Del campo de concentración al triunfo en los estadios

La Guerra Civil cercenó vidas y expectativas de futuro, además de convertir la ideología, fuere ésta vencedora o derrotada, en verdad fundamental. Durante aquellos tres años de sangre, miedo y oprobio, España se desenganchó del progreso al perder cientos de cerebros fundamentales para la posterior reconstrucción material e intelectual. La posguerra, en fin, sumió a nuestra economía en una fosa profunda, aplacó hambres a golpes de hisopo, silenció rebeldías, puso a Franco bajo palio e hizo de la simple supervivencia una auténtica heroicidad. Para algunos, sin embargo, lo más duro de esa posguerra llegó envuelta en laureles y aroma a oportunidad.

Fue el caso de Marcial Arbiza Arruti (Urnieta, Guipúzcoa, 8-VII-1914), futbolista forjado en el patio de los Maristas y la Segunda División francesa, quien a base de goles supo encontrar su particular redención.

Había empezado a romper alpargatas en el Colegio de San Bernardo, entre un puñado de buenos futbolistas posteriores: Goyeneche, que jugó en el Valencia C. F.; Peña (At Madrid, antes de emigrar a Argentina), o Daguerresar (Real Sociedad de San Sebastián). Cuando los hermanos maristas regresaron a Francia, en 1928, los acompañó hasta Bayona, en condición de estudiante interno. Regresaba a Irún en vacaciones y entonces, una vez hubo cumplido los 16, solía alinearse con el Real Unión en partidillos de entrenamiento, algún bolo y exhibiciones amistosas. Para él, un pipiolo, constituía el culmen formar junto a los Gamborena, Arzac o Petit, duchos ya en nuestra 1ª División. Lástima que los estíos durasen tan poco. Sobre todo el de 1930. Porque en otoño de ese año hubo de abandonar la vecina Bayona, rumbo a Bélgica, para estudiar Artes y Oficios. “Allí continué dándole al balón -manifestó Arbiza en distintas entrevistas-. Aunque de manera informal, puesto que no existían competiciones en categoría juvenil”. Luego, cuando empezó a trabajar, tampoco quiso olvidarse del fútbol, enrolándose en el Hautmont francés, donde habría de compartir vestuario con Sabino Aguirre, otro jugador vasco.

El Hautmont, club modesto, fue escalando posiciones, en gran medida merced a sus virtudes de ariete. De categoría amateur a 3ª División, y desde 3ª a 2ª. “Por cierto -se enorgullecía también al ser entrevistado-, estando en Tercera fui seleccionado en 7 oportunidades para formar parte de la Liga del Norte, una representación de clubes septentrionales en Francia. Todo ello mientras trabajaba en una acería, ya que como es lógico, había que comer”.

Con esa selección del Norte se enfrentó a la selección de Budapest, prácticamente el equipo finalista en la Copa del Mundo correspondiente a 1933. Y vencieron al conjunto húngaro. También hizo morder el polvo a Hiden, uno de los grandes guardametas de aquella época, con un gol no sólo aplaudido desde el graderío, sino calificado como fabuloso por la prensa gala. Su nombre comenzaba a sonar con fuerza en el panorama futbolístico francés, hasta el punto de cerrarse el pase al Excelsior de Roubaix. Curiosamente, de todos estos hechos apenas si existe rastro en la bibliografía deportiva francesa. Su nombre ni aparece en el “Dictionaire des footballeurs étrangers du Champeonnat Professionnel Français”, teórica biblia gala en dicha materia. Ni en “Elite sportive et inmigration”, de Marc Berreaud, “Football et relations internationales entre les deux guerres”, de Pierre Lafranchi, o “The Migration of Footballers: The Case of France 1932-1982”, del mismo autor. Obviamente no fueron 121 los españoles del Campeonato Francés hasta 1997, como se ha escrito, sino bastantes más. El propio Sabino Aguirre, compañero y amigo de nuestro protagonista en el Hautmont, también es otro olvidado. Y no fueron los únicos.

Pero las cosas comenzaban a ponerse difíciles en el territorio galo. España acababa de desangrarse en una guerra y la bota alemana parecía dispuesta a pisotear París. “Me hablaron de que la Real Sociedad pudiera estar interesada en mí -recordó a menudo-. Así que tomé el petate y volví a Guipúzcoa. Pero no se hizo nada. Ya me había casado y tenía dos hijos. No era, bien mirado, el mejor momento para empezar otra vez desde cero”. Jugó algo con el Real Unión de Irún parte de la temporada 1939-40, cuando a los irundarras se les hacía cuesta arriba mantenerse en 2ª División. “Pocos partidos. Muchos menos de los que me hubiese gustado. Porque las circunstancias se cebaron conmigo”.

Marcial Arbiza no había intervenido en la Guerra Civil. Ni con los nacionales ni en el bando republicano, puesto que como se ha dicho, mientras nuestras ciudades ardían y las cunetas se poblaban de cadáveres, él trotaba con los colores del Hautmont y doblaba el lomo en la acería. Ese era su delito: haber rehuido el alistamiento, cuando a este lado de los Pirineos silbaban los obuses. Así que como otros “prófugos” y muchos antiguos soldados republicanos, fue a dar al Batallón de Trabajadores de Miranda, puro eufemismo bajo el que se ocultaban condiciones de esclavitud en campos de concentración, maltrato sistemático y humillaciones sin cuento. Un informe sobre este tipo de instalaciones elaborado por el propio régimen franquista recomendaba el cierre inmediato a algunos campos, ante las catastróficas condiciones en que se veían obligados a vivir los internos. Se señalaba, por ejemplo, la existencia de un único caño de agua para abastecer a 2.000 hombres. Y por supuesto, las palizas y vergazos fáciles de imaginar, toda vez que entre los vigilantes podía haber, y había, hermanos, cuñados, amigos o primos de caídos o ejecutados a manos de aquellos “rojos” ahora bajo su tutela, ni asomaban, considerándose, quizás, no ya trato sobreentendido, sino muy merecido.

Distintos testimonios de quienes vivieron meses tétricos en Miranda de Ebro ponen foco en su dureza. Incluso durante el invierno, con el termómetro rondando los cero grados, eran obligados a bañarse en las gélidas aguas del Ebro. Lógicamente, las defunciones por pulmonía resultaban habituales y de cuando en cuando aparecían cadáveres río abajo, no como resultado de intentos de fuga, sino producto de hipotermias o ahogamientos en pleno baño. Pasaban tanta hambre que cuando eran conducidos a pavimentar carreteras o apuntalar trochas, procuraban tenderse junto a los patatales con cada orden de descanso, y frenéticamente arañaban la tierra, extraían algún tubérculo que guardaban entre sus ropas, como un tesoro, volviendo a cubrir la mata.

Claro que Arbiza fue un gran afortunado entre tanto preso. Puesto que había jugado unos partidos con el Deportivo Alavés durante la campaña 1934-35, su nombre aún era tenido en cuenta por Vitoria. Además Patxi Gamborena, el internacional irunés con quien jugara ocasionalmente durante el ya lejano verano de 1930, entrenaba a los babazorros. “Se portó de maravilla, porque al enterarse de mi situación se presentó en Miranda, acompañado de dos directivos del Alavés, los comandantes Molina y Pinedo. Para mí todo cambió de inmediato, porque si bien seguía en el Batallón, me dejaban salir cuando quería. Hasta iba en taxi a los entrenamientos, todo un lujo en esos tiempos”.

Sólo disputó 17 partidos con la camiseta blanquiazul, marcando 58 goles. Una tarde anotó 6, otras 4, y rara vez bajaba de las 2 dianas. El club vitoriano participaba en una liguilla con entidades como el ya extinto C. D. Logroñés, Beasáin, Vasconia de San Sebastián o Mondragón. Al proclamarse campeones, aquellos muchachos tuvieron que participar en una segunda fase, ante equipos vizcaínos, donde la superioridad alavesa volvió a quedar de manifiesto. “Al Erandio lo vapuleamos con un 12-0 en la ida y 7-0 en la vuelta. Teníamos muy buen conjunto. Esa Navidad la pasé en familia, luego de varios años sin poder hacerlo. Días antes jugábamos contra el Mondragón, en su campo, y el comandante Pinedo, uno de los directivos que facilitara mis salidas del campo mirandés, me prometió que celebraría la festividad con mi familia si ganábamos aquel partido, importante para la clasificación. Vencimos por 0-9 y yo metí no sé cuántos goles”.

Arbiza no era apellido que sonara en el ámbito de nuestro fútbol, puesto que apenas si había podido vérsele por estos pagos. Pero aun así, como elemental prudencia, se alineaba con su segundo apellido. “Sólo faltaba que algún alto mando conectase al Marcial Arbiza que goleaba los domingos con el del Batallón mirandés, y se liara. Así que para prensa y aficionados era Arruti. Salía del campo de concentración, jugaba, y volvía al campo”.

CampoConcentracion01

Marcial Arbiza, un poco más joven que cuando llegó al Madrid.

Semejante porcentaje anotador no podía pasar desapercibido, y el Real Madrid, entidad magníficamente relacionada con el club de Vitoria desde que años antes incorporase a Ciriaco, Quincoces y Olivares, se anticipó al resto. Por extraño que pueda parecer, pues el Deportivo estaba adscrito a la Federación Guipuzcoana y buena parte de esos 58 goles se los llevaron equipos de Guipúzcoa, los técnicos de la Real Sociedad parecían vivir en Babia. Sólo iniciaron alguna maniobra de aproximación cuando el compromiso con el club merengue ya era un hecho. “Es verdad que no había firmado aún con el Madrid. Mi compromiso había sido verbal. Pero la palabra es la palabra. Así que fui a la capital, para seguir alineándome al principio como Arruti. Todavía mi situación seguía siendo delicada, hasta el punto de perderme algún partido por no disponer del correspondiente permiso militar. Tampoco convenía mostrarse imprudente”.

Como delantero centro del Real Madrid habría de marcar 9 goles en 11 partidos ligueros del Campeonato correspondiente a 1941-42, y 8 en otros 8 encuentros de 1942-43. El Deportivo Alavés, por su parte, había ascendido a 2ª División en 1940-41. “Aquel Madrid era un club señor, con Pablo Hernández Coronado en labores técnicas, personaje de inmensa categoría humana y deportiva, además de ver el fútbol mejor que nadie. Nos dirigía Paco Brú, que por cierto entrenaba con chaqueta y puro. Entonces las cosas eran como eran; nada que ver con lo que iría llegando después. El médico, sin ir más lejos, especialista en venéreas, no sabía por dónde le daba el aire en materia deportiva. Después de pasar por Miranda, aquellos dos años me resultaron magníficos. Y eso que al principio, cuando me denunciaron desde varios clubes por lo anómalo de mi situación, sudé la gota gorda. Pero el Real Madrid se portó admirablemente. Movió sus hilos y las denuncias debieron ir a parar a la papelera de algún despacho”.

CampoConcentracion02Ase fútbol, en efecto, tenía muy poco que ver con el actual. Incluso pudiera ser considerado salvaje. Hoy, defensas como Juan Ramón, Deva, Sansón, Mariscal, Portugués, González o Berridi, tomarían el camino de los vestuarios antes del pitido final un domingo sí y otro también. Y a los árbitros se los comería el público ante su pasividad con tanto alarde de extrema violencia. Ejercer de ariete equivalía a jugársela. Y como Marcial Arbiza no era de los que volvían la cara, se la partieron literalmente más de una vez.“En el partido que supuso la despedida de Jacinto Quincoces, en Chamartín, un Madrid – Sevilla, durante el primer tiempo sufrí una durísima entrada. Perdí ocho dientes, además de producirme una fisura en el maxilar. Como tenía un puente en la dentadura, el gancho quedó colgando de la encía, y tuvieron que sacármelo con la tenaza de arrancar los tacos de las botas. Me dieron dos veramones y continué jugando hasta el final de los 90 minutos”. El Veramón, que conste, tenía poco de anestésico. Era un sucedáneo de la Aspirina, menos agresivo que ésta para el aparato digestivo, al decir de los galenos.

En San Mamés aún tuvo peor suerte, al partirse la tibia y el peroné. Fue esa la razón que le dejó con 8 partidos de Liga en el Campeonato 1942-43. Sin ella, es probable que su registro anotador hubiese rebasado la veintena. En la “casa blanca” pensando probablemente que su recuperación iba a resultar larga e incierta, aceptaron con bastante alivio el repentino interés de la Real Sociedad, no poniendo ningún obstáculo al traspaso. Benito Díaz, institución donostiarra y buen conocedor del fútbol francés durante la Guerra Civil, no en vano había estado al frente del Girondins bordelés, llevaba algún tiempo empeñado en hacerle regresar a casa. La lesión, en suma, fue vista como oportunidad. “Lógicamente, también en San Sebastián tenían dudas. Así que se llegó a un acuerdo, consistente en que yo pasara a la Real Sociedad y José Mª Querejeta fuese al Madrid. Pero en el caso de que no lograra recuperarme del percance, los madrileños enviarían a tres jugadores determinados por consenso entre ambos clubes”.

Arbiza mereció honores de portada en la prensa deportiva. Tanto disputando balones a ras de hierba como acosando a los porteros.

Arbiza mereció honores de portada en la prensa deportiva. Tanto disputando balones a ras de hierba como acosando a los porteros.

Aunque Arbiza se recuperó, en su debut como realista, ante el Barcelona, tras sufrir un encontronazo con el central azulgrana Curta, se le desprendió el menisco, lesión similar a la que retiraría del fútbol al guardameta guipuzcoano y más adelante insigne escultor, Eduardo Chillida. Su fe y potente musculatura volverían a obrar el milagro, quedando si no perfecto, al menos bastante bien. Lo suficiente para lucir el escudo easonense durante 4 campañas, hasta concluir el torneo 1947-48. El tiempo pasaba, no obstante, mermando su eficacia ante el gol. “Y aun así tuve ofertas. Cuando estaba a punto de cumplir 34 años me llegó una del Roubaix, donde ya había jugado de joven, y otra del Murcia. Pero puesto que tenía mi vida organizada al margen del fútbol, preferí aceptar otra más modesta, del Real Unión irunés, que en absoluto implicaba obstáculos para mi vida profesional y familiar. Después, finalmente, el retiro”.

Un retiro por convicción, y sin embargo casi a regañadientes. Primero porque nunca es grato admitir la inexorable carrera de Cronos, y segundo porque al decir adiós suele ahogarnos el borbotón nostálgico. Así que como el gusanillo del balón siguiera royéndole, allá por 1949 obtuvo en San Sebastián el título de entrenador regional, y un año más tarde, en Burgos, el nacional. Carnets que a la postre apenas si llegó a sacar de su cartera, como no fuese para mostrar a los amigos.

Marcial Arbiza Arruti, futbolista bragado y macizo, olvidado en Francia hasta por los historiadores deportivos, desconocido entre los seguidores del Real Madrid o la Real Sociedad, pudo haber sido goleador de tronío sin tanta lesión inoportuna, sin el plomo que supuso para tantas carreras, esperanza y vidas, la Guerra Civil. Pero fue, al mismo tiempo, ejemplo de tenacidad, de superación ante los reveses, de mirada limpia y frente alta. Deportista de cuerpo entero, a quien la fatalidad también pudo haber aplastado sin remedio.




Historia de la Eurocopa (II). España 1964.

Eurocopa201Para la segunda edición de la Copa de Europa de Naciones se produce un considerable aumento de inscripciones. Hasta doce países que no disputaron la Eurocopa de 1960 solicitan su participación en el torneo, lo que obliga a jugar una ronda clasificatoria previa a los octavos de final. El sistema de competición se mantiene igual. Eliminatorias a doble partido hasta conocer los cuatro semifinalistas, de entre los que se designará la sede para la fase final. Para la primera ronda, con 29 selecciones inscritas, son declarados exentos la Unión Soviética como campeona vigente y Austria y Luxemburgo por sorteo. En los trece emparejamientos resultantes apenas hay sorpresas. Tal vez, la eliminación de Inglaterra, futura campeona mundial, que sale goleada de París. El choque entre Bulgaria y Portugal necesitará de un desempate en Roma, para dar el pase a los búlgaros, mientras la eliminatoria Albania-Grecia no llegará a jugarse. Los griegos se habían retirado por motivos políticos. Finalmente, Suecia, Dinamarca, Hungría, España, Bulgaria, Francia, Albania, República de Irlanda, Irlanda del Norte, Alemania Oriental, Holanda, Yugoslavia e Italia, lograrán pasar el corte.

Estas trece selecciones forman, junto a las tres exentas, el bombo para el sorteo de los octavos de final. La gran sorpresa de esta ronda, sin duda, la protagoniza Luxemburgo al dejar en la cuneta a Holanda, aun habiéndose jugado ambos partidos en suelo holandés. Empate a uno en Ámsterdam y victoria por la mínima en Rotterdam, con dos históricos goles para el fútbol luxemburgués de Camille Dimmer. Por su parte, España debe sudar sangre para deshacerse con muchos problemas de Irlanda del Norte (1-1 en Bilbao y 0-1 en Belfast), mientras a Dinamarca le tocaba la perita en dulce, Albania, favorecida en primera ronda por el abandono griego. El 1-0 de Tirana resultó estéril. Los nórdicos habían goleado (4-0) en el choque de ida. Suecia dejaba en la cuneta, en una eliminatoria emocionante, a una gran Yugoslavia, subcampeona de Europa. Cero a cero en Belgrado y victoria mínima para los suecos en Malmoe (3-2). Una solvente Francia también seguía adelante a costa de Bulgaria. Aunque había perdido en Sofia con un tanto de Diev, superaba la eliminatoria en París al imponerse  por tres goles a uno. Muchos más problemas encontró Hungría ante los sorprendentes alemanes del Este. Tras vencer en Berlín (1-2), apenas lograría rascar un empate a tres en Budapest. Mientras, la República de Irlanda también avanzaba no sin sobresaltos. Había empatado sin goles en Viena e igualaba a dos en Dublín en el minuto 87. Un penalti transformado por Cantwell, a falta de un suspiro para el final, metía a su selección en el bombo de cuartos. Por último, en la eliminatoria más interesante de esta ronda, los campeones soviéticos dejaban fuera a Italia. A la victoria en Moscú (2-0) lograrán añadir un empate en el Olímpico de Roma (1-1), suficiente para obtener el billete.

En los cuartos de final, Dinamarca vuelve a tener la suerte de cara. De nuevo, el bombo le obsequia con el contrincante más sencillo, sobre el papel, de los ocho clasificados: Luxemburgo. Sobre el papel, porque los correosos habitantes del Gran Ducado serán un hueso durísimo de roer. Tanto, que terminarán forzando un desempate. Al 3-3 de la ida, en Luxemburgo, responderán con un 2-2 en Copenhague. En el partido definitivo, jugado en Ámsterdam, un solitario gol de Madsen (que también había marcado los otros cinco tantos de su equipo en la eliminatoria), terminaba definitivamente con el sueño del pequeño país centroeuropeo. Mucha menos oposición encuentran los españoles en su cruce contra la República de Irlanda. Cinco a uno en Sevilla y cero a dos en Dublín, sirven para meter a España entre los mejores cuatro conjuntos del Continente. La URSS sigue mostrándose firme en la competición, convirtiéndose en el principal favorito para revalidar el título. Contra Suecia, en Solna, arranca un valioso 1-1. Dos semanas más tarde, en Moscú, con un cómodo 3-1, sella su pase para las semifinales del campeonato. El último duelo de cuartos, Francia-Hungría, deparará gran emoción. En la ida, jugada en Colombes, los magiares parecen sentenciar la eliminatoria (1-3), pero un gol de Combin, recién iniciado el choque de vuelta en Budapest, anima inesperadamente el emparejamiento. Finalmente, Sipos y Bene, ya en la segunda mitad, rubricarán la trabajada clasificación húngara.

A primeros de mayo de 1964, la UEFA había decidido que fuera España el país que organizaría las semifinales. Se establece que en Madrid se juegue el choque entre los anfitriones y el ganador del Francia-Hungría y que en Barcelona se dispute el cruce entre Dinamarca, la primera selección clasificada para semifinales, y el vencedor del URSS-Suecia. La semifinal  jugada en el Bernabéu entre España y Hungría es agotadora y apasionante. Tras empate a uno en el tiempo reglamentario y mucho sufrimiento, Amancio Amaro, a los 113 minutos, lograba meter al combinado español en la primera final de su historia. Como ocurriera cuatro años atrás, los soviéticos no encontrarán muchos obstáculos en su penúltimo partido del torneo. Favorecidos por la benevolencia del azar, los daneses se habían deshecho de Malta, Albania y Luxemburgo, para meterse nada menos que en unas semifinales de Copa de Europa. Pero Voronin, Ponedelnik e Ivanov no le dejarán llegar más lejos. Como era de esperar, los campeones soviéticos defenderán en Madrid el título conquistado en París.

Y en la final, que ha entrado en el libro de oro de la historia de nuestro fútbol, pocos desconocen lo que ocurrió. España se alzaba con la primera corona de su trayectoria internacional, al vencer al gigante soviético y vigente campeón, por dos tantos a uno. El cabezazo de Marcelino, a falta de cinco minutos para la conclusión, que significaba el título para nuestro equipo, ha pasado a los anales del deporte español. ¡Campeones de Europa!

 

FASE FINAL ESPAÑA 1964

SEMIFINALES

ESPAÑA  2 – HUNGRÍA  1

Pereda (35’) y Amancio (113’).

Bene (88’).

UNIÓN SOVIÉTICA  3 – DINAMARCA  0

Voronin (19’), Ponedelnik (40’) e Ivanov (88’).

TERCER Y CUARTO PUESTO

HUNGRÍA  3 – DINAMARCA  1

Bene (11’) y Novak (107’, pti y 110’).

Bertelsen (82’).

FINAL

Madrid (Santiago Bernabéu), 21 de junio de 1964.

ESPAÑA      2 – UNIÓN SOVIÉTICA      1

Pereda (5’) y Marcelino (84’).

Khusainov (8’).

ESPAÑA: Iríbar; Rivilla, Olivella, Zoco, Calleja; Fusté, Suárez; Amancio, Pereda, Marcelino y Lapetra.

UNIÓN SOVIÉTICA: Yashin; Shustikov, Shesternev, Voronin, Mudrik; Anichkin, Korneiev; Chislenko, Ivanov, Ponedelnik y Khusainov.

ÁRBITRO: Arthur Holland (Inglaterra).

GOLEADORES FASE FINAL

2

Pereda (España) y Bene y Novak (Hungría).

1

Bertelsen (Dinamarca), Amancio y Marcelino (España) e Ivanov, Khusainov, Ponedelnik y Voronin (Unión Soviética).

EL PAPEL DE ESPAÑA

La penosa imagen ofrecida por nuestro combinado patrio en el recién concluido Campeonato del Mundo de Chile, con eliminación en fase de grupos incluida, había tenido una primera consecuencia directa: la fórmula H3C (Helenio Herrera-Hernández Coronado) no iba a continuar al frente de la nave española ni un minuto más. La Federación Española decide el cese de ambos recién aterrizados de Chile y nombra nuevo seleccionador al cordobés José Villalonga, que acaba de hacer campeón de la Recopa de Europa al Atlético de Madrid. Dos Copas de Europa y dos Ligas más, dirigiendo al Real Madrid, dan lustre al palmarés de este joven (42 años) y exitoso entrenador. Para nuestra primera eliminatoria en la nueva edición del Campeonato de Europa, la lista de Villalonga es una verdadera revolución. Se carga de un plumazo a oriundos, nacionalizados y gran parte de las veteranas (y venidas a menos) vacas sagradas del vestuario. En su lugar, decide citar a un grupo de jugadores jóvenes, con escasa experiencia en Primera División, cuya convocatoria es tildada por los medios casi como de suicidio. Rumanía es nuestro rival en primera ronda y la nueva tropa de Villalonga, sorprendentemente, se la merienda en un excepcional partido, en noviembre de 1962. Vicente; Pachín, Rodri, Glaría, Calleja; Paquito, Adelardo; Collar, Veloso, Guillot y Gento, se desmelenan en el Santiago Bernabéu con el mejor encuentro de la Selección en mucho tiempo y endosan a los rumanos un 6-0, que deja vista para sentencia la eliminatoria. Tres semanas después, en el choque de vuelta en Bucarest, un confiado y autocomplaciente equipo español se ve superado por los rumanos (3-1), añadiendo a la eliminatoria una emoción inesperada. Juegan los mismos que en Madrid, salvo Pachín y Adelardo, sustituidos respectivamente por Rivilla y el debutante Amancio. Un oportuno gol de Veloso, en la segunda mitad, dejaba la cosa en un susto. Se había superado la primera ronda, pero la imagen ofrecida devolvía a la cruda realidad el maltrecho prestigio de nuestra Selección.

El combinado nacional de Irlanda del Norte será nuestro contrincante en el cruce de octavos de final. En el mes de mayo de 1963 se juega en San Mamés el choque de ida. Otra lamentable actuación de los chicos de Villalonga siembra de dudas y oscuros nubarrones nuestro futuro en la competición. Con un nefasto resultado de empate a un tanto, nos jugaremos en Belfast el pase a la siguiente ronda. Dos semanas más tarde, el conjunto español toca fondo. En un amistoso disputado en Madrid ante Escocia, que sirve para echar el telón al curso 1962-63, España es superada claramente por un buen conjunto escocés, que con un bochornoso 2-6 endosa al equipo español la derrota más amplia de su historia jugando como local. Villalonga debe reaccionar. El equipo, en plena crisis, no responde y ya se habla de su posible destitución como seleccionador. En octubre se disputará el encuentro de vuelta en Belfast y parece sumamente arriesgado jugársela sólo con los jóvenes jugadores con los que viene contando. Decide, pues, repescar para la causa a los veteranos Gento, Del Sol y Suárez, estos dos últimos, ya figuras destacadas del Calcio. El 30 de octubre, en el Windsor Park, tiene lugar el partido de vuelta. Vibrante y emocionante partido de vuelta. Pepe Villalonga sale con: Pepín; Rivilla, Olivella, Zoco, Reija; Del Sol, Suárez; Pereda, Félix Ruiz, Zaldúa y Gento. José Casas, Pepín, el pequeño gran cancerbero del Betis, es el héroe de la tarde. Con una actuación colosal mantiene a raya a la envalentonada línea delantera local. A los 65 minutos, un providencial tanto de Paco Gento, nos catapulta directamente a los cuartos de final. Con emoción, sustos, nervios y un juego peor que mediocre, estamos entre los ocho mejores conjuntos del Continente.

Para la última eliminatoria antes de la fase final, cuyo país organizador aún se desconoce, toca de nuevo viaje a las Islas Británicas. La República de Irlanda es el compañero de fatigas con quien nos jugaremos el pase a las semifinales del torneo. En marzo de 1964, en un entregado Sánchez Pizjuán de Sevilla, Villalonga dispone un once prácticamente nuevo. Sólo cuatro supervivientes del compromiso de Belfast repiten en la alineación. Juegan: Iríbar; Rivilla, Olivella, Zoco, Calleja; Fusté, Villa; Amancio, Pereda, Marcelino y Lapetra. Iríbar, Villa y Fusté se estrenan como internacionales absolutos. Cuando todos esperan otra decepcionante actuación del conjunto nacional, la Selección se destapa con un sensacional partido, metiendo pie y medio en la fase final. Cinco goles a uno es el resultado definitivo, después de unos primorosos (y sorprendentes) noventa minutos. Al mes siguiente, en Dublín, se confirma la mejoría del equipo. Notable mejoría. Dos golazos del debutante Peru Zaballa rubrican la victoria española y la clasificación para las semifinales del campeonato. Tras diez encuentros dirigidos y un sinfín de dudas, Villalonga ya ha dado, al fin, con su equipo.

Como en la edición de 1960, una vez conocidos los cuatro semifinalistas, la UEFA debe designar al país que albergará la fase final. Reunido en Madrid, en el mes de mayo, el Comité Ejecutivo elige a España  como sede para la disputa de las semifinales de esta segunda Copa de Europa de Naciones. España-Hungría, en Madrid y Unión Soviética-Dinamarca, en Barcelona, son los duelos resultantes. Nuestro seleccionador, haciendo caso omiso a las presiones mediáticas que tratan de imponerle el equipo, da una lista con el brillante bloque que disputó los cuartos de final. Son sus jugadores de confianza y, con ellos, pretende dar a la sufrida afición española el mayor regalo en 44 años de historia futbolística internacional: Iríbar (Atlético de Bilbao) y Sadurní (Barcelona), porteros; Calleja y Rivilla (At. Madrid), Gallego (Sevilla), Olivella (Barcelona), Reija (Zaragoza) y Zoco (Real Madrid), defensas; Del Sol (Juventus de Turín), Fusté (Barcelona), Paquito (Valencia) y Suárez (Inter de Milán), centrocampistas; Amancio (Real Madrid), Lapetra, Marcelino y Villa (Zaragoza) y Pereda y Zaballa (Barcelona), delanteros. El 17 de junio, en un abarrotado Santiago Bernabéu, España se ve las caras con un potente equipo: la escuadra húngara del gran Florian Albert, uno de los mejores conjuntos de Europa. El ambiente es extraordinario, casi desconocido para nosotros. El conjunto local empieza bien, muy bien, dominando la situación y llegando con peligro al área de Szentmihalyi. A la media hora, un centro de Suárez lo cabecea a la red Chus Pereda, héroe injustamente olvidado de nuestra Selección. El gol es fruto de lo ocurrido hasta entonces. España está desarbolando a Hungría y es merecedora de este resultado. Pero en la segunda mitad, empieza a pagarse el enorme derroche de la primera. Hace mucho calor y poco a poco, Hungría va haciéndose con el control. Superior física y técnicamente, acaba acorralando a los nuestros, que no ven el momento del pitido final. Iríbar se muestra casi inexpugnable. Casi, porque a los 88 minutos, no puede detener el remate cruzado de Bene, que supone el empate. ¡Y en qué momento! La prórroga se presume durísima para un conjunto español sin fuelle, ante un equipo magiar mucho más entero. Así es. Hungría achucha y pone contra las cuerdas a España. Todos se temen lo peor. Faltan apenas ocho minutos para el final del tiempo extra. Si persistiera el empate, habría sorteo con moneda para designar al finalista. La sombra de la eliminación a manos de Turquía hace justo una década, se va apoderando del estadio, cuando hay córner a favor de España. Lo bota Lapetra. Toca Fusté. El balón llega a Amancio, que no se lo piensa. Derechazo imparable, salvador e histórico. ¡¡A la final!!

El 21 de junio de 1964 -una de las fechas inolvidables de nuestro fútbol- la selecciones de España y de la Unión Soviética saltan al césped del Santiago Bernabéu para disputar la finalísima de la segunda edición del Campeonato de Europa. En el recinto madridista no cabe un alfiler, con más de 120.000 almas que no se han visto en otra igual. En el palco, la plana mayor del Régimen, con Franco a la cabeza, deseosos de demostrar a los comunistas cómo se juega al fútbol en la Europa libre. A las órdenes del inglés Arthur Holland, ambos técnicos, José Villalonga y Konstantin Beskov, disponen sus equipos de gala: Iríbar; Rivilla, Olivella, Zoco, Calleja; Fusté, Suárez; Amancio, Pereda, Marcelino y Lapetra, vestidos completamente de azul, defienden el escudo de España. Yashin; Shustikov, Shesternev, Voronin, Mudrik; Anichkin, Korneiev; Chislenko, Ivanov, Ponedelnik y Khusainov, con camiseta roja y calzón blanco, esperan lograr la segunda Eurocopa consecutiva para la CCCP. En un inicio trepidante, impropio de finales de este calado, a los ocho minutos ya se han logrado dos tantos. Uno por equipo. A los cinco, Pereda se aprovecha de un rechace en el área soviética, para fusilar a Yashin y, tres más tarde, Khusainov, desde fuera del área, ayudado por el único desliz de Iríbar en toda la tarde, iguala la contienda. El partido, sin dueño, es intenso, emocionante, vibrante. La pelota va de área a área constantemente, para entusiasmo del público y desasosiego de las defensas. El empate persiste al descanso.

En la reanudación, la Selección española toma el mando y se lanza con empeño y ardor en pos del triunfo. Crea varias ocasiones claras ante Yashin, se le anula un gol a Pereda, pero el marcador no se mueve. Corre el reloj y el cansancio empieza a hacer mella. Mal asunto otra prórroga. España ya necesitó de un tiempo extra para deshacerse con muchos apuros del potente conjunto húngaro, mientras los soviéticos vivían una plácida jornada de semifinales ante la cándida Dinamarca. ¿Se podrá tumbar al gigante ruso? Minuto 84: Chus Pereda decide que ya está bien de incertidumbres. El delantero del Barcelona, que abrió el marcador en la semifinal y también hizo el primer gol en la tarde de hoy, recibe en la derecha un servicio de Suárez. Con un espectacular regate, se deshace de Mudrik y manda la pelota al corazón del área (¿ven por qué no ha sido valorado como se merece?). Allí, cualquier delantero del mundo hubiera rematado el servicio con el pie. Cualquiera, menos Marcelino, que no podía dejar escapar la oportunidad de justificar su fama de gran cabeceador. Mete la cabeza, en un complicado escorzo, y conecta un cabezazo seco y colocado que vale todo un Campeonato de Europa. Yashin, temido, admirado y mitificado antes del partido, sólo puede hacer la estatua, en lo que se convertirá en uno de los fotogramas legendarios de nuestro fútbol. Al rato, míster Holland pita el final. ¡¡¡Campeones de Europa!!! Olivella, el gran capitán, recoge la copa y la muestra exultante al Continente. No es para menos. España acaba de conseguir su primer título internacional en 44 años de vida futbolística. Nada menos que durante los próximos 44 más, será el único consuelo que tendrá el fútbol español en lo que a Selección absoluta se refiere.




El secreto de Raimundo Saporta

Raimundo Saporta dijo alguna vez que no escribiría sus memorias “porque tendría que mentir”. No sabemos a qué mentiras se refería. Posiblemente aludía a secretos sobre su carrera brillante y prolongada de gestor deportivo vinculado al Real Madrid o al deporte internacional. Aunque también existe la posibilidad que hablara de sus propios orígenes familiares sobre los que siempre ha existido confusión. Una confusión a la que el propio Saporta contribuyó en vida por motivos que revelaremos. En el presente artículo intentaremos aclararlo sin emitir ningún juicio moral sobre los motivos que pudieron llevarle a hacerlo. Motivos que, como veremos, pueden ser considerados perfectamente comprensibles y razonables.

Siempre se ha dicho que Raimundo Saporta Namias nació en París el 16 de diciembre de 1926 (y así aparece en toda su documentación española, por ejemplo en su Certificado de Defunción). Sobre sus padres hemos leído muchas cosas: que su padre era español y su madre francesa, que su padre era de origen judío y nacido en Marruecos, que su madre era armenia, que su madre era suiza, que eran rumanos, etc. Todas estas versiones pueden encontrarse haciendo una búsqueda en Internet o tirando de hemeroteca. La más extendida es la primera de las enumeradas y que el propio Raimundo explicó en numerosas ocasiones: “nacido en París de padre español y madre francesa”.

Visado de entrada en Brasil (1961) con los datos oficiales españoles de Raimundo Saporta. (1)

Lo cierto es que su padre (Jaime Saporta Magriso) había nacido en Salónica (entonces Imperio Otomano, actual Grecia) el 27 de septiembre de 1887 y su madre (Simona Nahmias) en Constantinopla (Imperio Otomano. Actual Estambul, Turquía) el 8 de febrero de 1902. Ambos eran judíos sefarditas, descendientes directos de judíos expulsados de España en 1492 y miembros de conocidas familias hebreas de Salónica, muchos de los cuales se trasladaron a Constantinopla tras la anexión de la ciudad a Grecia en 1912. El único hermano de Raimundo (Marcelo) también nació en Constantinopla/Estambul el 20 de marzo de 1923.

Según todas las biografías de Marcelo Saporta (2) (más conocido como Marc Saporta, destacado escritor e intelectual) la familia Saporta Nahmias vivió en Estambul hasta la crisis del 29, tras la que emigraron a París donde Jaime Saporta siguió con los negocios de banca que ya había iniciado en Turquía. Aquí surge una importante duda: ¿si la familia no emigra a París hasta después de 1929 cómo pudo Raimundo nacer allí en 1926?

Para resolver el misterio intentamos localizar la inscripción de Raimundo Saporta en el Registro de París (État civil de la Ville de Paris) con resultado infructuoso. No consta, no nació allí. ¿Cómo localizarlo pues? En las fichas del Consulado Español en la capital francesa de 1940 en las que sí aparecen sus padres Jaime Saporta, Simona Nahmias y su hermano Marcelo Saporta (3). Jaime y Marcelo eran ciudadanos españoles aunque jamás habían pisado España, lo que no es extraño pues tras el Decreto del general Primo de Rivera de 1924 que daba la nacionalidad española a los judíos sefarditas muchos se acogieron a él en las comunidades de los Balcanes. Simona Nahmias estuvo inscrita en el Consulado Español de París hasta 1964, la ficha de Raimundo ha desaparecido. ¿Qué había sido de Raimundo? En todo caso la vía francesa estaba totalmente cerrada, ni el registro civil ni el consulado español.

Segunda vía, dar por supuesto que nació en Estambul y buscarlo allí. Mismo camino: primero el registro civil, y nada. Seguimos por el Archivo del Consulado de España en Estambul, conservado en el Archivo General de la Administración; y nada. Tampoco en los Archivos Estatales turcos. Segunda vía también cerrada.

¿Cabía una tercera vía? Sí, las instituciones judías de Estambul. Nos pusimos en contacto con la Comunidad Judía de Turquía y hasta con el Rabinato, pero nada. Todos los intentos para localizar algún certificado de nacimiento de Raimundo Saporta fueron infructuosos. Y aunque en todos los documentos españoles de Raimundo Saporta consta París como lugar de nacimiento las dudas eran razonables, ¿habría nacido en Estambul? Parecía imposible confirmarlo documentalmente aunque era nuestra hipótesis.

Los Saporta Nahmias se integraron bien en la numerosa comunidad de judíos sefarditas emigrados a París. Muchos sefardíes de los Balcanes ya habían adaptado la lengua y cultura francesa en sus ciudades de origen por la eficiente labor educativa y cultural de la Alianza Israelita (Alliance Israélite Universelle) y su integración en Francia fue rápida. En 1937 Jaime (“James”) Saporta fue noticia en toda la prensa francesa por sufrir el robo de 120.000 francos en un autobús (4).

Cuando dábamos todo por perdido y no teníamos más que quedarnos con una mera hipótesis sobre el lugar de nacimiento de Saporta he aquí que aparece una nueva y quizá ya sí última opción.

Puesto que sabíamos que en esos años felices en París los hermanos Marcelo y Raimundo habían estudiado en el Lycée Carnot, ¿acaso no tendrían ellos alguna ficha o expediente que nos demostrara lo que sospechábamos? Varios correos electrónicos sin respuesta y varias llamadas de teléfono siempre respondidas con evasivas presagiaban que esta cuarta vía nos daría el mismo resultado que las tres primeras. Pero la casi ya desesperación nos llevó a presentarnos directamente en el 145 de la avenida de Malesherbes de París y contar nuestra batallita. De la recepción nos mandaron al desván (le grénier), y allí en el cuarto piso sin ascensor de uno de los edificios nos recibieron cuatro encantadores jubilados del Lycée que prometieron ayudarnos.

A los pocos días recibimos un sobre remitido por la asociación de antiguos alumnos (5) en la que su presidente Jean Pierre Chavatte nos remitía por fin la prueba documental que durante meses habíamos buscado sin cesar: ¡Constantinopla!

Expediente del alumno Raymond Saporta, Lycée Carnot. Curso 1938-1939 (5)

Raymond (Raimundo) Saporta nació en Constantinopla (Estambul) el 16 de diciembre de 1926. Además, gracias a una anotación al margen (“espagnol”) podemos saber que al igual que su padre y su hermano también era ciudadano español antes de viajar a Francia. Los felices años parisinos tocaron a su fin con la Segunda Guerra Mundial y la invasión alemana de Francia en 1940. Para esa fecha parece que la aparición de Constantinopla como lugar de nacimiento empezaba a ser un problema para Raimundo Saporta por ser excesivamente indicativa de su condición sefardita y en las notas de su último curso en París (1940-1941, con los alemanes en la ciudad) su lugar de nacimiento quedó en blanco.

Expediente del alumno Raymond Saporta, Lycée Carnot. Curso 1940-1941 (5)

Para los judíos franceses se aproximaba la persecución y la muerte y algunos dirigentes de la comunidad sefardita lo sabían y tuvieron una idea para intentar evitarlo: tramitar pasaportes españoles (como hemos comentado muchos de ellos, como Jaime Saporta, lo habían hecho previamente en los consulados de los Balcanes) amparándose en el Decreto de Primo de Rivera de 1924 y pedir ayuda al cónsul Bernardo Rolland de Miota. Entre los más destacados referentes de la comunidad estaban los hermanos Nicolás y Enrique Saporta Beja (parientes de los Saporta Nahmias) quienes realizaron gestiones ante el cónsul Rolland (cuya actitud flexible y benévola salvó miles de vidas) hasta que este fue destituido en 1943 por el Ministerio de Asuntos Exteriores (5).

Dedicatoria y mensaje de gratitud de Enrique Saporta a Bernardo Rolland en 1957.

Entre las ideas de los Saporta y Beja estuvo la conversión al catolicismo para facilitar los trámites y la entrada en España. Desconocemos si esas conversiones fueron numerosas o puntuales, meramente de conveniencia o en algunos casos reales. Tampoco sabemos si fue el caso de los Saporta Nahmias, aunque cuando Raimundo Saporta falleció en 1997 se celebró un funeral católico y su esquela estuvo presidida por la cruz. También sabemos de alguna conversión anterior a la Segunda Guerra Mundial (6): Jaime Marcel Nahmias Carasso se presentó voluntario en 1936 para combatir con las tropas franquistas (carlistas concretamente) en la Guerra Civil y fue rechazado (“a causa de su raza o de su inutilidad física visible”). Consta que era un judío sefardita nacido en Salónica, residente en Francia y convertido al catolicismo. También era pariente de Raimundo Saporta. Así mismo sabemos que en algunos casos el cónsul Rolland aconsejaba a los sefarditas que viajaban a España que no indicaran ciudades orientales (Salónica, Estambul, etc.) como su lugar de nacimiento porque eran demasiado indicativas de su condición de judíos. Podría ser una explicación al “París” que aparece desde entonces en toda la documentación española de Raimundo Saporta como lugar de nacimiento.

Son años traumáticos sobre los que los protagonistas rara vez han dejado testimonio. Sabemos que los Saporta Nahmias (Namias a partir de entonces, la h desaparece) se instalan en Madrid en 1941, lejos de los soldados alemanes y el Holocausto (en el que perecerán muchos familiares suyos y buena parte de la comunidad sefardita de Salónica) aunque eso no supone la tranquilidad y la felicidad para ellos. Poco tiempo después de llegar un tranvía atropella a Jaime Saporta y lo mata. Doña Simona se queda viuda con dos hijos en un país extranjero al que acaba de llegar. País recién salido de una guerra civil y gobernado por los vencedores. Unos vencedores que han contado con la ayuda del nazismo, nazismo del que ellos han huido para sobrevivir. Son judíos (al margen de su posible conversión al catolicismo) en un país cuyo Jefe de Estado acaba de hacer un discurso de Fin de Año alabando a los Reyes Católicos por expulsar a los judíos en 1492 y haber ahorrado a España un “problema judío” (7) y que podía entrar en la guerra con el Eje en cualquier momento. De hecho los judíos residentes en España eran vigilados por la policía como “potencialmente peligrosos” y existió un Archivo Judaico sobre ellos (8) que tras la derrota del Eje en 1945 fue expurgado. El régimen franquista no era monolítico ni coherente en este tema y en el mismo convivían antisemitas fanáticos con filosefardíes, la actitud heroica de algunos diplomáticos españoles durante el Holocausto es prueba de ello. El propio Franco alternaba frases antisemitas como las del discurso de Fin de Año de 1939 previamente comentado o la retórica sobre el “contubernio judeo-masónico” con comentarios de simpatía hacia los sefardíes (9) o iniciativas culturales como la inauguración en 1941 de la Escuela de Estudios Hebraicos (adscrita al CSIC) con la edición de la revista Sefarad.

Era difícil saber lo que podía suceder en la España de los años 40 y la situación psicológica y emocional de aquella joven viuda y sus hijos es fácilmente imaginable. Era necesario y urgente reinventarse. Doña Simona lo sabía, era culta e inteligente y lo hizo de forma brillante. A partir de aquel día pasó a ser una dama francesa viuda de un banquero español y sus hijos eran unos huérfanos hispano-franceses. Su perfecto dominio del francés, el fuerte acento galo que les acompañaría de por vida hablando en castellano y un apellido aparentemente español (Saporta) que pocos reconocerían como judío hicieron el resto.

El resto de la historia es conocido: el joven Raimundo se integra bien en Madrid y nunca se separará de su idolatrada madre. Estudia en el Liceo Francés, se hace un hueco en el reducido mundillo del baloncesto madrileño como brillante gestor y allí Santiago Bernabéu se fija en él y le encarga organizar el torneo de baloncesto del 50 Aniversario del Real Madrid. La gestión es tan brillante que Saporta se convierte en el principal colaborador de Bernabéu. Una historia de lealtad y amistad de muchos años. La trayectoria de Saporta como dirigente en el Real Madrid, la Federación Española de Baloncesto, la FIBA o el Mundial de Fútbol 1982 es conocida por todos. Su contribución al nacimiento de las Copas de Europa de fútbol o baloncesto o a la Liga española del deporte de la canasta también. Fue gran amigo de Juan Antonio Samaranch, del Rey Juan Carlos y de todos los dirigentes del deporte europeo y mundial de la segunda mitad del siglo XX.

Indudablemente para el régimen franquista no debía ser desconocido el origen de Raimundo Saporta, lo que no le supuso ningún problema y nunca fue objeto de comentarios en la controlada prensa de la época.

Tan buena fue la relación de Saporta con el régimen que se dieron estampas tan llamativas como esta:

Saporta05

1961. Raimundo Saporta Namias recibiendo la Encomienda de Isabel la Católica (la reina que expulsó de España a sus antepasados en 1492) de manos de Fernando María de Castiella (ministro de Asuntos Exteriores, coautor en 1941 del libro irredentista falangista Reivindicaciones de España, voluntario de la División Azul).

El único roce (menor) de Raimundo Saporta con el régimen franquista se produce en 1973 cuando el club blanco agasaja y condecora al general israelí Moshe Dayan en un partido de baloncesto Maccabi de Tel Aviv-Real Madrid, las imágenes no gustaron en el gobierno. Las relaciones entre los dos clubs fueron siempre excelentes a pesar de que España no reconocería al Estado de Israel hasta 1986. Saporta tuvo mucha influencia en ello.

Saporta06

Por el contrario Marcelo (de espíritu más rebelde e inconformista) nunca se adaptará a España y acaba regresando a Francia y nacionalizándose francés en 1958, allí será Marc Saporta. Desarrolla una brillante carrera literaria y periodística y fallece en 2009.

En la transición democrática algunos grupúsculos neonazis publicaron listas de “judíos españoles en el poder” y Saporta aparecía en ellas con los errores habituales (“padre judío marroquí”, etc.) sin la menor repercusión, los orígenes de Raimundo Saporta nunca preocuparon a la prensa. Esos tiempos de agitación pasaron sin más y Raimundo vivió unos años más o menos tranquilos (tuvo algunos problemas de salud) siempre junto a doña Simona hasta su fallecimiento y sólo entonces (con casi 70 años) contrajo matrimonio con su compañera de toda la vida: Arlette Politi Treves. Oficialmente Arlette era otra francesa (París, 06/10/1930) residente en Madrid desde la Segunda Guerra Mundial, vecina de los Saporta desde siempre. En realidad Arlette (fallecida en 2009) también era una sefardita. La inscripción de su nacimiento tampoco ha podido ser localizada en el Registro de París…

Probablemente España sigue siendo un país antisemita y los judíos españoles optan por un perfil bajo o por guardar algún secreto como medida de protección. Fue el caso del judío sefardita Raimundo Saporta Nahmias (Estambul, 16 de diciembre de 1926 – Madrid, 2 de febrero de 1997), uno de los más importantes dirigentes del deporte español en la historia, cuya biografía debe ser modificada a partir de hoy. 

Notas:

(1) «Brasil, Cartões de Imigração, 1900-1965,» index and images, FamilySearch.

(2) http://fr.wikipedia.org/wiki/Marc_Saporta

(3) Fichas del Consulado Español de París gentileza de Alain de Tolédo.

(4) L´Humanité, Le Petit Parisien, La Croix, La Populaire, etc. 13 y 14 de mayo de 1937.

(5)  U.P.A.L.Y.C.A.  Archives Lycée Carnot (Paris) Listes des éleves (C. V.)

(6) La lettre Sépharade. Etudes: 1940/1942. Le Sefardi du consul d´ Espagne. https://sites.google.com/site/lalettresepharade/home/la-revue-par-numero/numero-44/etudes-1940-1942-le-sefardi-du-consul-d-espagne

(7)  Rother, Bernd, Franco y el Holocausto. Marcial Pons, 2005

Álvarez Chillida, Gonzalo, El antisemitismo en España, la imagen del judío (1812-2002), Marcial Pons, 2002.

(8) Discurso de Francisco Franco de Nochevieja de 1939: «Los motivos que han llevado a distintas naciones a combatir y a alejar de sus actividades a aquellas razas en que la codicia y el interés es el estigma que las caracteriza, ya que su predominio en la sociedad es causa de perturbación y peligro para el logro de su destino histórico. Nosotros, que por la gracia de Dios y la clara visión de los Reyes Católicos, hace siglos nos libramos de tan pesada carga…”

(9) Israel Garzón, Jacobo, El Archivo Judaico del Franquismo, Revista Raíces nº33, 1977. http://www.gariwo.net/dl/El-Archivo-Judaico-del-Franquismo.pdf

(10)  “Judíos, moros y cristianos aquí estuvieron y al contacto con España se purificaron”, “Cuando los fariseos decidieron la muerte de Jesús escribieron a las sinagogas pidiendo su asentimiento, los judíos españoles no sólo lo negaron, sino que protestaron…”  (Frases pronunciadas en la película Raza por el protagonista con guión escrito por Francisco Franco).

Agradecimientos: Rafael W. González Cabrera, Jacobo Israel Garzón, Alain de Tolédo, Laurence Abensur-Hazan, François Azar,  Susana Doñoro Fernández,  U.P.A.L.Y.C.A. Lycée Carnot.