Cuando la religión conoce al fútbol: redefiniendo los orígenes del balompié

El 24 de octubre de 1857 Nathaniel Creswick y William Prest, dos amantes del críquet, redactaron el acta fundacional del primer club de fútbol de la historia, ubicado en la ciudad inglesa de algo más de medio millón de habitantes actuales que sigue dando nombre a la existente pero humilde entidad.

A decir verdad, es muy importante la palabra «redactaron» del párrafo anterior, ya que puede ser la línea divisoria que decanta la balanza de los orígenes del balompié hacia Inglaterra o Escocia.

Una pequeña parroquia del suroeste de Escocia

En los últimos meses, tanto medios nacionales como internacionales se han hecho eco de un impresionante hallazgo en un frondoso -a la vez que paradójicamente yermo- enclave situado al suroeste del país escocés. Hablamos del término de Anwoth, una pequeña parroquia que se encuentra a unos dos kilómetros al oeste de Gatehouse of Fleet, un municipio de 990 habitantes dentro del área administrativa del consejo de Dumfries y Galloway.

Foto cenital Anwoth.

Aquellos parajes elegidos en 1973 por el director Robin Hardy para su afamada película El hombre de mimbre han escondido durante siglos lo que parece ser un primitivo origen del fútbol, no tan alejado en la línea del tiempo como el juego de pelota mesoamericano, pero sí con anterioridad al Sheffield FC, guardando ciertas similitudes que vale la pena considerar.

Ged O’Brien, investigador irlandés con arraigadas raíces escocesas, es el principal responsable de asegurar la existencia de la práctica del fútbol en las primeras décadas del siglo XVII. Fundador del Scottish Football Museum, lleva 35 de sus 66 años tras los pasos del terreno de juego cercano al austero asentamiento de Anwoth, el cual lleva acusando durante siglos la inexorable despoblación hacia grandes urbes. Sin embargo, aquel lugar puede presumir de tener la documentación que acredita la práctica del fútbol a finales de 1620 impulsado por un fenómeno de masas todavía más estruendoso: la religión.

Samuel Rutherford y la iglesia presbiteriana

En 1560, Escocia apostató del catolicismo para convertirse en protestante, derivando gradualmente al presbiterianismo. En palabras de Ged, este cambio eliminó toda jerarquía eclesiástica entre el pueblo y Dios. «La Biblia era la evidencia suprema y única de la obra de Dios en la Tierra. Si no estaba en la Biblia, no era cristiana. Por esta razón, la Navidad dejó de celebrarse. No era bíblica. Hasta la década de 1970 los escoceses solían trabajar la mañana del 25 de diciembre, porque la Navidad no estaba en la Biblia».

Los presbiterianos se propagaron y fundaron diversas iglesias como la de Anwoth, con fecha de apertura en 1627. Un empresario local de clase alta solicitó el cargo de ministro a un reputado teólogo escocés llamado Samuel Rutherford, quien estuvo al mando hasta 1636. Su figura juega un papel central en esta historia para que la existencia de un primitivo balompié en su zona de mando haya llegado hasta nuestros oídos: odiaba el balón y todo lo que representaba.

Siempre de acuerdo a las investigaciones de Ged, la figura de Rutherford alcanzó la suficiente envergadura como para contar con biógrafos que atestiguaron con detalle diversos momentos de su vida. Es por ello que, durante su estadía en la iglesia de Anwoth, expresó por escrito su enfado y desazón al comprobar que los jóvenes feligreses estaban más preocupados en practicar el fútbol en un campo aledaño que en acudir a misa los domingos. La ira era doble; aquel deporte provocaba ausencias personales, pero también sacrilegios al no constar en la Biblia y, por ende, ser motivo de repulsa para las creencias presbiterianas.

Las reglas de aquel balompié son una incógnita, pero las frecuentes quejas de Rutherford permiten deducir la reiteración de aquellas incursiones deportivas, lo que dotaba al fútbol de una regularidad que se extendía a los habitantes de aquellas tierras, los mismos que se juntaban cada domingo para presuntamente acudir a misa, formando, casi por inercia, el equipo de la iglesia. Lo frecuente, casi ritual, suele denotar organización, lo que invita a pensar en que aquellos partidos abandonaban la improvisación en busca de una coherencia en el juego, un dogma que permitiría desechar la comparación con el fútbol medieval, más conocido por los anglosajones como mob football y que, pese a gozar de la etiqueta de antesala del deporte actual, destacaba por la inclusión de 200 personas en un mismo terreno común luchando por un esférico de una manera realmente prosaica.

Un campo de juego intacto por su (in)utilidad

«Junto al campo hay piedras antiguas de la Prehistoria. Rutherford las señaló y dijo que eran sus testigos ante los pecadores que jugaban al fútbol. Aludía a versículos de la Biblia. Las piedras se conocieron como los Testigos de Rutherford. Siguen allí y han sido validadas por los expertos en arqueología de Archaeology Scotland». El paso de los siglos podía haber provocado que aquel campo que aparece en los escritos fuera poco más que una idea mental de su fisonomía, pero una concatenación de casualidades ha permitido que siga existiendo con una similitud abrumadora respecto al siglo XVII.

Ubicado en una colina a unos 100 metros sobre el nivel del mar, su tierra es tan sumamente yerma que jamás ha sufrido conatos de cultivo o algún tipo de excavación sujeta a cambios agrícolas. De hecho, y como si de una cueva de los Maquis de la Guerra Civil española se tratase, su geolocalización se antoja realmente complicada para alguien que no sea de la zona. Ged, asiduo visitante para sus labores detectivescas, lo recuerda como un lugar extremadamente plano que mide unos 80 metros de largo por 50 metros. Dos de sus lados forman un anfiteatro natural, por lo que no se ve el campo hasta que se está justo en él. De hecho, en su último acercamiento tardó nada menos que dos horas desde Anwoth debido a los desniveles y algabas que se encontró por el camino.

De vuelta varios siglos atrás, al no poder arar ni usar ese terreno, se convirtió en el lugar de encuentro por antonomasia de los feligreses, por lo que Samuel Rutherford, a través del tribunal de la iglesia local, la «Kirk Session», registró los nombres de los pecadores para definir posibles castigos por su impía conducta, proveyendo una evidencia documentada de que se jugaba al fútbol todas las semanas en esta y posiblemente otras parroquias de Escocia. «Perth, Elgin, Glasgow, Inverness, Forres, Blairgowrie, Aberdeen, Lamington, Fordyce…» enumera con fluidez Ged.

Los pobres no escribían su historia

En definitiva, la existencia documentada de aquel lugar de práctica deportiva futbolística evidencia no solo la existencia de que en Anwoth, y por ende Escocia, ya había personas pateando artefactos redondeados en el siglo XVII, sino que lo ejercían de una manera regular -cada domingo de misa que aprovechaban para estar juntos-, así como su carácter popular, una afición del pueblo perseguida por los altos estamentos de poder. Sin embargo, ¿por qué no ha llegado jamás a las asociaciones de historiadores tales hechos cruciales en la historia del fútbol? Ged nos responde: «es un tema a debatir con documentación y hechos, pero me he encontrado con la negativa a hablar de ello de varios investigadores ingleses. La gente trabajadora no escribía su historia. O bien lo hacían las clases altas, o bien no se hacía. Por eso, un pequeño grupo de hombres de clase alta de un puñado de escuelas privadas inglesas ha logrado convencer a todos de que ellos inventaron el fútbol. Anwoth demuestra que es mentira».

 

 




Paco León: tras la figura del máximo goleador en Primera División de la provincia de Teruel

Francisco León Fandos encarnó a la perfección la dificultad de ser profeta en su tierra. Nació el 6 de marzo de 1926 en la localidad de Samper de Calanda, un municipio del norte de Teruel que cuenta en la actualidad con 725 habitantes. Delantero de envergadura, las crónicas destacaban su facilidad goleadora de cabeza y posicionamiento en el área, lo que le hacía ser un temor constante para la defensa. En su municipio natal tuvo condecoraciones, si bien los homenajes y recuerdos suelen venir de lugares alejados de Aragón, concretamente de sus dos ciudades de adopción: Santander y Almería.

ORÍGENES LOCALES

Comenzó a patear balones en Samper, donde, como bien reza una carta de su puño y letra enviada al vecino Rafael Martín (quien cedió amablemente las fotografías de esta investigación), comenzó su carrera en los improvisados terrenos de juego del pueblo, recordando «sus batallas en el Campo de Calvario con los hijaranos, los de la Puebla y compañía», es decir, los municipios colindantes con los que siempre se ha mantenido una rivalidad balompédica ya centenaria.

Eran los inicios de la década de 1940 y Francisco León, de pie y quinto desde la izquierda, destacaba en el elenco del equipo turolense con una altura reseñable para la época, la misma que le haría destacar posteriormente en Primera División. Aquel partido, fechado en agosto de 1944, lo vencieron los locales por dos a uno frente al Alcañiz, y no pasaría mucho tiempo para que León diera el primer salto hacia su profesionalización, jugando ya en categoría federada en el equipo de Belchite, un municipio cercano a Samper que recientemente había sufrido uno de los bombardeos más famosos de la Guerra Civil española.

CAMINO A LA ÉLITE

A mediados de los años 40 marchó a estudiar a Cataluña, concretamente a Vilanova i la Geltrú, por lo que se incorporó a las filas del CD Villanueva donde siguió dejando pinceladas del ariete de élite potencial en el que se iba a convertir. Con él en dinámica, el equipo catalán alcanzó las semifinales de la Copa Catalunya de 1947, siendo el Tortosa su particular verdugo.

En el periodo estival de 1947 León regresó a tierras aragonesas tras conocer su destino de servicio militar, incorporándose durante dos temporadas (1947-48 y 1948-49) en la Escoriaza de Zaragoza, ubicada en Tercera, el equipo previo a su salto definitivo al fútbol profesional de Segunda División tras gestar su fichaje por el Osasuna entre finales de la década e inicios de la de 1950, su momento más álgido en su carrera profesional.

El Racing de Santander afrontaba en Primera División la temporada 1951-52, contando para entonces con el técnico argentino Jerónimo ‘Oso’ Díaz, por lo que se lanzaron a peinar el mercado en busca de un goleador que les hiciera preservar su plaza en la máxima categoría española. Al fichaje del ya veterano Macala -quien tras su retiro hizo sus pinitos como jugador de cesta punta-, se le sumó la incorporación de Paco León, en parte por las referencias positivas de José Antonio ‘Pepín’ Bermúdez, mediocentro canario que había llegado la temporada anterior desde el Osasuna y avaló el fichaje de su espigado ex-compañero al presidente racinguista Manuel San Martín.

El turolense comenzó su legado en Primera División el 9 de septiembre de 1951 ante el Deportivo de La Coruña en Riazor, la cual se plasmó con victoria por dos a uno a favor de los gallegos. Como anécdota, aquel día León compartió once titular con el lateral internacional Ricardo Teruel, si bien el jugador no procedía de Aragón pese a su curioso apellido.

MOMENTO CUMBRE DE SU CARRERA

Entre 1951 y 1955, León se mantuvo en primera con los cántabros, alcanzando varios hitos por el camino: fue clave en la primera temporada con sus goles a final de curso en una fase que dirimía la permanencia, asestando un ‘póker’ al Racing de Ferrol, así como fue el delantero titular en uno de los mejores equipos racinguistas en la 52/53 con un joven Paco Gento o Marquitos, ambos con una carrera esplendorosa en el Real Madrid en las siguientes temporadas. De la misma manera, la diana de León que abrió la lata en un uno a dos ante el Celta de Vigo en septiembre de 1953 supuso el gol número 500 de la entidad cántabra en Primera División. León era muy querido por los norteños, pero también por sus vecinos del pueblo, quienes aprovechaban su visita al estadio zaragozano de Torrero para apoyar al Real Zaragoza -¡cómo no!- pero también a su figura pese a estar en el rival de la tarde.

Su valía le hizo estar en el radar de los ‘posibles’ seleccionables con España, pues como él mismo afirmó en la carta anteriormente mencionada, estuvo preseleccionado para un partido contra Francia. Pese a no aparecer en la lista oficial, es probable que el atacante se refiriera a que estuvo en las cábalas del amistoso celebrado el 17 de marzo de 1955, el primero de los dos en el que el ex-árbitro Ramón Melcón se situó al frente como seleccionador. Aquel día la delantera fue comandada por Basora, Molowny (cambiado por Arteche en la primera parte), Arieta, Rial (estos dos debutando con la selección) y Gaínza, que ejercía de capitán. En sustitutos aparecen jugadores como Manuel Badenes, por lo que sin duda León tenía mucha competencia en su puesto para obtener minutos con España. Marquitos, su ex-compañero en el Racing, sí que pudo debutar con la zamarra roja aquel día en lo que fue una derrota por uno a dos en Chamartín con gol local de Gaínza y de Kopa y Vincent por parte visitante.

Pese a la espina de la convocatoria española, Francisco cerró su etapa en la élite con nada menos que 72 partidos y 28 tantos en su haber, lo que le hace poseedor del récord goleador en Primera División para un jugador nacido en la provincia de Teruel, una proeza que sigue imbatida en la actualidad.

RETIRO EN ANDALUCÍA

Con el descenso del Racing, León decidió mudarse a Andalucía, donde jugó entre 1955 y 1957 para los intereses del Cádiz, anotando 14 goles en 42 encuentros en Segunda División. Ya con 31 años decidió aceptar el reto de subir a la categoría de plata al Atlético Almería, algo que consiguió a base de goles para la 1958/59, asentándose en la ciudad almeriense incluso una vez retirado tras pasar igualmente por el Hispania Almería hasta 1963. El haber sido parte de la profesionalización del fútbol en la ciudad le hizo ser una persona muy querida por toda la sociedad legañosa hasta su muerte el primero de abril de 2012, siendo objeto de homenajes y honores en repetidas ocasiones.

Por su parte, los dirigentes del club de Samper de Calanda, su tierra natal, decidieron que él fuera uno de los protagonistas de la edición de 1976 del Trofeo Santo Domingo que realizaban anualmente en la villa, donde pudo compartir terreno de juego con uno de sus hijos. Asimismo, la entidad aprovechó para reunir a los otros dos futbolistas de la localidad que más lejos habían llegado en el panorama futbolístico, tales como José Marco, asiduo de la categoría de plata de nuestro país en equipos como Burgos o Levante, o Mariano Gargallo, quien hizo carrera en Real Betis o Elche, también en Primera División. Los tres formaron parte del equipo samperino que se midió en aquel partido ante los veteranos del Real Zaragoza, quienes contaban igualmente con jugadores envidiables de la talla de Severino Reija o Canário, acicates imparables para llevarse el trofeo tras ganar dos a seis en el campo de tierra local.

Francisco residía en Almería, por lo que estas visitas esporádicas llenaban de ilusión a sus convecinos. No obstante, su hijo aseguró que a veces recibían visitas en Andalucía de amistades aragonesas que le actualizaban las novedades de la tierra madre, así como visualizaban en grupo vídeos de la Semana Santa de Samper de Calanda, donde los tambores y los bombos cobran un protagonismo especial muy importante para los implicados en esas tradiciones.

 




Futbolistas españoles en el FC Metz

La marcha al país galo fue una constante para muchos jugadores españoles en la década de los años 30 y posteriores debido a la promesa de una vida mejor o menos convulsa. En este artículo se profundiza en tres casos cuyas trayectorias encontraron un punto en común al haber pasado en algún momento por el FC Metz, equipo de la ciudad homónima de unos 120.000 habitantes actuales.

El primero que arribó a les grenats de los tres que se van a mencionar fue el extremo diestro vasco José Altuna Echegoyen. Jugador titular del Real Unión de Irún en aquella primera edición de liga española en 1929, nació en Hondarribia el 26 de diciembre de 1910, por lo que era un talento precoz que se ensamblaba a las mil maravillas con otros jugadores más contrastados como Gamborena o René Petit.

Sin embargo, los aficionados locales que más le recuerdan son los béticos. Esto se debe a que bajó al barro de Segunda División a la temporada siguiente con el objetivo de darles el primer ascenso de su historia al Real Betis, algo que se terminó materializando en la temporada 1931-32. Pese a su juventud, Altuna se convirtió en un timón imprescindible en ataque, sacando córners y siendo uno de los mayores asistentes del equipo, surtiendo pases de gol a jugadores como Rosendo Romero, Ramón Herrera o Andrés Aranda Gutiérrez.

Debutó el 12 de enero de 1930, donde ganaron cinco a dos al Real Oviedo. El ABC aseguró que Altuna brilló, presumiblemente de interior, pero uniéndose a los otros cuatro atacantes con los que se jugaba en la época. ‘Pepe’, nombre con el que firmaba los autógrafos, se erigió como uno de los mejores jugadores de la categoría, teniéndole tomada la medida en especial al Real Oviedo, ya que el 29 de marzo de 1931 les volvieron a ganar por tres a dos, esta vez gracias a un gol desestabilizador suyo.

El Real Betis subía… pero ocupaba la plaza del Real Unión de Irún que, tras cuatro ediciones, se despedía para siempre de la élite. No obstante, aquel primer año en segunda se intentó armar una plantilla para subir, por lo que Altuna decidió echar una mano a su equipo natal. Redebutó en la temporada 1932-33, esta vez con otros atacantes como Sánchez Azcona o Elícegui, si bien todo seguía milimetrado desde la medular por Gamborena. Empezaron fuertes liderando a tramos la tabla clasificatoria, si bien esta vez sería el Oviedo quien se cobraría su particular venganza con Altuna, ascendiendo en aquella famosa temporada con Isidro Lángara como referente.

Tras aquella solitaria temporada, Altuna decide embarcarse en una aventura al otro lado de la frontera de Irún, desarrollando el resto de su carrera extramuros. Halla cobijo en una entidad muy particular llamada Club Sportif Espagnol de Bordeaux. Ubicados en el segundo escalón francés para la temporada 1933-34, el conjunto hace historia al ser el único equipo de carácter extranjero que logra jugar en una categoría profesional en Francia; fundado en 1926 como amateur (rechazada su profesionalización en 1932 quizás por falta de público, taquilla o mecenazgo), el también denominado Deportivo Espagnol Bordeaux -algunas fuentes aseguran que vestían con los colores de la bandera republicana-, estaba formado por jugadores de la comunidad española de la región de Burdeos, por lo que era común leer los onces con mezcla hispano-francesa.

Aquella temporada la finalizaron en cuarto lugar solo por detrás de grandes nombres como Olympique de Alès, el Saint-Étienne y el Mónaco, destacando en la liga al estilo de Euskadi y su particular aventura en la campaña mexicana que sucedería pocos años después. Sin embargo, aquel rendimiento fue algo meramente efímero, pues la liga francesa impuso la fusión con el SC Bastidienne, formando el Hispano.

Altuna decidió permanecer una temporada en el Hispano Bastidien, coincidiendo con el otrora capitán galo en el Mundial de Uruguay’30, Alexandre Villaplane, cuya historia terminó con fusilamiento por pertenencia a las SS. Por otra parte, la fusión no tuvo éxito tras la marcha en 1935 de los dirigentes del Club Deportivo Español de Burdeos en protesta por la prohibición de alinear a más de cinco extranjeros en la liga.

A inicios de agosto de 1935 se hace oficial su pase al FC Metz, equipo recién ascendido a la Primera División francesa y que probablemente se fijara en el español tras haberlo sufrido como rival la pasada temporada. No obstante, Altuna no entró tanto en juego como acostumbraba, cerrando la temporada 1935-36 con cinco partidos, tres de liga y dos de copa. Disputó la totalidad de ellos y anotó dos goles, pero no logró hacerse con un puesto fijo en el once, víctima de una época donde la participación de los extranjeros estaba limitada.

Es curioso anotar que, mientras que él sí consta en la web oficial del club como jugador, no se hace mención a su compatriota Fermín Guillén, un interior que vino junto al vasco desde Burdeos y que las pocas ocasiones que entró en dinámica fue con el equipo reserva. Los partidos que Altuna reforzaba ese plantel se les atribuía a ambos un juego vistoso y de gran entendimiento mutuo. Los periódicos de lengua francesa se hicieron eco de la más que probable continuidad del ex-bético en la entidad, por entonces llamada Club des Sports de Metz tras su fusión en 1934 con el AS Messina, si bien fueron los diarios alsacianos de lengua alemana quienes acertaron en su pronóstico, escribiendo en junio de 1936 los nombres de Altuna y Guillén como bajas del conjunto granate de cara a la siguiente temporada.

Volviendo a la persona exclusiva de José Altuna, intentó alargar un poco más su carrera con 27 años en España, esta vez disputando un partido amistoso de prueba con el FC Barcelona, si bien su experiencia culé no fue más allá de aquellos minutos de 1937. Como tantos otros que estuvieron en el extranjero durante parte de la Guerra Civil, su rol en Francia le hizo entrar en alguna lista de depuración franquista, pero, tras revisar diversas causas, fue levantada la sanción a finales de 1939 a varios jugadores entre los que figuraba su nombre. Falleció el 12 de enero de 1980 en Irún.

El caso del extremo izquierdo catalán Mario Cabanes Sabat es más célebre. Nacido en 1914 en Barcelona, en 1933 comenzó a despuntar en la Penya Sagi-Barba, de donde pasó a los amateurs del FC Barcelona entrenados por el ex-arquero Ramón Llorens. Su eléctrico desborde le valió la llamada con los mayores, dejando una buena imagen tal y como él recordó en una entrevista con ABC: «me convocaron en el campo de Las Corts, fue la primera vez que me puse las botas de tacos y me marcó un defensa famoso, Zabalo, un artista… Creí que no tocaría pelota pero todo me salió bien, la pierna izquierda era mi mejor arma, tenía un dominio extraordinario y mis centros eran la dicha de Escolá y Ventolrá».

Su debut en liga no se hizo esperar, llegando con 20 años. El gallego Ramón Miranda había caído lesionado en la concentración, por lo que Cabanes viajó sólo hasta Santander para suplirlo. «Le pregunté a un señor si faltaba mucho para llegar porque el partido empezaba a las tres… Le expliqué mi periplo, se sorprendió por mi juventud y me dijo «no se preocupe, soy el árbitro…» Vino a buscarme Modesto, ya en el hotel Greenwell, el entrenador, me hizo comer una sopa y dos huevos y al campo; perdimos por 2-1 pero di el pase del gol». El partido al que se refería el propio Cabanes tuvo lugar el 18 de febrero de 1934, compartiendo ataque con jugadores de alcurnia como Seve Goiburu, uno de los héroes del España-Inglaterra de 1929. Sin embargo, la memoria le fue esquiva tras tantos años, pues la derrota fue por tres a uno.

El estallido de la Guerra Civil quiso pillar a Cabanes de asueto, primero en Berlín presenciando los Juegos Olímpicos de 1936 y posteriormente en Hungría acogido por su compañero húngaro Elmer Berkessi, por lo que, tras estudiar la situación, decidieron hacer un alto permanente en Francia durante el camino de vuelta. Astuto u oportunista, a diferencia de tantos otros que emigraron, Cabanes logró hacerlo bajo una identidad francesa falsa, usada para tramitar su ficha en Metz para la temporada 1937-38. Existe una famosa foto durante el partido Metz-Sète de 1938 al posar nada menos que cuatro ‘culés’: Cabanes por parte grenat, Raich, Escolà y Balmanya por parte rival. En aquella temporada anotó ocho goles en 15 partidos disputados, si bien el Metz acabó en mitad de tabla clasificatoria.

De acuerdo con informaciones de José Ignacio Corcuera, Cabanes regresó a España en 1939 tras finalizar la contienda, si bien no se salvó de sufrir en sus propias carnes el centro de “clasificación” irunés, instalaciones que, sin aludirlas como campos de internamiento, se alejaban igualmente de cualquier derecho humano. La estrategia de desaparecer oficialmente durante su estadía gala fue un aval para su salvación sin antecedentes, acabando en un regimiento militar de Algeciras. Allí retomó brevemente la práctica deportiva, pasando posteriormente a la Balompédica Linense, el Real Oviedo y el Sabadell, jugando sus últimos minutos en 1942.

«Mi padre era partidario de una carrera que ya había iniciado y compaginaba con autorización del Barcelona; «el fútbol está bien para la salud, pero el estudio para el trabajo», me decía». Una vez conseguido alejarse del estamento militar y los desplazamientos, Cabanes se marchó a Salamanca a completar sus estudios de medicina, especializándose en la deportiva. Estuvo 34 años en el staff del Espanyol y 15 en la Real Federación de Tenis, concretamente entre 1960 y 1975, época en la que trató a personajes históricos nacionales como Manolo Santana. En Internet hay muchas fotos de aquellos años entre tratamientos y Copas Davis, siendo condecorado con la Medalla al Mérito Deportivo. Falleció en 2005 a la edad de 91 años.

El tercer y último integrante de este grupo es el zaguero Heliodoro Delgado Rodríguez, un nombre que apenas refleja resultados al investigar sobre su figura. Pese a tener nombre y apellidos tan castellanizados, Heliodoro fue un jugador francés de facto. Nacido el 6 de mayo de 1922 en Descargamaría, pueblo cacereño cercano a Portugal, la familia Delgado decidió mudarse a Floirac, en el distrito de Burdeos, cuando Heliodoro cumplió el primer año de vida.

Sus inicios en el fútbol se desarrollan en equipos aledaños a ‘la perla de Aquitania’, desde el Girondins hasta el FC Bordeaux, si bien no alcanza el rango de jugador profesional hasta 1944, cuando se une a las filas del Toulouse. Las crónicas foráneas de la época lo definen como un lateral robusto y potente, de 1,78 metros de altura y alternando entre los 70 y 80 kilogramos. De tendencia ambidextra para sacar el balón, solía componer la defensa con el internacional galo André Frey y Pierre Bican, este último, por cierto, todo un campeón nacional en ping-pong.

Heliodoro se mantiene en plantilla hasta el final de la temporada 1947-48, si bien no formó parte del 11 inicial que marcó todo un hito en Les Corts ante 60.000 espectadores; la victoria del Toulouse ante el Barça en partido amistoso el 19 de marzo. Los cuatro años de desempeño le hicieron ser uno de los jugadores más valiosos de la entidad. Su entrenador Edmond Enée incluso dejó una frase contundente a los medios: «mi equipo no se sostiene en pie hasta que Delgado no entra al campo».

El escaparate no tardó en llamar la atención de los rivales, por lo que el Racing Club de París, por entonces uno de los equipos más laureados del país, lo contrató hasta 1951. En el equipo coincidió con el guardameta internacional con Francia René Vignal, con quien convivió en un piso de París tras haber compartido vestuario igualmente en Toulouse. La entidad atravesó un buen momento al alzarse con la Copa de Francia de 1949 al arrollar en la final al Lille, pudiendo haber firmado el doblete a la edición siguiente de no ser por su verdugo en la final, un Stade de Reims que empezaba a demostrar por qué llegó a la final de la Copa de Europa en dos ocasiones durante la década de los años 50.

Finalmente, para la campaña de 1951-52, Heliodoro decide salir en busca de los minutos que no le ofrecía el entrenador Paul Baron en París, hallando su hueco durante dos temporadas en el FC Metz. Allí goza de confianza con 34 partidos disputados en la primera temporada por los 19 de la segunda, aunando 53 partidos con la zamarra granate.

Si en sus anteriores experiencias tuvo a René Vignal como arquero, en el conjunto messin gozó de la presencia del portero de Francia en el Mundial de 1954, François Remetter, quien sostuvo al equipo en un meritorio 5º puesto, muy alejado del Racing París que acabó la temporada en posiciones cercanas al descenso.

Tras superar la treintena, hay constancia de que Heliodoro Delgado cambió los botines por la batuta de entrenador en el modesto CS Thillot durante la temporada 1954-55; Le Thillot es una localidad de apenas 3.000 habitantes situada al este de Francia, por encima de Suiza. Es probable que el lateral la conociera a través de Remetter, que jugó una temporada allí (1949-50) antes de recalar en Metz hasta 1954, coincidiendo con el propio Heliodoro.

Bibliografía:




De la Región de Murcia al Mundial de 1934 con Francia: las incógnitas resueltas en la vida de Pepito Alcázar

La intrahistoria del nacimiento y deceso de José Alcázar ‘Pepito’ ha traído mucha cola durante décadas en el país vecino. La vida en activo del autor del primer gol del Olympique de Marsella en la historia de la liga francesa la tenían más que aprendida entre los aficionados al fútbol galo, si bien el origen de sus raíces españolas permaneció oculto hasta hace apenas dos años.

La realidad es que no existía ni certificado de nacimiento ni de muerte. ‘Pepito’, como se hacía llamar el jugador, era el primero que prefería no indagar en exceso sobre su pasado, por lo que simplemente trascendió que había nacido en la metrópoli de Orán, Argelia, y se creía fallecido en Francia, si bien ni el lugar ni las fechas del suceso estaban claras.

El legado de Alcázar es tremendo: 209 goles marcados en toda su carrera y una de las primeras caras visibles del Olympique de Marsella; tras participar en torneos amateurs, Francia inauguró su primera temporada con liga profesional en 1932, siendo ‘Pepito’ el autor del primer gol marsellés en su historia el 11 de septiembre. Ser la referencia goleadora del club le sirvió para ir convocado hasta en 11 ocasiones con la selección francesa entre 1931 y 1935, años en los que anotó dos goles. Su participación más reseñable fue la del Mundial de Italia en 1934, donde la a la postre semifinalista Austria les venció por tres a dos gracias a un gol de Bican en la prórroga.

Si Joseph Alcázar, nombre con el que aparece en muchas fichas deportivas, no ganó muchos títulos con el Olympique, se debió a que coincidió con la hegemonía de un desconocido en la actualidad: el FC Sète. Los delfines les despojaron tanto de la Liga de 1934 como de la Copa del mismo año, sucumbiendo en la final. Para fortuna de Alcázar, el equipo se pudo resarcir en la edición siguiente al vencer con contundencia al Rennes. El destino quiso que la despedida de ‘Pepito’, que llegó en 1927 y se marchó en 1936 al Lille, fuese el momento idóneo para que el Marsella tocara el metal liguero en la misma temporada de su partida.

El delantero aún regresó a Marsella entre 1940 y 1942 para terminar breves estancias en otros equipos hasta retirarse. No obstante, una vez alejado del foco deportivo, la vida de Alcázar se sumergió en un sinfín de claroscuros e intrigas que no pudieron desvelarse hasta 2021.

Alain Pécheral, un experto del Olympique, fue uno de los que comenzó a desenterrar la historia de aquel chico que se creía proveniente de la Argelia francesa, pero que la ausencia de actas daban a pensar en que tal vez no fuera así. Ya hemos comentado que algunas fuentes lo citaban como Joseph Alcázar, si bien otras tendían al de José Américo García o simplemente José Alcázar. Las raíces hispanas parecían más que evidentes.

La fecha de nacimiento era otra incógnita: se decía que fue en 1905, pero los padres le inscribieron en el registro años más tarde. También se barruntaba que tenía que estar en una horquilla comprendida entre 1910 y 1911 según algunos datos que arrojaban los periódicos de la época. Al final el enredo se puso descifrar por algo tan usual como las llamadas de las quintas al servicio militar: en 1930, el periódico L’Auto informó que Alcázar estaba asignado al 141.º regimiento de infantería de Marsella, una prueba irrefutable que desplegaba dos conclusiones tales como su nacionalidad francesa confirmada y que era de los nacidos en 1910.

Tras tirar de la cuerda, es Jean-Pierre de Mondenard quien logra reconstruir el nombre de José Antonio Alcázar García, obteniendo la ansiada acta de defunción cuyo extracto principal está traducido del francés aquí abajo:

«El veintiuno de abril de mil novecientos ochenta y siete a las cinco horas falleció en Aix-en-Provence (Bouches-du-Rhône) José Antonio ALCÁZAR-GARCÍA, nacido en La Unión (España) el primero de enero de mil novecientos diez, retirado, residente en Marsella (Bouches du Rhône) e hijo de Matías ALCÁZAR y de María de los Ángeles GARCÍA».

El delantero titular de Francia en el Mundial de 1934 era murciano. Su familia había emigrado a Argelia previsiblemente por ciertas mejoras laborales que podía acarrearle el colonialismo francés. No fue hasta finales de 1929 cuando el ya jugador se naturalizó  ciudadano galo. Tuvo varios hermanos y hermanas, también nacidos en la localidad española que cuenta con 20.000 habitantes en la actualidad. Por otra parte, Alcázar también fue el tío abuelo del defensa y posterior entrenador marsellés José Anigo.

Aquella fue la resolución final de un caso que siempre repiqueteó en Francia, desvelando unas raíces españolas que abundaron en el país vecino a inicios del siglo XX. En la web de Jean-Pierre de Mondenard también hay un testimonio de un pariente lejano del intrigante goleador, que servirá para acabar su historia: «mi abuela, que era sobrina de Pepito, Marie Ruiz, de soltera Hernández, proporcionó el traje para su entierro. Estuvo en el funeral acompañada de su hijo, Albert, a quien Pepito apodaba el “sobrino de la herencia”, pero Pepito, que era propietario de un Florida [coche descapotable] en los años sesenta, murió en una gran pobreza».

Bibliografía:

https://www.chroniquesbleues.fr/Le-mystere-Alcazar

https://dopagedemondenard.com/2021/03/11/football-ton-histoire-renaissance-de-joseph-alcazar-un-international-tricolore-des-annees-1930-ayant-joue-a-lom-pendant-dix-ans/




Sirio Blanco, la leyenda del Real Oviedo que es recordada en Francia

En una época donde el profesionalismo estatal comenzaba a fraguarse, en la actual cabecera de la comarca Saja-Nansa cántabra, Cabezón de la Sal, nació el 10 de noviembre de 1909 Sirio Blanco, un mediocentro que haría las delicias de sus vecinos asturianos y de varios equipos galos durante la Guerra Civil española.

No obstante, tanto él como su familia se mudaron al barrio gijonés de Ceares, en cuyo equipo, el Club Fortuna, se le brindó la oportunidad de jugar federado a la edad de 15 años. La entidad terminaría fusionándose con el Unión Deportivo Rácing de Viesques en 1926, por lo que Sirio pasó a pertenecer al recién formado Club Gijón. Bajo esta nomenclatura tiene lugar el primer gran éxito futbolístico del cántabro, pues el Club Gijón logra imponerse por tres a dos al Hércules en la final de España por equipos amateur celebrada en Montjuic en 1930.

Aquella proeza era el salto perfecto de algunos jugadores al profesionalismo balompédico, siendo el Sporting de Gijón uno de los destinos más usuales. No obstante, el pase de Sirio Blanco fue completado por el otro gran asturiano, el Real Oviedo -Oviedo FC durante la República-, quien fichó al habilidoso jugador en 1931 con las miras puestas en un ascenso a Primera División Nacional. Además de un emolumento, el club ovetense ofreció al Club Gijón jugar un partido de exhibición a cambio de efectuar el traspaso de Sirio, oficializándose el fichaje.

La entrada de Sirio en el once sirvió para añadir un plus de calidad a una plantilla que consiguió el ascenso apenas dos años después, en 1933, cuando lideraron la clasificación con 27 puntos a través de un elenco de ensueño con Casuco, Gallart o el celebérrimo delantero nacional Isidro Lángara.

En su estreno en la élite, el conjunto carbayón se hizo con otro internacional español como fue Herrerita, quien permaneció en la entidad hasta 1936 igual que Sirio. Suya fue la ocurrencia de apodar al mediocentro ‘El Ferré’, un compuesto del hierro utilizado en la reparación de automóviles que hacía referencia a la capacidad de Sirio por organizar a su equipo y sorprender al rival.

Con la llegada de la Guerra Civil, Sirio Blanco abandonó el club y Asturias para exiliarse en Francia a la espera de novedades en la resolución de la contienda. El periódico galo L’Auto confirmó su fichaje por el Sète el 29 de abril de 1937, presentándolo con gran énfasis: «viene de Oviedo donde jugaba de interior justo detrás del famoso Lángara. La nueva incorporación sétoise también puede jugar de mediocentro, y posiblemente haga su debut en un partido amistoso».

Les Dauphins’ eran uno de los clubes más punteros del campeonato estatal francés, ganando la liga y copa de 1934 y posteriormente repitiendo entorchado liguero en 1939. La cercanía de la ciudad con Cataluña fue un reclamo para el desembarco de diversos jugadores del FC Barcelona durante la contienda. Cuando arribó Sirio ya estaba Josep Raich en dinámica, pero posteriormente se unirían jugadores de la talla de Balmanya y Escolà.

Aquel partido amistoso al que referenció L’Auto para el debut de Sirio no fue otro que el jugado contra la selección vasca de Euskadi el 30 de mayo de 1937, siendo el Sète uno de los pocos equipos que lograron vencer al conjunto por tres goles a uno. Las alineaciones de ambos contrincantes fueron las siguientes:

SÈTE: Llense; Mercier, Franqués; Schmitt, Raich, Sirio; Cammarata (Laurent 46`), Gabrillargues, Koranyi, Petrach, Presch.

EUSKADI: Blasco; Areso, Roberto; Cilaurren, Muguerza, Zubieta; Gorostiza, Luis Regueiro, Lángara, Larrínaga, Emilín.

Los goles fueron obra de Cammarata y Koranyi por partida doble en los locales, mientras que el ex compañero de Sirio, Isidro Lángara, anotó el de los vascos. A pesar de ser un partido de exhibición, la crónica asegura que se puso en juego una copa para el ganador.

No obstante, el paso del español por el Sète fue muy fugaz, enrolándose a las pocas semanas con el Toulouse, un equipo que venía de fundarse el 20 de marzo de 1937 y que afrontaba su primera temporada en Segunda División. Hacía allí pusieron rumbo varios jugadores de la plantilla del Sète, entre los que destacaba uno de los goleadores del anterior partido, Henri Cammarata. Sirio permaneció en el club durante dos temporadas hasta 1939, gozando de protagonismo en el once inicial del club neonato.

Con la contienda acabada y la vuelta de los equipos de fútbol españoles a la progresiva normalidad, el Real Oviedo formalizó de nuevo la ficha de Sirio Blanco para poder contar con él en el regreso a los ruedos de la élite del balompié. Jugó desde 1941 hasta 1947, momento en el que abandonó entre sentidos homenajes el club de su vida a la edad de 38 años. Sin embargo, aquel cierre de ciclo no supuso el fin en la carrera del técnico mediocentro, pues todavía llegó a los 40 años como jugador en activo en el equipo de Talavera de la Reina, un menester que complementó con labores de entrenador. Aquel reto fue aceptado por el jugador debido a una amistad que mantenía con uno de los dirigentes de la entidad.

Una vez en el retiro regresó a Gijón, donde siguió sus pinitos de entrenador a la par que ejercía el oficio de agente de publicidad en eventos. Fallecería en la ciudad el 28 de enero 1973 a la edad de 64 años, dejando un legado inmenso canalizado en aquel campeonato amateur con el Club Gijón, el ascenso a Primera con el Real Oviedo o sus años en diversos equipos franceses antes de volver al conjunto ovetense.




Jesús Varela, el ‘torpedo’ que no dominó nunca el ruso

La vida de Jesús Varela es bastante desconocida en España, si bien goza de amplios reportajes en Rusia. Su ficha asegura que nació en el día de Navidad de 1923 en Génova, Italia, si bien su familia no tardaría en mudarse a la que sería su verdadera ciudad natal, San Sebastián.

Criado en una vivienda de ideología abiertamente de izquierdas, el estallido de la Guerra Civil y el avance de los sublevados empujó a la diáspora a varios familiares; su padre se refugió en Francia ante el temor de ser apresado en Donostia, mientras que el propio Jesús se subiría a uno de los famosos barcos que atracaron en la URSS en 1937.

A diferencia de otros niños españoles, Varela no pasó muchos meses en la zona más occidental de la actual Rusia, siendo reubicado en un orfanato de Asia central. Esta lejanía fue clave para una anécdota curiosa, pues pese a desarrollar toda su vida en la URSS, Jesús siempre dominó mucho mejor el castellano que el ruso, un idioma en el que le costaba hacerse entender. Por otra parte, los orfanatos de aquellas regiones estaban en condiciones terribles. No había calefacción en invierno, los alimentos eran reducidos y la higiene brillaba por su ausencia en los cuartos superpoblados, perpetuando un ecosistema perfecto para la tuberculosis o la disentería.

Muchos de aquellos infantes no tuvieron acceso a una educación mínima, por lo que algunos supervivientes como Jesús, en su vuelta a Moscú, ingresaron en la Academia Agrícola Timiryazev con el objetivo de aprender el oficio de agricultor. Sin embargo, el hispano-italiano siempre prefirió jugar al fútbol antes que focalizarse en los estudios, siendo expulsado al cuarto año de la academia. Por fortuna, en 1947 el Torpedo moscovita se fijó en aquel menudo atacante de vocablos latinos y 1,72 centímetros de altura, firmándolo dos temporadas en las que disputó 15 partidos y marcó seis goles.

La escuela no le había dado un diploma, pero indirectamente le brindó la que sería su compañera de vida, la nativa Lydia Maksimovna, a quien no le convencía la idea marital de cambiar un oficio serio como el agrícola por uno tan superfluo como pegar patadas a un balón. Si Ruperto Sagasti, otro ‘niño de Rusia’, tuvo al entrenador Abram Dangulov como su cicerone del cuero, Jesús Varela tuvo a su homónimo en Viktor Maslov, quien fue mandado a 420 kilómetros de Moscú, a la ciudad de Nizhny Novgorod, lo que se denominó como «un exilio honorable», con el objetivo de darle una estocada al Torpedo de allí, el Gorky, construyendo un proyecto en la Primera División del país.

Maslow se llevó consigo a unos cuantos del Torpedo de Moscú, a saber, Vladimir Deryugin, Nikolai Evseev, Boris Safronov, Anton Yakovlev y Jesús Varela. ‘Chuchi’, como se le apodaba en aquellas tierras del Este, arribó al club en 1949, disfrutando del fútbol hasta que se retiró definitivamente en 1955. El atacante encontró su lugar sobre el césped, tuvo a su primer hijo llamado Victorino en la remota ciudad y se hizo un ídolo de la afición local, tal y como recordaba su mujer en una entrevista: «mis padres aún no lo conocían, pero ya sabían de Jesús en ausencia. Cuando Torpedo se enfrentó al equipo local en Stalinabad, el partido fue transmitido por la radio y se escucharon los gritos de la afición: ¡Wah-re-la! ¡Wah-re-la!».

‘Chuchi’ logró ascender en dos años diferentes (1951 y 1954) a la Primera División soviética, si bien sus presencias se redujeron a partir de 1952 al tener que pasar por quirófano por una doble fractura abierta en la pierna. Una vez en el retiro, Varela, que no había acabado ninguna formación profesional en sus tiempos jóvenes, se pluriempleó en lo que hiciera falta, desde mecánico en una de las empresas automovilísticas estatales más punteras, la Gorkovsky Avtomobilny Zavod (GAZ), o como encargado de transporte de carne en una tienda local. Nunca quiso alejarse del fútbol, por lo que intentó impregnar a los equipos de niños que entrenó el juego vistoso y galopante que cautivó a los fans del Gorky.

La idea del retorno permanente a su San Sebastián natal siempre estuvo en mente, si bien nunca se efectuó. Sin embargo, Lydia y Jesús pudieron visitar España en 1979, con la apertura de la transición democrática. El exfutbolista no había visto a su madre desde que huyó en 1937, por lo que el reencuentro adquirió un carácter puramente sentimental: «la reunión fue muy dramática. ¡Daba miedo pensar que Jesús no había visto a su propia madre en 40 años! Sollocé por la experiencia durante varias horas seguidas».

Grigory Gusev, un historiador del fútbol de la ciudad de Nizhny Novgorod, escribió en un artículo que siempre se le quedó la espina de haber podido conocer a un ídolo de la ciudad como fue Varela, quien falleció el 15 de enero de 1995. Las circunstancias, tal y como él cuenta, son bastante cómicas, por lo que serán sus letras las que despidan a este personaje que hizo las delicias de los Torpedos soviéticos: «me arrepiento y me vuelvo a arrepentir. Pero el autor de estas líneas no conocía a Jesús Varela. Aunque en varias ocasiones estuve deseando que sus amigos torpedistas me lo presentaran. Pero todas las veces me disuadieron de nuestro encuentro, diciendo que ‘Chuchi’ no me diría nada útil. Había vivido toda su vida en Rusia, pero nunca había aprendido a hablar ruso. Yo tenía la opción de hablar con él en su lengua materna, el español. A finales de los 80, estaba cortejando a una chica que estudiaba en la escuela de idiomas. Ella estaba dispuesta a ayudarme, pero de alguna manera no funcionó…».