto al jugador que trasciende por su vida más allá del campo, un genio al que sus admiradores peregrinaban no solo para celebrar sus acciones en las gradas, sino también en los asientos de los pubs de toda Inglaterra. Una de sus frases más celebres, de las muchas que dejó, cuenta que “cada vez que entro en un bar hay 70 personas que quieren invitarme a beber, y yo no sé decir que no”. Existe el debate sobre si Best se trata del mejor futbolista que ha vestido la camiseta de los Red Devils, donde también han jugado, entre otros, sir Bobby Charlton, Eric Cantona o Cristiano Ronaldo. El tema está ahí, pero con este primero y Denis Law formó la conocida como Holy Trinity, llevando al Manchester United a convertirse en el primer equipo inglés en alcanzar la Copa de Europa en el año 68 ante el Benfica.

Alguien de su categoría podía permitirse adquirir una casa en primera línea de playa para aprovechar la brisa que trae el mar y darse relajantes baños. Quien sabe si esa era su intención, pero había un problema: “Para llegar a la playa había que pasar por un bar. Nunca vi el mar”. El alcohol, como ya se ha dicho, fue su gran hándicap, igual que su pasión por las mujeres.

“Afortunadamente he podido hacer ambas”

Es una de las mayores celebridades que ha habido en Irlanda del Norte, hasta el punto de que el aeropuerto de Belfast lleva su nombre. Sin embargo, y debido al pobre nivel de su selección, nunca pudo disputar el Mundial o la Eurocopa. Podría haber llegado a la copa del mundo de España 82, pero en ese entonces su estado físico dejaba ya mucho que desear.

A lo largo de su vida se casó varias veces, y se caracterizó por, como con el alcohol, no decir nunca que no. Best no podía escoger entre el fútbol y las chicas, dejando para la historia la siguiente reflexión: “Hace unos años si me dan a elegir entre marcarle un golazo al Liverpool o acostarme con una Miss Mundo habría tenido una difícil elección”. Pero era muy bueno, así que “afortunadamente he podido hacer ambas”.

“No mueras como yo”

En 2005, y con apenas 59 años, George Best falleció debido a una sobredosis de los fármacos que tomaba por el trasplante de hígado al que había sido sometido. Su frase “no mueras como yo” fue la última y cruda reflexión de un genio del balón al que el alcohol se llevó antes del verdadero final de su partido.

Reportaje realizado para la materia de “Historia del Periodismo Deportivo” que imparte Xavier G. Luque en el Máster de Periodismo Deportivo de la UPF.




Un fulgor fugaz

George Best, que el próximo mes de mayo habría cumplido 75 años, murió en 2005 a causa de una sobredosis de fármacos inmunosupresores tras su trasplante de hígado, según el doctor forense y especialista en medicina legal, Jason Payne-James.

Su futbol era pura electricidad. Era como si un chispazo sacudiera su cuerpo cada vez que entraba en contacto con el balón. Se refugiaba en la banda, allá donde esos rara avis, los encaradores, los más talentosos futbolistas, habitan. Junto al balón se fundía en un único ser incombustible, inopinado. Su conducción del balón era grácil y sus cambios de ritmo, vertiginosos, siempre acompasados por una cierta anarquía. Cuando parecían tenerlo acorralado, su virtuosismo y velocidad con el esférico en los pies los desarmaba y desdibujaba por completo la concepción que tenían los rivales sobre cómo defender. Si al compositor Giuseppe Tartitni se le presentó el diablo y le deleitó con “El Trino del Diablo”, a George Best se le apareció para obsequiarle con un fulgor futbolístico impropio de la época.

En 1961 el ojeador del Manchester United, Bob Bishop, envió un escueto telegrama – “creo que te he encontrado genio”-, al entrenador del equipo, Sir Matt Busby, sobre un joven de 15 años nacido en Cregagh que se había curtido futbolísticamente en los barrizales de este vecindario de Belfast.

Best era un chicho retraído, taciturno, frágil según su madre, Anne Withers. Con una sensibilidad abrumadora. Cuando fue llamado por el Manchester United para realizar unas pruebas con el club en 1961, decidió volver a su Belfast natal tan solo dos días después. El niño que exudaba fútbol por cada poro de su piel sufrió un tremendo ataque de añoranza. Cómo no sentirse desguarnecido, temeroso y padecer una irrefrenable necesidad de volver al seno familiar tras pisar el césped del imponente Old Trafford.

Sin embargo, su padre llamó de vuelta a Busby para que éste le diera una nueva oportunidad. Y así fue. Se incorporó a las categorías inferiores del club con 15 años. Entrenaba por las mañanas y por la tarde limpiaba las botas de sus héroes. Siendo apenas un juvenil, ya dejaba su impronta sobre el césped. Tanto es así que Paddy Crerand, compañero suyo durante gran parte de la década de los sesenta, le comentó a Jack Crompton, el preparador físico del primer equipo, que guardaran en secreto el exuberante talento de Best hasta su debut con el equipo sénior, según unas declaraciones realizadas para el documental George Best: All By Himself de la ESPN.

Debutó en 1963, consagrándose en 1966 en los cuartos de final de la Champions League ante el Benfica, anotando dos de los cinco goles que el United le endosó al equipo lisboeta en Da Luz. Su fulgor resplandecía ya por toda Europa.

Sin embargo, su cénit futbolístico no llegaría hasta 1968 con la consecución del título continental, otra vez, ante el Benfica. Tras el empate a uno al final de los 90 minutos, dio inicio la prórroga. Un balón largo del portero y la prolongación de cabeza de un compañero dejaron al siete solo ante el guardameta rival que sucumbió, como hacían todos, ante ese recorte que realizaba con insultante facilidad cada domingo sin importar la enjundia del rival.

Con una Champions en una mano y el Balón de Oro en la otra, su agente por aquel entonces, Bill McMurdo, en unas declaraciones para el mismo documental de la ESPN, argumentó que quizá Best pensara que después de llegar tan alto, nada volvería a ser igual y que no podría volver a vivir algo tan siquiera parecido a la noche en la que puso Europa a sus pies.

El retiro de Matt Busby y sus excesos con el alcohol fueron menguando el resplandor de Best, que descendió a la Second Division en 1974 con el United y deambuló, posteriormente, hasta en 12 equipos distintos, antes de su retiro en 1985. Pese a ello es, según la Federación Internacional de Historia y Estadística de Fútbol, el 16º mejor jugador de todo el siglo XX. Su compañero durante tres temporadas, Harry Gregg, en una entrevista para un medio británico comentó que su juego era: “algo hermoso, y no lo vimos todo. Él tampoco pudo demostrarlo”. Ese fulgor con el que fue obsequiado, también le fue arrebatado por el mismo diablo.

Reportaje realizado para la materia de “Historia del Periodismo Deportivo” que imparte Xavier G. Luque en el Máster de Periodismo Deportivo de la UPF.