Biblioteca Martialay: La contraprima de “El expreso de Irún”

Contraprima01Mal había ido para la Selección Española la temporada de 1932-33. Entonces no estaban inventados términos como los de “ansiedad”, “estrés” o “presión”, fuera ésta mediática o del “entorno”. Toda esa falta de rendimiento, ilusión y energía se le llamaba genéricamente “mandanga”.

La Selección tenía mandanga. El seleccionador –Mateos- iba de una teoría a otra sin encontrar el equipo ideal. El presidente de la Federación –entonces sin título Real- era un afamado abogado llamado Leopoldo García Durán, que creía firmemente en los valores morales del ser humano. Y el secretario general era Ricardo Cabot, un verdadero teórico de los reglamentos del que no se sabía decir si era pragmático porque era catalán o era catalán porque era pragmático.

Y como centro de gravedad de ese triángulo, la mandanga.

El triunfo ante un flojísimo Portugal en Vigo, la derrota ante una Francia de segunda fila y el empate ante Yugoslavia, es decir, tres actuaciones desangeladas y a un tran tran de mercancías hicieron que cada cual tomara sus medidas.

El presidente hizo llegar al hotel de concentración una especie de decálogo del internacional español cuyo punto tercero se refería muy exactamente a la mandanga. Decía: “Jugad desde el primer momento hasta el último con entusiasmo, unidos todos por el mismo ideal de victoria, y así la alcanzareis siempre. Cuando otra cosa suceda, que nunca pueda decirse que han fallado vuestro corazón y vuestro entusiasmo”.

El seleccionador se aseguró el concurso de jóvenes entusiastas como el delantero centro del Unión de Irún Antonio Elícegui, a quien la prensa apodaba “El expreso de Irún”, no se sabe si porque jugaba en el club fronterizo o porque dicho tren era lo más rápido que ofrecía el ferrocarril en España. Porque la verdad es que Elícegui era de Castejón (Navarra).

Y Cabot anunció que en vez de la rutinaria prima normal por partido ganado, establecía una nueva modalidad. Daría nada menos que diez duros por barba y por cada gol de diferencia que se obtuviera.

Bien es verdad que ninguno de los tres tenía una noción exacta de lo que podía dar de sí un rival desconocido: Bulgaria.

Ningún analista fue capaz de determinar la circunstancia del abultado tanteo conseguido sobre los búlgaros. Un tanteo que sigue siendo la plusmarca de la Selección nacional.

a)    Los búlgaros que, sobre ser unos aficionados de poca entidad, se ahogaron en el barrizal de Chamartín y se partieron los pies con el balón español que, además de ser más grande que el utilizado en la Copa Mitropa, acaso estuviera “pesado” a la manera como hacían los clubes nórdicos de la época.

b)    El decálogo presidencial que inflamó las conciencias de los otrora abúlicos y “mandangosos” profesionales.

c)    La modalidad Cabot con las primas “por objetivos”.

Lo que sí es cierto es que cuando ya iban 8-0, Elícegui –al que ya habían anulado un gol por “offside”- recibió un balón de dulce enviado por su “paisano” Luis Regueiro e hizo un agujero en el aire mientras el balón se le iba rebrincando de gozo por haberse librado de un buen leñazo.

Quincoces se fue como un loco a su buen amigo Elícegui –estaban en la misma pensión- y le gritó:

“¡Te aviso, Antonio, como falles otro muerto como éste, te lo descontamos!”

El resultado fue de 13-0. El júbilo de todos era extraordinario. El seleccionador, no sólo por la victoria sino porque se dijo que era un gol para cada jugador y dos para Mateos. E iba tan ufano con su nueva etiqueta de goleador.

El presidente de la Federación se entusiasmaba por la confirmación de sus teorías sobre la eficacia de la persuasión psicológica para espantar la mandanga.

Los incipientes estadísticos porque se acababa de batir un record de goles.

Al único que se le llevaban los diablos era a Cabot. Todos los entusiasmos le costaba nada menos que 850 pesetas por barba. Ese sí que era un verdadero record. Jamás en la Federación se había pagado un capitalazo semejante en primas.

No se calmó ni cuando le dijeron que la taquilla había “arrimado” a las arcas federativas entre ochenta y cien mil pesetas.

Pero en medio de su pesimismo vio un rayo de luz en las palabras de Quincoces que, así, a lo tonto, acababa de darle la idea de la “contraprima”.




Biblioteca Martialay: Chacho: Seis goles para la Historia

No ando muy versado en permanencia de records, pero creo que éste es de una persistencia inigualable. Casi tres cuartos de siglo sin que nadie remonte la goleada de Chacho parece cosa de “meigas”. Y más en un deporte que, como el fútbol, ha tenido una subida de niveles que lo de anteayer parece pura chatarra. Pero ahí está, como la Puerta de Alcalá, esa plusmarca de Chacho con seis goles en un partido internacional. Y jugando en lo que hoy se llama centrocampista y en aquellos tiempos, interior. Izquierda, para más señas. Chacho inicio y terminó una goleada a la Selección de Bulgaria de 13 goles. 13-0 fue el resultado. Otro record que se antoja gigantesco en estos tiempos en los que un gol es una hazaña para figurar en los anales.

Pero hablaba de”meigas”. Chacho – Eduardo González Valiño- era un hombre con al menos dos “meigas” de vieja estirpe galaica. Una, torva y siniestra, de enorme potencia; otra, bondadosa, de bizcocho y miel, que andaba la pobre un tanto apabullada por la anterior. Así pues, Chacho iba de una a otra con una intermitencia impredecible. Cuando le poseía la mala bruja, Chacho era una sombra abúlica  que huía el balón como de una lesión de menisco, que era entonces el summun de las lesiones. Pero cuando tenía el influjo del hada benéfica, era él también un mago de difícil parangón. Su pierna izquierda era como una varita mágica que ponía el balón dónde y como quería; su fútbol era una ciencia exacta, pura trigonometría esférica. Y sus cañonazos, como fabricados por la casa Krupp. Por algo le llamaban el “futbolista Cagancho”, porque como el afamado matador de toros, podía pasar de la lluvia de almohadillas a ser llevado en volandas hasta su cortijo. Algo así como Curro Romero, para que les suene a ustedes…

La “meiga” buena hizo que el seleccionador D. José María Mateos –que pasaba de la unidad de líneas al surtido variado de los colorines de camisetas al por mayor- se quedara sin interior izquierda; porque Padrón ya estaba viejo, Larrínaga, el del Racing de Santander, no había dado la talla y el oventense Galé, por el que había optado en los últimos partidos, se había lesionado. La matraca que le habían dado los cronistas gallegos al seleccionador, porque no contara con Chacho en el último partido de Balaídos contra Portugal, y los buenos partidos del interior del Deportivo de La Coruña, influyeron para que el señor Mateos lo incluyera ante Bulgaria, que venía a darle el espaldarazo de terreno internacional al campo de Chamartín del Madrid FC. Un campo supermoderno que había costado ¡millón y medio de pesetas!, que había avalado el presidente madridista D. Luis de Urquijo, marqués de Bolarque.

Muchos estrenos: Bulgaria, nuevo en esta plaza que también era internacionalmente nueva, Chacho, el jugador coruñés del claroscuro, y la lluvia que dejó el campo como un Riazor en su salsa para gloria del debutante.

El partido comenzó y a los seis minutos Chacho empezó la cuenta en el viejo marcador de debajo del reloj de Coppel. Pero, además, tocado por su bruja buena, Chacho iba y venía, armaba el equipo, tapaba las goteras del veterano Gamborena, que ya no estaba para esas aguas ni esos trotes, y enfilaba la puerta de Dermonsdki hasta dejarle tan exhausto que hubo que sustituirle antes del descanso. Chacho le marcó tres goles seguidos. Luego se tomó un descanso para que el chiquito Regueiro  demostrara que era el jefe y Elícegui hiciera honor al apelativo de “el expreso de Irún” marcando tres goles. Después, Chacho recobró la varita refulgente y metió otros tres, uno de ellos cerrando la cuenta de “un gol para cada uno y dos para el seleccionador”, como dijeron en el vestuario, que entonces se llamaba caseta. Pero esta es otra historia que acaso merezca ser narrada.

Chacho al que la “meiga” buena le regaló un record, que aún se mantiene para estímulo de “galácticos” metrosexuales, le castigó la “meiga” torva con un penalti a capón con el que, a medias con un poste del Metropolitano, envió a su Athletic de Madrid a Segunda División.

Lo dicho, cosas de records y de “meigas”. Y Chacho en medio.