Un escenario neotécnico para el Chelsea FC

 Recientemente se ha conocido la noticia, según la cual, el Chelsea FC ha presentado una oferta para comprar la célebre BatterseaPowerStationcon la intención de construir en ella un lujoso estadio con capacidad para 60.000 personas, tras desestimar la aplicación de su actual sede: Stamford Bridge.

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La gran central eléctrica, obra de Sir Giles Gilbert Scott (1880-1960), empezó a construirse en 1939, y en sus inicios produjo energía con el carbón como materia prima, convirtiéndose, desde su cierre en 1983, en un edificio emblemático al que se le han buscado diferentes usos ajenos al mundo industrial.

Con sus cuerpos de ladrillo asentados a orillas del Támesis, la imponente estación sostienesobre sus esquinas 4 grandes chimeneas que se elevan majestuosasmás de 100 metros hacia el cielo de Londres. Unas chimeneas cuyo humo hoy desaparecido, evocaba los tiempos de la Revolución Industrial, la atmósfera de Dickens y Marx.

Y si nos referimos a la Revolución Industrial es porque sostenemos que el fútbol hunde sus raíces, hasta encontrar su origen, en las sociedades marcadas por los nuevos sistemas de producción y la energía que alimentaba a los mismos en la llamada era neotécnica[1], marcada por la electricidad y todavía deudora del carbón. Una época que continuó concentrando a grandes cantidades de población en las ciudades donde se había inventado el fútbol.Esta afirmación, la delosprecisos inicios del fútbol, excluye otros juegos o ceremonias que, por sus similitudes con el deporte practicado por los jugadores del Chelsea, a menudo se sitúan,de forma errónea,en el origen del balompié[2]. En definitiva, lo que afirmamos es que, en un ambiente urbano sostenido por el mundo industrial, es donde el fútbol comenzó a desarrollarse, para expandirse de un modo exponencial a partir de la II Guerra Mundial, cuando en el Viejo Continente se comienza a disputar la Copa de Europa de clubes y el fútbol adquiriere una mayor dimensión, al calor de las sociedades capitalistas de bienestar que en sus pausas dominicales permitían la celebración de partidos a los que asistían ociosas multitudes. Factores estos a los que hemos de unir el desarrollo de la televisión.

Hechas estas consideraciones, la posibilidad manejada por el club del acomodado barrio londinense merece nuestra atención, pues ante la expectativa del regreso del fútbol a un enclave industrial, se plantean varias interrogantes: ¿pueden considerarse obreros a los millonarios jugadores del Chelsea?, o¿qué puede llevar a Román Abramóvich a fijarse en la vieja estación?

La primera pregunta nos plantea el problema de cómoconfeccionar una suerte de columnaestratigráficasociolaboral en la que pudiéramos insertar a tan particulares asalariados, con las consecuencias ideológicas que de dicha clasificación se derivaran, pues es evidente que el salario pagado por el empresarioAbramóvich acambio de la fuerza de trabajo de jugadores como Drogba, es muy superior al del más cualificado operario que estuvo empleado en la estación eléctrica.

La segunda cuestión, acaso más sencilla,nos conecta con movimientos estéticos concretos. En particular con la llamada Arqueología industrial que de alguna manera sacraliza hangares, fábricas y almacenes ya en desuso de un modo similar a como el arte resacraliza, por medio del potente influjo del Mito de la Cultura, espacios religiosos ya alejados de la jurisdicción eclesiástica[3].

Alimentado por el flujo económico del petróleo ruso, con una plantilla confeccionada con jugadores formados en las más dispares canteras o factorías futbolísticas, el Chelsea, en su intento de establecerse en la BatterseaPowerStation, parece evocar las palabras de Alfredo Di Stéfano, quien empleando una certera metáfora, se referíaal estadio Santiago Bernabéu como «La Fábrica».

 Iván Vélez

 


[1] Véase Mumford, Lewis; Técnica y civilización. (1934). Versión de Constantino Aznar de Acevedo, Alianza Editorial, Madrid, 2006.

[2] En este sentido, suscribimos las tesis de Víctor Martínez Patón en su artículo «El fútbol no nació en China»,Cuadernos de Fútbol, Nº 17, enero de 2011, http://www.cihefe.es/cuadernosdefutbol/2011/01/el-futbol-no-nacio-en-china/

[3] Véaseel artículo de Gustavo Bueno «Más allá de lo Sagrado:un análisis del proyecto del mural de Jesús Mateo», El Catoblepas, núm. 122, abril 2012, pág. 2.http://www.nodulo.org/ec/2012/n122p02.htm




Fútbol y memoria histórica

«Siempre un triunfo de este nivel supone una afirmación, un orgullo de país. Y es que España, en todo el periodo democrático, el mejor de nuestra historia, no consiguió nada así. Había como una especie de drama por no haber conseguido esto, teniendo una gran Liga de fútbol y grandes jugadores. Y, por fin, ya lo hemos conseguido, se ha cerrado la transición en el fútbol español con esta gran victoria».

 Con estas palabras se expresaba un eufórico José Luis Rodríguez Zapatero, Presidente del Gobierno de España, tras el triunfo de la selección española de fútbol en la Eurocopa 2008 celebrada en Austria y Suiza, merced al triunfo sobre la selección alemana por un gol -obra de El Niño Torres- a cero en la final disputada en el Estadio Prater de Viena.

 España ganaba de este modo su segundo Campeonato de Europa, pues en el año 1964, en plena dictadura del general Francisco Franco, la selección se alzaría como campeona de Europa en otra final, la que enfrentó a España y la U.R.S.S. en el estadio Santiago Bernabéu, por 2-1 gracias al gol de Marcelino que batía al portero soviético Lev Yashin, la mítica Araña Negra. El diario ABC, el día 23 de junio de 1964, decía textualmente, en relación con la final disputada:

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 «Ante el equipo de la U.R.S.S., cuya roja bandera estaba izada en lo alto del estadio, ante seiscientos periodistas de todo el mundo y ante los millones de televidentes de la Eurovisión y de la Intervisión, una masa heterogénea de 120.000 españoles de todas las edades y clases tributó el domingo al Jefe del Estado una de las más sostenidas, fervientes y clamorosas ovaciones que registra su larga vida política. Fue testimonio espontáneo y cordial que el pueblo español brindó al mundo y muy singularmente a la Unión Soviética. Al cabo de veinticinco años de paz, detrás de cada aplauso sonaba un auténtico y elocuente respaldo al espíritu del 18 de julio. En este cuarto de siglo, diríase que nunca había rayado más alto la intencionada y entusiasta adhesión popular al Estado nacido de la victoria sobre el comunismo y sus compañeros de viaje, dentro y fuera.»[1]

 En ese mismo periódico se habla de la recepción del Franco a los integrantes de la selección. No conocemos el contenido de los discursos pronunciados por Franco en el Palacio de El Pardo, si bien la información recogida por la prensa es la siguiente:

 «El Caudillo agradeció a los seleccionados su entrega total y que hayan tenido ocasión de demostrar a muchos millones de aficionados la pujanza de la juventud española. Terminó felicitándoles efusivamente. A continuación, el Generalísimo departió con los jugadores, de los que se despidió con el mayor afecto, deseándoles muchos triunfos en su vida y agradeciéndoles que le brindasen la victoria.»

 Cuarenta y cuatro años más tarde, Zapatero, cuidándose mucho de citarlo, se refería a este lejano triunfo, mientras establecía unas diferencias sustanciales entre ambos éxitos. El primero, logrado en el contexto de una dictadura, no podía ponerse en el mismo plano que la reciente victoria, inscrita dentro de la democracia coronada por él presidida. De este modo, y de forma harto sutil, los engranajes de la llamada «memoria histórica», comenzaban a actuar en el campo futbolístico, que mediante la consecución de este campeonato, se habría puesto al día, desprendiéndose de las adherencias franquistas que perpetuaban, en palabras del krausista castellano, «una especie de drama», entre las filas de la democrática afición española.

 Estas y otras cuestiones relacionadas con el fútbol, invitan a tratar sobre un deporte de enorme implantación en las sociedades democráticas de mercado pletórico que operan en el presente, pues el llamado «deporte rey», no supone una cantidad despreciable, una realidad ante la que quepa mantenerse de espaldas. Por todo ello, en este escrito nos proponemos ahondar en cuestiones relativas al fútbol, situando nuestro interés en sus relaciones con la citada  «memoria histórica», sin limitarnos a este autoimpuesto margen, con el fin de abrir vías a ulteriores estudios en torno al deporte nacido en el siglo XIX en Inglaterra.

 Antes de entrar en materia, parece oportuno dar unas breves pinceladas de carácter histórico en torno a los orígenes del balompié. El surgimiento e implantación del fútbol, como es bien sabido, viene ligado a ciudades industrializadas. Es en las urbes donde el fútbol irá adquiriendo una escala cada vez más amplia que le permitirá pasar de ser un deporte practicado por un conjunto de individuos, a convertirse en un espectáculo de masas que atraerá a un número creciente de público cuya acumulación propiciará, en sus efectos arquitectónicos, el levantamiento de gradas que permitan la visibilidad del juego por parte de un gran cantidad de espectadores que de este modo pasarán de la isocefalia del conjunto de individuos que contemplan una escena, a una estratificación de los puntos de vista que condicionarán la construcción de estadios cada vez de mayor aforo, levantados en la periferia de las ciudades. La profesionalización de los jugadores y el tratamiento específico de estas actividades por parte de la prensa, serían los siguientes pasos.

 Pronto el fútbol desbordaría las fronteras de Gran Bretaña, e incluso de su área de influencia económica y política. Así, el fútbol llegaría a España por medio de los colectivos británicos asentados, por motivos comerciales principalmente, dentro de nuestras fronteras. El primer club de fútbol en fundarse sería el Huelva Recreation Club, que lo haría en 1889, para posteriormente rebautizarse bajo la fórmula hispanizada de Recreativo de Huelva que aún mantiene.

 Rebasados los límites británicos, el fútbol comenzará a adquirir una inequívoca dimensión cortical ya sea por los enfrentamientos entre equipos de diferentes países o, sobre todo, a partir de la constitución de las selecciones nacionales. Antes de proseguir por este camino, hemos de advertir que los propios clubes se dotarán de una simbología deudora de la heráldica cuando no reproductora de la misma. En efecto, un simple repaso por los escudos, colores y banderas que representan a los equipos, nos remitirá a regiones, reinos, e incluso, aspiraciones políticas que se canalizarían por medio de estas así llamadas, y no por casualidad, sociedades.

 Aún más, la complejidad y desarrollo adquiridos por el fútbol, propiciarán la fundación de diversas estructuras e instituciones que reproducen algunas propias de las sociedades políticas. Sirvan como ejemplo los remedos de órganos judicial y ejecutivo que rigen las competiciones, equiparables a la capa conjuntiva de una sociedad política. Por otro lado, del vigor cortical adquirido por el fútbol, dan cuenta organizaciones supranacionales tales como la FIFA, o la UEFA, organismo éste último que recoge el europeismo reinante en la época de su fundación. En efecto, la UEFA fue fundada el 15 de junio de 1954 en Basilea, Suiza, en plena etapa de reconstrucción europea, con la «aislada» España integrada en ella desde su mismo comienzo. Por abundar en los argumentos expuestos, basta decir que la fundación de la UEFA se produce tan solo tres años más tarde de que en 1951, Alemania, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo y los Países Bajos, firmen el Tratado de París por el que se crea la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), embrión de la actual Unión Europea.

 Continuando con las analogías corticales, hemos de referirnos a la manida comparación de los partidos de fútbol con episodios bélicos. Hasta tal punto los equipos operarán a modo de pacíficos ejércitos, que el fútbol no sólo ha incorporado a su jerga vocablos marciales, sino que incluso ha servido para dar nombre a un conflicto armado, la denominada Guerra del fútbol o la Guerra de las 100 horas, así llamada por la coincidencia de este hecho con los derivados de un partido de fútbol que enfrentó a las selecciones nacionales de Honduras y El Salvador, con motivo de la disputa de las eliminatorias a la Copa Mundial de Fútbol de 1970.

 Por si quedara alguna duda de la instrumentalización política de que es objeto el fútbol,  basta citar un par de ejemplos españoles. Por un lado, la anhelada aspiración que diversas comunidades autónomas españolas, principalmente aquellas caracterizadas por sus veleidades independentistas, han mostrado por la posibilidad de contar con selecciones nacionales propias que en un futuro no lejano podrían enfrentarse a la propia selección española[2]. Con esta aspiración, se han confeccionado plataformas que impulsan tales iniciativas, subvencionadas asociaciones que se hicieron particularmente visibles en la final de la Copa de S. M. el Rey celebrada en 2009 en Valencia, la que enfrentaría a F. C. Barcelona y Athletic de Bilbao, célebre por la sonora pitada al himno nacional, convenientemente censurada por TVE, que el público, a instancias de las consignas lanzadas por Esait y Catalunya Acció, realizaría.

La alusión al F. C. Barcelona, invita a tratar en torno al papel político que éste ha jugado. Caracterizado por su lema según el cual esta institución es més que un club, el F. C. Barcelona se arroga a menudo el papel de embajador de una muy particular Cataluña. En su página web, esta cuestión queda explícita:

 «El FC Barcelona es més que un club (más que un club) en Catalunya, porque es la institución deportiva más representativa del país y uno de sus mejores embajadores. También, por razones diferentes, el FC Barcelona es más que un club para muchas personas del resto del Estado español que vieron en el Barça un firme defensor de los derechos y las libertades democráticas.»[3]

Enfangado en constantes peticiones de principio -la aspiración de soberanía propia se reclama y a la vez se da por hecha al omitir a la nación española y todos su símbolos-, el club culé no se resiste a incorporar en su historia todos los lugares comunes de la «memoria histórica», en este caso, la particular versión nacionalista catalana según la cual, la Guerra Civil y el franquismo no habrían sido otra cosa que una guerra entre España y Cataluña seguida de una cruel represión de similar planteamiento. El club catalán, que ya habría servido como vehículo a la facción catalanista durante la dictadura de Primo de Rivera[4], describe de esta particular forma algunos de sus episodios que toman como punto de partida el lema arriba citado:

 «Esta circunstancia fue especialmente notoria tras el acceso a la presidencia en 1968 de Narcís de Carreras, que utilizó por primera vez una divisa que se haría muy famosa: el Barça es «más que un club». La identificación de la entidad con las corrientes más catalanistas y antifranquistas de la sociedad catalana dotó al club de una fuerza social importantísima, que se vehiculó también a través de unas relaciones cada vez más fluidas con el mundo cultural. El fichaje del crack Johan Cruyff, seguido de la conquista del campeonato de Liga 1973-1974, y la coincidencia de este triunfo con la celebración del 75 aniversario del club, propiciaron una etapa de máxima eclosión barcelonista, a pesar de las limitaciones que todavía imponía el franquismo.»[5]

 Dejando a un lado el caso barcelonista, regresemos ahora a algunos aspectos relacionados con la selección española. Desde las Olimpiadas de Amberes de 1920, en las que lograría la medalla de plata, la selección fue conocida con el sobrenombre de «la Furia Roja». El apodo, al parecer, fue creado por los periodistas italianos, quienes comenzarían a llamarla la «Furia Rossa», apelativo que, de manera consciente o no, relacionaría el carácter del equipo español con asuntos bélicos, dado que sería precisamente «La Furia Española» quien protagonizaría el célebre Saqueo de Amberes, episodio de la historia militar española acaecido en 1576. A pesar de todo, ambas furias cohabitarían en el mundo de la palabra escrita, pues en 1924 vería la luz, con gran éxito y gracias a la editorial Renacimiento, el libro La Furia española, obra de «Juan Deportista» pseudónimo tras el que se ocultaba el periodista madrileño Alberto Martín Fernández, quien también trabajaría como reportero de guerra bajo el nombre de «Spectator». Más tarde, el historiador del fútbol español, Félix Martialay Martín-Sánchez, también emplearía el rótulo «furia española» en numerosos trabajos editados en la década de los cincuenta.

El partido más emblemático de aquella «Furia Roja» es el tercero que disputó la selección en los citados Juegos ante Suecia, donde Belauste pronunciaría su famosa frase: «¡Sabino, a mí el pelotón que los arrollo!». Sería décadas más tarde cuando la «Furia Roja», o «Furia Española», daría paso a otro sobrenombre: «la Roja», un apelativo que habría de adquirir sentidos probablemente muy alejados del que le diera el que parece ser su formulador: el seleccionador español Luis Aragonés. Sea como fuere, bien por mimetismo con el sobrenombre recibido en Italia bien tratando de incorporar connotaciones políticas, la prensa española de los años treinta ya incorporó la fórmula «Furia roja» para referirse a la selección. De este modo, el 23 de marzo de 1933, en el periódico El Imparcial, podemos leer dentro del artículo «Un simulacro de partido en el Stádium para entrenamiento del equipo nacional» lo que sigue:

 «Ya tenemos la furia roja en el verde del Stadium. Claro que esta vez se dejaron la clásica bravura hispana en la caseta».

La expresión continuaría empleándose en prensa hasta el año 1935, poco antes de la Guerra Civil, a partir de la cual era más complicado sostenerla debido a las asociaciones ideológicas que llevaba consigo.

 «La Roja», entendida en el contexto actual, en principio, -y a ello seguramente se referiría el «sabio de Hortaleza»- haría alusión al color de la camiseta de la selección. Se trataría, en este caso, de quedarse con el adjetivo, que acaso mantendría, por las conocidas connotaciones de este color, la apelación a la sangre, incluso a la lucha, haciendo referencia de forma indirecta a la célebre furia hispana; mas también, y a ello se sumaría buena parte de la prensa afín a la socialdemocracia gobernante autoproclamada «progresista», haría referencia a uno de los bandos de la Guerra Civil: el bando republicano o «rojo» -colorado o encarnado si nos atenemos a la terminología franquista refractaria al uso de la palabra rojo-. En definitiva, «la Roja», al margen del más que posible guiño político, evitaría la pronunciación del verdadero nombre del equipo, bien sea éste la selección española de fútbol, la selección nacional o, simplemente, España. Con la fórmula colorista, se eludiría la alusión a España, algo muy útil en un tiempo en que el fan que reside en la Moncloa, habría afirmado que «España es una nación discutida y discutible». Para terminar con este asunto, hemos de subrayar hasta qué punto se ha institucionalizado el colorista sobrenombre, sirva de muestra la reciente publicación del libro Las confesiones de la roja (Libros La Cúpula, Madrid, 2010), escrito por el periodista Miguel Ángel Díaz.

 Las relaciones entre fútbol y política, nos invitan a introducir otros aspectos que refuerzan estos vínculos. De entre éstos, y siempre teniendo como escenario España,   escogeremos las conexiones entre el auge futbolístico y el desarrollo de la sociedad de mercado pletórico en que habría desembocado el franquismo, de cuya transformación -transición frente a ruptura- , resultaría la actual democracia coronada que incluso habría sustituido la Copa del Generalísimo por la Copa del Rey.

 Terminada la Guerra Civil, y a pesar de la dura represión existente, la dictadura de Franco, quien en algunos aspectos se miraría en el espejo de Primo de Rivera pero también en el de la Unión Soviética, comenzaría a practicar lo que Gustavo Bueno ha denominado socialismo de derechas[6], apoyado, entre otras, en instituciones tales como el Servicio Nacional de Regiones Devastadas y Reparaciones (SNRDR), organismo creado por la autoridad instaurada por el bando franquista en las zonas bajo su poder en una fecha tan temprana como enero de 1938. En 1957, este organismo fue disuelto, pasando algunas de sus competencias al Ministerio de la Vivienda de España. Pero sobre todo y al margen de la puesta en marcha de estos y otros proyectos de ámbito nacional -cabe citar en este punto los célebres «pantanos de Franco»-, la institución emblemática del franquismo, la que abriría el camino hacia la llamada «sociedad del bienestar», caracterizada, entre otros atributos, por proporcionar a los españoles una sanidad universal, es la Seguridad Social, que, pese a contar con precedentes de aplicación parcial por lo que al total de la población se refiere, cristalizaría a partir de la creación, el 9 de marzo de 1938, del Fuero del Trabajo, que serviría como base para el posterior Fuero de los Españoles, aprobado en 1945, que a su vez daría paso, en 1963, a la Ley de Bases.

 En el texto del Fuero del Trabajo, hallamos las claves que avalan la adscripción del franquismo al socialismo de derechas citado[7]. Es allí donde, además, comienza a tratarse en profundidad el ocio como un derecho, como puede comprobarse en su II Capítulo.

 «Se crearán las instituciones necesarias para que en las horas libres y en los recreos de los trabajadores, tengan éstos acceso al disfrute de todos los bienes de la cultura, la alegría, la milicia, la salud y el deporte.»

 En dicho Fuero, se encomienda la tarea de la regulación del tiempo libre a los sindicatos. En efecto, la Organización Sindical crea, en diciembre de 1939, la Obra Nacional «Alegría y Descanso», que más tarde, en 1940, pasaría a llamarse Obra Sindical «Educación y Descanso». A la Obra Sindical, se debe la construcción de importantes instalaciones deportivas públicas como los Parques Sindicales, entre los que destaca el de Madrid, inaugurado en 1955, debido al arquitecto Manuel Muñoz Monasterio -autor junto a Luis Alemany Soler del que acabaría llamándose Estadio Santiago Bernabéu, inaugurado en 1947-, o la puesta en marcha de los Juegos Deportivos Sindicales que estimulaban la rivalidad entre empresas.

 El tiempo libre, como queda dicho, comienza a tener un peso importante, siendo objeto de control por parte de la capa conjuntiva de la nación española, de la que forman parte los «sindicatos verticales». Cuando aludimos a una capa de la sociedad, lo hacemos para distanciarnos de esa corriente, verdaderamente simplista, según la cual el franquismo giraría casi en exclusiva en torno a la limitada y cruel figura de un general gallego, y ello, sin perjuicio de que éste, según reza la numismática de la época, fuera caudillo de España «por la Gracia de Dios». De este modo, ya en 1946, todavía o acaso por el peso que tenían las corrientes falangistas, que por cierto emplean una terminología propia del marxismo -nótese el uso del concepto de clase arriba citado- el Estatuto de la Función Asistencial, refuerza la actuación de Educación y Descanso con el establecimiento de Consejos Asesores y Patronatos. Las áreas a las que iba destinada la acción de la misma, eran: Deportes, Extensión Cultural, Turismo Social, Promoción y Orientación y Programación e Inversiones, en unas actuaciones que a menudo recogían las peculiaridades provinciales y regionales cuyo escaparate eran las exhibiciones del 1 de mayo, de fuerte tonalidad folclórica, y que tendrían su primer escenario en el estadio Santiago Bernabéu, donde se celebrarían los I Juegos Deportivos Sindicales para conmemorar la fiesta de San José Artesano, en 1958.

 Pero si los sindicatos canalizaban estas actividades lúdicas, el sector empresarial no le andaría a la zaga, pues una vez constituidos los llamados Grupos de Empresa, éstos impulsarían diversas  actividades artísticas, dando lugar a los Hogares del Productor, centro de reuniones laborales y culturales.

 De las instituciones citadas, hemos de pasar a un artefacto fuertemente «socializador», la televisión, también introducida masivamente en España por cauces estatales, la RTVE. La primera emisión televisiva en España, en realidad una suerte de exhibición puntual, se remonta al 10 de junio de 1948, durante una exposición de tecnología en la Feria Internacional de Muestras celebrada en el Palacio de Montjuïc de Barcelona. Sin embargo, no será hasta 1952, cuando se celebre la primera retransmisión deportiva, con Matías Prats como locutor. Desde el Estadio de Chamartín, se televisó un partido de fútbol entre el Real Madrid y el Racing de Santander, tan sólo accesible por este medio, para un grupo de altos cargos franquistas madrileños. Será éste el punto de arranque de las fructíferas relaciones entre fútbol y televisión formal[8].

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 La programación televisiva diariay con ella la cada vez más mayoritaria presencia de receptores de televisión en los hogares, daría comienzo el 28 de octubre de 1956, fecha en la que se sitúa el comienzo oficial de la televisión en España. A partir de entonces, televisión y fútbol irán de la mano, realimentándose mutuamente, como puede comprobarse por las grandes audiencias que este deporte mantiene en la actualidad.

 Será en esta tercera década del franquismo (1956-1965), acertadamente analizada en la obra Telebasura y democracia de Gustavo Bueno, cuando se fortalezca la relación fútbol-televisión, por medio de las televisiones domésticas, pero también a través de los teleclubs creados por Fraga en 1964, germen de lo que posteriormente serían las Casas de Cultura. La cita de ABC que reproducíamos más arriba, evidencia la conexión entre fútbol y televisión, hasta el punto de que el Telón de Acero serviría de plano de simetría para dos plataformas mediáticas: Eurovisión en la Europa Occidental, e Intervisión del lado de la llamada Europa del Este.

 Hechas estas consideraciones, es momento de tratar en torno al modo que, desde los presupuestos de la «memoria histórica», podrá ser visto el fútbol. Según las particulares coordenadas «memoriohistoricistas», la dictadura de Franco habría constituido un largo paréntesis histórico, un tiempo de silencio que desde la flamante democracia imperante en la actualidad, deberá no sólo ser reinterpretado, sino también juzgado hasta el punto de poner en práctica una verdadera damnatio memoriae que permite el borrado de todo aquello que entraría en conflicto con la ideología dominante en el tiempo actual.

 De este modo, auspiciada por un gobierno que exhibe constantemente su condición de socialista -un socialismo que acaso solo podría ser caracterizado como nominal- comenzará un particular desmontaje de estatuas, placas y títulos, proceso que podríamos caracterizar como «descendente», es decir, dirigido desde instituciones gubernamentales y al que el fútbol no será ajeno, como puede comprobarse por la percepción que de la victoria europea de 1964 tiene el propio Presidente del Gobierno.

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 Asumida por grandes áreas de la población española, la citada damnatio memoriae, no sólo operará en un sentido «descendente», es decir, impulsada desde las más altas instancias del Estado por medio de la aprobación y aplicación de leyes, sino que este borrado también se producirá en un modo «ascendente», lo que da cuenta de hasta qué punto el «pueblo español» ha interiorizado esta visión proyectada sobre cuatro oscuras décadas que se perciben de un modo monolítico. De entre las iniciativas que trazan un sentido ascendente, sirva como ejemplo el modesto club madrileño Puerta Bonita, fundado en 1942, cuyo campo, el llamado desde su fundación Hogar del Generalísimo Franco, pasará a perder su oneroso apellido, para ser conocido en la actualidad como El Hogar.

 Finalicemos. Ante la gran cantidad de ideas que, de un modo u otro, tienen que ver con el fútbol plenamente implantado en sociedades diversas, parece necesaria, si no inevitable, la adopción de una actitud crítica, filosófica en suma, que permita referirse a él más allá de los consabidos tópicos que lo envuelven. Ese y no otro, ha sido el propósito al que este breve trabajo ha intentado contribuir.

 Iván Vélez

 

  ABC, 23 de junio de 1964. Núm. 18.180, Pág 55

 [2] En este sentido son reseñables las declaraciones hechas por Rafael Niubó, secretario general de Deporte de la Generalidad de Cataluña tras la victoria de la selección catalana en el Mundial B de hockey sobre patines. Durante la recepción hecha por Pascual Maragall en el Palacio de la Generalidad, Niubó propuso que España se «busque un nombre o se lo invente» para participar en las competiciones deportivas internacionales. En este sentido, conocido es el mantra que las facciones secesionistas que operan en España, repiten sin cesar: «una nación, una selección». Como ejemplo del uso del fútbol como medio para canalizar el odio a España, podemos citar las declaraciones del presidente del PNV, Iñigo Urkullu, vertidas con ocasión del partido disputado en la Eurocopa 2008, afirmado en la televisión pública vasca (ETB) que apoyaría a Rusia en la semifinal de la Eurocopa contra España. El líder de los nacionalistas vascos, en una exhibición de falsa conciencia, declaró: «No puedo apoyar a Euskadi, así que entre las cuatro selecciones que quedan, yo me quedo con Rusia». El motivo, según él, era bien simple: «apoyo a Rusia sólo porque juegan bien», manifestó.

 [3] http://www.fcbarcelona.cat/web/castellano/club/club_avui/mes_que_un_club/mesqueunclub.html

 [4] El lector puede leer el artículo de José Manuel Rodríguez Pardo, «Historia de dos abucheos», publicado en Cuadernos de Fútbol (nº 5, diciembre de 2009) en el cual se describen las pitadas que el himno nacional español ha recibido por parte de la afición culé, el primero de ellos a raíz de un encuentro disputado entre el F. C. Barcelona y una selección de la Royal Navy británica, el 14 de junio de 1925, en cuyos prolegómenos se silbó la Marcha Real y aplaudió el God Save the Queen británico, hechos que acarrearían la clausura del campo y la dimisión y expulsión de España de Gamper, y el segundo el 14 de mayo de 2009, con motivo de la final de Copa celebrada en Valencia. El artículo puede visitarse en: http://www.cihefe.es/cuadernosdefutbol/2009/12/historia-de-dos-abucheos/

 [5] http://www.fcbarcelona.cat/web/castellano/club/historia/etapes_historia/etapa_3.html

 [6] Véase El mito de la derecha. (Temas de Hoy, Madrid 2008), obra en la que Bueno distingue tres fases en la derecha española del siglo XX: La primera la de Antonio Maura, de corte liberal, la segunda, la dictadura de Primo de Rivera, apoyada por Largo Caballero y los socialistas, y la tercera, la dictadura de Franco.

 [7] En el citado Fuero podemos leer, por ejemplo, afirmaciones teístas tales como la siguiente: «El derecho de trabajar es consecuencia del deber impuesto al hombre por Dios, para el cumplimiento de sus fines individuales y la prosperidad y grandeza de la Patria.» (Fuero del Trabajo, I, 3)

[8] Ver Gustavo Bueno, Televisión: Apariencia y Verdad, Gedisa, Barcelona 2000.




Una peineta doblemente atlética

Levantado con el fin de dotar a Madrid de unas instalaciones donde poder celebrar competiciones de atletismo, entre las que destacan los anhelados y esquivos Juegos Olímpicos, e inmerso en la actualidad en una ambiciosa reforma que permitirá al Atlético de Madrid disputar allí sus partidos, el Estadio Olímpico de la Comunidad de Madrid, vulgo La Peineta, constituye una singular construcción deportiva.

Como sus propios arquitectos, los sevillanos Antonio Cruz y Antonio Ortiz, han manifestado en alguna ocasión, el estadio se inspiró en los teatros griegos, razón por la cual cuenta con una sola grada de hormigón frente a la línea de meta, y se sirve de taludes o gradas naturales para rodear el resto de la pista de atletismo.

Las peculiaridades de La Peineta, invitan, por lo tanto, a la reflexión en torno a las relaciones entre los eventos deportivos y el público asistente, elemento indispensable en la celebración de los mismos si a las sociedades de mercado pletórico nos referimos.

Por lo que respecta a las carreras, es evidente que, al margen de la importancia de la salida y de ciertos momentos de su celebración, su instante cumbre es la línea de meta, razón por la cual, en ella se ubican todo tipo de artefactos que no sólo dilucidan en caso de duda quién es el vencedor, sino que sirven para medir las marcas realizadas por los participantes. La carrera, prueba que se desprende de conductas etológicas a menudo insertas en la caza o el juego, resultaría de la institucionalización de las mismas, constituyendo una ceremonia de arranque, recorrido y cierre precisos.

Será la presencia del público antes aludido, un público que se asienta ya en ciudades, la que dé origen a los primeros estadios, instalaciones que toman este nombre por metonimia, pues el estadio, en efecto, era una antigua unidad de medida griega. Con el fin de que los espectadores puedan contemplar las carreras en su totalidad, las gradas y la misma pista, se irían cerrando, hasta formar un anillo. Será precisamente la longitud de la pista, ajustada al Sistema Métrico Decimal, la que irá definiendo las distancias de cada prueba, quedando fuera del estadio tan sólo una carrera, el maratón, que aún conserva algo de su primitivo carácter al disputarse por lejos de las gradas, conectando dos puntos diferentes como haría el soldado Fidípides para anunciar en Atenas la victoria de sus conciudadanos.

Pero si todo esto ocurre en el atletismo, el fútbol es diferente, por cuanto éste, precisa de no de una, sino de dos metas, las porterías, circunstancia a la que hemos de añadir el hecho de que las jugadas decisivas o simplemente vistosas, se pueden dar en cualquier punto del rectángulo de juego. La linealidad de las carreras se pierde en el fútbol, por más que metafóricamente se acepte que un equipo haga un juego «vertical», expresión que acaso proceda del uso de pizarras donde los entrenadores, con profusión de líneas y flechas, plantean sus tácticas.

Son los particulares atributos del fútbol, su propia esencia, los que obligan a la reforma de una Peineta destinada fundamentalmente a ser el estadio local del equipo colchonero, sin perjuicio de que el campo de juego se encuentre circundado por una pista de atletismo. Algo, sin embargo, operará en contra del equipo rojiblanco, la lejanía de los espectadores con respecto al césped, tan valorada por los futbolistas, menoscabará el «miedo escénico» que los equipos visitantes sienten en terreno ajeno. Es esta metáfora, que ha hecho fortuna desde que el jugador argentino Jorge Valdano la enunciara, aludiendo precisamente al papel jugado por la hinchada madridista en las célebres remontadas europeas, la última conexión entre el fútbol que se verá en la Peineta rojiblanca y el teatro clásico, tan presente en los arquitectos sevillanos durante la concepción de este estadio doblemente atlético.

Iván Vélez




Putas, vírgenes y arqueros

El vocablo arquero, referido al portero de fútbol o guardameta, resulta de lo más familiar para el aficionado a este deporte. Empleada con profusión en Sudamérica, donde parece localizarse su origen, la palabra se escucha con naturalidad por parte de hispanohablantes de ambos lados del océano.

Sin embargo, parece evidente, el portero defiende un rectángulo vertical configurado por tres palos y una raya de cal, estructura que, en principio, no puede catalogarse como arco, a no ser que el hincha tenga los necesarios conocimientos en materia arquitectónica como para poder relacionar el larguero de la portería con un arco adintelado, esto es, un conjunto de dovelas que estructuralmente trabajen como un arco bajo una envolvente recta, sistema que, en todo caso, nada tiene que ver con dicho travesaño más allá de las apariencias.

No parece, sin embargo, que la designación de la meta como arco, provenga de este terreno, sino más bien, de las semejanzas entre los distintos tipos de puertas, adinteladas o en forma de arco, que el periodista y el aficionado conocen. Indagaremos, pues, en este asunto, sirviéndonos de las herramientas que nos brinda la etimología.

Es precisamente una puerta lo que el arquero-portero defiende, con objeto de evitar que el balón penetre en ese plano vertical por ella delimitado. El portero, a veces llamado cancerbero en un guiño a la mitología clásica, situado «bajo los palos», desarrollará su trabajo del mismo modo que en la antigua Roma, las prostitutas se ubicaban en los soportales porticados de la ciudad. Bajo el arco o fornix, las meretrices ofrecían sus servicios y permanecían -fornicaban- guarecidas y enmarcadas por aquéllos, componiendo una estampa figura-fornix, que la arquitectura emplearía con frecuencia en los templos. En efecto, las figuras de bulto de las deidades, dioses y vírgenes, quedan resguardadas en hornacinas, palabra derivada del fornix latino, bajo el que se situarían esas mujeres tan libres de mácula como plenas de fertilidad. Será con la llamada inversión teológica, cuando vírgenes y santos comiencen a desaparecer de la nueva arquitectura, que ya no gravita sobre númenes, sino sobre hombres que destacan en unas sociedades lanzadas a la industrialización y cada vez más distantes de los valores tradicionales de lo sagrado.

Pese a todo, la terminología religiosa sigue impregnando el lenguaje, incluso el deportivo, dando lugar a la etiqueta de «santo» que sirve para referirse a ciertos porteros especialmente brillantes. Las connotaciones morales negativas que iban ligadas a los citados arcos, también parecen sobrevivir y, del mismo modo que éstas eran encarnadas por la prostituta que se exhibía en el fornix, el portero que en el fútbol moderno no sale de su arco,-amenazado metafóricamente por la posibilidad de que se le caiga encima el larguero-, recibe críticas por su estatismo fornicatorio, contrario a un estilo que el propio reglamento, el que prima el juego con los pies, impulsa.




Campos, estadios y televisión

En el presente artículo, y dado el corto espacio de que disponemos, pretendemos analizar algunos aspectos de las relaciones existentes entre los conceptos de campo, estadio y televisión referidos al ámbito futbolístico. Para ello comenzaremos por explorar el camino etimológico.

La palabra española campo, deriva del latín campus, vocablo referido a los terrenos despejados, libres de vegetación, y cuya vinculación con el mundo bélico, es evidente, si tenemos en cuenta  que palabras como campear o campal están ligadas a las acciones relacionadas con la guerra, lenguaje muy caro para el periodismo deportivo, que a menudo interpreta los partidos de fútbol como pequeñas batallas cuyo escenario es el campo, o terreno de juego acotado por líneas de cal.

El término estadio tiene un origen anterior por tratarse de una palabra griega, stádion, que designaba una longitud de 600 pies griegos, alrededor de 192 de nuestros actuales metros. Pronto, el stádion serviría para dar nombre a carreras y, posteriormente, a las instalaciones en que se éstas se celebraban.

Por lo que respecta a la televisión, nos serviremos aquí del análisis llevado a cabo por Gustavo Bueno en su Televisión: Apariencia y Verdad (Ed. Gedisa, Barcelona, 2000). En dicha obra, la televisión, caracterizada por permitir realizar la idea de clarividencia, esto es, hacer posible la visión de objetos a través de cuerpos opacos interpuestos, el filosofo español distingue entre televisión material y televisión formal. La primera va referida a la televisión considerada como un medio más dentro del genero de los medios de comunicación, es decir, al artefacto que posibilita la emisión de imágenes, siendo el video asociado a la pantalla lo que mejor puede ilustrar esta acepción; en cuanto a la televisión formal, ésta sería la que permitiría la emisión de imágenes en directo.

Hecha esta somera presentación de los elementos que manejaremos, entraremos en su relación. El fútbol, en su origen, se practicó en campos, es decir, en superficies sin obstáculos. Será el interés de los primeros espectadores lo que conllevaría su desplazamiento a recintos que ya a finales del siglo XIX estaban preparados para acoger al público. Esta es la razón de que los partidos pasaran de las simples explanadas a los hipódromos o a los estadios.

En efecto, el Athletic de Madrid, origen del actual Atlético de Madrid -repárese en su nombre ajeno al foot ball o balompié- jugó durante décadas en el Stadium de Madrid o Metropolitano, así llamado por pertenecer originariamente a la Compañía del Metropolitano Alfonso XIII, propiedad de los donostiarras hermanos Otamendi e inaugurado el 13 de mayo de 1923, contando con un aforo de 25.000 espectadores. El Stadium se caracterizaba por albergar una pista de atletismo que rodeaba el terreno de juego, circunstancia que persiste hoy, por ejemplo, en el bien denominado Estadio de Anoeta. Pronto comenzaría, sin embargo, la confusión entre los términos estadio y campo, usándose ambos vocablos de forma indistinta.

Sea como fuere, los aforos de las instalaciones futbolísticas, exclusivas de este deporte o compartidas con otros, comenzarían a crecer en un desarrollo que correría paralelo a las nuevas sociedades industriales, lo que permite caracterizar al fútbol como un deporte urbano o metropolitano.

De este modo, el campo o terreno de juego, pronto quedaría rodeado de gradas hasta ir perfilando la imagen que habitualmente se tiene de dichas instituciones arquitectónicas. El fútbol, por su parte, pasaría, entre otras cuestiones, a convertirse en uno de los mayores focos de interés del tiempo libre de los trabajadores, que se reunirían en estos recintos para asistir a tan singulares «batallas campales», de enorme atractivo para las democracias de mercado pletórico,  por las razones que el propio lector puede comprender.

La aparición de la televisión, tan relacionada con las democracias citadas, daría un definitivo espaldarazo al mundo futbolístico. En principio, la televisión, en su faceta material, se ocuparía del fútbol, por medio de resúmenes que se emitían en diferido, a menudo en los cines y salas colectivas. Posteriormente la televisión formal, en directo, y con receptores en cada domicilio, contribuiría decisivamente a la expansión del fútbol, beneficiándose la misma televisión de dicha relación, pues actualmente las retransmisiones futbolísticas, alcanzan las mayores cotas de audiencia, cuestión que pone en conexión fútbol, televisión y publicidad.

Convertido en un asunto que rebasa ampliamente las cuestiones deportivas, el fútbol comenzaría a requerir de ingresos que superaban las posibilidades de aquellos que, en calidad de espectadores, se sentaban en las gradas de sus campos. Dada la alta cotización de las estrellas futbolísticas, la venta de entradas a los fans o fanáticos, los hinchas así llamados en un guiño al mundo religioso -«fanático» es el que esta dentro del templo o fanum– del cual la llamada Catedral del fútbol español, con nombre de santo, San Mamés, es claro ejemplo, los clubes buscarían otros ingresos, para lo que la televisión se hizo indispensable.

En torno a las retransmisiones de partidos por medio de la televisión formal, girarían anuncios cuyas marcas publicitadas pagarían grandes sumas de dinero en función de las audiencias obtenidas debido al interés suscitado por los partidos de fútbol a los que envolvían. Posteriormente se darían varios pasos más. El primero de ellos vendría de la mano de la venta de los derechos televisivos de los clubes, para, finalmente, refinar aún más la cuestión de la mano del pago por visión o televisión «a la carta», en la que el fútbol figura como uno de sus mayores atractivos.

Regresemos ahora a los campos de fútbol. Mientras el deporte se «colaba» en los domicilios, ¿qué ocurrió con los campos?. Estos, alcanzado un cierto aforo, comenzarían a hacerse más confortables para los espectadores, pasando de permanecer de pie, a sentarse en cómodas sillas protegidas de las inclemencias del tiempo por medio de grandes cubiertas. Las vallas, e incluso los fosos, que por un tiempo separaron a los hinchas de los jugadores, serían eliminados, sobre todo a partir de tragedias que alcanzarían en Heysel su momento crítico, eliminándose así los últimos rescoldos de los diversos tipos de luchas desplegadas en las gradas, al margen del rectángulo de juego.

Estas reformas, ligadas al confort, vendrían acompañadas de nuevos «componentes televisivos» que irrumpieron en los recintos deportivos. Pronto, los marcadores electrónicos comenzarían a emitir imágenes, y las vallas publicitarias que rodeaban al terreno de juego, serían sustituidas por telepantallas de leds que permiten la emisión de rótulos e imágenes de gran resolución.

Terminemos. Tras este somero repaso de las relaciones entre campo, estadio y televisión, aludiremos finalmente a otra nueva «dimensión» del fútbol, que prescinde de los campos y estadios corpóreos, y que sólo recurre a los futbolistas como meros referentes que actúan a capricho del consumidor, dentro de nuevas y personalizadas telepantallas que regresan a la televisión formal: nos referimos a los juegos interactivos que se desarrollan en las videoconsolas que, a pesar de mantener una referencia con los futbolistas reales que regatean o se lesionan, alejan al fútbol de una de sus principales cualidades, la escala antrópica que ha permitido su masiva práctica y su planetaria difusión.