Recordando a Argoitia, comodín de la delantera del Athletic de los años 60

El pasado 24 de octubre nos dejaba Argoitia, una leyenda del Athletic de Bilbao de los años 1960, década en la que brilló como titular en la delantera de los Leones, siendo responsable de buena cantidad de goles para el conjunto de San Mamés, en cuya plantilla figuró durante 12 temporadas, llegando a disputar tres finales de Copa -1966, 1967 y 1969-, marcando en una de ellas la del 67, y dando la asistencia que propició el triunfo en la disputada dos años mas tarde, frente al Elche. Fue subcampeón de Liga en la campaña 69-70, y el único lunar de su magnífica carrera sería no haber conseguido la internacionalidad en la Selección Absoluta, premio que si lograrían sus tres compañeros de tantas tardes, Antón Arieta, Fidel Uriarte y Chechu Rojo.
Aunque lo era de pura cepa, José María Argoitia Acha (Galdácano, Vizcaya, 18 de enero de 1940) no era sólo el clásico jugador norteño, esforzado y tesonero, impetuoso y acometedor, habituado a fajarse en auténticos lodazales y a adoptar la lluvia y el barro como si fueran una segunda piel. Rubio y apuesto, y de robusto físico (1,77 de altura y 75 kilos de peso ), dominaba una jugada personalísima, el “diábolo”, que décadas más tarde atribuiríamos erróneamente al variado repertorio estilístico de algunos ases brasileños de importación, cuando un chavalete como él ya la practicaba con éxito treinta años antes. Durante casi una década no hubo vanguardia del Athletic que no contase con los valiosos servicios del de Galdácano, y aunque nunca fue un gran goleador, su presencia siempre infundía respeto en los contrarios, alcanzando unas estadísticas realizadoras muy dignas para aquellos durísimos años 60 donde el gol parecía casi cosa de magia, y sus 67 dianas en 305 partidos oficiales no son precisamente moco de pavo…
El cachorro se convierte en león
Vizcaíno de la cosecha del 40, como tantos otros chavales de su entorno José Mari Argoitia creció soñando con jugar algún día en el Athletic, mientras admiraba primero a Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gainza, y más tarde a Arteche, Marcaida, Arieta o Uribe, con los que acabaría compartiendo entrenamientos, vestuario y alineación al clarear los Felices Sesenta. Se va a iniciar en el aurinegro Basconia de Basauri, en la temporada 57-58, militando en el grupo Norte de la Segunda División. Al año siguiente ya juega la mitad de los partidos, y anota algunos goles, y en la campaña 59-60 es indiscutible con los de Basoselay, de manera que el Athletic le echa el lazo.

Se estrena con los Leones el 2 de octubre de 1960, con derrota por 3 a 1 en el “Sánchez Pizjuán” ante el Sevilla de los Ruiz Sosa, Achucarro, Agüero, Diéguez, Rivera, Antoniet, Pereda y Szalay, un equipazo, aunque tampoco estaban mal sus diez compañeros de aquella tarde (Carmelo, Rentería, Etura, Canito, Mauri, Iturriaga, Aguirre II, Uribe, Areta III y Koldo Aguirre). Pero en ese curso tan sólo volverá a saltar al campo en dos ocasiones, y se pasa la temporada siguiente, 61-62, absolutamente en blanco por culpa de la Mili, un obligado paréntesis que -al igual que ocurría entonces con millones de españolitos- también cortaba en seco la progresión de muchos prometedores futbolistas. De modo que, para salir de dudas acerca de su valía, una vez licenciado el Athletic va a cederlo a otro club bilbaíno, el Indauchu, a la sazón en Segunda División, limadas ya ciertas asperezas surgidas entre ambas sociedades en los últimos años 50. Pero únicamente permanecerá en “Garellano” tres meses (9 partidos y 3 goles), pues un Athletic sumido en los últimos lugares de la tabla, con 4 negativos, lo reclama urgentemente. Vuelve al equipo para un encuentro ante el recién ascendido Córdoba, en “El Arcángel”, y resulta talismán, pues los rojiblancos triunfan por 1 a 2, e inician su escalada hacia posiciones más acordes con su glorioso historial, aunque finalizarían ese campeonato décimos y con 2 negativos, una clasificación poco decorosa, en una flojísima temporada en la que van debutar también otros jugadores legendarios: Iribar, Chuchi Arangúren y Fidel Uriarte.
Titularísimo con los de San Mamés
Pero, a despecho de la irregularidad del Athletic de esos años, Argoitia va a ser desde ese momento, y durante muchas temporadas -prácticamente una década entera- referencia insoslayable en el ataque, alineándose en los cinco puestos de la delantera, aunque con preferencia en banda derecha, con los números “7” y “8” a la espalda, porque el resto de dorsales van a ser monopolizados por el pequeño de los hermanos Arieta (Antón), Uriarte, y el mayor de los Rojo, Chechu. 24 partidos y 9 goles ese curso 62-63, siendo prácticamente un debutante, 23 presencias (y 8 tantos) en el siguiente, 28 en el 64-65, con tan sólo 3 dianas (una de sus campañas más flojas), para mejorar ligeramente en la temporada 65-66 (29 choques, 4 goles ). En ella el Athletic, tras 8 años de ausencia, vuelve a acceder a un final de Copa, su torneo fetiche, aunque con bajas muy importantes en defensa y un once jovencísimo, pero no tendrá ninguna opción ante un Zaragoza donde los Magníficos se encuentran todavía en plena forma, y tan sólo la portentosa actuación de Iribar les libra de una goleada de escándalo. Para Argoitia constituye la primera de las tres finales que va a disputar a lo largo de su carrera.
Cumplirá su mejor temporada en la 1966-67, con 32 partidos y 16 goles, uno de ellos, aunque inútil, en una nueva final copera frente al Valencia (1 a 2), para lograr su récord de partidos jugados, aunque no de tantos, en la siguiente -42 encuentros y 5 dianas-, y por fin a la tercera irá la vencida, pues el Athletic vuelve a coronarse campeón del Torneo del KO en 1969, con el simpático y excelente Elche de los Araquistáin, Ballester, Iborra, Llompart, Lezcano, Vavá y Asensi como adversario, gracias a un solitario gol de Antón Arieta cuando ya el partido daba sus últimas boqueadas y se encaminaba hacia la prórroga. Estos fueron los once leones que reverdecieron viejos laureles: Iribar; Sáez, Echeberría, Arangúren; Igartua, Larrauri; Argoitia, Uriarte, Arieta, Clemente y Rojo. 40 partidos y 9 goles fueron el registro personal del delantero de Galdácano.
Casi campeón de Liga con Ronnie Allen
Tampoco resultó mala la siguiente campaña, 69-70, pues en ella el Athletic -dirigido como en los tiempos heroicos previos a la Guerra Civil por un mister inglés, en este caso Ronnie Allen- estuvo a punto de conquistar el Campeonato Nacional de Liga, que no entraba en sus vitrinas desde la ya lejana temporada 55-56 (ese año hizo doblete, a las órdenes de Daucik), manteniendo hasta el pitido final una reñida pugna con el Atlético de Madrid, que fue quien finalmente se llevaría el gato al agua. Y también se quedó con la miel en los labios en la Copa, a las puertas mismas de la final, al ser derrotado en La Catedral por el Real Madrid con un 0-2 que superaba la renta que se traía del Bernabéu, donde había vencido por 0 a 1. Un buen año, pues, en el que Argoitia disputó 35 partidos entre todas las competiciones, anotando 9 goles.

Seguiría en esa misma línea en la temporada 70-71 (34 alineaciones, aunque sólo 4 goles), pero iba a ser protagonista de una acción que daría la vuelta a España, influyendo decisivamente en una matización efectuada por el máximo organismo reglamentario, la International Board, a la Regla XI, la del fuera de juego. El 17 de enero de 1971 jugaban en San Mamés el Athletic de Bilbao y la Unión Deportiva Las Palmas. Corría el minuto 46, sin inaugurarse todavía el marcador, cuando se produjo una jugada para la historia. La realizó Argoitia, cedió el balón a un compañero, y salió del terreno de juego para no quedar en off-side, regresando a él unos instantes más tarde sin recibir permiso explícito del colegiado, interceptando el balón,y enviándolo al fondo de las mallas canarias por toda la escuadra. Fue lo que dio en llamarse después el “telegol”, una acción tan polémica, que fue muy protestada por los amarillos, aunque el árbitro, el señor Camacho, concedió finalmente validez al tanto.
Sestao, Santander y mutis
La temporada 71-72, empero, va a significar su canto del cisne. Ya cumplidos con creces los treinta, su participación desciende muchos enteros (disputo sólo 15 encuentros, la mayor parte saliendo desde e banquillo, sin llegar a ver portería), y al finalizar el curso pondrá punto y final a una estancia de doce temporadas en el Athletic, firmando por el Sestao, de Tercera División. Es premiado como mejor jugador del cuadro verdinegro, pero no terminará en Las Llanas la campaña 72-73, pues una condición de su contrato con la entidad sestaoarra le daba la posibilidad de quedar en libertad para fichar por otro club si la oferta era ventajosa, y a falta de diez partidos para concluir la competición va a contestar positivamente a la llamada del Racing de Santander, el equipo de los Bigotes, que volvería a Primera tras once años alejado de la élite, y cuyo entrenador era su antiguo compañero Maguregui.
Pero con los montañeses tan sólo podrá jugar 5 partidos, a causa de una lesión producida frente al Nástic de Tarragona en los viejos Campos de Sport de El Sardinero, y entonces decidirá despedirse definitivamente del fútbol a la aun temprana edad de 33 años. Se le recordará por su magnífico rendimiento, y también por esa dichosa jugada, luego bautizada como “lambretta”, y que les hemos visto hacer más una vez a malabaristas como Djalminha y Neymar, consistente en levantar el balón desde detrás, y pasarlo sobre uno mismo y el contrario, es decir, haciendo un doble sombrero, una pirueta más bien circense que suele dejar ojipláticos a los espectadores cuando sale bien.
Argoitia va a trabajar con posterioridad en las categorías inferiores del Athletic, en Lezama, y realizará labores de ayudante de José Luís Mendilibar en 2005, para convertirse más tarde en representante institucional de un club cuyos colores defendió siempre bravamente nada menos que en 305 ocasiones, anotando 67 goles, una buena marca para aquel aguerrido tiempo de patatales, cerrojos e impunidad defensiva.




























No son frecuentes los casos de hermanos que juegan en la misma posición, pero los Machado da Silva brasileños lo hacían, en el eje de la delantera, y ambos muy bien, manteniendo un tórrido idilio con el gol. Y durante varios años capitanearon las vanguardias de sendos equipos de la misma ciudad, Valencia CF y Levante UD, que llegaron a enfrentarse en unas cuantas ocasiones durante la primera y breve etapa del cuadro granota en la máxima categoría, aunque precisamente a causa de la demarcación que ocupaban los duelos personales durante el partido entre los dos hermanos eran prácticamente imposibles, pues cada uno miraba hacia la portería contraria, y eran los defensores quienes se encargaban de frenar sus ímpetus. Pero, por esas ironías que a veces tiene el destino futbolístico, ya en el ocaso de su carrera compartieron vestuario, el del Hércules de Alicante, y hasta en algunos encuentros formaron parte del mismo once, en su línea atacante.
Y para Vallejo, desplazado igual que una maleta, se fue el bueno de Wanderley, debutando ya en la segunda vuelta de la temporada 62-63. El Levante era un clásico aspirante al ascenso, pero siempre se quedaba en puertas. Sin embargo en aquella ocasión había formado un gran equipo –Rodri, Calpe, Pedreño, Alustiza, Castelló, Currucale, Vall, Domínguez, Gento III, Haro, Serafín, Torrents…- y finalmente lo logró, aunque con muchos sudores, derrotando al Deportivo de La Coruña en una promoción a cara de perro, y los goles de Wanderley -consiguió 11 en 14 partidos, comenzando por el del día de su presentación, que supuso los dos puntos- tuvieron bastante que ver con la hazaña. Pero marcar en Primera estaba bastante más caro, como pronto iba a comprobar. Y aunque se dio el gustazo de mojar en su primer derbi valenciano. mientras que su hermano -con quien vivía, pues no estaba casado- se quedaba aquella noche en blanco, tan sólo levantó los brazos en señal de júbilo en siete oportunidades, habiendo participado en 22 encuentros.
De nuevo en Segunda, Wanderley no va a cuajar una buena campaña 65-66, pero al año siguiente alcanzará sus mejores registros goleadores: 19 tantos en 28 partidos. Es una de las estrellas del equipo, y al finalizar el curso será traspasado junto con su compañero de ataque Pons y el guardameta Catalá al C.D. Málaga, que después de perder la categoría que había ganado precisamente frente al Levante, había vuelto a recuperarla al año siguiente, configurándose como el gran equipo-ascensor de los años 60 junto con el Deportivo de La Coruña, en lo que parecía ser el sino de los conjuntos vestidos de blanco y azul.
En la Costa del Sol el papel de Wanderley, de entrada, no iba a ser tan lucido como en Valencia. En sus dos primeras campañas no puede decirse que fuera titular indiscutible, pues interviene solamente en la mitad del campeonato, con una dura competencia por parte de los paraguayos Cabral y Fleitas, que se movían también como hombres en punta. Va a ser de nuevo tras otro descenso cuando se convierta en asiduo. En esa Liga 69-70, en la cual los malacitanos ascendieron una vez más, y en el último partido, tras Sporting de Gijón y Español -un ilustre trío-, jugará con asiduidad gracias a la marcha de Sebastián Fleitas al Real Madrid. 28 presencias y 13 goles, destacando el póker que le endosó al Español en La Rosaleda el 30 de noviembre de1969, la tarde del debut del legendario Sebastián Humberto Viberti, que fue el autor del tanto restante.
Los dos, visto lo visto, deciden cortar por lo sano. Waldo se establecerá en Valencia capital hasta su fallecimiento en 2019, mientras que Wanderley lo hará muy cerca, en la localidad de Massanassa. Allí se casará con una chica que regentaba una farmacia, y va a vivir completamente al margen de su antigua profesión deportiva hasta el momento de su muerte, acaecida el 5 de marzo de 2020. Cuentan los que le conocieron, y reconocieron, que no quería ni acordarse de lo que había sido en sus años mozos. Pero nosotros sí que le recordamos, como uno de esos escasos jugadores que animaron con sus destellos de genialidad un tiempo tan anodino para el fútbol español como fueron los años 60. Y es que 71 tantos en 180 partidos no estaba pero que nada mal para esa época de secano goleador,..
El Zaragoza estaba construyendo un gran equipo, y tenía vacante precisamente la banda derecha, pues el veterano jugador canario Miguel dejaba por esas fechas “La Romareda” para unirse al Real Murcia. De manera que otro ”Canario” -aunque este soló de sobrenombre- va a ocupar su plaza.
Pronto nacerán los Magníficos, en cuanto el tinerfeño Santos desplace al también brasileño Duca y se una a los Marcelino, Villa y Lapetra, completando una de las delanteras más legendarias de toda la historia del fútbol español. Estaba aun reciente el estreno de “Los Siete Magníficos”, un popular western dirigido en 1960 por John Sturges y protagonizado, entre otros, por Yul Brynner, Steve McQueen y Charles Bronson, con una vibrante banda sonora compuesta por Elmer Bernstein. Aquellos Magníficos del Lejano Oeste eran unos grandes profesionales con las armas en la mano, y a la nueva vanguardia zaragocista, -igualmente muy diestra, pero en su caso manejando el balón, mucho más incruento que el “Colt” o el “Winchester”- se la conocerá también por dicho adjetivo laudatorio, aunque cambiando la cifra.
Cada uno de sus miembros aportaba prestaciones superlativas: Canario era la velocidad en el desborde, con mucho gol, Santos ejercía de incansable trabajador, pero aun con más eficacia realizadora, Marcelino tenía una gran capacidad de remate, sobre todo con la cabeza, Villa era el artista depurado, un jugador de lujo, también con mucha pólvora en sus borceguíes, mientras que Carlos Lapetra, el cerebro organizador, eran la inteligencia y la visión de la jugada hechas futbolista. No hay mejor quinteto entonces en España, ni en parte del Extranjero…
Los cinco años que Darcy Silveira va a pasar a orillas del Ebro serán sin duda alguna los más brillantes de su carrera. Es aquel un Zaragoza unánimemente aclamado por la calidad de su juego, que llega a finales y gana títulos con asiduidad (63-64: Copa del Generalísimo -torneo que el extremo carioca ya puede jugar- y Copa de Ferias, su mejor año; 64-65: finalista de Copa; 65-66: campeones de Copa y finalistas de la Copa de Ferias). En la Liga el club aragonés consigue siempre buenas clasificaciones -tercero, cuarto o quinto-, pero les va a faltar algo imprescindible, lo que hoy llamaríamos “fondo de armario”. El equipo tiene 13 o 14 jugadores de muy buen nivel, pero los suplentes no dan la talla necesaria para compactar un conjunto capaz de proclamarse campeón del Torneo de la Regularidad, así que el Zaragoza brillará básicamente en las distancias cortas.
Y el cuadro bermellón consigue su objetivo al finalizar la temporada 68-69. Canario jugó bastante en la que sería su última campaña como futbolista (24 partidos y 3 goles), formando parte de una vanguardia cuajada de “ces”, junto a Cano, Domínguez, Conesa y Camps. Después va a volver a Zaragoza, donde explotará diversos negocios de hostelería. Establecido últimamente en la localidad oscense de Fraga, confiesa que le aburre el fútbol actual, y deplora que los jugadores de hoy en día exageren las caídas, traten de engañar a los árbitros por sistema, y saquen a pasear los codos con demasiada frecuencia…



Era la Juve de Luís Del Sol, y también, por supuesto, del crack argentino Enrique Omar Sivori, el Cabezón, que venía a ser algo así como el Maradona o el Messi de los años 50 y 60. Era la gran estrella del conjunto piamontés, ganador del “Balón de Oro” en 1961, pero no tardó en chocar con la espartana personalidad de un Heriberto Herrera que ya estaba empezando a ganarse a pulso el apelativo con el que habría de pasar a la posteridad futbolística. Sivori se marcharía pronto con viento fresco a Nápoles, en busca de aires menos exigentes, pero los bianconeri volvieron a entrar en la senda del éxito, y la Copa de Italia de 1965 fue suya. HH II preparaba férrea y concienzudamente a sus pupilos, implantando una fuerte presión y una constante permuta de posiciones, preludiando el “Fútbol Total” de la década siguiente, y hasta les convencía de las ventajas de evitar salidas nocturnas y dejar de fumar, lo cual podría alargar su vida como deportistas algún que otro año más. Coincidiendo con il Grande Inter, también conquistó el scudetto del curso 66-67, con un conjunto muy solidario y sin grandes figuras, al que se conoció como la Juve Operaia (“Obrera”), aunque después le surgió otro duro competidor en el A.C. Milan de Nereo Rocco.
El Barça se hará con sus servicios, avalado por Kubala, y pronto se les unirá otro ilustre magiar, Sandor Kocsis, también fugitivo del terror rojo.
El club blaugrana que se encuentra Czibor está dirigido por Helenio Herrera, que ha regresado a España tras una breve experiencia en los banquillos en Portugal. Y de mano va a contar con el exterior húngaro. Su presentación en partido oficial se produce en la primera jornada de la Liga 58-59, marcando un tanto en la contundente victoria sobre el Valencia por 6 a 0. A partir de ahí será titular cada domingo, hasta llegar al Barça-Real Madrid de la séptima jornada, en el que los catalanes golearán a los blancos por 4 a 0, en una gran tarde del brasileño Evaristo, que consiguió tres goles (el otro fue marcado por Tejada), aunque Czibor es expulsado a causa de un incidente con el madridista Santamaría, que también iba a tomar el camino de las duchas antes de tiempo. Pero una vez cumplida la sanción de cuatro partidos retorna al equipo titular, de donde ya no va a salir prácticamente en todo el resto del campeonato, que se lleva el Barça a sus vitrinas batiendo todos los récords existentes hasta el momento (puntos, victorias, goles a favor…). En total intervendrá en 20 encuentros, con un balance personal de 7 tantos. En la Copa, sin embargo, actuará en una única ocasión.
Su segunda temporada como azulgrana será más floja (18 partidos, repartidos entre cuatro competiciones: Liga, Copa, Copa de Europa -en la que debuta el Barça- y Copa de Ferias), aunque continúa viendo puerta con cierta facilidad, logrando once dianas. Y ya sin Herrera al frente del equipo, su presencia sigue siendo intermitente, aunque alcanza a participar en la final de la Copa de Europa frente al Benfica, un choque que podía salvar la irregular temporada 60-61 y coronar al Barça como nuevo monarca continental, sucediendo al pentacampeón Real Madrid, al que los azulgranas habían eliminado en octavos de final.
El encuentro se disputa el 31 de mayo de 1961 en el Wankdorfstadion de Berna, el mismo escenario donde siete años antes la selección húngara había caído derrotada ante la RFA. Ese dato no les da buena espina a Czibor y a su compañero Kocsis, y menos aun cuando les toca ocupar el mismo vestuario de entonces. Y efectivamente, se va a repetir el resultado adverso, 2 a 3, aunque en esta oportunidad con una increíble mala suerte en forma de goles tontos encajados y numerosos tiros escupidos por la madera del marco lisboeta -aquellos malditos postes de sección cuadrada-. Y al igual que sucediera en el 54, Czibor va a volver a marcar, pero su gol será inútil a la postre. La derrota supondrá, asimismo, el desmantelamiento del equipo, y Czibor va a ser uno de los futbolistas a los que se les enseñe la puerta de salida.
Pero Zoltan tiene solamente 32 años, y conserva las ganas de seguir jugando al fútbol, ese fútbol anárquico e intuitivo, hecho de quiebros imposibles y diabólicos disparos marca de la casa. De modo que cruza la Diagonal y se enrola en el rival ciudadano del Barça, el Español, que se estaba reforzando con jugadores veteranos como el madridista Rial, el argentino del Granada Carranza o el donostiarra Gordejuela, puesto que iba a estrenar también nueva competición: la Copa de Ferias. Pero su temporada 61-62 va ser un verdadero desastre, y se saldará con el primer descenso blanquiazul a Segunda, de manera que Czibor pasará por Sarriá con más pena que gloria. Acto seguido malbarata su fama en equipos del entorno e inferior categoría (Europa en Tercera, Hospitalet en Segunda), para acabar cambiando de aires, estableciéndose en ligas menores -Basel suizo, Austria de Viena…-, y recalando finalmente en el soccer norteamericano, jugando para el Primo Hamilton FC de Canadá.










En el curso siguiente es campeón de la primera edición de la Copa de Ferias (disputada entre 1955 y 1958), y con la llegada de Helenio Herrera al banquillo de un recién inaugurado Camp Nou logra el doblete en la temporada 58-59, formando parte de un Barça que pulveriza todos los récords ligueros. Otra Liga a la butxaca en la 59-60, así como la segunda edición del torneo ferial (1958-1960), y debut en la Copa de Europa, donde únicamente un intratable Real Madrid puede apartar al Barça de la final, aunque en la campaña siguiente los azulgranas se tomarán la revancha siendo el primer club capaz de eliminar de la máxima competición continental a los merengues, hasta entonces vencedores de las primeras cinco ediciones. Es la noche del gran gol del brasileño Evaristo de Macedo, lanzándose en plancha a por un balón imposible y batiendo al guardameta catalán -y ex-españolista- Vicente.
De ese modo va a jugar muy poco en las campañas 61-62 y 62-63, la última de las cuales resulta desastrosa para los colores blaugranas en lo relativo al Campeonato Nacional de Liga, finalizado en una indecorosa sexta plaza. Cambios frecuentes de entrenador, fichajes fallidos, falta de continuidad en las alineaciones, ausencia de un patrón de juego definido…Todos esos males atenazaban a un Barça lejos ya de los años gloriosos de la década de los 50. Pero en medio de tantos nubarrones, va a abrirse al menos un portillo a la esperanza….La Copa del Generalísimo de 1963 terminará en las vitrinas barcelonistas tras derrotar en el propio Camp Nou a un todavía bisoño Real Zaragoza, carente aun de algún magnífico. Y Olivella va a ser de la partida, aunque ahora actuando como defensa central, a causa de los graves problemas físicos que arrastraba Enric Gensana, y que pronto le iban a excluir del fútbol de élite.
Y aquella tarde del 21 de junio del 64 todo sale a pedir de boca. Un gol del delantero gallego del Real Zaragoza Marcelino, batiendo con una testarazo en escorzo al mítico Yashin, la Araña Negra –en aquellos momentos el mejor arquero del mundo-, le proporciona a España su primer título a nivel de selecciones, aunque tendría que esperar nada menos que 44 años, hasta la Eurocopa de 2008, para poder acompañarlo con otro trofeo. Olivella va a ser el encargado de recibirlo, en lo que sin duda supone el cenit de su carrera deportiva, justo al cumplir los 28. Continuaría un par de temporadas más jugando a buen nivel, teniendo como compañeros de línea al malogrado jugador uruguayo Julio César Benítez y al rocoso lateral izquierdo vallesano Eladio Silvestre, con el canterano Toni Torres de refuerzo, y bajo los palos Sadurní o Pesudo. Formará parte también del grupo de 22 convocados para el Mundial de Inglaterra de 1966, aunque no va a jugar ni un solo minuto de los tres encuentros que España disputa en tierras británicas, pues su puesto lo ocupa un joven central andaluz de su mismo equipo, recién llegado al Barça, Francisco Fernández Rodríguez, más conocido como Gallego.
Atrás quedaban 16 años perteneciendo a la disciplina barcelonista, trece de ellos en el primer equipo con 334 encuentros oficiales para un total de 513 partidos disputados, que le sitúan dentro del Top Ten de los jugadores azulgranas, con un palmarés que suma 2 campeonatos de Liga, 4 de Copa y 3 Copas de Ferias, habiendo sido internacional con la Selección Absoluta en 18 ocasiones. Pese a actuar como defensa, nunca fue expulsado de un terreno de juego, y su seriedad y corrección le condujeron también durante un tiempo a la capitanía del equipo.
En septiembre de 1969 el club va a organizar un partido de homenaje en su beneficio, con el Palmeiras brasileño midiéndose al Barcelona, en cuyas filas Olivella disputará sus últimos minutos vestido de corto. A continuación comenzará a trabajar como profesor de Educación Física -para lo cual tendrá que sacarse el título de entrenador- en un centro docente de Sant Cugat del Vallés vinculado al Opus Dei, donde prestará sus servicios durante 34 años hasta el momento de su jubilación. Residente en Castelldefels, falleció en dicha localidad barcelonesa el 14 de mayo de 2023, en un año auténticamente aciago para los eurocampeones del 64, en el que nos dejaron también Amancio, Luís Suarez y Fusté. ¡Casi nada!
Era aquel un Elche que había subido de Tercera a Primera en dos fulgurantes campañas, con José Esquitino como presidente y el legendario César Rodríguez, el Pelucas, como jugador-entrenador. Re va a debutar en la máxima categoría junto a un montón de ilustres compañeros, aparte del divino calvo leonés: su compatriota Laguardia, el charrúa Dagoberto Moll, el hondureño Cardona, o los levantinos Fuertes y Pahuet, y en su segundo partido en la División de Honor ya van a derrotar a todo un Barcelona, campeón de Liga y Copa la anterior temporada.
En 1962 el Barça va a pensar en él para encargarle la siempre difícil misión de conseguir goles. Evaristo y su compatriota Eulogio Martínez abandonan la entidad blaugrana, Kocsis ya está mayor, y Zaldúa es todavía demasiado bisoño, de manera que 6 millones de pesetas -un buen pellizco para la época- convencen al Elche para que suelte a una de sus perlas. Conservaban a Romero, la gran estrella del conjunto, y se trajeron a otro paraguayo, Juan Carlos Lezcano, formando una tripleta central con total acento guaraní, porque el propio Eulogio va a dejarse caer también por entre los palmerales…
Su eclosión definitiva llegará en el curso siguiente, el 64-65, donde el Barça volverá a reincidir en una indecorosa sexta posición final. Re va a ser lo único destacable en una temporada tan gris, y se corona como máximo goleador del campeonato con 25 tantos, haciéndose acreedor al Trofeo “Pichichi”. Su gran estado de forma obligará a que su teórico competidor para el puesto de ariete, Zaldúa, sea cedido ya avanzada la campaña a Osasuna, el cuadro más representativo de su tierra navarra. Pero en ese éxito personal estaría precisamente el motivo de su pronta e inesperada marcha del “Camp Nou”. Re no llegará a un acuerdo con la directiva barcelonista acerca de la renovación de su contrato -el Vil Metal, ya se sabe…-, y eso va a agriar las relaciones entre ambas partas, pese a que finalmente estampa su firma.
Re, por consiguiente, va a cruzar la Diagonal, y si bien ya no puede alinearse en la Liga por cuestiones reglamentarias, si lo hará con su nuevo equipo en la Copa de Ferias y en la Copa del Generalísimo de aquella temporada 65-66, dándose la curiosa circunstancia de que en el torneo ferial se enfrentará a los que tan sólo unos pocos meses antes eran sus compañeros. En aquel Español de mediados de los 60 el auténtico hombre fuerte era el dinámico empresario del sector de la maquinaria textil Juan Vilá Reyes -posterior protagonista del sonado “Caso MATESA”-, que estaba empeñado en convertir al club perico en una alternativa de poder respecto a los principales conjuntos del país: su gran rival ciudadano azulgrana, los dos clubes de la capital, o el Zaragoza de Los Magníficos, sin olvidarnos de Valencia o Athletic de Bilbao. Le cambia incluso el diseño de la camiseta, recuperando las franjas anchas anteriores a la Guerra Civil. Ya había llevado a “Sarria” a Kubala y a Di Stefano, si bien en sus últimos compases, y ahora va a formar una delantera de ensueño, acompañando a Re con el donostiarra Amas, el ilicitano Marcial, el castellano Rodilla y el asturiano José María, bautizados por un periodista como los Cinco Delfines
Y por una de esas cosas raras que a veces ocurren en el fútbol, un superclase recientemente coronado con la Canarinha en Suecia-58 no pudo triunfar en el que sin duda era el mejor equipo de club de su época. Didí y el Real Madrid unieron sus destinos en el verano de 1959, y se divorciaron sorprendentemente tan sólo un año más tarde. Waldir Pereira era uno de los mejores futbolistas brasileños de los últimos años 50, lo que equivalía a decir que se trataba de una de las estrellas más rutilantes del panorama internacional en aquel preciso momento. Interior derecho fino y elegante, dotado de una técnica exquisita, sobre él pivotaba el juego de aquel fabuloso Brasil que acababa de conseguir su primera “Jules Rimet” en tierras escandinavas. El imberbe Pelé ponía la magia, Vavá los goles, Garrincha el desborde, y Zagalo completaba tácticamente un quinteto de ensueño donde Didí manejaba el metrónomo como nadie. Era una de las figuras del Botafogo carioca, el club albinegro de la estrella solitaria, y ya tenía muchísimo fútbol en sus botas.
Se habló y escribió mucho acerca de las razones que impidieron que un fenomenal jugador como Didí triunfase en un Real Madrid donde le acompañaban al menos media docena de cracks mundiales. Se argumentó que Di Stefano tenía celos y le hizo el vacío, así como que le molestaba que Didí no trabajase en el campo igual que él, que estaba en todas partes, y que se limitase a labores creativas, y también llegó a decirse que su mujer -que colaboraba en la prensa brasileña- algo tuvo que ver en la generación de cierto mal ambiente en el seno del equipo. Pero tal vez la verdadera razón sea mucho más simple, y se atrevió a aventurarla Darcy Silveira, Canario, un compatriota suyo que compartió con él vestuario en aquel Madrid multiestelar: el clima.
El puesto de interior derecho, al lado de Don Alfredo, había pasado a ocuparlo Pepillo, un jugador muy fino y goleador, pero también con mayor capacidad de trabajo. Y a quien, desde luego, el frío no le afectaba tanto a pesar de ser natural de Melilla y haberse hecho futbolísticamente en Andalucía, en las filas sevillistas. Y en esos 19 partidos Didí marcó 6 goles, cinco de ellos en el “Bernabéu” (Español, Osasuna, Sevilla, Las Palmas y Valencia fueron las víctimas ), y solamente uno a domicilio, a la Real Sociedad en “Atocha”. De modo que, con más pena que gloria, rescinde su contrato y regresa a Botafogo. Y dos años más tarde, en 1962 y en tierras chilenas, vuelve a proclamarse nuevamente campeón del Mundo por segunda vez, junto a los Garrincha, Vavá, Zagalo y Amarildo, sustituto por lesión de un Pelé ya aclamado como O Rei. En total disputaría 74 partidos con Brasil, consiguiendo 21 goles.
Wilkes va a debutar oficialmente en la segunda jornada de la Liga 53-54, en los viejos Campos de Sport de El Sardinero. Aquella tarde el Racing de Santander derrotó al Valencia por 3 a 1, y el futbolista se presentaría ante su público al domingo siguiente, frente al Real Oviedo. Va a marcar su primer gol en la cuarta fecha, en el propio Mestalla y con el Sevilla como rival. El tanto, que fue el del momentáneo empate a uno, no pudo impedir la victoria andaluza por 2 a 3. Y en la jornada número 7, de nuevo al amparo de su parroquia, conseguirá su primer hat-trick como valencianista, en el triunfo sobre el Atlético de Madrid por 4 a 1. La afición va a flipar literalmente con Wilkes. Se trataba de un jugador diferente, espectacular, con un regate como nunca antes se había visto. Algunos de sus goles, por su extraordinaria belleza, van a ser saludados con flamear de pañuelos, algo que hasta entonces parecía privativo de las corridas de toros. Sus compañeros contaban que Wilkes era el único jugador capaz de hacer paredes consigo mismo, pasándose el balón de un pie a otro, e iniciando una vertiginosa carrera hacia el marco contrario, con un cambio de ritmo demoledor que un par de décadas después va a ser la más recordada seña de identidad de otro ilustre compatriota suyo, un tal Johan Cruyff. Aunque a veces su genialidad desconcertaba a sus propios compañeros, de ahí el dicho valenciano que se hizo muy popular: Faas, ¿qué fas?
En la siguiente campaña, la 54-55, su rendimiento va a descender sensiblemente, tanto en número de partidos disputados como en goles marcados (15 choques y 9 tantos), pues va a sufrir una enfermedad. En concreto, tuvo que ser intervenido quirúrgicamente de bocio, un problema endocrinológico caracterizado por el aumento de tamaño de la glándula tiroides, y que se visualiza por un abultamiento anormal bajo la laringe. Le suplió con muy buenos registros anotadores Badenes, que era un gran rematador, pero sin la magia del holandés. Por aquellos mismos días el Valencia se encontraba inmerso en la ampliación del campo de Mestalla, y llegó a decirse que la presencia en el equipo de Wilkes fue la que pagó las obras de la nueva tribuna. Una afirmación tal vez algo exagerada, pero en todo caso no demasiado alejada de la realidad.
Solventados algunos problemas de índole burocrática relacionados con la edad del futbolista -35 años-, este podrá debutar vestido de azulgrana. Va a despachar una campaña más que decorosa, muy notable, pues jugará 25 encuentros, marcando la cifra de 13 goles -su segundo mejor registro en España-, con un hat-trick y tres dobletes, al lado de un joven delantero de la tierra que pronto pasaría al Valencia, Paredes. Sin embargo el Levante pincharía en el sprint final, perdiendo la posibilidad de ascenso directo al fallar en las dos últimas jornadas (una derrota en Málaga y un empate en Vallejo frente al Ceuta). De modo que quien sube a Primera por la vía rápida es el Elche, y los granotas tuvieron que conformarse con intentarlo en la promoción.
WILKES, EL PRIMER GRAN HOLANDÉS EN ESPAÑA
España se va a clasificar para la fase final de esa Eurocopa de 1964, a celebrar en nuestro país. En las semifinales se enfrente a Hungría en Madrid. Pereda abre el marcador, pero luego igualan los magiares, hasta que Amancio, en la prórroga, nos da el pase a la final. Y en el partido decisivo, disputado frente a la selección de la URSS en un “Bernabéu” lleno a rebosar, y con la presencia en el palco del Generalísimo Franco, el de Medina de Pomar va ser de nuevo determinante. Otra vez el primer gol llevará su firma, de fuerte disparo. Y tras el empate soviético, un pase suyo va a ser rematado de cabeza en escorzo por el zaragocista Marcelino, desconcertando al mítico Yashin, la Araña Negra, y dándole la victoria a España, un triunfo que fue más que una hazaña deportiva por sus evidentes connotaciones políticas -el régimen franquista celebraba los “XXV Años de Paz”, un cuarto de siglo después del final de la Guerra Civil-, con los siguientes once héroes nacionales como protagonistas: Iribar; Rivilla, Olivella, Calleja; Zoco, Fusté; Amancio, Pereda, Marcelino, Luís Suárez y Lapetra. Como anécdota, reseñar que en el reportaje de No-Do que se exhibió entonces en los cines españoles, la asistencia de Pereda no aparecía, siendo sustituida en el montaje por un centro de Amancio, desfaciéndose el entuerto muchos años después. A cada uno lo suyo.
Nunca más recuperaría Pereda ese gran nivel, pues las lesiones comenzarán a hacer mella de él, sacándole del equipo culé y de la Selección. De manera que entre 1964 y 1968 faltará a la cita con su club en más de la mitad de las ocasiones. Para entonces ya no le alinean de extremo, sino de interior de ambos lados, con preferencia por la derecha, formando con su compañero Fusté un centro del campo intermitente, pero de gran calidad y con gol. En esa etapa de su carrera contraerá matrimonio con una joven de la buena sociedad barcelonesa, Teresa Soler Cabot, tendrá hijos, y pondrá en marcha algunos negocios, como por ejemplo un restaurante especializado en carne -de casta le venía al galgo-, pero en la primavera de 1968 parece ya definitivamente desahuciado del Barça, y con su futuro en algún otro club. Entonces es cuando, contra todo pronóstico, se va a producir su resurrección deportiva.
Tras mucho tiempo apartado del equipo, el entrenador Salvador Artigas le saca en “Atocha”, en partido de Copa contra la Real Sociedad, y con el terreno de juego húmedo y pesado, y Pereda va a responder a su confianza con un gran partido y un gol. Ya no se apeará de la alineación titular durante el resto del campeonato, en el que el Barça resulta vencedor tras derrotar en la final del “Bernabéu” al Real Madrid gracias a un gol en propia puerta del merengue Zunzunegui, con un arbitraje del balear Antonio Rigo muy protestado por el público local, parte del cual exteriorizó su descontento con el lanzamiento de envases de cristal al campo, en la que ha pasado a la historia como la Final de las Botellas. Ese buen momento de juego lo refrendará en los albores la temporada siguiente, 68-69, hasta el punto de que el seleccionador nacional, el efímero Doctor Toba, vuelve a contar con él, y le alinea en Belgrado frente a Yugoslavia. Pereda mueve al Barça, en compañía de Fusté, y marca goles aprovechando su fuerte disparo, pero a medida que va avanzando la campaña se queda sin gasolina, e incluso pierde su puesto en el once titular. Reaparecerá en un momento muy comprometido, en la final de la Recopa de Basilea, ante el Slovan de Bratislava, saltando al campo en sustitución de un compañero lesionado, el lateral derecho Franch. El Barça, contra todo pronóstico, resulta derrotado por los semidesconocidos eslovacos (2 a 3)
Ese va a ser su último partido con la zamarra azulgrana. El club, en una sorprendente decisión -tal vez deseaba eliminar una ficha elevada-, va a prescindir de sus servicios, concediéndole la carta de libertad, y Pereda se marcha inmediatamente al Sabadell, entonces habitual cementerio de elefantes barcelonista, reuniéndose con los Comas, Torrent, Marañón, Montesinos, Vidal y Zabala, todos antiguos compañeros suyos.
Pero por una u otra razón, jugará muy poco en la “Nova Creu Alta”, y en 1970 suscribe contrato con el Mallorca, que militaba en Segunda División, donde apurará sus dos últimas temporadas como profesional hasta el momento de la retirada. con 424 partidos y 127 goles en las alforjas. Internacional “A” en 15 ocasiones entre 1960 y 1968 (6 goles), reunió un estupendo palmares donde cabían 1 Liga (1957-58), 2 Copas (1963 y 1968), 1 Copa de Europa (1957-58) y otra de Ferias (1965-66).
Chus Pereda va a fallecer víctima de un implacable cáncer en Barcelona, a la edad de 73 años, el 27 de septiembre de 2011. Desaparecía así uno de los Héroes del 64, un futbolista de raza, brillante y temperamental -le apodaban “Polvorilla”-, gran referencia de aquel Barça que atravesó por un auténtico desierto deportivo durante la estéril década de los 60.
Uno de ellos, el vizcaíno Valmaseda, militaba entonces en categoría regional, y va a proponerle a un Pereda adolescente unirse al equipo, poniendo a su disposición un taxi para llevarle los domingos a los partidos. Enseguida se hace imprescindible, y es elegido para formar parte de la Selección Juvenil de Vizcaya, momento en el que le ficha un conjunto de superior categoría, el Indauchu, del barrio homónimo de Bilbao, que acababa de subir a Segunda División, y en cuyas filas van a actuar algunas viejas glorias muy ilustres: nada menos que Zarra, Iriondo, Panizo y el ex-realista Ontoria, todos ellos internacionales. En su primera temporada, todavía con 17 años, Chús juega poco (solamente 3 partidos, pues arriba casi al final, con un único gol en su haber ), pero en la segunda, la 56-57, se va literalmente a salir -36 partidos y 16 tantos-, junto a un ramillete de futuras figuras, como Cobo, Eusebio Ríos, Isasi o Miguel Jones.
Comienza la siguiente campaña en el mismo excelente estado de forma, pero cuando lleva ya 9 dianas en tan sólo 13 partidos, el secretario técnico del Real Madrid, el antiguo jugador internacional Ipiña, le ofrece al presidente indauchutarra, Jaime de Olaso, 850.000 pesetas por el traspaso de Pereda, y el de Medina de Pomar hace las maletas con destino a la capital, con sólo 19 años de edad y toda la ilusión del mundo. Tras un breve período de aclimatación, va a debutar con los blancos en la jornada número 21, el 9 de febrero de 1958, ante su nuevo público y frente a un rival teóricamente asequible, el Real Jaén. Vencen los madridistas por 3 a 0 ( Rial 2 y Gento ), y esta fue su formación en el estreno de Chús en Primera División: Juan Alonso; Atienza II, Marquitos, Lesmes II; Santistéban, Zárraga; Pereda, Marsal, Di Stefano, Rial y Gento.
Pero aquel iba a ser su último partido con el conjunto merengue. Ante la mucha competencia (Kopa, su tocayo Chús Herrera, Mateos, Rial, Puskas, Gento…) va a aceptar el ir cedido al Real Valladolid, para ayudar a los blanquivioletas a recuperar la categoría recién perdida. Y en el viejo Zorrilla” rendirá muy satisfactoriamente (27 partidos y 9 goles), cumpliendo con la misión encomendada. Pero ya no retornará al Real Madrid, sino que tomará el camino del Sur, como parte de la Operación Pepillo, instalándose en un Sevilla renqueante, que dirigido por el técnico catalán Luís Miró va a recuperar sensaciones agradables, con una delantera de gran clase y finura -“de cristal” la denominan los aficionados hispalenses-, formada por Agüero, Diéguez, Antoniet, Pereda y Szalay, con incrustaciones de Loren y Rivera.
Esa brillantez le lleva a la Selección Española, primero en un par de ocasiones con los Sub-21, y por fin, el día de San Isidro de 1960, en Madrid frente a Inglaterra, en un amistoso donde España vapulea a los británicos por 3 a 0 (uno de Peiró y dos de Eulogio Martínez) con el siguiente equipo: Ramallets; Pachín, Garay, Gracia; Segarra, Vergés; Pereda ( Del Sol ), Eulogio Martínez, Di Stefano, Peiró y Gento . Y cuando Luís Miró es nombrado nuevo entrenador del Barça, en el verano de 1961, el técnico recomienda encarecidamente el fichaje de Pereda, así como el de su compañero Szalay, un buen extremo húngaro. Es un completo Plan Renove el que afronta en aquellos el club azulgrana, tras el final de ciclo del gran equipo dirigido por Helenio Herrera, certificado por la derrota de Berna ante el Benfica, cuando los malditos postes de sección cuadrada del Wankdorfstadion se cansaron de repeler disparos catalanes con marchamo de gol. De ese modo, aparte los dos sevillistas, van a llegar Pesudo, Benítez, Páis, Zaballa, Zaldúa y Vicente, mientras que se van Kubala y Ramallets (retirados), Luís Suárez -traspasado al Inter de Milán en una operación interesante en lo económico aunque desastrosa en lo deportivo), Tejada, Czibor, Ribelles o Coll. Pero de lo que le acontecerá al futbolista de Medina de Pomar en Can Barça ya hablaremos el mes próximo…
Ese día la delantera peruana la formaban Gómez Sánchez, Loayza, Joya, Terry y Seminario, y tres de los tantos llevaron la firma de este último, completando la goleada Juan Joya, otra alhaja que luego triunfaría en el Peñarol uruguayo. No es nada extraño que nuestro protagonista encendiera todas las alertas entre los principales clubes españoles. Pero un problema burocrático va a retrasar durante un tiempo su incorporación a nuestras competiciones, puesto que se producirá una duplicidad de firmas a nivel contractual, ya que por una parte un apoderado suyo se compromete con el Zaragoza, y por otra Seminario recibe la visita de un tal Helenio Herrera, a la sazón entrenador del Barcelona, con la intención de llevárselo para el “Camp Nou”, y claro, a ver quien le decía que no al Mago…
Pero, a todo esto, ¿qué cualidades tenía como futbolista este muchacho tan disputado? Era, como dicen por allí, un puntero zurdo con gran habilidad, rapidez e instinto goleador. Un delantero nato, un hombre de área que se introducía con escurridiza facilidad allá donde los defensas repartían más leña, y que hacía cosas inesperadas e inverosímiles -de ahí el sobrenombre de “El Loco”-, pero sobre todo marcaba muchos goles, que ha sido siempre la suerte más cotizada del fútbol. Los va a conseguir durante su estancia en Portugal, enrolado en el Sporting, y cuando el Zaragoza vuelve a por él, los aficionados del club lisboeta mostraron palpablemente su desaprobación.
A todo esto, el Barça había renunciado a sus posibles derechos sobre el peruano, para facilitar el fichaje del uruguayo Benitez, precisamente jugador del Zaragoza. Y a orillas del Ebro es dónde Seminario va a ofrecer su mejor rendimiento. En su primera temporada en “La Romareda”, la 61-62, disputa todos los partidos y se proclama máximo goleador de Primera División con 25 tantos, superando a artilleros tan cualificados como Puskas, Evaristo, Kocsis, Di Stefano o Waldo. Es un Zaragoza dirigido por César y donde ya militan algunos de los futuros Magníficos -Marcelino y Carlos Lapetra-, junto con futbolistas de la talla de Miguel, Duca o Murillo. Inicia su segunda campaña como un tiro, marcando con la misma facilidad, pero ya está en el punto de mira del Calcio. Y con los emisarios de la Fiorentina en el palco, dispuestos a contratarle, consigue 4 goles como 4 soles en un encuentro frente al Mallorca, y hace de inmediato las maletas con destino a Italia, dejando 20 millones en las arcas aragonesas -el Zaragoza lo había comprado al Sporting de Lisboa por 2.100.000 pesetas tan sólo un año antes-, casi tanto dinero como el presupuesto anual del club maño.
Pero el Barça de los años 60 atravesaba su particular Travesía del Desierto, ayuna de títulos y carente de un sistema de juego definido. Y al poco de llegar, para más inri, su gran valedor César -con quien incluso compartía negocios particulares- va a ser destituido a causa de los malos resultados. Aun así, Seminario se mantendrá como titular durante toda la temporada 64-65, pues había que justificar la fuerte inversión, y entre él y Ré (que se proclama “Pichichi”), firmarán cuarenta dianas, una cifra que no estaba nada mal, aunque no se tradujese en grandes victorias. Pero, a pesar de que también comienza jugando la campaña siguiente, 65-66, tanto el peruano como el paraguayo no van a ser santos de la devoción del nuevo técnico de los del “Camp Nou”, el adusto Roque Olsen -a quien, pese a su origen argentino, no parecían agradarle mucho los jugadores sudamericanos-, y con motivo de una inesperada derrota ante el Elche en “Altabix” (donde por cierto no actuó Seminario), ambos delanteros, junto al canario Vicente, serán apartados del equipo. Re y Vicente ya no volverán a vestirse de blaugrana, siendo traspasados a Español y Granada respectivamente, pero a Seminario le perdonan, aunque ya va a entrar con cuentagotas en la formación titular, y al finalizar el curso 66-67 se desvinculará por completo de la entidad culé, fichando por el Centro de Deportes Sabadell, que se estaba convirtiendo en una especie de cementerio de elefantes para barcelonistas rebotados.
Allí, a las órdenes del incombustible Pasieguito y rodeado por un cuadro confeccionado a base de retales -es decir, jugadores descartados de clubes con mayores pretensiones- despacha una primera temporada bastante aceptable y una segunda muy foja. Y entonces, en 1969 y casi con 33 años, decide abandonar España.
Regresa a su país en vísperas del Mundial de México-70, para el que la selección peruana se había clasificado brillantemente dejando a la poderosa Argentina en la cuneta. El técnico del combinado nacional, el mítico centrocampista brasileño Didí, el “Rey de la Folha seca”, sondea su convocatoria una década después de su última llamada, pero Seminario se niega a participar, tras tantos años postergado por el único delito de jugar fuera de su país. Más tarde se arrepentiría de ello, pues a su edad era una ocasión única de vivir una experiencia inigualable, y además Perú desempeñó un buen papel en tierras aztecas. Atlético Grau de Piura, Juan Aurich de Chiclayo, y finalmente Atlético Torino fueron testigos de los últimos compases de su carrera, realizando también labores de entrenador en algunos de ellos. Una vez retirado, va a establecer su residencia en Manacor, ya que ha regentado negocios hoteleros en la isla de Mallorca durante muchos años. Allí conocerá y se hará muy amigo de un niño natural de esa turística localidad balear, sobrino de un futbolista internacional del Barça, y atraído por el tenis desde muy pequeño ¿Adivinan de quien estamos hablando? Y es que no me negarán que la biografía de Seminario no tiene curiosos cross over…
Nacido en la capital uruguaya, se había iniciado en el Liverpool -que así se llamaba un club de Montevideo de segunda fila-, pero cuando se pone en marcha la famosa Liga Pirata colombiana es uno de los muchos futbolistas sudamericanos que se encaminan hacia ese moderno El Dorado. La huelga de futbolistas que se declara en Argentina en 1949 durante la primera presidencia de Juan Domingo Perón, demandando mejores salarios, va a llevar a Colombia figuras tan importantes como Adolfo Pedernera, Nestor Pipo Rossi o un joven Di Stefano, recalando los tres en un equipo cuyo nombre lo decía todo, Millonarios de Bogotá. Villaverde iniciará su aventura en el Deportivo Cúcuta, para pasar al célebre cuadro santafesino en 1952, donde permanecerá por espacio de dos temporadas, hasta que un Barça que ya estaba perdiendo gas al finalizar el curso 53-54 en blanco va a pensar en él como refuerzo de lujo, uniéndose a un ramillete de novedades, todas ellas en la línea delantera: los deportivistas Moll -también uruguayo- y Luisito Suárez, y los atacantes Mandi y Esteban Areta. de un Real Oviedo, que acababa de descender.
Salvo en la temporada 58-59 -aunque acabó jugando como titular en la Copa -sería siempre un asiduo en las alineaciones. Ya con 33 años, y tras proclamarse campeón de Copa en el torneo de 1963, aunque no jugaría la final, va a dejar el Barça para irse en calidad de cedido durante algunos meses al entonces denominado oficialmente “Real Santander”, después de recibir un cariñoso homenaje en partido disputado en el Camp Nou frente al Racing de París, colgando las botas poco más tarde, con un brillante palmarés en el que figuraban dos títulos de Liga, tres Copas del Generalísimo y dos Copas de Ferias. Moriría joven, en 1986, con solamente cincuenta y seis años, a consecuencia de una enfermedad cardíaca.
De ese modo Eulogio Martínez pudo alinearse ya sin ningún problema con el Barça, rindiendo desde el minuto uno señalados servicios en su línea de ataque, que le llevarían incluso de disputar varios partidos con la Selección Española, siendo mundialista en Chile-62. Su puesto era el de delantero centro, aunque también se alinearía en ocasiones con el 8 a la espalda, e incluso alguna vez con el 7. En la Copa del Generalísimo de 1957 estuvo especialmente sembrado, puesto que en el partido de vuelta de la eliminatoria de octavos de final contra el Atlético de Madrid en Les Corts, saldado con un estrepitoso 8 a 1 favorable a los propietarios del terreno, marcaría la friolera de siete goles, anulándosele otros 2. En los siete encuentros de dicho torneo conseguiría la escalofriante cifra de 16 dianas, todo un escándalo.
Y hablando de goles…Eulogio Martínez entraría también en la historia del Barça por ser el autor del primer gol marcado en el Camp Nou el día de su inauguración, el 24 de septiembre de 1957, frente a una selección de Varsovia, aunque posteriores declaraciones del entrenador barcelonista de entonces, Domenec Balmanya, insinúan cierta pasividad polaca en dicha cuestión, previamente acordada a cambio de algún tipo de compensación. Pero que conste que la foto del delantero guaraní, lanzándose alborozado al interior de la red, quedó de lo más bonito…
Aquella Copa de Europa, sin embargo, no terminó bien para los intereses barcelonistas, por culpa unos malditos postes de sección cuadrada que se cansaron de repeler disparos azulgranas en la final de Berna ante el Benfica. Su maravilloso equipo fue desmantelándose, con la marcha de puntales como Kubala, Luís Suárez, Ramallets Tejada o Czibor, y la nueva directiva culé, encabezada por el impulsivo y visceral empresario textil Enric Llaudet, intentó convencer a Evaristo para que se nacionalizase español, liberando así su plaza de extranjero, a lo cual se negó el carioca, agriándose las relaciones entre el club y el jugador, que al finalizar el curso 61-62 (en el que había conseguido la más que respetable cifra de 28 tantos en 30 partidos) dejaría el Barça, una vez vencido su contrato (219 partidos y 173 goles eran sus poderes), pasando al Real Madrid, aunque su estancia en la Casa Blanca, que durará solamente dos temporadas, transcurriría con más pena que gloria, retornando a Brasil en 1964, a su Flamengo originario, colgando las botas poco después, y convirtiéndose posteriormente en un laureado entrenador, trabajando en numerosos clubes de su país natal y llegando incluso a dirigir a la propia Canarinha en 1985, así como a las selecciones de Irak y Qatar.