Carta al director

Estimado señor director:

Mensualmente acudo a mi cita con Cuadernos de Fútbol, siempre atento a novedades que enriquezcan mis conocimientos futbolísticos, materia en la que soy un eterno aprendiz.

En esta ocasión provocó mi interés inicial y posteriormente un profundo asombro el artículo titulado ‘Así surgieron los cuadernos de Fútbol.’ Interés porque estuve en la génesis de los mismos.

Tengo bastante buena memoria pero además conservo mis agendas personales-profesionales desde que comencé a trabajar en el lejano año 1965. Con ello puedo precisar fechas, reuniones, personas…

Desde el nacimiento de la revista federativa FUTBOL en 1996, Félix Martialay y yo colaborábamos en la misma con artículos de temas históricos. Uno de nuestros principales lectores era Ángel María Villar, quien con cierta frecuencia nos llamaba a su despacho para encargarnos analizar alguna carta que le dirigían aficionados e incluso instituciones futbolísticas con temas históricos para solicitarle una oficialización federativa de los mismos e incluso una ayuda económica para su publicación. (Conservo varias fotocopias de dichas cartas).

Villar nos animaba a profundizar en algunos temas que le parecían interesantes y nuestra contestación siempre era la misma, el escaso espacio que disponíamos en la revista para artículos de mayor tronío. Todo se andará nos respondía.

Fue el 7 de enero de 1999 cuando la secretaria de Villar me citó telefónicamente para que el día siguiente acudiese al despacho del presidente a las 17,00 horas. De inmediato telefoneé a Félix quien me confirmó también su asistencia. Almorzamos juntos Félix y yo para concertar nuestras posturas.

El viernes día ocho a las cinco de la tarde estábamos en el despacho de Villar. Se mostró descontento con la revista que en los últimos meses había salido de forma esporádica y entró de lleno en el tema de nuestros artículos históricos. Félix y yo deberíamos hacer una separata de la revista FÚTBOL dedicada a temas históricos y abierta a la colaboración de todo el mundo, bajo nuestra supervisión. El nombre de dicha publicación sería CUADERNOS DE HISTORIA. Esa fue la decisión de Ángel María Villar. Nos comunicó así mismo nuestra remuneración (que nos pareció suficiente) y nos dijo que nos reuniésemos con Jorge Pérez para coordinarnos.

La primera reunión tuvo lugar el viernes quince de enero en el despacho de Jorge Pérez. Asistimos, Jorge Pérez, Fernando Garrido, Juan Carlos Molinares, Félix Martialay y yo. En mi agenda figura Reunión de Revista Cuadernos de Historia. Se trató en la misma del formato, diseño, número de páginas y el reparto entre Félix y yo del contenido de ese número 1.

El día 29 de enero tuvimos la segunda reunión. Félix y yo ya teníamos nuestros artículos y las fotos que debían ilustrarlos. Todavía esta reunión figura en mi agenda como Revista Cuadernos de Historia. No fue hasta le reunión del 5 de febrero, con nuestros artículos ya maquetados, cuando Juan Carlos Molineres sugirió que sería mejor titularla CUADERNOS DE FÚTBOL ya que iría encartada dentro de la revista FÚTBOL. A todos nos pareció bien y así quedó el nombre definitivo.

Estimado director, esta es la génesis de CUADERNOS DE FÚTBOL desde mi recuerdo y mis papeles. Le mando también la presentación del número uno, donde todavía figura en la parte superior ‘Cuadernos de Historia’, tal vez por olvido de maquetador tras el cambio del nombre original.

Afectuosos y cordiales saludos

BERNARDO de SALAZARCuadernos01




La historia del C. D. Manchego y del R. Madrid, comparte un nombre común: Manuel Mendía Santos

Los estudios realizados del equipo madrileño apuntan que uno de sus fundadores fue Manuel Mendía Santos, que actuaba de mediocampista y delantero. Su condición futbolística no debió ser muy buena, sin embargo, porque en los entrenamientos de aquellos primeros tiempos actuaba en el  equipo reserva, llegando  a ser capitán pero del tercer equipo. Sin embargo su aportación al Madrid Foot ball Club (así se denominaba entonces el actual Real Madrid C. F.) será como directivo (en estos inicios los jugadores eran también los integrantes de la junta directiva) ocupando sucesivamente la secretaría, la tesorería y una vocalía en el periodo que estuvo en el club, entre 1901 y 1904, siendo precisamente el primer secretario en la historia de la sociedad, que además firmó el acta de la aprobación de los primeros Estatutos del Club en 22 de abril de 1902; dadas sus dotes artísticas, quedó encargado, junto al también socio y presidente accidental Enrique Varela, (eminente dibujando años después, coetáneo de Carlos Vázquez) en decorar el nuevo local del club en la avenida de Felipe II,  inmediato a la plaza de toros, en el madrileño barrio de Salamanca alquiladao en octubre de aquel mismo año, por 30 pesetas al mes.

A lo que vamos. Manuel Mendía, debió nacer en La Coruña hacia 1881 por lo que, como la mayoría de los sportman de la época eran estudiantes que mataban el gusanillo con la práctica del fútbol mientras encauzaban sus vida profesionales. Sus inquietudes le llevaban más allá, escribiendo en la prensa local bajo el seudónimo de M. Tossan (su segundo apellido era Santos).

Dejó el Madrid en 1904, y también la directiva, enrolándose en otro equipo madrileño, el Moncloa quizá buscando jugar en el primer equipo, lo que evidentemente no había conseguido en el Madrid. Aquí estuvo al menos hasta 1907, marchando a continuación a San Sebastián, donde se le ve jugando en el equipo del San Sebastián Recreation, y en 1910 en la recién creada Real Sociedad.

Para 1917 recaló en Ciudad Real donde ejercerá más de 33 años donde aprobó las oposiciones de profesor de Dibujo en la Escuela de Artes y Oficios y también en la de Magisterio simultáneamente. Aquí se mantendrá tal vez hasta los años cincuenta cuando se debió jubilar por su edad (en 1951 precisamente se le tributa un homenaje a su persona), siendo maestro entre otros, de López Villaseñor ó José Corral Díaz. Aunque tuvo una intensa y activa vida profesional concursando y obteniendo diversos premios en dibujo y pintura, se hará especialmente popular por la elaboración de pergaminos (que era el recurso de aquellos años para reconocer públicamente a los personajes ilustres, destacando el que elaboró por encargo de la Diputación provincial para entregar al Gobernador Civil en 1928). Para 1929 se incluye su nombre en el grupo de fundadores del Club Deportivo Manchego (fundado en 22.4.1929), equipo que tendrá una larga y azarosa vida futbolística con varias desapariciones (la última hace apenas unos meses), integrando la primera junta directiva que se eligió en torno al presidente Félix García Ibarrola, asignándole la vicepresidencia, que ya había ostentando curiosamente en el Real Madrid, veintisiete años atrás.




Biografía de Ceferino Rodríguez Avecilla

cra1Quizá no sea exagerado decir que Ceferino Rodríguez Avecilla es el hombre más ignorado de la historia del fútbol español, sobre todo en comparación con la importancia que ha tenido para este. Cuando no vilipendiado y hasta insultado.

Las referencias que del presidente de la Asociación Madrileña de Clubs de Foot-ball durante 1904 encontramos en los pocos libros que lo mencionan son todas despreciativas y muchas veces irónicas. Por ejemplo Francisco Narbona en su libro Fútbol (1951) lo llama reiteradamente «inquieto» (págs. 131 y siguientes) y lo pone como único responsable de la mala organización de la Copa de 1904. Asunto este, por cierto, al que dedicaremos bastantes páginas en próximos números.

Con motivo precisamente de nuestra investigación sobre la Asociación Madrileña que empezamos a publicar en el último número y que continuaremos en los próximos meses tuvimos interés en conocer con mucha más profundidad al desconocido Avecilla. Junto a las exiguas referencias de los libros de fútbol, encontramos también las siguientes:

Avecilla (Ceferino R.). Biog. Escritor español contemporáneo, n. en Valladolid en 1880. Fundó y dirigió la Revista de Sport, colaboró en el Renacimiento Latino, Madrid Cómico y Diario Universal. Publicó: Cuentos ciclistas, El puesto de la inocencia (sainete) y las novelas Los crepúsculos y Rincón de humildes (Memorias de un viejo café). [Enciclopedia Espasa, ed. 1988].

Rodríguez Avecilla, Ceferino (Valladolid 1880 – ¿1936?). Dramaturgo y narrador. Es autor de las novelas Los crepúsculos (1906) y Rincón de humildes (1908) y de las piezas teatrales En mala tarde (1905), Silencio (1913) y Los caminos de Roma (1917). [Diccionario de literatura española e hispanoamericana, Ricardo Gullón, Madrid, ed. Alianza, 1993. Nota redactada por Javier Blasco].

Rodríguez Avecilla, Ceferino (Valladolid 1880 – ¿1936?). Dramaturgo y narrador. Se conocen sus obras dramáticas En mala tarde (1905), Silencio (1913) y Los caminos de Roma (1917), así como las novelas Los crepúsculos (1906) y Rincón de humildes (1908). [Diccionario Espasa de la literatura española. Jesús Bregante Otero, Madrid, ed. Espasa, 2003].

Estas brevísimas referencias, únicas publicadas, nos ponían en la pista del personaje, desaparecido absolutamente del fútbol desde el Campeonato de España de 1904. La investigación en consecuencia en que basamos las páginas siguientes es absolutamente novedosa, fruto de meses de trabajo en archivos y bibliotecas españoles y extranjeros, con las que hemos pretendido sacar definitivamente a Avecilla de su anonimato. No obstante no deja de ser una breve aproximación al personaje, y en consecuencia cualquier aportación será muy bienvenida.

Ceferino Rodríguez Alonso de Avecilla nació en Valladolid el 14 de diciembre de 1880. O eso parece. En realidad lo más correcto sería decir que ni sabemos ni dónde nació, ni sabemos cuándo lo hizo. En todos los papeles oficiales que hemos localizado afirma el propio Avecilla haber nacido en Valladolid, pero extrañamente en dos fechas diferentes: 24-12-1879 o 14-12-1880. En principio nos decantamos por la segunda porque es la que más veces repitió, pero también sabemos que en el Registro Civil de Valladolid no consta su inscripción ni en el año 1879, ni en 1880 ni en 1881. ¿Cómo explicarlo? ¿Quizá nació en un pueblo de la provincia? ¿Quizá sin más no fue inscrito? ¿Pero en todo caso cómo explicar que él mismo diera dos fechas diferentes de sí mismo? Seguiremos investigando.

Probablemente fue nieto de don Ceferino Avecilla González, senador por Lérida (1881-82) y Soria (1887-88) fallecido en 1888. En 1854 aparece otro Ceferino Avecilla como gobernador civil de la provincia de Segovia, pero por edad no parece que puedan ser el mismo. Por último hay que señalar la importancia de otro diputado, don Pablo Alonso de la Avecilla (1810-1860), periodista, político y sobre todo escritor, famoso sobre todo por su novela La conquista del Perú (1852). Toda la familia era acaudalada, propietaria de empresas de minería y bien introducida en la política española.

Parece ser que el último de ellos llevaba por nombre de pila Pablo Alonso, y a simple título de hipótesis este y el Ceferino mayor podían ser hermanos. Quizá el diputado era hijo de Pablo Alonso, y fue el primero en convertir el Alonso en parte del apellido apareciendo así el Alonso de Avecilla que es el segundo apellido de nuestro Ceferino. En este punto parece no haber duda, pues aunque nunca firmó con el Alonso, así consta en toda la documentación oficial. Y digno es de mención el artículo de Juan Antonio García Galindo titulado «El poder de la prensa de información ideológica y política en el nuevo periodismo andaluz» publicado en la obra Presse et pouvoir en Espagne (1868-1975) en 1996 (Madrid, Casa de Velázquez, ed. P. Aubert y J. Desvois), pues él es el único que cita a Avecilla con su segundo apellido completo: Alonso de Avecilla.

No tenemos referencia alguna de la infancia de Avecilla, y aunque apenas tenemos fotos, sí conocemos algunos de sus rasgos físicos. Era un hombre alto, de 1,70, de complexión normal, ojos pardos, boca grande y nariz grande. Antes de cumplir los veinte años Avecilla contrajo matrimonio con Carmen Cuesta López de la Rosa (Madrid, 23-10-1878), de quien enviudaría antes de exiliarse a México en 1942. Además de su labor periodística, literaria y futbolística, era abogado.

Desde su primera adolescencia empezó a escribir; en 1896 publicó su primer texto Radios tangentes: narraciones velocipédicas, firmado junto con Gerardo Failde y Ramón Cilla Pérez. Y entre 1903 y 1904 fundó y dirigió hasta tres revistas deportivas: Revista de Sport (1903), Mundo Sportivo (1903) y Gaceta del Sport (1904), además de colaborar como cronista deportivo en el diario madrileño Diario Universal, en el que firmaba sus artículos con el pseudónimo de F. Bowden. Por cierto que con toda probabilidad la segunda de las revistas que fundó sirvió como modelo para que en 1906 se fundara en Barcelona El Mundo Deportivo.

Su trayectoria periodística en estos años trabajando por el fomento del deporte madrileño es indudable, aunque como tantos aspectos del personaje nunca se hayan citado. Y probablemente como consecuencia de su trayectoria fue elegido presidente de la Asociación Madrileña de Clubs de Foot-ball el 4 de enero de 1904. Aunque es precisamente su presidencia el punto clave de su trayectoria deportiva no es oportuno ni repetir aquí lo que a grandes rasgos mencionamos en nuestro artículo del mes pasado ni tampoco adelantar lo que minuciosamente desarrollaremos en meses sucesivos.

Pero sí es quizá oportuno hacer mención a su trayectoria anterior a 1904, aunque solo sea para decir que también nos es desconocida. Tradicionalmente se ha dicho que Avecilla se marchó del Madrid FC y fundó el Club Español, desde el que intentó rivalizar con sus antiguos compañeros madridistas. Ignoramos por completo si esto es cierto, pero lo que sí sabemos es que Avecilla no dejó en sus múltiples escritos prueba de esto, y que tampoco encontramos en ninguna de las alineaciones del Madrid a ningún Rodríguez ni a ningún Avecilla.

También se dice que Avecilla fue presidente del Español y que compaginó este cargo con el de presidente de la Federación en 1904. Sí sabemos que el presidente del Español desde el 7-10-1903 era M. Méndez, pero es cierto que no sabemos si este sustituyó precisamente a Avecilla que ya tenía su objetivo puesto en la federación.

Por último queremos destacar otra información difundida tradicionalmente y que también nos vemos obligados a poner cuanto menos en duda. Se trata de la idea de que Avecilla aprovechó la presencia en Madrid de los presidentes de los clubes más importantes de España con motivo del Concurso del Ayuntamiento de 1902 para establecer conversaciones con sus respectivos presidentes (Hans Gamper, Carlos Castellanos, Juan Astorquia y José María Miró) con el fin de fundar una federación española de fútbol, a la que dieron el nombre de Unión de Clubs de Foot-ball, que supuestamente habría mantenido sus actividades hasta 1903. Cierto o no, no podemos dejar de mostrar nuestras absolutas reservas al respecto, ya que resulta extremadamente raro que no haya ni la mínima mención ni en Los Deportes de Barcelona ni en el Heraldo del Sport de Madrid, y tampoco en ninguna de las tres revistas antedichas publicadas por el propio Avecilla. Nadie de los que sostienen la existencia de esta misteriosa federación da ninguna fuente para sus afirmaciones, y dada la absoluta carencia de información nos obliga a pensar si no hay una confusión absoluta con los hechos ocurridos diez años después, en que sí se fundó una Unión Española de Clubs de Foot-ball. No nos resulta creíble que se fundara una federación con tan importantes miembros y que ninguno diera ni la mínima noticia.

Lo que sí podemos afirmar con absoluta seguridad es que la experiencia de Avecilla en el fútbol no fue buena. Una vez se puso al frente de la federación solo duró tres meses al frente, víctima de un conjunto de intrigas e insidias que resultan casi increíbles de imaginar en el lejano 1904 en que el fútbol solo era pasión y diversión. La primera dimisión que presentó en marzo de 1904 no le fue aceptada, pero el caso es que la federación dejó de tener actividad al terminar el Campeonato de España, el 29-3-1904. Meses después Avecilla volvió a mandar una carta de dimisión, pero ya meramente testimonial pues la federación había desaparecido.

Lo que está claro es que abandonó completamente su relación con el fútbol y el deporte y se dedicó plenamente a su prolífica labor como periodista y escritor.

Su labor periodística que había iniciado con tanto énfasis a través del fútbol la continuó en otros ámbitos, en los que no fue menos entusiasta. Escribió en La Tribuna, Libertad o Informaciones. Fue director de Castilla (1917), periódico de Alcalá de Henares, ciudad donde se convirtió en un personaje de primera categoría y en la que se le recuerda por haber sido principal promotor de la construcción de la moderna ermita del Val. Colaborador de La Voz de Madrid (1925), Abc y la revista Blanco y Negro, para los que enviaba crónicas desde París, ciudad en la que vivió desde finales de los años veinte. Algunas las firmó con el pseudónimo de Ricardo Begoña.

Antes de irse a vivir a París ya había publicado varias novelas. Ya en 1905, un año después de dejar el fútbol, publicó Los crepúsculos,  y en los años siguientes volvió a la narrativa con La vida eterna (1913) y otras como Margot tiene que ser honrada (1922). Su popularidad no obstante le llegó a través de sus numerosas obras teatrales y zarzuelas, escritas casi siempre en colaboración con Manuel Merino García-Pierrat.

Su primera obra Silencio…, fue estrenada en 1913 en el Coliseo Imperial de Madrid, y antes de 1922 había puesto en escena casi una decena de obras, entre las que se incluyen El enemigo malo, Tupi-Palace, Su majestad y El estudiante de Salamanca. Y entre las zarzuelas a las que Rafael Millán puso música se encuentran La mala tarde (1915) o Las alegres chicas de Berlín (1916).

A poco de instaurarse la II República regresó a España. De ideología comunista, Avecilla debió de tener una actividad política activa durante los años republicanos. No obstante su protagonismo continuó ligado al terreno literario. Ya en junio de 1931 editó la colección «La novela roja», en la que se publicaron siete obras a razón de una por semana. Eran novelitas muy cortas, de 16 páginas, vendidas al precio de 20 céntimos, concebidas como medio de expresión de las ideas de la llamada lucha del proletariado. El propio Avecilla publicó una de las novelas de la colección, El quinto evangelio, y junto a él lo hicieron personajes de la talla de Margarita Nelken.

Durante estos años bajó su producción dramática; solo se conocen dos obras, estrenadas ambas en 1934: El atajo, escrita con Manuel Merino, y Muchachas de uniforme.

El siguiente punto importante en la biografía de Avecilla es que formó parte del comité incautador de la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE). Así lo contaba por ejemplo Abc del 5 y 6 de agosto de 1936. Formó la junta directiva con Pascual Guillén, Franch, Narciso Fernández Boixader, Pablo Sorozábal Mariezcurrena (en su ausencia José Tellaeche Arrillaga) y Alejandro Casona. Según se decía, «se ha realizado el cambio de rumbos de una manera cordial y sin la menor violencia, merced a la actuación de tres comediógrafos de tan probado espíritu revolucionario como Ceferino R. Avecilla, Enrique López Alarcón y Pascual Guillén».

Pero no todo el mundo vivió la incautación «de una manera cordial y sin la menor violencia». El periodista Tomás Borrás, falangista, respondía así a Abc (27-10-1977, pág. 95) cuando le preguntaban si había conocido a Avecilla: «¡Hombre que si lo conocí!, ¡vaya si lo conocí! Como que un día se presentó aquí de improviso, con intenciones de matarme. Mejor dicho, de matarnos, sí, a mi mujer y a mí».

Junto con su trabajo al frente de la SGAE es probable que también dirigiera algún periódico madrileño durante la guerra. Así nos lo dice Víctor de la Serna (9-1-1937, Abc de Sevilla): «dos días antes de estallar el movimiento nacional uno de estos tipos me visitaba en mi despacho para pedirme colaboración en Informaciones, después de asegurarme que él sentía el fascismo en lo hondo de sus entrañas. Diré su nombre: Ceferino R. Avecilla. Creo que ahora dirige alguna de sus siniestras hojas que paga -mal, por cierto- Moscú».

A partir de ese enero de 1937 no hemos encontrado más noticia de Avecilla, si bien nada hace indicar que no permaneciera en Madrid hasta el final de la guerra pues no en balde al terminar esta fue encarcelado y permaneció en prisión hasta que en 1942 salió desde Casablanca camino de Veracruz a bordo del célebre barco Nyassa. Durante su presidió sabemos que escribió su obra La condenada, estrenada en México en 1946.

Al llegar a México el 22 de mayo de 1942 inició nuevamente su activa carrera periodística y literaria. Colaboró en varias revistas como EstampaMéxico al DíaSaberRevista de Revistas Excelsior (al menos hasta 1947), en la que  escribió críticas teatrales y cinematográficas. Algunas de estas fueron recopiladas en su volumen El teatro, 1943-1945: opiniones, publicado en 1946. A su producción literaria mexicana pertenecen las obras Noche de feria (1941), y la antedicha La condenada (1946) estrenada por María Teresa Montoya. Por cierto que ya en 1930 había Avecilla estrenado su primera obra en México, La loba, interpretada primero por Virginia Fábregas y años después por Prudencia Grifell. Durante su estancia en México Avecilla perteneció a la Unión Nacional de Autores.

Además en 1944 fue el redactor de los diálogos del filme Marina, y un año después del argumento en Último amor de Goya, película también conocida con el título de La diabla y filmada en 1945. Ambas cintas fueron dirigidas por Jaime Salvador y Avecilla trabajó en colaboración con Carlos Martínez Baena.

Sabemos que ese mismo 1946 colaboró con Mi Revista, una publicación parisina bilingüe fundada por Eduardo Rubio Fernández, alias «el Chichito», sujeto al parecer popular por sus exitosas estafas. Tenía dos subtítulos la citada revista, Ilustración Latino-Americana y Organe de Diffusion de la Pensée et du Goût Français en Amerique Latine. Junto con Avecilla escribieron otros españoles como Luis Capdevila, Ángel Samblancat, Felipe Alaiz, Mariano Benlliure, Alonso Camín, Mario Aguilar, Fernando Pintado y Ventura Gassol y por la parte francesa Paul Valéry, Jean Cassou, Paul Eluard, Louis Aragon y Albert Camus, Claude Morgan y Claude Aveline.  La revista tenía además una dimensión política, «de combate» contra el régimen franquista y sus aliados, aún más acentuada en el semanario Heraldo de España, también publicada por el mismo Rubio Fernández.

Al año siguiente, en 1947, Avecilla ganó el primer premio del «Concurso de arte teatral y lírico» organizado en Francia por el Servicio de cultura y propaganda del Movimiento Libertario Español (MLE-CNT) con la obra Que en España empieza a amanecer. La representación del drama tuvo lugar el 18 de julio de 1948 en el Teatro del Capitol de Toulouse. En ella participaron actores del grupo Iberia, del Grupo Artístico Juvenil de las Juventudes Libertarias, que estaba formándose, y de la Compañía Dramática de Teodoro Monge; todos bajo la dirección de este último.

Ignoramos si Avecilla se desplazó a Francia o si vivía allí. Y después de este premio, nada más. Solo sabemos que el historiador mexicano Rafael Heliodoro Valle publicó su correspondencia con Avecilla en 1951. Pero nada más. No sabemos si volvió a España o no, y si realmente murió en México DF como dicen algunas fuentes. De hecho la fecha de 1956 para su fallecimiento tampoco es segura, ya que aunque las otras que se encuentran no son posibles (1936 o 1946), no tenemos dato alguno que nos permita asegurar que en efecto su fallecimiento tuvo lugar en México DF en 1956. A falta no obstante de más información, los daremos provisionalmente por buenos.

Como decíamos en el encabezamiento redactar esta pequeña biografía llena de vacíos nos ha costado meses de trabajo. Quizá impericia… No obstante y a falta de continuar nuestras investigaciones o recibir cualquier información que añada o corrija, entendemos que el salto entre las mínimas referencias que conocíamos de Avecilla y esta biografía es notable y que en consecuencia, a pesar de los pesares, el trabajo ha merecido la pena.

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Bibliografía

Novelas y otras narraciones

  • Los crepúsculos, Madrid, ed. El Trabajo, 1905.
  • La vida eterna, Madrid, R. Moliner, 1913.
  • Margot quiere ser honrada, Madrid, Prensa Gráfica, 1922.
  • La amaba locamente, Madrid, ed. Prensa gráfica, 1925.
  • La sombra enmascarada, Santander, Aldus, 1927.
  • El quinto evangelio, Madrid, colección La Novela Roja, 1931.
  • Noche de feria, Ciudad de México. Isla, ed. Manuel Altolaguirre, 1941.
  • La noche de los tiempos. Cuento burlesco.

No ficción

  • Radios tangentes: narraciones velocipédicas, con Gerardo Failde y Ramón Cilla Pérez. Madrid, Ángel B. Velasco, 1896.
  • Rincón de humildes: crónica de un viejo café, Madrid, Estab. Tip. El Trabajo, 1908.
  • La anarquía y el colectivismo (traducción del original francés de Alfred Naquet), Valencia, ed. F. Sempere y Compañía, 1905.
  • Mademoiselle gris: glosas sentimentales de provincial, Alcalá de Henares, ed. Tipografía de Castilla, 1919.
  • Teatro español del siglo XX. Con José Zaldívar; Alfred Maria Willner; Robert Bodanzky; Franz Lehár; Luis Millá Gacio; Guillermo X Roure; Manuel Moncayo; Luis Linares Becerra; Antonio Estremera; Francisco Graciani; Antonio Graciani; Antonio López Monís; José Pérez López; Juan José Lorente; José de Lucio; Domingo González Parra. Madrid, 1928.
  • Los mil y un días: cronicón, 1 – enero -1936, Madrid, ed. Tip. Europa, 1936.
  • El teatro, 1943-1945: opiniones, Ciudad de México, Talleres Claridad de los Hermanos Ramírez, 1946.
  • Correspondencia con Ceferino R. Avecilla, de Rafael Heliodoro Valle, México, 1951.

Dramaturgo y zarzuelista

  • El puesto de la inocencia. Sainete lírico. Con Félix Méndez Martínez y música de José Fernández Pacheco y Campuzano. Madrid. Ed. Florencio Fiscowich, 1897.
  • La reja. Música de Cándido Larruga. Madrid, ed. Casa Dotesio, 1912.
  • A la buena de Dios. Canción pasiega. Música de Cándido Larruga. Madrid, ed. Casa Dotesio, 1912.
  • Silencio. Drama en tres actos. Adaptación de la obra L‘Alibi de Gabriel Trarieux Madrid. Ed. Castilla, 1913.
  • Tupi – Palace. Sainete. Madrid, 1914.
  • Su afectísimo amigo. Comedia. Madrid, 1914.
  • El enemigo malo. Comedia. Con Manuel Merino. Madrid, ed. R. Velasco, 1915.
  • La mala tarde. Zarzuela. Con Manuel Merino y música de Rafael Millán. Madrid, SGAE, 1915.
  • Las alegres chicas de Berlín. Opereta. Con Manuel Merino y música de Rafael Millán. Madrid, ed. R. Velasco, 1916.
  • Tres miradas. Música notada de Hugo de Montey. Madrid, Unión Musical Española, 1917.
  • La máscara de don Juan. Drama. Con Manuel Merino. Madrid, Librería de Viuda de Pueyo, 1917.
  • Los caminos de Roma. Comedia. Con Manuel Merino. Madrid, R. Velasco, 1917.
  • Florentina (o Pastorela). Opereta. Con M. González (compositor), Enrique Nieto de Molina; Joan Ribé; Raquel Meller. Barcelona, ed. Compañía del Gramófono, 1917.
  • El estudiante de Salamanca. Zarzuela. Madrid, 1917. Música de Luis Pujol.
  • Amalia. La novela de una camarera de café.1919. Música de José Amich «Amichatis».
  • El hombre desconocido. Comedia. Con Manuel Merino. Madrid, Ed. La Correspondencia Militar, 1921.
  • No volvió el aventurero. Adaptación. 1922
  • La hija de nadie (La borda): historia de una mujer del arroyo. Drama. Traducción y adaptación de la obra de José Amich «Amichatis» y Montero Barcelona, Publicaciones Rafols, 1923.
  • La loba. Comedia. Con Manuel Merino. Madrid, ed. Rivadeneyra, 1929.
  • El Atajo. Comedia. Con Manuel Merino. Madrid, Estampa Rivadeneyra, 1934.
  • Muchachas de uniforme. Drama. Traducción. Obra estrenada en el Teatro Alcázar de Madrid el 20 de julio de 1934.
  • A la puerta de tu alcoba. 1937.
  • ¡No te rindas, mujer! Comedia. Con José Amich «Amichatis». 1938.
  • La condenada. Drama. 1946.
  • Que en España empieza a amanecer. Drama. 1948.
  • La reina rubia. Sainete.
  • El ocaso de los demonios. Tragicomedia.
  • La cabeza a pájaros. Comedia. Música de JL Campbell.
  • Luz en las tinieblas. Drama.
  • Circo. Comedia.
  • Calvario. Auto a lo divino.
  • Belén. Fantasía.
  • La cabeza del rey. Farsa.
  • El amor mudo. Entremés.
  • Su majestad. Zarzuela. Con Manuel Merino. Música de Pablo Luna.
  • La hierbabuena. Sainete.
  • La capa. Espectáculo.
  • Anda morena. También conocida como La Isabelina. Música de Cándido Larruga. 1915.
  • Don Jaime el Conquistador.
  • La mujer de todos. Música de José Amich «Amichatis».
  • Porque si.
  • La Chocolatera. Música de Joaquín Zamacois.



José Luis Núñez Clemente (Baracaldo, 1931). 1ª parte

El Barça cumplió sus primeros 112 años de vida el pasado 29 de noviembre de 2011. Y en todo  este tiempo, nada menos que durante veintidós años va a estar presidido por la misma persona, algo sin parangón en su historia, pues las presidencias más longevas – incluso sumando distintos períodos – no han excedido nunca de los 9 años. Tal honor  ( que seguramente no alcanzará jamás ningún otro dirigente blaugrana  ) le corresponde a un hombre que no ha nacido en Cataluña, aunque haya desarrollado allí, y concretamente en la Ciudad Condal, la mayor parte de su vida profesional y su trayectoria vital. José Luis Núñez va a ser el primer presidente barcelonista netamente democrático, entendido el término en el sentido de haber sido  elegido por sufragio universal de todos los socios mayores de edad y con una determinada antiguedad en el Club, tal como correspondía a los nuevos aires que al país le trajo la Transición, en mayo de 1978, once meses después de las primeras elecciones libres en cuarenta años tras el final  del Franquismo, y cuando aun se estaba elaborando la Constitución. Sistemáticamente reelegido – a veces sin oposición – en los años 81, 85, 89, 93 y 97, dimitió sorprendentemente de su cargo en mayo de 2000, cansado de recibir críticas y ser blanco de distintos movimientos de oposición a su gestión.

Posiblemente ningún mandatario barcelonista habrá sido más polémico y controvertido que Núñez – ni siquiera Enric Llaudet o Joan Laporta -, pero también su hoja de servicios a la entidad es impresionante. El Barça del emblemático año 2000 se va a parecer ya muy poco a aquel que él recibió en el año 1978. A un club segundón y tradicionalmente perdedor, muy enraizado en Cataluña pero con escasa proyección exterior y sumido en una grave crisis económica, con una elevada deuda, Núñez lo va a convertir en la primera sociedad polideportiva del mundo, con una dimensión universal, un rosario de  triunfos  ( tanto a nivel del primer equipo de fútbol como de las distintas secciones ),  una  excelente salud financiera y un cuantioso y envidiable patrimonio. La marca «Barça», apenas explotada fuera de la región, empezará a cotizarse muy fuerte en los mercados internacionales, y a ello no va a ser ajena la gestión de este hombre bajito y tenaz, de voz poco airosa y lágrima fácil, pero dotado de una energía y una clarividencia nada comunes.

Núñez es el típico ejemplo de lo que los norteamericanos llaman «Self made man», es decir, un hombre hecho a sí mismo. Emigrado junto a sus padres  desde el País Vasco, con raíces leonesas, crece en la dura Barcelona de la Postguerra, y comienza a moverse desde abajo en los ambientes   inmobiliarios. Autodidacta, acaba casándose con Maria Lluïsa Navarro, hija de un pequeño constructor, y al correr de los años llegará a presidir una gigantesca razón social en la que su apellido precederá al del suegro. Los años 1960-75, la Era del Desarrollismo, establecen a Núñez como un promotor mítico en la Ciudad Condal, envidiado por unos y odiado por otros. Comprarse un piso de «Núñez y Navarro» se convierte en  un hecho sociológico de la vida barcelonesa de la época, una manera de integrarse en la trama urbana. La izquierda, en la semiclandestinidad, le detesta, considerándole un gran especulador del suelo, y esa animadversión va a acompañarle durante toda su vida pública.

Mediada la década de los 70, al compás de nuestra transición democrática, Núñez decide dar el «Gran Salto Adelante». Al innegable éxito profesional, desea unir ahora el prestigio y el reconocimiento sociales, y pocos puestos más adecuados para alcanzar eso en Barcelona que la presidencia del Barça, tradicionalmente ostentada por conspicuos representantes de la burguesía textil. El constructor comienza a mover sus fichas, atrayéndose a la prensa y dándose a conocer ante la afición culé. Ya es lo que llamaríamos «un presidenciable». El segundo mandato de Agustí Montal hijo ( 1973-77 ) toca a su fin, y los aspirantes a sucederle empiezan a tomar posiciones de cara a los primeros comicios auténticamente democráticos de la entidad, a celebrar en la primavera de 1978. Varios precandidatos salen a la palestra, y entre ellos  brilla con luz propia el nombre de Víctor Sagi, destacado publicista barcelonés e hijo de un mítico jugador del gran equipo de los Felices Años 20, Sagi Barba.

Pero Sagi acabará por retirarse de la carrera hacia la presidencia ( la vox populi hablará de presiones y chantajes, nunca probados ), y de cara al sprint final, a las históricas votaciones del 6 de mayo de 1978, van a llegar con opciones tres candidatos: Ferran Ariño, un hombre muy próximo a Convergencia Democrática de Cataluña y por lo tanto a Jordi Pujol, y ex-directivo en las juntas de Montal, el veterano Nicolau Casáus, todo un clásico del barcelonismo, fundador de la legendaria «Peña Solera» y sempiterno opositor al Establishment blaugrana, y, como tercero en discordia, José Luis Núñez, gran empresario de la construcción, un personaje adinerado, un triunfador en toda regla, pero carente del pedigree culé que adorna a sus dos  rivales. De algún modo, Ariño y Casaus compiten por el mismo espacio «político», mientras que Núñez se presenta como un hombre nuevo, sin lastres ni vínculos con el pasado, dispuesto a aplicar criterios estrictamente empresariales a un club de fútbol que se ha venido rigiendo hasta entonces de una forma artesanal, muy de andar por casa, cassolá, como dirían los catalanes. Pero también cuenta con aliados importantes, ya que tanto Johan Cruyff, la estrella del equipo, como Charly Rexach, su futbolista más carismático, le brindan públicamente su apoyo, un gesto entonces muy comentado.

Y la dispersión del sufragio entre sus dos contrincantes,  llevará a Núñez a la victoria. Sumados los votos de Ariño y Casaus ( 9.572 y 6.202, respectivamente ) superan ampliamente a los 10.353 cosechados por el constructor, pero va a ser él quien recibirá el mandato ejecutivo para presidir al Barça durante los próximos cuatro años. Al frente de una Junta Directiva en la que figuran como vicepresidentes el industrial hotelero Joan Gaspart y – sorprendentemente – Nicoláu Casaus, uno de los candidatos derrotados ( que se granjearía a causa de esta decisión no pocos reproches ), Núñez va a poner manos a la obra inmediatamente, encarando con decisión y firmeza el más grave problema de la entidad, el económico.

Solicitará de los socios un adelanto sobre las cuotas, con el compromiso de ir reintegrando ese dinero prorrateado en los futuros recibos. La respuesta de los culés va a ser muy positiva. Se recaudará una elevada suma (409 millones de pesetas ), e incluso numerosos socios renunciarán a la devolución. El saneamiento económico se convierte así en la piedra angular sobre la que Núñez quiere construir el «Barça triomfant» , el lema de su campaña, y le permitirá acudir al mercado de jugadores con plena solvencia. Y hablando de jugadores, y también de entrenadores, el nuevo presidente se estrena con la marcha de Johan Cruyff, la estrella indiscutible del equipo, y también con la del técnico, su compatriota Rinus Michels. El primero va a ser sustituido por un jugador poco conocido en nuestro país, pero que viene avalado de una gran fama con goleador, el austriaco Hansi Krankl, procedente del Rapid de Viena. Y para el banquillo, Núñez va a elegir a un antiguo jugador barcelonista, el alsaciano Lucien Muller, que había despachado excelentes campañas en clubes como el Castellón- al que llevó a la final de Copa -, Burgos y Real Zaragoza.

Atendiendo a su cronología, puede hablarse de un primer Nuñismo, caracterizado por el saneamiento y la posterior buena salud de la economía del Club, lo cual se refleja en un rosario de  fichajes espectaculares ( Simonsen, Quini, Alexanko, Schuster, Maradona, Archibald, Lineker, Hughes, Zubizarreta…) y en una serie de obras con vocación de perennidad – La Masía, reconvertida en Escuela de Jugadores, la ampliación del Camp Nou, la construcción del Mini Estadi en terrenos aledaños, la creación del Museu del Club…-, pero que sin embargo no se corresponde con los resultados deportivos, bastante magros para el mucho dinero invertido en reforzar el equipo, aunque se consiguen algunos resonantes triunfos internacionales, como son las Recopas de 1979 y 1982. Este periodo, que cubre los primeros diez años de su presidencia, hasta 1988, se caracteriza también por estar trufado de una serie de acontecimientos muy accidentados, que van a marcar profundamente a la entidad, instalándose cierto clima de fatalismo entre la masa social.

La primera temporada de Núñez, la 1978-79, es testigo  del primer gran éxito a nivel continental del Barça, de mucha mayor relevancia que las tres Copas de Ferias conquistadas en los años 50 y 60. Esa Recopa, ganada en Basilea al Fortuna de Dusseldorf alemán, delante de 30.000 enfervorizados culés desplazados en ejemplar peregrinación hasta la ciudad helvética, no va a tener sin embargo continuidad, y el Club no tardará en entrar  en una espiral de conflictos y sucesos, un auténtico via crucis en el que al Barça le va a ocurrir literalmente de todo. Ya en el apoteósis de la Plaça Sant Jaume la multitud corea un doloroso «Núñez no, Neeskens sí», en alusión a la marcha del centrocampista holandés, muy querido por la afición gracias a su pundonor y entrega. Es el primer bofetón, metafóricamente hablando, que recibe el flamante mandatario.

Su segundo curso, el 79-80, con el fichaje estelar del danés Allan Simonsen, va a ser también agitado, puesto que, en lugar de nuevos triunfos,  traerá el profundo desencuentro entre el entrenador Quimet Rifé- que había revelado a Muller poco antes de Basilea –  y la otra gran estrella del equipo, el austríaco  Krankl, contencioso que se saldó a favor del técnico catalán, aunque los adversos resultados deportivos no tardarían en hacerle saltar también del banquillo, siendo sustituido por un ilustrísimo veterano, el incombustible Helenio Herrera, que veinte años después de su traumática salida retornaba a Can Barça, ya con una edad bastante avanzada. Núñez, mientras tanto, estaba aterrizando en el fútbol español con estrépito, manteniendo profundas diferencias tanto con los organismos federativos como con el eterno y gran rival, el Real Madrid. En otro orden de cosas, en Octubre de 1979 se inaugura la Residencia para jugadores en La Masía, un lugar llamado a convertirse en santo y seña de la entidad, con sucesivas y brillantes hornadas de canteranos. Y en Diciembre Núñez podrá proclamar con orgullo que el Camp Nou ya es completamente propiedad del Barça, al liquidarse los últimos flecos de la enorme deuda generada por su construcción.

Pero si bien el palmarés deportivo del Club no se incrementaba, al menos su economía sí parecía marchar viento en popa, y los continuos superavit hicieron  que Núñez pudiera plantearse una política de fichajes de auténticas campanillas, tales como el del central del Athletic de Bilbao José Ramón Alexanko o el del ya mítico goleador del Sporting de Gijón Enrique Castro «Quini», objeto de deseo del Barça desde hacía muchas temporadas, y al que los asturianos  dejaban por fin  marchar,  con casi 31 años y a cambio de una elevada suma. Y para reemplazar a HH, una vez pasada la situación de emergencia ( el «Mago» consiguió clasificar al equipo in extremis para la Copa de la UEFA ), Núñez va a apostar nada menos que por Ladislao Kubala, una leyenda viva para todos los culés y sempiterno seleccionador nacional español, que había quedado libre tras la Eurocopa de 1980.

Sin embargo Kubala tampoco va a echar raíces, pues los malos resultados continúan a pesar de la fuerte inversión  realizada. Al poco tiempo volverá  al banquillo Helenio Herrera, siempre ejerciendo como fiel bombero, y llegará un joven y extraordinario centrocampista alemán de rubios cabellos, Bernd Schuster, que había maravillado en la reciente Eurocopa de Italia, y que muy pronto se va a convertir en el auténtico líder del equipo. Pero el gran suceso de esta temporada 80-81 será de naturaleza extrafutbolística: el secuestro del «Pichichi» blaugrana Quini en Febrero del 81, días después del 23-F, a la finalización de un partido contra el Hércules de Alicante en el Camp Nou. El hecho va a tener en vilo a toda España, futbolera o no, durante casi un mes, y se resolverá felizmente con la liberación del delantero asturiano y la detención de sus captores por la policía, cuando estos iban a cobrar el rescate. El equipo, traumatizado por la suerte de su compañero, se resentirá en su rendimiento, y la Liga va a escaparse un año más, aunque no así la Copa del Rey, brillantemente conquistada en el madrileño «Vicente Calderón» al derrotar por 3 a 1 al Sporting de Gijón, y precisamente con dos dianas del «Brujo» a sus antiguos compañeros. El curso se  cerrará también con cuatro fichajes de relumbrón: el meta guipuzcoano Urruti, que cruza la Diagonal procedente del Español, el defensa canario Gerardo, el centrocampista  aragonés Víctor y el delantero astur Morán, todos ellos de lo mejorcito del mercado nacional.

La temporada siguiente, 81-82, va a contemplar la ampliación del Estadio de cara a albergar los partidos del Mundial de España ( entre ellos, el encuentro inaugural ). En lo deportivo, y con el prestigioso técnico alemán Udo Lattek en el banquillo, el Barça volverá a dejar escapar la Liga nuevamente, desperdiciando una amplia ventaja en las últimas jornadas, en favor de la Real Sociedad. Por contra, conquistará  su segunda Recopa, en la final celebrada en el propio Camp Nou frente al Standard de Lieja, al que supera por un apretado 2 a 1. Y poco después va a producirse la gran noticia del año, pues Núñez  – tras varios años intentándolo – consigue por fin los servicios de quien estaba considerado en aquellos momentos como el mejor jugador del mundo, el argentino Diego Armando Maradona, a cambio de una exorbitante cantidad de dinero que rondaba los 1200 millones de pesetas. En torno al «Pelusa» va a formarse una plantilla de ensueño ( una revista la definió como «el Barça Espacial», claro precedente de los posteriores «galácticos» madridistas ), en la que junto al astro argentino y al germano Schuster figuran los Marcos. Periko Alonso, Julio Alberto, Pichi Alonso y Urbano, fichados todos ellos a golpe de talonario. Paralelamente, Núñez va a ser nombrado Vicepresidente de la Real Federación Española de Fútbol. También será el encargado de negociar los derechos de retransmisión de partidos con Televisión Española, y va a conseguir un espectacular incremento de la cantidad abonada por el Ente público. Por otro lado, el Barça alcanza la cifra de 100.000 socios.

Pero los resultados deportivos, una vez más, distarán de ser los esperados, y la Liga se esfuma de nuevo, por noveno año consecutivo, aunque algo de culpa va a tener en ello la repentina enfermedad de Maradona – una hepatitis B – , que le dejará durante varios meses fuera de combate. El fiasco le cuesta el puesto a Lattek, sustituido por César Luís Menotti, el hombre que había conducido a la Albiceleste al Campeonato Mundial de 1978.»El Flaco» – otra de sus varias similitudes con Johan Cruyff – va a debutar con buen pie, ya que a sus órdenes el Barça obtendrá la Copa de la Liga ( una competición «Made in Núñez», ideada ex profeso para que los clubes pudieran hacer más caja ) y sobre todo la Copa del Rey, ambas ante el eterno archienemigo, que no rival, Real Madrid, y la segunda recordada por los gestos obscenos que, tras el gol de la victoria azulgrana conseguido por Marcos al filo del tiempo reglamentario, va a dedicarles Bernd Schuster a quienes no tardando demasiado se convertirían en compañeros suyos. Cierra el balance positivo de la campaña 82-83, salvada gracias a esa serie de triunfos ante los blancos, la inauguración de un nuevo equipamiento que incrementa el ya cuantioso patrimonio del Club, el Miniestadi, una coqueta bombonera aledaña al Camp Nou donde los culés van a poder solazarse admirando las evoluciones del equipo filial.

Había muchas esperanzas depositadas en el curso 83-84, con Menotti en el banquillo y Maradona ya felizmente recuperado, pero estaba escrito que el Pelusa no iba a triunfar en el Barça, porque a poco de comenzar la Liga, en un partido disputado en el Camp Nou ante el Athletic de Bilbao, el durísimo zaguero Andoni Goikoetxea – que ya había tronchado la rodilla de Schuster un par de años antes en San Mamés – va a lastimar el tobillo de Diego, enviándole al dique seco para varios meses. El cuadro rojiblanco volvería a ganar el Torneo de la Regularidad – ya iban diez temporadas consecutivas de frustraciones -, y también la Copa, precisamente ante el Barça, en Madrid, por la mínima y con una bochornosa batalla campal entre los jugadores de ambos equipos al finalizar el encuentro. Uno de sus protagonistas fue el propio Maradona, cuyos días ya estaban contados en la Ciudad Condal. Circunstancias imprevistas le habían impedido rendir a su mejor nivel, aun destilando esporádicas gotas de genialidad, y su entorno particular no constituía tampoco el marco ideal para un deportista de élite. Núñez va a recibir una oferta mareante del Nápoles, que deseaba dejar de ser un don nadie en el Calcio, y dará  su aquiescencia a la marcha del as argentino, en una operacion que se saldó incluso con beneficios para el Club. Con Maradona va a abandonar también la entidad Menotti ( aunque no rumbo a Italia ). Entre tanto morbo, la consecución de una nueva Copa de la Liga quedará absolutamente eclipsada, como es natural. Es momento de mudanza, y Núñez, tras las experiencias alemana y argentina, vuelve los ojos a las raíces del fútbol, y contrata a su octavo entrenador en tan sólo seis años, un semidesconocido técnico inglés llamado Terry Venables. También se plantea la necesidad de llenar el hueco dejado por el Pelusa. Un firme candidato va a ser el ariete mexicano Hugo Sánchez, del Atlético de Madrid, pero al final se opta por otro británico poco conocido, el delantero escocés, Steve Archibald, al que se le encomienda  la dificilísima misión de tratar de hacer olvidar a Diego.

Y la jugada no saldrá nada mal, porque – tras toda una década de fracasos – el Barça va a acabar adjudicándose la Liga 84-85  con bastante brillantez, liderando de cabo a rabo la clasificación. Una histórica goleada al Boca Juniors en el Gamper – 9 a 1 –  va a ser el prólogo del arranque soñado por todo culé que se precie: una victoria en el mismísimo «Santiago Bernabéu» por 0 a 3 en el primer partido liguero. A partir de ese momento el Barça, practicando un «pressing» demoledor,  ya no dejará el liderato, y por fin, once años después del último entorchado, volverá a conquistar el ansiado título que da opción a jugar la Copa de Europa, el más importante de los tres torneos continentales que se disputaban entonces. El Barça cantó el «Alirón» en Valladolid, en el Nuevo Zorrilla, después de que el guardameta Urruti subiese a los altares culés al detener un penalty en el último suspiro del encuentro. Algunos meses antes, concretamente el 24 de septiembre de 1984, se había inaugurado en el interior del Camp Nou el Museu del Barça, una instalación modélica en su género, que pronto se convertiría en el más visitado de toda Cataluña. Hoy lleva el nombre de su principal impulsor, el presidente Núñez.

El entusiasmo generado por el triunfo en la Liga fue tal,  que hizo olvidar  por completo el enfado por  la temprana y sorprendente eliminación en la Copa de la UEFA, ante el modesto conjunto francés del Metz. Podía haber sido, por fin, el arranque de aquel «Barça Triomfant»  prometido por Núñez hacía ya demasiado, pero en la temporada siguiente, la 85-86, no sólo no se reverdecieron laureles, sino que se añadieron  nuevos traumas históricos – «urgencias» las llamaba Menotti – al barcelonismo. Para empezar, brotaron abiertas discrepancias entre el presidente y la gran estrella del equipo, el alemán Bernd Schuster, que había liderado con gran acierto el juego blaugrana durante la exitosa campaña anterior. Schuster era un hombre de carácter difícil ( algo que se ha puesto de manifiesto en todos los equipos en los que ha jugado, y han sido unos cuantos…), y los tira y afloja entre ambas partes comenzaron a hacerse habituales. Pero todo estalló hecho pedazos la infausta tarde del 7 de Mayo de 1986, en el sevillano Estadio Sánchez Pizjuán. Mas antes de llegar hasta allí, el Barça había sido incapaz de revalidar el título liguero – se lo impidió el inicio del ciclo triunfal de la «Quinta del Buitre» madridista -, y también perdió la final de la Copa del Rey, al ser derrotado por el Real Zaragoza. Pero estos traspiés iban a quedar  en un segundo plano ante la posibilidad de coronarse por fin campeones de Europa, algo que el club catalán llevaba un cuarto de siglo anhelando. Todos los pronunciamientos estaban a favor del Barça: el equipo había eliminado a cuadros potentes como la Juventus y el Goteborg, tras remontar un 0 a 3 adverso en un partido de vuelta no apto para cardíacos, el rival era un desconocido cuadro rumano, el Steaua de Bucarest, y la final se disputaría en Sevilla, con una masiva presencia de seguidores culés en las gradas del Pizjuán, prácticamente como si se jugase en el Camp Nou. Pocas veces uno de los finalistas habrá sido más favorito, pero…

Aquel 7 de Mayo todo salió mal, empezando por la muerte en accidente de un grupo de barcelonistas que viajaban rumbo a la capital hispalense. Durante todo el encuentro  los de Venables llevaron el control del juego , pero apenas sí crearon ocasiones de gol. De esta manera se llegó al término de los 90 minutos reglamentarios con el marcador inicial, pero la prórroga tampoco resolvió nada, dejando el cero a cero inamovible. Sin embargo, lo peor estaba aun por venir en la lotería de los lanzamientos desde el punto de penalty. Urruti – una vez más providencial – cumplió con creces deteniendo los dos primeros disparos del Steaua, pero lo que nadíe podía sospechar era que el Barça fallaría…¡ cuatro penaltys ! Los rumanos, apoyados en su portero Duckadam ( que estuvo inconmensurable atajando  los castigos  chutados por Alexanko, Pedraza, Pichi Alonso y Marcos ) inscribieron su nombre como campeones de esta desgraciada edición de la Copa de Europa de 1986, y los azulgranas agrandaron aun más su leyenda de conjunto perdedor. Y, para colmo de males, el «Caso Schuster» explotó con toda su virulencia, pues el jugador teutón, al ser sustituido durante el encuentro, no se quedó en el banquillo, sino que abandonó a toda prisa las instalaciones del Sánchez Pizjuán, lo cual suponía un divorcio total con respecto al Club.

Ante este desolador panorama, José Luis Núñez  va a volver a tirar la casa por la ventana. Se fichó a dos futbolistas españoles de gran relieve, el portero Zubizarreta, del Athletic de Bilbao, y el centrocampista Roberto Fernández, procedente del Valencia, y también a dos buenos goleadores británicos, el galés Mark Hughes y el inglés Gary Lineker, «Pichichi» del Mundial mexicano aquel mismo verano. Por contra, Schuster era apartado del equipo. En ese momento, por lo tanto, el Barça contaba en su plantilla con cuatro jugadores extranjeros, y tan sólo podía alinear a dos. El alemán estaba fuera, pero aun sobraba Steve Archibald, cuya primera campaña, la 84-85, había sido muy buena, pero que después sería presa de continuas lesiones, y se toma la decisión  de «bajarle» al equipo filial, el Barcelona Atlético, que militaba en Segunda A.

La temporada 86-87 va a ser inusualmente larga – la denominada «Liga del Play-off» -, y resultará  igualmente esteril en cuanto a títulos, pero las cosas aun van a empeorar en la campaña siguiente, 87-88, y de la manera más traumática posible. La pésima marcha del equipo obligará a Núñez a cesar a Terry Venables, sustituyéndole por Luís Aragonés. Eliminados en Europa, por la Liga se deambula con más pena que gloria, lejos incluso de los puestos que dan derecho a acceder a competición continental. El único lenitivo es la Copa, donde sorprendentemente el Barça va a imponerse en la final a una magnífica Real Sociedad, donde militaban jugadores de la talla de López Rekarte, Jose Mari Bakero o Txiki Begiristáin. Pero este triunfo inesperado no va a ser suficiente para calmar las revueltas aguas de Can Barça…Bernd Schuster – al que le restaba aun un año de contrato – se reintegrará al equipo, cuya práctica totalidad de componentes, con el propio Luís Aragonés a la cabeza, va a enfrentarse abiertamente con la directiva de Núñez a causa de serias diferencias en torno a la fiscalidad de sus contratos. Juntos técnico y futbolistas pedirán públicamente la dimisión del mandatario en el curso de una multitudinaria rueda de prensa. Es lo que ha pasado a la historia blaugrana como «el Motín del Hesperia» ( por el nombre del hotel barcelonés donde tuvo lugar este insólito acto de rebeldía colectiva ). Schuster, haciendo honor a su peculiar carácter, no tomó parte en el evento.

Son días tristes y muy difíciles en Can Barça. Un colectivo de socios descontentos con la gestión de Núñez  había formado meses atrás el denominado «Grup d´Opinió Barcelonista» ( GOB ), que exigirá también la dimisión del presidente y la convocatoria urgente de elecciones. Y algunos jugadores llegan incluso a las manos con varios iracundos aficionados en el transcurso de un  entrenamiento,. Ante este estado de cosas, José Luis Núñez va a cortar por lo sano. Se deshará de buena parte de los díscolos y también de  Luís Aragonés, y tomará una decisión de enorme trascendencia para el futuro de la entidad: contratar como nuevo técnico barcelonista a Johan Cruyff. Recordemos que el holandés le había prestado su apoyo explícitamente en vísperas de las elecciones de 1978. Ahora, como responsable del Ajax, aparecía avalado por su firme apuesta a favor de un fútbol abierto y espectacularmente ofensivo, muy en la línea de la mítica «Naranja Mecánica». Para recibir al «Flaco», Núñez tira de chequera y le ficha un equipo completo: Unzué, Aloisio, Serna, Manolo Hierro, López Rekarte, Miquel Soler, Eusebio, Jon Andoni Goikoetxea, Valverde, Jose Mari Bakero, Julio Salinas y Txiki Begiristáin. También van a ascender a la primera plantilla dos brillantes canteranos, Luís Milla y Guillermo Amor. Con esta drástica renovación podemos dar por finalizado el primer período del Nuñismo. Alumbra una nueva era, preñada de incertidumbre, aunque los culés confían en que  el club de sus amores pueda volver por fin a la senda de los éxitos.




Jacinto Fernández de Quincoces: una entrevista muy especial

Publicada anteriormente en la revista de la IFFHS «Fussball-Weltzeitschrift» Nº 30 (1996)

El triunfo de España en el último Campeonato del Mundo ha sido un éxito sin precedentes. Todas las anteriores tentativas se saldaron con decepción, siempre dejando a un lado el cuarto puesto de Brasil en 1950. También nuestros mejores jugadores habían pasado por el Campeonato Mundial con cierto sabor agridulce, pues la falta de éxito del equipo ensombreció la labor individual. Italia 1934 fue un Mundial especial. Era la primera participación española en la fase final donde  presentaba un plantel muy interesante: Ricardo Zamora, Ciriaco Errasti, Leonardo Cilaurren, Isidro Lángara, Luis Regueiro, Guillermo Gorostiza y… Jacinto Fernández de Quincoces, elegido el mejor defensa del mundo.

Jacinto Fernández de Quincoces López de Arbina. Baracaldo (Vizcaya) 17-VII-1905. Componente, junto a Ricardo Zamora y Ciriaco Errasti, del más famoso terceto defensivo de nuestro fútbol. Ingresó en el Deportivo Alavés a los 18 años, después de haberse forjado en los modestos clubes baracaldeses Giralda y San Antonio, sin que el Athletic de Bilbao mostrase el menor interés por él. Su garra y pundonor, unidos a una calidad técnica muy superior a lo demandado por entonces a los defensas, le llevaron a convertirse en uno de los mejores zagueros de Europa, aunque desde ciertos ámbitos se le achacara excesiva nobleza. Su estampa briosa, con el pañuelo anudado sobre la frente, se hizo popular en el Alavés con el advenimiento del Campeonato Nacional de Liga, durante cuyas tres primeras ediciones disputó los 44 partidos del calendario. En 1931 fue traspasado al Real Madrid con su compañero Ciriaco y el atacante Olivares, a cambio de 60.000 ptas. Permaneció con los blancos hasta 1942, interviniendo en otros 132 partidos, alzándose con dos campeonatos de Liga y otros dos de Copa, y sumando 25 partidos internacionales desde su debut contra México en Ámsterdam, durante los IX Juegos Olímpicos, y su despedida frente a Austria, en el Metropolitano, el 19 de enero de 1936. En ese intervalo hubo un hueco para su presencia en el Mundial de Italia correspondiente a 1934. Apodado «El Autogiro» por su espectacular juego de cabeza y eficacia en los cruces, le fue dedicada una oda por el escritor José García Nieto con ocasión de un memorable partido de Copa contra el Barcelona en 1936. Aunque protagonizó tres películas y tuvo propuestas para actuar de galán en otras más, continuó Ligado al fútbol como entrenador del Zaragoza, Real Madrid, Valencia y Atlético de Madrid, como secretario técnico merengue y seleccionador nacional en dos únicos partidos. Afincado en Valencia, donde tuvo negocios inmobiliarios, fue directivo en el club más representativo de esa ciudad, así como presidente del Mestalla y de la Federación Valenciana de Pelota. Medalla al Mérito Deportivo. Falleció en la capital levantina el 10 de mayo de 1997.

Esta entrevista fue publicada en la revista «Fussball-Weltzeitschrift» Nº 30 (1996) en alemán. Correspondía al capítulo tercero de la historia de la Copa del Mundo de 1934. Fue la última entrevista que Quincoces concedió en su vida y tengo el honor de poder afirmar que disfrutó, porque durante las horas que estuvimos charlando en su casa de Valencia, cada detalle que recordaba lo revivía con entusiasmo.

Sirva este artículo para rememorar a un español coronado en 1934 el mejor del mundo en su posición que no pudo compartir con sus compañeros el título de campeón justo en este año 2010 en que España alcanzó su máximo hito histórico.

Don Jacinto Fernández de Quincoces y López de Arbina, apellido compuesto e ilustre para uno de los mejores futbolistas que ha dado el deporte español. Actualmente tiene 90 años, es de las pocas personas que ha vivido de cerca toda la historia internacional de nuestro fútbol. Cuando la Selección jugó en Amberes en 1920 su primer encuentro él ya combinaba sus partidas de pelota vasca con el fútbol en las calles de Baracaldo.

– Quedan lejos esos tiempos, pero imagino que debe recordarlos con bastante agrado.

– Ya lo creo. Propiamente empecé a jugar en Vitoria, con los Koipes, que significa los aceites, por llamarnos de alguna manera, pues no era equipo ni nada parecido. Jugamos en un terreno de cultivo, que quedaba aprovechable cuando se hacía la siega. Piensa la de baches que tendría. Era la época en que nosotros mismos llevábamos a hombros los palos de la portería.

La primera camiseta ya correspondió a Los Ciclistas, que eran los mismos que los Koipes, pero ya más uniformados. Seguían sin ser un equipo de verdad, porque no teníamos ni competición ni estábamos inscritos en ningún campeonato, pero nos reuníamos casi todos los días de verano para jugar a fútbol y pasarlo bien

– Entonces, ¿cuál fue su primer club?

– Podemos decir que el Desierto de Baracaldo, porque en él llegué a jugar en la Serie C de la Federación Vizcaína, algo así como la tercera categoría. Por entonces no había Liga y los campeonatos eran regionales. Pero allí estuve muy poco tiempo porque mi familia se trasladó de nuevo a Vitoria y ya jugué federado con el Club Deportivo Alavés, que acabada de constituirse como club.

Fue don Amadeo García Salazar, directivo del CD Alavés quien me hizo pasar al primer equipo. Don Amadeo no tenía ni idea de fútbol, no entendía nada, pero veía que yo era un buen chico y por tanto quería premiarme. Claro está que luego Amadeo García Salazar acabaría siendo seleccionador de España, uno de los mejores de todas las épocas, por lo que algo aprendió en el CD Alavés, principalmente.

Quincoces trata al Club Deportivo Alavés de una manera especial. En él aprendió a jugar propiamente al fútbol y en él se consagró como uno de los mejores jugadores españoles de todos los tiempos, en leyenda más exactamente. Cuando habla de su Alavés siempre lo hace en un tono halagüeño, extrapolando la modestia del club a los límites de los más grandes, y lo hace con simpatía, con doble intención, conocedor de que lo importante es el corazón y no el dinero, porque sabe que el Alavés es rico, millonario mejor dicho, espiritualmente.

– El Club Deportivo Alavés representa mucho para usted.

– Lo es todo, se puede decir. Es el mejor club del mundo. Después le siguen el Real Madrid, el Valencia CF, el Real Zaragoza… incluso el Atlético de Madrid. Son todos los mejores clubs del mundo, pero el CD Alavés es el mejor de todos éstos. En él me realicé como jugador y por los grandes momentos que viví con ellos siempre estará en mi corazón.

El Club Deportivo Alavés fue un equipo de los llamados históricos. Tuvo una evolución muy importante porque se fundó muy tardíamente, mucho después que los principales equipos vascos como el Athletic Club o el Arenas Club de Guecho, con los que hubo de competir. Sin embargo, este modesto club concentró una serie de jugadores muy importantes, de nivel internacional que le permitió ensombrecer incluso al todopoderoso Athletic Club.

-Un año fuimos campeón de campeones –se refiere a la temporada 1929/30-, porque el Athletic Club quedó campeón de Liga, además invicto, y de Copa, pero en el Campeonato de Vizcaya nosotros fuimos campeones, por delante del Athletic, por lo que nuestro título era más importante que el de Liga o de Copa de España –señala con cierta picardía-, pues habíamos vencido al campeón de esas competiciones.

En aquellos años teníamos un equipazo, entre otros, además de mi inseparable Ciriaco Errasti, estaban el portero Tiburcio Beristáin, que luego pasaría a la Real Sociedad, el centrocampista Antero González o el interior Baltasar Albéniz. Luego vendría el «Negro» Manuel Olivares, un goleador realmente impresionante.

-Fue con Olivares y Ciriaco con quienes pasaron al Madrid FC, pero antes el Athletic Club de Bilbao quiso contratarle.

-En efecto. Llegué a estar a prueba en el Athletic bilbaíno, pero no les gusté. Ellos se lo perdieron. La verdad fue que me llevaron a jugar un partido amistoso a San Sebastián contra la Real Sociedad en 1926. Me alinearon en la derecha y yo en ese sitio no me aclaraba, por lo que no hice un buen partido. Al final me dieron 25 pesetas, que era lo que costaba el billete en tren para Vitoria y me dijeron que de momento no les interesaba.

Más tarde, un par de años más o menos, volvieron a por mí. Entonces fui yo quien jugó con ellos y estuve si darles la respuesta definitiva hasta el último día en que se cerraba el plazo para presentar las fichas y les dije que no, porque aún me escocía lo que me habían hecho. Me quedé jugando en el CD Alavés con mucho gusto, hasta que vino el Madrid FC.

La culpa de todo la tuvo Pablo Hernández Coronado. Era un hombre extraordinario, como persona y como conocedor de fútbol. Estaba en su mente reforzar al Madrid por líneas y nos eligió a nosotros, a Ciricaco y a mí, pues ya éramos lo suficientemente famosos como para cotizarnos. El Madrid FC pagó 60.000 pesetas por los tres, repartidas a 25.000 para cada uno de los dos internacionales y 10.000 para Olivares, que era el más joven y el menos famoso. Como en aquella época estaba fijado que el 10% del traspaso fuese para el jugador, yo recibí 2.500 pesetas, que para entonces no estaba mal. Me compré un automóvil que me costó 800 pesetas, un modelo deportivo de los que entonces gustaban mucho a las chicas. El Madrid FC me pagaba 1.000 mensuales, menos que el CD Alavés, que me pagaba 1.200, pero en cambio teníamos unas primas más importantes, y además ganábamos casi siempre, por lo que económicamente estaba en la gloria.

En el Madrid FC los comienzos no fueron nada fáciles, sino todo lo contrario. Nos recibieron con relativa frialdad, pues desplazábamos del equipo titular a jugadores muy queridos por la afición, como eran José Torregrosa y Félix Quesada. Lo que sucedía era que Ciriaco y yo estábamos muy compenetrados y nos resultaba muy cómodo jugar juntos. No jugábamos en línea, Ciriaco siempre estaba un poco más adelantado que yo, así él despejaba con más contundencia y yo jugaba el balón. Afortunadamente el problema duró poco, pues pronto llegaron los buenos resultados y el Madrid FC se proclamó campeón de Liga y sin perder ningún partido, igualando la gesta del Athletic Club. Desde entonces nadie volvió a cuestionarnos.

¿Qué ambiente había entre los jugadores, tanto del mismo club como entre los rivales?

-Era un ambiente fabuloso. Nos llevábamos todos muy bien, éramos todos amigos. Indistintamente si uno era del Madrid FC o del Athletic. Nos reuníamos en el Bar Esparza todos, antes y después de los partidos. A ese bar también iba gente del espectáculo, actores, toreros y otros deportistas como boxeadores, ciclistas… y hablábamos, gastábamos bromas, en fin, era una época extraordinaria. Luego, en el campo de fútbol cada uno era de su equipo y no había ningún problema en golpearse. Cuando veía venir al delantero hacia mí, me encantaba salir a su encuentro con todas las fuerzas y despejarlos, a los dos, al balón y al jugador. Lo que ocurre es que no había mala intención, eran jugadas propias de la época y así lo entendíamos todos. No teníamos malos gestos, era la nobleza del deporte. Los más bonito que le podían decir a uno era llamarle «caballero del deporte», por ser limpio frente a los rivales, pero sin dar concesiones.

Si desde el comienzo de su vida deportiva su nombre siempre estuvo ligado a Ciriaco, cuando accedió a la Selección, la pareja se convirtió en trío, al unirse de forma definitiva el guardameta Ricardo Zamora. Para Quincoces la Selección fue otro club más, por la camaradería que había entre los compañeros, que defendió dándolo todo.

¿Cómo llegó a la Selección?

– Mi primer encuentro fue en la Olimpiada de Amsterdam en 1928 contra México. Tuve sitio en el equipo español porque se decidió que fuesen sólo jugadores aficionados. Por entonces, todavía no existía el Campeonato de Liga, pero el profesionalismo había sido aceptado en España, así que José Ángel Berraondo me convocó y jugué los tres partidos de España.

Fue una época en que tuve mucho trabajo porque al regreso el FC Barcelona iniciaba una gira por América, pero antes tenía que jugar la final de Copa. Si la ganaba yo iría de refuerzo con ellos, así que me fui a Santander a animar al Barcelona. Por un día fui seguidor del equipo azulgrana. Y el caso es que yo no les hacía mucha falta, pues tenían defensas de sobra. En cambio, a mí me hacía mucha ilusión el viaje a América, incluyendo los 17 días de ida en barco y otros tantos de vuelta.

Después de la Olimpiada vinieron una serie de partidos internacionales extraordinarios, y del que mejor recuerdo tengo fue aquél en que vencimos a Inglaterra por 4-3 en el Metropolitano. Fue la primera derrota de los ingleses en el continente. Jugamos un gran partido, destacando Gaspar Rubio. Los volvió locos con sus jugadas y su desmarque. Fue el primer jugador que sabía engañar a los defensores, se desmarcaba cuando menos lo esperabas y siempre estaba solo. Para mí ha sido el mejor jugador que ha habido en el fútbol español. Lástima que se rebelara y marchase a México, donde además se rompió la pierna. Cuando regresó ya no fue lo que era y aunque siguió dando espectáculo, ya no pudo llegar al nivel que había alcanzado a principios de los años 30.

España decidió no participar en el Campeonato del Mundo de 1930. Esta decisión no tuvo excesivo eco en la prensa nacional ni entre los jugadores, pues la idea de una competición de este calibre no había sido todavía asimilada. Sin embargo, hubo una mayor repercusión de lo esperado respecto a la programación internacional de la Selección. El calendario de competiciones nacionales, con Campeonato Regional, Liga y Copa ahogaba a la Selección que sólo podía disputar algunos partidos amistosos. El público perdió la costumbre de ver al equipo nacional y los resultados que se fueron obteniendo empezaron a ser excesivamente discretos, hasta llegar a la derrota más amplia recibida, el 7-1 en Londres.

Se había perdido la confianza en la Selección, que necesitó tiempo para ir recuperando credibilidad.

-Las esperanzas de hacer un buen papel en el Mundial no eran muy grandes, ¿es cierto?

-Nada. La gente no daba nada por nosotros. Después de 1930 el equipo español había conseguidos resultados discretos. Posiblemente el que más daño nos hizo fue la derrota en Londres ante Inglaterra. Eso desanimó mucho a todos, pero luego fueron volviendo los triunfos. De hecho, conseguimos dos extraordinarias goleadas, como el 13-0 a Bulgaria y el 9-0 a Portugal, ya en las eliminatorias de clasificación para el Mundial. Lo que pasó fue que en los partidos de preparación que jugamos contra el Sunderland no conseguimos buenos resultados. Primero en Bilbao empatamos a tres, después en Madrid volvimos a empatar y finalmente en Valencia perdimos por 3-1. Los comentarios eran muy pesimistas: «si ante un equipo perdemos, ¿qué haremos ante una selección?» Nadie paraba a considerar que el Sunderland era uno de los equipos ingleses más potententes de la época y que nosotros nos estábamos preparando, acoplando los distintos jugadores para concoernos mejor, aunque entonces ya todos sabíamos cómo jugábamos de sobra.

Lo cierto fue que por España nadie apostaba, e incluso nosotros mismos nos contagiamos de esa opinión. Sobre todo cuando en el viaje a Génova, que lo hicimos en barco desde Barcelona, coincidimos con la expedición brasileña. Ahí vimos la gran diferencia. Los brasileños iban todos elegantemente uniformados, con un trato de primera, mientras que nosotros, cada uno había tenido que buscarse su propio traje y nada más teníamos pagado el billete. Por fortuna, siempre pensábamos que todo eso no debía incidir sobre el terreno de juego.

Contrariamente al ambiente en prensa y aficionados, España esta vez podía reunir un plantel de jugadores lo suficientemente competitivos como para tener un mínimo de confianza en sus posibilidades.

-Repasemos los distintos jugadores que Amadeo García Salazar  llevó a Italia

-La verdad es que don Amadeo tuvo grandes problemas para confeccionar la lista de convocados porque entonces en España había muchos grandes jugadores. Para cerrar la lista de convocados, como ya he dicho, jugamos tres partidos contra el Sunderland, en la que se probaron algunos jugadores para ver exactamente el nivel de juego que tenían, porque conocerlos yo creo que los conocía de sobra. Si hacemos el repaso por líneas, vemos lo acertado que estuvo:

Ricardo Zamora y Juan José Nogués en la portería. De «El Divino» poco puedo añadir a lo que ya se ha dicho en tanto tiempo. Era el mejor, lo que pasa es que a veces nos daba grandes sustos con sus locuras. Cuando menos te lo esperabas se iba a hablar con el público o hacía una salida fuera del área que sorprendía a todos, a atacantes y defensa. Yo ya lo sabía porque en el Madrid FC veníamos jugando juntos, y por eso, cuando le adivinaba sus intenciones yo iba a la portería para cubrir los palos. Así, contra Brasil salvé un gol en la misma raya, porque Ricardo había salido a despejar, pero los delanteros le ganaron la acción y a punto estuvieron de marcar. También reconozco que en esa jugada mi despeje no fue muy legal que digamos, porque lo hice con el codo, la suerte fue que el árbitro no lo vio y no pitó penalty.

El reserva de Zamora era Nogués, del FC Barcelona. Era un portero muy fuerte, grande –para los jugadores españoles de esa época sobrepasar el 1’75m de altura ya era notable-, y muy valiente. Nunca se echaba hacia atrás y cuando venían los contrarios sobre él, salía con fuerza y arrollaba a todo aquel que se le ponía por delante… atacantes, defensores, incluso al árbitro si se ponía por medio.

De defensas fuimos tres. Los titulares éramos Ciriaco y yo. Estábamos muy compenetrados aunque cada uno jugaba de una manera diferente. Ciriaco era muy espectacular. Tal y como caía el balón lo despejaba sin parárselo. Igual le daba que el balón viniese solo o lo llevase un contrario, Ciriaco se cruzaba de cara y despejaba el balón o a los dos, lo que fuese necesario. Las mejores ovaciones se las llevaba cuando hacía pasar el balón por encima de la portería contraria, desde su propio campo… y si lo enviaba fuera del estadio incluso sacaban pañuelos. Yo era diferente, incluso decían que no servía de defensa, porque si me venía el balón con ventaja, me lo paraba y lo pasaba a los centrocampistas, como dicen ahora, lo jugaba. Eso a la gente no le gustaba y a veces tenía que imitar a mi compañero Ciriaco. Reconozco que muchas veces tenía que entrar fuerte a mis rivales, eso sí, siempre al choque y con nobleza. Las lesiones se producían por ir los dos a la vez a jugar el balón, por enocntronazos y no por patadas o entradas por detrás. Había mucha nobleza.

Ramón Zabalo, del FC Barcelona, nos acompañó en la defensa. Era un jugador pequeño, barbilampiño y aniñado, no tenía planta de defensa, pero era muy rápido, llegaba a todas partes y pese a su corta estatura tenía un potente salto que le permitía ganar incluso a gente que le sacaba la cabeza. Era valiente y muy limpio, nunca cometía faltas.

Entre los centrocampistas don Amadeo prefirió a los vascos, porque eran técnicos y sabía empujar al equipo hacia arriba. El mejor de todos era Leonardo Cilaurren. Era propiamente un genio, estaba en todas partes, subía y bajaba sin desmayo. Controlaba el balón como si tuviese guantes y lo colocaba allá donde le daba la gana. Si ahora hubiese algún jugador como él, no sé cuánto se podría pagar. José Muguerza le acompañaba en el centro de la línea media. Era muy trabajador y sabía colocarse siempre cerca de Cilaurren para apoyarle en su juego. Y finalmente Martín Marculeta. Era un jugador muy bajito, no llegaba al 1’60m de altura. Tenía unas piernas gruesas y cortas, pero muy ágiles. Corría a una velocidad increíble y nunca se cansaba. Había partidos en que todos estábamos ya agotados y Marculeta todavía corría por balones que se iban a perder por lal ínea y los alcanzaba y los jugaba. Era increíble. Además, era el que más juego controlaba porque estaba en todas partes y subía al ataque mucho e incluso remataba de cabeza. Finalmente también les acompañó Fede, Federico Sáiz, vasco que jugaba en el Sevilla FC. Éste era el más flojo de la línea media. Era un jugador fuerte, grande, que lo mismo podía servir para apoyar en la defensa que subir al ataque, lo más importante era su talla que impresionaba a los rivales.

Los delanteros fueron los más numerosos porque en España se jugaba con cinco delanteros bien definidos. Los extremos tenían que respetar su zona y no salirse nunca de la banda. Más libres estaban los interiores y el delantero centro, pero siempre se les obligaba a un juego de apoyo para que cada uno pudiese realizar sus movimientos con efectividad. Los interiores eran los más completos porque tenían que ser fuertes y rápidos, tener visión de juego y saber entrar en el área. Para mí los dos mejores eran José Iraragorri y Luis Regueiro. Eran totalmente diferentes. Iraragorri era fuerte, peleón, luchaba sobre todo el terreno y muy peligroso. Tenía un potente disparo y con una extraordinaria puntería. No podíamos dejarle que se parase el balón porque desde fuera del área fusilaba al portero. Luis Regueiro en cambio era más técnico. Su mejor arma era la velocidad. Llegaba a todos los balones por piernas y tenía una elegante carrera, siempre con la cabeza alta para poder jugar con mayor visibilidad. Metía muchos goles gracias a su gran puntería porque no golpeaba fuerte el balón, sólo lo tocaba lo preciso para ponerlo allá donde el portero no pudiese llegar. Era muy vistoso verle correr, hasta el punto que le llamaban la «Gacela blanca». Los otros interiores que fueron a Italia fueron Simón Lecue e Hilario.

Lecue, pese a ser vasco, era un poco miedoso. Trabajaba mucho sobre el terreno de juego y era muy inteligente, tenía mil recursos para jugar el balón, pero se cuidaba demasaido, evitaba el choque constantemente y encuanto recibía algún golpe de más, se apartaba del juego y sólo intervenía cuando se veía con ventaja. Con todo, pienso que fue un gran jugador. Hilario, su verdadero nombre era Juan Marrero, era canario. Era un artista del balón, fino, elegante, jugaba para divertirse y no le importaba no marcar gol con tal de hacer las jugadas bonitas. Era una persona extraordinaria y le queríamos muchísimo. Siempre estaba de buen humor. No hacía mucha gracia cuando contaba su fuga de las Islas Canarias para venirse a jugar a la Península. Como era de esperar, allí Hilario era un ídolo y cuando la gente se enteró de que lo quería fichar el RC Deportivo, montaron guardia en la sede del club y en el puerto para impedirle la salida. Lo que no esperaban fue que Hilario se disfrazó de mujer y así pudo burlar a sus guardias. Lo que no entiendo es cómo pudo hacerlo, pues era muy feo, debió llamar la atención como mujer por lo fea que sería, pienso.

Los extremos, tanto en la derecha como en la izquierda, eran maravillosos. Ramón de Lafuente era rápido y tenía un centro medido. Ponía el balón siempre en la cabeza de su compañero. Cuando vino a jugar con el Athletic de Madrid nos hicimos muy amigos, porque entonces éramos todos muy amigos fuera del campo. Durante el partido nadie conocía a nadie, y eso me pasó con Moncho, recuerdo en una jugada en que venía por la banda, entonces salí yo al cruce y despejé el balón y al pobre Ramón contra el público. Cuando se repuso le dije «no ves que entraba con ventaja y venía yo de cara» y me respondió «sí, pero es que no me podía frenar». Y es que «Moncho» era así, jugaba sin mirar al rival y corría por todos los balones. Luego recibía una gran cantidad de golpes y seguía jugando.

Martín Ventolrá también jugaba por la derecha. Éste era un espectáculo. A pesar de ser extremo tenía un juego de cabeza impresionante. En mi vida he visto ningún jugador con esas características, ni Zarra, ni Santillana, ni ningún otro. Aún recuerdo en el partido en que España derrotó a Alemania en Köln, el público ovacionaba cada vez que Ventolrá jugaba de cabeza, centraba de cabeza hacia el área, y para colmo en ese sitio estaba Lángara, imagínate.

Por la izquierda estaban Gorostiza y Bosch. Guillermo Gorostiza «la Bala Roja» era pura velocidad. Muchos piensan que Gento era un jugador rápido, escierto, pero «Goros» lo era más, porque no hacía la carrera al hueco, el se lanzaba en dirección al defensa que debía despejar y le quitaba el balón con un ligero toque, anticipándose lo suficiente como para llevarse la pelota y no recibir la patada, pues el defensa nunca se paraba, y hacer la jugada. Muchas veces marcaba el gol porque no daba tiempo a que llegasen los demás compañeros al área para recibir el centro y él mismo se encargaba de fusilar al portero. Era un portento.

Crisanto Bosch era más lento, lógicamente. Incluso demasaido lento para ser extremo, pero lo compensaba con su tremenda habilidad. Era muy técnico y sabía colocarse en perfectas condiciones con ventaja sobre los rivales. Remataba como Luis Regueiro, más que con potencia, con colocación, tocando suavemente el balón para ponerlo lo más lejos del portero.

Isidro Lángara era el delantero centro de la Selección. Han pasado muchos años y sigo todavía admirándole. Era un verdadero fuera de serie. Marcaba los goles con una facilidad pasmosa. Y la verdad es que no te lo explicabas. Era un jugador más bien lento, incluso pesado, que le costaba llegar a los balones. Si no lo conocías pensabas que no iba a hacer daño, y, si con todos los defensas pendientes de él era el máximo goleador, imagínate si encima le dabas ventaja. Nunca se paraba el balón y cuando metía la «alpargata», como él decía a la bota, sólo podíamos volver a coger la pelota ya dentro de la portería. No tenía disparo, eso era un cañonazo. De cabeza era impresionante verlo saltar y como se torcía en el aire para jugar con el cuello y colocar el balón en la escuadra. Era un delantero muy completo, capaz de desmoralizar al mejor defensa, porque a lo mejor no tocaba pelota en todo el partido y de pronto era capaz de hacer tres goles y ganar él solo el encuentro. Sin duda era el mejor del ataque.

De sustituto de Lángara vino Campanal. Era el delantero centro del Sevilla FC. Era un jugador muy peleón, se caracterizaba por abrir brecha en la defensa rival. Entraba siempre a muerte y buscaba el gol como fuese, arrollando a defensas, portero, e incluso a compañeros. Era muy fuerte y agresivo, a veces más de la cuenta, pero es que no pensaba en si podía hacer daño o no, él entraba jugándose el físico y la verdad es que le tenían un poco de miedo, sobre todo los porteros.

Eduardo González «Chacho» y Luis Marín completaban la expedición. Eran dos jugadores más polivalentes que podían jugar de volantes o de delantero centro. «Chacho» tenía una izquierda magnífica. Era muy certero y de hecho llegó a marcar seis goles en un solo partido con la Selección, el día del 13-0 a Bulgaria, además era un jugador muy inteligente. Luis Marín era más peleón, no daba un balón por pedido y también marcaba muchos goles. Posiblemente fue el Mundial más que por su clase, por su capacidad de adaptación a casi todos los puestos, y esto era importante porque nunca se puede saber si va hacer falta un determinado jugador o no.

-Con el repaso que hemos dado a la expedición española podemos considerar que fue un conjunto muy compensado, elegido siguiendo una lógica y con grandes posibilidades de éxito. Sin embargo, seguro que hubo voces que lamentaban la ausencia de otros jugadores.

-Naturalmente. En España cada región tiene su propia Selección, es más, cada aficionado encuentra su equipo ideal y no suele coincidir con el seleccionador. Siempre falta alguno que lo hubiese hecho mejor.

Entre los jugadores que no fueron al Mundial, de todas formas, es difícil citar así de memoria a aquellos que no convocaron pero podemos recordar a Guillermo Eizaguirre, al que todos consideraban el verdadero sustituto de Ricardo Zamora. El pobre se lesionó un brazo y no pudo ser convocado. De todas formas el Sevilla FC le pagó el viaje al Mundial como premio a su gran temporada y vino con nosotros, con el brazo en cabestrillo.

Tampoco estuvo en Italia Herrerita. Eduardo Herrera estaba comenzando entonces y ya era más que una promesa una realidad. Pieso que don Amadeo prefirió a Moncho de Lafuente por ser más experimentado y entenderse mejor con José Iraragorri.

Otro jugador del Oviedo FC, Pedro Pena, tampoco viajó, pese a que jugó en el partido contra el Sunderland en Madrid, así como José Torregaray, del Valencia FC, y Pedro Solé, del CD Español de Barcelona. También quedó fuera el portero del Athletic Club de Bilbao, Gregorio Blasco, que ya había jugado en la Selección en otros partidos.

Son nombres de algunos jugadores importantes, pero hay que tener en cuenta que no podían ir todos, porque hubiesen ido cuarenta jugadores todos con clase, y efectivamente, creo que los que estuvieron en Italia fueron dignos representantes de España.

– Y de esta manera se enfocó la fase final. Ahora hablemos de los tres partidos de España. El primero fue ante Brasil.

– No nos gustó en absoluto que el primer partido fuese ante Brasil. Todos sabíamos que tenían un equipo poderoso, aspirante a ganar el torneo. En España se decía que la FIFA había tratado mal a España al no reconocerla cabeza de serie en el sorteo y por eso, de buenas a primeras ya nos enfrentábamos a uno de los mejores.

Además, ya he comentado que en el viaje de Barcelona a Génova coincidimos los dos equipos, pues los brasileños habían estado en España un tiempo de preparación del Mundial, y pudimos ver la diferencia de trato que hubo en el barco.

Pero en el campo todo esto se olvidó. Nosotros teníamos un gran equipo y se le demostramos a los brasileños. Pienso que se confiaron o nos menospreciaron, en especial a nuestros delanteros y cuando se dieron cuenta de lo que tenían delante ya les habíamos hecho tres goles. Y es que Lángara estuvo muy acertado. Fue la verdadera pesadilla, llevando el peligro una y otra vez. Por lo visto no lo conocían y mira por dónde, no se les olvidaría ese nombre.

En la segunda parte nos echamos atrás. También es cierto que Brasil salió dispuesto a cambiar el resultado. Y la verdad es que lo pasamos mal, porque apretaron mucho. Cuando marcaron el 3-1 aún tuvieron oportunidades de volver a marcar, sobre todo en dos. Primero en un penalty que el árbitro nos señaló en contra y que Leónidas1 falló. Lo tiró muy ajustado y Ricardo Zamora supo deternerlo magistralmente. Luego, los ataques brasileños fueron constantes, incluso en uno, en un balón que Zamora no atrapó, Waldemar remató a puerta vacía, pero allí estaba yo para despejarlo,

1 Según crónicas brasileñas, el penalty fue lanzado por Waldemar, pero en la versión española siempre se cita a Leónidas. Insistiendo a Quincoces sobre quién disparó, él se reafirma en Leónidas, jugador negro delgado, frente a Waldemar, al que describe como hombre corpulento y fuerte.

aunque lo hice de «zamorana» -rechazando con el codo-. El árbitro no lo vio porque fue un contrataque rápido y no pudo llegar a tiempo. Era el árbitro un alemán grandote y pesado y apenas corría.

Hay que reconocer que Brasil acabó facilitándonos las cosas porque Waldemar, que era un artista, no pasaba ningún balón a sus compañeros. Se empeñaba en querer regatearnos una y otra vez y nosotros nos limitábamos a verlo venir y despejarlo, una veces el balón y otras a los dos a la vez, pelota y delantero, como se hacía en aquella época.

Mucho más peligroso era Leónidas. Era muy elegante y jugaba con velocidad y precisión. Nos provocó muchas preocupaciones, pero afortunadamente el resto del equipo no estuvo a su altura y, pese a que Brasil tuvo varias oportunidades, pienso que nosotros merecimos ganar con toda justicia porque fuimos mejores.

– Y después vinieron los partidos frente a Italia. En España se habló mucho y mal de la organización del Campeonato, de la encerrona de Florencia y sobre todo de la parcialidad arbitral.

– Claro, aquello fue un robo. Nos robaron en los dos partidos, porque nosotros fuimos mejores que los italianos, ya lo creo y si no llega a ser por decisiones arbitrales partidistas, nosotros hubiésemos eliminado a Italia.

En el primer partido nos marcaron el gol en clara falta, los atacantes italianos se avalanzaron sobre Zamora y otros defensas y al final Ferrari Giovanni empujó el balón con la cabeza. Imagínate que el árbitro, el belga Baert, se quedó quieto pensando en señalar la falta, pero el público gritaba y gritaba de manera insistente y al final cedió ante la presión y acabó señalando el centro del campo.

El partido fue muy duro, porque los italianos parecían tener licencia para todo, especialmente sus dos defensas, Monzeglio y Allemandi, muy flojos técnicamente pero muy duros, incluso violentos. Pero el peor era Monti, en el centro del campo. Jugaba escorado hacia nuestra izquierda y se notó muchísimo, porque en el segundo partido no pudieron jugar ni Fede, ni Gorostiza, o sea, los que se habían atrevido a acercarse por su zona. Monti tuvo una actuación violentísima, que el árbitro se la permitió.

Y ahí no acabó la injusticia, porque en la segunda parte Moncho de Lafuente hizo todo un jugadón, se escapó de los defensar italianos, jugándose la pierna, y en jugada personal marcó el 2-1. Y aquí llegó nuestra sorpresa porque el árbitro lo anuló porque quiso. No hay otra explicación, pues cuando nos comentó que había sido fuera de juego nos pusimos a reír, porque Lafuente había hecho la jugada él solo, sin apoyo de ningún compañero.

Cuando saltamos al terreno de juego para disputar el segunto encuentro, al ver el griterío del público, la fuerte presión ambiental, ya estábamos convencidos de que no íbamos a pasar. Era literalmente un encerrona. Si después de haber sido mejores en el anterior encuentro no nos dejaron ganar, ahora, lo teníamos mucho más difícil.

Además, tuvimos que jugar con muchas bajas. Yo mismo salí al campo con una rodilla muy lastimada, sabiendo que no iba a poder jugar al máximo. Hice un partido muy cerebral, porque tenía una gran responsabilidad, por eso jugué midiendo mucho mis actuaciones, buscando estar colocado lo mejor posible para despejar los ataques italianos.

El problema era que por muy bien que jugásemos, el árbitro siempre se inclinaría a favor de Italia. Y así fue. A Campanal le anuló un gol en fuera de juego que todavía me pregunto cómo se atrevió a anularlo cuando fue un pase al centro del área, donde estaban varios defensores y el único fallo fue del portero Combi que tardó en salir.

Para colmo, Monti siguió castigándonos con su antideportiva costumbre de lesionar a los rivales. En veinte minutos se cargó literalmente a Chacho y a Bosch. Al extremo a los cinco minutos, en una verdadera agresión en medio del campo y a Chacho poco después del gol anulado.

Con todas estas circunstancias negativas, el equipo siguió manteniendo el tipo. Durante la segunda parte somos nosotros quienes tomamos la iniciativa y buscamos el empate. Llegamos a empujar mucho, acorralando a Italia, pero no tuvimos suerte, máxime cuando Luis Regueiro y poco después yo mismo, nos lesionamos y tuvimos que salir del terreno de juego.

Entonces nos quedamos con nueve hombres y muy mermados de fuerzas, hasta el punto que cuando regresamos Luis y yo, ya no hubo suficiente fuelle como para apretar y forzar a Italia. Fue una lástima.

Siempre recordaré ese partido con tristeza porque nos vaciamos para poder superar el ambiente y no nos dejaron. Además, fue la primera vez que era capitán de la Selección, porque Ricardo Zamora no pudo jugar por lesión, y me hubiese gustado haber alcanzado un triunfo.

– ¿Qué tal fue el recibimiento que se les hizo en España al regreso del Mundial? ¿Se comentó posibles injerencias políticas en el acontecimiento deportivo?

– Respecto al recibimiento podemos decir que fue bueno en un sentido objetivo. Los períodicos ya habían denunciado claramente la encerrona de Florencia y fue cuando descargaron todas sus críticas, reconociendo nuestra entrega y nuestro trabajo. Por eso no nos podemos quejar, pero hay que reconocer que entonces no era como hoy, y el ambiente era mucho más frío. Las alabanzas y elogios se incluían en las crónicas de los partidos y en cada partido se volvía a empezar.

También hubo algunos comentarios con segunda intención sobre Italia y «su mundial». Desde que fuimos eliminados aquí ya se dio por seguro que Italia iba a ganar, no porque fuesen los mejores, que no lo eran, sino porque nadie se iba a atrever a pitar en su contra.

Cuando nos enteramos de la sanción al árbitro suizo Mercet, tuvimos una sensación de que se había hecho justicia. Eso demostraba que no habíamos exagerado el trato recibido en la Copa del Mundo, lo que ocurre que ahora pienso que fue muy triste, porque uno va a esa competición con muchas ilusiones y es lamentable que la parcialidad intecionada o no de la organización te elimine injustamente.

– Ya no tuvo ocasión de volver a jugar un Mundial.

– No, y no fue por mi voluntad, claro está. Yo seguí jugando con la Selección e incluso hicimos algunos encuentros memorables. Del que tengo mejor recuerdo fue el que jugamos en Köln, ante Alemania y vencimos por 2-1. Los alemanes tenían un magnífico conjunto y llevaban muchos partidos seguidos sin perder. Nosotros hicimos un gran juego, especialmente Ventolrá que maravilló al público, que demostró ser mucho más deportivo que el italiano, y aplaudió sus jugadas, sobre todo las que hacía con el juego de cabeza. Lángara se encargó de marcar dos grandes goles y nosotros, en la defensa de frenar al mejor delantero alemán, Conen, que siempre se mostró muy peligroso.

Cuando se jugaron las eliminatorias de la Copa del Mundo de 1938, España no pudo competir porque estábamos en plena Guerra Civil, después vendría la Guerra Mundial y con ella la suspensión de las competiciones internacionales.

El paréntesis de la Guerra Civil en España significó la interrupción de todas las actividades oficiales. Sin embargo, en la zona controlada por el General Franco, donde Quincoces residía, se organizaron una serie de torneos, como la «Copa Brigadas de Navarra». Por esas fechas defendió de nuevo los colores del CD Alavés, pese a mantener su ficha por el Real Madrid, ya que se daban unas circunstancias especiales.

En 1939 se restablecieron las competiciones nacionales y Quincoces volvió al Real Madrid. Tenía entonces 34 años, el fútbol profesional había sido abolido y España no estaba para lujos.

– Finalizada su etapa como jugador, siguió ligado al fútbol como entrenador.

– Después de la Guerra Civil aún jugué algunas temporadas con el Real Madrid, pero más por amistad con los directivos y por afición, porque la edad empezaba a pesar y era cuestión de dejar paso a los jóvenes. Con todo, esto me sirvió para no alejarme del deporte y seguir en él más tarde como entrenador.

Nada más dejar el fútbol activo el presidente de la RFEF, don Javier Barroso me dio el cargo de seleccionador y accedí a ello en 1945. Era un cargo demasiado complicado, que me exigía estar lejos de casa demasiado tiempo y no me compensaba en absoluto, por lo que después de dirigir el segundo partido presenté mi dimisión. Después seguí ejerciendo de entrenador de club.

Reconozco que no tuve los mismos éxitos que había alcanzado como jugador, pero sí la misma satisfacción personal de sentirse con el deber cumplido. Para mí lo más importante era establecer el ambiente idónea de amistad y camaradería dentro de la plantilla para formar un grupo homogéneo, donde todos colaboren en su medida. Cuando se consigue esto el equipo es capaz de conseguir todo lo que se proponga uno.

Posiblemente el mayor reto como entrenador lo tuve con el Atlético de Madrid, al que llegué en

la temporada 1954/55. Me encontré con un equipo roto, totalmente desunido, donde todos se inculpaban y nadie se responsabilizaba. Acabó la primera vuelta a un punto del último, perdiendo en casa ante el Valencia. A la salida del partido había un grupo de aficionados esperando y cuando me asomé empezaron a gritar: «Quincoces, échalos a todos, limpia de vagos al equipo», yo que esparaba que se metieran contra mí y era todo lo contrario. Tardé una semana en recuperar a los jugadores, fui haciendo un grupo de amigos y al poco tiempo los resultados ya nos fueron acompañando. En la segunda vuelta sólo nos superaron el Real Madrid de Di Stéfano y el CF Barcelona de Kubala, nosotros fuimos los terceros.

La verdad es que ser entrenador exige tener un sentido del fútbol especial y concoer mucho a tus jugadores. Yo tengo una cosa muy clara, los jugadores hacen a los entrenadores. Cuando es entrenador de un equipo importante, todo jugador que te llevan es porque ya es bueno, ya destaca y uno no le va a enseñar a jugar. El entrenador debe saber conocer a sus jugadores, esa es la clave, y cuando los jugadores se encuentran a gusto con un entrenador, entonces lo hacen buen entrenador. Así ha sido siempre.

Cerrada su etapa como entrenador permaneció ligado al fútbol haciendo funciones de secretaría y asesoría técnica en varios equipos, principalmente en el Valencia CF. Por eso fijó su lugar de residencia en esta ciudad. Los años no perdonan y cada vez se le fue echando de menos en el campo de Mestalla, donde era asiduo, y se refugiando en los partidos televisados. Actualmente, lleva una vida muy tranquila, acostumbra a realizar un paseo matutino por la ciudad, aprovechando la benevolencia del soleado clima de Valencia y después se recoge en su domicilio, en una céntrica calle. Evidentemente, ya no practica la pelota vasca, deporte en el que también destacó, pero todavía conduce su automóvil, su otra pasión, porque siempre estuvo enamorado de los coches.

No cabe duda que acercarse a Quincoces es poder ver de cerca una de las leyendas más importantes del fútbol español, es encontrarse con una extraordinaria persona que merece llevar el calificativo de «caballero del deporte».

Su trayectoria como jugador

1922/23 Los Ciclistas Vitoria

regional

1923/24 Desierto Baracaldo

regional

1923/24 Baracaldo FC

regional

1924/25 CD Alavés

regional

1925/26 CD Alavés

regional

1926/27 CD Alavés

regional

1927/28 CD Alavés

regional

1928/29 CD Alavés

18

0

1929/30 CD Alaves

18

0

1930/31 CD Alavés

18

0

1931/32 CD Alavés

17

0

1932/33 Madrid FC

18

0

1933/34 Madrid FC

18

0

1934/35 Madrid FC

18

0

1935/36 Madrid FC

19

0

1936/37

1937/38

1938/39 CD Alavés

regional

1939/40 Real Madrid

19

0

1940/41 Real Madrid

18

0

1941/42 Real Madrid

5

0

como entrenador

1942-1943 Real Zaragoza CF

1945 Seleccionador nacional (2 partidos)

1945-1946 Real Madrid CF

1947-1948 Real Madrid CF

1948-1954 Valencia CF

1954-1955 Club Atlético de Madrid

1956-1958 Real Zaragoza CD

1958-1960 Valencia CF




Un hombre llamado Joan Gamper (Winterthur 1877 – Barcelona 1930)

Cuando llegó a  Barcelona, a finales del siglo XIX, su pasaporte de ciudadano helvético  ponía «Hans Maximilian Gamper Haessig», pero en el momento de su muerte era ya para todo el mundo Joan Gamper, un catalán más. Por el medio quedaban tres décadas consagradas a hacer realidad un sueño de juventud, un sueño del que tal vez jamás pudo  imaginar las dimensiones que un día  llegaría a cobrar, por más que a él ya le tocase ser testigo privilegiado de su imparable crecimiento.

Hijo de una familia acomodada, y destacado practicante de deportes como Ciclismo, Natación, Rugby o Atletismo, ya había tenido tiempo de fundar clubes de fútbol en su Suiza natal, cuando, casi por casualidad, recala en Barcelona, donde llevará a cabo  una intensa vida profesional, generalmente volcada hacia las labores comerciales. De todos es sobradamente conocida la histórica nota que Gamper, que entonces trabajaba como contable en la Compañía de Tranvías de Sarriá,  va a insertar en  la revista quincenal  barcelonesa «Los Deportes», con la idea de  aglutinar un grupo de jóvenes junto a los que practicar su pasatiempo favorito, el Fútbol. El 29 de Noviembre de 1899, en el Gimnasio Solé, tomó cuerpo esa feliz  idea, y echó a andar un proyecto llamado a asombrar al mundo, a través de un fenómeno de masas que hoy en día no tiene igual en parte alguna. Aunque, paradójicamente, tan sólo pudieron reunir a diez jugadores para disputar el que sería el primer partido del naciente club, que se saldó con una derrota mínima por 1 a 0 frente al team de la colonia inglesa de Barcelona, en el antiguo Velódromo de la Bonanova, el día 8 de Diciembre de 1899. Gamper, el impulsor, no quiso ser el primer presidente de la nueva entidad – lo sería  Walter Wild -, contentándose con el honor de capitanear el equipo. Jugó durante varios años con la nueva escuadra azul y grana (colores que muy posiblemente había sugerido él mismo), alcanzando unos registros goleadores impresionantes, de dos tantos por partido. Sin embargo su enorme amor hacia la sociedad que había creado de la nada le impelió en 1908 a asumir la responsabilidad de tomar las riendas cuando esta atravesaba por una grave crisis, y se encontraba al borde de la disolución., con únicamente 38 socios. De esa primera presidencia salió un FC. Barcelona renovado, revitalizado, que inauguraría muy pronto – Marzo de 1909 – su primer terreno de juego propio, el mítico campo de la Calle Industria, con su coquetona tribuna cubierta de dos pisos, y un aforo calculado para  nada menos que 6000 espectadores.

Cada nuevo periodo en el que Gamper presidía los destinos del Barça  – y los presidió hasta en cinco ocasiones, únicamente superado en tiempo por Josep Lluís Núñez – supondría un salto cualitativo y cuantitativo en el desarrollo de la entidad, que iba a conocer su primera «Edad de Oro» en los años 20,  formando un equipo cuajado de estrellas y muy difícil de batir, donde se daban cita ases como Samitier, Alcántara, Piera, Sancho, Platko o Sagi Barba. Gamper va a dirigir entonces una entidad que alcanzaría la mágica cifra de 10.000 socios, y será el gran impulsor de la construcción del campo de Les Corts, la Catedral del Fútbol Catalán, inaugurado en mayo de 1922, tras únicamente tres meses de obras, y con capacidad para 20.000 espectadores. Pero en Junio de 1925, y a consecuencia de un incidente ocurrido en los prolegómenos de un partido de homenaje al Orfeó Catalá, cuando parte del publico silbó la interpretación de la Marcha Real, el himno nacional español, las autoridades de la Dictadura del General Miguel Primo de Rivera van a clausurar el campo y prohibir todas las actividades del club durante seis meses, como represalia por dichos actos. Ello traerá también aparejada de hecho la inhabilitación a perpetuidad de Joan Gamper para ostentar cargos directivos, pasando la presidencia del Barça a una personalidad mejor vista por el régimen militar, Arcadi Balaguer, Barón de Olivar, amigo personal del Rey Alfonso XIII

Es indudable que este hecho, al alejarle forzosamente de su amado Barça – incluso llegó a abandonar Cataluña durante unos meses – , tuvo gran influencia en su estado de ánimo, siempre tan dinámico. Asimismo, las consecuencias del Crack bursátil de 1929 afectaron seriamente a sus negocios, y de ese modo fue germinando en él un estado depresivo que le condujo a tomar la terrible decisión de quitarse la vida, lo cual tuvo lugar en Julio  de 1930 (un hecho, por cierto, que las distintas historial del Barça no reseñaron hasta los años 90). Su entierro constituyó una gran manifestación popular de duelo en Barcelona, inaugurando una década trágica para la institución culé, con escasos triunfos deportivos – únicamente a nivel regional – , y en medio de un creciente desinterés popular hacia el fútbol a medida que la gente iba volcándose en la Política, y que desembocaría en el gran trauma colectivo de la Guerra Civil, que tantas vidas se cobraría en el bando barcelonista, comenzando por la del entonces presidente Josep Sunyol, y que a punto estuvo de hacer desaparecer el club, que finalmente se salvaría de los avatares bélicos gracias a la decidida acción de un puñado de personas que mantuvieron viva la llama del barcelonismo mientras a su alrededor todo  literalmente estallaba y se hundía

La enorme deuda de  la Gent Blaugrana con Joan Gamper se iría pagando poco a poco, primero con gestos como la restitución del busto del Fundador en Les Corts, promovida por el presidente Agustí Montal i Galobart, que también consiguió que el consistorio barcelonés le devolviese su nombre original a la cercana calle Crisantemos, dedicada a Gamper, después con la intención de que el magnífico estadio inaugurado de septiembre de 1957 llevase también su nombre – algo que el clima político del momento frustró debido a sus innegables simpatías catalanistas  -, y finalmente con la creación de un torneo veraniego para honrar su memoria, que iniciaría su larga andadura en el verano de 1966, auspiciado por el presidente Enric Llaudet. Incluso su hijo Joan Ricard va a formar parte de la junta directiva entre 1973 y 1977 (segundo mandato de Agustí Montal i Costa).  Además, tras su fallecimiento, la Asamblea General del Club  tomó   la decisión irrevocable de que Joan Gamper fuera siempre  el socio número 1 del Fútbol Club Barcelona. Hoy, la Ciudad Deportiva del Barça, situada en el vecino municipio de Sant Joan Despí, lleva también su nombre, el nombre de aquel joven sportman suizo que un buen día tuvo un sueño, un sueño que 110 años después comparten millones de personas en los cinco continentes.




Jules Rimet

Jules Rimet nació en Theuley-les-Lavoncourt, en el departamento del Alto Saona, el 24 de 0ctubre de 1873.

Hijo de Seraphin y Zoé. Quienes tuvieron cinco hijos: Marie, Jules, Berthe, Modeste y Ernest. 

En su pueblecillo natal estudió la enseñanza primaria. Su padre tenía un negocio de ultramarinos y su abuelo materno un molino en el cual el niño Jules pasaba buena parte del día, salvo el horario de clases; pero durante las vacaciones prácticamente vivía en el molino.

La  depresión económica que siguió a la guerra franco prusiana hizo que la comarca quedara empobrecida. Ello aconsejó a Seraphin Rimet desplazarse a Paris. El joven Jules permaneció junto a su abuelo algún tiempo, completando su primera educación, cuyos ejes eran la religión y el patriotismo. Líneas estas que conformarán toda su vida.

Tras hacer la primera Comunión en Theuley, en 1885, se unió en Paris a sus padres, que ya habían logrado una posición estable aunque de indudable modestia. Vivían en el séptimo distrito, en el barrio de Gros-Caillou, en la calle Cler. Barrio de gentes modestas, trabajadores de limitados recursos y dominados por la parroquia de San Pedro.

Se afilia al Circulo La Rochefoucauld en el que comienza sus primeras actividades deportivas, principalmente el fútbol, que juegan en la inmediata explanada de Los Inválidos. 

Pero no todo es dar patadas al balón. Por las mañanas ayuda a sus padres en el negocio y por las tardes estudia, en cursos intensivos para obreros, el bachillerato. Posteriormente, y también en clases vespertinas y nocturnas, cursa la carrera de Derecho. 

Estuvo algún tiempo como pasante de un abogado del Barrio de la Bolsa. Ello le sirvió para adquirir no sólo experiencia sino también para hacerse notar entre los abogados hasta el punto de conseguir ser asociado del Banco Fiduciario de París, en el gabinete de lo Contencioso y Recaudación.

El movimiento católico social

Simultáneamente a sus actividades profesionales se implica en el movimiento del catolicismo social en el Círculo de Obreros Católicos  que le lleva, poco después,  a crear, con sus compañeros del Círculo, una Unión Social del VII Distrito.

Políticamente se afilia a la Democracia Cristiana, pese a que ésta no pasa sus mejores momentos. O quizá por ello. Vive en la calle Grenelle y en su casa se celebran no pocas reuniones de patronos y obreros que trabajan por el restablecimiento de un orden social cristiano, lo que acaba uniéndole al movimiento de Marc Sangnier, líder de la Democracia Popular. Intenta ésta atraer a la juventud por un camino quizá menos confesional, pero atractivo para conciliar a todas las clases sociales en un mismo movimiento social católico.

Jugador breve, de escasa calidad, lo que quizá amenguó su vocación de practicante del deporte. Pero no en cuanto a su creencia en el deporte como palanca social, como medio de unión y confraternización de todas las clases sociales. Como vehículo para alcanzar la paz entre los pueblos y los individuos de las diferentes clases sociales.

Ya el barón de Coubertin había empezado su apostolado sobre la inserción del deporte en la enseñanza. Bien es cierto que el creador del movimiento olímpico se movía en otras esferas sociales, las aristocráticas, muy lejanas a la del Distrito Séptimo, pero sus ideas afirmaban la creencia de Jules Rimet en la función social del deporte.

Su vocación deportiva encuentra su verdadero sitio en la creación, promoción y gestión de las actividades deportivas.

Primer paso: Red Star

El 12 de marzo de 1887, con 24 años, funda el club Red Star. Es un club deportivo en el que se pueden practicar todas las especialidades deportivas, la mayoría de las cuales eran prohibitivas para las escasas posibilidades económicas de los jóvenes obreros.  Cree firmemente en la función educativa y social del deporte. Y como un apostolado, más allá de los límites políticos, se entrega a esta función de forma total.

Que no estaba muy equivocado lo marca el hecho de que en el mismo año se funda la famosa USFSA (Unión de Sociedades Francesas de Sports Atléticos), con los mismos propósitos e ideales que habían movido a Rimet a crear su Red Star. Pasa a afiliar su club en esta  asociación que sería el germen de la futura Federación Francesa de Fútbol.

Porque, pese a su vocación futbolística, el balompié no era en Francia, en aquellos momentos, más que  un juego un tanto pintoresco que únicamente practicaban los estudiantes o trabajadores ingleses. Las aficiones iban por el lado del atletismo, la gimnasia, el ciclismo…

No resulta extraño, por ello, que incluso los grandes clubs parisienses tarden no poco en practicar el fútbol. Pero, como una epidemia, en pocos años iban a ir orillando a los demás deportes hasta reinar sobre todos ellos. Baste decir que hasta 1894 -siete años después de su fundación- no puede la USFSA montar la primera Liga de Fútbol en Francia. Sólo con nueve clubs y todos ellos de París.

Esta nueva dirección de la USFSA no casa bien con los ideales de Rimet. Porque ya intuye que el fútbol va, imitando a los ingleses, a un ineluctable profesionalismo. No es ese su propósito, todavía inmerso en el apostolado social, pero ve en ello una posibilidad de inserción de los jóvenes practicantes obreros y empleados en una profesión de la misma forma que han hecho los ingleses. El tiempo del «diletantismo» está pasando velozmente y llega la hora de encarar el fútbol como un «oficio» en el que puedan insertarse todos, sean de la clase social que sean.  

Se crea la FIFA

Pero un hecho importante para el fútbol mundial va a imponer nuevos rumbos: la creación de la FIFA. No es momento de hacer ningún rodeo para explicar cómo se produjo esa creación el 21 de mayo de 1904 en los locales que en el número 229 de la calle Saint Honoré tenía la USFAS. Entre el francés Guérin y el holandés Hirschman levantan ese frágil edificio que sería, corriendo los años, uno de los poderes fácticos más importantes del mundo. Entre los propósitos del recién nacido organismo estaba, de forma imperativa, el de la organización de un Copa del Mundo. La FIFA abogaba por el fútbol, ya fuera éste profesional o aficionado; no había límites en unos momentos en los que el Comité Olímpico Internacional quería mantener cerradas las puertas del campo. Esta situación tirante duraría hasta bien entrados los años 30. De hecho, hasta 1932 – ya con una Copa del Mundo celebrada- no se proclama el profesionalismo en el fútbol francés. ¡Ocho años después que en España…!   

Pero muchos años antes había habido novedades importantes en el fútbol galo. En 1906 Charles Simon había creado el Comité Francés Interfederal (CFI) que agrupaba a todas las sociedades deportivas del campo confesional católico, pero poniendo el acento en el fútbol. Pidió el ingreso en la FIFA. ¡Y se lo concedió el máximo organismo!. Las interjecciones vienen a cuento de que ya estaba inscrita en la FIFA la USFSA, pese a la prohibición de que un mismo país tuviera más de una asociación afiliada a la FIFA, prohibición que mister Woolfall, a la sazón presidente, ponía ante la solicitud de la Federación Española que estaba en los momentos en que padecía las frivolidades de la Unión Española de Clubs.

En 1908, la USFSA decide abandonar la FIFA porque ésta no permite competir a sus clubs con los de la «Amateur Football Asociación»; cosa lógica ya que este última era competidora de la FIFA e intentaba hacerse un hueco en el mundo futbolístico mundial «amateur», en connivencia, más o menos demostrable, con el COI y con los Juegos Olímpicos que querían arrogarse la Copa del Mundo de fútbol. 

En ese momento Jules Rimet y otros muchos directivos de clubs que pertenecían a la USFSA deciden abandonarla y crear su grupo propio bajo el nombre de Liga de Fútbol Asociación (LFA). Con ello ya había tres federaciones en Francia…  Esta recién nacida la presidía Jules Rimet. A éste le movían dos propósitos: lograr la unión de todo el fútbol francés en una sola Federación y hacer que el fútbol tuviera una Federación autónoma  del resto de las que conformaban el conjunto deportivo de todas las naciones. Si, sobre el papel y la realidad, era la Federación más importante en cada uno de los países, bien merecía una autonomía que hasta entonces se le negaba. Consiguió, en una primera etapa, la unión de su Asociación con el CFI, que había perdido a su mentor y guía Charles Simon. Y como vicepresidente de tal entidad fue al Congreso de la FIFA de Oslo, celebrado  a finales de junio de 1914, en representación del fútbol francés. 

En tales esfuerzos fue avanzando el abogado parisién. No pudo llevarlos a cabo, momentáneamente, porque Europa se sumergió en lo que se llamó la Gran Guerra. 

La guerra europea

Jules Rimet es llamado a filas el 3 de agosto de 1914. Tenía 40 años, estaba casado -lo había hecho en 1898 con Jeanne Peyrégne- y tenía tres hijos, Annette, Jean y Pierre, de 9, 7 y 4 años respectivamente.  Fue destinado al Regimiento de Infantería número 22 con guarnición en Rouen. En febrero de 1915 es ascendido a sargento y desde ese empleo pidió hacer los cursos de oficial, tras los cuales, fue nombrado subteniente en el mismo Regimiento en el que estaba sirviendo.

Inventó un aparato que él llamó Telemira que no era más que una versión reducida del telémetro, que permitía el uso personal e individual de un práctico medidor de distancias. Esto, junto con sus acciones en el frente de batalla, le sirvieron para su ascenso a teniente a mediados de 1917.

Mientras tanto, el CIF continuó, de forma atenuada por supuesto, sus actividades conducidas por su secretario Henri Dalaunay, otro hombre de importancia fundamental no sólo para el fútbol francés sino para el europeo. Éste había montado una Copa de Francia que mantenía el fuego sagrado del balompié en plena guerra. La competición se llamó Copa Charles Simon y su primera final se celebró en París, en mayo de 1918, proclamándose campeón el Olympique de Marsella.

Licenciado a primeros del año 1919, Jules Rimet recomienza sus actividades deportivas. Forma parte del Consejo Nacional de Deportes. Desde él lleva a buen puerto uno de sus antiguos empeños: conseguir para el fútbol una Federación independiente. Luego procede, descartada la USFSA -decantada por el rugby como primer deporte de su dedicación-, al afianzamiento de la unión entre su Liga y el CIF, de las cuales era su nervio principal. De esta suerte consigue su segunda gran ilusión: la creación de la Federación Francesa de Fútbol Asociación. Tal hecho histórico para el fútbol galo se produjo el 7 de abril de 1919. Cuatro días más tarde Jules Rimet es elegido, por unanimidad, presidente de esta recién nacida Federación. En este cargo permanecería hasta 1949. Posiblemente los treinta años más importantes en el afianzamiento y desarrollo del fútbol francés.

Presidente también del fútbol mundial

El fútbol internacional tomó aliento después del gran conflicto europeo. La convocatoria de los Juegos Olímpicos de Amberes, en 1920, reavivó todos los problemas candentes antes del gran conflicto. Uno de los más importantes era el intento del COI por fagocitar al fútbol y hacer, dentro de los Juegos, el único Campeonato del Mundo. Ello levantó «en armas» a Jules Rimet, quien ya había combatido en Francia contra esa idea. Entendía el fútbol con mayor amplitud que la constreñida al amateurismo; caer en poder del COI significaría que el fútbol quedara restringido a los estudiantes «pudientes» y a los «domingueros». Ello era lo que había defendido ya en 1914 en su primer contacto con la FIFA en el Congreso de Oslo. El hecho de que las Federaciones británicas no asistieran con su fútbol al torneo de Amberes le afirmó más en la idea de que era imprescindible un torneo mundial en el que pudieran participar todos los países con sus mejores jugadores.

Su actuación en el Congreso de Amberes, representando a Francia, hizo que todos los ojos de los representantes de las Federaciones europeas se volvieran hacia este pequeño francés que parecía tener la elocuencia, el tesón y la clarividencia para llevar a buen puerto ese anhelo fundacional incumplido de organizar la Copa del Mundo. Fue proclamado candidato único a la presidencia de la FIFA.

Y en el Congreso siguiente, el 1 de marzo de 1921, fue elegido presidente del máximo organismo internacional.

Tenía mucho trabajo por delante. En su país, llegar a la instauración del profesionalismo que estabilizara definitivamente el fútbol galo. En el mundo, la realización de la Copa del Mundo.

Diez años de trabajo oscuro y eficaz

Que no eran empeños fáciles lo demuestra el tiempo que tardó en lograr ambos deseos: casi diez años. Y nadie podía echarle en cara falta de laboriosidad o entusiasmo. Trabajaba incesantemente, viajaba, establecía relaciones personales con los federativos más importantes de las Federaciones de medio mundo… Pero los inconvenientes eran de tal calibre que a la hora de tomar alguna decisión definitiva siempre se encontraba solo.

Los Juegos Olímpicos de 1924 se celebraron en París por pura cabezonada de Pierre de Coubertin, pero ello fue de gran beneficio para Rimet. Le permitió afianzar su relación con esos federativos del fútbol mundial y sobre todo con los uruguayos, que serían bicampeones olímpicos. En su trato con el embajador uruguayo en Bruselas llegó a intuir que pudiera ser Uruguay quien consiguiera organizar esa primera Copa del Mundo.

Con ese leve punto de apoyo empezó a forzar las máquinas para que el Comité de la FIFA apoyara su «locura».  El primer paso fue el de la creación de una comisión para estudiar todos los extremos de tal organización: participantes, presupuestos, compensaciones económicas, etc. Tal comisión estaba presidida por Gabriel Bonnet e integrada por Linnemann, Meisl y Delaunay, quienes fueron desgranando el esquema de una competición de tal fuste.

Le cabe a Barcelona el honor de albergar el siguiente Congreso de la FIFA, los días 17 y 18 de mayo de 1929. Los delegados fueron llevados hábilmente por Rimet al tema de su obsesión: la Copa del Mundo, que él había decidido, para su capote, que arrancara, como fuera, en 1930. Arrinconados los representantes del fútbol mundial no les quedó más remedio que dar el paso al frente. Se ofrecieron: España, Holanda, Hungría, Italia y el esperado Uruguay. Naturalmente fue esta última nación la que fue elegida. Realmente era la única que ya tenía asumido su papel, por lo que las renuncias en su favor de los demás aspirantes, con mayores o menores dengues hipócritas, estaban cantadas.

Rimet, igual a Copa del Mundo

A partir de este momento, la biografía de Jules Rimet se funde totalmente con la historia de la Copa del Mundo. Una historia muy brillante pero cargada de trabajo para el presidente; indudablemente de grandes satisfacciones por los éxitos, pero de enormes amarguras por infinitos desengaños que, naturalmente, no han pasado a los libros que desglosan la historia del más importante torneo del mundo. Incluso en su libro de 1954 «Historia maravillosa de la Copa del Mundo» (que en España se publicó con el título de «Fútbol. La Copa del Mundo») mantiene pudorosamente un tono feliz, muy en línea con las descripciones apologéticas de las diversas ediciones del torneo.

Apenas si se traslucen las dificultades para convencer a los argentinos para que depusieran su actitud contra el torneo de Uruguay; su fracaso, también con los argentinos, para que asistieran al torneo de Brasil; su lucha para que los países europeos apoyaran con su presencia a Uruguay en aquel difícil arranque de 1930, principalmente su propio país al que le costó Dios y ayuda llevar a Montevideo; el arreglo de los diferentes y frecuentes líos dentro de cada una de las Federaciones – en España tuvo que intervenir para evitar más de un cisma en la RFEF- y entre ellas; no malas penurias y dificultades tuvo durante la II Guerra Mundial para mantener enhiesto el pabellón de la organización y en la posguerra para evitar el veto de los vencedores sobre los vencidos; dificultades similares -gemelas, más bien- a las que había afrontado el barón de Coubertin tras la primera conflagración europea. 

Lo cierto es que la participación, desde los trece pioneros de Uruguay, fue en una línea de progresión geométricamente creciente. Lo mismo que la inscripción en el organismo internacional.

Los momentos difíciles

El asentamiento del edificio de la FIFA fue obra exclusivamente de Jules Rimet, quien entregó nada menos que treinta años de su vida a ello. Lo mismo que las cinco ediciones de la Copa del Mundo que se celebraron bajo su mando. 

Muchos párrafos de su libro merecerían ser reproducidos, pero la extensión de este artículo sufriría una elongación desmesurada. Baste, por ello, uno de los más significativos: el de la final de Río de Janeiro con la inesperada  derrota de Brasil ante Uruguay. Escribe Rimet: 

«Mientras seguía con la mayor atención, desde la tribuna oficial, las peripecias del partido, pensaba con mi poquito de emoción en la misión que iba a desempeñar dentro de pocos minutos. Faltaba poco para terminar el encuentro. Dejé mi puesto en la tribuna y, mientras preparaba el discurso que debía pronunciar ante el micrófono, me dirigí al túnel que conducía al terreno de juego. En aquel momento los dos equipos permanecían empatados a un gol. Terminando igualados, era suficiente para que Brasil pudiese ser declarado vencedor. El estadio hallábase agitado como si una tempestad se abatiera sobre el mar y las voces de los espectadores se amplificaban semejando bufidos de huracán.

«Cinco minutos más tarde, justamente cuando llegaba a la salida del túnel, un silencio de muerte había reemplazado a todo aquel tumulto. Aquella multitud inflamada en la espera de una victoria que creía cierta e ineludible, se hallaba muda de estupor, como petrificada. ¿Qué había ocurrido? Unos segundos antes del pitido final, Uruguay había marcado un segundo gol y ganado la Copa del Mundo. El zurdazo de un solo hombre -Ghiggia- había hecho enmudecer a doscientos mil.

«Automáticamente, no hubo ya ni guardia de honor, ni himno nacional, ni discurso ante el micrófono, ni entrega solemne del trofeo… Me hallé solo en medio de la multitud, empujado por todos los costados, con la Copa en mis brazos, sin saber qué hacer. Terminé por descubrir al capitán uruguayo, y le entregué, casi a escondidas, la Copa, estrechándole la mano, sin poderle decir ni una sola palabra».

El profesionalismo en Francia

Se ha quedado un tanto a trasmano la solución del otro problema con el que se había encarado Rimet.: el del fútbol francés con el profesionalismo en danza. La USFSA se había declarado firmemente partidaria del amateurismo como única vía para que las clases desfavorecidas económicamente pudieran practicar el deporte; Jules Rimet, más realista, entendía que los amateurs puros tenían que pagar los gastos de equipo, de desplazamiento para acudir a los actos deportivos, más perder jornales para los viajes y los entrenamientos, lo cual alejaba a los trabajadores de menos nivel económico de practicar el fútbol. En el profesionalismo veía la única posibilidad de que todos  se integraran en unos equipos que subvenían a sus gastos. Bien es cierto que el profesionalismo encarado entonces -también en España- estaba un tanto a caballo con el ejercicio de una profesión. Nadie podía pensar entonces que llegarían unos tiempos en los que serían profesionales hasta los juveniles…

Rimet pensaba que con las 150 mil fichas que tenía la Federación Francesa, era el momento de dar el gran salto; pero las opiniones de deportistas, clubs y prensa estaban tan divididas que parecía imposible pensar en que ello se pudiera llevar a cabo sin graves conflictos.

Pero Rimet, además de sus virtudes, poseía eso que Napoleón exigía a sus generales: suerte. Y vino en su auxilio cuando la fábrica de automóviles Peugeot, a principios de la temporada 1930-31, formó el club Sochaux. Club totalmente profesional. Y, seguidamente, la misma firma creó un torneo, premiado con un valioso trofeo, para clubs profesionales. Algunos equipos que se movían en un amateurismo marrón dieron el paso definitivo y profesionalizaron a todos sus jugadores. Eso fue el desencadenante que aprovechó la Federación Francesa para tratar de forma definitiva el tema. Se hizo un reglamento para los jugadores profesionales que salió adelante en la Asamblea de enero de 1932 para aplicar a la temporada siguiente.

Tema resuelto también. Lo que significó el gran paso adelante del fútbol francés.

La gran decepción en su propia patria

Los grandes hombres suelen tener una legión de enemigos. Pese a los indudables servicios y beneficios prestados al fútbol de su patria, pronto empezaron a criticar su dedicación al fútbol internacional. Acusaciones a las que no eran ajenos los partidos políticos que veían en el fútbol un enorme punto de apoyo para sus maniobras ante la masa de aficionados. Por otra parte, las decisiones que se veía obligado a tomar en sus actuaciones internacionales, con la política internacional por medio, le acarreaban no pocos disgustos en la Francia de posguerra tan tremendamente politizada. A Rimet le cogieron por medio los embates políticos de la pre guerra fría. 

Así, en 1949, cuando estaba en medio del fragor de la batalla brasileña, no fue aclamado, como en años anteriores, en la renovación de su cargo en el organismo galo. La cuestión del Sarre iba a ser el punto de apoyo de sus enemigos. El Sarre, como se sabe, fue una efímera nación independiente que los aliados separaron de la Alemania vencida. Esta región, genuinamente alemana, estaba forzosamente vinculada en su economía a Francia, pero el gobierno galo intentaba aparentar una postura neutral que estaba bien lejos de ser realidad. Por ello, el deseo de Jules Rimet de que el fútbol del Sarre se integrara en la Federación Francesa y en su Liga, para que no quedara aislado, chocó, no sólo con la política de disimulo que mantenía el gobierno, sino con los alsacianos, resentidos aún por la ocupación germana, quienes amenazaron con darse de baja de la FFF si se les obligaba a jugar con un solo club sarrois. 

Rimet quedó en minoría en la votación de la Asamblea. Y la mayoría, a favor de los alsacianos, eligió presidente a Laforgue. Bien es verdad que éste, entendiendo que el destronamiento de Rimet procedía más de intereses políticos que deportivos, presentó la dimisión inmediatamente; pero Rimet, muy dolido por el desaire de sus colegas, no aceptó volver a tomar posesión de la presidencia.

Fue muy desilusionante para Rimet tal  «despido» de una organización creada merced a sus esfuerzos y trabajos, y por la que tanto había luchado durante treinta años. Había parido un organismo de entre el caos, lo había mimado y hecho una entidad robusta y moderna, y por el hecho de querer hacer realidad su ideal de un fútbol sin fronteras e independiente de vaivenes políticos, era despedido de una manera muy poco grata. Ingrata, más bien. 

Su última Copa del Mundo

El éxito de la FIFA en la IV Copa del Mundo, en Brasil, le hizo encarar con entusiasmo la edición siguiente, que se celebró en Suiza. Sabía perfectamente que esa era su última actuación al frente del fútbol mundial y cuidó hasta el máximo su organización.

Cuando en el Congreso de la FIFA de ese 1954, el 21 de junio, anunció que no se presentaría a la reelección para la presidencia todo el fútbol lo entendió; tenía ya 81 años y su salud -superada felizmente la operación de cataratas-  no le permitía todo el trajín de viajes, reuniones, horarios de trabajo que había sido su norma desde 1921. Ochenta años y dos guerras sobre sus espaldas daban fe de su reciedumbre física y moral. Pero había llegado su hora. La ocasión de las bodas de oro de la FIFA era ni que pintiparada para que él dijera adiós. Como quiera que nadie se presentó para tal responsabilidad fue el propio Rimet quien sugirió que le sucediera el vicepresidente y colaborador suyo durante veinticinco años: Rodolphe Williams Seeldrayers. Fue aceptado por unanimidad. Podía, pues, marcharse tranquilo. 

Dos años más tarde, el 15 de octubre de 1956, falleció en París.

Un hispanófilo auténtico

Si no estuviera tan desacreditada la palabra hispanófilo, se podría decir que Jules Rimet fue un verdadero hispanófilo. Sobre todo desde que estuvo en Barcelona en 1929, con ocasión del Congreso de la FIFA en el que se aprobó la celebración de la primera Copa del Mundo en Uruguay. Dejó no pocos amigos del fútbol español, intimando de forma particular con Ricardo Cabot, a la sazón secretario general de la RFEF. Le gustaba España y le preocupaba su fútbol. De ello dio muestras en cuatro ocasiones principalmente.

La primera, cuando fueron a visitarle varios federativos ante las escisiones de la RFEF. Aconsejó con toda lealtad a los disidentes, advirtiéndoles que la FIFA no admitiría más que una Federación por país. Que debían integrarse en un único organismo. Al fin y al cabo es eso lo que él había hecho en Francia para llevar a la USFAS, el CIF y la Liga Francesa a una sola Federación.

La segunda ocasión fue con motivo del grave problema que supuso para el fútbol español la instauración del profesionalismo. Vio perfectamente cómo «los nueve» de la Liga Minimalista podían partir en dos el fútbol español y pese a las presiones de los «magnates» del fútbol hispano, volvió a recordar que no reconocería más que una Federación en España y que el «grupo minimalista» – la «Orden de la Jarretera», como lo definió acertadamente Jacinto Miquelarena- tenía que integrarse en una sola Liga, con las Divisiones que estimaran oportunas.

La tercera intervención fue no menos decisiva. Ocurrió en plena Guerra de 1936 cuando, ante la hibernación de la FEF, surgió la Federación en San Sebastián intentando ser reconocida por el máximo organismo. Rimet entendió que era un caso especial y más habida cuenta del silencio que la FEF de Madrid/Barcelona le había dado ante la urgencia de la FIFA por completar los Grupos de la Copa del Mundo de 1938. Pese a las presiones de su gran amigo Cabot, propuso al Comité Ejecutivo el «caso español», que fue votado favorablemente a la Federación instaurada en San Sebastián. Merced a ello, una vez terminada la guerra, el fútbol español mantuvo una continuidad, nacional e internacional, que no hubiera sido posible de haberse negado a las solicitudes del teniente coronel Troncoso, y por ello cortado la trayectoria del fútbol hispano.

El último gran favor para el fútbol español ocurrió cuando en el Congreso de la FIFA en Luxemburgo (1 de julio de 1949), Yugoslavia pretendió que se expulsara a España de la FIFA, con el apoyo de Stanley Rous; Rimet hizo un brillante discurso en defensa del fútbol de  España. Desmontó la maniobra, indudablemente muñida desde el Kremlin, aplicando los antecedentes del COI de Coubertin y de la FIFA. Realmente le echó valor para defender al fútbol español cuando aún le estaban doliendo las heridas del similar caso del Sarre en su propio suelo  y que le había costado la presidencia de la Federación Francesa.

Así pues este breve recuerdo de Jules Rimet no sólo es un modesto homenaje a su figura en el centenario de la FIFA, cuya afirmación y desarrollo fue obra de este gran deportista francés, sino una breve nota de gratitud del fútbol español.




Jesús Rivero Meneses

Cuando D. Jacinto Miquelarena, eximio periodista, definió a la Unión Española de Clubs como » la orden de la Jarretera» del fútbol español, acertaba de pleno. Era un contrapoder ante la Federación Española que duró lo que vivieron sus miembros; éstos eran quienes daban y quitaban cargos en el aparato directivo del fútbol, incluida la propia Federación Nacional. El visado era la simple denominación de «hombre de fútbol». Con ese pasaporte se podía ser de todo en el organigrama futbolístico hispano. 

Jesús Rivero Meneses

A don Jesús Rivero Meneses nadie le podía negar el título de «hombre de fútbol». Abogado; fundador del Valladolid; propietario y director de una revista deportiva llamada «Olimpia»; vicepresidente del Valladolid; medalla al Mérito Deportivo otorgada en mayo de 1936; presidente de honor del Valladolid desde 1943…

Con esas acreditaciones, nadie de la «orden de la Jarretera» pudo ponerle ningún reparo cuando el general Moscardó echó mano de él para tapar con urgencia el boquete que le había producido en la Federación Española la dimisión de su presidente, D. Javier  Barroso, por aquel enojoso asunto del fichaje por el Sevilla del bético medio centro Antúnez. El presidente de la Delegación Nacional de Deportes fue tan torticeramente informado del «caso Antúnez» que su decisión fue realmente desafortunada. El señor Barroso dimitió y con él todo su Comité. Así pues, ante D. Jesús quedaba el erial federativo; lo cual no dejó de venirle bien para construir sin condicionamientos apriorísticos.

Jesús Rivero Meneses

Pudo nombrar un Comité a su medida. Con dos escándalos «periodísticos». Uno, de carácter político; otro, futbolístico. El primero fue la recuperación de D. Ricardo Cabot como secretario general de la FEF, cuya sanción por sus responsabilidades políticas había prescrito. La segunda, llevar al cargo de Seleccionador Nacional a D. Pablo Hernández Coronado, el más polémico de los «hombres de fútbol», pero también el más chispeante, ambiguo, irónico e inteligente de la «orden». El resto de la Junta no causó tanto revuelo, posiblemente por ignorancia de los informadores de la época. Eran: Vicepresidente, D. Rafael González Iglesias -ex presidente del Athletic de Madrid- ; vocales: D. Leopoldo García Durán – ex presidente de la FEF desde 1931 hasta el comienzo de la guerra de 1936 y ex miembro de la FIFA-, D. Ramón Sánchez Pizjuán -ex presidente del Sevilla-, D. José Maria Mateos Larrucea -ex presidente de la Federación Vizcaína y ex seleccionador nacional- D Ernesto Cotorruelo -ex presidente de la Federación Castellana-, D. Enrique Piñeyro Queralt -ex presidente del Barcelona- y D. Carlos Pinilla Turiño.  Menos este último, todos eran grado 33 de la Jarretera. 

Como no se trata más que de un esbozo periodístico hay que atajar. Sólo estuvo un año en el sillón presidencial de la Calle San Agustín. Dimitió el 21 de abril de 1947 por «incompatibilidad personal» con la Delegación Nacional. ¿Quién fue el necio que dijo que en aquellos años no dimitía nadie?. Pues en la FEF iban dos seguiditos… 

Y ¿qué hizo el señor Rivero para quedar como uno de los mejores presidentes de la historia de la Federación Española?

Telegráficamente:

  • Requerir la presencia en los clubs de entrenadores extranjeros de acreditado prestigio.
  • Decretar la presencia de un máximo de dos jugadores extranjero por club para  dos temporadas más tarde; tal presencia estaba  prohibida desde enero de 1941.
  • Creación de la Mutualidad de Futbolistas.
  • Modernización de las tácticas empleadas en el fútbol español tomando las utilizadas por mister Chapman en el Arsenal de Londres y conocidas como «sistema en WM». Aparece, pues, el defensa central, los «medios volantes» y «el cuadrado mágico». 
  • Recuperar el uniforme tradicional de la Selección Nacional con camiseta roja y pantalón azul.
  • Recomendar a los equipos -luego se haría obligatorio- la contratación de preparadores físicos titulados y de médicos especialistas en dicha preparación. 
  • Crear la Escuela Nacional de Entrenadores, con el fin de que todos los entrenadores tuvieran una sólida preparación para ejercer y elevar el nivel del oficio.
  • Hacer las gestiones necesarias para incentivar los torneos de juveniles a nivel de club.
  • Estudiar las acciones necesarias para derogar las disposiciones que mantenían el derecho de retención de los jugadores por parte de los clubs. 

Jesús Rivero Meneses

Desgraciadamente, como se diría de cualquier presidente de club, los resultados de la Selección no le acompañaron.  El avispado don Pablo perdió sus dos partidos, Portugal y República de Irlanda. La «tabla redonda» de la «orden de la Jarretera» no podía permitir que los clubs perdieran el «derecho de retención» que consideraban la piedra angular del profesionalismo. Los «costaleros» del delegado nacional comenzaron a dar golpes de nuca durante el transporte triunfal. Y también que D. Jesús Rivero Meneses, al igual que le había ocurrido al señor Barroso, no era nada «políticamente correcto». 

Al año, montera en mano, dijo adiós.

Nadie en el fútbol español ha hecho más en tan poco tiempo. Todos sus logros siguen en pie sesenta años después.

Resulta paradójico que los más grandes presidentes federativos sean los más ignorados. Jesús Rivero Meneses, de Valladolid, es uno de ellos.