Compraventa de partidos: nada nuevo bajo el sol

De vez en cuando, el terremoto de la sospecha parece sacudir los cimientos de nuestro fútbol. A veces basta una conversación de café, una suma de conjeturas o el rumor malintencionado, para disparar presunciones. Otros supuestos se escudan en llamadas telefónicas y contactos personales. Basta que al menos uno de los clubes contendientes se juegue algo grande, que existan puntos de conexión entre los componentes de las respectivas plantillas, para que el mayor disparate parezca adquirir algún tinte de verosimilitud. ¿Tan fácil resulta comprar partidos?, se escucha o lee con alguna reiteración en los medios. Y si la respuesta fuese afirmativa, ¿desde cuándo viene sucediendo?. Repasando un poco la historia, veremos que casi desde que el balón es redondo.

Ya en tiempos de profesionalismo pobre, el guardameta Antonio Vilarrodona (Barcelona 1904) parece fue consumado corrupto. Suplente de Ricardo Zamora en el Español, pasó al Universitary la temporada 1924-25, antes de recalar en el Zaragoza, desde donde saltó al Sabadell sin concluir el ejercicio. Ingresó posteriormente en el Huesca, regresando a la ciudad del Pilar tras las durísimas sanciones impuestas al club oscense como consecuencia de los incidentes acaecidos durante un choque. Y digo que regresó a Zaragoza, no al Zaragoza, porque duplicó ficha, embolsándose los correspondientes anticipos, en los dos clubes más representativos de la ciudad (Iberia y Real Zaragoza C. D., precedente del actual). Pese a la lógica rivalidad, ambas directivas lograron ponerse de acuerdo para que aún alineándose con el Zaragoza, se buscara un rápido traspaso repartiendo hipotéticos beneficios. Ninguna de ellas lo quería, en realidad. Máxime, al  ser vox populi que vendía partidos de forma más o menos regular, permitiendo golear su puerta.

Fuera del fútbol, Vilarrodona acreditó ser tan despreciable como sobre el césped. Durante la Guerra Civil, integrado en el Servicio de Información Militar republicano, parecieron no dolerle prendas a la hora de capturar a los tres hermanos Tena, futbolistas como él, y uno de ellos compañero de vestuario en el Sabadell. Cierta tarde los hizo subir a una camioneta, para simular fusilarlos en uno de los «paseos» tristemente habituales por aquella época. De regreso a la cárcel, con los componentes del pelotón burlándose aún de sus detenidos, los tres hermanos pudieron evadirse, saltando en marcha. Si no hubieran sido deportistas en perfecto estado de forma (el mayor de los Tena en realidad ejercía ya como entrenador), habrían sido capturados, porque Vilarrodona, al mando del pelotón, los persiguió a conciencia.

Aunque muchas cosas cambiaron tras la Guerra Civil, algunos partidos continuaron amañándose. El delantero Antonio López Herranz (Madrid 1913), dueño de tanta calidad como escasa vocación por el desgaste físico, quiso pasar a la posteridad por tan triste mérito.

Se había iniciado en el Atlético de Madrid (1929 al 31), pasa pasar por el Nacional madrileño (1931-1934), Hércules de Alicante (1934-35) y Real Madrid (1935-36), en este último con 10.000 ptas. de ficha. Como tenía a su hermano jugando en el España de México, se fue a ese enorme país durante la contienda bélica. Reincorporado al Real Madrid y cedido al Hércules para la campaña 1941-42, con los alicantinos en 2ª División, todo parece indicar se dejó sobornar, junto a varios compañeros, el 2 de marzo de 1941, en un Hércules-Celta saldado con resultado de 0-5. Si bien nadie pudo extraer ninguna confesión, la directiva lo tuvo tan claro como para decretar la baja inmediata de Pardo, Ribas, Rosado, Ruano, Campillo y nuestro protagonista, quien puso rumbo a Sabadell y Mallorca, donde además ejerció como secretario técnico. Luego volvió a México, para desarrollar un amplio curriculum como entrenador, con broche de oro al convertirse en seleccionador nacional, dirigiendo desde el banquillo a los aztecas durante los mundiales de Suiza (1954) y Suecia (1958). En su caso, los compadreos antideportivos no le pasaron factura, sino que por el contrario fue todo un personaje para la afición mexicana. Hasta tal punto que cuando los clubes chilenos llamaron a su puerta con sustanciosas ofertas económicas, se le prohibió la salida del país, considerando imprescindible su concurso.  

También se convirtió en entrenador Vicente Dauder (Valencia 1924). Pero antes fue guardameta del Badalona, Villanueva, Gimnástico de Tarragona, At. Madrid, Celta, Hércules, Alicante y Crevillente. Y defendiendo el marco tarraconense la temporada 1949-50, proporcionó abundantes motivos para la sospecha.

Ocurrió durante una decisiva promoción con el Alcoyano, para mantener la máxima categoría. No es que estuviese desafortunado, sino sencillamente garrafal. Señalado junto a Gabriel Taltavull como colaborar voluntario en el 3-6 que puso al «Nastic» en 2ª División, fue declarado non grato en la vieja Tarraco. De todos modos, ni uno ni otro pensaban continuar en el club. Dauder, con una oferta firme del At. Madrid, parece ya había dado el sí. Y Taltavull, a punto de cumplir los 29 veranos, discutía con el Valencia los últimos flecos económicos.

Con su antiguo equipo en la división de plata y Dauder convertido en firme candidato para el Mundial de Brasil, el Destino jugó a hacer justicia disfrazado de lesión, nada más debutar como «colchonero» durante una gira por México. Aquello no sólo dejó el camino del triunfo expedito a Ramallets, sino que el buen guardameta ya nunca volvió a ser el de antes. Pero como la memoria del fútbol es frágil, las devociones efímeras y los «nunca jamás» pueden traducirse por «cualquiera de estos días», transcurridos 21 años, con Calderón presidiendo el Gimnástico de Tarragona, regresó a la entidad como entrenador. Y lo que son las cosas, el otrora demonio se trocó en ángel, al ascender a los granates a 2ª División, después de 19 años compitiendo en un balompié menor. Ya completamente reivindicado, volvería a ese mismo banquillo la temporada 1985-86, durante 12 únicas jornadas. Tampoco parece que el apaño le marcase de por vida.

Protagonista privilegiado de otro suceso fue el defensa Isaac Oceja, paladín de honestidad y vergüenza profesional durante toda su carrera.

Cántabro de nacimiento y no obstante capitán en el Athletic bilbaíno cuando por imperativo legal era Atlético, costaría encontrar otro futbolista más recto en la centenaria historia rojiblanca. Sensato y equilibrado desde su llegada a San Mamés, pese a no haber cumplido 20 años, el gran Pentland le hizo compartir habitación con Guillermo Gorostiza, para ver si así enderezaba al indisciplinado extremo. Más adelante se le negaría un traspaso al Barcelona que pudo haberlo hecho rico. Corría 1939 y pese a la realidad de una España hecha trizas, llena de improvisados barracones en cuyos muros lucía el emblema del Auxilio Social, los azulgrana le ofrecieron 300.000 pesetas de ficha, 6.000 de sueldo y un complemento cifrado en 35.000 más cada año, como representante de tejidos en la fábrica propiedad de un directivo. Acató su permanencia en Bilbao, donde las primas por título consistían en un billete de 1.000, sólo para recibir 7 campañas más tarde, como muestra de soberana ingratitud, una humillación que de ningún modo merecía. Considerado medio inútil para el deporte, después de una lesión muy seria, debió aceptar 750 ptas. por partido jugado. O eso o nada. Sin embargo se había recuperado tan perfectamente que vistió de corto para todos los choques menos para uno, decisivo, además, en el que renunció a ser alineado, como muestra de rechazo.

Pues bien, tras 15 años sobre el césped y avalado por 4 internacionalidades absolutas, se decidió a ejercer como jugador-entrenador en el Zaragoza, la temporada 1948-49. Los maños pugnaban por abandonar la 3ª División, con un equipo veterano y leñero. Y Oceja acabó amargado, no por sentirse incapacitado para la nueva profesión, sino al descubrir un fútbol que no iba ni remotamente con su forma de ser.

Durante el descanso de un partido en Tarrasa, al que llegaron perdiendo, penetró en los vestuarios un directivo zaragocista. «¿Qué pasa?», vociferó hecho una furia mientras cerraba de tremendo portazo. «¿No os he dicho que ataquéis por la izquierda, que para eso está comprado el defensa lateral?». Oceja se plantó de inmediato, asegurando que el honor no podía comprarse, porque carece de precio, y que puestos a seguir pagando contrarios podían hacerlo con el dinero de su propia ficha, pues él se iba.

Aún ascendiendo a 2ª, Isaac Oceja ya no volvió a entrenar equipos profesionales. Para matar el gusanillo siguió en algún club amateur, antes de poner su carnet al servicio de jóvenes prometedores. Gracias a su desprendimiento, por ejemplo, pudo foguearse dos décadas después Javier Clemente en el banquillo del Arenas guechotarra. Disconforme con cuanto acaba de vislumbrar, prefirió apartarse con su habitual discreción.

A veces, sin embargo, no hacían falta manos externas para amañar resultados. Bastaba el interés personal, artero e inconfesable de cualquier futbolista, como quedó claro la temporada 1941-42.

Por entonces se jugaba en Vizcaya una quiniela muy popular, de ámbito local, premiándose los resultados exactos. Y en Durango, cuyo «Bar Moderno» servía de centro operativo, tuvo lugar un pequeño escándalo. Luis Idígoras acababa de fichar por la Cultural como guardameta y, al igual que otros muchos durangueses, invertía en la quiniela. En cierta ocasión puso a su equipo ganador por 2-1. El choque tocaba a su fin con 2-0 en el marcador cuando, como consecuencia de un mal entendimiento con su defensa, los contrarios anotaron el más estúpido de los goles. Era cuanto Idígoras necesitaba para alzarse con las 400 ptas. del premio, por lo que las sospechas de tongo no se hicieron esperar. Durango era un núcleo pequeño, aldeano y charlatán. Cuando el aire se hizo irrespirable para el cancerbero, no tuvo más remedio que abandonar la Cultural, fichando por otros equipos. Cuatrocientas pesetas no le sacaron de pobre, evidentemente, pero constituían una cantidad apetecible en esa difícil época. La Cultural primaba a sus futbolistas con 10 ptas. por partido ganado y 5 en caso de empate. Cuatrocientas, pues, equivalían a 40 victorias. Un pellizquito.

En algún otro caso, el exceso de celo desenmascaraba a los sobornados. Así ocurrió la temporada 1945-46, durante la primera fase de una liguilla de ascenso a 2ª División. Levante y Atlético Baleares competían enconadamente por pasar a la siguiente ronda. Hallándose igualados a casi todo, iba a resultar decisivo el coeficiente goleador. Éste favorecía al Levante, con un 2,71, contra el 1,33 de los baleáricos. Y a pesar de todo, cayeron en el pecado de avaricia, derrotando al Almansa en el último partido por un escandaloso 0-11. Tan bochornoso fue el espectáculo que al Comité de Competición de la FEF no le quedó más remedio que intervenir, publicando el 14 de marzo de 1946: «Con relación al partido Almansa-Levante de III División y a la vista del informe del delegado federativo que presenció el partido, el Comité acuerda: Suspender indefinidamente a 10 de los jugadores que integraron el equipo del Almansa por su actuación antideportiva y voluntariamente pasiva, que facilitó la victoria del Levante por 11 a 0». Más adelante condicionaba la participación del conjunto valenciano en la definitiva liguilla, a una ampliación del informe del delegado federativo.

La avaricia, ya se sabe, suele romper el saco.

El defensa Lorenzo Rifé (San Celoní 1938), hermano mayor del internacional culé Joaquín Rifé, también tuvo un comportamientos sospechosísimo con la camiseta del «Nastic» tarraconense el 30 de junio de 1965, en choque de promoción frente al Europa. Aparte de facilitar 2 goles a los visitantes en su cómoda victoria por 2-4, ni siquiera se reincorporó al juego tras el descanso, pese a que no podían efectuarse cambios por esa época. El central, a sus 27 años, había pasado por las plantillas del Júpiter, Condal, Barcelona, Atlético de Ceuta, nuevamente Barcelona y Deportivo de La Coruña, antes de recalar en Tarragona. Luego, puesto que nada firme pudo probársele, fichó por el Figueras.

El último gran escándalo resuelto con sanciones, afectó al Málaga en 1980, compitiendo en la 1ª División. Prácticamente todos los espectadores de aquel Málaga-Salamanca salieron del campo convencidos de haber presenciado un solemne tongo. Se aireó el nombre de los teóricos instigadores, cantidades concretas y hasta una especie de curiosa garantía en el pago. La Federación Española, presionada por determinados medios, jugó fuerte el 24 de junio de 1981, suspendiendo por un año a Corral, Orozco, Migueli y Macías, este último con el agravante de ser capitán. Recurrido este fallo, el Consejo Superior de Disciplina Deportiva del C.S.D., declararía improcedentes las sanciones casi un año después, el 29 de mayo de 1981, al no existir pruebas irrefutables. Algunos recurrentes, bastante más que talluditos, ya se habían retirado para entonces. Macías, por el contrario, pese a sumar 34 años, todavía rescató las botas para disputar otras tres campañas con el Antequerano a cara de perro, en 2ª División B. Como Dauder, Taltavull, López Herranz,  Lorenzo Rifé y tantos otros sospechosos, se fue con la cabeza alta.

Acumular pruebas sobre la compraventa de partidos no resulta tarea fácil, según se ve. Puede que ni se lograra con el concurso de Sam Spade, Philip Marlowe, Miss. Marple, Moses Wine, Travis MacGee, Lew Archer, el irritante Poirot o el no menos abrumador Colombo, todos ellos detectives de ficción. Pero puesto que el mundo de todos estos seres es otro, habremos de contentarnos con aplicar a los presuntos conchabeos el socorrido aforismo de los gallegos incrédulos, acerca de sus brujas.

Porque todo parece indicar que «haberlos, hailos».




El Torneo Relámpago de Mallorca en 1961

El 7 de Junio de 1961 se celebraron elecciones a la presidencia del Barcelona, venciendo apuradamente Enrique Llaudet a Jaime Fuset. Pocos días más tarde, el nuevo mandatario barcelonista comunicaba a la prensa que había llegado a un acuerdo con la directiva del Condal para que se convirtiera otra vez en filial azulgrana, al tiempo que renunciaba a seguir en Segunda División para la próxima temporada.

La competición regular en esta categoría había finalizado el 30 de Abril, con el equipo barcelonés, en el Grupo Norte, ocupando la decimosegunda plaza, la última que otorgaba la permanencia, por delante del Real Gijón (nombre entonces del Sporting) y del Sestao, que debían jugar la promoción, y del Baracaldo y Tarrasa, que habían descendido automáticamente a Tercera. Como quiera que la eliminatoria de permanencia aún no se había disputado, desde Gijón se solicitó que se otorgase la permanencia al club de aquella ciudad y que se adjudicase al Baracaldo la suya en la promoción.

Sin embargo, los directivos barcelonistas no comunicaron a tiempo la renuncia del Condal a la Federación, de modo que la competición siguió su curso y, en ella, Gijón y Sestao perdieron su plaza en Segunda ante Burgos y Cartagenera, respectivamente, descendiendo así a Tercera División. Sin embargo, entre los gijoneses quedó la esperanza de que en el momento en que el club barcelonés hiciera oficial su renuncia, ellos recuperarían la categoría recién perdida. Mientras tanto, desde la Federación Catalana se pedía que, para decidir quién ocupaba la plaza del Condal, se disputase una eliminatoria a partido único entre Gimnástico de Tarragona y Badalona, por ser los campeones de los dos grupos catalanes de Tercera División o que, como mínimo, se disputase un torneo entre estos dos equipos y los tres de Segunda División que habían perdido la categoría en la promoción (los mencionados Gijón y Sestao, del Grupo Norte, más el Castellón, del Grupo Sur).

La renuncia oficial del Condal acabó llegando a la Federación el 13 de Julio, en vísperas de la reunión de su Pleno Anual que, finalmente, decidió que se disputase un torneo cuyo campeón sería el que ocupase la plaza de los barceloneses en Segunda División. El torneo se debía disputar en Mallorca entre el 12 y el 20 de Agosto y en él participarían siete equipos: los tres de Segunda que habían descendido en la Promoción (Real Gijón, Sestao y Castellón), más los cuatro campeones de Tercera que habían perdido el ascenso en la última eliminatoria (Sevilla Atlético, Ferrol, Badalona y Amistad de Zaragoza). El conjunto gijonés sintió vulnerados sus derechos y presentó recurso ante la Delegación Nacional de Educación Física y Deportes. Dicho recurso fue desestimado en la reunión de la Delegación el 28 de Julio.

Mientras tanto, se había realizado ya el sorteo del torneo, bautizado como Torneo Relámpago, correspondiendo jugar una primera eliminatoria que enfrentaría el día 12 al Sevilla Atlético con el Ferrol y al Badalona con el Amistad, completándose el día 13 con el partido que jugaría el Sestao contra el Real Gijón, mientras el Castellón quedaba exento. El día 15 se enfrentarían entre sí los vencedores de los dos primeros partidos y por otro lado, el clasificado de la eliminatoria entre Sestao y Real Gijón frente al exento Castellón. La final se jugaría entre los vencedores de las semifinales el día 20. Los árbitros serían los mallorquines Simó Fiol, de Primera División y Martorell y Rigo, de Segunda. La taquilla de los seis encuentros se acumularía y se repartiría entre los clubs participantes en función del número de partidos disputados, pero si hubiese pérdidas, estas serían asumidas al cincuenta por ciento por la Federación, y el resto a repartir entre los participantes. También se estableció que, por falta de tiempo, no habría partidos de desempate; en caso de igualdad al final de los noventa minutos, se jugaría una prórroga de treinta minutos en dos tiempos y, si persistiera el empate, se decidiría el vencedor por sorteo.

Los siete equipos implicados empezaron a trabajar duramente para conseguir la financiación que les permitiera afrontar los elevados gastos que comportaba un desplazamiento a Baleares, registrándose finalmente la renuncia del Sestao, que no pudo reunir el dinero necesario. Aunque en un principio se pensó en modificar el sistema de competición, disputándose una primera eliminatoria entre los seis equipos y posteriormente una liguilla entre los tres clasificados, finalmente se decidió seguir adelante con lo ya sorteado, con la única modificación de que el Real Gijón quedaba clasificado para las semifinales que debía disputar contra el Castellón. Además, el partido entre el Badalona y el Amistad de Zaragoza se desplazó al día 13, evitando así jugar dos encuentros el mismo día.

El sábado día 12 se jugó el primer partido, entre el Sevilla Atlético y el Ferrol, registrándose la contundente victoria de los primeros por tres goles a cero, tantos marcados por Guillermo en propia puerta y Segurola, en el primer tiempo, y Anca, también en propia puerta, en el segundo, protestando los ferrolanos dos goles anulados que les fueron anulados por el colegiado Simó Fiol. Así, el filial sevillista se clasificó para la semifinal, en la que esperaba al vencedor del duelo del día siguiente.

El domingo se enfrentaron el Amistad de Zaragoza y el Badalona, con arbitraje de Martorell, y fueron los aragoneses los que se llevaron el gato al agua, al vencer por dos a uno, con goles de Terren y Molina, contestados con otro de López para los badaloneses.

El martes día 15 hubo sesión doble en el Luis Sitjar, donde se celebraron los dos partidos de semifinales de este torneo. El primero de ellos, enfrentaba al Sevilla Atlético con el Amistad de Zaragoza, con el arbitraje de Rigo. Después de un primer tiempo de dura pugna entre ambos, fue en el segundo cuando los sevillistas consiguieron imponerse en el juego, consiguiendo dos goles por mediación de Blanco y Moya, que dejaron el marcador en un dos cero que aún pudo haberse ampliado en los últimos minutos.

A continuación se jugó el encuentro entre Castellón y Real Gijón, arbitrado por Martorell, y en él se batieron records de emoción, por lo incierto del marcador y por el desenlace final. En el primer tiempo, el Castellón aprovechó su velocidad para hacer el primer gol del partido por medio de Vallejo. Los gijoneses se lanzaron a un ataque desenfrenado, que se vio interrumpido por la lesión de Biempica, llegándose al descanso con el 1-0 favorable a los levantinos. Al poco de empezar el segundo tiempo, Granados hizo el empate para los asturianos, lo que provoca la reacción castellonense, plasmada con un gol de Diego, que con el paso de los minutos pareció definitivo. Sin embargo, en el último instante, un defensa del Castellón derribó al gijonés Montes, sancionando el árbitro el penalti que dio lugar al empate a dos logrado por Castañer y a la consiguiente prórroga. En esta, después de un primer tiempo sin más movimiento en el marcador, en el segundo adelantó nuevamente Diego a los castellonenses, haciendo Montes el definitivo empate a tres nada más sacar de centro. Conforme a lo reglamentado, no podía haber partido de desempate, así que la clasificación se tuvo que decidir por sorteo. Fue el secretario de la Federación Balear de Fútbol el encargado de lanzar la moneda al aire, favoreciendo la suerte al Real Gijón, que se clasificó de este modo para jugar la final contra el Sevilla Atlético.

Por fin, el 20 de Agosto, con arbitraje de Simó Fiol, se disputó el partido que habría de decidir quién ocupaba la plaza del Condal en la división de plata. Aunque en principio el Real Gijón se consideraba favorito para alzarse con el triunfo, la baja de Biempica por su lesión en el partido de semifinales hacía que aumentasen las opciones del Sevilla Atlético. Por los asturianos se alinearon Madriles; Martínez, Altisen, Castañer; Medina, Emilio; Lastra, Pocholo, Ortiz, Montes y Granados, mientras los sevillistas comparecieron con Cardoso (que luego sería sustituido por León); Romero, Herrera, Luque; Quirós, Moya; Muñiz-Romero, Fábregas, Segurola, Ramoncito y Blanco. Los gijoneses se hicieron con el mando del partido, consiguieron adelantarse en el marcador en el minuto 18 por mediación de Lastra, tras un centro de Castañer, y buscaron sentenciar el resultado por la vía rápida, fallando numerosas ocasiones de gol, hasta que Granados, al rematar un córner sacado por Lastra, conseguía el 2-0 cuando faltaban dos minutos para el descanso, finalizando así el primer tiempo. A la vuelta de vestuarios el panorama cambió radicalmente. El Sevilla Atlético se hizo con el control del partido, buscando dar la vuelta al marcador mientras el Real Gijón dejaba pasar los minutos. Faltando doce minutos para el final, Blanco, de fuerte disparo desde el borde del área, conseguía reducir la diferencia y hacía que la emoción volviera a aparecer sobre el césped del Luis Sitjar. Pero el marcador ya no se volvió a mover y el 2-1 final devolvió a los gijoneses a la categoría que habían perdido dos meses antes. La lógica decepción de los sevillistas contrastó con la alegría de los vencedores, que celebraron su ascenso en medio de la ovación del público balear.

Gracias a la renuncia del Condal y a su triunfo en el Torneo Relámpago, el Sporting de Gijón sigue siendo a fecha de hoy uno de los equipos que nunca ha jugado en una categoría por debajo de Segunda División, aunque su nombre figurase durante dos meses entre los participantes en Tercera.




Las Reglas de Cambridge

Podríamos decir que el fútbol moderno comenzó su andadura a mediados del siglo XIX sin poder concretar una fecha exacta. Fue construyéndose poco a poco.

Anteriormente a la época mencionada el Juego estaba más próximo a lo que conocemos como el rugby actual que al fútbol propiamente dicho. Se utilizaban las manos para jugar el balón o para sujetar o empujar a un contrario, se daban puntapiés…

Charterhouse y Westminster fueron dos colegios ingleses que optaron por crear sus propias reglas entendidas de una manera menos agresiva a lo que era habitual. Estas reglas pretendían crear un juego que permitiera un estilo propio, más hábil frente al tumulto que representaba la vieja normativa.

Llegados a este punto encontramos que la situación es que cada colegio adopta sus propias normas. Así, cuando debían jugar unos frente a otros acordaban antes del inicio del partido que es lo que se podía hacer y lo que no creándose situaciones confusas al intentar ponerse de acuerdo en lo que habían pactado. De esta manera era fácil suponer que existía una necesidad imperiosa de unificar los criterios.

Para ello, en 1848, dos estudiantes de la universidad, Henry de Winton y John Charles Thring, hicieron un llamamiento a los distintos colegios enviando representantes los de Eton, Harrow, Rugby, Winchester y Shrewsbury reuniéndose en el Trinity College de Cambridge  llegando a una serie de acuerdos plasmados en un documento, que con el paso del tiempo desapareció físicamente, llamado Reglas de Cambridge. La diferencia primordial entre estas reglas y las de 1863 es que las de Cambridge permitían utilizar las manos para conducir el balón y una cierta permisividad en el juego brusco. Por todo lo demás fueron las elegidas de entre todos los códigos para la creación de las primeras Reglas de Juego, aunque en su momento no fueron universalmente aceptadas.

Existe una copia de 1856 en la biblioteca de Shrewsbury School que muestra alguna evolución respecto a las de 1848. Se aprecia que el Juego está regulado de una manera moderna y ordenada. Se preocuparon de crear normas para el inicio del partido, la reanudación del mismo tras un gol, la creación de los saques de meta y banda, la definición de los resultados, una primitiva regla del fuera de juego y la utilización de las manos tanto para jugar el balón como para empujar o sujetar a los jugadores contrarios. En 1862, John Charles Thring presentó un texto más reducido de estas mismas reglas.

Así dicen las reglas de 1856:

1º         Este club se denominará University Football Club.

2º         El comienzo del juego se realizará desde el centro del terreno de juego. Tras cada gol se procederá a realizar idéntica puesta en juego.

3º         Después de cada gol, el bando perdedor reiniciará el juego tras cambiar de campo los contendientes, a menos que un acuerdo previo diga lo contrario.

4º         Se considerará que el balón está fuera del juego cuando abandone el terreno de juego por las líneas que delimitan las banderas colocadas a ambos lados del terreno de juego, en cuyo caso será lanzado dentro del mismo.

5º         La pelota está fuera cuando se ha superado el objetivo a ambos lados de este.

6º         Cuando la pelota supera el objetivo por fuera de él se reanudará donde la pelota tocó suelo, no más de diez pasos hacia el interior, y será puesto en juego.

7º         El objetivo es que la pelota sea pateada a través de los postes y la cadena.

8º         Cuando un jugador coge directamente un balón de los pies, puede patearlo sin correr con él en las manos. En ningún otro caso se podrá tocar el balón con las manos, salvo para detenerlo.

9º         Si la pelota es pasada a un jugador y viene desde la dirección de su propia meta, este jugador no podrá tocar la pelota a menos que haya tres jugadores contrarios delante de la meta contraria.

10º       En ningún caso se podrá mantener a un jugador sujetándole con las manos o zancadilleándole. Cualquier jugador puede impedir llegar al balón al contrario por cualquier medio compatible con las reglas anteriores.

11º       Cada partido se decidirá por mayoría de objetivos conseguidos.

El Parker’s Piece de Cambridge, parque público de la ciudad, sirvió como lugar de estreno de la nueva reglamentación. Allí se disputó el primer partido con las nuevas reglas, reglas que habían sido clavadas en los árboles anteriormente para general conocimiento de los practicantes del Juego. Actualmente existe una placa colocada por los habitantes de la ciudad recordando este suceso rezando así: «Aquí, en Parker´s Piece, en la década de 1840, los estudiantes establecieron un conjunto común de reglas de fútbol haciendo hincapié en la habilidad por encima de la fuerza, prohibiendo la captura de la pelota y hacer «hacking».




Los primeros años de rivalidad hispalense

Se dice que la rivalidad entre béticos y sevillistas es ancestral, pero durante los primeros meses de existencia del Betis Foot-ball Club, y pese a haber surgido de una escisión del decano hispalense, el Sevilla Foot-ball Club, ambas entidades se unían paradójicamente en contra del otro equipo importante de la ciudad: el Sevilla Balompié. Pero llegó un buen día en que se rompieron estas relaciones y entonces fueron los béticos quienes hicieron la corte a los balompédicos y en los siguientes años la rivalidad entre «merengues y pepinos» -apelativos derivados de los respectivos colores de sus camisetas- se fue acrecentando.

Según cuenta Manuel Carmona Rodríguez en su relato sobre la historia del club bético hubo intentos del Sevilla Foot-bal Club de absorber a ambos rivales, siendo gracias a la intransigencia de su emblemático jugador Herbert Richard Jones, más conocido como «Papá Jones» que ésta no se llevó a efecto, y en cambio se abogó por la fusión entre el Betis, que ya era «Real» y el Balompié que se hizo efectiva por Real Decreto el 23 de diciembre de 1914.

La creación del Real Betis Balompié, surgida de esta unión, representó en aquella época una «declaración de guerra» entre los dos clubes más emblemáticos de la ciudad, los cuales pusieron el máximo ardor en sus luchas que por aquel entonces alcanzaban la categoría de verdaderas batallas y un duelo entre ambos no podía concebirse más que a base de incidentes continuos, que las más de las veces seguían, después de terminados los partidos, entre los aficionados de uno y otro bando. Las calles céntricas de la ciudad fueron más de una vez testigo y escenario de incidentes violentos entre blancos y verdes.

Tras la sorpresa que supuso la conquista de la primera edición del Campeonato Regional por parte del Español de Cádiz en 1916, la superioridad sevillista en los siguientes años resultó manifiesta, debido en gran parte al excelente conjunto que había logrado reunir, entre los que destacaban Santizo, Alcocer, Escobar, Spencer, Kinké, Lecompte, Thompson y Brand, pero esta superioridad quedaba enturbiada por los contubernios con la Federación Sur y su Comité Arbitral, que en su reciente creación ubicaron su domicilio social en la misma sede del Sevilla Foot-ball Club, cosa que generó numerosas críticas de la prensa, sobre todo de las provincias vecinas y de ámbito nacional, siendo el corresponsal de la revista Madrid-Sport quien se hizo eco de esta circunstancia en numerosas ocasiones.

La rivalidad hispalense adquirió caracteres esperpénticos durante el desarrollo del tercer Campeonato Regional disputado en la temporada 1917-18 con la participación del Real Club Recreativo de Huelva, Español de Cádiz y cuatro equipos de la capital andaluza: Sevilla FC, Real Betis, Balompié, Recreativo y Español, los cuales deberían jugar una liguilla para decidir el vencedor que disputaría con los dos primeros la fase regional. En la fase provincial, tanto Sevilla FC como Real Betis mostraron una rotunda superioridad sobre los otros dos rivales, ganando su respectivos partidos, y el duelo entre ambos se resolvió con victoria por 3-2 del Sevilla en su terreno y de los béticos en La Enramadilla por 3-1, tras un choque que deparó graves incidentes, dos jugadores sevillistas agredidos y el desencadenamiento de una batalla campal con intervención de la fuerzas del orden. Fue ésta la primera victoria del Betis sobre su rival después de tres años de derrotas consecutivas que sentó muy mal en el seno sevillista.

Había que desempatar y el partido quedó señalado para el 10 de marzo en el campo del Mercantil. El ambiente se fue caldeando en las horas previas y sobre todo cuando se confirmó que varios jugadores béticos -en concreto Balbino, Canda y Artola- que cumplían el servicio militar no podían acudir al partido por una misteriosa falta de permiso de sus jefes, cuya orden -curiosamente- quedaba sin efecto a la hora de acabar el partido. Las gestiones realizadas por los directivos béticos en torno a conseguir su «libertad» fracasaron sospechosamente y en consecuencia optaron por presentar a once muchachos de su equipo infantil en señal de protesta, quienes a la hora del partido se presentaron, ya equipados -porque los béticos nunca utilizaban el vestuario sevillista, al igual que éstos hacían lo mismo cuando visitaban a sus vecinos- para enfrentarse a su rival. Ante el asombro del público y del árbitro madrileño Montero, el partido comenzó en un ambiente hostil y al no mediar compasión por parte de los jugadores sevillistas el resultado tenía que ser clamoroso: ¡veintidós a cero a favor del Sevilla!.

Componentes del equipo infantil del Real Betis Balompié que se enfrentó al Sevilla FC en el polémico partido de desempate del Campeonato de Andalucía. Sin el menor miramiento, los sevillistas les golearon por 22 a 0.

Componentes del equipo infantil del Real Betis Balompié que se enfrentó al Sevilla FC en el polémico partido de desempate del Campeonato de Andalucía. Sin el menor miramiento, los sevillistas les golearon por 22 a 0.

El hecho suscitó comentarios por toda la región, criticándose la burla a la que fueron sometidos los espectadores que llenaron el campo sin que les fuera restituido el importe de las entradas, y la mezquina y maquiavélica trama organizada por los sevillistas con el compadreo de la Federación, la cual descalificó por un año a la directiva bética e impuso una multa de 200 pesetas al club, por lo ocurrido. Sin embargo el Sevilla F.C. no fue campeón en esta temporada, pese a que en la disputa de la fase regional se llegó a extremos escandalosos. Ésta había comenzado semanas antes con la doble victoria del Recreativo de Huelva frente al Español de Cádiz, de manera que con el empate a uno que los onubenses arrancaron el 19 de marzo en su visita a Sevilla se colocaron en optimas condiciones para anotarse el título regional. Cinco días después, los sevillistas se presentaron de improviso en Huelva con un delegado federativo y un árbitro, con la intención de jugar un partido de vuelta que no había sido anunciado ni programado de antemano. Tal revuelo se armó de inmediato que a las puertas del Velódromo fueron todos despedidos a pedradas y la Guardia Civil evitó males mayores, pero a consecuencia del escándalo que se organizó en la prensa los directivos de la Federación Sur presentaron la dimisión. Elegida una nueva Junta directiva se reanudó la competición, pero el representante gaditano decidió no presentarse al partido con el Sevilla FC y cedió a éste los puntos, siendo decisivo el choque entre onubenses y sevillistas, que definitivamente se jugó el 14 de abril, ganó el Recreativo por dos goles a uno, y se proclamó campeón regional por vez primera y única.

Porque a partir de esta temporada la superioridad del Sevilla FC en esta competición fue absoluta e insultante, logrando trece de los catorce títulos en juego. El poderío económico se impuso y seducidos por este señuelo muchos jugadores béticos se incorporaron a las filas sevillistas, quedando su rival en franca inferioridad y teniendo que soportar esta circunstancia y la escasa fortuna que le privó de ganar más de un campeonato que, por méritos, tuvieron al alcance de la mano. Sólo en la temporada 1927-28 pudo el Real Betis romper esta hegemonía al derrotar por 3 a 1 a su rival en un partido de desempate que se jugó en Córdoba.




Campos, estadios y televisión

En el presente artículo, y dado el corto espacio de que disponemos, pretendemos analizar algunos aspectos de las relaciones existentes entre los conceptos de campo, estadio y televisión referidos al ámbito futbolístico. Para ello comenzaremos por explorar el camino etimológico.

La palabra española campo, deriva del latín campus, vocablo referido a los terrenos despejados, libres de vegetación, y cuya vinculación con el mundo bélico, es evidente, si tenemos en cuenta  que palabras como campear o campal están ligadas a las acciones relacionadas con la guerra, lenguaje muy caro para el periodismo deportivo, que a menudo interpreta los partidos de fútbol como pequeñas batallas cuyo escenario es el campo, o terreno de juego acotado por líneas de cal.

El término estadio tiene un origen anterior por tratarse de una palabra griega, stádion, que designaba una longitud de 600 pies griegos, alrededor de 192 de nuestros actuales metros. Pronto, el stádion serviría para dar nombre a carreras y, posteriormente, a las instalaciones en que se éstas se celebraban.

Por lo que respecta a la televisión, nos serviremos aquí del análisis llevado a cabo por Gustavo Bueno en su Televisión: Apariencia y Verdad (Ed. Gedisa, Barcelona, 2000). En dicha obra, la televisión, caracterizada por permitir realizar la idea de clarividencia, esto es, hacer posible la visión de objetos a través de cuerpos opacos interpuestos, el filosofo español distingue entre televisión material y televisión formal. La primera va referida a la televisión considerada como un medio más dentro del genero de los medios de comunicación, es decir, al artefacto que posibilita la emisión de imágenes, siendo el video asociado a la pantalla lo que mejor puede ilustrar esta acepción; en cuanto a la televisión formal, ésta sería la que permitiría la emisión de imágenes en directo.

Hecha esta somera presentación de los elementos que manejaremos, entraremos en su relación. El fútbol, en su origen, se practicó en campos, es decir, en superficies sin obstáculos. Será el interés de los primeros espectadores lo que conllevaría su desplazamiento a recintos que ya a finales del siglo XIX estaban preparados para acoger al público. Esta es la razón de que los partidos pasaran de las simples explanadas a los hipódromos o a los estadios.

En efecto, el Athletic de Madrid, origen del actual Atlético de Madrid -repárese en su nombre ajeno al foot ball o balompié- jugó durante décadas en el Stadium de Madrid o Metropolitano, así llamado por pertenecer originariamente a la Compañía del Metropolitano Alfonso XIII, propiedad de los donostiarras hermanos Otamendi e inaugurado el 13 de mayo de 1923, contando con un aforo de 25.000 espectadores. El Stadium se caracterizaba por albergar una pista de atletismo que rodeaba el terreno de juego, circunstancia que persiste hoy, por ejemplo, en el bien denominado Estadio de Anoeta. Pronto comenzaría, sin embargo, la confusión entre los términos estadio y campo, usándose ambos vocablos de forma indistinta.

Sea como fuere, los aforos de las instalaciones futbolísticas, exclusivas de este deporte o compartidas con otros, comenzarían a crecer en un desarrollo que correría paralelo a las nuevas sociedades industriales, lo que permite caracterizar al fútbol como un deporte urbano o metropolitano.

De este modo, el campo o terreno de juego, pronto quedaría rodeado de gradas hasta ir perfilando la imagen que habitualmente se tiene de dichas instituciones arquitectónicas. El fútbol, por su parte, pasaría, entre otras cuestiones, a convertirse en uno de los mayores focos de interés del tiempo libre de los trabajadores, que se reunirían en estos recintos para asistir a tan singulares «batallas campales», de enorme atractivo para las democracias de mercado pletórico,  por las razones que el propio lector puede comprender.

La aparición de la televisión, tan relacionada con las democracias citadas, daría un definitivo espaldarazo al mundo futbolístico. En principio, la televisión, en su faceta material, se ocuparía del fútbol, por medio de resúmenes que se emitían en diferido, a menudo en los cines y salas colectivas. Posteriormente la televisión formal, en directo, y con receptores en cada domicilio, contribuiría decisivamente a la expansión del fútbol, beneficiándose la misma televisión de dicha relación, pues actualmente las retransmisiones futbolísticas, alcanzan las mayores cotas de audiencia, cuestión que pone en conexión fútbol, televisión y publicidad.

Convertido en un asunto que rebasa ampliamente las cuestiones deportivas, el fútbol comenzaría a requerir de ingresos que superaban las posibilidades de aquellos que, en calidad de espectadores, se sentaban en las gradas de sus campos. Dada la alta cotización de las estrellas futbolísticas, la venta de entradas a los fans o fanáticos, los hinchas así llamados en un guiño al mundo religioso -«fanático» es el que esta dentro del templo o fanum– del cual la llamada Catedral del fútbol español, con nombre de santo, San Mamés, es claro ejemplo, los clubes buscarían otros ingresos, para lo que la televisión se hizo indispensable.

En torno a las retransmisiones de partidos por medio de la televisión formal, girarían anuncios cuyas marcas publicitadas pagarían grandes sumas de dinero en función de las audiencias obtenidas debido al interés suscitado por los partidos de fútbol a los que envolvían. Posteriormente se darían varios pasos más. El primero de ellos vendría de la mano de la venta de los derechos televisivos de los clubes, para, finalmente, refinar aún más la cuestión de la mano del pago por visión o televisión «a la carta», en la que el fútbol figura como uno de sus mayores atractivos.

Regresemos ahora a los campos de fútbol. Mientras el deporte se «colaba» en los domicilios, ¿qué ocurrió con los campos?. Estos, alcanzado un cierto aforo, comenzarían a hacerse más confortables para los espectadores, pasando de permanecer de pie, a sentarse en cómodas sillas protegidas de las inclemencias del tiempo por medio de grandes cubiertas. Las vallas, e incluso los fosos, que por un tiempo separaron a los hinchas de los jugadores, serían eliminados, sobre todo a partir de tragedias que alcanzarían en Heysel su momento crítico, eliminándose así los últimos rescoldos de los diversos tipos de luchas desplegadas en las gradas, al margen del rectángulo de juego.

Estas reformas, ligadas al confort, vendrían acompañadas de nuevos «componentes televisivos» que irrumpieron en los recintos deportivos. Pronto, los marcadores electrónicos comenzarían a emitir imágenes, y las vallas publicitarias que rodeaban al terreno de juego, serían sustituidas por telepantallas de leds que permiten la emisión de rótulos e imágenes de gran resolución.

Terminemos. Tras este somero repaso de las relaciones entre campo, estadio y televisión, aludiremos finalmente a otra nueva «dimensión» del fútbol, que prescinde de los campos y estadios corpóreos, y que sólo recurre a los futbolistas como meros referentes que actúan a capricho del consumidor, dentro de nuevas y personalizadas telepantallas que regresan a la televisión formal: nos referimos a los juegos interactivos que se desarrollan en las videoconsolas que, a pesar de mantener una referencia con los futbolistas reales que regatean o se lesionan, alejan al fútbol de una de sus principales cualidades, la escala antrópica que ha permitido su masiva práctica y su planetaria difusión.




Sistemas de designación arbitral en la Liga

¿Pero cómo vuelve a pitarnos este? Esta debe de ser una de las frases más escuchadas en los vestuarios el día que se dan a conocer las designaciones de los árbitros de la jornada siguiente. Y, precisamente, esa es la pregunta que voy a intentar contestar en las próximas líneas. Bueno, a contestar y a comentar, que habrá un poco de todo.

A estas alturas todos hemos oído o leído un montón de leyendas sobre cómo se inició la práctica de este sport, quiénes empezaron en esto y cómo se desarrollaban los matches. Incluso, de vez en cuando, hemos podido oír palabras como referee o umpire.

Desde aquellos personajes que se colocaban en los laterales del campo y solo intervenían en caso de que los capitanes decidieran consultarles algún asunto en disputa, hasta los árbitros adicionales que, junto a las porterías, intervendrán a partir de esta temporada en la Europe League, la historia del arbitraje ha evolucionado mucho. No tanto como el propio deporte, pero mucho.

A esos primeros ‘árbitros consultores’ se los solía elegir en el mismo momento del partido, entre el público asistente o entre los propios jugadores, por su reconocido conocimiento de las reglas del juego. Poco a poco la figura de los árbitros se fue haciendo más necesaria, hasta que esos consultores dieron un paso más y se metieron de lleno en el juego. Es decir, que ya correteaban con los jugadores dentro del terreno de juego. Y el sistema de elección solía ser el mismo. ¿Te parece bien este? Por mí vale. Oye, tú, ¿quieres arbitrar el partido? Supongo que esta era una conversación típica en el siglo XIX justo antes de comenzar cualquier partido.

Poco a poco los futbolistas se fueron dando cuenta de que había algunas personas que dominaban las reglas del juego mejor que otras, o que tenían la suficiente personalidad para dirigir un partido, o, simplemente, que estaban dispuestas a hacerse cargo de ese cometido. Y los elegían con más continuidad que a otros. Incluso, es muy posible, que les advirtieran con antelación de la disputa del partido y les pedirían que estuvieran por allí cerca. Por si acaso.

En cierto momento, a caballo entre el siglo XIX y el siglo XX, con el desarrollo de este deporte y la creación de estructuras organizativas estables, se vio la necesidad de dotarse de un cuerpo específico de árbitros. Gente del mundo del fútbol que aprendiera y se preparara para una única función: aplicar las leyes del fútbol y llevar a buen término un partido.

Y una vez que tenemos una lista de árbitros declarados aptos para una competición, ¿cómo decidimos al colegiado para un partido? Pues como se venía haciendo hasta ahora: de común acuerdo entre los dos equipos. Si unas décadas antes se elegía en el mismo momento del partido, los nuevos tiempos de principios de siglo trajeron una novedad: los equipos contendientes se pondrían de acuerdo unos días antes del partido.

Pues ya está. El equipo A y el equipo B deciden que fulanito será el árbitro, y fulanito elige a menganito y zutanito para que le ayuden en las bandas. Y para los jueces de gol, que los había, pues ya veremos qué hay por el campo o llamo a algún amigo por si le apetece.

Ya en la segunda década del siglo XX y con unas cuantas ediciones celebradas del Campeonato de España y de los campeonatos regionales, e iniciando el debate sobre el profesionalismo en el fútbol, se fueron creando los comités regionales de árbitros y un comité nacional dependiente de la Federación Española.

Después de esta brevísima introducción, podemos meternos en lo que realmente nos importa, el campeonato de Liga. Estamos en 1929 y, como venía siendo práctica habitual, los árbitros se siguen eligiendo de común acuerdo entre los equipos. En caso de que los contendientes no se pusieran de acuerdo antes de una cierta fecha, el Comité Nacional designaba al colegiado del partido.

Este sistema de designación arbitral se mantuvo hasta el parón futbolístico a causa de la Guerra Civil. Supongo que durante estas primeras temporadas, habría opiniones para todos los gustos sobre este sistema. Unos estarían a favor, otros estarían en contra, y a los demás les daría igual hasta que una actuación arbitral adversa hiciera que dejara de darles igual.

Tras la guerra se decidió cambiar el sistema de designación. A partir de la temporada 1939/40, la primera tras la guerra, sería el propio Comité Central de Árbitros el que decidiera quién arbitraba cada partido. Los equipos ya no tenían nada que decir. Me imagino que habría presiones, pero no más que las que habrá hoy en día. Pasamos del conchabeo entre los equipos, a la decisión inapelable de un órgano único y superior. Igualito que en el nuevo régimen, vaya.

Este sistema duró hasta que los equipos empezaron a quejarse demasiado por las arbitrariedades, nunca mejor dicho, de las elecciones del Comité Central. Es que me tienen manía, dirían. Y se quejaron, y se quejaron, hasta que en la temporada 1950/51 les hicieron caso. Esta bien, a partir de la temporada que viene podréis elegirlos vosotros, pero no como hace cuarenta años.

Cada equipo elaboraba una lista ordenada por preferencia con los nombres que les daba el Comité Central. Cuando llegaba un partido, el Comité comparaba las dos listas y decidía qué árbitro era el idóneo para el partido. Normalmente los equipos no se quejaban mucho, pero de vez en cuando surgirían desacuerdos. Con el Comité, por supuesto. Este sistema no debió de gustar mucho, porque solo se utilizó durante dos temporadas.

A partir de la temporada 1953/54 y durante cuatro temporadas, se probó un nuevo sistema. Como se ve, y tras más de cincuenta años de fútbol en España, todavía no se había encontrado el método óptimo para designar a los árbitros. Pues bien, el nuevo sistema fue el sorteo puro y duro. Los árbitros aptos para dirigir en una categoría entraban en un bombo y que dios repartiera suerte. Y si el árbitro más novato recibía el partido más importante del año, mira qué suerte. Para el árbitro, quiero decir.

A finales de los 60 se volvió a cambiar el sistema, en este caso supongo que por presiones del colectivo arbitral, al que el método del sorteo no ha gustado nunca. Vamos a probar otra cosa, dirían. Se decidió que fuera el Comité Nacional el que volviera a designar a los árbitros. ¿Pero eso no lo probamos hace veinte años y no nos gustó? Bueno, pues entonces dejaremos que los equipos veten las designaciones. Sí, el Comité decide que arbitrará fulanito, pero si a los equipos no les gusta, lo cambiamos por menganito y ya está. Así de fácil, pensarían.

Tampoco. Este sistema solo duró tres temporadas. Imaginemos: un equipo quiere vetar y el otro no. ¿Qué hacemos? No, no, demasiados problemas. Mejor probar otro sistema. Otra vez se volvió al sistema de sorteo. Y esta vez duró menos todavía que siete años antes: dos temporadas.

Para la temporada 1962/63 se volvió al sistema de listas elaboradas por los equipos y que el Comité decidiera qué árbitro se ajustaba mejor a las preferencias de los dos equipos. No debió de salir mal la cosa, porque el sistema se mantuvo durante cinco temporadas.

Y llegamos a la temporada 1967/68. Según avanzaba la sociedad y se iba modernizando, así lo hicieron los estamentos del fútbol. Y los árbitros. Y se decidió hacer todo mucho más ‘científico’. Durante esta temporada se designó a los colegiados mediante las listas que ya llevaban unos años en funcionamiento, pero ahora la designación sería por coincidencia rigurosa, que llamaron. Eso quería decir que si un árbitro era el mejor puntuado por los dos equipos, se le daría el partido a ese árbitro, sin ninguna otra consideración. Y así nos encontramos con dos colegiados, Ortiz de Mendíbil y Rigo, arbitrando en todas las jornadas de Liga. Y a Gardeazábal pitando en casi todas y a… Y a algunos colegiados arbitrando una o dos jornadas. O ninguna jornada, que también hubo algún caso.

Nadie salió contento de este sistema y se volvió a cambiar al año siguiente. Los equipos elaboraban sus famosas listas y el propio presidente del Comité Nacional era el encargado de las designaciones. Él y solo él, con la ayuda de dios y con la orientación de las listas. Si quería tenerlas en cuenta, claro. Otras dos temporadas duró esta nueva prueba.

Y de este modo, nos metemos ya en la década de los 70. En la 1971/72 se volvió al método del sorteo puro. Los equipos ya empezaban a ser claramente los dueños del espectáculo y sus opiniones pesaban demasiado. Si los equipos quieren sorteo, démosles sorteo. Y se los dieron durante siete temporadas.

Aunque durante estos años se utilizó el sorteo, hubo distintas modalidades de sorteo. Desde la celebración de un sorteo por vuelta, o un sorteo para cuatro o cinco jornadas seguidas, hasta el sorteo jornada por jornada. Se probó de todo. Como se venía haciendo desde hace cincuenta años.

Con la llegada de la democracia, se pensó que el sistema de designación tendría que tener un viso más ‘asambleísta’ y se decidió la creación de una comisión de designación, formada por el presidente del Comité Nacional y por el presidente y el secretario del Comité de Competición. Y entre ellos repartían el pastel.

A mediados de los ochenta se debieron de dar cuenta de que los miembros de la comisión pertenecientes al Comité de Competición sabían bastante poco de los árbitros y decidieron que fuera exclusivamente el presidente del Comité Nacional el que designara a los árbitros. Parecía lo más lógico. Y tan lógico era, que solo duró la temporada 1985/86. Es el problema con el sistema unipersonal, que todos acaban dudando de su buena fe.

Para la temporada siguiente se volvió al sistema de comisión tripartita, mucho más democrática, dónde va a parar. Pero se pensó que era mejor que los miembros supieran algo de arbitraje. Así que la formaron el presidente del Comité Nacional, un representante de la RFEF y un árbitro retirado con más de tres años en Primera División, elegido por la RFEF entre una terna presentada por el CNA. Parece un poco lioso, pero es lo que hay. Este sistema duró tres temporadas.

Y de esta forma, sin haber encontrado un sistema bueno para todos, nos metemos en la década de los 90. En esta década y en la siguiente, la actual, se ha probado de todo. Otra vez. Se empezó por la designación directa por el presidente del Comité Nacional, que pasó a llamarse Comité Técnico de Árbitros por estas épocas. También se volvió a probar lo de la comisión con árbitros retirados. Se volvió a intentar el sorteo condicionado, en el que un programa informático (ay, dónde quedaron esos bombos con bolitas para hacer el sorteo) elegía a los colegiados tras imponerle unas restricciones a la designación: territorialidad, número de partidos pitado a cada equipo, partidos en casa y partidos fuera, etc. Pues eso, lo que hacen los programas informáticos.

Y así hasta llegar al último experimento: una comisión tripartita formada por un representante de la RFEF, un representante de la Liga de Fútbol Profesional y un representante de consenso entre las dos instituciones. Es interesante ver la diferencia entre esta comisión y la creada a mediados de los ochenta. En aquella, estaba el presidente del CNA y un representante de la RFEF, además de un miembro pactado entre ambos. Ahora solo hay un representante de la RFEF (que es el presidente del CTA). ¿La diferencia? Pues que por aquellos años al presidente del CNA lo elegían por votación los propios árbitros y, en cierta medida, no tenía porqué coincidir con la predilección de la RFEF. Así que cada uno tenía un representante. Como ahora al presidente del CTA lo elige el presidente de la RFEF, ¿para qué dos puestos si todos somos lo mismo? Además, ahora los equipos, a través de la LFP, tienen un puesto en la comisión. Porque la RFEF y la LFP no son amigos, claro.

Vale, he hablado de las comisiones de designación, pero ¿cómo designan estas comisiones? Pues cuando los árbitros consiguieron que se eliminara el sorteo como sistema, la comisión designó a su libre albedrío. Y los equipos se quejaron, claro. Como desde hace ochenta años. Y para tener contentos a todos, ahora nos hemos inventado un nuevo sistema: la designación por comisión a través de un sorteo. En pocas palabras, para cada partido la comisión elabora una terna de árbitros y luego se sortea entre esos tres quién dirigirá el partido. Hay también un montón de restricciones, pero ¿en qué aspecto de la sociedad no las hay hoy en día?

Pues hasta aquí este breve repaso a los sistemas de designación arbitral a lo largo de la historia de la Liga española. Y es bueno conocerlos, para que cuando tengamos que acordarnos de la madre de algún designador sepamos si esa madre es una señora, o son tres señoras, o es un chip, o es una bolita en un bombo, o es la madre de un nombre en una lista, o es lo que se les ocurra la próxima vez que decidan cambiar el sistema. Que será pronto, os lo aseguro.




Los partidos con más goles en el profesionalismo argentino

Esta reseña pretende recordar aquellos partidos del fútbol profesional argentino de Primera División (1931-2009), donde se registraron marcadores abultados. Para ello hemos tomados los encuentros en los que se marcaron 14, 13, 12 y 11 goles.  Además, como datos adicionales, agregamos algunos partidos de Segunda División, salpicado con anécdotas y curiosidades.

14 goles (3 partidos)

18/11/1945 – Huracán 10 Rosario Central 4

La primera de ellas ocurrió en 1945 al disputarse la 28ª fecha.

Huracán enfrentó a Rosario Central en cancha de San Lorenzo debido a que estaba construyendo su actual estadio. Ambos ya estaban fuera de la lucha. El «Globo» marchaba cuarto a 11 puntos del puntero y luego campeón River y Central todavía no había escapado definitivamente del temido descenso porque se encontraba a cuatro puntos del último que era Gimnasia a tres fechas del final.

El resultado fue 10 a 4 a favor de Huracán que se convirtió en el segundo equipo del profesionalismo en anotar esa cantidad en un partido. Ya veremos quien lo precedió.

HURACAN

10

ROSARIO CENTRAL

4

 Cancha de San Lorenzo (Local Huracán)

Juez: Ricardo Riestra

Huracán: Sebastián Gualco; Carlos Marinelli, Jorge A.Alberti; Rubén Banchero, Eusebio Videla, Jorge Titonell; Delfín Unzué, Norberto Méndez, Juan Carlos Salvini, Llamil Simes y Heraldo Ferreyro.

Rosario Central: Héctor Ricardo; Enrique Maffei, Santiago Armándola; Juan Carlos Julián, Tranquilino Mello, Alfredo Fogel; Angel De Cicco, Benjamín Santos, Federico Geronis, Waldino Aguirre y Rubén Marracino.

Goles PT: 10′ L.Simes (H); 16′ D.Unzué (H); 21′ E.Videla (H); 27′ L.Simes (H); 32′ W.Aguirre (RC); 37′, 39′, N.Méndez (H); 41′ A.De Cicco (RC) – (6-2)

Goles ST: 8′ D.Unzué (H); 10′ B.Santos (RC); 22′ J.C.Salvini (H); 23′ L.Simes (H); 38′ W.Aguirre (RC); 41′ N.Méndez (H).

02/10/1960 – Racing  11  Rosario Central 3

La «Academia» tuvo en 1960 una notable delantera que con 72 goles fue la más efectiva del torneo. En la 21ª fecha enfrentó en el estadio Presidente Perón a Rosario Central, que por segunda vez resultó protagonista de una goleada en contra de tal magnitud.

Antes de esa jornada, el puntero era Independiente con 28, seguido de Argentinos con 27 y Racing con 26. Rosario Central transitaba por la mitad de la tabla, sin chances para pelear la punta pero sin riesgos del descenso.

Al ganar 11 a 3, el equipo de Pizzuti logró su más abultada victoria en el profesionalismo.

RACING CLUB

11

ROSARIO CENTRAL

3

Cancha de Racing

Juez: Manuel Velarde

Racing: Osvaldo Jorge Negri; Norberto Anido, Juan Carlos Murúa; Néstor De Vicente, Víctor Rodríguez, Vladislao Wenceslao Cap; Omar Orestes Corbatta, Juan José Pizzuti, Pedro Enrique Mansilla, Rubén Héctor Sosa y Raúl Oscar Belén.

Rosario Central: Edgardo Norberto Andrada; Norberto Claudio Bautista, Néstor Lucas Cardoso; Carlos Alberto Alvarez, Juan A. Lombardi, Oscar Ramos; Antonio Rodrigues, Indalecio López, Marcelo Pagani, Juan Alberto Castro y Francisco Rodrigues.

Goles PT: 6′ R.Sosa (RA); 20′ Pizzuti (RA); 21′ R.Sosa (RA); 25′ J.Lombardi (RO); 27′(p) O.Corbatta (RA); 30′, 37′ A.Rodrigues (RO) – (4-3)

Goles ST: 1′ P.Mansilla (RA); 11′ O.Corbatta (RA); 14′ P.Mansilla (RA); 16′ J.J.Pizzuti (RA); 20′, 25′ R.Sosa (RA); 42′(p) O.Corbatta (RA)

A los 40′ del ST, Francisco Rodrigues (RO) desvió un penal.

06/10/1974 – Banfield  13   Puerto Comercial 1

En los desaparecidos Campeonatos Nacionales participaron algunos equipos que estaban muy lejos del nivel pretendido para un torneo de esa magnitud. Uno de ellos fue Puerto Comercial, un club de Ingeniero White, cercano a Bahía Blanca, que diera al fútbol argentino figuras como Ernesto Lazzatti, Aníbal Troncoso y Héctor Rodolfo Baley entre otros, pero que en 1974, año de su única participación, tuvo una muy pobre actuación.

De 18 partidos ganó solamente dos y perdió los 16 restantes. Su valla recibió 75 goles y fue la más vencida del torneo. En la 12ª fecha enfrentó como visitante a Banfield y recibió la más abultada derrota de un equipo en la era profesional: 13 a 1.

Banfield tampoco hizo una gran campaña y no logró clasificar en el grupo finalizando tercero a 12 puntos de Boca y a 10 de Central, los dos que pasaron a la rueda siguiente.

Este partido dejó para la estadística tres récords que aun se mantienen: Banfield es el único equipo de primera división que marcó 13 goles en un partido; Juan Alberto Taverna, con sus siete goles, es el máximo anotador en un encuentro y la diferencia de 12 goles es la más amplia. Veremos luego que hubo otra, pero con atenuantes.

En la primera rueda, como visitante, Banfield había ganado 4 a 0 y Taverna marcó dos goles.

BANFIELD

13

PUERTO COMERCIAL

1

Cancha de Banfield

Juez: Roberto Goicoechea

Banfield: Ricardo La Volve; Eduardo Alberto Pipastrelli, José Bautista Romero, José Luis Terzaghi, Raúl Alberto Giustozzi, Silvio Ramón Sotelo (45′ Angel Manuel Silva), Hugo Norberto Mateos (45′ Ricardo Girado), Rubén Flotta, Enrique Lanza, Juan Alberto Taverna y Luis Alberto Roselli.

Puerto Comercial: Juan Alberto Tolú; César Ernesto Colman (80′ Rubén Contardi), Eduardo Lugones (45′ Rubén Viani), Osvaldo Baley, Roberto Oscar Núñez, Mario Domingo Rachi, Jorge Edgardo Solís, Enrique Alberto Dekker, José Luis Jalil, Juan Carlos Nani y Oscar Romero.

Goles PT: 5′(p), 7′ J.Taverna (B); 11′ E.Lanza (B); 15′ L.Roselli (B); 31′, 37′, 39′ J.Taverna – (7-0).

Goles ST: 2′ J.B.Romero (B); 7′ E.Lanza (B); 13′ M.Rachi (PC); 16′ L.Roselli (B); 26′ E.Pipastrelli (B); 42′, 43′(p) J.Taverna.

Juan Alberto Tolú, el arquero más vencido en un partido del profesionalismo, nació el 3 de mayo de 1948 en Bahía Blanca. En ese Nacional de 1974 jugó cuatro partidos y todas fueron derrotas con 27 goles recibidos: 0-4 con Central Norte (Salta), 0-9 con Boca, 0-1 con Jorge Newebery (Junin) y el 1-13 con Banfield, su último partido, aunque luego siguió jugando por su club en la Liga del Sur.

Juan Alberto Taverna nació el 13 de abril de 1948 en 25 de Mayo (Bs. Aires), apenas 20 días antes que Tolú. Jugó en Estudiantes de La Plata (1968-1971) 47 partidos con 20 goles; Boca (1976) 28 partidos y 10 goles; Banfield (1972 y 1974-1975) 67 partidos y 43 goles; Gimnasia y Esgrima L.P. (1977-1978) 30 partidos y 4 goles. Total 172 presencias y 77 goles.

Luego de Estudiantes actuó brevemente en México y en el Murcia. Se retiró a los 30 años, regresó a su ciudad natal y se dedicó al comercio de cereales.

Pocos meses después de haber logrado su récord de goles, vivió una situación muy amarga al dar positivo el control antidoping, el primero en Argentina, en un partido ante River jugado el 16 de marzo de 1975. Fue sancionado por un año, pero luego de seis meses la A.F.A. lo rehabilitó, reconociendo que hubo una confusión o un acto de sabotaje en el control.

13 goles (1 partido)

08/12/1976 – Ferro  10  San Lorenzo (Mar del Plata 3

Sucedió en el Nacional de 1976, donde Ferro marcó 10 goles por primera y única vez en su historia.

Ambos compartieron la Zona D y mientras los de Caballito no clasificaron por un punto al haber finalizado tercero detrás de Talleres (Córdoba) y Newell’s, los marplatenses ocuparon la última colocación con apenas 7 puntos y 53 goles en contra.

F.C. OESTE

10

SAN LORENZO (M. del Plata)

3

Cancha de Ferro

Juez: Aldo Ottone

Ferro: Raúl Victorio Malavolta; Domingo Iellamo, Oscar Alfredo Garré, Roberto César Franco (50′ Rubén Adolfo Papandrea), Néstor Oca (45′ Norberto Eiras), Juan Domingo Rocchia, Claudio Crocco, Carlos Alberto Arregui, Carlos Alberto Vidal, Héctor Ángel Arregui y Jorge Omar Parisi.

San Lorenzo (MdP): Rubén Alberto Lucangioli (45′ Luis Del Bueno); Carlos Alberto Moreno, Fermín Aquino, Adalberto Adrián Casariego, Alberto Larroquet, Sergio Elio Fortunato (59′ Luis Alberto D’Estéfano), Juan Vicente Miccio, Francisco Galay, Norberto Eresuma, Alejandro Mascareño y Ricardo Blanco.

Goles PT: 11′(p) J.D.Rocchia (FCO); 31′ R.Franco (FCO); 36′ H.Arregui (FCO); 40′ J.D.Rocchia (FCO); 42′ H.Arregui (FCO) – (5-0)

Goles ST: 8′ N.Eiras (FCO); 9′ N.Eresuma (SL); 19′ C.Vidal (FCO); 24′ A.Mascareño (SL); 32′ C.Vidal (FCO); 41′ O.Parisi (FCO); 42′ C.Arregui (FCO); 44′(p) N.Eresuma (SL).

A los 40′ del ST se retiró lesionado Claudio Crocco (FCO).

Vemos que de los 13 jugadores utilizados por Ferro, siete de ellos marcaron goles.

El arquero Lucangioli fue reemplazado por Del Bueno en el ST, pero los goles fueron repartidos: 5 a cada uno…

12 goles (9 partidos)

07/06/1942 – Boca Juniors 11  Tigre 1

Fue Boca el primero en marcar 11 goles. El vencido, Tigre, descendió esa temporada mientas el equipo de la ribera no estuvo nunca en el lote de vanguardia y finalizó en el 5° puesto a 11 puntos del River campeón.

La misma tarde que Boca convertía los 11 goles, por el campeonato de Segunda División, Rosario Central le ganaba en Arroyito a Nueva Chicago por 12 a 1, partido que recordaremos al final de esta nota.

BOCA JUNIORS

11

TIGRE

1

Cancha de Boca

Juez: Juan J. Molinari

Boca: Juan Estrada; Luis Laidlaw, Víctor Valussi; Carlos Adolfo Sosa, Ernesto Lazzatti, Alfredo Zárraga; Marcial Barrios, Pío Sixto Corcuera, Angel Laferrara, Raúl Ítalo Valsechi y Julio Rosell.

Tigre: Antonio Giglio; Ricardo José Chanes, Oscar Basso; Fernando Rubio, Eusebio Videla, Luis María Spinetti; Mario Tosoni, Raimundo Sandoval, Miguel Clidanor Quinteros, Mario Enrique Casagrande y Domingo Lazarte.

Goles PT: 6′ P.Corcuera (B); 9′ A.Laferrara (B); 27′ A.Zárraga (B); 34′ M.Barrios (B); 35′ J.Rosell (B); 44′ M.Barrios (B) – (6-0)

Goles ST: 1′ J.Rosell (B); 16′ M.Barrios (B); 38′ R.Valsechi (B); 40′ A.Laferrara (B); 41′ E.Casagrande (B); 44′ J.Rosell (B).

El consuelo del equipo de Victoria ese año fue la revancha que se tomó en la segunda rueda cuando se impuso por primera vez en el profesionalismo a Boca 2 a 1 con goles marcados en los dos minutos finales.

18/04/1948 – Independiente 10  Rosario Central 2

Fue en la primera fecha de un campeonato signado por la huelga más larga de la historia que desembocó en un éxodo de más de 150 jugadores, especialmente hacia Colombia y México.

Las últimas cinco fechas se jugaron con elementos juveniles y los rojos ganaron el título merced a una victoria ante Racing, puntero hasta ese momento y que luego no se presentara en las dos últimas fechas. Nuevamente le tocó a Rosario Central ser uno de los protagonistas y en esta fecha debutaron los árbitros británicos contratados por la A.F.A.

INDEPENDIENTE

10

ROSARIO CENTRAL

2

Cancha de Independiente

Juez: Aubrey White

Independiente: Osvaldo Simonetti; Manuel Eiras, Antonio Arrigó; Benito Rivas, Eduardo Castro, José Pedro Batagliero; Camilo Rodolfo Cerviño, Vicente de la Mata, Juan Manuel Romay, Mario Fernández y Reinaldo Mourín.

Rosario Central: Roberto Quatrocchi; Oscar Esteban Mansilla, Lídoro Soria; Daniel Sosa, César Castagno, Vicente Altomonte; Osvaldo Pérez, Benjamín Santos, Alejandro Mur, Juan Eduardo Hohberg y Antonio Vilariño.

Goles PT: 3′ C.Cerviño (I); 8′ V. de la Mata (I); 25′ C.Cerviño (I); 30′, 39′ J.M.Romay (I) – (5-0)

Goles ST: 2′ J.M.Romay (I); 11′ C.Cerviño (I); 24′ R.Mourín (I); 36′ A.Mur (RC); 38′ A.Vilariño (RC); 39′, 41′ M.Fernández (I).

Al igual que Tigre ante Boca en 1942, Rosario Central se tomó amplio desquite en la segunda rueda y goleó al rojo por 5 a 1.

24/11/1935 – Tigre  3  Independiente  9

De todas las goleadas consideradas en esta nota, ésta es una de las dos logradas por un equipo visitante.

En esa temporada Independiente fue sub-campeón de Boca y Tigre el último de la tabla en tiempos en que todavía la flamante A.F.A. no había establecidos los ascensos y descensos. Como estaba construyendo su actual estadio, inaugurado al año siguiente, Tigre jugó como local en la vieja cancha de River de Av. Alvear y Tagle.

TIGRE 3
INDEPENDIENTE 9

Cancha de River (Local Tigre)

Juez: Lorenzo Martínez

Tigre: Ernesto Parini; Alfredo Luaces, Francisco Succo; Ernesto Albarracín, Aquiles Baglietto, Santiago Oubiñas; Emilio Blanco, Eibar Ríos, Jaime Sarlanga, Adolfo Ramón Juárez y Antonio Américo Alberino.

Independiente: Cilenio Cuello; Luis Manuel Fazio, Fermín Lecea; Juan Ferrou, Juan Carlos Corazzo, Celestino Martínez; Raimundo Bibiani Orsi, Andrés Coll, Luis Mata, Antonio Sastre y Marcelino Funes.

Goles PT: 14′, 20′ A.Coll (I); 31′, 32′ L.Mata (I); 35′, 37′ A.Sastre (I) – (6-0)

Goles ST: 1′ A.Alberino (T); 6′ E.Ríos (T); 11′(p) R.Orsi (I); 15′ J.Sarlanga (T); 25′ A.Sastre (I); 37′ L.Mata (I).

30/10/1938 – Huracán  9  Tigre  3

Otra vez Tigre fue víctima de un abultado resultado en contra en el año en que se marcaron 1.334 goles en 272 partidos. El promedio es impensado para el fútbol de hoy: 4,90 por encuentro. Un récord aun vigente y que seguramente lo será por muchísimos años.

A pesar del gran equipo que tenía, Huracán apenas se ubicó 8° en la tabla, en tanto Tigre fue 13°.

HURACAN 9
TIGRE 3

Cancha de Huracán

Juez: José Carlini

Huracán: Bruno Barrionuevo; Carlos Marinelli, Jorge Alberti; Juan Bongiovanni, Victorio Adamo, José Sosa; Carlos Belfiore, Daniel Bálsamo, Herminio Masantonio, Emilio Baldonedo y Juan Belmonte.

Tigre: Elías Sarquis; Manuel Quiroga, Terófilo Juárez; Pío Antonio Vorraso, Eusebio Videla, Fernando Rubio; Juan Alberto Fattoni, Eibar Ríos, Juan Andrés Marvezzi, Aníbal Troncoso y Ricardo Zatelli.

Goles PT: 5′ J.Belmonte (H); 11′ E.Ríos (T); 17′ E.Baldonedo (H); 20′ J.Marvezzi (T); 30′ E.Ríos (T); 35′ J.Belmonte (H) – (3-3)

Goles ST: 9′ D.Bálsamo (H); 13′ E.Baldonedo (T); 25′ J.Belmonte (H); 30′ D.Bálsamo (H); 36′ E.Baldonedo (H); 41′ D.Bálsamo.

La debacle tigrense se produjo en el segundo tiempo, ya que en el primero terminó 3 a 3.

10/11/1935 – Lanús  8  Atlanta  4

La 30ª fecha de 1935 donde Independiente le anotó 9 goles a Tigre, se jugó desdoblada. Cuatro partidos el 10 de noviembre y los cinco restantes dos semanas más tarde. En el primero de esos dos días, se produjo el único 8 a 4 de la historia en el período que estamos reseñando y lo protagonizaron Lanús, el vencedor y Atlanta, que en esa temporada tuvieron muy flojas campañas. El «granate» fue 11° y el «bohemio» 15°.

LANUS 8
ATLANTA 4

Cancha de Lanús

Juez: Enrique Liñeyro

Lanús: José María Pérez; Luis Villa, Juan Manuel Baigorria; Pedro Pompey, Amadeo Severino, Atilio Ducca; Oscar Paseggi, Ismael Martínez, Angel Alfonso, Silvestre Pisa y Daniel Pícaro.

Atlanta: Eduardo Alterio; Santiago Carignano, Josué Murúa; Ernesto Bulotta, Abel Soria, Luis Narvaiz; Santiago Altamirano, Isidoro Lorenzo, Pedro Numa, Oscar Irazoqui y Roberto Martino.

Goles PT: 5′ A.Alfonso (L); 31′ S.Pisa (L); 36′ O.Paseggi (L); 38′, 40′ A.Alfonso (L); 44′ S.Pisa (L) – (6-0)

Goles ST: 7′ D.Pícaro (L); 20′ O.Irazoqui (A); 22′ P. Numa (A); 24′ S.Altamirano (A); 34′ D.Pícaro (L); 43′ S.Altamirano (A).

27/05/1945 – Estudiantes 7  Vélez Sarsfield 5

Dos veces se registró este marcador. La primera fue en 1945 en la sexta fecha.

ESTUDIANTES L.P. 7
VELEZ SARSFIELD 5

Cancha de Estudiantes de La Plata

Juez: Juan José Alvarez

Estudiantes: Gabriel Ogando; Juan Eguiguren, Nicolás Palma; Luis Villa, Saúl Ongaro, Santiago Ardanaz; Bernardo Vilariño, Juan José Negri, Ricardo Infante, Fortunato Desagastizábal y Julio Gagliardo.

Vélez: Alberto Héctor Martinuzzi; Víctor Daniel Curutchet, Blas Angrisano; José Salvador Rossi, José Cocellato, Armando Mauricio Ovide; Eduardo Heisecke, Emilio Espinoza, Juan José Ferraro, Nicolás Fortunato Arrúa y Jorge Cano.

Goles PT: 10′ B.Vilariño (E); 14′ R.Infante (E); 23′ J.Cano (VS); 39′ R.Infante (E). (3-1)

Goles ST: 1′ R.Infante (E); 2′ J.Cano (VS); 7′ F.Desagastizábal (E); 29′ J.J.Ferraro (V); 38′ y 40′ J.Gagliardo (E); 42′ J.J.Ferraro (VS); 44′ E.Heisecke (VS).

22/03/1999 – G. y Esgrima L.P.  7  G. y Esgrima (Jujuy)  5

Pasaron 54 años y se repitió el resultado El vencedor fue el otro equipo de La Plata.

G. Y ESGRIMA L.P. 7
G. Y ESGRIMA (Jujuy) 5

Cancha de Gimnasia y Esgrima La Plata

Juez: Roberto Ruscio

G. y Esgrima L.P.: Enzo Leonardo Noce, Jorge Héctor San Esteban, Ariel Gustavo Pereyra, Leandro Cufré, Andrés Roberto Yllana (85′ Guillermo Larrosa), Daniel Germán Cavallo, Pedro Antonio Troglio, Sebastián Ariel Romero, Facundo Sava, Mariano Messera y Gustavo Reggi (64′ Gustavo Enrique Dueña).

G. y Esgrima (Jujuy): Hernán Claudio Castellano, Marcos Antonio Sandy, Diego Gastón Ordóñez (58′ Rubén Orlando Mencia), Pablo Gustavo Piro, Alejandro Santiago González (77′ Pedro Antonio Guiberguis), Fernando Casartelli, Daniel Alejandro Juárez, Iván Sabino Castillo (45′ Carlos Enrique Garnier), Carmelo Daniel Ruscitto, Carlos Leonardo Morales Santos y Mario Humberto Lobo.

Goles PT: 3′ F.Sava (G); 5′ M.Messera (G); 10′ S.Romero (G); 20′ G.Reggi (G); 24′ M.Lobo (GJ); 27′ C.Morales Santos (GJ); 34′ M.Messera (G); 42′ A.González (GJ). (5-3)

Goles ST: 57′ C.Ruscitto (GJ); 74′ F.Sava (G); 82′ M.Lobo (GJ); 85′ M.Messera (G).

Expulsado: 87′ Morales Santos (GJ).

Empates a puro gol

En dos oportunidades se registró el empate en seis goles. La primera en 1941 y la última en 2000.

13/04/1941 – Estudiantes 6  Atlanta 6

Este resultado, de la 3ª. fecha del campeonato, tuvo una curiosa derivación. Para esa temporada, Atlanta había contratado al arquero uruguayo Horacio Graneros. Debutó en la primera fecha y recibió 5 goles ante River que se impuso 5 a 0. En la segunda, fue Boca quien propinó al «bohemio» una nueva goleada por 7 a 1. Y al recibir otros seis en este partido, completó 18 goles en contra en apenas tres jornadas. Fue su último partido. Nunca más apareció en la valla de Atlanta.

ESTUDIANTES 6
ATLANTA 6

Cancha de Atlanta

Juez: Ubaldo Ruiz

Atlanta: Horacio Graneros; Juan Delfino Rodríguez, José Bedia; José Valle, Antonio Del Felice, Francisco Aguirre; Aníbal Tenorio, Ismael Zabaleta, Norberto Pairoux, Francisco Rodríguez y José Martínez.

Estudiantes: Gabriel Ogando; Eduardo Enrique Rodríguez, Nicolás Palma; Héctor Blotto, Saúl Ongaro, Eduardo Sande; Julio Gagliardo, Juan José Negri, Julio Gómez, Carlos José Cirico y Manuel Gregorio Pelegrina.

Goles PT: 7′ M.Pelegrina (E); 8′ J.Gagliardo (E); 24′ I.Zabaleta (A); 29′ E.Sande (E); 30′ M.Pelegrina (E); 37′ J.Martínez (A); 43′ F.Rodríguez (A). (3-4)

Goles ST: 3′ N.Pairoux (A); 5′ J.Martínez (A); 20′ I.Zabaleta (A); 26′ M.Pelegrina (E); 30′ J.Gagliardo (E).

Como se ve, hubo alternativas a granel en la progresión de marcador. Estudiantes se retiró ganancioso en la primera etapa, pero en la segunda Atlanta logró colocarse 6 a 4 arriba.

Pero no solamente el fin de la actuación del arquero Graneros tiene como anécdota este encuentro. En la delantera de Estudiantes de esa tarde se anunció la presencia del puntero derecho José Abdón Seguer, jugador que provenía de Tiro Federal de Rosario. Al parecer, poco antes de comenzar el encuentro, se hicieron presentes directivos del club rosarino reclamando el pago del pase del jugador. Como no se concretó, impidieron que actuara a pesar de haber firmado la planilla. Entonces en su lugar salió Julio Gagliardo, pero sin alterar la planilla. Por lo tanto oficialmente el que jugó fue Seguer, pero en realidad quien hizo dos goles y el empate definitivo, fue Gagliardo.

19/03/2000 – G. y Esgrima L.P. 6  Colón 6

Pasaron 51 años para que el empate más abultado se volviera a repetir. El equipo platense, local en esta oportunidad, estuvo siempre en desventaja y logró la ansiada igualdad con un penal cuando ya expiraba el tiempo. Los medios coincidieron en conceptuar la actuación del árbitro Cordero como mala.

G. Y ESGRIMA L.P. 6
COLON 6

Cancha de Gimnasia

Juez: Hugo Cordero

Gimnasia: Guillermo Hernando; Guillermo Oscar Sanguinetti, Jorge Héctor San Esteban, Leandro Cufré (45′ Leonardo Ariel Mansilla), Gustavo Enrique Dueña (45′ Fernando Gatti); Pedro Antonio Troglio, Marcelo Gómez, Favio Fernández, Pablo Andrés Sánchez, Mariano Messera y Facundo Sava.

Colón: Joaquín Irigoytía; Jorge Alberto Bontemps, Alcides Victorio Píccoli, Héctor Rodríguez Peña, Dante Rubén Unali; Pablo Javier Ricchetti (57′ Pablo Morant), Diego Castagno Suárez, Esteban Valencia (45′ Claudio Marini), Javier Delgado; Claudio Enría (88′ Julio César Toresani) y Esteban Oscar Fuertes.

Goles PT: 5′(p) E.Fuertes (C); 14′ F.Sava (G); 22′ E.Fuertes (C); 33′ E.Valencia (C); 38′ L.Cufré e/c (C); 45′ F.Sava (G). (2-4)

Goles ST: 1′ P.Sánchez (G); 15′ P.Morant (C); 18′ y 30′ F.Sava (G); 40′ E.Fuertes (C); 45′(p) J.San Esteban (G).

Expulsado: 89′ Alcides Píccoli (C).

Dos goleadores de este encuentro aún están en actividad: Facundo Sava y Esteban Fuertes, eternos amigos del gol.

11 goles (17 partidos)

Para no extendernos demasiado, brindamos los resultados y goleadores solamente.

01/12/1968 – Vélez Sarsfield 11  Huracán (B.Blanca) 0

Goles: Omar Wehbe (5), José Luis Luna (4), José Demetrio Solórzano, Carlos Bianchi (VS).

05/08/1943 – Boca Juniors 10  Chacarita Juniors  1

Goles: Pío Sixto Corcuera (4), Severino Varela (3), Jaime Sarlanga (2) y Mario Emilio Boyé (B) – Mario Rodolfo Sierro (CH).

Aquí hubo un atenuante. Al marcar Boca su segundo gol a los 15′, debió retirarse lesionado el arquero Isaac López (Chacarita). El zaguero Ítalo Emanuelli cubrió la valla y a él le marcaron los ocho goles restantes.

11/08/1974 –  River Plate  10  Huracán (San Rafael) 1

Goles: Carlos Manuel Morete (3), Norberto Osvaldo Alonso (2), Víctor Rodolfo Marchetti (2), Ernesto Mastrángelo (2), Walter Horacio Durso (RP) – Juan Carlos Ureta (HSR).

20/11/1938 –  Independiente 9  Chacarita Juniors 2

Goles: Arsenio Erico (4), Antonio Vilariño (2), Juan José Zorrilla, Vicente de la Mata, Antonio Sastre (Ind) – Alberto Palomino y Juan Manuel Baigorria e/c (CH).

15/11/1941 – Newell’s  9  Lanús  2

Goles: René Pontoni (3), José Belarmino Cantelli (3), Mario Morosano, Atilio Ducca e/c y Juan Gayol (NOB) – Luis Arrieta y Héctor Luis Ingunza (L).

01/08/1954 – Rosario Central   9   Tigre  2

Goles: Juan Portaluppi (4), Antonio Hugo Zin (2), Antonio Gauna, Humberto Rosa y Oscar Massei (RC) – Juan Carlos Burgos y Ernesto Cucchiaroni (T).

07/10/1956 –  Rosario Central  9  Chacarita Juniors  2

Goles: Alberto Dolores Sánchez (2), Miguel Antonio Juárez (2), Oscar Mottura (2), Juan Alberto Castro (2) y Alberto José Ducca (RC) – Roberto Leonardo Brookes y Enrique Esquide (CH).

02/06/1940 – Lanus  8  Estudiantes L.P.  3

Goles: Luis Arrieta (5), José García (2), Alberto Lorenzo (L) – Angel Laferrara, Manuel Pelegrina (2) (E).

15/11/1970 – Kimberley (Mar del Plata) 8  Talleres (Córdoba) 3

Goles: Juan José Valiente (4), José Malleo (2), José Emilio Mitrovich, Salvador Catalano (K) – José López, Antonio Del Río, Roberto Rodolfo Cortéz (T).

06/12/1972 –  San Lorenzo (Mar del Plata)  8  Independiente (Trelew)  3

Goles: Norberto Eresuma (3), Juan Domingo Loyola, Hipólito Rojas, Alejandro Mascareño, Alberto Manicler e/c y Héctor Tomás Buyatti (SLMdP) – Jorge Bersán, Alberto Parsechián y José Luis Montero (Ind.).

El arquero Alberto Parsechián señaló dos goles en el Nacional de 1972, ambos de penal y fue el segundo de la historia luego de Eduardo Alterio (Chacarita) cuando le marcó a Tigre en 1931.

27/09/1931 – Racing Club  7  Independiente  4

Goles: Vicente Del Giúdice (3), Roberto Mellone (2), Alberto Fassora, Alfredo Devincenzi (R)

– Manuel Seoane, Roberto Porta, Felipe Cherro y Juan Ernesto Betinotti (I).

La mayor diferencia de goles entre «grandes» hasta el momento. Este fue el primer clásico de Avellaneda del profesionalismo.

19/06/1938 – Estudiantes L.P.  7  Chacarita Juniors  4

Goles: Angel Laferrara (3), Manuel Pelegrina (2), Sebastián Potro y José Gómez (E) – Alberto Palomino (2), Alberto Galateo y César Roggero (CH).

20/04/1941 – Lanús  4  Platense  7

Goles: Alberto Lorenzo (3), Luis Arrieta (L) – Florecio Arigós (5), Juan S. Prado y Roberto Orlando (P).

Al término de la primera etapa Lanús se imponía por 4 a 2, revirtiendo Platense el resultado en la segunda mitad. El goleador Florencio Arigós tuvo un paso muy breve por Platense. Entre 1940 y 1941 apenas jugó 17 partidos y marcó 12 goles, siendo hasta el momento el único que señaló cinco goles en un partido del «calamar» en primera división.

04/10/1936 – G. y Esgrima L.P.  6   Tigre  5

Goles: Manuel Fidel (2), Tomás González (3) y Pedro Lofeudo (GyE) – Eibar Ríos (4) y Juan Guardia (T).

Causa extrañeza ver que un jugador haya marcado cuatro goles en un partido y su equipo terminó derrotado, pero no es el único caso.

07/04/1940 – Lanús  6  Rosario Central  5

Goles: Alberto Lorenzo (3), Luis Arrieta (2) y José García (L) – Francisco Sosa (3), Ernesto Allende y Bernardo Vilariño (RC).

23/05/1940 – Racing Club  6  Lanús  5

Goles: Tiberio Godoy (2), Oscar Martín Larretchart (2), Enrique García y Delfín Benítez Cáceres (R) – Alberto Lorenzo, Luis Arrieta (3) y Jorge Grandín (L).

03/11/1940 – G. y Esgrima L.P.  6  Platense  5

Goles: Manuel Fidel (3), Daniel Cornelio Sabio (2) y Alberto Belén (GyE) – Enrique Amiano (2), Eduardo Oviedo, Florencio Arigós y Gregorio Esperón (P).

A los 47′ Felipe Marrero (Platense) le detuvo un penal a Roberto Scarone.

Goleadas no consideradas:

En la segunda fecha del Metropolitano de 1971, Independiente derrotó a Platense 11 a 1 como visitante en cancha de Chacarita. No consideramos este partido porque el equipo «calamar» presentó a último momento un conjunto de juveniles de inferiores ante la negativa de los profesionales de salir a jugar por problemas económicos.

Otra por las mismas razones sucedió en el torneo 1986/87 entre Argentinos Juniors y Talleres de Córdoba. Éstos, alistaron un equipo totalmente juvenil que cayó por 12 a 0.

Por haberse obtenido en condiciones anormales, no las hemos incluido en esta nota.

Dos goleadas en el ascenso (Primera B)

07/06/1942 – Rosario Central  12  Nueva Chicago  1

Goles: Waldino Aguirre (6), José Eduardo Martínez (2), Ernesto Vidal, Bernardo Vilariño, Constancio Claro Rivero y Angel De Cicco (RC) – Eugenio Bassino (NCH).

29/03/1958 – Nueva Chicago  9  Banfield  4

Goles: Norberto Calandria (4), Edgardo Jorge D’Ascenzo (2), Alberto Dacquarti (2) y Héctor Cambón (NCH) – Patricio Jofré (2), Raúl Miguel Graziolo y Rafael Amaya (B).

La mayoría de estos resultados se obtuvieron en las tres primeras décadas de nuestro fútbol. Tiempos de tácticas ofensivas que con el tiempo se fueron perdiendo. Todo se hizo más parejo y hoy dudamos mucho que vuelvan a repetirse con la asiduidad de entonces.




Carta abierta a Félix Martialay

A Félix sólo le puedo mostrar mi más profundo agradecimiento por todo lo que he podido aprender de él. Y sea este reconocimiento para un maestro en todos los sentidos que tan importante vocablo encierra.

Hace más de quince años que Félix y yo nos conocemos. Por entonces CIHEFE estaba dando sus primeros pasos tratando de equipar la investigación de la historia y la estadística del fútbol español a la misma altura de otras asociaciones que gozaban de gran reconocimiento en sus respectivos países. Algunos nombres importantes se acercaron para interesarse por lo que podían obtener de CIHEFE, mientras que los más modestos llegaban ofreciendo su colobaración sin ninguna pretensión. Un buen día Félix se puso en contacto personalmente conmigo: ¿cómo, se trabaja a destajo y no se cobra ni un duro? No fue suficiente para asustarle. Al contrario, a partir de entonces no se puede concebir la existencia de CIHEFE sin Félix. Supo interpretar desde el primer momento el espíritu que nos movía, se convirtió en ejemplo de trabajo e investigación para todos y su constancia sirvió de aliento para que la empresa no se difuminara en los días más adversos.

A lo largo de todos estos años nos hemos reunido en numerosas ocasiones con la excusa de hablar de fútbol. En esos encuentros he de reconocer abiertamente que siempre ha despertado mi admiración ante su inagotable capacidad de trabajo y su persistencia en la búsqueda de pruebas. Sus textos son una verdadera obra de artesanía donde los datos sostienen elaborados comentarios adornados de precisas ilustraciones, todo ello con singular acierto. Jamás le he visto escribir una frase con ligereza o improvisación. Sin ninguna duda, es el mejor historiador que existe del fútbol español y por ello es requerido por la IFFHS para cubrir la información de nuestro fútbol.

Aún así, hay un aspecto que pongo por delante de todos: la amistad que Félix me ha brindado. Una amistad basada en unos lazos de sinceridad, honradez, honestidad, respeto y afecto. Por eso, conociéndole, le pido perdón públicamente por haber escrito estas líneas sin su consentimiento. Es una carta abierta que me ha dictado el inmenso aprecio que siento por un verdadero amigo. Félix, recibe un fortísimo abrazo.

FelixMartialay2

Miembros del CIHEFE momentos antes de que Félix Martialay recibiera la insignia de oro de la RFEF. De izquierda a derecha: José Ignacio Corcuera, Ramón Moraleda, Félix Martialay, Víctor Martínez Patón y José del Olmo.




El Tucídides del fútbol español

Dicen los expertos que fue en el siglo VI antes de Cristo cuando surgió en el mundo occidental la idea de individualidad: en Grecia el hombre dejó de ser sólo parte de una raza o de un pueblo para reivindicarse a sí mismo como ser individual. El surgimiento de esta nueva convicción provocó en los hombres de aquel tiempo la necesidad imperiosa de saber quiénes eran: así estaba escrito a la entrada de Delfos, en una frase que ha atravesado toda la Historia: «conócete a ti mismo».

Fue en este siglo VI cuando Tales hizo su célebre viaje a Egipto y cuando su discípulo Anaximandro afirmó una intuición prodigiosa: el origen de todo es lo inescrutable. Es, en resumen, el nacimiento de la Filosofía. Ocurre sin embargo que el propósito de estos autores (al igual que del resto de los llamados presocráticos) estaba lejos de hacer Metafísica, sino que antes bien lo único que se proponían era hacer Física, esto es, estudiar el mundo que los rodeaba. Es por ello por lo que una de las tareas que llevó a cabo Anaximandro fue la de hacer un mapamundi.

Los hombres del siglo siguiente, herederos y cultivadores de esta filosofía, se dieron cuenta de que había un aspecto fundamental, descuidado hasta el momento, que les ayudaría a comprender quiénes eran: su pasado. Así lo entendieron los fabulistas jonios, el más famoso de los cuales es Hecateo de Mileto, que comenzaron a hacer las primeras investigaciones para desentrañar la verdad de entre todas las narraciones y cuentos que se conocían por lo menos desde época homérica.

Una generación después, en torno al año 440 a.C. Heródoto de Halicarnaso continuó la labor de Hecateo como investigador («histor») y creó la palabra «historia» para designar a esta nueva ciencia de la investigación del pasado. Heródoto hizo avanzar notablemente la ciencia historiográfica, sobre todo en la búsqueda de fuentes, pero, aunque crítico con él, fue incapaz de romper definitivamente con el mito, muy presente en sus nueve libros de Historia. Ese paso sólo conseguiría darlo, una generación más tarde, Tucídides de Atenas, magistral intérprete de las fuentes según un racionalismo en que sólo cabe el dato contrastado, sólo la conclusión lógica. Si, como es bien sabido, Tucídides es el padre de la historiografía moderna      , la del fútbol español tiene su propio maestro: Félix Martialay.

Explicar detalladamente la aportación de Martialay a la historia del fútbol español requeriría al menos una monografía, y hablar del personaje una colección de ellas. Podemos decir sin lugar a dudas que Martialay ha dedicado su vida al fútbol. Apasionado aficionado, pronto comenzó su producción, primero como periodista y después como historiador. Su profundísima cultura, inusual sentido común y agudísima inteligencia se mezclaron desde sus primeras páginas con un excelente estilo, a veces más cercano a lo literario que a lo periodístico. Ciertamente es capaz de mezclar magistralmente en sus obras periodismo y la historia, con una elegante prosa, cual Tucídides.

Su conocimiento y estudio de las fuentes es insuperable. Testigo de una gran parte de la historia de nuestro fútbol, su memoria sólo le sirve para saber cómo buscar documentos que prueben aquellas ideas preconcebidas que pudiera tener. Nunca se limita a una fuente, siempre busca todas las que están a su alcance para acercarse lo más posible a la verdad, el único principio que le mueve en sus investigaciones.

En los últimos veinte años su labor para la difusión de la historia del fútbol ha sido constante e incansable. Enumerar sus títulos nos ocuparía varias páginas, pero creo que entre ellos hay que destacar su «Implantación del profesionalismo y nacimiento de la Liga» y «Amberes, allí nació la furia española». Es probablemente en ellos donde Martialay ha escrito sus mejores páginas, donde más fruto ha conseguido dar a las innumerables fuentes consultadas, donde mejor ha demostrado cómo hacer un libro de historia del fútbol.

El empeño de Martialay no sólo se ha limitado a su brillante obra historiográfica, sino que ha formado y liderado a varias generaciones de investigadores e historiadores, con los que ha trabajado y colaborado en diversos estudios y a los que ha trasmitido todo su conocimiento y genialidad e inculcado sólidos valores.

Libros de fútbol se han escrito en España al menos desde los años veinte, pero sus autores no pasan de ser como aquellos primeros fabulistas jonios, narradores de historias más o menos fantásticas: nunca fue tan imitado Hecateo de Mileto como en el fútbol español. Félix Martialay, sin Heródoto en el que apoyarse, se ha convertido en el verdadero Tucídides de la historiografía deportiva en España, y por ello es digno merecedor del homenaje que la RFEF le rendirá en próximas fechas.




Gracias, Félix

Félix tenía un gran defecto: No dejaba nunca pagar a nadie cuando comía acompañado. De todas las veces que he comido con él, que tampoco fueron desgraciadamente demasiadas, siempre me dio las vueltas para adelantarse a la hora de abonar las consumiciones pertinentes. Félix era gran amigo de sus amigos y de sus no tan amigos. Suena típico y recurrente decirlo ahora que ya no está, pero es que en este caso es la pura y simple verdad: era un buen hombre y un gran señor.

Decía Félix, en una muestra de su inmensa humildad,  que la vida nos va decantando en diversas escalas, pero que él ni había entrado en la escala ni de los héroes ni de los protagonistas. Y apostillaba siempre con la pregunta de qué sería del teatro griego sin la presencia del coro, lugar éste dónde él se ubicaba, en una clara muestra de su escaso afán de protagonismo. Estoy seguro de que allí donde esté ahora mismo nos mirará y pensará «estos gilipollas están perdiendo la cabeza con tantas dedicatorias». Lo estoy viendo.

Hay personas que pueden hablar mucho y más sobre su figura, pero si a alguien que entienda de fútbol se le pregunta por quién es la máxima autoridad en la historia española de este bello deporte es obvio que responderá Félix Martialay. Con eso queda todo dicho.

Se nos ha ido el referente, la máxima figura; pero el legado que nos ha dejado no puede más que significar su clara voluntad de que continuemos en este proceso semi interminable de investigar la historia del fútbol español. En esas nos tendrás, querido amigo, no te quepa duda alguna.

Sé que no te gustaría tanta pomposidad y que nunca fuiste de halagos innecesarios y alabanzas exageradas, aunque las mereces sobradamente más que algunos idiotas que van por la vida mirando a los demás por encima del hombro. Así que lo único que puedo decirte de corazón es que gracias, Félix, gracias por lo que me enseñaste en tan poco tiempo.




Adiós a un maestro, adiós a un amigo

¿Cómo conocí a Félix Martialay?

Gracias a los boletines de CIHEFE.

Andaba yo en otras cosas futbolísticas más que en la investigación cuando decidí darle a esta un poquito más de tiempo. ¿Por donde empezar? Por nuestros boletines. Y ahí aparece una lista de nuevos asociados a los que no conocía siendo algunos de Madrid. Tenía conocimiento de Félix pues en mi biblioteca había alguna obra suya, con foto incluida, lo cual me facilitó aún más el contacto con él.

Durante un tiempo estuve coincidiendo en la misma sala de la Hemeroteca Municipal pero nunca llegué a abordarle, por no molestarle, por pensar que me iba a mandar a hacer puñetas…qué se yo, cada uno es como le parieron. Ante estas autodificultades decidí enviarle una carta, nada menos que de dos folios por ambas caras, lo recuerdo perfectamente. Pensé que diría ¡vaya coñazo de tío! (estoy seguro que lo pensó de todos modos) pero al menos me evitaba el trago de que me lo dijese en la cara. Pues el buen hombre se la jugó y me llamó por teléfono a casa quedando en conocernos en la próxima ocasión que coincidiéramos en la Hemeroteca. Así fue.

A raíz de este encuentro no volví a «desaparecer» de la escena «cihefera», lo cual tengo que agradecerles tanto a Félix como a Víctor Martínez que son los personajes que me engancharon más que nada con su amistad.

Quedar en la Hemeroteca Municipal para coordinarnos en los exitosos proyectos que nos hemos ido poniendo por delante era el primer paso. Ahí comenzamos a cimentar nuestra amistad a la vez que un grupo de trabajo que, junto a amigos de otros lugares de España, nos ha traído hasta donde estamos. De momento.

Me vienen a la mente la comida más lejana en el tiempo que recuerdo, la de la cafetería Manila, en la calle Goya. Recuerdo que nuestro presidente, Del Olmo, estuvo presente. ¿Moraleda? No recuerdo a nadie más.

Y aquella ocasión en que nos juntamos un nutrido grupo de historiadores en una rancia cafetería de la calle Alberto Bosch, junto al antiguo local de la RFEF. Primer gran intento de hacer algo grande en España.

Y que decir de las entrañables comidas del día 28 de diciembre en los últimos años. Invitados a comer siempre por Félix, que era el que «soltaba la tela» después de habernos puesto morados y comer estupendamente en Casa Juan.

En todos estos encuentros siempre era Félix quien llevaba la voz aglutinadora, quien deseaba que nos uniéramos para pasar un buen día y no nos preocupásemos más que de eso.

En los últimos años he tenido la oportunidad de pasar unas horas a la semana en su despacho de «La Nación», charlando de fútbol y otros temas que surgían, colaborando para poder construir ese gran edificio que tenía en mente y que este ingeniero no ha podido finalizar, y no será porque no le puso el alma. Hablo de su última gran obra «El fútbol durante la guerra».

Te ofrecía su ordenador y sus archivos como si tal cosa. Cualquier cosa que le pidieses te la ofrecía sin más.

Para mi ha sido un gran amigo y un maestro. Si, un gran amigo, a pesar de la diferencia de edad.

Félix, yo clara. Y más ná.




Las tres vidas de Félix Martialay

Hace tiempo escuché que en la vida raramente somos cuanto deseamos ser, sino lo que buenamente nos dejan. Tan pesimista sentencia puede sintetizar el retrato de no pocos congéneres, pero ni remotamente definiría a Félix, puesto que al menos vivió tres vidas. O si se prefiere, construyó tres carreras por demás sólidas, cada una de las cuales colmaría muchas existencias.

Primero, y hasta despedirse voluntariamente del Cuerpo de Ingenieros con el grado de coronel, fue militar. Después periodista, fundador de cine-clubes, crítico cinematográfico múltiples veces premiado, director de documentales, profesor universitario de Historia del Cine y fundador de uno de los referentes europeos en publicaciones sobre el séptimo arte durante los años 60. Y por fin fecundo, escrupuloso y muy didáctico historiador de fútbol. Yo le conocí en esta última faceta, y al margen de su profunda sapiencia, enorme capacidad de trabajo y acreditado sentido de la amistad, nunca dejó de admirarme su extrema modestia, traducida en una constante obsesión por quitarse méritos.

Recuerdo que, hallándose enfrascado en su monumental obra sobre el Fútbol durante la Guerra Civil -unos 6.000 folios de cuidadosa y analítica reconstrucción-, solía animarle en la medida de mis posibilidades tirando del: Por fin tendremos la auténtica historia del Euskadi en México, y su abrupta disolución. Aduciendo, claro, a los abundantes errores, inexactitudes y visiones sesgadas de cuanto hasta entonces se había publicado al respecto, a veces sin más soporte que una suma de recuerdos personales, rebozados en 40 años de lejanía. Él respondía con un lacónico: «Veremos hasta donde llego». Cuando tuve en mis manos el tomo relativo a las Federaciones Vizcaína y Guipuzcoana, no sólo habían desaparecido numerosos agujeros negros o caído por su peso varios mitos, como el de la furtiva deserción de Gorostiza desde Barbizon, a espaldas de sus compañeros, sino que al rescatar las memorias inéditas de uno de los comisionados por la Federación Española de San Sebastián para ofrecer la repatriación a todo el equipo, quedaba viviseccionado, con toda su crudeza, el miedo cerval del «león bilbaíno» Roberto, al avistar la frontera irunesa en su retorno, acompañado por Guillermo Gorostiza y el masajista Perico Birichinaga. Luego de mi calurosa enhorabuena, quise saber cómo se las había arreglado para dar con tan esclarecedor manuscrito. Y él se limitó a asegurar: «Pura cuestión de suerte».

Esa suerte no había surgido al doblar el primer recodo, sino después de muchas vueltas y revueltas, tras golpear en vano incontables portones cerrados, volviendo a andar el camino que otros recorrieron antes con peor paso y menos pericia. Pero es que para Félix, la meticulosidad y el trabajo bien hecho no eran merecedores de aplauso, sino simple obligación autoimpuesta.

Cierta vez le oí lamentarse sobre sus muchas lecturas, de las que no había podido extraer todo el jugo por puro y simple desconocimiento. «Ahora -decía-, ahora es cuando debería volver a releer todo aquello. Cuando podría entender más cosas, al haber ido formando mi propio rompecabezas». Y lo aseguraba alguien capaz de desmentir el supuesto viaje a México de García de la Puerta durante la Guerra Civil, desmenuzando en qué checas había pasado esos años, por un motivo tan estrafalario como haber mostrado a unos milicianos, entre su documentación, el recordatorio de la primera comunión. El mismo que recitaba cómo, cuándo, a impulso de quién y en medio de qué sanciones, quedó instaurado el profesionalismo futbolístico en España. O con qué tesón el presidente del Arenas de Guecho, entonces club señero y hoy modesta entidad de 3ª División, se las arregló para poner en marcha el Campeonato Nacional de Liga hace 80 años, venciendo todo tipo de obstáculos.

Aunque él no quisiera reconocerlo, era un tipo muy grande. No sé si más como persona que como historiador de fútbol, por mucho que resultara difícil, pues en tal faceta, en «la tercera de sus vidas», creo, honestamente, ha sido de largo figura con más calado y empaque. Gracias a sus libros y artículos, antes de conocerle personalmente, varios, por no decir casi todos cuantos hoy componemos CIHEFE, dimos el paso definitivo de aficionados, a voluntariosos compiladores de cuanto tiene que ver con la historia de nuestro fútbol. Con toda la modestia y deficiencias que se quiera, de acuerdo, pero como mínimo con una voluntad imitadora de la suya: a prueba de casi todos los desencantos.

Le voy, le vamos a echar de menos. Aunque pensándolo bien, los hombres como Félix nunca se nos van del todo. Y no porque vayamos a recordarlo a través de sus libros, impagables como referente o punto de partida hacia nuevas singladuras por el mar de la Historia. Simplemente, porque desde donde quiera que esté continuará junto a nosotros.

Como siempre, gracias y un fuerte abrazo, amigo y maestro.




En memoria de Félix Martialay

Yo que no soy un gran entendido en el séptimo arte, supe de Félix Martialay cuando éste se aventuró en la historia futbolística, aunque muchos de sus trabajos deportivos me pasaron inadvertidos, hasta que hizo la presentación de unos capítulos sobre la historia del fútbol español que Televisión Española emitió en vísperas de un Campeonato de Mundo. No obstante, hasta finales de los noventa en que recibí como regalo de Reyes un ejemplar de «Las grandes mentiras del fútbol español» no advertí que aquello era algo diferente y lo confirmé con la posterior lectura de «Implantación del profesionalismo, y nacimiento de la Liga». Acostumbrado a rebuscar datos futbolísticos entre la quincallería editorial, inmediatamente observé, entre la amenidad de sus líneas, que los datos que aportaban estaban totalmente documentados, en contraste con la banales, partidistas y escasamente veraces historietas que desde unos años antes habían comenzado a proliferar al amparo de acreditados nombres y editoriales con escasa ética o gran ignorancia en el ámbito futbolístico.

Por aquellos días tenía muy maduro mi proyecto, iniciado muchos años atrás, de hacer un relato minucioso y documentado sobre la historia del fútbol español que requería varios tomos. Había sabido de la existencia de CIHEFE y mediante algunas indagaciones pude concertar una entrevista en la madrileña sede de la Real Federación Española, entonces en Alberto Bosch, donde le conocí personalmente y tuve la oportunidad de hacer un relato minucioso de mi idea editorial, sobre el cual me ofreció su total apoyo. No me decepcionó.

A partir de entonces no ha habido viaje a Madrid, y han sido muchos, que no estuviera acompañado de dichos encuentros y las inevitables tertulias del Jameni en las cuales se fueron estrechando nuestros lazos de amistad y colaboración mutua, reforzada con periódicas llamadas telefónicas y habituales «e-milios» algunos de los cuales encerraban laboriosas búsquedas de información, revisión de datos y un sinfín de intercambios futbolísticos, y para mi fue un verdadero placer colaborar en la medida de lo posible a su prolífica obra, destacando entre ellas los trabajos dedicados a las selecciones nacionales y lo que considero su gran broche póstumo a la cual dedicó todo su empeño y muchos años: «El fútbol en la guerra» una extensa obra, todavía inédita, que espero pronto vea la luz.

Ha sido sin duda un duro golpe y una gran pérdida para los historiadores futboleros. Y para mi, además inesperada, porque a pesar de haber echado en falta su habitual llamada telefónica que precedía a sus anuales vacaciones, le creía solazándose junto al Mediterráneo. Siempre decía que cuando llegaba San Blas yo siempre aparecía por Madrid,  como las cigüeñas, y con un libro nuevo bajo el brazo. Lamentablemente no todo será como en los últimos años, pero siempre me quedará el honor de haber podido departir con un maestro culto, educado y sociable.




Gracias por ponérmelo tan difícil

Siempre he sido muy perezoso para escribir, pero nunca había tenido que escribir algo tan duro como esto: se ha muerto Félix Martialay.

Hace días que debía haber escrito estas líneas y no he sido capaz ni siquiera de sentarme delante del ordenador. He escrito algunas notas sueltas en papeles que iba encontrando por ahí en los momentos más variados, pero no me he atrevido a sentarme a juntar esas notas.

No he llorado probablemente porque una vez leí a don Félix que él no había llorado por su padre ni por su abuelo, pero enfrentarme a este texto me pone muy difícil igualar a don Félix.

No le veo sentido, no tiene sentido. Hace días que ha muerto y sin embargo casi todos los días he pensado en llamarle para comentarle cualquier chorrada; o se me ha pasado por la cabeza pasar a saludarle a La Nación.

Ahora es de noche, muy de noche. No quiero escribir, pero sé que es lo menos que puedo hacer por quien prácticamente lo hizo todo por mí. Lo único que voy a perdonarme es el desorden, tengo notas sueltas e ideas sueltas, pero no me veo capaz de darles coherencia. Porque no cabe buscarle coherencia a la incoherencia más grande: se ha muerto don Félix.

Hojeaba hace unos días un libro que me regaló el día que lo conocí. No pusimos la fecha, pero pude reconstruirla con cierta precisión: debió de ser a primeros de agosto de 1996. Yo solo tenía catorce años y como don Félix me puso en la dedicatoria, era un alevín de investigador. Fue en la federación, en la antigua sala de prensa que después pasó a ser centro de operaciones de Camacho. Hablo de Alberto Bosch, claro. Yo aparecí ese día con un amable gaditano que estaba escribiendo la historia del Cádiz. Debimos de quedar a las cuatro y yo puntual a la puerta de la RFEF, apoyado en un coche, vi pasar a un señor mayor al que recuerdo sonriente pero firme. Recuerdo muy bien la primera imagen que tuve de don Félix. El gaditano Ángel Lebaniegos llegó más de media hora tarde y cuando pasamos don Félix dio por hecho que yo era hijo del gaditano. Solo al final le expliqué que no y me dio su teléfono y me ofreció su ayuda. Quizá él mismo no sabía para qué podía yo necesitarla, no era más que un imberbe estudiante de segundo de BUP, pero me la ofreció. Su teléfono lo apunté pero solo por no parecer descortés, porque me lo aprendí de memoria según él lo decía. Y cada una de las llamadas que le hice en estos trece años me repetía a mí mismo en alto o en bajo el teléfono de la manera como él me lo había dicho aquel día, agrupando primero cuatro números y después tres.

Recuerdo que no acababa de entender a ese señor. Intenté leer su libro pero era incapaz, porque el libro tenía más que mucho nivel para mí. Y sin embargo había sido extremadamente amable conmigo. Años después entendí que no es que esa fuera la grandeza de don Félix, sino que esas eran sus dos grandezas: no solo era el mejor historiador del fútbol español sino que era el hombre más generoso que he conocido nunca.

Ahora hago cuentas y quizá fue el 9 de agosto de 1996 cuando conocí a don Félix. Él siempre era fiel a los viernes y ese año el 9 fue viernes. Pero también pudo ser el 16, pronto se iba a Benidorm.

Recuerdo mi primera paella en Benidorm con don Félix. Puestos a no entender nada el maestro de historiadores me invitó a una paella en un restaurante que se llamaba La Zarzuela, en la cala de Finestrat. Fue dos años más tarde, y tan no me lo podía creer que en la foto que nos hicimos aparezco mirando para otro lado.

Fue después de un verano que pasamos juntos trabajando en La Nación. Don Félix tenía muchos recortes guardados pero quería tirar parte de ellos. Y no solo me pidió que le ayudara, sino que me dio la confianza para tomar la decisión de qué valía y qué no. Supongo que no era más que una ilusión y él lo repasaba todo, pero eso lo hacía todavía más generoso: me estaba enseñando qué valía y qué no valía. Y entre recorte y recorte me hablaba de Historia, de cine, de fútbol, y hasta de la vida. Él hablaba, quizá sin darse cuenta de que lo suyo eran siempre lecciones magistrales.

De fútbol me ha enseñado mucho, al menos tanto como he sido capaz de aprender. Pero lo mejor que me ha enseñado don Félix es cómo debe ser un hombre. Porque los tiempos no cambian; como él decía, sigue haciendo frío en invierno y calor en verano, y aunque los hombres se empeñen en cambiar «eso solo son mandingas». Él me ha enseñado qué es el honor, qué es el patriotismo, qué es la generosidad. ¡Cuántas horas le dedicó don Félix a explicarme todo esto! Me acuerdo ahora de aquel bar de la calle de Alcalá, próximo ya a Goya, al que fuimos durante un tiempo al salir los viernes de la federación y que don Félix llamaba «el muro de las lamentaciones». Es tremendo, su humor me hace sonreír incluso ahora, que paso uno de los momentos más difíciles de mi vida. Esa vida que me explicó don Félix en el muro de las lamentaciones.

Y cuando pienso en eso vuelvo a no verle sentido. Y eso vuelve a hacer más grande a don Félix y a hacer más pequeño cualquier agradecimiento que yo pueda ofrecerle. Corcuera dice que Martialay ha vivido tres vidas, pero ni siquiera esas tres me bastarían a mí para agradecerle todo lo que ha hecho por mí.

Además me enseñó qué era la Historia, para poder ser historiador del fútbol. Recuerdo que el día que conocí al presidente Villar le dije esto mismo y se quedó sorprendido. ¡Cuántas veces he dejado sorprendida a gente usando palabras y frases de don Félix!

De las notas que he ido tomando estos días antes de ponerme a escribir todavía no he usado ninguna. Me vienen tantas ideas, tantos recuerdos que solo tengo que ser capaz de escribir. La ventaja de ser tan joven es que los trece años que he vivido con don Félix son casi la mitad de mi vida, y es muy difícil ordenarlo. Pero tampoco tengo ningún interés, si mi redacción es incoherente mejor, sería estúpida la coherencia hablando de lo más incoherente posible: ya no voy a volver con don Félix al muro de las lamentaciones.

Y tanto como escribir estas líneas me costará volver a su oficina de La Nación, y a comer en el restaurante de Jacinto. Qué curioso, uno de los momentos en los que más me ha costado contener las lágrimas fue precisamente cuando vi a Jacinto en el funeral.

Cuánto le quería, don Félix, cuánto le quería.

Los datos están todos por ahí, así que tampoco los voy a buscar ahora. El caso es que me hice historiador porque don Félix me hizo historiador. No solo dedicó miles de horas a enseñarme, sino que me dejó trabajar codo con codo con él en multitud de ocasiones. No sé cuántos libros y no sé cuántas bases de datos. Pero ahí están. Y siempre había algo nuevo que poder enseñarme, y algo nuevo que me enseñaba.

Varias veces le propuse que firmáramos un libro juntos. Seguro que tengo por ahí un correo suyo que recuerdo muy bien en que me decía algo así como «leche, pues busca algo que podamos escribir juntos». Cuando lo encontramos fueron los malos mengues los que nos lo impidieron, según él mismo dijo. Y ya no tuvimos oportunidad.

He dejado de escribir unos cuantos minutos. Necesitaba preguntarme una vez más si todo esto es verdad o no. Y pensaba que precisamente es una de las cosas que más me ha enseñado Martialay: el amor por la verdad. A la verdad por encima de todo y de cualquiera, la verdad perfecta, como decía aquella pegatina que me regaló hace años: no querer ser perfecto es un delito. Es de san Jerónimo, creo recordar.

También me enseñó la importancia de la violencia, y cómo la violencia puede ser buena si se utiliza para defender algo bueno que no puede ser defendido de otra manera. Y eso ocurre muchas veces. La verdad, por ejemplo, hay que defenderla aunque haga falta la violencia, aunque sea peligroso defenderla, aunque puedas jugarte la vida por ella. La mentira es lo más sucio que existe, y la mentira en la Historia para engañar a los conciudadanos una de las actividades más abyectas que cabe imaginar. Y engañar en la historia del fútbol para crear influencias políticas algo de pobre gente a la que hay que liquidar, dialécticamente al menos.

Una de las primeras notas que escribí cuando me enteré de su muerte decía «qué difícil me lo has puesto». Creo que es la primera vez que lo tuteaba y no puedo ni sospechar por qué lo hice. Pero qué razón llevaba, qué difícil me lo ha puesto. No he conocido a nadie tan generoso como él, no he conocido a nadie tan trabajador como él, no he conocido a nadie con principios tan sólidos como él, no he conocido a nadie como él. Y como hablaba con nuestro querido amigo Del Olmo, ni volveremos jamás a conocer a nadie como don Félix. Él me trataba como su discípulo y por mucho que a mí me diera mucho orgullo presentarme como su discípulo la responsabilidad es enorme, brutal.

Pero si alguien me ha enseñado que hay que vencer el miedo es don Félix, y que precisamente afrontar esa responsabilidad que me ha dejado es lo menos que puedo hacer por él, por su memoria, por tantos miles de horas que me dedicó. La responsabilidad es enorme, brutal. Pero, don Félix, muchas gracias por ponérmelo tan difícil. Jamás podré olvidar lo difícil que me lo ha puesto.

Un abrazo muy fuerte, maestro, amigo, un abrazo muy fuerte.




Félix no nos ha dejado

El rigor de las leyes naturales nos da estos golpes que nos hacen invocar al Absurdo como única respuesta. Son momentos en que nos planteamos el sentido de la vida, el valor de los actos y la integridad de las personas. ¿Qué queda de una vida?

Félix no nos ha dejado. Ha fallecido, sí, pero Félix no nos ha abandonado. Sigue presente entre nosotros porque marcó un referente y lo compartió con todos los que hemos podido ser sus amigos. Nos lo ha transmitido y nos lo ha dejado impreso en nuestro espíritu.

Impresionante como persona. En este mundo donde las relaciones humanas son complicadas, donde la ambición y los intereses se confunden con las intenciones y deseos, Félix mantuvo siempre un comportamiento modélico. Honesto, honrado, transparente. Firme, recto, consecuente. Respetuoso, receptivo, comunicativo. Habiendo estado en los despachos de los más altos cargos jamás perdió su humildad. Trató por igual, con el mismo respeto, al patrón que al aprendiz.

Si hay que ubicar a Félix en un modelo de hombre dentro de la escala del tiempo, el mejor período es el Renacimiento. Cual contemporáneo Garcilaso, militar fiel hasta la muerte por sus ideales, desarrollaba la sensibilidad más profunda, cultivada a partir del conocimiento de la Historia, la Literatura, el Cine. Y falto de prejuicios intelectuales, trasladó su saber al Fútbol. En sus trabajos combinó su investigación de rigor histórico con una prosa elegante y contundente. Un maestro.

Y los maestros nunca se van. Por eso, Félix no nos ha dejado. Cada vez que tratemos algún tema de la historia de nuestro fútbol aparecerá Félix. Siempre consultaremos el legado de Félix para poder proseguir nuestro trabajo.

Insustituible, inolvidable. Félix sigue con nosotros. Es nuestro referente.

Es mi amigo.




La Copa Príncipe de Asturias

Una de las primeras iniciativas tomada por la Real Federación Española de Fútbol, tras su constitución el 1 de septiembre de 1913, fue promover la creación de un campeonato de selecciones regionales que serviría como escaparate para ver en acción a las mejores figuras del momento y asentar las bases para la formación de una selección española que pudiera competir con otras de su entorno internacional. La idea había partido unos meses antes de la unificación, cuando Juan Padrós Rubio ostentaba la presidencia federativa y Arcadio Padín, como miembro de su Comité directivo, fue a Palacio a solicitar del Monarca Don Alfonso XIII la concesión de una copa de plata para ser entregada al vencedor, con la promesa añadida de que sería el mismo Infante Don Alfonso quien la entregara, y siempre que se lograra poner fin al pleito que estaba a punto de hundir las estructuras futbolísticas del país. La Copa Príncipe de Asturias fue uno de los torneos que más grata e imperecedera memoria dejaron en la afición, con el añadido del apasionamiento del público por el siempre latente regionalismo hispánico, pero que el egoísmo de los clubes y las rencillas locales no permitieron arraigar en nuestro país. Justo es consignar que era éste uno de los mejores momentos de nuestro fútbol y de haber perseverado en aquel laudable propósito, el torneo hubiera llegado a ser una de las pruebas más brillantes del calendario español.

La primera edición de esta competición se celebró del 10 al 14 de mayo de 1915 en Madrid, y más concretamente en el campo vallado que el Athletic Club tenía entre las calles de Narváez y O’Donnell, donde concurrieron las selecciones de Cataluña, Centro y Norte. Al partido inaugural entre catalanes y castellanos acudió SM el Rey Alfonso XIII, quien durante el descanso departió con los jugadores, venciendo los catalanes por 2 a 1, con goles, todos en el primer tiempo, a cargo de Alcántara, Baró y René Petit, éste para los anfitriones. Dos días después entró en liza la selección Norte, y con un solitario gol de Legarreta se impuso a Cataluña, que jugó mejor pero careció de acierto. Finalmente se enfrentaron las selecciones de Centro y Norte, que empataron a un tanto, adelantándose los vascos, tras el descanso, con un gol de Patricio, neutralizado poco después por Santiago Bernabéu. René Petit falló un penalti que hubiera hecho justicia al mejor juego de los castellanos, que en el Norte lo atribuyeron a que no jugó Pichichi y que el campo no era de hierba. De todos modos el partido fue formidable y a los vascos les sirvió el resultado para llevarse la copa, aunque según la prensa, no fueron ellos los mejores. Ni mucho menos.

Al año siguiente se celebró de nuevo la competición, que no alcanzó el éxito deportivo y la brillantez de la anterior. La Selección Norte no pudo participar al no tener equipo completo por las discrepancias federativas que mantenía con la Real Sociedad, motivadas por el polémico desenlace del Campeonato Regional, quedando circunscrita la participación a un mano a mano entre las Selecciones de Centro y Cataluña. Se disputó esta nueva edición en el mismo escenario que la anterior, con un doble enfrentamiento entre ambos equipos, jugándose el primero de ellos el 11 de mayo con victoria catalana por 6 a 3, después de mostrar una total superioridad sobre una decepcionante selección local y alineándose con: Gibert; Pakán Armet, Sampere; Salvó, Casellas, Prat; Armet Kinké, Monistrol, Quevedo, López y Raich. Centro jugó con: Cárcer; Erice, Carruana; E. Aranguren, René Petit, Sócrates Quintana;  Ricardo Álvarez, Santiago Bernabéu, Uribarri, Larrañaga y De Miguel. Ante la ausencia de los vascos, dos días después se repitió el encuentro, resultando éste mucho más competido y con ligera superioridad local, pero el empate a dos final permitió a Cataluña llevarse el trofeo.

La tercera edición del torneo volvió a sufrir la ausencia de la Selección Norte, cuya Federación atravesaba un periodo convulsivo entre los equipos de Vizcaya y Guipúzcoa que acabaría provocando el cisma. En cambio la recién creada Federación de Cantabria envió su representación a Madrid para competir con Centro y Cataluña. Estas dos selecciones abrieron la competición el 9 de mayo de 1917, también en el terreno de O’Donnell, con un equitativo empate a dos goles, posteriormente los representantes catalanes se impusieron a los cántabros por un apretado 1-0 y dos días después Centro también derrotó a Cantabria por 3-2, haciendo necesario un partido de desempate entre la selección local y Cataluña, ya que ambos se encontraban empatados a tres puntos. El decisivo choque se disputó el día 15 y en él la selección central venció a su rival por 2 a 0, logrados en la segunda parte por medio de Mieg y Agüero, pero antes del final, el árbitro señor Ruete, anuló un gol a los catalanes, que fue protestado con muy malos modos por parte de sus jugadores, quienes dando muestras de antideportividad se retiraron del terreno de juego entre abucheos del público.

Después de tres ediciones disputadas de la Copa Príncipe de Asturias, los resultados no habían cubierto las expectativas generadas en la competición. La intransigencia de los clubes a permitir la cesión de sus jugadores provocaba que fueran escasas las federaciones que podían reunir un equipo completo para participar, y cuando ello se conseguía tampoco se podía decir que estuviera integrado por los mejores jugadores de la región. Por otro lado, la incompetencia de algunos dirigentes federativos y el calendario de la competición que permitió que esta última temporada se jugase el torneo en las mismas fechas que la final del Campeonato de España -cosa que impidió a la Selección Centro contar con los mejores jugadores del Madrid y a los vascos les hubiera dejado sin la aportación de sus campeones, el Arenas Club- había motivado que el torneo perdiera el esplendor de las dos primeras ediciones. Tampoco la idea de conformar una selección nacional, para competir con otros países, había sido posible porque el conflicto bélico mundial que se estaba radicalizando impedía los contactos deportivos internacionales. Así las cosas, en enero de 1918, los clubes propusieron a la Federación Nacional la supresión de la competición y en su lugar fuera ofrecido el trofeo para la celebración de un Campeonato de España de Segunda Categoría, propuesta que fue aceptada para ponerla en práctica a partir de la siguiente temporada. Por consiguiente, la edición que se disputó en Madrid los días 20 y 23 de enero de ese mismo año, iba a ser la última en esta primera etapa. Tomaron parte las selecciones de Centro y Cantabria, aunque poca historia dieron de sí los partidos por el escaso interés que despertaron en la afición. Los castellanos ganaron ambos encuentros -por 3 a 2 el primero y por 3 a 1 el segundo- y se proclamaron de nuevo campeones.

Dos años después se celebraron los Juegos Olímpicos de Amberes, donde el equipo español de fútbol logró en su bautismo internacional la medalla de plata. Para defender el éxito conseguido y de cara a la preparación de la selección española para los Juegos de París en 1924, la Asamblea Nacional acordó en su reunión del 20 de julio de 1922, restablecer la Copa Príncipe de Asturias como base para la composición del equipo, volviendo a tener la propuesta, en principio, una excelente acogida entre los clubes y los aficionados, aunque estos ánimos aumentasen o disminuyesen según el lado que favorecían los éxitos.

Participaron en esta nueva edición las ocho federaciones regionales inscritas en la Nacional. El 12 de noviembre de 1922 se inició la competición enfrentándose en el terreno del Molinón las selecciones representativas de Asturias y Vizcaya en partido de cuartos de final, acabando el encuentro con empate a un gol, cosa que obligó a jugarlo de nuevo dos días después en el mismo escenario y con idéntico resultado final, pero después de dos prórrogas los asturianos acabaron imponiéndose por el tanteo de 4 a 3. El día 19 de ese mismo mes se disputaron los otros tres partidos de cuartos. En el terreno irunés de Amute, Cataluña eliminó a Guipúzcoa venciéndole por 3-0, con goles de Samitier, Gracia y Martí, destacando la negativa del portero Agustín Eizaguirre de defender la portería de los vascos y la sanción de tres meses de inactividad que le impuso su equipo, la Real Sociedad. En Coya, la Selección de Galicia derrotó a la de Centro por 4-1 después de un sensacional partido, con goles para los vencedores a cargo de Chiarroni, Polo, Pinilla y Ramón González, haciendo Monjardín el momentáneo empate de los castellanos. Y en el terreno valencianista de Algirós, en medio de una enorme expectación, la Selección Sur, compuesta íntegramente por jugadores del Sevilla FC se clasificó para semifinales derrotando a la de Levante por 2-1, marcando Kinké y León los goles andaluces y Cubells el único válido de los locales.

Los partidos de semifinales se jugaron el 14 de enero, con victoria de Asturias sobre Cataluña en El Molinón gracias a un solitario tanto de José Luis Zabala en el último minuto; y en la otra eliminatoria, jugada en el campo de la Reina Victoria de Sevilla, la Selección de Galicia, formada con jugadores del Vigo y del Fortuna, venció con claridad a la de Andalucía por 4-1, marcando Kinké el tanto local y Ramón González (2), Polo y Chiarroni para los gallegos. En este partido se malogró el portero sevillista Larrumbe al recibir de forma fortuita un balonazo que le provocó la fractura de músculos abdominales, siendo por ello operado y quedando casi inútil para la práctica de cualquier deporte.

Galicia y Asturias quedaron clasificadas para la final, jugándose ésta el 25 de febrero en el campo de Coya, en medio de un gran ambiente y ante gran cantidad de público. Apenas comenzar, Balbino adelantó a los gallegos, pero poco a poco se fue imponiendo la selección de Asturias, que empató por medio de Meana y tras el descanso sentenció con dos goles de Zabala, pese a jugar con inferioridad por expulsión de Corsino. Al final 1-3 y Asturias que se alzó con el título de campeón, alineando a Óscar; Germán, Comas; Bango, Meana, Corsino; Aman, Bolado, Zabala, Barril y Argüelles. Por parte gallega jugaron: Isidro; Otero, Pasarín; Queral, Torres, Hermida; Reigosa, Balbino, Chiarroni, Polo y Pinilla. Pese a la derrota, achacada a la ausencia por enfermedad de su goleador Ramón González, los aficionados vigueses quedaron muy complacidos con la actuación del equipo en la competición. Tanto que al final de temporada acogieron con tremenda ilusión la idea propuesta por Manuel de Castro, el crítico que popularizó el pseudónimo de Hándicap, de fusionar las dos entidades rivales, Vigo y Fortuna, para lograr un team poderoso que pudiera competir con éxito frente a los potentes equipos españoles. El 23 de agosto de 1923 nació el Celta de Vigo.

A la temporada siguiente se disputó una nueva edición -la sexta- de esta competición, que no alcanzó el éxito de la anterior, por lo cual, cumplida la misión de servir de base para formar el equipo nacional olímpico y después del fracaso español en París, acabó por suprimirse definitivamente según acuerdo adoptado por la Asamblea Nacional del 26 de junio de 1924. Las eliminatorias eran las mismas del año anterior y también sus participantes, jugándose ahora en campos contrarios, a excepción del duelo entre Levante y Sur, que se jugó el 11 de noviembre en Mestalla, donde volvieron a imponerse los andaluces, que se adelantaron con dos goles de Brand y Kinké, neutralizados luego por Cubells, siendo finalmente Spencer quien estableció el 2-3 definitivo. Una semana después en San Mamés, Vizcaya se tomó la revancha y eliminó a los campeones derrotándole por 4-2, con dos goles locales a cargo de Carmelo y Laca y por parte asturiana de Bolado y Zabala, decantando la victoria los vascos tras el descanso con otros dos tantos de Travieso. El día 25 se completaron los cuartos de final con la clasificación de la Selección Centro tras su victoria sobre Galicia gracias a un gol de De Miguel, en un Stadium madrileño totalmente encharcado y bajo un tiempo infernal. Al mismo tiempo en Les Corts, Cataluña se imponía por 2-1 a Guipúzcoa en un partido marcado por el dominio de los vascos y la polémica labor arbitral, marcando Olivella y Pellicer los goles locales y recortando René Petit en el segundo periodo.

Los partidos de semifinales se jugaron ambos el 27 de enero de 1924. Centro y Andalucía se enfrentaron en El Metropolitano, con triunfo castellano por 2-1 marcándose los goles en el primer tiempo por mediación de Monjardín (2) y Herminio. Por su parte, Cataluña también se clasificó al imponerse a la selección vizcaína en Les Corts gracias a un temprano gol del barcelonista Cristóbal Martí. La final se jugó el 24 de febrero en San Mamés, resultando un choque tremendamente competido, incierto y con diversas alternativas en el marcador con 3-3 al final del tiempo reglamentario -Félix Pérez y Tiana (2) marcaron por parte castellana, y Samitier (2) y Piera por los catalanes-. Monjardín adelantó al combinado central al inicio de la prórroga y a dos minutos del final Sagi Barba estableció el empate a cuatro cuando nadie lo esperaba. Hubo que repetir el partido dos días después y esta vez Cataluña acabó imponiéndose por 3-2 y proclamándose campeón. Carulla hizo el 1-0 a poco de comenzar, remontado posteriormente con sendos tantos de Monjardín, pero antes del descanso Samitier y Piera volvieron a voltear el marcador que ya no se movió tras el descanso. Hubo diversos cambios en la alineación pero lo que jugaron este partido fueron por parte catalana: Zamora; Massaguè, Montaner, Caicedo, Sancho, Carulla, Piera, Martí, Peidró, Samitier y Sagi. Por Centro: Martínez; Quesada, Blaso; Mengotti, Caballero, Alvarez; Muñagorri, Triana, Monjardín, Bernabéu y Del Campo.

Suprimido el torneo, el epílogo definitivo de este campeonato de selecciones interregionales, se jugó varios meses más tarde entre los dos últimos campeones, Asturias y Cataluña. El 5 de septiembre de 1926 se jugó en El Molinón el partido de ida de esta definitiva final con triunfo catalán 2 a 0, marcados ambos por Brotó, en los minutos 22 y 80, siendo las alineaciones presentadas, por parte asturiana: Benjamín; Quirós, Trucha; Justo, Menéndez, Corsino; Domingo, Morilla, Herrera, Avilés y Molinuco. Por Cataluña: Pedret; Serra, Muntané; Tena, Pelaó, Mauricio; Piera, Samitier, Sastre, Brotó y Sagi. El 19 del mismo mes en el campo de Les Corts, se celebró el encuentro de vuelta, con nuevo triunfo catalán por 4-3 a pesar de jugar faltos de buen número de sus titulares. La primera parte, de mal juego, acabó con empate a uno marcados por Avilés al minuto 5 y Forgas en el 10. Después del descanso mejoró el juego de los catalanes y por medio de Pellicer, Alcántara y Forgas pusieron el marcador en un claro 4-1, siendo Herrera quien, con dos goles en los últimos cinco minutos, redujo distancias y estableció el resultado definitivo. Cataluña se quedó en propiedad con la Copa Príncipe de Asturias, alineando en este partido a: Pedret; Serra, Massagué; Soligó, Pelaó, Tena I; Pellicer, Brotó, Forgas, Alcántara y Sagi. Por Asturias: Benjamín; Quirós, Cuesta; Bango, Menéndez, Corsino; Matón, Avilés, Herrera, Braulio y Argüelles, siendo sustituidos durante el partido Quirós por Nico y Benjamín por Pueu. 




La palabra “balompié” ha cumplido 101 años

No la usamos mucho. Quizá ni siquiera fuera exagerado decir que no la usamos casi nunca. Pero nuestro españolísimo balompié ha resistido y cien años después continúa entre nosotros.

El origen de la palabra «balompié» es bien conocido: fue un invento del periodista Mariano de Cavia, que lo defendió en un artículo publicado en el diario madrileño «El Imparcial» el día 1 de agosto de 1908.

El balompié entró en el diccionario de la Real Academia en su edición de 1927, en el que aparece con esta definición, casi inocente: «Juego parecido al balón, del cual se diferencia en que la pelota o balón se juega con el pie».

No pretendo aquí hacer una defensa de la palabra «balompié» y mucho menos un canto purista para que usemos más esta palabra. Pero sí me gustaría hacer lo posible por destacar el fenómeno casi excepcional que supone, lo que debe ser motivo de orgullo para los hispanohablantes amantes del fútbol.

En primer lugar, y sin duda más importante, es casi asombroso que la palabra «balompié» haya conseguido sobrevivir cien años junto a su sinónimo «fútbol», absolutamente mayoritario, y no solo en español sino también en la mayor parte de idiomas. El caso del inglés «soccer», utilizado sobre todo en los Estados Unidos, no es comparable a nuestro «balompié», ya que el primero solo se utiliza porque es necesario diferenciar dos deportes, el fútbol y el fútbol americano.

En segundo lugar, y no por ello más llamativo, el hecho de que la palabra fuera un invento artificial y sin embargo calara entre los aficionados al fútbol.

En un sentido muy amplio cabe considerar que todas las palabras de un idioma son un invento. Pero nunca un invento de un individuo, sino de un mínimo de dos que tienen la necesidad de designar una realidad que entienden nueva e inventan de común acuerdo una palabra que les sirve en lo sucesivo para referirse a esa realidad. Normalmente lo hacen utilizando las palabras que ya tienen en su idioma, designando esas nuevas realidades por composición de varias (saca-puntas, para-choques), o más comúnmente extendiendo metafóricamente el significado de otro término preexistente.

A partir de que esos inventores anónimos comienzan a utilizar la nueva palabra, o el nuevo significado, este uso se extiende desde un ámbito más o menos reducido o especializado hasta que la mayor parte de hablantes del idioma lo entienden y utilizan.

Este fenómeno natural por el que se crean las palabras, y los mismos idiomas, no tiene lugar en los idiomas artificiales como el esperanto o incluso en los lenguajes científicos cada vez que un inventor o descubridor necesita dar nombre a su hallazgo. Así ocurre por ejemplo con los nuevos elementos químicos que se descubren, con las nuevas especies de animales o plantas, etc.

Pero estos inventos léxicos siempre quedan circunscritos al ámbito científico en el que se crean, y no penetran en la lengua común. Nadie sabe qué elemento químico es el untriennio o qué pez es el xiphias gladius. Y sin embargo los cerca ya de quinientos millones de personas que hablan español saben qué es el balompié.

Por esas dos razones es asombrosa la palabra «balompié»: no solo fue un invento artificial que consiguió penetrar en la lengua común, sino que además ha conseguido sobrevivir ya cien años a pesar de tener un sinónimo tan sumamente pujante como «fútbol».

A continuación reproducimos los artículos fundacionales del balompié. El primero de ellos en el que Mariano de Cavia publica su invento y el segundo en que cuenta la acogida que ha tenido. El tercero que copiamos es uno mucho más desconocido, probablemente nunca antes citado, en que nuestro premio Nobel de Literatura Jacinto Benavente habla del invento de Mariano de Cavia, respetándolo pero defendiendo la palabra extranjera, que había penetrado ya en 1908 entre los españoles, aunque con la pronunciación aguda /fuból/.

Esta es la historia de un invento brillante: la palabra «balompié».

 


«El balompié»

Mariano de Cavia

El Imparcial (1-8-1908)

 

Varios jóvenes amables se proponen organizar una nueva sociedad de «football»; desean darle un nombre español, y no acertando con él, me hacen la merced de apelar a mis cortas luces, porque ellos tienen por intraducible el vocablo inglés con que se denomina este deporte.

¡Intraducible! Así como Napoleón, o quien fuese, dijo que la palabra «imposible» no era francesa, yo me permito creer que la palabra «intraducible» es una de las más inútiles de nuestro vocabulario. Para un idioma tan copioso, variado, expresivo y flexible como el español, muy a duras penas se halla una voz o término extranjero que no tenga equivalencia exacta, o que en último caso, y sin caer en el vicio del barbarismo, no sea asimilable o adaptable con la debida holgura.

El término «football» no solamente no es intraducible, sino que al traducirlo al pie de la letra -ya que el pie toma tanta parte en ese juego- nos encontramos con un vocablo español de la más clara significación y de la más castiza estructura.

El vocablo inglés es doble: está compuesto de «foot» (pie) y «ball» (balón). Pelota muy grande de viento llama al balón el Diccionario de la Academia en la segunda acepción de la palabra.

Disponiendo pues, en nuestro idioma de las mismas dos voces que en inglés, e igualmente precisas y breves, nada más lógico y hacedero que componer la palabra «balompié», cambiando en m la n del balón por la misma regla ortográfica que se sigue en ciempiés, sambenito, el apellido Sampedro, etc., etc.

El «piebalón» sería una traducción harto servil de la palabra inglesa, bastante fea además, y por añadidura, opuesta a la índole de nuestro idioma, que con toda gentileza se nos manifiesta en otras palabras casticísimas, hermanas mayores del neologismo que me atrevo a proponer, en la esperanza de que deje de serlo muy pronto, para convertirse en una voz tan corriente como estas de rancio y puro linaje: buscapié, hincapié, rodapié, tirapié, traspié, volapié.

No sé si me dejo en el tintero algunas otras por el estilo. Con las precitadas podría hombrearse muy dignamente el «balompié», gracias a la aceptación y extensión que en España ha logrado este deporte británico, si mi proposición mereciese igual favor por parte de los jóvenes deportistas y de los cronistas deportivos.

A los primeros en general, y más especialmente a los segundos, brindo esta modesta «ideica» en bien de la pureza y riqueza de esta habla española, por cuya conservación y acrecimiento todos debemos interesarnos de continuo, sin dejarnos vencer por la rutina y el culto inconsciente que se rinde al exotismo, culto asaz bajuno y excesivamente cursi en muchas ocasiones.

Cierto que al principio parecerá rara y chocante la palabra «balompié», como acontece con toda novedad léxica; pero repítase varias veces el vocablo -balompié, balompié, balompié, balompié- y presto se acostumbrará el oído, mercede a la significativa y castiza estructura de esas tres sílabas. ¿No es esto mejor que decir «fubol», como dicen los más, diciéndolo torpemente y sin saber lo que se dicen?

Y para no cansar más aquí pongo término a esta vaga y quizás vana leccioncilla de castellano visto ordeñar, saludando afectuosamente a los briosos jugadores de balompié, y despidiéndonos del vocablo nuevo con las palabras de un padre que no se fía mucho de la fuerza de la razón.

¡Fortuna te dé Dios, hijo!

 

 

«El balompié en marcha»

Mariano de Cavia

El Imparcial (5-8-1908)

 

«La verdad está en marcha», dijo Emilio Zola. Lo mismito, y ustedes perdonen semejante hipérbole, puede decirse del balompié.

Hasta los que han tomado la palabreja en sus labios malignos para ponerla en solfa, se han familiarizado con ella involuntariamente, y ya no se les caerá de la boca, cuando escuchen la menor referencia al «fubol» o al «fobal», como dicen, a estilo de cotorras inconscientes, muchos secuaces del «inapeable» Vicente de la Recua, barón de Reata.

Este es el único de mis particulares amigos que me participa su disconformidad con la denominación española del deporte originario de Inglaterra; pero el barón de Reata -que, naturalmente, es anglómano- se cura en salud, y advierte que si el balompié se pusiera de moda, también él españolizaría el «football». Celebro la fidelidad que guarda Vicente a sus principios. ¿Dónde va Vicente? Donde va la gente.

Carlos Miranda ha publicado en «El Liberal» un artículo de amena y vaga filología intitulado «¿Balompié? ¿Bolopié? ¿Bolapié?». Las disquisiciones del popular poeta son cultas e ingeniosas: pero no sirven de base para una discusión seria, porque aquí no se trata de bolos ni de bolas, sino de balones. Balón, con todo su abolengo francés, es ya palabra tan española como «cadete», «edecán», «furriel», «clisé» y mil más. Balón denomina el léxico oficial a la pelota muy grande de viento; y balón efectivamente llaman nuestros deportistas al mudo y asendereado protagonista de su recomendable juego…, siempre y cuando no haya brazos rotos, piernas quebradas y chichones de mayor cuantía.

Luis Zozaya, el cronista deportivo del Heraldo, me ha ganado la delantera como gran «veloceman» que es (y ya ven ustedes como entre col y col española, no cae mal una lechuga inglesa), replicando de un modo irrefutable a los reparos y distingos de Carlos Miranda, y otorgando el pase al balompié. Tal «exequatur» es muy de estimar, porque estos amables cronistas de los deportes no son de los que menos contribuyen a plagar de innecesarios exotismos un habla tan copiosa, clara y flexible como la nuestra.

Con que, ¿está o no está en marcha el balompié?

Buen empujoncillo es el que le da «El Bachiller Canta-Claro» en «El Liberal», al incluir en el programa de sus anheladas fiestas madrileñas (otro tema, ya añejo, del loco que esto escribe) los indispensables festejos deportivos «para ensayar el balompié del maestro Cavia». Dejémonos, señor Don Cristóbal, de magisterios fantásticos y de ilusorios títulos de propiedad, y adelante con el balompié a secas, con el balompié a la pata la llana.

El empujón magno, el que ya sienta estado de cosa juzgada, es el que da al balompié «El País» en un artículo que intitula «No se dice football. Dígase balompié».

Al manifestar el diario republicano que dista mucho de considerar baladí el castellanizar palabras extranjeras, escribe lo siguiente, entre otros razonamientos de peso, así en lo histórico como en lo político:

«Aceptamos el vocablo balompié, que deben todos los periódicos propagar, dar aire, lanzar con brío a la cabeza del vulgo, que se pirra por extranjerizar. No se crea que es esto una nimiedad. Todo lo contrario. Cuando un pueblo es fuerte, pone su sello, su personalidad y carácter a las ideas y palabras ajenas. Cuando España era grande castellanizaba nombres propios: Aquisgrán, Burdeos. A medida que se ha ido empequeñeciendo deja de castellanizar vocablos extraños y pone empeño en pronunciar a la francesa, a la inglesa o a la alemana los nombres de personas y de cosas. Se llega hasta el ridículo en este prurito. Inglaterra procede a la inversa, como todo país verdaderamente vigoroso. No hay señal mejor que esta del lenguaje para medir la fortaleza o decadencia de un pueblo.»

Así es la pura verdad; y al españolizar hoy un vocablo ingles (otros más irán cayendo, si Dios es servido) no hacemos, ¡oh paradoja!, sino seguir un buen ejemplo británico.

Cuando se anuncia en Gibraltar una función taurina en Algeciras, ¿creen ustedes que en las papeletas se pone «plaza de toros»? ¡Ni por pienso! Hasta esa característica, típica, genuina y única denominación la han inglesizado, anglificado o britanizado, los actuales poseedores del Peñón. La «plaza de toros» ha sido convertida por ellos en «bullring», y se han quedado tan campantes. Amor con amor se paga. Lo menos que podemos hacer nosotros es convertir el «football» en balompié.

La exhortación de «El País» a los demás periódicos es tan digna de gratitud en la modesta parte que a uno le corresponde cuanto digna de atención en lo que a todos interesa, o debe interesar. Pero antes de que cundiese por completo el balompié -la verdad valga- me daría yo con un canto en los pechos por que ningún periódico español, ya que «El País» nombra a Aquisgrán, volviese a imprimir Aix-la-Chapelle. Porque así lo escriben los más, a la francesa. Si a lo menos pusiera Aachen, a la alemana, pues que así lo dicen los indígenas y dueños de la ciudad de Carlomagno…

En esto hay mucho de desidia, y también mucho de ignorancia. No es cosa de pedir a estas fechas que volvamos a llamar Lepsique y Mastrique, como en los siglo XVI y XVII, a Leizpig y Maastricht; pero cosa es que crispa los nervios encontrarse a cada momento en periódicos, revistas, y hasta en libracos presuntuosos, los nombres de Mayence y Basel, en vez de Maguncia y Basilea.

Para cortar tales cursilerías sale a plaza el balompié; para pelotear en castellano, y para el que el «equipo» a la española no se deje vencer por ningún «team» extranjero.

Mariano de Cavia.

 

«De sobremesa»

Jacinto Benavente

Los Lunes de El Imparcial, suplemento de El Imparcial  (10-8-1908)

 

A vos, D. Mariano de Cavia, príncipe del ingenio español, emperador de la lengua castellana, con el debido acatamiento expongo: que de hoy más, siempre que del «football» hable por cuenta propia, me serviré del bien traído vocablo de balompié… Y digo, cuando hable por cuenta propia, porque el autor dramático, justamente por ser dramático, no puede hablar siempre como quisiera, sino como el carácter, estado y condición de sus monigotes requiere, y así no es de extrañar que muchas veces anden nuestras obras plagadas de solecismos, galicismos y barbarismos de todo género y procedencia. Aun entrando con todo, como la romana del diablo, todavía no podemos presumir de que muchos personajes se expresen con absoluta verdad. En la obra dramática es ineludible la falsificación. No puede escribirse lo mismo la frase que ha de ser leída con los ojos que la que ha de ser escuchada. Preciso es tener presente en ese caso leyes físicas de acústica y leyes psicológicas que determinan la atención y percepción del espectador auditor. No hablamos de otras leyes menudas, pero no menos atendibles, impuestas por las condiciones especiales de este o del otro actor, sus toniles, su manera de recortar la frase, etc, etc. Todo esto es culpa muchas veces de un exceso de oratoria en la obra dramática, de amplificaciones, de redundancias: tranquillas del autor dramático como del orador. Me explicaré con un ejemplo tormentoso: para el lector, el relámpago y el trueno son simultáneos, para el oyente, entre el relámpago y el trueno hay un intervalo que el autor dramático tiene que llenar con algo artificial, luz o ruido.

Y dejadas estas impertinentes divagaciones, solo traídas en descargo de muchas «impurezas» contra el idioma a que el teatro obliga, ahora os diré que vuestro último y amado amigo -Though the last non least- el balompié, merece todos mis respetos, más en gracia a su ilustre progenie, que por su propia gracia.

¿Qué méritos hallasteis en juego como el «foot-ball», que más parece expansión de potros o luchas en el prado, para otorgarle carta de naturaleza que otros más lúcidos y airosos no lograron?

Ahí se están el Lawn-tennis y el polo y el golfo. Y aunque estos últimos, el último sobre todo, tan como de casa parecen, no es menos caprichosa su etimología que la del «fuboll», que tanto os ofende.

Por mi parte declaro que este fuboll tiene toda mi simpatía, fuboll me encanta. Me parece nacido en el mismo arroyo de Embajadores. Y si con cariño se pronuncia, veréis como suena dulcemente y desentonaría menos en cualquier composición poética que el balompié o el piebalón académicos.

¿Es de peor casta que el billar o el ecarté o el bezique o el ajedrez y tantos otros cuya procedencia ha sido respetada de doctos e indoctos?

Consideremos que si alguna vez ha de ser realidad el sueño esperantista de un universal idioma, solo podrá lograrse por la pluralidad de vocablos de universal uso. La ciencia y los deportes son los que mayor número de palabras han universalizado.

¿Por qué no abrir cuanto se pueda esta puerta a las corrientes de fraternidad internacional? El lenguaje debe tener por objeto, antes que todo, facilitar las relaciones sociales de todo género; queden en segundo lugar los primores literarios. Así como así, desde que todo el mundo escribe literariamente, ya es casi distinción hacerse con un estilo de cocinera. Confieso que el fuboll me disuena menos que muchas palabras de esas pergaminosas con que a cada paso nos recuerdan muchos escritores del día aquello de:

Que abstraigas

De mi diestra liberal

Este hechizo de cristal

Y las quirotecas traigas. (1)

¿No es preferible un fuboll y hasta un «haiga»? En resumen: fuboll es adorable, fuboll tiene todas mis simpatías.

(1) Estos versos son extracto de la obra «No hay burlas con el amor», de Calderón de la Barca. El personaje de Doña Beatriz utiliza deliberadamente palabras difíciles y formas rebuscadas. El «hechizo de cristal» no es sino un espejo, y las «quirotecas» unos guantes; el verbo «abstraer» del primer verso está utilizado en su sentido etimológico, esto es, sinónimo de «sacar». En resumen, lo único que dice Doña Beatriz con esas palabras complicadas es que le quiten un cristal de la mano y le traigan un guante.

 

 

 

 

 

 

 

 

 




¿Sería por rivalizar con Rugby?

 

En Gran Bretaña se llamó football a todo juego popular en el que una pelota o similar fuese objeto de ser lanzado o conducido de un lado a otro, sin reparar en el terreno o las reglas con las que se jugase.

Siempre fue un Juego de carácter eminentemente popular, jugado por los campesinos o por las clases urbanas más bajas, siendo prohibido en varias ocasiones por los reyes ingleses. En el siglo XIX, con la industrialización, gran parte de la clase trabajadora británica pasó del campo a la ciudad y a ir olvidando el Juego, dado que tenían que trabajar doce horas diarias durante seis dias de la semana. Obviamente no había tiempo para el ocio e incluso los niños tenían que trabajar. Así el fútbol comenzó a ser olvidado en la calle.

Llegado el Juego a la escuela, por niños de otras clases que estaban libres de las cargas del trabajo, comenzó a perder este desorden para ser institucionalizado. Cada escuela tenía sus propias normas e incluso, cada promoción de alumnos hacía que estas variasen. Tuvieron el apoyo de las dirigencias de las escuelas por su carácter competitivo y por crear una idea de conjunto, además de ser un gran estimulante para separar a los chicos del alcohol, el juego o la caza.

Eton y Rugby, desde el comienzo de los tiempos mantuvieron una intensa rivalidad en este campo. Si bien ambos comprendieron la necesidad de estandarizar el Juego los dos tomaron caminos opuestos. Rugby destacó como heredero de las maneras más tradicionales de practicar el Juego mientras Eton sintió la necesidad de crear un nuevo cesto con los mismos mimbres. Básicamente, las diferencias entre una y otra escuela se basaban en el uso o no de las manos y las zancadillas. A ambos les preocupaba encauzar la violencia que arrastraba el Juego desde sus orígenes, aunque de distinta manera.

En principio, Rugby, Marlborough, Rossall y Cheltenham eran partidarios del uso de las manos e Eton, Harrow, Westminster y Charterhouse lo eran de patear el balón, aunque usaban las manos en casos muy puntuales.

 

 

 

 

 

 

02lbmrugbycode-1845-portadaEs muy probable que la idea de someter el Juego a unas reglas viniese de la necesidad de controlar la vida de los estudiantes en la escuela ya que desde finales del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX hubo un sinfín de revueltas estudiantiles que llevaron a promulgar la Ley contra Altercados. No olvidemos que de esta época es la Revolución Francesa. Teniendo en cuenta que esta ley entró en vigor allá por la década de los 30 y que las primeras normas codificadas sobre el Juego datan de 1815, escritas en Eton y posteriormente, en 1825,  en Aldenham, es posible que el Juego sirviera para encauzar a los muchachos hacia otras formas de solucionar las cosas. En estos juegos se creó la primera regla del fuera de juego que se producía cuando un jugador atacante simplemente se encontraba por delante del balón y tampoco se les permitía pasar el balón hacia adelante con ninguna parte del cuerpo. Aún así, hasta más o menos 1850, cada escuela siguió practicando el Juego con sus propias normas. Por esto, el 20 de agosto de 1845 tres estudiantes de la escuela de Rugby, William Delafield Arnold, W. W. Shirley y Frederick Hutchins escribieron las primeras reglas codificadas de cualquier tipo de fútbol. Tenía una serie de considerandos y 37 reglas. Esto ayudó a que el juego de Rugby se popularizase fuera de sus muros.

02lbmguyshospitalfootballclubEl primer club de cualquier tipo de fútbol fundado en la historia es el Guy’s Hospital Football Club que data de 1843 formado por ex alumnos de la escuela. Aún funciona pero fusionado en 1999 con otros dos clubes formando el GKT (Guy’s, King’s and St. Thomas’ Rugby Football Club. Es reconocido por la Rugby Football Union como el club más antiguo de Rugby y por el Libro Guinness de los Récords como el club más antiguo que practica cualquier tipo de fútbol. Aún así, el Barnes Rugby FC dice ser más antiguo, concretamente de 1839, pero nunca pudo demostrarlo. El club más antiguo de cualquier tipo de fútbol aún en actividad es el Dublin University Football Club fundado en 1854 en el Trinity College de Dublín. El club no universitario más antiguo de cualquier tipo de fútbol y que aún siga con actividad propia (sin fusiones con otros clubes) es el Blackheath fundado en 1857 ó 1858. Todos ellos practicantes o seguidores de la causa de lo que hoy llamamos Rugby.

Estas reglas escritas ya hablaban, entre otras cosas de llevar el balón con las manos, la conversión, el fuera de juego, los puntapiés por debajo de las rodillas, la portería en forma de hache…

A estas reglas se opusieron las de los colegios de Eton y Cambridge que a la fuerza de las reglas de Rugby oponían la habilidad. Eton escribió sus primeras reglas en 1847 prohibiendo el uso de las manos por primera vez de forma conocida. ¿Sería por rivalizar con Rugby?.

De todas aquellos modalidades aún se juegan regularmente dos de ellas en Eton, el juego de campo y el juego de pared, además de otras tantas en Harrow y Winchester.

En estos otros juegos Eton cambiaba de campo a sus jugadores cada medio tiempo pero en otras escuelas se hacía cada vez que se conseguía un tanto.

El limitado uso de las manos consistía en algo parecido a lo que ocurre actualmente en el hockey, es decir, a bajar el balón al suelo para continuar jugando con los pies.

Este juego tenía una posibilidad de puntuación llamada «hacer rouge» consistente en que el equipo atacante lanzara un tiro libre a menos de un metro del centro de la portería.

El juego de Winchester se realizaba en un terreno de 80 x 20 metros y tenía un área situada a 20 metros de la portería señalizada con una línea sobre la hierba. Las líneas de banda son señaladas mediante  lonas y aunque la pelota saliera fuera el juego continuaba.

La primera noticia que el autor tiene de una jugada de fuera de juego es la que este juego expone. Se produce fuera de juego cuando un jugador queda entre balón y portería contraria.

En Harrow, por último, las porterías se encontraban separadas por una distancia de 150 metros. En caso de acabar el encuentro en empate la anchura se doblaba. Los jugadores podían coger el balón entre sus manos pero solo podían pasárselo a un compañero si los cuerpos se encontraban juntos.

Había otros juegos en otras escuelas, todos con diferentes normas, lo que da idea de la dificultad existente para el desarrollo común del Juego.




El Fútbol en la Exposición Regional de Valencia de 1909

Como toda Feria de Muestras que se precie la celebrada en Valencia entre los días 22 de mayo y 22 de diciembre de 1909 fue una Exposición donde se intentó mostrar al público todos aquellos avances dados en las diferentes ramas que mueven la economía o la cultura mundiales.

La organización corrió a cargo del Ateneo Mercantil de Valencia, el cual era presidido en esos instantes por el Sr. Marqués del Turia, D. Tomás Trénor.

El lugar escogido para instalar el recinto ferial a día de hoy lo ocupa el final de la Alameda de Valencia, frente a la fábrica de tabacos. En su momento fueron 16 hectáreas ocupadas por pabellones y edificios.

La ceremonia de inauguración fue el 23 de mayo de 1909 asistiendo S.M. El Rey D. Alfonso XIII y el jefe de Gobierno D. Antonio Maura.

La electricidad, los motores de explosión, la aerostación, el fonógrafo, el cine, la industria en general y el ocio fueron el motor impulsor de la Exposición y, claro, el fútbol estaba allí. Y para que todos estos adelantos pudiesen ser observados y disfrutados se realizaron una serie de construcciones sin parangón en esos momentos en la ciudad. Un parque de atracciones, un palacio de congresos, un auditorio de música, un palacio de la ópera, un casino, un museo de ciencias, un centro de exposiciones y…un estadio deportivo.

Para hacer uso de este Estadio se celebraron una serie de competiciones deportivas como carreras ciclistas, pruebas atléticas y football.

Para el Concurso de football hubo bastante interés pues los conjuntos valencianos, dado que competirían clubes de otras regiones, debieron jugar una fase previa donde tan solo uno de ellos se clasificaría. Los clubes valencianos interesados en participar fueron el Valencia (no el actual), el Alicante y el Cabañal.

La eliminatoria se desarrolló del siguiente modo:

El día 25 de junio disputaron el primer partido los equipos del Valencia y el Alicante, venciendo los primeros por siete goles a cero, uno de ellos conseguido antes del descanso.

Valencia.- Morris; Estévez, Sinisterra; Prats, Ferrer, Torres; Correll, Miquel, Reberg, Payre y Escribá.

Alicante.- Iborra; Rodrigo, Lamaique; García, Menoyo, Carratalá; Álvarez, Ramón, De Elizaire y Vera.

Árbitro.- Sanz.

Al día siguiente, 26 de junio, Valencia y Cabañal disputan la segunda semifinal, llegando a jugarse tan solo 30′, dándose como vencedor al Valencia por tres goles a cero.

Valencia.- Morris; Estévez, Senisterra; Prats, Ferrer, Torres; Correll, Miquel, Reberg, Payre y Escribá.

Cabañal.- Martín; García, Julio Valiente; Francisco Valiente, Sinisterra, Fuentes; Ferrandis, Ángel Fernández, Luis Fernández y Ochando.

Tras este encuentro Alicante y Cabañal disputaron otro que duró una hora y en el cual quedaron empatados.

Una vez conseguida la clasificación por parte del Valencia ya se pudo comenzar el Concurso.

Palntilla del F.C. Barcelona

Plantilla del F.C. Barcelona

El día 27 y ante un enorme gentío comenzó la disputa de la Copa de la Exposición, toda ella de plata, con un primer plato fuerte que protagonizaron los dos rivales barceloneses,  Barcelona y Español.

Las alineaciones presentadas fueron las siguientes:

Por el Barcelona.- Solá; Brú (capitán), Thalmann; Morris, Peris, Grau; Foros, Buchlein, C. Comamala, Steinberg y A. Comamala.

Por el Español.- Gibert; Irizar, Martí; Baró, Sampere, Soler; Oliver, Ponz (capitán), Casellas, Graells y Oliver.

Raga actuó como árbitro.

Dos goles a uno finaliza la primera parte a favor del Barcelona anotando un gol más cada equipo en la segunda, finalizando 3-2 favorable al Barcelona.

Una vez finalizado el partido el Español presenta una queja formal al Comité organizador por lo que ellos consideran parcialidad de los jueces de campo y de meta. El Comité acepta la protesta y dice que la estudiará. No volvemos a tener noticias del asunto.

El día 29 juegan Valencia y Español venciendo los catalanes por cuatro goles a tres.

El otro partido que debía jugarse este mismo día solo pudo hacerse hasta el descanso tras empatar sin goles la Gimnástica madrileña y el Barcelona. La Gimnástica acudió al Concurso con refuerzos del Español de Madrid. Las formaciones presentadas por ambos equipos fueron las siguientes:

Barcelona.- Solá; Brú (capitán), Thalmann; Morris, Peris, Grau; Foros, Buchlein, C. Comamala, Steinberg y A. Comamala.

Gimnástica.- Lemmel; Carruana, Méndez; Yarza, Navarro, Baonza; Rodríguez, Morales, Neyra, Zahera y Navarro.

Arbitró Martí, del Español.

Ante la reclamación de la Gimnástica de que en breve tiempo no habrá luz y no se podrá acabar el partido el Barcelona no es de la misma opinión, así como el árbitro que decide que se siga jugando. Continuando con la disputa pasa el tiempo y se hace de noche. Comienza la segunda parte y a los 5′ el Jurado decide que se continúe jugando al día siguiente.

El día 30 comienza la segunda parte. A pesar del cansancio que muestran los madrileños, en un córner consiguen su primer y único tanto poniéndose por delante en el marcador gracias a un autogol de Thalmann. Nada más sacar de centro el Barcelona anota el empate. Faltando diez minutos Buchlein consigue el segundo tanto azulgrana con el pecho aunque la Gimnástica, una vez finalizado el partido reclama al Jurado que fue con las manos. El Jurado pregunta al árbitro y jueces de línea que le confirman que se produjo con el pecho con lo cual le dan la victoria al Barcelona. Lemmel firmó el acta y felicitó al capitán barcelonista por el triunfo.

El siguiente partido es el que disputan, bajo la atenta mirada de S. A. la Infanta Doña Isabel, los clubes Valencia y Barcelona. Es la final.

El Valencia se ve reforzado por un delantero y en el Barcelona Sans sustituye a Grau que debió volver a Barcelona.

Sanz, del Valencia, actuó como árbitro.

Sin abandonar el terreno de juego valencianista durante todo el partido el Barcelona se proclama vencedor tras conseguir cuatro goles por ninguno del Valencia. Tras esta victoria el Barcelona consigue alzar la Copa de plata. Hubo vítores barcelonistas a la Infanta, Valencia, Madrid y Barcelona.

En el último encuentro que se disputó venció la Gimnástica por tres goles a cero al Español, actuando Latorre como árbitro.

De todo aquello quedan una serie de edificios, el himno de Valencia, el fútbol y la vieja rivalidad barcelonesa.

¡Ah! Y después de 100 años supongo y deseo que también la Copa en el museo del Barça.