Crítica: «1900: La primera aventura olímpica española», de Fernando Arrechea

Hace unos meses el historiador Fernando Arrechea Rivas (Tarragona, 1972), miembro de la Sociedad Internacional de Historiadores Olímpicos (ISOH) removió los anquilosados estereotipos y las ideas preconcebidas sobre los orígenes del olimpismo español con la publicación de este libro que resume y compila varios años de investigación independiente y autofinanciada.

En sus 143 páginas el autor presenta numerosos datos inéditos sobre la participación de deportistas españoles en París 1900, aclarando la identidad de nuestros primeros medallistas (los pelotaris Francisco Villota y José de Amézola) y clarificando las circunstancias de sus polémicas medallas (reconocidas en 2004 por el COI).

También clarifica otros datos desconocidos o discutidos como, por ejemplo, la identidad del primer olímpico español (el duque de Gor, participante en esgrima y no el marqués de Villaviciosa de Asturias, tesis mantenida por el COE y la Academia Olímpica Española), la fecha correcta de fundación del Comité Olímpico Español o la participación (con medallas incluidas) de gimnastas españoles nacionalizados franceses en los JJOO de 1908, 1912 y 1920.

Es un libro riguroso en las fuentes y metodología pero ameno y, por momentos, incluso divertido, al hallarse repleto de anécdotas y curiosidades (¿sabía usted quién fue el primer olímpico negro?, ¿o que un hijo bastardo de Alfonso XII compitió en 1900 en ciclismo y consiguió una plata para Francia?…) y también exhibe numerosas fotos inéditas de nuestros pioneros olímpicos facilitadas al autor por sus familiares.

En resumen, se trata de un libro que clarifica el (hasta ahora) oscuro panorama de nuestros primeros pasos en los Juegos Olímpicos y supone una rareza en la escasa investigación histórica sobre el olimpismo español.

El libro puede adquirirse en bubok (23, 34 euros en versión papel y el precio simbólico de 1, 25 euros si se descarga):

http://www.bubok.com/libros/16391/1900-LA-PRIMERA-AVENTURA-OLIMPICA-ESPANOLA




Nuevo libro: «1884-1889: el origen del Huelva Recreation Club»

El pasado día 14 de septiembre tuvo lugar en la peña Navidad del Club Recreativo de Huelva la presentación del último libro de Antonio Bálmont, titulado 1884-1889: el origen del Huelva Recreation Club.

Dicha presentación contó con la presencia del presidente de la asociación de periodistas deportivos andaluces, Javier Bermejo, y por Víctor Martínez Patón. El audio completo de la presentación puede escucharse en el siguiente link: Pulsar aquí

El libro está a la venta en http://www.bubok.com/libros/176480/18841889-El-origen-del-quotHuelva-Recreation-Clubquot.

Pronto haremos una relación de todos los libros que han sido publicados por los miembros del CIHEFE; empezando claro está por las obras de D. Félix Martialay.




Los primeros libros de fútbol en España

Recuerdo una conversación que tuve hace años con Félix Martialay en la que hablábamos sobre cómo debía ser concebida una obra de historia universal. Él sostenía que una de las características necesarias es que se le pudieran añadir tomos por al principio y al final. Lo de añadir tomos al final parecía fácil, se trataba solo de actualizar la obra con los hechos que hubieran ocurrido después de la primera edición, pero no parecía tan claro lo de los tomos al principio. «Pues para que si te aparece un antecessor no tengas que tirar la obra a la basura. Esa es una diferencia entre la Historia y la Prehistoria, que la primera se actualiza al final y la segunda al principio».

En el número 12 de estos Cuadernos publiqué un artículo titulado «La primera noticia de foot-ball en España» (http://www.cihefe.es/cuadernosdefutbol/2010/07/1868-la-primera-noticia-sobre-foot-ball-en-espana/), y en el cuerpo del texto dejé claro que era la primera conocida, y que desde luego era adjetivo que estaba siempre pendiente de que apareciera una anterior, como los tomos de prehistoria de los que hablaba Félix. Que yo sepa todavía nadie conoce ninguna anterior, pero desde luego que podría aparecer en cualquier momento.

 Hoy continuando un poco con ese artículo voy a hablar de los primeros libros de fútbol publicados en España. Si bien este caso es mucho más complicado, y precisamente me amparo en el plural «los primeros» que en español permite dos interpretaciones:

 

  1. Los dos libros de los que hablo son los primeros, y por lo tanto no hay ninguno anterior.
  2. Estos dos libros forman parte del grupo de «los primeros», en los que puede haber junto con ellos otros «primeros».

 La prudencia en este punto me obliga a hablar de los primeros en el segundo sentido. Y lo hago precisamente porque hasta hace pocos meses pensaba que el libro Football asociación, de José Elías y Juncosa (1914), era el primero. Y lo pensaba firmemente hasta que por puro azar me topé con la traducción española del Novísimo tratado de foot-ball de Georges Graham, publicado un año antes, en 1913.

 No soy ni mucho menos experto en el asunto y entiendo que es muy probable que alguien pueda presentarse con otro libro anterior; lo cual es por cierto parte del objetivo de este artículo, que continúen apareciendo libros antiguos sobre fútbol.

 El más antiguo de ellos decía es el Novísimo tratado de foot-ball, que aparece con el subtítulo de Método práctico para jugar al foot-ball y apreciar la licitud y la oportunidad de las jugadas. Publicado en 1913 en Barcelona, por la editorial Ciencias y Letras (C/ Monmany 51 y 53), e impreso por Tipografías y Litografías Núñez (C/ San Ramón nº 6). Es un librito de 90 páginas de pequeño formato (18 x 11 cm.) en el que hay cuatro fotografías enseñando lances y diversos dibujos para explicar diversos aspectos del juego, tales como el off-side.

 

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 Está dividido en dos partes. La primera titulada «Generalidades» consta de un pequeño capítulo histórico, así como de varios puntos como la indumentaria, la higiene o la utilidad del foot-ball como elemento de educación física y moral. La segunda está dedicada a explicar el reglamento y las posiciones de los jugadores.

 Muy difícil de localizar, solo he conseguido localizar un ejemplar en la biblioteca del CSIC (http://aleph.csic.es/F?func=find-a&find_code=SYS&request=000815574), además del ejemplar que obra en el archivo del CIHEFE.

 Tan solo un año después publicó José Elías y Juncosa, alias Corredises, su Football asociación, dentro de la colección Los Sports. Imprimido también en Barcelona por R. Tobella (C/ Carmen 18), salió a la venta al precio de 2 pesetas. También de pequeño formato (17 x 11,5 cm.) y 96 páginas, Corredises hace igualmente un recorrido por la evolución del juego y las posiciones en el campo, precedido de una pequeña reflexión sobre la utilidad del fútbol como medio de educación física (él no habla de la educación moral), y termina con un apéndice sobre el reglamento.

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 Pero quizá el detalle más llamativo del libro es que viene prologado por Hans Gamper, fundador del Barcelona y amigo personal de Corredises. En él cuenta sus primeros esfuerzos por introducir el fútbol en Barcelona, en un texto de importantísimo valor histórico. Por cierto que aparece fechado el 15 de diciembre de 1913, por lo que el libro probablemente salió a la venta en los primeros días de enero de 1914. No en vano la edición que manejamos es la segunda, y aparece también fechada en 1914.

Este libro es de más fácil adquisición: hay varios ejemplares en librerías de viejo a precios razonables, además de estar también en la biblioteca del CSIC (http://aleph.csic.es/F?func=find-a&find_code=SYS&request=000851790) y en la Biblioteca de Cataluña, así como en el archivo del CIHEFE.

 Como decía al principio esta es una simple presentación de los dos primeros libros de fútbol españoles que conozco, pero es probable que haya otros anteriores. Cualquier noticia en este sentido será muy bien recibida.

 




Anuario CIHEFE 2009-2010

El número 13 de los Cuadernos de Fútbol es un número extra dedicado exclusivamente a presentar nuestro Anuario correspondiente a la temporada 2009-10.

Meses de trabajo de un equipo de seis personas han cristalizado en este anuario, que es sin ningún lugar a duda el más completo de cuantos se publican en España.

Desde la fundación del CIHEFE en 1987 todos los años hemos llevado a cabo la tarea de recopilar todos los datos de la temporada en un anuario. Al principio estos anuarios fueron solo de uso interno, pero al dejar de publicar la RFEF el suyo propio nosotros comenzamos a distribuir el nuestro a través de librerías deportivas de toda Europa. De hecho todavía se pueden encontrar algunos ejemplares en librerías de viejo y páginas web similares.

Este año sin embargo nuestro anuario presenta dos novedades fundamentales: el formato electrónico y la difusión gratuita. Por primera vez ponemos a disposición de todos los aficionados miles de horas de trabajo a solo un golpe de ratón. Y lo hacemos porque ese es precisamente el objetivo principal del CIHEFE, poner a disposición de todos los aficionados una información histórica y estadística de primera categoría. Esa es nuestra razón de ser, y con esfuerzo continuamos adelante.

Confiamos en que nuestro Anuario sea del agrado de todos aquellos que se lo descarguen, lo consulten y lo conserven. Y como hemos trabajado con ese fin agradeceríamos sinceramente todo tipo de comentarios así como indicaciones sobre posibles erratas. Lo pueden hacer en nuestra dirección habitual cihefe@cihefe.es.

Descargue el Anuario pulsando en la imagen o aquí:

Anuario CIHEFE 2009-2010




1868: La primera noticia sobre «foot-ball» en España

En el año 2002 publiqué un artículo en la revista de la RFEF (nº 46) en el que expliqué someramente la etimología de la palabra «fútbol». A pesar de que algunas de mis afirmaciones eran por lo menos discutibles el artículo no solo no fue contestado por nadie sino que además fue difundido a través de una página de Internet que naturalmente no citó ni mi nombre ni el de la revista en que el artículo había sido publicado.

Probablemente a través de esa página de Internet tuvieron acceso a mi artículo entre otros los autores del libro El balón blanquiverde: 135 años de fútbol en Andalucía, Javier Bermejo Chamizo y José Carlos Barbado Lima, publicado en el año 2009 por la Junta de Andalucía. Con muy bien criterio, antes de hablar del fútbol andaluz hablan sobre la implantación del deporte rey en España, y lo hacen mencionando entre otras la primera nota de prensa española en que se habló de foot-ball: la revista valenciana El Panorama de 30-4-1868.

Que yo sepa mi artículo del año 2002 fue el primero en citar esta noticia, que a pesar de haber sido difundida por Internet no ha tenido el alcance que entiendo que debe tener el hallazgo de un documento histórico de ese valor. Probablemente porque a la referencia no se le acompañaba copia de la nota en sí. Por ello vamos a aprovechar esta ocasión precisamente para presentar ante todos los aficionados la que hasta la fecha, y a falta de nuevos hallazgos, es la primera noticia española que habla de foot-ball. Acompañada además del bellísimo grabado con que la revista El Panorama ilustró la noticia.

Queridos lectores, disfruten con ello.

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Sagas internacionales (II): hermanos e internacionales

Gabriel y Juanito Alonso

 Los hermanos Alonso han provocado no pocas dificultades a estudiosos y curiosos. ¿Son realmente hermanos? Si lo son, ¿por qué Gabriel se apellidaba Alonso Aristiaguirre y Juanito lo hacía Adelarpe Alonso? ¿Acaso es un error y ambos tenían, como es lógico, los mismos apellidos? La respuesta más buscada por algunos radicaba en que cuando nació el hermano mayor la madre era soltera, y por lo tanto le dio al hijo sus dos apellidos; cuando Juan nació, era hijo legítimo del matrimonio de su madre con el Sr. Adelarpe. Nacidos ambos en la guipuzcoana localidad de Fuenterrabía, jugaron durante tres años juntos en el Madrid. Sin embargo no tuvieron el privilegio de defender juntos a España.

Gabriel Alonso nació el 9 de noviembre de 1923. Jugador fogoso y luchador, inició su carrera deportiva en la primera temporada de posguerra, en el Real Unión. Tres temporadas más tarde pasó al Ferrol, y de ahí, en 1946 al Celta de Vigo. Fue precisamente como jugador del club vigués cuando jugó la mayor parte de los doce partidos internacionales que disputó. Entre ellos los seis partidos que España disputó en el Mundial de Brasil, en 1950. De hecho uno de los motivos por los que Gabirel Alonso ha pasado a la historia del fútbol español es por haber iniciado la jugada de contraataque que concluyó con el celebérrimo gol de Zarra en el partido contra Inglaterra.

Su paso al Madrid, en la temporada 1951-52 le llegó con 28 años, ya en el declive de su carrera. Aunque había intentado incorporarse al Madrid junto con Miguel Muñoz y Pahíño en 1948, la directiva viguesa se negó a traspasarlo. Con el equipo merengue jugó finalmente tres temporadas, y tras dos años en el Málaga, se retiró en 1956-57 en el Rayo Vallecano.

 Su hermano Juanito nació el 13 de diciembre de 1927. Se inició futbolísticamente en el Kerizpe de su pueblo, cuya meta comenzó a defender con sólo 15 años. Cuatro años después el Logroñés pidió sus serivicios, pero al año siguiente, en 1947, tuvo que ir a Ferrol para hacer la mili. Y allí, como ya le había ocurrido a su hermano por idéntico motivo, jugó dos años. Y desde Ferrol dio directamente el paso al Madrid. Portero de extraordinarios reflejos, sobrio, seguro y poco dado a exhibiciones para la galería, su baja estatura le provocó algún problema. ¡Once temporadas defendió la portería madridista! ¡Y con qué éxito!: campeón de Liga en 5 ocasiones y de la Copa de Europa en 4.      

En la Selección no tuvo mucha suerte, ya que Ignacio Eizaguirre, Carmelo y Ramallets le frenaron el camino. Tan sólo jugó con España dos veces, sendos amistosos ante Irlanda del Norte e Italia en 1958 y 1959.

 Arieta I y Arieta II

 Ignacio y Antonio, los hermanos Arietaaraunabeña, se llevaban entre sí ni más ni menos que trece años. Demasiados para que pudieran compartir carrera futbolística… Nacidos ambos en Durango, jugaron toda o casi toda su vida en el Athletic de Bilbao, entonces Atlético, continuando prácticamente Antonio la carrera de Ignacio. ¡Fueron 25 años consecutivos en los que un Arieta se alineó en el Athletic! Aunque coincidieron tres de años en San Mamés, entre 1964 y 1966, ya era el ocaso de la carrera de Arieta I, por lo que no tuvieron la oportunidad de vestir juntos la camiseta nacional.

Ignacio Arietaaraunabeña Piedra nació el 21 de agosto de 1933. Tras formarse en el equipo de su pueblo, el Cultural de Durango, pasó al Gecho en 1950, del que dio el salto definitivo al Athletic, justo en la misma temporada. Y a partir de ahí, fueron dieciséis temporadas consecutivas las que Ignacio vistió la camiseta rojiblanca. Fue en la práctica el relevo de Zarra, eso sí, tan difícil de relevar… Fue campeón de Liga en una ocasión, 1955-56, y de Copa en tres, 1955, 1956 y 1958.

 Su primer partido de internacional fue precisamente el centésimo de nuestra Selección: el 17 de marzo de 1955 en Madrid, en el que desde hacía apenas dos meses se llamaba Estadio Santiago Bernabeu. Aunque en esa ocasión no consiguió marcar, sí lo hizo en los otros dos partidos internacionales que disputó: ante Suiza (0-3) el 19 de junio de 1955 y ante Inglaterra en Wembley (4-1) el 30 de noviembre del mismo año.

 Antonio María nació el día de Reyes de 1946. Comenzó a jugar en el Athletic en 1964, y «tan sólo» estuvo diez temporadas jugando como un león. Campeón de España juvenil en 1963, consiguió en 1969 la Copa del Generalísimo. Ariete en su primera época, su buena técnica lo llevó a adaptarase más a puestos pegados a la banda. En 1974 se marchó del club de sus amores para retirarse en el Hércules de Alicante, donde jugó dos temporadas más en Primera.

 Fue internacional en siete ocasiones entre 1970 y 1972. Su debut, el 11 de febrero de 1970 ante Alemania Federal fue extraordinario, ya que Arieta II anotó los dos goles españoles; el partido en efecto terminó con 2-0. Su único partido de competición oficial lo jugó el 11 de noviembre de ese 1970, también en el Sánchez Pizjuán, ante Irlanda del Norte. Arieta no marcó, pero España venció por 3-0; Rexach, Pirri y Luis Aragonés, capitán aquel día, fueron los autores de los goles.

Chirri I y Chirri II

Los hermanos Aguirrezabala, conocidos popularmente como Chirri I y Chirri II, nunca llegaron a jugar juntos, ni siquiera en su equipo común, el Athletic Club de Bilbao. Los siete años de diferencia de edad, que podían haberlos hecho coincidir en el terreno de San Mamés, fueron insalvables debido a la prematura retirada de Chirri I para dedicarse a los estudios de Ingeniería Industrial y Farmacia.

Marcelino Aguirrezabala Ibarbia, conocido deportivamente como Chirri I, nació en Bilbao el 29 de marzo de 1902. Su trayectoria deportiva fue muy breve: tras jugar en el Erandio en la temporada 1921-22 pasó al Athletic al año siguiente. En el club de San Mamés permaneció sólo tres años más antes de su retirada. Chirri I fue considerado uno de los jugadores más importantes del club bilbaíno en los años 20, con el que se proclamó campeón de España en 1923.

A pesar de disfrutar de una corta carrera deportiva, vistió la camiseta internacional española en 5 ocasiones. Debutó contra Italia el 9 de marzo de 1924 (0-0) y se despidió el 4 de octubre de 1925, frente a Hungría, venciendo por 0-1. Su partido más importante, el único oficial, fue el de los Juegos Olímpicos de París, en que España cayó eliminada en el primer partido ante Italia.

Ignacio Aguirrezabala, Chirri II, nació también en Bilbao, el 10 de mayo de 1909. Interior con mucha clase, fue magnífico constructor del juego atacante y un gran suministrador de pases a los delanteros en punta. Jugó siete temporadas en el Athletic, comenzando precisamente el año de inicio de la Liga, 1928-29. Su palmarés con los leones es brillantísimo: campeón de Liga en 1930-31, 1933-34 y 1935-36, y de Copa en 1930, 1931, 1932 y 1933.

Curiosamente Chirri II fue menos veces internacional que su hermano, en cuatro ocasiones. Debutó ante Italia en Gijón el 22 de abril de 1928 (1-1) y se despidió cuatro años más tarde en la inauguración del Carlos Tartiere de Oviedo, contra Yugoslavia. Chirri II no llegó a jugar ningún partido oficial con nuestra Selección, ya que no fue convocado para los Juegos Olímpicos de Amsterdam (1928).

Gonzalvo II y Gonzalvo III

José y Mariano Gonzalvo Falcón, que jugaron juntos en el Barcelona durante seis años, tienen el privilegio de ser los dos hermanos que más veces han jugado juntos defendiendo la camiseta de la Selección. Hasta en seis alineaciones de España aparecen los hermanos Gonzalvo, cinco de ellas en el Mundial de Brasil, en los partidos contra Estados Unidos (3-1), Chile (2-0), Inglaterra (1-0), Uruguay (2-2) y Brasil (1-6). Su primer partido juntos había sido un par de meses antes, el dos de abril, precisamente en el partido de ida de clasificación para Brasil: España 4 – Portugal 1.

José, el mayor de los dos, nació el 16 de enero de 1920 en Mollet del Vallés, provincia de Barcelona. Tras jugar en el equipo de su pueblo, en el Ceuta y en el Sabadell, fichó por el Barcelona en 1944. Medio volante y lateral izquierdo, era muy fuerte y resistente a pesar de la fragilidad que aparentaba por su escasa estatura. Con el equipo culé se proclamó campeón de Liga en las temporadas 1944-45, 1947-48 y 1948-49; de la Copa Latina en 1949, de la Copa de Oro en 1945 y de la Copa Eva Duarte en 1948. En 1950 fichó por el Zaragoza, pero aquejado de una tuberculosis pulmonar no pudo cumplir el contrato que había firmado por tres años. Se retiró en 1955 tras disputar su último año como futbolista en el España Industrial de Barcelona, en Segunda División. Vistió la camiseta de España en un total de 8 ocasiones.

Mariano, el más pequeño de los hermanos, también nació en Mollet del Vallés, el 22 de agosto de 1922. Con tan sólo veinte años, y tras haber pertenecido al Mollet, Europa y Zaragoza, jugó su primer partido con el Barcelona. Centrocampista e interior derecha de enorme categoría, con clase y gran espíritu de lucha, tenía buena llegada a gol y un eficaz remate de cabeza. Trece fueron las temporadas que Gonzalvo III defendió los colores azulgranas, y llegó a rechazar una oferta sensacional del Torino italiano, porque, según él, no se veía defendiendo otros colores que los del Barcelona. En su última etapa fue cedido al Lérida y al Condal, filial del equipo culé. Se proclamó campeón de Liga en las ediciones 1944-45, 1947-48, 1948-49, 1951-52 y 1952-53, de la Copa Latina en las ediciones de 1949  y 1952, de la Copa del Generalísimo en 1951,1952 y 1953, de la Copa de Oro en 1945 y de la Copa Eva Duarte en 1948, 1952 y 1953. La mayor parte de esos titulos los consiguió junto con su hermano José, al que dobló en número de partidos internacionales, con un total de 16 encuentros.

Lesmes I y Lesmes II

Aunque los ceutíes hermanos Lesmes Bobed, de padre vallisoletano, se llevaban cuatro años de diferencia, ambos se dieron a conocer al mismo tiempo, cuando en 1949 ficharon por el Valladolid. Y también pudieron haberse estrenado juntos de internacionales de no haber sido porque el seleccionador Iribarren dejó a Rafael, Lesmes II, en el banquillo de Chamartín el 6 de enero de 1954. El partido contra Turquía, ida de la eliminatoria de clasificación para el Mundial de Suiza, fue la única ocasión en que Francisco, Lesmes I, vistió la camisa de España.

Francisco, Lesmes I, nació en Ceuta el 6 de noviembre de 1922. Segurísimo en el juego aéreo, dotado de gran colocación y con buena técnica, fue uno de los mejores centrales españoles durante varios años. Jugó en el Valladolid 12 años, y no pudo vestir camisetas de mayor entidad, pese a disponer de suculentas ofertas, porque las sucesivas directivas blanquivioletas se negaron reiteradamente a traspasarlo.

No ocurrió lo mismo con su hermano Rafael, nacido el 9 de septiembre de 1926. Antes de que el Atlético de Tetuán reclamara sus servicios en 1945 estuvo a punto de dejar el fútbol ya que acababa de sacarse una oposición en el Cuerpo de Automovilismo. Al final se decantó por el fútbol y, tras cuatro años en Tetuán, fichó junto con su hermano mayor por el Valladolid. Lesmes II sólo estuvo tres años en Pucela, y fichó por el Madrid, en el que jugó un total de ocho temporadas. Lateral con gran sentido táctico, inteligente y con más clase de la habitual para ese puesto, destacó por su buena colocación y ventaja en al cruce. Campeón de Liga en cuatro ocasiones (1953-54, 1954-55, 1956-57 y 1957-58), su mayor éxito son las cinco Copas de Europa de su palmarés particular: 1956, 1957, 1958, 1959 y 1960.

Internacional en dos ocasiones, frente a Francia en marzo de 1955 y frente a Irlanda del Norte en 1958, fue uno de los españoles que viajó a Brasil en 1950 para disputar la mejor Copa del Mundo en la historia de España. Sin embargo Lesmes II no llegó a disputar ni un solo minuto. 

Luis María y Aitor López Rekarte

 Más de trece años separan a los dos hermanos López Rekarte; media generación que ha visto, entre otras cosas, cómo el segundo apellido de los hermanos ha pasado de Recarte a Rekarte. Esa diferencia, además de cambiar el apellido (cuya versión en ortografía vascuence fue utilizada también por el hermano mayor al final de su carrera), hizo que los dos hermanos ni jugaran en el mismo equipo ni  se enfrentaran nunca entre sí. Cuando Luis María se despedía del fútbol en Mallorca, en la temporada 1996-97, Aitor jugaba su última temporada en el filial de la Real Sociedad. Al año siguiente daría el paso al primer equipo, pero ya sería demasiado tarde para encontrarse con su hermano en un terreno de juego.

 Luis María nació en Mondragón (Guipúzcoa) el 26 de marzo de 1962. Inició su carrera deportiva en el Alavés, en el que jugó tres temporadas en Segunda y dos más en Segunda B. Aunque en sus comienzos jugó como medio, con incorporación fácil al ataque, fue reconvertido en lateral y triunfó en dicha demarcación. Del equipo vitoriano fichó en 1985 por la Real Sociedad, de la que tres años después daría el paso al Barcelona. Precisamente con el equipo catalán se proclamó campeón de Liga en 1990-91, de Copa en 1990 y de la Recopa de Europa en 1989, en cuya final anotó el segundo gol. Con el Deportivo de La Coruña, por quien fichó en 1991, también consiguió un título de Copa, en 1995. Internacional absoluto en cuatro ocasiones, todas ellas fueron en 1988 y en partidos de carácter amistoso.

 Aitor nació también en Mondragón, el 18 de agosto de 1875. Canterano de la Real, jugó cuatro temporadas en el segundo equipo antes de dar el salto al primero, en 1997. Jugador habitual en las categorías inferiores de nuestra Selección, ha jugado un total de 28 partidos, logrando como mayor éxito la Copa de Europa sub 21 en 1998. Convocado por Luis Aragonés en los dos primeros partidos de éste al frente de nuestra Selección, sólo llegó a jugar el día 3 de septiembre de 2004, en partido amistoso ante Escocia (1-1).

 Alfonso y Luis Olaso

 Los hermanos Olaso fueron los primeros hermanos internacionales que jugaron juntos. Curiosamente el mismo día que tal hecho ocurría, los hermanos Regueiro, aunque por separado, también se apuntaron a la lista de hermanos internacionales. Todo ocurrió el 29 de mayo de 1927, esa extraña ocasión en que España jugó dos partidos, uno frente a Portugal en el Metropolitano y otro frente a Italia en Bolonia. En el caso de los Olaso, ambos viajaron a Italia y ambos fueron alineados; para Luis era su cuarto y último partido de internacional, y para Alfonso era el primero y también el último.

 Luis Olaso Anabitarte nació en Villabona (Guipúzcoa) el 15 de agosto de 1900. Extremo izquierda de gran calidad, jugó en el Athletic Club de Madrid desde 1919 hasta 1929: tras disputar la primera temporada liguera con el club colchonero fue fichado por el Madrid, con el que obtendría sus mayores éxitos deportivos: las Ligas de 1931-32 y 1932-33, tras cuya consecución se retiró del fútbol. Internacional en cuatro ocasiones, todas ellas de carácter amistoso: debutó en 1921 y no volvió a vestir los colores de España hasta 1927, en que lo hizo en las tres ocasiones restantes.

 Por su parte, Alfonso Olaso, nacido el 14 de febrero de 1904 también en Villabona, nunca «traicionó» al club de sus amores, el Athletic madrileño, al que se había incorporado en 1922 y con el que desarrolló toda su carrera deportiva. Internacional sólo en la mencionada ocasión, falleció en el frente de Teruel durante la Guerra Civil, en 1938.

 Luis y Pedro Regueiro

 Los hermanos Regueiro iniciaron junto con los Olaso la nómina de hermanos internacionales el 29 de mayo de 1927. Y aunque tanto Luis como Pedro vistieron aquel día la camisa de España, no lo hicieron en el mismo partido: Luis jugó en Italia y Pedro en Madrid. Además de aquella extraña ocasión, ambos hermanos coincidieron hasta cuatro veces defendiendo a nuestra Selección: el 10 de enero de 1928, el 12 de mayo de 1935, el 19 de enero de 1936 y el 23 de febrero de 1936. Los partidos fueron respectivamente contra Portugal (2-2), Alemania (1-2 para España), Austria (4-5 perdió España) y Alemania (1-2 para los germanos); todos ellos fueron amistosos. En el Alemania-España de 1935 los hermanos sólo coincidieron siete minutos sobre el terreno: Luis Regueiro fue titular, pero Pedro sólo jugó entre los minutos 2 y 8, supliendo momentáneamente a Lecue, lesionado por un encontronazo con Quincoces.

 Pedro Regueiro Pagola nació en Irún el 19 de diciembre de 1909. Medio ala de gran potencia física y bastante calidad, fue tildado de frío a pesar de su probada eficacia. Ingresó en el Real Unión de Irún en 1925, y de él pasó en 1932 al Madrid, un año después que su hermano. Esa misma temporada se proclamó campeón de Liga, al igual que de Copa en 1934 y 1936. Fue internacional en cinco ocasiones.

 Luis nació también en Irún, el 1 de julio de 1908. Comenzó a jugar en el Touring Club de Irún, del que pasó a los infantiles del Real Unión de Irún en la campaña 1923-24, y un año después al primer equipo irundarra. Interior de regate perfecto, muy incisivo y con buen disparo de derecha, creó escuela gracias a su inteligencia en el terreno de juego. En 1931 ingresó en el Madrid, al que hizo campeón de Liga en su primera temporada de blanco, así como en la siguiente, una vez llegado su hermano Pedro; además también consiguió junto a su hermano las dos Copas que sumar a la ya obtenida en 1927 con el Real Unión. Convocado por los distintos seleccionadores de España en 29 ocasiones, fue internacional en 25 partidos, entre el 22 de mayo de 1927, donde venció a Francia en Colombes por 1-4, y el 3 de mayo de 1936, en que salió victorioso frente a Suiza por 0-2. Con su hermano Pedro se exhilió en México, aprovechando la gira que el Euzkadi llevó a cabo durante la Guerra Civil. En el país azteca se casó con Isabel Urquiola, hermana del futbolista y compañero de exilio. Luis, uno de sus 6 hijos, llegaría a ser internacional por el país azteca.

 Rojo I y Rojo II

 Los hermanos Rojo Arroitia compartieron los vestuarios de San Mamés durante siete temporadas, entre 1970 y 1977. Precisamente las que el menor de los dos, José Ángel, jugó con los leones. Y es que su hermano José Francisco, Chechu para el fútbol, había debutado con el Athletic cinco años antes, en 1965, y se retiraría otros cinco después de que su hermano se marchara en 1977 al Racing de Santander. El único encuentro internacional de José Ángel, el 17 de octubre de 1973, tuvo la fortuna de coincidir en el terreno de juego con su hermano Chechu, precisamente en la única ocasión en que éste fue capitán de nuestra Selección. Aquel partido, disputado en Estambul para celebrar el cincuentenario de la República de Turquía, que terminó con empate a cero, fue también el del estreno internacional de otro jugador del Athletic, Ángel María Villar.

 Chechu Rojo, que nació el 28 de enero de 1947, jugó diecisiete temporadas con el Athletic, en las que disputó un total de 414 partidos de Liga. Es el segundo jugador que más partidos ligueros ha disputado con los de San Mamés, sólo detrás de Iríbar, con 466. Campeón de Copa en 1969 y 1973 contra Elche y Castellón respectivamente, fue un extremo izquierda de gran técnica, capacidad de improvisación y fuerte carácter, que le ocasionó no pocas dificultades con los árbitros. Internacional en 18 ocasiones con la selección absoluta, marcó 3 goles. Tras retirarse, comenzó a ejercer de entrenador, con notable acierto, en las categorías inferiores del Athletic de Bilbao. También ha entrenado al Celta, Osasuna, Lérida, Salamanca, Zaragoza, Athletic Club y Rayo Vallecano.

 José Ángel, nacido el 19 de marzo de 1948 en Bilbao, comenzó jugando en el Indauchu. Tras tres temporadas en el segundo equipo de Bilbao pasó a las categorías inferiores del Athletic, de las que un año más tarde daría el paso al primer equipo, en 1970-71. Jugador de brega en el centro del campo, aunque se había iniciado en posiciones más avanzadas, terminó su carrera en el Racing de Santander, en el que se retiró en 1980. El único título de su palmarés es la Copa del Generalísimo de 1973.

 Julio y Pachi Salinas

 Los hermanos Salinas, que apenas se llevan un año de edad, tuvieron la oportunidad de jugar juntos, de enfrentarse, de que Julio intentara golear a Pachi y de que Pachi intentara evitarlo con férreos marcajes sobre su hermano. Ambos debutaron en Primera en la temporada 1982-83 en el Athletic, y hasta que Julio abandonó el club al terminar 1985-86, se alinearon juntos en infinidad de ocasiones. A partir de ese momento, y hasta la retirada de Pachi en 1997-98 se inciaron esos morbosos enfrentamientos. Pero con toda probabilidad los días más importantes en común fueron el 14 de septiembre y el 12 de octubre de 1988, cuando ambos vistieron juntos la elástica nacional.

 Julio Salinas Fernández, que nació en Bilbao el 11 de septiembre de 1962, es uno de los jugadores más importantes de finales de los ochenta y principios de los noventa, como bien demuestra su palmarés: campeón de Liga en 6 ocasiones, dos de Copa, dos Supercopas de España y una de Europa, además de una Copa de Europa y una Recopa. Casi nada. Delantero centro de enorme habilidad dentro del área, puede que anárquico pero casi siempre genial, destacó sobre todo en la protección del balón y en deshacerse del contrario con quiebros inverosímiles en un palmo. Luego, a veces, fallaba lo más fácil. ¡Cuántas veces nos hemos acordado todos de cuando se quedó solo ante el portero italiano en el Mundial de 1994! Eso sí, pocos se han acordado de que sin su participación en la ronda previa jamás habríamos llegado a la fase final.

 Julio jugó 56 partidos internacionales y anotó 25 dianas. Participó en la fase final de tres Copas del Mundo (México, Italia y Estados Unidos) y en dos de la Eurocopa, Alemania 1988 e Inglaterra 1996.

 Francisco Salinas, Pachi, también nació en Bilbao, el 17 de noviembre de 1963. Central eficaz, su juego se caracterizaba por ser fuerte y contundente. Campeón de Liga las dos ediciones consecutivas de Clemente, 1982-83 y 1983-84, así como de Copa en 1984. Cuando en 1992 el Athletic decidió prescindir de sus servicios, parte de la afición céltica observó su fichaje con gran recelo, ya que entendían que Pachi ya tenía poco fútbol. Y sin embargo rindió admirablemente en Vigo durante 6 temporadas y se convirtió en uno de los jugadores más carismáticos del equipo vigués.

 Pachi sólo fue internacional en dos ocasiones, y en ambas se alineó con su hermano: el 14 de septiembre de 1988 en el Carlos Tartiere de Oviedo, en que Pachi fue titular y Julio entró supliendo a Butragueño; y el 12 de octubre siguiente, en el partido por la Copa de la RFEF, en que España empató con Argentina en el Sánchez Pizjuán. En el segundo ninguno de los dos hermanos fue titular.

 




Sagas internacionales: padres e hijos

Marquitos y Marcos

 Marquitos, uno de los grandes nombres de la historia madridista, con cinco Copas de Europa a sus espaldas, fue padre de un hijo futbolista; de un extremo con calidad, remate y rapidez. Pero de un hijo que jugó en los dos principales rivales del amado equipo de su padre: el Atlético de Madrid y el Barcelona. Aunque la historia tiene interesantes tintes edípicos, la realidad dista de ser una tragedia, y aunque naturalmente la ilusión del padre era que su hijo jugara vestido de blanco, la familia está bien avenida.

Marcos Alonso Imaz, Marquitos, nació en Santander el 16 de abril de 1932. Defensa derecho contundente, de físico poderoso, con pundonor excepcional y técnicamente tosco, tampoco hacía ascos a la posición de central. Formado deportivamente en el Rayo Cantabria, pasó al Real Santander en 1951, y tres años más tarde al Real Madrid. Con el equipo blanco obtuvo su aplastante palmarés: 5 Ligas, 5 Copas de Europa, 1 Copa de España, 1 Copa Latina y 1 Copa Intercontinental. Jugó con los blancos un total de 228 partidos oficiales, 159 de ellos de Liga. En 1962, tras ocho años de madridista, se marchó al Hércules, del que pasó al Murcia y posteriormente al Calvo Sotelo, en el que se retiró en 1966.

Aunque fue convocado en cinco ocasiones, Marquitos sólo vistió la camiseta de la selección absoluta en dos: 17-3-1955 ante Francia (1-2) y 26-10-1960 en Inglaterra (4-2). Esas dos derrotas se compensaron por los dos partidos con la selección B, en que se venció a Francia por 3-1 y a Egipto por 5-1, ambos en noviembre de 1955.

Su hijo Marlos Alonso Peña (Santander, 10-10-1959) también comenzó jugando en el Racing. Pero de ahí el saltó fue al Atlético de Madrid, en 1979. Y para mayor disgusto de su padre, tras tres temporadas, de colchonero pasó a culé. Vestido de azulgrana ganó una Liga, una Copa, una Supercopa y dos Copas de la Liga. La Copa, en 1983, la ganó además marcando un gol de cabeza en la final, precisamente ante el Real Madrid. Una vez retirado, ha ocupado los banquillos del Rayo Vallecano, Racing de Santander, Sevilla, Atlético de Madrid, Zaragoza, Valladolid y Málaga.

Internacional en las categorías inferiores en un total de 24 ocasiones, con la absoluta jugó 22 más. Convocado para jugar la Eurocopa de Francia en 1984, no llegó a jugar ningún partido.

Perico y Xabi Alonso

Miguel Ángel Alonso Oyarbide, nació en Tolosa el 1 de febrero de 1953. Tras haber jugado en el equipo de su ciudad fichó por el Sanse en 1975, y de ahí pasó dos años después a la Real Sociedad. Tras cinco temporadas en el equipo easonense fichó en 1982 por el Barcelona. Fue a partir de ese momento cuando tomó relevancia el apodo de Perico, ya que coincidieron con él otros dos Alonso: Pichi y Marcos. Como de alguna manera había que distinguirlos, alguien resucitó el apodo que ocasionalmente lo había acompañado en San Sebastián, heredado de su hermano Pedro en el colegio tolosano de los Escolapios. Tras tres años de barcelonista colgó las botas en el Sabadell, en el que jugó hasta 1988. Centrocampista todo terreno, sacrificado y peleón, no muy sobrado de técnica pero imprescindible por su despliegue físico. Ganó dos Ligas consecutivas con la Real Sociedad (1980-81 y 1981-82), y una más con Barcelona (1984-85). Ganó también con el Barcelona una Copa, una Supercopa y una Copa de la Liga. Actualmente dos hijos suyos juegan en la elite del fútbol español: Mikel en la Real Sociedad y Xabi ni más ni menos que en el Liverpool.

Internacional B en 2 ocasiones, defendió la camiseta de la selección absoluta en 20 partidos, con un gol marcado. Debutó el 24 de septiembre de 1980 en un amistoso ante Hungría (2-2). Cinco de esos encuentros los disputó en el Mundial de España.

Xabier Alonso Olano nació en Tolosa el 25 de noviembre de 1981. Tras pasar por el Hernani, el Aurrerá de Vitoria y el Éibar, fichó por la Real Sociedad en 1998. Jugó su primer partido con el primer equipo el 1 de diciembre de 1999 en la Copa frente al Logroñés, aunque no debutó en la Liga hasta la temporada 2000-01, tras un nuevo paso por el Éibar. Y ahí dio comienzo definitivo su extraordinaria carrera, culminada en su etapa realista en 2002-03 cuando la Real Sociedad quedó segunda en la Liga, a sólo dos puntos del Madrid. De la mano de Rafa Benítez fichó en 2004 por el Liverpool, y en esa misma temporada se alzó con el trofeo más preciado: la Liga de Campeones. Medio centro al estilo tradicional, tiene gran visión del juego, mucha técnica y capacidad de liderazgo. Con seguridad es uno de los mejores futbolistas españoles de la actualidad.

Tras diez partidos con las selecciones inferiores, debutó con la absoluta de la mano de Iñaki Sáez, el 30 de abril de 2003 ante Ecuador. Desde entonces, además de haber participado en la Eurocopa de 2004 y en el reciente Mundial de Alemania, ha sido pieza imprescindible de nuestra selección en estos últimos cuatro años. Hasta la fecha ha jugado 35 partidos con la absoluta, y ha anotado un tanto.

Gaztelu y Aranzábal

Aunque sólo el hijo ha dado a conocer el apellido familiar, ambos son con seguridad una de las sagas más realistas de la historia. El sobrenombre del padre no es sino el nombre común en vasco ‘castillo’, nombre propio en este caso del caserío de un familiar en el que solía estar a menudo cuando era niño y por cuyo nombre comenzó a ser conocido en Vergara (Guipúzcoa), donde nació el 23 de agosto de 1946. A los veinte años fichó por el Sanse, y sólo un año después comenzó a jugar con la Real Sociedad. Su hijo, nacido también en Vergara el 15 de marzo de 1973, debutó con el primer equipo donostiarra el 21-2-1993, a punto de cumplir los veinte. Y a partir de ahí, tanto uno como otro se convirtieron en jugadores de gran popularidad en la Real, muy estimados por la afición. Gaztelu estuvo ¡15 temporadas! y su hijo «sólo» 12. Justo antes de su retirada el primero recibió el mejor premio que puede recibir un futbolista, un título, y en concreto la primera Liga de la Real Sociedad (1980-81). Agustín Aranzábal dejó el equipo en 2004 y fichó por el Zaragoza, equipo en cuya disciplina ya lleva tres temporadas.

Al comparar la trayectoria internacional de ambos el hijo sobresale claramente. Gaztelu vistió la camiseta de España en cinco ocasiones, aunque sólo dos con la selección absoluta. Su hijo por el contrario a las 13 apariciones con las selecciones menores suma las 28 con la absoluta, incluyendo el Mundial de 2002. Ni uno ni otro se estrenaron como goleadores.

Herrerita y Chus Herrera

Nacido en Gijón el 5 de julio de 1914, Eduardo Herrera Bueno es considerado unánimemente como uno de los mejores interiores de la historia del fútbol español. Aunque algunos defienden incluso que se trata del mejor jugador asturiano de todos los tiempos, lo que desde luego no resulta exagerado es afirmar que se trata de uno de los ciudadanos asturianos más populares de todo el siglo XX. Hasta el punto de que la ciudad de Oviedo lo reconoció dando su nombre a una calle en 1984 junto al antiguo Carlos Tartiere. Interior elegante, de excelente regate y buen olfato ante el gol, ingresó en el Oviedo en 1933, con 30.000 pesetas de ficha, la segunda más alta de España tras la de Ricardo Zamora. Componente de la ovetense Delantera Eléctrica, jugó en el equipo carbayón entre 1933 y 1950, excluyendo los años de Guerra y la temporada 1939-40 en que lo hizo en el Barcelona al no poder participar el Oviedo en la primera liga de posguerra. En Primera jugó 236 partidos y marcó la magnífica suma de 125 goles.

Hermano de otro excelente futbolista, conocido como Herrera el Sabio, y cuñado de Chus Alonso, fue padre de otro notable jugador, Chus Herrera. Nacido el 10 de mayo de 1938 en Cabueñes (Gijón) apareció por primera vez con el Oviedo a los 18 años, en Segunda división. Y tras sólo dos años mostrando su excelente dominio del balón fichó por el Madrid, en el que igualmente pudo destacar gracias a su calidad. Pero en 1962 cuando sólo contaba 24 años llegó la tragedia: se le detectó un cáncer en estado avanzado y nada se pudo hacer por salvar su vida; murió el 21 de octubre.

Herrerita fue internacional absoluto en seis ocasiones entre 1934 y 1947 y marcó dos goles. Su debut en 1934 y su último partido en 1947 demuestran su excelente nivel de juego en esos catorce años. La trágica muerte de su hijo cortó con toda probabilidad una amplia carrera internacional comenzada el 13-3-1960 ante Italia y nunca más repetida.

Miguel y José Manuel Reina

Los Reina son la única saga internacional de guardametas. Miguel Reina Santos nació en Córdoba el 21 de enero de 1946 y tras sus dos primeras temporadas en Primera con el equipo de su ciudad fue fichado por el Barcelona. Portero espectacular, muy valiente en las salidas y seguro bajo los palos, al principio no fue bien acogido por el público barcelonés, decantado por Sadurní. El entrenador Buckingham resolvió salomónicamente el caso, alineando en casa a Sadurní y al cordobés en las salidas. Tras siete temporadas de azulgrana y haber ganado dos Copas de España, Reina fue traspasado al Atlético de Madrid en el que estuvo otras tantas temporadas y consiguió un subcampeonato de Europa y la Copa Intercontinental, ésta con Luis Aragonés en el banquillo.

Su hijo José Manuel nació en Madrid el 31 de agosto de 1982. Forjado como futbolista y sobresaliente promesa en la cantera del Barcelona, subió al primer equipo en el año 2000. Después de dos temporadas en las que no tuvo suficientes oportunidades fichó por el Villarreal, donde sí pudo demostrar sobradamente sus excelentes condiciones, sus agudos reflejos y su casi felina agilidad. Tan fue así que hace dos temporadas Rafa Benítez lo llamó para el que en esos momentos era el vigente campeón de Europa. Titular indiscutible entre los tres palos de la portería del Liverpool, Reina tendrá el próximo 23 de mayo la opción de conseguir ni más ni menos que la Copa de Europa.

Miguel Reina jugó con España un total de 20 partidos, 5 de ellos con la Selección Absoluta. Portero suplente en el Mundial de Inglaterra 1966, debutó finalmente el 15-10-1969, en un rotundo 6-0 ante Finlandia. Con 24 años José Manuel ya ha igualado los 5 partidos de internacional absoluto de su padre, además de haberlo superado ampliamente en el cómputo global, ya que ha jugado 38 partidos con las selecciones menores.

Eusebio y Roberto Ríos

Nacido en Portugalete (Vizcaya) el 30 de marzo de 1935, jugó en el Arenas de Guecho y en el Indauchu antes de ser llamado a África para cumplir el servicio militar. Por este motivo el club bilbaíno lo traspasó al Betis, ya que este club tenía posibilidad de arreglar su traslado a Sevilla. Defensa central de gran corpulencia y seguridad, jugó diez temporadas con el equipo verdiblanco, en el que se retiró al terminar la temporada 1967-68. Tras foguearse como entrenador auxiliar en el Betis, dirigió, entre otros, al Jaén, Baracaldo, Recreativo de Huelva, Valladolid, Murcia, Rayo Vallecano, etc, y ocupó la secretaría técnica del Betis y del Athletic. Vistió la camiseta de la selección absoluta en una ocasión, contra Portugal, en Oporto, el 15 de noviembre de 1964, siendo seleccionador José Villalonga.

Su hijo Roberto nació en Bilbao, el 8 de octubre de 1971. Formado en las categorías inferiores del Betis, debutó en el primer equipo en 1992. Y en el equipo sevillano permaneció a lo largo de cinco temporadas, tres de ellas en Primera. Central muy fuerte, capaz también de jugar en el centro del campo, fue fichado en 1997 por el Athletic Club de Bilbao, en uno de los traspasos más sonados de ese verano. En San Mamés tuvo una enorme presión desde el principio, lo que sumado a la reiteración de sus lesiones lastró su carrera, cercenada definitivamente por el cuerpo técnico bilbaíno. Después de varios meses inactivo, abandonó el fútbol en enero de 2003, tras rechazar una oferta que desde Inglaterra le cursó el B. W. Albion. Internacional absoluto en once ocasiones de la mano de Javier Clemente, fue habitual en los partidos de clasificación para el Mundial de Francia 1998, para cuya fase final no fue convocado.

Sanchis y Sanchís

No, no se trata de un error, los acentos están bien puestos. Y es que el padre fue conocido como Sanchis, mientras que el hijo como Sanchís. Pero, ¿cuál es el apellido de verdad?

La respuesta en principio no es difícil: Sanchis, con acento llano, es la forma valenciana equivalente a la castellana Sánchez (y no Sanchez), «hijo de Sancho». Así pues la forma «correcta» es la del padre. Sin embargo el hijo, lejano de tierras valencianas y de otros apellidos como Peris (Pérez) o Gomis (Gómez), tendió a acentuar agudo su apellido. Y aunque la acentuación Sanchís provenga de un error lingüístico, indudablemente éste fue el nombre deportivo del hijo y con él debe figurar en los anales.

Manuel Sanchis Martínez nació en Alberique (Valencia) el 26 de marzo de 1938. Tras formarse en el equipo de su pueblo, fichó con 17 años ¡por el Barcelona! Aunque este dato no es muy conocido, lo cierto es que el club azulgrana lo cedió de inmediato al Condal, en el que estuvo seis temporadas. Y de ahí, gracias a Ramallets, por entonces entrenador del Valladolid, dio el salto en 1961 al equipo pucelano. Así pues, no llegó a jugar ni un solo amistoso con la camiseta del Barcelona. Tras tres años de blanquivioleta, dos de ellos en Primera, pasó en el verano de 1964 al Madrid. Y ahí comenzó la gloria para Sanchis. Siete temporadas de madridista le dieron cuatro Ligas, una Copa y una Copa de Europa, la del conocido como Madrid ye-ye. Jugó 143 partidos de Liga y un total de 213 oficiales con el equipo blanco, en los que tan sólo anotó un gol.

Convocado por primera vez por la selección el 9-1-1963 para un amistoso contra Francia (0-0), Sanchis no debutó hasta casi tres años después, el 8-12-1965 contra Inglaterra (0-2). En total fue internacional en 11 ocasiones, incluyendo los tres partidos que España jugó en el Mundial de Inglaterra 1966.

Su primogénito casi nació en el Madrid. Nacido en la capital el 23 de mayo de 1965, comenzó a jugar en su equipo juvenil en 1979. Y tan sólo con 18 años, el 4 de diciembre de 1983 debutó con el primer equipo en Murcia, e incluso se permitió marcar el gol del triunfo. A partir de ahí, comenzó la trayectoria más larga que jamás un jugador haya desarrollado en el equipo merengue: 18 temporadas, con 523 partidos de Liga y un total de 708 partidos oficiales. Y su palmarés, apabullante: 8 Ligas, 2 Copas del Rey, 2 Copas de Europa, 2 Copas de la UEFA, 1 Copa Intercontinental, 5 Supercopas de España y 1 Copa de la Liga.

Con la Selección absoluta debutó el 12 de noviembre de 1986, contra Rumanía (1-0). Para entonces ya había jugado 22 partidos con las selecciones menores, y aunque le quedaban por jugar otros dos con la sub 23, comenzó de manera ininterrumpida su trayectoria de internacional absoluto. Jugó 48 partidos en la máxima categoría, incluyendo los tres de la Eurocopa de 1988, y los cuatro de Italia 1990.




Héroes de finales

1915: Pichichi consagra su fama

El 2 de mayo de 1915 salieron al campo de Amute, en Irún, el Athletic Club y el Español de Barcelona. A las órdenes del suizo Walter Germann formaron ambos clubes, y entre los 22 jugadores que disputaron la final de Copa, uno entre todos ellos iba a destacar, un delantero cuyo nombre ha atravesado la historia: Rafael Moreno Aranzadi, «Pichichi».

Cuentan las crónicas que el partido no tuvo color, que estuvo constantemente dominado por un Athletic más acostumbrado al terreno de hierba. Al descanso Pichichi ya había hecho de las suyas en dos ocasiones: a los tres minutos, al transformar un penalti, y a los 43 al rematar un córner lanzado por Echevarría. A los quince minutos del segundo tiempo, nuevamente a pase de Echevarría, Pichichi marcó su tercer gol, lo que inclinaba la balanza definitivamente del lado bilbaíno, al par que convertía al célebre delantero en el primero en marcar tres goles en una final. Por aquel entonces eso de las estadísticas era totalmente desconocido y hasta es probable que Pichichi nunca conociera su récord, pero él, que el año anterior había marcado cuatro goles en una semifinal contra el Vigo Sporting, fue el primero en marcar tres en una final. Su eficacia goleadora fue premiada en 1953 por los diarios Marca y Arriba, quienes instituyeron un premio con su nombre para el máximo goleador de la Liga. El primer ganador fue Telmo Zarra, otro héroe de final…

Athletic Bilbao – Español Barcelona = 5-0 (2-0)

2-5-1915, Fuenterrabía (Guipúzcoa): Amute

Árbitro: Walter Germann.

Athletic: Ibarreche; Hurtado, Solaun; Cabieces, Belauste, Mestraitua; Echevarría, Pichichi, Zubizarreta, Iceta, Belauste.

Español: Gibert; Bru, Massana; Lemmel, Pomés, Juanico; Janer, Armet, López, Usobiaga, Sempere.

Goles: 1-0 Pichichi 3′; 2-0 Pichichi 43′; 3-0 Pichichi 60′; 4-0 Zubizarreta 69′; 5-0 Germán 70′.

1916: Félix Zubizarreta iguala a Pichichi

Aunque hoy es todo un desconocido, los 21 jugadores restantes que salieron al campo el 7 de mayo de 1916 para celebrar la final de Copa lo conocían bien. Al igual que Pichichi, Zubizarreta también había marcado cuatro goles en una semifinal, y también contra un equipo de Vigo, el Fortuna; había sido el 25 de abril de 1915.

El rival del Athletic en esta ocasión era el Madrid, y para los bilbaínos era, si cabe, más que una final: si ganaban obtendrían el trofeo en propiedad. El público que llenaba las gradas del campo del Español de Barcelona estaba claramente a favor de los leones de San Mamés, ya que el Madrid había eliminado al Barcelona en las semifinales y eran tiempos en los que más allá de los colores propios uno defendía los colores de la ciudad frente al rival; lo que no podían imaginar es que un hombre entre todos les devolvería el apoyo con goles, los aplausos con un excelente juego: Zubizarreta. Dio el pase del primer gol, rematado por Acedo, y antes del descanso marcó el segundo gol. Pero no contento con eso en el segundo tiempo volvió a marcar en dos ocasiones, rematando un córner lanzado por Germán, y poco antes del final, recogiendo un medido pase de Acedo. ¡Él solo había ganado la final para el Athletic!

Al terminar el partido un grupo de desaprensivos intentó agredir a los jugadores madridistas, que fueron protegidos por los agentes de la autoridad y por los futbolistas bilbaínos. Por la noche, los madridistas visitaron a los bilbaínos en su hotel para felicitarlos por su victoria y agradecerles su deportiva protección. Como es natural los merengues felicitaron especialmente a uno, a Félix Zubizarreta.

Athletic Club Bilbao – Madrid F.C.    4-0 (2-0)

7-5-1916, Barcelona: Campo del Español

Árbitro: Francisco Bru

Athletic: Ibarreche; Solaun, Hurtado; Eguía, Belauste, Cabieces; Echevarría, Pichichi, Zubizarreta, Iceta, Acedo.

Madrid: Teus; Erice, Irureta; Aranguren, René Petit, Castell; Sicilia, Belaunde, Bernabeu, Juan Petit, Sotero Aranguren.

Goles: 1-0 Acedo; 2-0 Zubizarreta; 3-0 Zubizarreta; 4-0 Zubizarreta.

1919: Félix Sesúmaga decidió una de las finales más espectaculares

La Copa de 1919 había supuesto un paso definitivo hacia su modernización: el número de participantes y partidos se había ampliado y por primera vez se jugaba el torneo completo desde los cuartos de final. En el primer partido de éstos, disputado entre el Arenas y el Racing de Madrid, un delantero centro había establecido una marca difícil de superar: ¡7 goles en un mismo partido! Ese mismo delantero sería clave en la victoria final del Arenas: Félix Sesúmaga.

El 18 de mayo, y a las órdenes del inefable Julián Ruete, salieron al campo el Barcelona y el Arenas para disputar una de las finales más espectaculares de la historia. Ya a los 12 minutos dejó Sesúmaga su marca en una jugada personal que terminó con un tiro ajustado al poste. ¡Qué golazo! El marcador se mantuvo con 1-0 durante gran parte de la primera parte, pero a poco de terminar ésta marcó Viñals para el Barcelona. Las cosas se pusieron feas para el Arenas cuando Lakatos, recién comenzada la segunda mitad marcó el 2-1. Los minutos pasaban y el final del partido se acercaba peligrosamente; en esos momentos cercanos ya a la desesperación apareció una mente fría y genialmente goleadora: ¡gol de Sesúmaga! El público volvió a aplaudir entusiasmado al delantero arenero: ese gol traía la prórroga, un premio de treinta minutos para los espectadores. Y como no podía ser de otra manera volvió a ser Sesúmaga quien diera espectáculo, marcando el camino de la victoria con una rapidísima internada que terminó en 3-2. Después vinieron dos goles más, pero quien había terminado con el Barcelona era un jugador con nombre y apellido: Félix Sesúmaga, uno de los más grandes goleadores de nuestra historia.

Arenas de Guecho – Barcelona = 5-2 (2-2)

18-5-1919, Madrid: O’Donnell

Árbitro: Julián Ruete

Arenas: Jáuregui; Vallana, Careaga; Uriarte, Arruza, José María Peña; Ibaibarriaga, Pagaza, Sesúmaga, Barturen, Florencio Peña.

Barcelona: Bru; Reguera, Costa; Torralba, Sancho, Blanco; Viñals, Garchitorena, Martínez, Alcántara, Lakatos.

Goles: 1-0 Sesúmaga 12′; 1-1 Viñals 38′; 1-2 Lakatos; 2-2 Sesúmaga 80′; 3-2 Sesúmaga 96′; 4-2 Florencio Peña; 5-2 Ibaibarriaga 118′.

1936: Zamora fue el protagonista

EN SU ÚLTIMO PARTIDO OFICIAL REALIZÓ SU PARADA MÁS FAMOSA

El 21 de junio de 1936 no menos de 22 mil personas se apretujaban en las 19 mil localidades oficiales de Mestalla para ver la final entre el Madrid y el Barcelona. Hacía un sol de castigo, y los reventas llegaban a vender a 70 pesetas las localidades de general, cuyo precio era de 5.

Aunque el partido no estaba siendo muy bueno, el comienzo había sido trepidante. El Barcelona salió muy impetuoso para sorprender al Madrid, pero fue éste quien marcó el primer gol, por mediación de Eugenio (min. 6′), y el segundo, por mediación de Lecue (min. 12′). El jarro de agua fría fue mitigado cuando en el minuto 29 Escolá marcó a la salida de un corner el 2-1.

Y ahí se terminó prácticamente el partido hasta que, cuando quedan cinco minutos para que se termine la final ataca el Barcelona; Vantolrá se zafa de Lecue y engaña con un quiebro a Quincoces. Todos esperan su tiro, pero cede retrasado y el balón le llega a Escolá. ¡Lo han dejado solo! Mira a puerta y ¡lanza un durísimo tiro raso, justo pegado al poste! Es gol seguro, pero Zamora vuela de palo a palo y hace un paradón asombroso. Su caída ha levantado una polvareda que corta la respiración a los espectadores. Inmediatamente Zamora se levanta con el balón en las manos. Las crónicas dijeron que el aplauso que le brindaron los espectadores duró ni más ni menos que cuatro minutos. Con esta actuación prácticamente concluyó el partido, al final del cual Zamora subió a recibir de manos del presidente de la Federación la Copa que les acreditaba como campeones de España. Al recibirla gritó Zamora: «¡Viva Valencia!, ¡viva el Madrid!, ¡viva España!

Con seguridad ésta es la parada, el paradón, más famoso de la historia de nuestro fútbol, ejecutada como no podía ser menos por el que quizá sea nuestro mejor jugador de todos los tiempos. Lo realizó además en el último partido oficial que disputó: justo tras ganar la última Copa del Presidente de la República decidió retirarse. 17 años en la elite del fútbol eran muchos, 17 años siendo el portero titular de España todavía no han sido igualados.

Madrid – Barcelona = 2-1 (2-1)

21-6-1936, Valencia: Mestalla

Árbitro: Ostalé              

Madrid: Zamora; Ciriaco, Quincoces; Pedro Regueiro, Bonet, Sauto; Eugenio, Luis Regueiro, Sañudo, Lecue, Emilín.

Barcelona: Iborra; Areso, Bayo; Argemí, Franco, Balmaña; Vantolrá, Raich, Escolá, Fernández, Munlloch.

Goles: 1-0 Eugenio 6′; 2-0 Lecue 12′; 2-1 Escolá 29′.

1939: Campanal fue clave para el primer título de posguerra

En octubre de 1938 se reunió la Asamblea de la Federación de San Sebastián y decidió que «dada la magnífica normalidad que se disfruta en la zona liberada, celebrar una competición nacional por eliminatorias entre clubs regionales clasificados. A esta competición se le ha dado el nombre de Copa del Generalísimo, por disputarse en ella una copa donada, al efecto, por el Caudillo». Participaron diez equipos, y a la final llegaron el Sevilla y el Racing de Ferrol.

La cita tenía lugar en Montjuich, el 25 de junio a las cinco y media de la tarde. El público escuchaba de pie el himno nacional mientras en el césped, en la alineación del Sevilla aparecía como delantero centro Marcelino Campanal, que ya antes de la Guerra había jugado dos temporadas con el Sevilla, y que daría toda una exhibición de juego.

Su primera actuación fue cuando se llevaban cinco minutos de juego, en el que dio un excelente pase a Raimundo con el que éste abrió el marcador. Quince minutos más tarde, aprovechando un fallo de Calichi, marcó el 2-0 de tiro cruzado. La fiesta no había hecho más que comenzar, y a los 27′ Campanal volvió a marcar con un fortísimo disparo desde fuera del área. Antes del descanso Pepillo marcó dos goles más y remachó la goleada que había preparado Campanal.

Los goles continuaron al reanudarse el partido, esta vez para el Racing con dos goles de Silvosa, y el último del Sevilla, marcado una vez más por Campanal. Así pues Marcelino González del Río, tal era el nombre escondido bajo el apodo de Campanal, había marcado tres goles y dado el pase del cuarto. No estaba mal para comenzar el fútbol después de la Guerra…

Sevilla – Racing Ferrol                                     6-2 (5-0)

25-6-1939 (17,30), Barcelona: Montjuich

Árbitro: Arribas

Sevilla: Bueno; Cayuso, Villalonga; Torróntegui, Félix, Leoncito; López, Pepillo, Campanal, Raimundo, Berrocal.

Racing: Alberty; Calichi, Moreno; Bertolí, Silvosa, Basterrechea; Lelé, Gallart, Barón, Edelmiro I, Portugués.

Goles: 1-0 Raimundo 5′; 2-0 Campanal 20′; 3-0 Campanal 27′; 4-0 Pepillo 38′; 5-0 Pepillo 42′; 5-1 Silvosa (p) 53′; 5-2 Silvosa 56′; 6-2 Campanal 62′.

1950: Zarra, máximo goleador

ZARRA OSTENTA EL RÉCORD DE HABER MARCADO 4 GOLES EN UNA FINAL

El estadio de Chamartín presentó un lleno total para recibir al Atlético de Bilbao, al Rey de Copas, y al Valladolid, que aparecía por primera vez en una final copera y que este año había realizado una de las mejores campañas de su historia. A pesar de todo era evidente que el pronóstico no resultaba complicado y que el Atlético de Bilbao debería ser claro vencedor…

Y para hacer honor a tal pronóstico el Atlético salió como una fiera, atacando sin parar como si quisiera terminar el partido cuanto antes. La delantera más famosa de la historia del club bilbaíno no dejaba ni un respiro a la defensa vallisoletana, que sin embargo estaba a la altura de las circunstancias y parecía no inmutarse. Pero a los 14 minutos coge el balón Zarra y se dirige sólo contra la portería de Saso; consigue avanzar unos metros sin embargo Babot no le deja espacio para disparar. Cuando logra ver un hueco, el disparo de Zarra se estrella en Babot, pero con la suerte de que el rechace le favorece al delantero, que se queda solo ante Saso. Y como no se podía esperar de otra manera, Zarra no desaprovechó la oportunidad y con un tiro muy duro batió al portero vallisoletano. ¡Gol!, ¡gol! El primero de la tarde.

A partir de este momento el partido cambió gracias al ímpetu del Valladolid, que parecía decidido a no dar por perdido el partido tan pronto. Sus ataques, aunque siempre infructuosos, no dejaron ni un momento de relajación al Atlético, que apenas podía salir de su campo. Esta tónica continuó durante la segunda parte, en la que parecía que el equipo bilbaíno se dedicaba sin más a mantener la renta conseguida por Zarra. Pero como era previsible, con todo el terreno a su favor y con un rival a su merced, el Valladolid terminó consiguiendo su justo premio a tan sólo cinco minutos del final del partido, por mediación de Coque. Así que esperaba la prórroga…

Y en este tiempo extra los leones de San Mamés no querían más sustos, así que salieron como un verdadero vendaval, liderados por Telmo Zarra. Tan sólo seis minutos tardó en sentenciar el partido, con dos goles que ya lo alzaban, además de con la Copa del Generalísimo, con el honor de ser el primer jugador en marcar tres goles en una final. Aún más, a falta de cuatro minutos para el final marcó el cuarto gol, récord todavía inigualado. Gracias Zarra.

At. Bilbao – Valladolid = 4-1 (1-0) (1-1) (3-1)

28-5-1950, Madrid: Chamartín

Árbitro: Azón

At. Bilbao: Lezama; Canito, Areta, Arámberri; Manolín, Nando; Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo, Gaínza.

Valladolid: Saso; Lesmes I, Babot, Lesmes II; Ortega, Lasala; Revuelta, Coque, Vaquero, Aldecoa, Juanco.

Goles: 1-0 Zarra 14′; 1-1 Coque 85′; 2-1 Zarra 94′; 3-1 Zarra 96′; 4-1 Zarra 116′.




Los árbitros y la separación de poderes

En todas las jornadas de liga los árbitros se equivocan. Igual que en todas las jornadas de liga se equivocan los porteros, los delanteros, los entrenadores y todos los que actúan directa o indirectamente en un partido de fútbol. Huelga decir que esto es así precisamente porque el fútbol es una invención humana hecha por humanos para el disfrute de humanos.

Sin embargo es evidente que los árbitros y los miembros de su equipo (árbitros asistentes y cuarto árbitro) se hallan en una posición mucho más delicada que el resto de los actores del partido por una sencilla razón de orden psicológico auto exculpatoria. O dicho más claro: es más cómodo echarle la culpa a otro de nuestros fracasos que asumirlos nosotros mismos.

Es más fácil acusar públicamente al árbitro de no haber pitado un penalti a favor que plantear que no se ha ganado el partido porque un jugador de nuestro propio equipo ha fallado el penalti que sí ha pitado el árbitro.

Lo cual, por supuesto, no exime en ningún caso al árbitro ni de la responsabilidad de sus errores ni de su obligación de reducir todo lo posible el número de fallos. O dicho de otra manera, se debe exigir a los árbitros que hagan bien su trabajo. Para lo cual, claro, hemos de delimitar claramente cuál es el trabajo del árbitro (y cuál no).

Y esto es fundamental, porque si no lo tenemos claro no se puede ni arbitrar un partido con éxito ni, en el caso de periodistas y comentaristas, hacer críticas mínimamente solventes.

Decir que un árbitro arbitra un partido no debería suponer ni mucho menos una perogrullada para todos aquellos que afirman domingo tras domingo que el árbitro «dirigirá el encuentro». Y precisamente el objetivo de este artículo es desmontar esta idea demostrando con ello lo infundado, cuando no pernicioso, que supone atribuir al árbitro esa función directora.

Creo que la mejor manera de delimitar la función del árbitro es recurriendo al símil jurídico, mundo del que precisamente se tomó prestado tanto el nombre como su figura. Todo ello desde la perspectiva de la separación de poderes dentro de un Estado.

El árbitro y la separación de poderes

El término «árbitro» está prestado del lenguaje jurídico, con el que designa a aquella persona que no es juez pero que tiene capacidad de decidir en un asunto concreto para el que las partes en conflicto le han dado potestad. En determinadas circunstancias se exige que los árbitros sean licenciados en Derecho (arbitraje de Derecho), pero otras veces ni siquiera (arbitraje de equidad): cualquier ciudadano puede ser árbitro y emitir un laudo (equivalente a la sentencia) que otorga a la circunstancia en conflicto el estado de cosa juzgada.

No ocurre así con los árbitros de fútbol, que deben pertenecer a unos colegios a los que solo se tiene acceso después de unos exámenes teóricos y físicos. En este sentido, dicho sea de manera tangencial, el término «colegio arbitral» no deja de ser contradictorio.

Ignoro por qué se generalizó el nombre de «árbitro», en vez del de «juez», ya que los dos alternaron en las primeras crónicas de fútbol de nuestro país con el de «referee». El término «juez» además siempre ha estado más prestigiado, como demuestran claramente los adjetivos respectivos: de juez viene «judicial», pero de árbitro «arbitrario» («arbitral» es secundario, y muy posterior).

Dejando de lado el nombre, el árbitro tiene en el fútbol la función que se atribuye en el Estado al Poder Judicial: aplicar unas normas (el reglamento) que no ha hecho él, que probablemente ni le gusten, pero que está obligado a aplicar con todo rigor.

Todo esto dicho sobre la base de la teoría de la separación de poderes atribuida a Montesquieu . El árbitro es pues el Poder Judicial del fútbol, por lo que debe aplicar unas normas previamente aprobadas por el Poder Legislativo, en este caso la International Board. Y esta separación de poderes tiene una trascendencia fundamental: cuando se va a jugar un partido de fútbol los dos equipos conocen las reglas con las que juegan. Esto es, hay seguridad jurídica. Ningún jugador puede aducir que no conocía la norma que se le está aplicando porque está en el reglamento que con rigor está aplicando el juzgador, el árbitro.

El árbitro no dirige

El árbitro juzga, arbitra, o reparte justicia si se quiere, pero no dirige. Y no lo hace porque nadie le ha atribuido tal capacidad, que naturalmente supone reducir al reglamento a un mero instrumento que el árbitro utiliza en su labor directora del partido, pero que en todo caso estará supeditado a su criterio. Según esta supuesta atribución el árbitro debería decidir en cada momento si es oportuna o no la aplicación del reglamento.

Esta idea, ridícula a mi juicio, subyace en muchas de las críticas que reciben todos los fines de semana los árbitros, y que desde luego no tiene ningún fundamento.

Se llama rigurosos a los árbitros, con ánimo despectivo, cuando pitan un penalti en el que el empujón no es muy fuerte. O se les acusa (¡ni más ni menos!) de «cargarse el partido» cuando expulsan a un jugador al poco de empezar el partido.

Estas críticas solo puede hacerlas quien no se ha enterado de que el árbitro está obligado a aplicar en todo caso el reglamento, y que si no lo hiciera sería entonces cuando haría mal su trabajo. No entienden que si el árbitro decide que el minuto 10 es muy pronto para expulsar a un jugador del equipo X lo que está haciendo es perjudicar deliberadamente al equipo contrario (equipo Y). No entienden que trabajar con rigor, ser riguroso en el trabajo, siempre es positivo, nunca puede ser una tara.

Conclusión

He sido muy breve porque creo que la idea es sencilla. Un árbitro arbitra, y si le atribuimos labores que desbordan completamente su función, le estaremos echando encima una responsabilidad que no es suya y que será desde luego origen de muchas críticas. Y si como periodistas les suponemos gratuitamente la capacidad de dirigir el partido haremos críticas que carecerán de todo sentido.




Origen y fundación de la RFEF

A continuación publicamos íntegramente la investigación que se ha llevado a cabo para Marca, publicada entre los días 9 y 12 de noviembre de 2009. En próximos números de Cuadernos de Fútbol publicaremos nuevos artículos en que ampliaremos notablemente la información sobre las federaciones españolas de fútbol, su gestación, origen y desarrollo.

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Ha muerto Félix Martialay

Esta es la noticia que jamás querríamos publicar en los Cuadernos de Fútbol. Pero así ha sido: nuestro fundador, director y maestro Félix Martialay ha muerto.

Es muy difícil encontrar palabras para expresar el dolor que sentimos todos los miembros del CIHEFE en estos momentos en los que ni siquiera podemos todavía entender que don Félix ya no está entre nosotros.

Todos lo admirábamos mucho, y todos lo queríamos mucho. Decir que era el mejor historiador del fútbol español es demasiado poco, decir que era maestro de todos nosotros es demasiado poco.

No creemos que se pueda explicar quién fue Félix Martialay sin quedarse corto, sin olvidar un aspecto fundamental de su vida. José Ignacio Corcuera dice que su vida fueron tres vidas de alguien normal, y quizá incluso con eso se queda corto.

Publicamos a continuación una biografía suya resumida, pero ahí no se dice nada de lo más importante de don Félix: que era muy buena gente. Además de un hombre absolutamente genial. Uno jamás podía cansarse de oírle, de hablar con él, de aprender de él. Y cuando escribimos estas palabras parece imposible estar hablando en pasado, tener que aceptar que ya nunca más podremos oírle dar clases magistrales en los momentos más inesperados.

Nosotros nunca podremos agradecerle lo que él hizo por nosotros, pero al menos queremos dedicarle este número de la revista que él fundó y dirigió hasta su muerte. Es el pequeño homenaje que podemos hacer a quien ha sido tan grande.

Por último no queremos terminar este editorial sin dar las gracias a las decenas de lectores y amigos que nos han mandado sus condolencias, muchas gracias a todos ellos. Igualmente queremos mandar un abrazo muy fuerte a toda su familia: nunca olvidaremos vuestra amabilidad en los momentos más difíciles.

 Hasta siempre, Félix, hasta siempre, amigo, hasta siempre, maestro.

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 Reunión de miembros de CIHEFE, diciembre de 2006. De izquierda a derecha: Luis Javier Bravo, Félix Martialay, Víctor Martínez Patón, José del Olmo y José Ignacio Corcuera.




Biografía de Félix Martialay

Félix Martialay Martín-Sánchez

(Burgos, 6 de octubre de 1925 – Madrid, 9 de septiembre de 2009).

 

Periodista

Tras sus estudios en la Academia General Militar y en la Academia de Ingenieros del Ejército, Félix Martialay se diplomó por la Escuela Oficial de Periodismo en 1952. Para entonces, llevaba ya diez años colaborando con distintos medios: Campo Soriano (1942), La Voz de Castilla (1944), Amanecer y el programa Estadio (RNE, 1951). Simultáneamente continuó la carrera militar hasta el año 1982, cuando pidió voluntariamente el retiro con el grado de coronel de Ingenieros.

Mientras cursaba estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid (sección de Historia contemporánea) fundó las revistas Mensaje (1952), y Empuje (1954), periódico para el soldado. Posteriormente fue redactor jefe de la revista Vida Nueva (de Propaganda Popular Católica), y «resucitó» y dirigió el semanario Flores y Abejas (1962-1967), publicación de enorme solera y prestigio en Guadalajara, desaparecida en 1936.

También trabajó en Televisión Española, en que fue director de los programas Flash y El Mundo del Deporte (1968-1971); gracias al último fue galardonado con las placas de las federaciones de tiro con arco, béisbol, balonmano y hockey sobre patines.

Pero su mayor éxito como periodista llegó en 1987, cuando fue nombrado director del diario El Alcázar. Martialay había comenzado en el diario como crítico de cine y ascendió sucesivamente a redactor jefe, subdirector y finalmente a director. Puede ser un hecho insólito el que un crítico de cine acabe siendo director del diario en el que trabajaba.

Tras el cierre de dicho diario fundó, en 1991, el semanario La Nación, del que fue editor y alma mater durante dieciocho años, hasta el instante mismo de su muerte.

Crítico de cine

La pasión que había experimentado desde joven por el cine no solo se materializó en sus artículos periodísticos. Martialay fue uno de los primeros españoles que consideró que el cine era un arte y dedicó muchos esfuerzos para defenderlo: no solo creó y dirigió cine clubs en Colegios de Bachillerato y Universitarios, sino que fundó las primeras revistas españolas dedicadas íntegramente al cine: Film Ideal (1956) -que fue considerada en su momento como una de las mejores de Europa-, Temas de Cine (1958) y Esquemas de Películas (1958). También fue crítico de cine de Radio Nacional de España.

Su labor pronto comenzó a ser reconocida: en 1958 recibió el Premio Sant Jordi de la Crítica Cinematográfica de Barcelona; el Premio Dama de Elche del CIDALC en 1961; el Premio Nacional de Revistas Cinematográficas (Ministerio de Información y Turismo) en 1963 y el Premio Nacional de Crítica Cinematográfica en 1966; el Premio Crítica del Círculo de Escritores Cinematográficos en 1965, 1966 y 1973; y el Premio Crítica de Tribuna Abierta en 1980 y 1983.

Diplomado por la Cátedra de Historia y Estética de la Cinematografía de la Universidad de Valladolid (1967), fue nombrado profesor para la misma (1968-1971). También impartió cursos de cinematografía en la Universidad de Salamanca (1971-1976), en donde se ocupó durante tres años de la clase de Cine Español en los cursos para extranjeros. En 1974 fue nombrado profesor de Historia del Cine en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense, sección Imagen, en donde permaneció durante cinco años.

Asiduo asistente a los festivales internacionales de cine, tanto de España como del extranjero, fue en muchas ocasiones miembro de los jurados correspondientes. En este sentido cabe destacar que fue miembro del comité de selección de películas del Festival Internacional de Cine de San Sebastián, entre 1967 y 1976.

Presidente del Círculo de Escritores Cinematográficos desde 1977 a 1991, fue director y guionista de los documentales La legión de hoy (1970) e Historia de la Copa del Generalísimo (1971).

Historiador del fútbol

Reconocido unánimemente como el mejor historiador del fútbol español, Martialay comenzó su relación con el fútbol como periodista en Campo Soriano, siguiendo en el Boletín del Real Madrid (1970-1976), El Alcázar, La Noche, Radio Peninsular, Fuerza Nueva, Fútbol (RFEF), La Nación y Cuadernos de Fútbol (RFEF), en los que firmó con su propio nombre o utilizando los pseudónimos de «Martín Alegre» y «Miguel Fuertes».

Desde joven compaginó el estudio de la Historia con los menesteres de cronista. Así en 1957 y 1958 publicó sus primeras obras de carácter histórico dentro de la Enciclopedia de los deportes. En 1968 escribió la primera edición de Una historia de la selección española de fútbol, de 1.300 páginas, cuya edición se frustró por la muerte del editor. Fue precisamente esta obra la que estimuló a Martialay a continuar con más empeño en su labor histórica, ya que pretendía tener actualizado su contenido.

Sin embargo el salto cualitativo en la obra de Martialay, y en la historiografía deportiva española, tuvo lugar en los años 80, cuando, dada por concluida su dedicación al cine, se dio cuenta que la historia del fútbol español necesitaba ser revisada completamente, desde el principio y con las mejores fuentes a su alcance, que casi nunca resultaron ser los libros publicados. Así comenzó una intensa labor de búsqueda en hemerotecas, de entrevistas con los personajes y con familiares de personajes ya fallecidos para conocer de primera mano toda la historia de nuestro fútbol.

El resultado de esta labor son varias monografías, entre las que hay que destacar La implantación del profesionalismo […] (1996) y ¡Amberes! […] (2000), obras cumbre de la historiografía deportiva de España. Pero incluso por encima de estas hemos de colocar El fútbol en la guerra, obra cuya investigación ha ocupado a Martialay varios decenios y a la que dedicaba todo su empeño hasta su muerte. Aunque no pudo terminarla dejó escritos nueve tomos completos.

Junto a la investigación dedicó mucho esfuerzo a la difusión de la historia del fútbol. Lo que materializó fundamentalmente de dos maneras: fundando una revista especializada en historia del fútbol y formando a dos generaciones de investigadores.

Los Cuadernos de Fútbol los fundó Martialay en la RFEF en 1999 y, aunque solo tuvieron 16 números, se recordaban como la mejor publicación que había existido sobre historia del fútbol español. La preocupación por haber perdido este medio de difusión cultural acompañó años a Martialay, que en 2009 propuso al CIHEFE retomar la idea de una revista de historia del fútbol, publicada gratuitamente en Internet para que pudieran llegar a mucha más gente. Así nacieron el día 13 de julio de 2009 los nuevos Cuadernos de Fútbol, ­de los que Martialay fue director hasta su muerte.

Su enorme y meritoria labor didáctica con sus discípulos la llevó a cabo a través del Centro de Investigaciones de Historia y Estadística del Fútbol Español (CIHEFE), del que Martialay fue vicepresidente hasta su muerte, y en el que se aglutinan los más prestigiosos historiadores del fútbol español. El 10-9-2009, día siguiente de su fallecimiento, la junta directiva de la asociación reunida con carácter de urgencia, lo nombró presidente honorario.

Su excelente labor en este ámbito lo llevó a ser considerado unánimemente como el mejor historiador del fútbol español, como reconocieron en 2005 la Real Federación Española de Fútbol al otorgarle su insignia de oro y la Real Academia de la Historia al incluirlo en su Diccionario Biográfico Español.

Su brillantez como historiador del fútbol fue igualmente reconocida en el ámbito internacional al ser nombrado miembro de la federación internacional de historiadores del fútbol, International Federation of Football History and Statistics (IFFHS), con sede en Alemania.

Obras publicadas

  • Mientras suenan los tambores, Madrid, Rumbo, 1952.
  • Tratado de Trigonometría Plana, Madrid, Escuela de Aprendices de RENFE, 1953.
  • Enciclopedia de los deportes, tomo I: La furia española I: La gesta de Amberes (I), Granada, Arpem, 1957.
  • Enciclopedia de los deportes, tomo IV: La furia española I: La gesta de Amberes (II), Granada, Arpem, 1957.
  • Enciclopedia de los deportes, tomo V: La furia española II: Los mejores de Europa (1921-1923), Granada, Arpem, 1957.
  • Enciclopedia de los deportes, tomo VIII: La furia española III: La Olimpíada de París, Granada, Arpem, 1957.
  • Enciclopedia de los deportes, tomo X: La furia española IV: Un fenómeno: Zamora, Granada, Arpem, 1957.
  • Enciclopedia de los deportes, tomo XI: Di Stéfano: el mejor futbolista del mundo, Granada, Arpem, 1958.
  • Enciclopedia de los deportes, tomo XIII: La furia española V: Tiempo de vals: Danubio, Granada, Arpem, 1958.
  • Enciclopedia de los deportes, tomo XIV: Atlético de Madrid, Granada, Arpem, 1958.
  • Enciclopedia de los deportes, tomo XVI: Kopa, «El Napoleón del fútbol», Granada, Arpem, 1958.
  • Enciclopedia de los deportes, tomo XVII: La furia española VI: El caso Piera-Samitier, Granada, Arpem, 1958.
  • Enciclopedia de los deportes, tomo XVIII: Real Madrid, Granada, Arpem, 1958.
  • Enciclopedia de los deportes, tomo XXI: La furia española VII: La Olimpíada amateur, Granada, Arpem, 1958.
  • Enciclopedia de los deportes, tomo XXIV: La furia española VIII: Inglaterra muerde el polvo, Granada, Arpem, 1958.
  • El forofo, Madrid, Propaganda Popular Católica, 1958.
  • Tú y el deporte, Madrid, Propaganda Popular Católica, 1958.
  • El espiritismo, Madrid, Propaganda Popular Católica, 1959.
  • El boxeo, Madrid, Propaganda Popular Católica, 1959.
  • ¿Sabes ir al cine?, Madrid, Propaganda Popular Católica, 1960.
  • Cámara… acción… se rueda, Madrid, Propaganda Popular Católica, 1961.
  • Pasolini y su obra, Madrid, Ediciones Film Ideal, 1965.
  • Una historia de la Selección Española de fútbol, 1968 inéd. (eds. inéds. 1969, 1970, 1971, 1972, 1973, 1974, 1975, 1976, 1977, 1978, 1979, 1980, 1981, 1982).
  • La legión de hoy, 1970 [película documental].
  • Historia de la Copa del Generalísimo, 1971 [película documental].
  • Howard Hawks, San Sebastián, XX. Festival Internacional del Cine, 1972.
  • Cuarenta años de la vida de España, Madrid, Data Film 1986 (con Rafael Casas de la Vega, Salvador García Pruneda, Luis Hernández del Pozo, María Juana Ontañón de López Mateos, José Oriol Sevilla Vallejo y Manuel Tarín Iglesias).
  • Real Federación Española de Fútbol. 75 aniversario: 1913-1988, Madrid, Real Federación Española de Fútbol, 1988.
  • Anuario 1989, Madrid, Real Federación Española de Fútbol, 1990 (con Antonio Campoy López).
  • Anuario 1990, Madrid, Real Federación Española de Fútbol, 1991 (con Antonio Campoy López).
  • Anuario 1991, Madrid, Real Federación Española de Fútbol, 1992 (con Antonio Campoy López).
  • La implantación del profesionalismo en el fútbol español y el nacimiento accidentado del torneo de liga, Madrid, Real Federación Española de Fútbol, 1996.
  • Las grandes mentiras del fútbol español, Madrid, Fuerza Nueva, 1997 (con Bernardo Salazar Acha).
  • España en la Copa del Mundo, Madrid, Real Federación Española de Fútbol, 1998 (con Rafael Cañada Marichalar, José Miguel Mata Benito, Enrique Ortego Rey, Bernardo Salazar Acha y Pedro Sardina Arthous).
  • España en la Eurocopa, Madrid, Real Federación Española de Fútbol, 2000 (con Bernardo Salazar Acha).
  • ¡Amberes!: allí nació la furia española, Madrid, Real Federación Española de Fútbol, 2000.
  • Aquellos domingos de gloria. 1939-1976. Los años heroicos del fútbol español, Madrid, La esfera de los libros, 2002 (con Amancio Amaro, Gustavo Biosca, José Eulogio Gárate y Antonio Puchades).
  • 75 años del Real Valladolid, Valladolid, ed. Real Valladolid, 2003 (con Luis Javier Bravo Mayor y Víctor Martínez Patón) [base de datos].
  • Historia total del fútbol español, Madrid, ed. CIHEFE, 2006 (con Luis Javier Bravo Mayor, Víctor Martínez Patón, Ramón Moraleda Gutiérrez y José María del Olmo Rodríguez) [base de datos].
  • Todo sobre la selección española, Madrid, Librerías Deportivas Esteban Sanz SL, 2006.
  • Todo sobre todas las selecciones, Madrid, Librerías Deportivas Esteban Sanz SL, 2007.
  • El fútbol en la guerra, inéd.




El Tucídides del fútbol español

Dicen los expertos que fue en el siglo VI antes de Cristo cuando surgió en el mundo occidental la idea de individualidad: en Grecia el hombre dejó de ser sólo parte de una raza o de un pueblo para reivindicarse a sí mismo como ser individual. El surgimiento de esta nueva convicción provocó en los hombres de aquel tiempo la necesidad imperiosa de saber quiénes eran: así estaba escrito a la entrada de Delfos, en una frase que ha atravesado toda la Historia: «conócete a ti mismo».

Fue en este siglo VI cuando Tales hizo su célebre viaje a Egipto y cuando su discípulo Anaximandro afirmó una intuición prodigiosa: el origen de todo es lo inescrutable. Es, en resumen, el nacimiento de la Filosofía. Ocurre sin embargo que el propósito de estos autores (al igual que del resto de los llamados presocráticos) estaba lejos de hacer Metafísica, sino que antes bien lo único que se proponían era hacer Física, esto es, estudiar el mundo que los rodeaba. Es por ello por lo que una de las tareas que llevó a cabo Anaximandro fue la de hacer un mapamundi.

Los hombres del siglo siguiente, herederos y cultivadores de esta filosofía, se dieron cuenta de que había un aspecto fundamental, descuidado hasta el momento, que les ayudaría a comprender quiénes eran: su pasado. Así lo entendieron los fabulistas jonios, el más famoso de los cuales es Hecateo de Mileto, que comenzaron a hacer las primeras investigaciones para desentrañar la verdad de entre todas las narraciones y cuentos que se conocían por lo menos desde época homérica.

Una generación después, en torno al año 440 a.C. Heródoto de Halicarnaso continuó la labor de Hecateo como investigador («histor») y creó la palabra «historia» para designar a esta nueva ciencia de la investigación del pasado. Heródoto hizo avanzar notablemente la ciencia historiográfica, sobre todo en la búsqueda de fuentes, pero, aunque crítico con él, fue incapaz de romper definitivamente con el mito, muy presente en sus nueve libros de Historia. Ese paso sólo conseguiría darlo, una generación más tarde, Tucídides de Atenas, magistral intérprete de las fuentes según un racionalismo en que sólo cabe el dato contrastado, sólo la conclusión lógica. Si, como es bien sabido, Tucídides es el padre de la historiografía moderna      , la del fútbol español tiene su propio maestro: Félix Martialay.

Explicar detalladamente la aportación de Martialay a la historia del fútbol español requeriría al menos una monografía, y hablar del personaje una colección de ellas. Podemos decir sin lugar a dudas que Martialay ha dedicado su vida al fútbol. Apasionado aficionado, pronto comenzó su producción, primero como periodista y después como historiador. Su profundísima cultura, inusual sentido común y agudísima inteligencia se mezclaron desde sus primeras páginas con un excelente estilo, a veces más cercano a lo literario que a lo periodístico. Ciertamente es capaz de mezclar magistralmente en sus obras periodismo y la historia, con una elegante prosa, cual Tucídides.

Su conocimiento y estudio de las fuentes es insuperable. Testigo de una gran parte de la historia de nuestro fútbol, su memoria sólo le sirve para saber cómo buscar documentos que prueben aquellas ideas preconcebidas que pudiera tener. Nunca se limita a una fuente, siempre busca todas las que están a su alcance para acercarse lo más posible a la verdad, el único principio que le mueve en sus investigaciones.

En los últimos veinte años su labor para la difusión de la historia del fútbol ha sido constante e incansable. Enumerar sus títulos nos ocuparía varias páginas, pero creo que entre ellos hay que destacar su «Implantación del profesionalismo y nacimiento de la Liga» y «Amberes, allí nació la furia española». Es probablemente en ellos donde Martialay ha escrito sus mejores páginas, donde más fruto ha conseguido dar a las innumerables fuentes consultadas, donde mejor ha demostrado cómo hacer un libro de historia del fútbol.

El empeño de Martialay no sólo se ha limitado a su brillante obra historiográfica, sino que ha formado y liderado a varias generaciones de investigadores e historiadores, con los que ha trabajado y colaborado en diversos estudios y a los que ha trasmitido todo su conocimiento y genialidad e inculcado sólidos valores.

Libros de fútbol se han escrito en España al menos desde los años veinte, pero sus autores no pasan de ser como aquellos primeros fabulistas jonios, narradores de historias más o menos fantásticas: nunca fue tan imitado Hecateo de Mileto como en el fútbol español. Félix Martialay, sin Heródoto en el que apoyarse, se ha convertido en el verdadero Tucídides de la historiografía deportiva en España, y por ello es digno merecedor del homenaje que la RFEF le rendirá en próximas fechas.




Gracias por ponérmelo tan difícil

Siempre he sido muy perezoso para escribir, pero nunca había tenido que escribir algo tan duro como esto: se ha muerto Félix Martialay.

Hace días que debía haber escrito estas líneas y no he sido capaz ni siquiera de sentarme delante del ordenador. He escrito algunas notas sueltas en papeles que iba encontrando por ahí en los momentos más variados, pero no me he atrevido a sentarme a juntar esas notas.

No he llorado probablemente porque una vez leí a don Félix que él no había llorado por su padre ni por su abuelo, pero enfrentarme a este texto me pone muy difícil igualar a don Félix.

No le veo sentido, no tiene sentido. Hace días que ha muerto y sin embargo casi todos los días he pensado en llamarle para comentarle cualquier chorrada; o se me ha pasado por la cabeza pasar a saludarle a La Nación.

Ahora es de noche, muy de noche. No quiero escribir, pero sé que es lo menos que puedo hacer por quien prácticamente lo hizo todo por mí. Lo único que voy a perdonarme es el desorden, tengo notas sueltas e ideas sueltas, pero no me veo capaz de darles coherencia. Porque no cabe buscarle coherencia a la incoherencia más grande: se ha muerto don Félix.

Hojeaba hace unos días un libro que me regaló el día que lo conocí. No pusimos la fecha, pero pude reconstruirla con cierta precisión: debió de ser a primeros de agosto de 1996. Yo solo tenía catorce años y como don Félix me puso en la dedicatoria, era un alevín de investigador. Fue en la federación, en la antigua sala de prensa que después pasó a ser centro de operaciones de Camacho. Hablo de Alberto Bosch, claro. Yo aparecí ese día con un amable gaditano que estaba escribiendo la historia del Cádiz. Debimos de quedar a las cuatro y yo puntual a la puerta de la RFEF, apoyado en un coche, vi pasar a un señor mayor al que recuerdo sonriente pero firme. Recuerdo muy bien la primera imagen que tuve de don Félix. El gaditano Ángel Lebaniegos llegó más de media hora tarde y cuando pasamos don Félix dio por hecho que yo era hijo del gaditano. Solo al final le expliqué que no y me dio su teléfono y me ofreció su ayuda. Quizá él mismo no sabía para qué podía yo necesitarla, no era más que un imberbe estudiante de segundo de BUP, pero me la ofreció. Su teléfono lo apunté pero solo por no parecer descortés, porque me lo aprendí de memoria según él lo decía. Y cada una de las llamadas que le hice en estos trece años me repetía a mí mismo en alto o en bajo el teléfono de la manera como él me lo había dicho aquel día, agrupando primero cuatro números y después tres.

Recuerdo que no acababa de entender a ese señor. Intenté leer su libro pero era incapaz, porque el libro tenía más que mucho nivel para mí. Y sin embargo había sido extremadamente amable conmigo. Años después entendí que no es que esa fuera la grandeza de don Félix, sino que esas eran sus dos grandezas: no solo era el mejor historiador del fútbol español sino que era el hombre más generoso que he conocido nunca.

Ahora hago cuentas y quizá fue el 9 de agosto de 1996 cuando conocí a don Félix. Él siempre era fiel a los viernes y ese año el 9 fue viernes. Pero también pudo ser el 16, pronto se iba a Benidorm.

Recuerdo mi primera paella en Benidorm con don Félix. Puestos a no entender nada el maestro de historiadores me invitó a una paella en un restaurante que se llamaba La Zarzuela, en la cala de Finestrat. Fue dos años más tarde, y tan no me lo podía creer que en la foto que nos hicimos aparezco mirando para otro lado.

Fue después de un verano que pasamos juntos trabajando en La Nación. Don Félix tenía muchos recortes guardados pero quería tirar parte de ellos. Y no solo me pidió que le ayudara, sino que me dio la confianza para tomar la decisión de qué valía y qué no. Supongo que no era más que una ilusión y él lo repasaba todo, pero eso lo hacía todavía más generoso: me estaba enseñando qué valía y qué no valía. Y entre recorte y recorte me hablaba de Historia, de cine, de fútbol, y hasta de la vida. Él hablaba, quizá sin darse cuenta de que lo suyo eran siempre lecciones magistrales.

De fútbol me ha enseñado mucho, al menos tanto como he sido capaz de aprender. Pero lo mejor que me ha enseñado don Félix es cómo debe ser un hombre. Porque los tiempos no cambian; como él decía, sigue haciendo frío en invierno y calor en verano, y aunque los hombres se empeñen en cambiar «eso solo son mandingas». Él me ha enseñado qué es el honor, qué es el patriotismo, qué es la generosidad. ¡Cuántas horas le dedicó don Félix a explicarme todo esto! Me acuerdo ahora de aquel bar de la calle de Alcalá, próximo ya a Goya, al que fuimos durante un tiempo al salir los viernes de la federación y que don Félix llamaba «el muro de las lamentaciones». Es tremendo, su humor me hace sonreír incluso ahora, que paso uno de los momentos más difíciles de mi vida. Esa vida que me explicó don Félix en el muro de las lamentaciones.

Y cuando pienso en eso vuelvo a no verle sentido. Y eso vuelve a hacer más grande a don Félix y a hacer más pequeño cualquier agradecimiento que yo pueda ofrecerle. Corcuera dice que Martialay ha vivido tres vidas, pero ni siquiera esas tres me bastarían a mí para agradecerle todo lo que ha hecho por mí.

Además me enseñó qué era la Historia, para poder ser historiador del fútbol. Recuerdo que el día que conocí al presidente Villar le dije esto mismo y se quedó sorprendido. ¡Cuántas veces he dejado sorprendida a gente usando palabras y frases de don Félix!

De las notas que he ido tomando estos días antes de ponerme a escribir todavía no he usado ninguna. Me vienen tantas ideas, tantos recuerdos que solo tengo que ser capaz de escribir. La ventaja de ser tan joven es que los trece años que he vivido con don Félix son casi la mitad de mi vida, y es muy difícil ordenarlo. Pero tampoco tengo ningún interés, si mi redacción es incoherente mejor, sería estúpida la coherencia hablando de lo más incoherente posible: ya no voy a volver con don Félix al muro de las lamentaciones.

Y tanto como escribir estas líneas me costará volver a su oficina de La Nación, y a comer en el restaurante de Jacinto. Qué curioso, uno de los momentos en los que más me ha costado contener las lágrimas fue precisamente cuando vi a Jacinto en el funeral.

Cuánto le quería, don Félix, cuánto le quería.

Los datos están todos por ahí, así que tampoco los voy a buscar ahora. El caso es que me hice historiador porque don Félix me hizo historiador. No solo dedicó miles de horas a enseñarme, sino que me dejó trabajar codo con codo con él en multitud de ocasiones. No sé cuántos libros y no sé cuántas bases de datos. Pero ahí están. Y siempre había algo nuevo que poder enseñarme, y algo nuevo que me enseñaba.

Varias veces le propuse que firmáramos un libro juntos. Seguro que tengo por ahí un correo suyo que recuerdo muy bien en que me decía algo así como «leche, pues busca algo que podamos escribir juntos». Cuando lo encontramos fueron los malos mengues los que nos lo impidieron, según él mismo dijo. Y ya no tuvimos oportunidad.

He dejado de escribir unos cuantos minutos. Necesitaba preguntarme una vez más si todo esto es verdad o no. Y pensaba que precisamente es una de las cosas que más me ha enseñado Martialay: el amor por la verdad. A la verdad por encima de todo y de cualquiera, la verdad perfecta, como decía aquella pegatina que me regaló hace años: no querer ser perfecto es un delito. Es de san Jerónimo, creo recordar.

También me enseñó la importancia de la violencia, y cómo la violencia puede ser buena si se utiliza para defender algo bueno que no puede ser defendido de otra manera. Y eso ocurre muchas veces. La verdad, por ejemplo, hay que defenderla aunque haga falta la violencia, aunque sea peligroso defenderla, aunque puedas jugarte la vida por ella. La mentira es lo más sucio que existe, y la mentira en la Historia para engañar a los conciudadanos una de las actividades más abyectas que cabe imaginar. Y engañar en la historia del fútbol para crear influencias políticas algo de pobre gente a la que hay que liquidar, dialécticamente al menos.

Una de las primeras notas que escribí cuando me enteré de su muerte decía «qué difícil me lo has puesto». Creo que es la primera vez que lo tuteaba y no puedo ni sospechar por qué lo hice. Pero qué razón llevaba, qué difícil me lo ha puesto. No he conocido a nadie tan generoso como él, no he conocido a nadie tan trabajador como él, no he conocido a nadie con principios tan sólidos como él, no he conocido a nadie como él. Y como hablaba con nuestro querido amigo Del Olmo, ni volveremos jamás a conocer a nadie como don Félix. Él me trataba como su discípulo y por mucho que a mí me diera mucho orgullo presentarme como su discípulo la responsabilidad es enorme, brutal.

Pero si alguien me ha enseñado que hay que vencer el miedo es don Félix, y que precisamente afrontar esa responsabilidad que me ha dejado es lo menos que puedo hacer por él, por su memoria, por tantos miles de horas que me dedicó. La responsabilidad es enorme, brutal. Pero, don Félix, muchas gracias por ponérmelo tan difícil. Jamás podré olvidar lo difícil que me lo ha puesto.

Un abrazo muy fuerte, maestro, amigo, un abrazo muy fuerte.




La palabra “balompié” ha cumplido 101 años

No la usamos mucho. Quizá ni siquiera fuera exagerado decir que no la usamos casi nunca. Pero nuestro españolísimo balompié ha resistido y cien años después continúa entre nosotros.

El origen de la palabra «balompié» es bien conocido: fue un invento del periodista Mariano de Cavia, que lo defendió en un artículo publicado en el diario madrileño «El Imparcial» el día 1 de agosto de 1908.

El balompié entró en el diccionario de la Real Academia en su edición de 1927, en el que aparece con esta definición, casi inocente: «Juego parecido al balón, del cual se diferencia en que la pelota o balón se juega con el pie».

No pretendo aquí hacer una defensa de la palabra «balompié» y mucho menos un canto purista para que usemos más esta palabra. Pero sí me gustaría hacer lo posible por destacar el fenómeno casi excepcional que supone, lo que debe ser motivo de orgullo para los hispanohablantes amantes del fútbol.

En primer lugar, y sin duda más importante, es casi asombroso que la palabra «balompié» haya conseguido sobrevivir cien años junto a su sinónimo «fútbol», absolutamente mayoritario, y no solo en español sino también en la mayor parte de idiomas. El caso del inglés «soccer», utilizado sobre todo en los Estados Unidos, no es comparable a nuestro «balompié», ya que el primero solo se utiliza porque es necesario diferenciar dos deportes, el fútbol y el fútbol americano.

En segundo lugar, y no por ello más llamativo, el hecho de que la palabra fuera un invento artificial y sin embargo calara entre los aficionados al fútbol.

En un sentido muy amplio cabe considerar que todas las palabras de un idioma son un invento. Pero nunca un invento de un individuo, sino de un mínimo de dos que tienen la necesidad de designar una realidad que entienden nueva e inventan de común acuerdo una palabra que les sirve en lo sucesivo para referirse a esa realidad. Normalmente lo hacen utilizando las palabras que ya tienen en su idioma, designando esas nuevas realidades por composición de varias (saca-puntas, para-choques), o más comúnmente extendiendo metafóricamente el significado de otro término preexistente.

A partir de que esos inventores anónimos comienzan a utilizar la nueva palabra, o el nuevo significado, este uso se extiende desde un ámbito más o menos reducido o especializado hasta que la mayor parte de hablantes del idioma lo entienden y utilizan.

Este fenómeno natural por el que se crean las palabras, y los mismos idiomas, no tiene lugar en los idiomas artificiales como el esperanto o incluso en los lenguajes científicos cada vez que un inventor o descubridor necesita dar nombre a su hallazgo. Así ocurre por ejemplo con los nuevos elementos químicos que se descubren, con las nuevas especies de animales o plantas, etc.

Pero estos inventos léxicos siempre quedan circunscritos al ámbito científico en el que se crean, y no penetran en la lengua común. Nadie sabe qué elemento químico es el untriennio o qué pez es el xiphias gladius. Y sin embargo los cerca ya de quinientos millones de personas que hablan español saben qué es el balompié.

Por esas dos razones es asombrosa la palabra «balompié»: no solo fue un invento artificial que consiguió penetrar en la lengua común, sino que además ha conseguido sobrevivir ya cien años a pesar de tener un sinónimo tan sumamente pujante como «fútbol».

A continuación reproducimos los artículos fundacionales del balompié. El primero de ellos en el que Mariano de Cavia publica su invento y el segundo en que cuenta la acogida que ha tenido. El tercero que copiamos es uno mucho más desconocido, probablemente nunca antes citado, en que nuestro premio Nobel de Literatura Jacinto Benavente habla del invento de Mariano de Cavia, respetándolo pero defendiendo la palabra extranjera, que había penetrado ya en 1908 entre los españoles, aunque con la pronunciación aguda /fuból/.

Esta es la historia de un invento brillante: la palabra «balompié».

 


«El balompié»

Mariano de Cavia

El Imparcial (1-8-1908)

 

Varios jóvenes amables se proponen organizar una nueva sociedad de «football»; desean darle un nombre español, y no acertando con él, me hacen la merced de apelar a mis cortas luces, porque ellos tienen por intraducible el vocablo inglés con que se denomina este deporte.

¡Intraducible! Así como Napoleón, o quien fuese, dijo que la palabra «imposible» no era francesa, yo me permito creer que la palabra «intraducible» es una de las más inútiles de nuestro vocabulario. Para un idioma tan copioso, variado, expresivo y flexible como el español, muy a duras penas se halla una voz o término extranjero que no tenga equivalencia exacta, o que en último caso, y sin caer en el vicio del barbarismo, no sea asimilable o adaptable con la debida holgura.

El término «football» no solamente no es intraducible, sino que al traducirlo al pie de la letra -ya que el pie toma tanta parte en ese juego- nos encontramos con un vocablo español de la más clara significación y de la más castiza estructura.

El vocablo inglés es doble: está compuesto de «foot» (pie) y «ball» (balón). Pelota muy grande de viento llama al balón el Diccionario de la Academia en la segunda acepción de la palabra.

Disponiendo pues, en nuestro idioma de las mismas dos voces que en inglés, e igualmente precisas y breves, nada más lógico y hacedero que componer la palabra «balompié», cambiando en m la n del balón por la misma regla ortográfica que se sigue en ciempiés, sambenito, el apellido Sampedro, etc., etc.

El «piebalón» sería una traducción harto servil de la palabra inglesa, bastante fea además, y por añadidura, opuesta a la índole de nuestro idioma, que con toda gentileza se nos manifiesta en otras palabras casticísimas, hermanas mayores del neologismo que me atrevo a proponer, en la esperanza de que deje de serlo muy pronto, para convertirse en una voz tan corriente como estas de rancio y puro linaje: buscapié, hincapié, rodapié, tirapié, traspié, volapié.

No sé si me dejo en el tintero algunas otras por el estilo. Con las precitadas podría hombrearse muy dignamente el «balompié», gracias a la aceptación y extensión que en España ha logrado este deporte británico, si mi proposición mereciese igual favor por parte de los jóvenes deportistas y de los cronistas deportivos.

A los primeros en general, y más especialmente a los segundos, brindo esta modesta «ideica» en bien de la pureza y riqueza de esta habla española, por cuya conservación y acrecimiento todos debemos interesarnos de continuo, sin dejarnos vencer por la rutina y el culto inconsciente que se rinde al exotismo, culto asaz bajuno y excesivamente cursi en muchas ocasiones.

Cierto que al principio parecerá rara y chocante la palabra «balompié», como acontece con toda novedad léxica; pero repítase varias veces el vocablo -balompié, balompié, balompié, balompié- y presto se acostumbrará el oído, mercede a la significativa y castiza estructura de esas tres sílabas. ¿No es esto mejor que decir «fubol», como dicen los más, diciéndolo torpemente y sin saber lo que se dicen?

Y para no cansar más aquí pongo término a esta vaga y quizás vana leccioncilla de castellano visto ordeñar, saludando afectuosamente a los briosos jugadores de balompié, y despidiéndonos del vocablo nuevo con las palabras de un padre que no se fía mucho de la fuerza de la razón.

¡Fortuna te dé Dios, hijo!

 

 

«El balompié en marcha»

Mariano de Cavia

El Imparcial (5-8-1908)

 

«La verdad está en marcha», dijo Emilio Zola. Lo mismito, y ustedes perdonen semejante hipérbole, puede decirse del balompié.

Hasta los que han tomado la palabreja en sus labios malignos para ponerla en solfa, se han familiarizado con ella involuntariamente, y ya no se les caerá de la boca, cuando escuchen la menor referencia al «fubol» o al «fobal», como dicen, a estilo de cotorras inconscientes, muchos secuaces del «inapeable» Vicente de la Recua, barón de Reata.

Este es el único de mis particulares amigos que me participa su disconformidad con la denominación española del deporte originario de Inglaterra; pero el barón de Reata -que, naturalmente, es anglómano- se cura en salud, y advierte que si el balompié se pusiera de moda, también él españolizaría el «football». Celebro la fidelidad que guarda Vicente a sus principios. ¿Dónde va Vicente? Donde va la gente.

Carlos Miranda ha publicado en «El Liberal» un artículo de amena y vaga filología intitulado «¿Balompié? ¿Bolopié? ¿Bolapié?». Las disquisiciones del popular poeta son cultas e ingeniosas: pero no sirven de base para una discusión seria, porque aquí no se trata de bolos ni de bolas, sino de balones. Balón, con todo su abolengo francés, es ya palabra tan española como «cadete», «edecán», «furriel», «clisé» y mil más. Balón denomina el léxico oficial a la pelota muy grande de viento; y balón efectivamente llaman nuestros deportistas al mudo y asendereado protagonista de su recomendable juego…, siempre y cuando no haya brazos rotos, piernas quebradas y chichones de mayor cuantía.

Luis Zozaya, el cronista deportivo del Heraldo, me ha ganado la delantera como gran «veloceman» que es (y ya ven ustedes como entre col y col española, no cae mal una lechuga inglesa), replicando de un modo irrefutable a los reparos y distingos de Carlos Miranda, y otorgando el pase al balompié. Tal «exequatur» es muy de estimar, porque estos amables cronistas de los deportes no son de los que menos contribuyen a plagar de innecesarios exotismos un habla tan copiosa, clara y flexible como la nuestra.

Con que, ¿está o no está en marcha el balompié?

Buen empujoncillo es el que le da «El Bachiller Canta-Claro» en «El Liberal», al incluir en el programa de sus anheladas fiestas madrileñas (otro tema, ya añejo, del loco que esto escribe) los indispensables festejos deportivos «para ensayar el balompié del maestro Cavia». Dejémonos, señor Don Cristóbal, de magisterios fantásticos y de ilusorios títulos de propiedad, y adelante con el balompié a secas, con el balompié a la pata la llana.

El empujón magno, el que ya sienta estado de cosa juzgada, es el que da al balompié «El País» en un artículo que intitula «No se dice football. Dígase balompié».

Al manifestar el diario republicano que dista mucho de considerar baladí el castellanizar palabras extranjeras, escribe lo siguiente, entre otros razonamientos de peso, así en lo histórico como en lo político:

«Aceptamos el vocablo balompié, que deben todos los periódicos propagar, dar aire, lanzar con brío a la cabeza del vulgo, que se pirra por extranjerizar. No se crea que es esto una nimiedad. Todo lo contrario. Cuando un pueblo es fuerte, pone su sello, su personalidad y carácter a las ideas y palabras ajenas. Cuando España era grande castellanizaba nombres propios: Aquisgrán, Burdeos. A medida que se ha ido empequeñeciendo deja de castellanizar vocablos extraños y pone empeño en pronunciar a la francesa, a la inglesa o a la alemana los nombres de personas y de cosas. Se llega hasta el ridículo en este prurito. Inglaterra procede a la inversa, como todo país verdaderamente vigoroso. No hay señal mejor que esta del lenguaje para medir la fortaleza o decadencia de un pueblo.»

Así es la pura verdad; y al españolizar hoy un vocablo ingles (otros más irán cayendo, si Dios es servido) no hacemos, ¡oh paradoja!, sino seguir un buen ejemplo británico.

Cuando se anuncia en Gibraltar una función taurina en Algeciras, ¿creen ustedes que en las papeletas se pone «plaza de toros»? ¡Ni por pienso! Hasta esa característica, típica, genuina y única denominación la han inglesizado, anglificado o britanizado, los actuales poseedores del Peñón. La «plaza de toros» ha sido convertida por ellos en «bullring», y se han quedado tan campantes. Amor con amor se paga. Lo menos que podemos hacer nosotros es convertir el «football» en balompié.

La exhortación de «El País» a los demás periódicos es tan digna de gratitud en la modesta parte que a uno le corresponde cuanto digna de atención en lo que a todos interesa, o debe interesar. Pero antes de que cundiese por completo el balompié -la verdad valga- me daría yo con un canto en los pechos por que ningún periódico español, ya que «El País» nombra a Aquisgrán, volviese a imprimir Aix-la-Chapelle. Porque así lo escriben los más, a la francesa. Si a lo menos pusiera Aachen, a la alemana, pues que así lo dicen los indígenas y dueños de la ciudad de Carlomagno…

En esto hay mucho de desidia, y también mucho de ignorancia. No es cosa de pedir a estas fechas que volvamos a llamar Lepsique y Mastrique, como en los siglo XVI y XVII, a Leizpig y Maastricht; pero cosa es que crispa los nervios encontrarse a cada momento en periódicos, revistas, y hasta en libracos presuntuosos, los nombres de Mayence y Basel, en vez de Maguncia y Basilea.

Para cortar tales cursilerías sale a plaza el balompié; para pelotear en castellano, y para el que el «equipo» a la española no se deje vencer por ningún «team» extranjero.

Mariano de Cavia.

 

«De sobremesa»

Jacinto Benavente

Los Lunes de El Imparcial, suplemento de El Imparcial  (10-8-1908)

 

A vos, D. Mariano de Cavia, príncipe del ingenio español, emperador de la lengua castellana, con el debido acatamiento expongo: que de hoy más, siempre que del «football» hable por cuenta propia, me serviré del bien traído vocablo de balompié… Y digo, cuando hable por cuenta propia, porque el autor dramático, justamente por ser dramático, no puede hablar siempre como quisiera, sino como el carácter, estado y condición de sus monigotes requiere, y así no es de extrañar que muchas veces anden nuestras obras plagadas de solecismos, galicismos y barbarismos de todo género y procedencia. Aun entrando con todo, como la romana del diablo, todavía no podemos presumir de que muchos personajes se expresen con absoluta verdad. En la obra dramática es ineludible la falsificación. No puede escribirse lo mismo la frase que ha de ser leída con los ojos que la que ha de ser escuchada. Preciso es tener presente en ese caso leyes físicas de acústica y leyes psicológicas que determinan la atención y percepción del espectador auditor. No hablamos de otras leyes menudas, pero no menos atendibles, impuestas por las condiciones especiales de este o del otro actor, sus toniles, su manera de recortar la frase, etc, etc. Todo esto es culpa muchas veces de un exceso de oratoria en la obra dramática, de amplificaciones, de redundancias: tranquillas del autor dramático como del orador. Me explicaré con un ejemplo tormentoso: para el lector, el relámpago y el trueno son simultáneos, para el oyente, entre el relámpago y el trueno hay un intervalo que el autor dramático tiene que llenar con algo artificial, luz o ruido.

Y dejadas estas impertinentes divagaciones, solo traídas en descargo de muchas «impurezas» contra el idioma a que el teatro obliga, ahora os diré que vuestro último y amado amigo -Though the last non least- el balompié, merece todos mis respetos, más en gracia a su ilustre progenie, que por su propia gracia.

¿Qué méritos hallasteis en juego como el «foot-ball», que más parece expansión de potros o luchas en el prado, para otorgarle carta de naturaleza que otros más lúcidos y airosos no lograron?

Ahí se están el Lawn-tennis y el polo y el golfo. Y aunque estos últimos, el último sobre todo, tan como de casa parecen, no es menos caprichosa su etimología que la del «fuboll», que tanto os ofende.

Por mi parte declaro que este fuboll tiene toda mi simpatía, fuboll me encanta. Me parece nacido en el mismo arroyo de Embajadores. Y si con cariño se pronuncia, veréis como suena dulcemente y desentonaría menos en cualquier composición poética que el balompié o el piebalón académicos.

¿Es de peor casta que el billar o el ecarté o el bezique o el ajedrez y tantos otros cuya procedencia ha sido respetada de doctos e indoctos?

Consideremos que si alguna vez ha de ser realidad el sueño esperantista de un universal idioma, solo podrá lograrse por la pluralidad de vocablos de universal uso. La ciencia y los deportes son los que mayor número de palabras han universalizado.

¿Por qué no abrir cuanto se pueda esta puerta a las corrientes de fraternidad internacional? El lenguaje debe tener por objeto, antes que todo, facilitar las relaciones sociales de todo género; queden en segundo lugar los primores literarios. Así como así, desde que todo el mundo escribe literariamente, ya es casi distinción hacerse con un estilo de cocinera. Confieso que el fuboll me disuena menos que muchas palabras de esas pergaminosas con que a cada paso nos recuerdan muchos escritores del día aquello de:

Que abstraigas

De mi diestra liberal

Este hechizo de cristal

Y las quirotecas traigas. (1)

¿No es preferible un fuboll y hasta un «haiga»? En resumen: fuboll es adorable, fuboll tiene todas mis simpatías.

(1) Estos versos son extracto de la obra «No hay burlas con el amor», de Calderón de la Barca. El personaje de Doña Beatriz utiliza deliberadamente palabras difíciles y formas rebuscadas. El «hechizo de cristal» no es sino un espejo, y las «quirotecas» unos guantes; el verbo «abstraer» del primer verso está utilizado en su sentido etimológico, esto es, sinónimo de «sacar». En resumen, lo único que dice Doña Beatriz con esas palabras complicadas es que le quiten un cristal de la mano y le traigan un guante.

 

 

 

 

 

 

 

 

 




Entrevista a Gustavo Bueno

Gustavo Bueno me recibe en Sevilla el 24 de marzo de 2009; hacía por lo menos dos semanas de sol espléndido pero hoy precisamente llueve sin parar. «Pensaba que íbamos a poder estar en el jardín», me dice. Su nieto Lino Camprubí, que nos acompañó durante toda la entrevista, trae agua para los tres. «¡Qué espartano estás hecho!», dice el abuelo; «¡es que no he encontrado migas de pan!», responde el nieto. Y empezamos la entrevista.

Gustavo Bueno

Don Gustavo, para empezar quería simplemente preguntarle, ¿le gusta a usted el fútbol?

– A ver, yo he jugado mucho al fútbol, en el Colegio Cisneros de Madrid. Con amigos como Fernando Lázaro Carreter o Manuel Alvar, organizábamos dos equipos, letras contra ciencias, y yo jugaba de delantero centro, o de lo que me echaran. Después he ido al fútbol, pero tampoco mucho, por falta de tiempo sobre todo. Como la música, lo he ido dejando por conflicto con otros intereses.

¿Y le gusta más o menos que otros deportes?

– Hombre, para mí el deporte es el fútbol. Al baloncesto por ejemplo le tengo fobia desde que me enteré de que lo había inventado un profesor para que los estudiantes se entretuvieran. Además es un deporte en el que hay selección natural, hay que ser alto, mientras que el fútbol puede jugarlo cualquiera.

He leído que usted le encontraba al fútbol parecidos con el ajedrez

– Aparte las diferencias evidentes, ambos tienen muchas similitudes: son juegos abiertos (no como la baraja o el dominó) y de ganancia cero: para que uno gane tiene que perder el otro. Además los dos son muy militares: en el ajedrez incluso se mata al rey (jaque al rey), pero es que en el fútbol se trata de meter un balón donde el otro. A partir de esa idea se pueden sacar todos los simbolismos guerreros que se quiera. En cualquier caso ambos son juegos polémicos, guerreros.

Entonces usted cree que el simbolismo guerrero es fundamental

– Los pitagóricos, según Diógenes Laercio, aconsejaban a los discípulos que se comportasen como corredores y no como púgiles. Los púgiles son la guerra, los corredores la paz; en las carreras cada uno actúa sin tener en cuenta al otro, no interfiere en la carrera del otro, pero en el fútbol hay que hacer lo posible por ir contra el otro. El fútbol es polémico, por eso los árbitros ayudan a crear polémica y son imprescindibles. Al margen de la violencia de los hooligans y otros parecidos, el fútbol es violento siempre: un balonazo es como un balazo. El fútbol se lleva muy mal con el pacifismo.

– Así que usted entiende que las polémicas arbitrales son necesarias, ¿no?

– El árbitro es el poder judicial, así que la idea de sustituirlo por un instrumento o cámaras que computen se parece mucho a algunos proyectos de Miguel Sánchez Mazas. Él se dedicó durante muchos años a la lógica jurídica con el objetivo de suprimir al juez: introducía en una máquina de fichas perforadas unos casos prácticos según unas premisas, daba a unas teclas y la máquina emitía la sentencia. Esto me recuerda a los árbitros. Lo interesante del árbitro es que se equivoque también; hacerlo omnisciente es trampa, es hacerlo dios mientras que el fútbol es antrópico por naturaleza. Que el árbitro es limitado y se equivoca está en relación con la propia estructura del fútbol, y con su injusticia objetiva. Sustituirlo es una pedantería completamente: el que defiende eso es un tipo muy peligroso, un burócrata que siempre resuelve según las premisas metidas previamente.

No sería usted partidario ni siquiera de utilizar medios técnicos para ayudar al árbitro, no para sustituirlo.

– Que ayuden los jueces de línea, para que se mantenga en el interior, a escala antrópica. Está dentro de la estructura del fútbol, la máquina es hacer trampa. Es como si los jugadores se pusieran en las botas un sistema eléctrico para darle más fuerte a la pelota. Eso es de videojuegos. El principal interés del fútbol es que son hombres de carne y hueso. Quizá la máquina fuera mejor, pero es otra cosa, eso ya no sería fútbol.

Don Gustavo, desde su perspectiva del materialismo filosófico, ¿cómo entiende usted el fútbol? O más simple, ¿qué es para usted el fútbol?

– El fútbol es una institución, una institución constituida sobre el núcleo de una ceremonia, que es el partido individual. Cada partido es una ceremonia, circunscrita a los que están en el campo (jugadores y árbitros), más la grada, y los espectadores de la televisión. Y esto es parte fundamental de la institución. Solo es un deporte para los jugadores, y en ningún caso es un espectáculo: el público no está para ver, está para actuar, para tomar partido y para generar polémica en la grada.

Entonces el espectador es imprescindible.

– Claro, el que dice “¡animal, hijo puta!”, está actuando tanto como el delantero centro. La neutralidad no existe, el neutral es el que no se entera de lo que pasa, no cabe la neutralidad. En política y en filosofía es imposible ser neutral. Un neutral ni siquiera sería buen árbitro, porque no se enteraría de nada. El público no es espectador, sino que representa la misma lucha que hay en el campo. Toma partido, está en armonía con lo que ocurre en el campo.

Decía que un partido de fútbol es una ceremonia…

– Sí, la estructura ceremonial del fútbol tiene independencia sintáctica respecto al resto. El juego se despliega según unas reglas muy precisas determinadas por lo que podríamos llamar poder legislativo, y todo lo que no sean estas reglas está necesariamente segregado, incluso aunque exista. Por ejemplo, un jugador puede ser partidario ideológico del contrario (soviético, por ejemplo en tiempos del franquismo), pero eso es igual, porque la ceremonia del partido es cerrada y exige prescindir de todo lo demás. Este planteamiento es una abstracción porque las influencias que hay son enormes, pero en principio es así.

¿Y cuál es el principal interés de la ceremonia?

– Lo que a mí más me interesa es que se trata de una lucha primaria sometida a unas normas que hay que cumplir, lo que podríamos llamar democracia formal. La tensión es constante entre la lucha primaria, ajena a normas, y las normas a las que voluntariamente se atienen. No es ir simplemente a lo bruto, es voluntad de someterse a unas reglas: intentas controlar, pero no puedes, estás siempre en tensión. Se trata de un intento de modificar la realidad, pero nunca se consigue.

Entonces usted ve parecidos con la política

– La imagen política es clarísima: cuando los equipos están igualados hay juego, hay un grado de incertidumbre: no es que gane el mejor, es que es el mejor porque ha ganado, que es muy distinto. Esta incertidumbre hace que se parezca a la política. Es una imagen de la democracia, pero en el sentido más negativo de la palabra. El pueblo soberano está viendo cómo juegan en el campo los políticos, están juzgando a través del árbitro, y el que incumple las reglas queda eliminado. Este sería un análisis ideológico, metafísico, por decirlo de algún modo. Porque eso supone que el público es espectador, que el pueblo es un espectador. Pero en la democracia el pueblo no es espectador, es actor, está tomando partido porque está dividido básicamente en dos partes (demócratas o republicanos, izquierdas o derechas). Los dos equipos son los partidos políticos, y el que gana es el que gana las elecciones, siempre con un grado de incertidumbre extraordinario: si un partido gana siempre como el PRI en México, no hay interés. Igual pasa en el fútbol: un equipo que ganara siempre supondría la desaparición del fútbol.

Además de estos paralelismos que usted establece parece innegable que el fútbol es un elemento fundamental en la política.

– La cuestión es compleja, pero por empezar por el principio hay que señalar que el fútbol es de ciudades. Hace años hubo un intento por crear un equipo de Asturias, pero ensalzar el asturianismo no tiene sentido, porque precisamente los partidos que más interés tenían en Asturias eran los que enfrentaban a Oviedo y Gijón. Es muy raro encontrar equipos de etnias, solo el Celta, pero matizado por Vigo; tampoco hay equipos ni de sindicatos ni de partidos políticos. Los equipos representan las ciudades, las polis, donde surge la política. Y a partir de ahí algunos equipos extienden su representación a comunidades autónomas: así el Barcelona asume la representación de Cataluña, lo que supone inmediatamente que el Barcelona es Cataluña. Cuando no la Cataluña secesionista.

Precisamente el fútbol, a través de la selección española, supone una potentísima fuerza de cohesión nacional. Creo que esto ha quedado muy claro tras el triunfo de España en la última Eurocopa.

– Desde luego. En las grandes ocasiones va el presidente del gobierno y hasta el rey; es un espectáculo político completamente. Además los partidos de más interés son aquellos entre países importantes, no cabe duda.

Incluso me atrevería a decir que la bandera y el himno están mucho más presentes en España gracias al fútbol.

– Claro, cuando tocan el himno los jugadores se emocionan, incluso aunque sean ideológicamente separatistas. Lo único que como no tiene letra, canturrean porque no saben muy bien qué hacer, aunque escuchar música sea más solemne que cantar. Como decía Unamuno, “desafino para que me oigan”. Por otro lado lo de la bandera es clarísimo: hasta hace muy poco era cosa de la derecha, del franquismo, pero gracias a la selección española la gente se dio cuenta de que necesitaba un símbolo común: ¿qué iban a usar si no? ¿Banderas autonómicas?

Otro aspecto que creo que es muy interesante es que gracias al fútbol se entablan muchas relaciones entre los individuos. Creo que también en este sentido el fútbol tiene una gran importancia como elemento de cohesión social.

– Es que en la sociedad industrial hay mucha gente que cuando sale de trabajar no tiene nada que hacer. Antes iban a la iglesia, pero ahora no les interesa, los santos no les dicen nada, salvo en las ocasiones especiales como la Semana Santa o la Navidad. El fútbol es la alternativa, pero incluso como medida de tiempo. Antes se usaban a los santos como referencia, pero ahora se usan las temporadas de fútbol, los mundiales, etc. Esto ya ocurría en Grecia, que medían el tiempo por olimpiadas. Pero esto no significa ni mucho menos, como dicen algunos, que el fútbol sea una religión: es cierto que ambas tienen elementos comunes, pero nada más.

Gustavo Bueno

Creo que este punto la televisión ha ayudado mucho

– La televisión que llamamos formal ha sido fundamental en el desarrollo del fútbol. Televisión material es todo lo que se ve en la pantalla (un programa grabado, una película…) y la formal son programas en directo (una misa, un partido de fútbol…). En un programa emitido en directo el tiempo que tarda en llegar la señal a nuestra televisión es más o menos el mismo que tarda en llegar de la retina óptica a la retina occipital. Lo que tú estás viendo es lo mismo que si estuvieras en el estadio, en la realidad, y en el caso del fútbol es muy importante para las quinielas, las apuestas… El fútbol interesa, por eso se desarrolla a través de la televisión, pero es que además es precisamente el fútbol el que más ha ayudado al desarrollo de la televisión.

A veces tengo la sensación de que se potencia el fútbol desde el mundo antitaurino precisamente para desplazar la afición de los toros al fútbol. ¿Qué le parece?

– No le puedo decir si esto es así o no, pero desde luego que si lo es el fracaso está asegurado porque son ceremonias muy diferentes. Los toros tienen mucho que ver con la religión y el fútbol nada. El toro es el numen religioso en una ceremonia cruenta: el toro tiene que morir y el torero se juega la vida. El toreo es un conflicto entre dos individuos. El único paralelismo con el fútbol es que va mucha gente. Así que no puede haber trasvase de afición.

Por último quería preguntarle por el fútbol y lo que popularmente llamamos cultura (Bueno publicó en 1996 un libro titulado El mito de la cultura).

– El fútbol es cultura. A ver, ¿qué grupo de primates juega al fútbol? A lo sumo tiran piedras; ahora precisamente han descubierto un chimpancé sueco que acumula piedras durante el invierno y las tira a los visitantes durante el verano.

Pero hay muchos intelectuales que desprecian el fútbol.

– Se llaman a sí mismos intelectuales y desprecian el fútbol, la televisión, etc. Dicen con una supuesta superioridad que los aficionados son unos imbéciles, unos animales, que no se les puede tomar en serio. Claro, ¡pero es que es la misma gente que vota! Los intelectuales son una gentuza, completamente. Alguna vez que iba a televisión al volver a la universidad me decían compañeros: “has perdido tres días”. Y yo respondía siempre “¿y cuántos teoremas has inventado tú en estos tres días?”. Te despreciaban, y en realidad era pura envidia. Son simplemente una pobre gente. Desprecian el fútbol porque abren a Platón y no encuentran nada; a Aristóteles y lo mismo; a Santo Tomás, a Hegel, ¡incluso a Kant!… Claro, no encuentran nada y por lo tanto creen que no es filosofía. Son simplemente una pobre gente, unos imbéciles con ganas de insultar, que en vez de analizar colocan adjetivos y ante los alumnos quedan muy bien, pero nada más.

Yo mismo he aprendido mucho con el fútbol.

– Claro. Por ejemplo se aprende mucha geografía gracias a los equipos de fútbol: hay mucha gente que sabe que Dortmund existe gracias al Borussia, por ejemplo. Y además conceptos como el “goal average” obligan a muchos a aprender matemáticas, etc.

También critican mucho a los futbolistas.

– Sí, yo he oído muchas veces que el futbolista tiene la cabeza para darle a la pelota porque no puede hacer nada más con ella. ¡Y qué más da! El jugador tiene que ser muy inteligente como futbolista, pero puede ser lo que los psicólogos llaman un tonto prodigio. Puede ser muy listo para el fútbol pero para nada más. Pero ojo, que esto les pasa también a muchos de profesiones mucho más reputadas, juristas, físicos, etc. Recuerdo una anécdota con un físico que vino a Salamanca en los años cincuenta, que venía de Inglaterra. Lo llevé a ver una obra de Lope con enredo amoroso y el pobre no entendía qué pasaba. Al final se lo tuve que explicar así: esta nube de electrones quiere ir a ver a esa nube de electrones y meterse en la cama con ella.

Gustavo Bueno Martínez nació en Santo Domingo de la Calzada (La Rioja) en 1924. Catedrático emérito de Filosofía de la Universidad de Oviedo, es el autor principal del sistema filosófico conocido como materialismo filosófico. Probablemente su mayor aporte a la historia de la Filosofía es su teoría del cierre categorial, de la que ya se han publicado cinco tomos. Entre sus libros más notables cabe destacar «El animal divino» (1985; donde expone su teoría materialista de la religión), «Zapatero y el pensamiento Alicia» (2006), «Telebasura y democracia» y su reciente colección de mitos: «El mito de la cultura» (1996), «El mito de la felicidad» (2005), «El mito de la izquierda» (2003), «El mito de la derecha» (2008) y «España no es un mito» (2005).

Bueno es uno de los filósofos más importantes de toda nuestra historia, y en opinión de muchos probablemente el mejor. Muchas de sus ideas han despertado grandes polémicas, particularmente en los últimos años en que ha escrito y participado en debates públicos sobre cuestiones normalmente ajenas a la cátedra de filosofía: la televisión, el Gran Hermano, la política actual, etc. Criticado duramente por ello, muchos otros entienden que este es precisamente uno de los grandes valores de Gustavo Bueno, demostrar una y otra vez la utilidad práctica de la filosofía, sacarla de las universidades y llevarla al espacio público.




Crítica: Todo sobre la selección española, de Félix Martialay

«Sé que la estadística es como el esqueleto de la Historia. Pero, la verdad, es que el esqueleto de Rita Hayworth no me interesaba nada, aunque entendiera que era fundamental en el resto de aquella interesantísima anatomía» (Félix Martialay, Las grandes mentiras del fútbol español, 1997).

El último libro de Félix Martialay nos presenta la compilación completa de todas las fichas técnicas de los partidos oficiales disputados por la Selección absoluta en toda su historia, desde el partido contra Dinamarca del 28 de agosto de 1920 hasta el disputado contra Costa de Marfil el 1 de marzo de 2006 en Valladolid.

Todo sobre la Selección Española

No se trata desde luego de una idea novedosa, sino que responde a una tradición que en España se abrió en 1941 con el conocido Los 60 partidos internacionales de la selección española de fútbol, de Fielpeña, reeditado en versión facsímil a finales de 2005. Cabe por otro lado recordar que el pionero en estas lides fue el propio Manuel de Castro «Handicap», que a la vuelta de los Juegos Olímpicos de Amberes (1920) publicó Las gestas españolas en la Olimpíada de Amberes, contando las vicisitudes de los cinco primeros partidos internacionales. Aunque sin olvidarnos de él, en rigor no se trata del mismo tipo de obra ya que no tiene voluntad compilatoria estadística, algo que Handicap no podía ni imaginar.

A pesar de que por lo tanto podemos remontarnos 65 años atrás para encontrar en España los precedentes de este tipo de compilación estadística pocas han sido sin embargo las obras que hayan actualizado la de Fielpeña. Así Melcón en 1950 publicó su Historia de los 80 encuentros internacionales de España, del que pasamos en 1973 al Medio siglo de la selección, de Rafael Marichalar, para terminar en 1978 (2ª edición de 1982) con la Historia de la Selección española de fútbol de Enrique Gil de la Vera «Gilera». A esta nómina de cinco obras hemos de añadir las páginas dedicadas a la Selección española en el tomo VII de European National Teams, la excelente compilación estadística de Gabriel Mantz y Romeo Ionescu, publicada en Rumanía entre el 2004 y el 2006. De este nivel también cabe reseñar la recopilación publicada por Dinámico entre 1973 y 1975 y el anexo documental publicado por Bernardo Salazar en La selección a través de sus crónicas en 1996.

Dejando aparte los apéndices o capítulos de libros, solo cinco han sido las obras que han pretendido glosar la historia completa de la Selección española. Además, 24 años habían pasado desde la publicación de la última, demasiado tiempo para una Selección de primerísimo nivel como la nuestra.

Sin embargo el mayor mérito de esta última obra de Martialay no es el de cubrir este vacío tan prolongado, sino que la principal aportación es la de presentar en un solo volumen las conclusiones de unas investigaciones exhaustivas y novedosas, cuyo resultado va a resultar revolucionario para la historia de nuestra Selección.

Como es habitual en él, Martialay rompe una vez más con la manera lamentablemente tradicional de escribir libros de fútbol en España, que con notables excepciones como Vicente Martínez Calatrava, se limita a copiar lo anteriormente publicado añadiendo los datos de lo ocurrido desde la publicación de ese primer libro de referencia. Así Melcón en 1950 se limitó a copiar lo que había dicho Fielpeña en 1941 y a añadir lo ocurrido en esos nueve años, al igual que Fielpeña copió lo que había dicho Castro en 1920. Incluyendo errores, naturalmente, y simples erratas mecanográficas que terminan siendo error instituido: ¡lo dicen varias fuentes! Esta técnica del refrito solo puede ser combatida con la consulta de las fuentes primarias, que Martialay ha manejado con abundante profusión. Pero, ¿cuáles son esas fuentes primarias? A mi entender, en este libro se han manejado fuentes de hasta cuatro tipos diferentes.

En primer lugar, y más importantes, la prensa nacional y regional del momento del partido. Ahí se puede encontrar con poca probabilidad de error la alineación española, los goleadores, etc. Igualmente se publica la convocatoria completa del seleccionador para ese partido, información nunca antes publicada en ninguna historia de la Selección y que Martialay ha recopilado minuciosamente.

En segundo lugar, para asegurarse de la alineación extranjera nada como cotejar los datos con los anuarios publicados por los países rivales. En ellos naturalmente aparecen correctamente escritos los nombres de los jugadores, muchos de los cuales pueden ser desconocidos en España y publicarse en la prensa con nombres a veces muy distantes de la realidad. Por otro lado, según explica en su razonado prólogo, Martialay mantiene la grafía original siempre que esta sea en alfabeto latino, aunque el idioma en cuestión tenga caracteres especiales. Es por eso por lo que las alineaciones de Yugoslavia, Checoslovaquia y otros países aparecerán con acentos y otros diacríticos incluso en consonantes, para mantener los nombres de los personajes como ellos mismos los hubieran escrito.

En tercer lugar hay que destacar su búsqueda impenitente de fotografías de cada uno de los 514 encuentros de la Selección. Así cada una de las fichas de los partidos está acompañada debajo con la foto de los que jugaron aquel día o en su defecto de alguna jugada del partido; solo si ha sido imposible, aparecen los retratos de dos de los protagonistas de aquel partido. No he contado las veces que Martialay ha podido encontrar la foto de los que jugaron aquel día, el acta notarial según él, pero muy probablemente exceda el ochenta por ciento, que sin duda llega al noventa y pico con las fotos de jugadas. ¿Cómo ha localizado todas esas fotos, muchas nunca antes publicadas?

Por último, al terminar las fichas de los partidos, comienza su apéndice estadístico en el que hace reseña completa de todos los jugadores que han sido convocados por la Selección, aunque no llegaran a debutar, con mención del nombre completo y la fecha y lugar de nacimiento. Asimismo aparece una tabla de seleccionadores, de los que aporta los mismos datos. Asombroso, sinceramente. ¿Cómo ha localizado a un jugador como Perico Calvo, que jugaba en el Racing de Madrid y que fue convocado una sola vez en 1927 y que nunca llegó a jugar? ¿Cómo a seleccionadores como Julián Ruete, cuyos datos de nacimiento han permanecido desconocidos hasta ahora? Y el seleccionador Argüello, y el jugador Castillo, y…, y… Quizá solo quede decir, como decían los pitagóricos, él lo ha hecho.

El equipo nacional ha sido siempre el principal objetivo de estudio de Martialay; de hecho ha sido la Selección y no otra cosa la que le ha llevado a profundizar en el resto del fútbol español. Su interés lo llevó a escribir en 1968 la primera edición de su obra Una historia de la Selección Española de fútbol, de 1.300 páginas, cuya edición se frustró por la muerte de Fermín Uriarte, el editor del texto. Fue precisamente esta obra la que estimuló a Martialay a continuar con más empeño en su labor histórica, ya que pretendía tener actualizado su contenido. Desde esa frustrada publicación han pasado ya casi cuarenta años, pero su nuevo Todo sobre la Selección española no es más que un hijo, nieto quizá, de aquella primigenia obra de 1968. Desde entonces sus investigaciones le han dado a Martialay el prestigio por el que ha sido premiado por la RFEF con su insignia de oro en 2005. Del mismo modo recientemente la Real Academia de la Historia ha decidido incluirle en su magno Diccionario biográfico español por sus méritos en la historiografía deportiva, reconociéndolo como el mejor historiador del deporte español de todos los tiempos.

Que la estadística es el esqueleto de la Historia es afirmación innegable solo si entendemos la palabra estadística en el sentido más amplio que hace referencia simplemente a datos o a información concreta. Usando ese sentido de la estadística, este libro es un esqueleto, un buen esqueleto. Y como tal es una invitación a todos los aficionados a rellenarlo con carnes. Pero antes hay que asimilar lo que tenemos entre manos, el fruto de años de investigaciones profundas y muy meritorias que ponen a España y a su Selección probablemente en cabeza de las historias de selecciones. Sí, probablemente esta sea el mejor esqueleto de historia de una Selección que se ha escrito nunca. Claro, quizá nunca el mejor historiador deportivo de un país haya hecho un esqueleto de este tipo. Como españoles aficionados al fútbol podemos sentirnos orgullosos de ello.