Ramiro: Un brasileño con raíces orensanas

Ramiro tenía también origen español – gallego igualmente, para más señas, pues sus padres procedían de la provincia de Orense – , pero había nacido ya en Brasil, y allí en su primer apellido cambiaron la “z” final por una “ese” . Era un medio volante de ataque, como se decía entonces, alto, bien plantado y con una clase exquisita. Tanta, que va a jugar nada más ni nada menos que al lado del mismísimo Pelé, en las filas del Santos. El Atlético de Madrid, que ya tenía en sus filas otro brasileiro, el goleador campeón del Mundo Edvaldo Yzidio Neto, Vavá, y de propina a un angoleño, Jorge Mendonça, le fichará, junto a su hermano y coequipier Álvaro, que ocupaba una posición más adelantada en el campo, y ya había sido varias veces internacional con la Canarinha. Curiosamente, Ramiro no fue el que más llamó la atención de los técnicos colchoneros, sino Álvaro, aunque la estancia de este en el Metropolitano, sería muy breve, y al año siguiente volvería a cruzar el Charco al no haberse consolidado en el equipo titular.
Cuentan los que tuvieron la suerte de verle jugar, que Ramiro ha sido uno de los mejores centrocampistas que se hayan enfundado la camisola rojiblanca del Atleti. Tranquilo, pausado -algunos le achacaban cierta lentitud- , con una gran visión de juego y una técnica sobresaliente, sabía leer perfectamente los partidos, y al margen de su labor en la medular, lo mismo podía incorporarse al ataque con mucho peligro (en la Liga 60-61 fue el segundo máximo realizador del equipo, tan solo por detrás de Joaquín Peiró), que incrustarse en la zona central de su defensa, aprovechándose de su elevada estatura -1,81-, echando una mano, y lo que fuese menester, a Griffa y a Glaría, la “Doble G”, menudo par de angelitos. Un futbolista completísimo, en resumidas cuentas.

 

COMPAÑERO DE PELÉ

Ramiro vino al mundo en Sao Paulo, el 11 de febrero de 1933, dos años después que Álvaro. Ambos van a empezar a jugar en un equipo de la colonia española de Baixada Santista, ya que sus padres eran emigrantes de procedencia galaica, pero mientras que Álvaro se irá al Santos, Ramiro se enrolará en las categorías inferiores de Fluminense, en Rio, hasta que sea contratado también por el club de Vila Belmiro, a comienzos de 1955, reuniéndose de esa manera con su hermano, con el que guardaba un notable parecido físico, y se irá acoplando a la posición de medio derecho, aunque a menudo jugará como lateral, o incluso en bastantes ocasiones lo hará como central. Muy pronto se revela como un futbolista polivalente, buen marcador y eficaz en el contraataque. Será tricampeón estadual con Santos, y ganador del prestigioso “Teresa Herrera” y la Taça Río-Sao Paulo. En total va a disputar 248 partidos con los blanquinegros (106 como lateral derecho, 102 de volante, y 40 en el centro de la defensa), anotando únicamente dos goles. Y entre 1955 y 1956 contará hasta 11 apariciones en la Selección Brasileña.

 

VISITA A ESPAÑA, Y FICHAJE POR EL ATLETI

En 1959, y con un mes de diferencia, tras una gira europea con el Santos -en el curso de la cual jugarán un amistoso en el “Santiago Bernabéu”-, los dos hermanos Rodríguez Valente ficharán por el Atlético de Madrid, pues no ocupaban plaza de extranjeros al ser sus padres oriundos de la provincia de Orense. La estancia de Ramiro será larga, pues va a prolongarse hasta 1965, ya con 32 años cumplidos, mientras que Álvaro, que se desempeñaba como atacante de banda derecha, tan sólo permanecerá una temporada en el cuadro colchonero (fallecerá joven, en 1991, por complicaciones de la diabetes que sufría), a pesar de que comenzó muy fuerte, marcando un par de goles el día de su debut en el Metropolitano, aunque luego iría apagándose. Sin embargo Ramiro, que se estrena en un Atleti-Barça (0 a 1), no tardará en lograr la titularidad, formando una estupenda medular con el joven Chuzo.

 

TRIUNFO EN EL METROPOLITANO

En esa campaña 59-60 juega ya 16 partidos de Liga, y otros 9 en la “Copa del Generalísimo”, proclamándose el Atlético campeón del Torneo del KO por primera vez en su historia, al batir en la final a su eterno rival blanco por 3 a 1. La siguiente temporada ya es la de su consagración definitiva, con 24 presencias ligueras (y nada menos que 11 goles), y un nuevo titulo de Copa, batiendo otra vez al Real Madrid y en el mismo escenario del año anterior, esta vez por 3 a 2, lo cual les da derecho a los rojiblancos para tomar parte en una competición continental de nuevo cuño, la Copa de Europa de Campeones de Copa, conocida coloquialmente y para abreviar como “Recopa”. Y ese Atleti que se manejaba tan bien en los torneos por eliminatorias se va a coronar campeón europeo al vencer a la potente Fiorentina italiana, y con Ramiro en el centro del campo, por supuesto.
En 1962-63 ya es otro talentoso joven, Jesús Glaría, su socio en la línea media. Subcampeones de Liga tras un Real Madrid intratable, llegarán nuevamente a la final de la “Recopa”, pero ahí ya se encuentran con un hueso imposible de roer, el Tottenham londinense, que les golea en el encuentro definitivo (5 a 1). Y a pesar de que el curso siguiente es muy flojo en lo concerniente al Torneo de Regularidad, alcanzan otra final por quinto año consecutivo, la de Copa, aunque son superados por un gran Zaragoza. Y siempre con Ramiro en el equipo. En la temporada 64-65 acarician incluso el título de Liga, que finalmente se va para el “Bernabéu”, ya con algunos Ye-yés vestidos de blanco. Y como no hay cinco sin seis, en la final copera del 65 se cuelan otra vez los colchoneros, para tomarse la revancha de su derrota del año anterior ante los maños, venciendo por 1 a 0, con gol del hondureño Cardona. Pero ya Ramiro no va a ser de la partida (su lugar lo ocupa el sevillano Ruiz Sosa)

 

ENTRENADOR EN BRASIL Y VECINO DEL VÉNETO

Ramiro ya tiene 32 años, y tras seis magníficas temporadas abandona el club colchonero al finalizar el curso 64-65, de modo que no vivirá in situ el gran triunfo en la Liga 65-66, después de quince años sin catarla, y como maravillosa despedida a un entrañable Metropolitano”, sustituido unos meses más tarde por un flamante estadio levantado en las orillas del Manzanares, el Aprendiz de río. Regresará a Brasil, y bastantes años después, en 1991, aceptará la propuesta del Santos para dirigir a su antiguo club, que atravesaba entonces por horas bajas. Pero esa sería una ocupación muy puntual, en su biografía, pues durante mucho tiempo ha residido en Río, dedicado a la construcción inmobiliaria, y realizando también funciones de representante oficial del club santista en el Estado de Río de Janeiro. Más adelante, y por motivos de salud, se va a trasladar a la región del Véneto, en Italia, residiendo en la localidad de Vicenza con parte de su familia. Convertido en uno de los decanos de Santos, O Glorioso Albinegro Praiano, acaba de dejarnos a los 92 años de edad, con el recuerdo de su fina estampa y su juego elegante en la retina de quienes tuvieron la suerte de verlo en acción vestido de rojiblanco.




Sánchez Lage: El Di Stefano del pobre

Mi padre siempre decía que Sanchez Lage era tan bueno como Di Stefano, pero que no lució lo mismo porque en lugar de ir a uno de los grandes, se vino a un club modesto como el Oviedo, y cuando pasó al Valencia ya estaba un tanto mayor, aunque menos de lo que su rala cabellera daba a entender. Seguramente mi padre exageraba un poco, pero José María Sánchez Lage (Buenos Aires, Argentina, 11 de mayo de 1931-Ibidem, 31 de diciembre de 2004) fue un gran jugador de fútbol, y los que tuvieron la suerte de verle en acción así lo expresaron.

Debutó a los 18 años en un River Plate con Labruna, Amadeo Carrizo o Nestor Pipo Rossi, donde aun no se habían apagado las aclamaciones a aquella mítica delantera franjirroja bautizada como La Máquina. Corría 1950. Y como estaba muy caro jugar allí, va ser cedido a Banfield (1952, 53), y de ahí pasará a Huracán, la institución del Globito, para retornar a River entre 1955 y 57, y acabar en el modesto Atlanta en 1958, ya con 27 años y cayéndosele el pelo a mayor velocidad de lo normal -entonces también gastaba un fino bigotillo-. Pero entre tanto ya había jugado algunos partidos con la Albiceleste, y visitado la Madre Patria en 1952, con motivo de un España-Argentina celebrado en Madrid, y en el que finalmente no saltó al campo (ganaron los sudamericanos por 0 a 1, en una extraña jugada que se tragó el gran Ramallets)

Hoy esa información  está al alcance de cualquiera, pero hace sesenta y pico años era muy extraño que alguien en España conociese la existencia de un jugador como Sánchez  Lage -y casi la de cualquier otro jugador extranjero, salvo Pelé y tres o cuatro más-. Pero parece ser que se supo de él gracias a informes de algún emigrante o exiliado español, asturiano por más señas, que le comunicó a cierto directivo del Oviedo que en Atlanta jugaba un futbolista que podía ser muy aprovechable, y además tirado de precio, regalado, vamos.  El conjunto azul acababa de ascender a Primera División, pero su clasificación era muy precaria y apurada, y se hacía necesario reforzar el equipo de cara a la segunda vuelta del campeonato, que arrancaría con la visita del siempre difícil Atlético de Madrid al campo de Buenavista.

EL CRACK DEL OVIEDO

El club carbayón va a comprar su carta de libertad  por sólo 100.000 pesetas, una verdadera miseria, y de ese modo se hace con sus servicios. Y dado que en el Oviedo ya militaba otro jugador de nacionalidad argentina apellidado también Sánchez, el recién llegado será conocido por los dos apellidos para diferenciarlo de su compatriota, como si de un vulgar árbitro se tratase.  Debuta, pues, en la jornada número 16, frente a los colchoneros, y les trae suerte a sus nuevos compañeros, pues los azules obtienen una valiosa victoria por 2 a 1. Salen aquella tarde los siguientes once hombres: Barea; Laurín, Álvarez, Marigil; Alarcón, Sánchez; Arbaizar, Sánchez Lage, Artabe, Romero y Amarilla. El porteño se convierte muy pronto en la gran estrella oviedista, actuando como interior derecho. Es un futbolista muy completo, de excelente técnica y amplio recorrido, que lo mismo marcaba goles de cabeza que convertía  penaltis de manera exquisita.  Se constituye en la referencia ineludible del equipo, ofreciéndose y desmarcándose, y siempre derrochando entrega y compromiso.

El Oviedo conseguirá finalmente la permanencia, con Sánchez Lage como indiscutible líder, pero en  las temporadas siguientes -a excepción de la 59-60, sextos-  seguirá pasando apuros, salvándose en alguna ocasión en el último aliento, con un suspense hitchcockiano. Esa dinámica va a cambiar, no obstante, en la campaña 62-63, erigiéndose en el equipo revelación junto con el Real Valladolid, y acabando asturianos y pucelanos en tercera y cuarta posición respectivamente. Sánchez Lage y el internacional Paquito son los auténticos puntales de una plantilla que cuenta con nombres como Alarcia, Madriles, Toni, Datzira, Marigil, Iguarán, Girón, José Luís o José María. Pero, como de costumbre, va a durar poco la alegría en la casa del pobre…

 

 

 

 

 

 

RUMBO A MESTALLA

El Valencia se presenta con una de esas ofertas tipo “El Padrino”, que  son imposibles de rechazar -3.400.000 pesetas, oxígeno para la Tesorería de un club siempre en la cuerda floja-, y se lleva para Mestalla a las dos piezas claves del conjunto azul, Paquito y Sánchez Lage (este ya con 32 años y cabello escaso), a tiempo para hacerles debutar en la final de la Copa de Ferias contra el Dynamo de Zagreb, que van a conquistar los Chés por segunda temporada consecutiva. El Oviedo pagará tan vitales ausencias con una promoción al año siguiente y un descenso al otro. Los levantinos, por su parte, llegarán de nuevo a su tercera final europea, aunque caerán frente al Zaragoza de los Magníficos. Sánchez Lage va a seguir trenzando su fútbol de alta escuela, combinado con un incansable y encomiable trabajo para un hombre de su edad, al lado de los Piquer, Mestre, Roberto, Héctor Núñez, Poli, Guillot, Waldo y su ya habitual compañero Paquito.

Su mejor momento lo va a vivir en la primera vuelta de la temporada 65-66, en la que el Valencia, a las órdenes de Sabino Barinaga, bordará literalmente el fútbol, encaramados a los primeros puestos y derrotando a Real Madrid  y Barcelona. Pero ese momento de gracia durará muy poco. En un partido contra el Español se las tiene tiesas con Mingorance, el central blanquiazul, en una tarde muy brava en Mestalla, que se saldaría con cuatro expulsados. Sánchez Lage fue uno de ellos, y cuando regresa al equipo, una vez cumplida su sanción, ya no reeditará aquel excelente nivel, a la par que el cuadro levantino se hunde en la tabla. Tiene ya 35 años, y al concluir aquel curso cambiará de aires, rumbo al recién ascendido Deportivo de La Coruña

RIAZOR, VALLEJO, Y VUELTA A LOS ORÍGENES.

Los gallegos ficharon también para su retorno a la categoría a algunos ilustres veteranos, tales como el guardameta del Mallorca Vicente, internacional y ex del Español y Real Madrid, y el mítico central sevillista Marcelo Campanal, pero el experimento no resulta, y vuelven a Segunda por la vía rápida. Y hablando de volver…Sánchez Lage toma de nuevo el camino de la Ciudad del Turia, pero en esta oportunidad para unirse al Levante, donde se reencuentra con su antiguo compañero Héctor Núñez. Pero les toca la campaña de la dantesca remodelación de Segunda, y los  de Vallejo son uno de los muchos damnificados (de 32 equipos, divididos en dos grupos, se pasa a uno solo, de 20). Así que pone punto final a su estancia como futbolista en nuestro país, tras diez temporadas en las que ha disputado casi 300 partidos, con un balance de 72 goles, unos excelentes guarismos teniendo en cuenta que ya llegó a España con una edad…

Sus últimos partidos los disputará en el club que le vio nacer como profesional, River Plate. Después orientará sus pasos hacia el apartado técnico. Será él quien recomiende al Valencia, que atravesaba por una etapa muy gris, el fichaje su gran amigo Alfredo Di Stefano como nuevo entrenador. La Saeta Rubia había fracasado en su primera experiencia en los banquillos, en el Elche, pero en Argentina había llevado a Boca Juniors al título. En Mestalla, y con Sánchez Lage ayudándole en diversas parcelas, campeonará después 24 años de sequía liguera, en la histórica temporada 70-71. Después nuestro hombre seguirá prestando su ojo clínico al descubrimiento de nuevos talentos, e incluso llegará a ejercer durante un tiempo la secretaría técnica. Con los años regresará a su Buenos Aires natal, y allí le sorprenderá la Parca a una edad relativamente temprana, con sólo 73 años, el último día del año 2004. En Oviedo y Valencia no le habían olvidado, y se lloró sinceramente su pérdida, pues dejaba estela de gran futbolista y mejor persona.




Vicente: El grapas

VICENTE: EL GRAPAS

La trayectoria futbolística de José Vicente Traín no deja de ser curiosa, pues nacido en Barcelona el 19 de diciembre de 1931, en las cercanías del Turó Parc, no llegó a jugar nunca en el principal equipo de su ciudad natal, el Barça, sino en los dos mayores rivales históricos de este, el RCD. Español y el Real Madrid, aunque también pudo ser azulgrana, tanto de joven como ya en plena madurez. De excelente planta para su generación (1,81 de altura y 75 kilos de peso), fue un guardameta caracterizado sobre todo por su seguridad en el blocaje, favorecida por sus grandes manos,  lo que le valió el sobrenombre de El Grapas, igual que otro arquero españolista de los tiempos heroicos, Pere Gibert, antecesor y maestro del mítico Ricardo Zamora en la meta blanquiazul, que defendió entre los años 1909 y 1916.

GUARDAMETA PERICO

Comenzó a jugar en el Centro Aragonés, y  de allí paso al Mollet. Le probó el Barça por primera vez, pero no les convenció, aunque poco más tarde sería fichado por el Español, que no pagó nada por él, pues tenía la condición de amateur. Tardó bastante, sin embargo, en debutar con los de “Sarria”. La culpa tal vez la tuvo Marcel Domingo, y junto a él una defensa muy poco batida en aquellos años centrales de la década de los años 50, y en la que figuraban habitualmente hombres como Argilés, Parra, Cata y Faura, toda una garantía. Será precisamente Ricardo Zamora, a la sazón entrenador perico, quien le de la alternativa en la última jornada de la Liga 1955-56, en el propio Sarriá y frente a un Alavés ya descendido a Segunda División, que cayó derrotado por un estrepitoso  6 a 0. Pero en el subsiguiente torneo copero Vicente ya es titular indiscutible, y testigo privilegiado de la eliminación del Barça, tras la gran tarde de Arcas en Les Corts (4-4,  todos obra del delantero andaluz). El Español llega hasta semifinales, cayendo en un tercer partido de desempate ante el Atlético de Madrid, que luego sería vencido en la final por un Athletic de Bilbao que va a hacer doblete esa temporada bajo la batuta de Fernando Daucik, con aquel equipo de los Carmelo, Orúe, Garay, Canito y compañía.

Durante las siguientes cuatro campañas -1956-1960- Vicente es el dueño indiscutible del arco españolista,  dejando de actuar en contadas ocasiones, y asomándose a las convocatorias de la Selección Nacional (jugaría hasta en cinco oportunidades en el combinado “B”, antes de estrenarse en el Absoluto). Finalmente, en el verano de 1960 va a llegar a la cima de su carrera profesional firmando por el Real Madrid. Juanito Alonso ya tenía sus años -y sus lesiones-, y el argentino Rogelio Pirulo Domínguez no convencía por completo a los técnicos de la Casa Blanca, pero por allí también andaba el meta balear Bagur, y Vicente no tenía claro si llegaba como primera opción para la portería merengue o como cuarto portero, aunque muy pronto se iban a aclarar sus dudas.

EN LA CASA BLANCA

El Real Madrid pagó por él 3 millones de pesetas, que comenzaría a rentabilizar muy pronto, pues Vicente cortó de raíz cualquier debate sobre el arco, convirtiéndose en indiscutible. De hecho, va a jugar 42 partidos esa temporada 60-61 (la Liga al completo), obteniendo el trofeo “Ricardo Zamora” al portero menos goleado de la máxima categoría. El Madrid, eliminado por primera vez de la Copa de Europa por el Barcelona, ganó el campeonato de Liga prácticamente de calle, y Vicente, ya con 29 años, va a debutar por fin con la Selección “A”. Fue en el propio “Bernabéu”, en un amistoso contra Francia disputado el domingo 2 de abril de 1961,  en el que vencieron los nuestros por 2 a 0 (Gensana y Gento), y con el siguiente equipo: Vicente; Rivilla, Santamaría, Casado; Vidal, Gensana; Tejada, Kubala, Di Stefano, Del Sol y Gento. Siete madridistas en la alineación, nada menos…

        

Pero al final de esa primera campaña con el club merengue se va a lesionar fortuitamente en un entrenamiento,  en el hueso escafoides,  tras atajar sendos disparos de sus compañeros Puskas -menudo era Pancho…- y Canario. Jugó durante un par de meses ocultando sus molestias, para no salir de la formación titular, hasta que ya no pudo resistir más (para colmo, en esa época paraba sin guantes). Intervenido quirúrgicamente en el prestigioso Sanatorio Ruber, se tiró 8 meses de baja. El Real Madrid fichó en su lugar a Araquistáin, de la Real Sociedad, quien jugaría casi toda la temporada 61-62. Por supuesto, Vicente se perdió el Mundial chileno del 62, al que sí acudió el meta vasco.

        

No obstante recuperará la titularidad al año siguiente, tal era la confianza que Miguel Muñoz tenía en sus posibilidades, y regresará también a la Selección Española. El Real Madrid volvió a ganar la Liga sin demasiadas dificultades y Vicente conquistó su segundo “Zamora” , pero en un encuentro amistoso ante Escocia su trayectoria internacional va a quedar truncada definitivamente. Aquella aciaga tarde en el “Bernabéu” España encajó la derrota más fuerte de toda su historia en campo propio, 2 a 6, cuatro de los cuales los recibió Vicente, que luego sería sustituido por Carmelo Cedrún (batido otras dos veces). Ambos eran ya cancerberos veteranos, y no volverían a la Selección, que tras una breve y muy positiva experiencia con el bético Pepín, encontraría a un guardameta con plenas garantías para más de una década, José Ángel Iribar.

        

El Real Madrid, aunque ya con apuros, vuelve a proclamarse campeón de Liga en el curso 63-64 por cuarto año consecutivo, y Vicente añade otro “Zamora” más a su brillante palmarés. Pero no puede sumarle una Copa de Europa, pues en la final celebrada en el Prater vienés su meta va a ser  perforada hasta en tres ocasiones por el Inter de Milán, que se lleva el preciado trofeo a tierras lombardas, certificando de ese modo el final del glorioso ciclo del Real Madrid de Di Stefano. La Saeta Rubia  abandona el club por la puerta de atrás, con destino al Español, y Vicente también recibirá la baja. El canario Betancort será su sustituto durante unas cuantas temporadas, compitiendo primero con el vasco Araquistáin y más tarde con el asturiano Junquera.

ATAJANDO EN MALLORCA Y LA CORUÑA

Sin equipo, pero deseando seguir en activo, Vicente se somete a prueba con el Barcelona, igual que una década atrás. El club azulgrana tiene dudas en su portería (Pesudo sufre una lesión de larga duración, y el joven Sadurní, pese a haber debutado ya con la Selección, no parece gozar de absoluta confianza). Pero no pasa el reconocimiento médico, pues los galenos encuentran secuelas de sus pasados problemas físicos. Sin embargo en el Mallorca no son tan tiquismiquis, y se hacen con sus servicios para intentar el regreso a Primera, cosa que consiguen en esa temporada 64-65, a las órdenes de César Rodríguez, el mítico Pelucas. Vicente es indiscutible en el marco balear, tanto en la campaña del ascenso como en la nueva singladura por la máxima categoría, pero el cuadro bermellón no va conseguir mantenerse, y el meta catalán hace de nuevo las maletas.

Su siguiente estación será ya la terminal, La Coruña,  también con un Depor recién ascendido, y que de cara a la temporada 66-67 se refuerza con grandes dosis de experiencia, pues aparte de Vicente firma también a dos ilustrísimos veteranos: el defensa Campanal, libre del Sevilla tras entregarle 16 años de su vida al club de Nervión, y el centrocampista argentino Sánchez Lage, procedente del Valencia. También  andaban por allí brillantes jóvenes como Manolete, Loureda o Pellicer, pero el conjunto de Riazor,  fiel a su tradición de equipo sube y baja, ocupó desde el principio las últimas posiciones, y descendió una vez más,  y como farolillo rojo. Vicente no jugó demasiado -una decena de encuentros-, y compartió el marco con otro guardavallas paisano suyo, Benito Joanet. Y con 35 años cumplidos, bastante hastiado de los entresijos del mundo del fútbol, decide que ya es hora de ir colgando los guantes y a otra cosa, mariposa.

Vicente va a disputar un total de 304 partidos entre Liga, Copa del Generalísimo y Copa de Europa, siendo 7 veces internacional con la Selección “A”, y 5 con la “B”.  Cuatro veces Campeón de Liga (60-61, 61-62, 62-63 y 63-64), y una de Copa (1962), así como ganador del trofeo “Zamora” en tres ocasiones durante su estancia en el Real Madrid. No será entrenador,  y tan sólo va a seguir el fútbol como aficionado, establecido en Madrid y recordado cada cierto tiempo por la prensa, que le solicita su autorizada opinión acerca de las nuevas hornadas de guardametas. Y ahí continúa todavía, el Grapas, con el cabello incólume pero absolutamente blanco, y esas manazas que tantos balones han atrapado.




Wanderley: el hermano pequeño de Waldo

No son frecuentes los casos de hermanos que juegan en la misma posición, pero los Machado da Silva brasileños lo hacían, en el eje de la delantera, y ambos muy bien, manteniendo un tórrido idilio con el gol. Y durante varios años capitanearon las vanguardias de sendos equipos de la misma ciudad, Valencia CF y Levante UD, que llegaron a enfrentarse en unas cuantas ocasiones durante la primera y breve etapa del cuadro granota en la  máxima categoría, aunque precisamente a causa de la demarcación que ocupaban  los duelos personales durante el partido entre los dos hermanos eran prácticamente imposibles, pues cada uno miraba hacia la portería contraria, y eran los defensores quienes se encargaban de frenar sus ímpetus. Pero, por esas ironías que a veces tiene el destino futbolístico, ya en el ocaso de su carrera compartieron vestuario, el del Hércules de Alicante, y hasta en algunos encuentros formaron parte del mismo once, en su línea atacante.

DE RÍO A LEVANTE

Wanderley era cuatro años más joven que Waldo, y había nacido también en Niterói, cerca de Rio de Janeiro, un 3 de junio de 1938. A diferencia de su hermano mayor, el pequeño no se unió al Fluminense (club del que Waldo continúa siendo, casi sesenta y cinco años después de su marcha,  máximo goleador histórico), sino que se integró en otra prestigiosa institución carioca, Vasco da Gama, donde va a destacar hasta el extremo de ser convocado por la Selección Olímpica, y representar a Brasil en los Juegos de Roma de 1960, junto a un ilustrísimo, Gerson de Oliveira. Era un centro delantero de menor corpulencia y fortaleza que su hermano, pero más rápido y hábil, de ahí que a veces, ya avanzada su carrera,  fuera alineado incluso como extremo, preferentemente por la  izquierda.

El fútbol español estaba a punto de cerrar sus puertas a los jugadores extranjeros en aquel verano del 62, pero aun pescó algunas buenas piezas. Una de ellas fue Wanderley, facturado con destino a Elche, para vestir de franjiverde. En aquel momento sólo se permitían dos fichas de foráneos, y en Altabix una era indiscutiblemente para Juan Ángel Romero, el paraguayo estrella del equipo. Y por allí andaba también otro guaraní recién llegado, Juan Carlos Lezcano, de características muy diferentes a las del brasileño,  pues era un todoterreno que aportaba trabajo en el medio campo y buena llegada arriba. Este va a ser el elegido finalmente para quedarse en la plantilla como titular, y a Wanderley empezaron a darle largas, pues entrenar, entrenaba, pero de jugar, nanay. Hasta que un día le comunicaron la decisión del club, y para que no se deprimiese del todo ni le consumiera la saudade, le propusieron una solución de compromiso: irse al Levante, que militaba en Segunda División pero quedaba cerca, y además era de la misma ciudad donde su hermano Waldo estaba triunfando en toda regla.

GOLEADOR GRANOTA

Y para Vallejo, desplazado igual que una maleta, se fue el bueno de Wanderley, debutando ya en la segunda vuelta de la temporada 62-63. El Levante era un clásico aspirante al ascenso, pero siempre se quedaba en puertas. Sin embargo en aquella ocasión había formado un gran equipo –Rodri, Calpe, Pedreño, Alustiza, Castelló, Currucale, Vall, Domínguez, Gento III, Haro, Serafín, Torrents…- y finalmente lo logró, aunque con muchos sudores, derrotando al Deportivo de La Coruña en una promoción a cara de perro, y los goles de Wanderley -consiguió 11 en 14 partidos, comenzando por el del día de su presentación, que supuso los dos puntos- tuvieron bastante que ver con la hazaña. Pero marcar en Primera estaba bastante más caro, como pronto iba a comprobar. Y aunque se dio el gustazo de mojar en su primer derbi valenciano. mientras que su hermano -con quien vivía, pues no estaba casado- se quedaba aquella noche en blanco, tan sólo levantó los brazos en señal de júbilo en siete oportunidades, habiendo participado en 22 encuentros.

Peor le irá en la temporada siguiente 1964-65. Actúa también en 22 choques, pero solamente obtiene cuatro dianas. El club de los Poblados Marítimos pasaba grandes apuros para mantenerse -a pesar de algún resultado espectacular, como un insólito 5 a 1 al Barça en Vallejo, con doblete del brasileño- y no pudo eludir la promoción, en la cual fue superado por el Málaga, poniendo fin a aquella maravillosa aventura codeándose entre los grandes. Tendrían que pasar 40 largos años hasta que los colores azulgranas de Orriols volvieran a medirse con lo mejorcito de nuestro fútbol, pero afortunadamente esa nueva experiencia iba a ser mucho más prolongada y fructífera…

EN LA ROSALEDA

De nuevo en Segunda, Wanderley no va a cuajar una buena campaña 65-66, pero al año siguiente alcanzará sus mejores registros goleadores: 19 tantos en 28 partidos. Es una de las estrellas del equipo, y al finalizar el curso será traspasado junto con su compañero de ataque Pons y el guardameta Catalá al C.D. Málaga, que después de perder la categoría que había ganado precisamente  frente al Levante, había vuelto a recuperarla al año siguiente, configurándose como el gran equipo-ascensor de los años 60 junto con el Deportivo de La Coruña, en lo que parecía ser el sino de los conjuntos vestidos de blanco y azul.

En la Costa del Sol el papel de Wanderley, de entrada, no iba a ser tan lucido como en Valencia. En sus dos primeras campañas no puede decirse que fuera titular indiscutible,  pues interviene  solamente en la mitad del campeonato, con una dura competencia por parte de los paraguayos Cabral y Fleitas, que se movían  también como hombres en punta. Va a ser de nuevo tras otro descenso cuando se convierta en asiduo. En esa Liga 69-70, en la cual los malacitanos ascendieron una vez más, y en el último partido, tras Sporting de Gijón y Español -un ilustre trío-, jugará con asiduidad gracias a la marcha de Sebastián Fleitas al Real Madrid. 28 presencias y 13 goles, destacando el póker que le endosó al Español en La Rosaleda el 30 de noviembre de1969, la tarde del debut del legendario Sebastián Humberto Viberti, que fue el autor del tanto restante.

LOS MACHADO DA SILVA SE REUNEN

Pero al finalizar la campaña la directiva del Málaga va a darle la baja,  al igual que le ocurría más o menos por las mismas fechas en Valencia a su hermano Waldo. Pesa, indudablemente, la edad, pues Wanderley tiene 32 años, mientras que Waldo cuenta ya con 36. Y, lo que son las cosas, ambos van a buscar acomodo para sus últimas andanzas futbolísticas en el mismo club, otro recién ascendido -en este caso a Segunda-, el Hércules de Alicante, con lo cual se establecerán no demasiado lejos de la Ciudad del Turia. Aunque no llegan en muy buen momento.  Esa temporada 70-71 los herculanos conocerán nada menos que a cinco técnicos -el primero de ellos César Rodriguez,  y el último Sandor Kocsis-, y se salvan por los pelos. Y tampoco el rendimiento de los hermanos Machado da Silva va a estar en consonancia con su fama, pues Waldo se alineará sólo en 19 partidos (con el magro balance de un gol), mientras que Wanderley lo hará únicamente en 9 ocasiones, sin ver puerta en ninguna de ellas. Van a conseguir, eso sí, coincidir en la misma formación  sobre el campo en varias ocasiones. Algo es algo…

Los dos, visto lo visto, deciden cortar por lo sano. Waldo se establecerá en Valencia capital hasta su fallecimiento en 2019, mientras que Wanderley lo hará muy cerca, en la localidad de Massanassa. Allí se casará con una chica que regentaba una farmacia, y va a vivir completamente al margen de su antigua profesión deportiva hasta el momento de su muerte, acaecida el 5 de marzo de 2020. Cuentan los que le conocieron, y reconocieron, que no quería ni acordarse de lo que había sido en sus años mozos. Pero nosotros sí que le recordamos, como uno de esos escasos  jugadores que animaron con sus destellos de genialidad un tiempo tan anodino para el fútbol español como fueron los años 60.  Y es que 71 tantos en 180 partidos no estaba pero que nada mal para esa época de secano goleador,..




«Canario», el magnífico carioca

     Darcy Silveira Dos Santos (Río de Janeiro, 24 de mayo de 1934), el auténtico nombre del futbolista brasileño conocido desde niño como Canario, llegó a España sin hacer demasiado ruido,  por así decirlo, en la misma maleta que el gran Didí, facturada con destino al estadio Santiago Bernabéu. Pese a ser ya internacional por su país  no había tomado parte en el triunfal Mundial de Suecia -un tal Garrincha le tapaba-, y su fichaje podía considerarse como modesto, porque además llegaba sin la garantía de ser titular, pues el hueco dejado por la marcha de Kopa al Stade de Reims tendrían que disputárselo entre el futbolista carioca y el asturiano Chús Herrera, el hijo de Herrerita, el gran jugador asturiano de los años 30 y 40. Sin embargo, lo que son las cosas,  iba a ser el brasilero de su generación más longevo en nuestras competiciones, junto con el valencianista Waldo, pues pasearía su más que notable calidad por nuestros terrenos de juego durante toda una década, de 1959 a 1969, cuando se retiraría ya con 35 años cumplidos.

           CAMPEÓN DE LA QUINTA

         No procedía de uno de los grandes clubes de Río de Janeiro, o al menos este ya no lo era cuando Canario dejó su país natal. El América había gozado de buenas épocas décadas atrás, pero ya no podía competir con los cuatro grandes del fútbol carioca, Flamengo, Botafogo, Fluminense y Vasco da Gama. Pero el Real Madrid va a poner sus ojos en este extremo derecha que lucía entonces un ligero bigotito. Ya había actuado en unas cuantas ocasiones con la Verdeamarela  (siete presencias, dos goles), y a pesar de lo incierto de su futuro no vaciló en meterse en un avión rumbo a Barajas, aunque con el sofocón se pasó dormido buena parte del viaje. Debutó con los blancos en el “Carranza” del 59, donde se impondrían en la final a un estelar Barça por 4 a 3, formando ala derecha con su compatriota Didí.

18.05.1960, Europapokal der Landesmeister, Finale, Glasgow, Hampden Park, Real Madrid-Eintracht Frankfurt 7:3 (3:1), Team Real vor dem Anpfiff. Hintere Reihe: Torwart Rogelio Dominguez, Marcos Alonso «Marquitos», José Emilio Santamaria, Enrique Pérez «Pachin», José María Vidal, Kapitän José María Zárraga, Betreuer. Vordere Reihe: Darcy Silveira dos Antos «Canario», Luis Del Sol, Alfredo Di Stéfano, Ferenc Puskás, Francisco Gento.

Ese primer año va a jugar poco,  porque Herrera atravesaba su mejor momento, que incluso le llevó fugazmente a la Selección Española, tan sólo 5 partidos de Liga, pero  llegará a tiempo para saltar al Hampden Park de  Glasgow y conquistar la Quinta, goleando al Eintracht de Frankfurt por 7 a 3 (con un póker de Puskas y un hattrick de Di Stefano), en la que se considera la mejor final europea de  todos los tiempos. En la siguiente temporada, 60-61, ya participa bastante más, porque Herrera comienza a presentar síntomas de la terrible enfermedad que le llevaría a la tumba un par de años más tarde. Puede considerársele como el titular de la banda derecha en Liga y Copa de Europa (donde el Barça elimina a los blancos a las primeras de cambio, en lo que constituye el primer revés continental madridista), mientras que en la Copa del Generalísimo no puede intervenir, dada su condición de extranjero

         INTERLUDIO SEVILLISTA

         En el curso siguiente vuelve a irse al banquillo. El Barça, sorprendentemente, le concede la carta de libertad al extremo internacional Justo Tejada, y el Real Madrid va a maniobrar con rapidez para conseguir sus servicios, muy recomendados por el mismísimo Di Stefano. El catalán se adueñará de inmediato de la camiseta numero 7, relegando al brasileño a la suplencia (tan sólo toma parte en cinco partidos en toda la temporada). De modo que va a proseguir su carrera en otros lares, y se marcha al Sevilla, donde ya militaba su antiguo compañero madridista Enrique Mateos. Allí, en el “Pizjuán”, actuará en la otra banda, con un buen desempeño (jugó todos los partidos de Liga). Pero tampoco echará raíces en la capital andaluza…El Zaragoza estaba construyendo un gran equipo, y tenía vacante precisamente la banda derecha, pues el veterano jugador canario Miguel dejaba por esas fechas “La Romareda” para unirse al Real Murcia. De manera que otro ”Canario”  -aunque este soló de sobrenombre- va a ocupar su plaza.

         LOS CINCO MAGNIFICOSPronto nacerán los Magníficos, en cuanto el tinerfeño Santos desplace al también brasileño Duca y se una a los Marcelino, Villa y Lapetra, completando una de las delanteras más legendarias de toda la historia del fútbol español. Estaba aun reciente el estreno de “Los Siete Magníficos”,  un popular western dirigido en 1960 por John Sturges y protagonizado, entre otros, por Yul Brynner, Steve McQueen y Charles Bronson, con una vibrante banda sonora compuesta por Elmer Bernstein. Aquellos Magníficos del Lejano Oeste eran unos grandes profesionales con las armas en la mano, y a la nueva vanguardia zaragocista, -igualmente muy diestra, pero en su caso manejando el balón, mucho más incruento que el “Colt”  o el “Winchester”- se la conocerá también por dicho adjetivo laudatorio, aunque cambiando la cifra.

        Cada uno de sus miembros aportaba prestaciones superlativas: Canario era la velocidad en el desborde, con mucho gol, Santos ejercía de incansable trabajador, pero aun con más eficacia realizadora, Marcelino tenía una gran capacidad de remate, sobre todo con la cabeza, Villa era el artista depurado, un jugador de lujo, también con mucha pólvora en sus borceguíes, mientras que Carlos Lapetra, el cerebro organizador, eran la inteligencia y la visión de la jugada hechas futbolista. No hay mejor quinteto entonces en España, ni en parte del Extranjero…

         Los cinco años que Darcy Silveira va a pasar a orillas del Ebro serán sin duda alguna los más brillantes de su carrera. Es aquel un Zaragoza unánimemente aclamado por la calidad de su juego, que llega a finales y gana títulos con asiduidad (63-64: Copa del Generalísimo -torneo que el extremo carioca ya puede jugar- y Copa de Ferias, su mejor año; 64-65: finalista de Copa; 65-66: campeones de Copa y finalistas de la Copa de Ferias). En la Liga el club aragonés consigue siempre buenas clasificaciones -tercero, cuarto o quinto-, pero les va a faltar algo imprescindible, lo que hoy llamaríamos “fondo de armario”. El equipo tiene 13 o 14 jugadores de muy buen nivel, pero los suplentes no dan la talla necesaria para compactar un conjunto capaz de proclamarse campeón  del Torneo de la Regularidad, así que el Zaragoza brillará básicamente en las distancias cortas.

         MUTIS PALMESANO

         Y luego, el equipo, tras tres o cuatro años deslumbrantes, se apagará casi de repente. Pero Canario ya no va a vivirlo en directo…Con 34 tacos a sus espaldas -era el jugador de mayor edad de los Magníficos-, el presidente Alfonso Usón se desprende de él por considerarlo viejo y ya acabado. Y si, era cierto que sus prestaciones, en número de  partidos y goles, habían descendido, pero el carioca no se merecía una despedida así. Lo había dado todo por el club maño, incluso jugando en no pocas ocasiones infiltrado por no contar con un recambio de garantías. Todavía se consideraba capaz de rendir satisfactoriamente, y va a aceptar la oferta de un Mallorca que pretendía volver a colarse entre los grandes. Iba a ser su primera experiencia en Segunda División, casi en plan “vieja gloria”

         Y el cuadro bermellón consigue su objetivo al finalizar la temporada 68-69. Canario jugó bastante en la que sería su última campaña como futbolista (24 partidos y 3 goles), formando parte de una vanguardia cuajada de “ces”, junto a Cano, Domínguez, Conesa y Camps.  Después va a volver a Zaragoza, donde explotará diversos negocios de hostelería. Establecido últimamente en la localidad oscense de Fraga, confiesa que le aburre el fútbol actual, y deplora que los jugadores de hoy en día exageren las caídas, traten de engañar a los árbitros por sistema, y saquen a pasear los codos con demasiada frecuencia…




Heriberto Herrera, el Sargento de Hierro

     

Magnífico futbolista cubriendo su demarcación como defensa central, campeón con Paraguay en el Sudamericano de 1953, bastión de un Atleti en transición, y entrenador prestigioso en las décadas de 1960 y 70, tanto en España como en Italia, Heriberto Herrera ha quedado en el recuerdo de los aficionados como un gran profesional, concienzudo y riguroso, amante del orden y la disciplina hasta extremos que hoy se nos antojan deliciosamente entrañables. Claro que eran otros tiempos. ¿Mejores, peores…? Que cada uno extraiga sus propias conclusiones

CAMPEÓN DEL SUDAMERICANO DE 1953 CON PARAGUAY

Por una de esas bromas que a veces acostumbra a jugar el caprichoso destino, quien años más tarde sería conocido como “el Sargento de hierro” a causa de su rígido concepto de la disciplina, hizo sus primeras armas en un club de nombre también castrense, “Teniente Fariña”, de la localidad paraguaya de Guarambaré, donde había nacido el 24 de abril de 1926. Heriberto Herrera Udrizar se llamaba el interesado, hijo de un español al que habían bautizado con la peculiar gracia de “Jovellano”, y de una ciudadana guaraní llamada Hortencia, así, con “c”. Heriberto creció fuerte y alto, llegando a medir 1,85, una estatura muy aventajada para su generación. Y como le gustaba el fútbol, su constitución le llevó a actuar en el centro de la defensa, aprovechando al máximo las virtudes de su físico y su altura, en un contexto donde los centrales no alcanzaban a menudo el metro y setenta y cinco centímetros.

Muy pronto pasó a un club de la capital, el Nacional de Asunción, y enseguida era ya internacional indiscutible con la Tricolor, con la que va a conseguir el primer gran éxito del fútbol paraguayo, al coronarse campeón del Torneo Sudamericano de 1953. El evento lo organizan los guaraníes, pero no en su propio país como hubiera sido lo lógico y natural, sino en Perú, por falta de las infraestructuras adecuadas, y su desenlace constituyó una mayúscula sorpresa. No participa uno de los gigantes del fútbol latinoamericano, Argentina, pero sí los dos finalistas del aun reciente Mundial de 1950, el campeón, Uruguay, y el también sorprendente subcampeón, Brasil, la víctima del traumático Maracanazo. Los guaraníes finalizaron invictos la fase clasificatoria (3 victorias, una de ellas sobre los brasileños, y dos empates, el segundo ante Uruguay), y en la gran final batieron de nuevo a la Canarinha por 3 goles a 2. Heriberto Herrera fue proclamado como mejor jugador del torneo, y su brillante desempeño llamó la atención de uno de los principales clubes españoles, el Atlético de Madrid, que va a llevárselo rumbo al “Metropolitano”, junto a dos compañeros de selección, el guardameta Carlos Adolfo Riquelme y el delantero Atilio López.

UN EXCELENTE CENTRAL DEL ATLETI

     

Ambos pasaron desapercibidos en las filas colchoneras, sobre todo el atacante, pero no así Heriberto, que de inmediato se hizo con la titularidad en el centro de la zaga rojiblanca. Rápido al cruce, absoluto dominador del juego aéreo, técnico y elegante, no me atrevería a afirmar que fuese el primer paraguayo que se calzó las botas de tacos en España, pero casi seguro que fue el primer jugador importante de dicha nacionalidad que actuó en nuestros terrenos de juego, y tan bien lo hizo, que incluso llegó a debutar con la Selección Absoluta, en un partido clasificatoria para el Mundial de Suecia de 1958, disputado en el madrileño “Santiago Bernabéu” en marzo de 1957, y cuyo resultado -un inesperado  empate a dos frente al teóricamente más débil combinado de Suiza- supuso que finalmente no pudiéramos viajar a la cita del siguiente año en el país escandinavo, cuando contábamos con una delantera de ensueño formada por Miguel, Kubala, Di Stefano, Luís Suárez y Gento.

La cruz de Herrera, que ya vino a España en plena madurez deportiva, fueron las lesiones, que le impidieron alinearse en bastantes partidos -tan sólo llegó a disputar 88 encuentros en siete temporadas-, menoscabando a menudo su condición de titular. Le tocó también militar en un Atleti de transición, huérfano de títulos, el equipo que enlazó la triunfal época de su semitocayo Helenio Herrera, el de los Marcel Domingo, Silva, Mújica, Juncosa, Carlsson, Ben Barek, Pérez-Payá y Escudero, con el brillante conjunto de comienzos de los 60, que tenía sus grandes figuras en Peiró y Collar, el “Ala infernal”, junto a  jóvenes como Rivilla, Calleja, Adelardo, Jones o Mendonça, y que le arrebató dos Copas del Generalísimo consecutivas a todo un Real Madrid en su propio feudo (1960 y 1961) y conquistó la Recopa de 1962. El momento culminante de su historial como baluarte colchonero llegó en 1956, al clasificarse para la segunda final copera de la historia atlética, para caer frente al entonces rey del Torneo del KO, el Athletic de Bilbao.

UN ENTRENADOR ESPECIALIZADO EN ASCENSOS

Cuando le llegó el momento de la retirada, ya muy castigado físicamente, Heriberto Herrera fue uno de esos profesionales que un domingo estaba jugando, vestido de corto, y al otro -o casi- se sentaba en un banquillo. Se inició en dichas lides sin salir de Madrid, con el Rayo Vallecano, en Segunda, pero en los estertores del curso 1959-60 viajaría hasta Tenerife. Allí pilotaría el primer ascenso del cuadro chicharrero a la División de Honor, dejando para la pequeña historia algunas anécdotas impagables, y marcando ya territorio como celoso guardián de la disciplina de sus pupilos, igual que pocos años antes cubría el área. Por ejemplo, no vaciló en apartar del equipo a su estrella, Vicedo, que antes de jugarse un partido contra el Plus Ultra se dio un garbeo por Madrid la Nuit, y regresó al hotel a las 6 de la mañana.

Pero no permaneció en la isla para estrenar la categoría. La temporada 1961-62 la inicia dirigiendo al Granada, en Segunda, pero la concluye obteniendo un nuevo ascenso, con el Real Valladolid, pues le contrataron para disputar la promoción que los de Pucela ganaron al Español, en lo que significó el primer descenso perico en toda su historia. Y seguramente porque había sido el recentísimo verdugo blanquiazul, y ya se le consideraba especialista en llevar  equipos hasta la ansiada Primera División, los responsables de Sarriá pensarán en él para recobrar ipso facto el paraíso perdido. Aun así, y partiendo como los grandes favoritos del Grupo Norte de la Categoría de Plata, les va a costar lo suyo -ascendió directamente el modesto e  inesperado  Pontevedra- , y tan sólo lo conseguirán librando otra promoción a cara de perro, en esta ocasión exitosa, y tras un tercer partido de desempate frente al Mallorca en el “Bernabéu”. Pero tampoco se quedó allí para conducir a una plantilla que iba a reforzarse nada menos que con Kubala, en un espectacular revival.

Su siguiente parada fue Elche, en un momento en que los franjiverdes parecían ya consolidados en Primera. Y tanto que lo estaban, porque bajo la batuta de Heriberto Herrera iban alcanzar en la campaña 1963-64 su mejor clasificación histórica, un quinto lugar, por delante de un montón de cuadros históricos y teóricamente más potentes como Zaragoza, Atlético de Madrid, Valencia, Athletic de Bilbao o Sevilla. Y eso, con un conjunto donde se alineaban hasta cuatro compatriotas suyos: Juan Carlos Lezcano, Eulogio Martínez, Juan Ángel Romero y Aveiro. Sin desmerecer, claro está, a los Pazos, Chancho, Iborra, Quirant, Ramos, Forneris, Cardona u Oviedo…

DIRIGIENDO A UNA  “JUVE OBRERA”

Alguien debió enterarse en Turín de sus éxitos con Tenerife, Valladolid, Español y Elche, logrados en el transcurso de solamente tres temporadas, tantas como llevaba la Juventus, la Vecchia Signora, sin comerse un rosco en el Calcio, y para el país transalpino se marchó Heriberto Herrera, convirtiéndose automáticamente en HH II, que aun había clases, y el Inter de Don Helenio acababa de conquistar su primera Copa de Europa, derrotando nada menos que al gran coco de la competición, el Real Madrid, aunque los grandes ases blancos ya estaban un poco talluditos…

Era la Juve de Luís Del Sol, y también, por supuesto, del crack argentino Enrique Omar Sivori, el Cabezón, que venía a ser algo así como el Maradona o el Messi de los años 50 y 60. Era la gran estrella del conjunto piamontés, ganador del “Balón de Oro” en 1961, pero no tardó en chocar con la espartana personalidad de un Heriberto Herrera que ya estaba empezando a ganarse a pulso el apelativo con el que habría de pasar a la posteridad futbolística. Sivori se marcharía pronto con viento fresco a Nápoles, en busca de aires menos exigentes, pero los bianconeri volvieron a entrar en la senda del éxito, y la Copa de Italia de 1965 fue suya. HH II preparaba férrea y concienzudamente a sus pupilos, implantando una fuerte presión y una constante permuta de posiciones, preludiando el “Fútbol Total” de la década siguiente, y hasta les convencía de las ventajas de evitar salidas nocturnas y dejar de fumar, lo cual podría alargar su vida como deportistas algún que otro año más. Coincidiendo con il Grande Inter, también conquistó el scudetto del curso 66-67, con un conjunto  muy solidario y sin grandes figuras, al que se conoció como la Juve Operaia (“Obrera”), aunque después le surgió otro duro competidor en el A.C. Milan de Nereo Rocco.

En 1969 pasó precisamente al Inter, mientras que Helenio se iba a la Roma, tras nueve temporadas preparando a los negriazules y convirtiéndoles en primera potencia futbolística mundial, aunque su juego no enamorase precisamente pese a contar con fenómenos de la talla de  Facchetti, Mazzola, Corso y nuestro Luisito Suárez. El paraguayo no iba a levantar ningún trofeo en San Siro, pero en 1970 sus chicos eliminaron al Barça de la Copa de Ferias, en un choque entre dos escuadras gloriosas venidas a menos, cuando ya la hegemonía en el futbol europeo iba pasando a los Bárbaros del Norte (británicos, holandeses y alemanes). Finalizará su etapa italiana dirigiendo a entidades entonces de segunda fila como la Sampdoria genovesa y el Atalanta de Bergamo.

DE VUELTA A LOS BANQUILLOS ESPAÑOLES

En 1975 le tenemos de regreso a España, en una Union Deportiva Las Palmas argentinizada -Carnevali, Morete, Wolff, Fernández, Verde…-donde ya apuraban sus últimos días de césped los ases supervivientes del gran equipo de Molowny (Guedes y Tonono habían fallecido, los Gilbertos, José Juan y Leon se habían ido al Tenerife o retirado, pero aun resistían Castellano, Martín Marrero y el magistral Germán Devora), Al año siguiente  pasó a un Valencia que en aquel verano del 76 rompió el mercado, contratando a Kempes, el Lobo Diarte, Carrete, Castellanos, etc, pero no hubo títulos. Luego transitaría por parroquias ya conocidas (Español, Elche, Las Palmas…), aunque sin pena ni gloria, poniendo así fin a una trayectoria irregular como técnico, con siete años de vacas gordas al principio, y unos cuantos más de reses flacas después. Tenía solamente 70 años cuando una enfermedad que no perdona ni a militares ni a misters provistos de látigo se llevó por delante, el 26 de julio de 1976, ya de vuelta a su Paraguay natal, al otrora valladar cuasi infranqueable y correoso sargento de un pelotón de chicos en calzón corto.

 




Zoltan Czibor: El pájaro loco

Como un zíngaro bohemio y genial, Zoltan Czibor era un futbolista desconcertante e imprevisible, capaz de maravillar al Respetable en sus mejores tardes, y de recibir broncas con abundante música de viento cuando no le salían bien las cosas. Un talento artístico parangonable al de ciertos toreros, que aborrecen los términos medios y las corridas rutinarias, lidiadas a base de faenas de aliño. Su propia imagen, coronada por ese rebelde  tupé de ave exótica,  era el espejo de una personalidad diferente, difícilmente encasillable, porque se negaba a ser encorsetado por tácticas y pizarras, y de ahí que se llevase tan mal con Helenio Herrera, gran psicólogo y excelso motivador, pero férreo e inflexible estratega en la aplicación de sus sistemas, con los que triunfó tanto en España como en Italia.

        Czibor era un primer violín en aquella orquesta de virtuosos del balón que formaba la Hungría de la primera mitad de los años 50, un futbolista creativo e improvisador, un mago que oficiaba sus trucos con un balón en los pies. Seguramente su intermitente desempeño no entraría en los estándares de profesionalidad que se exigen hoy en día, pero estamos hablando del fútbol de hace 70 años, que sólo se parece al actual en detalles nimios como son las dimensiones de terreno de juego, áreas y porterías, el número de participantes, la duración del encuentro, y la ineludible presencia de un medio de forma esférica cuya posesión se disputan frenéticamente 22 atletas.

       LOS MAGIARES MÁGICOS

       Czibor había nacido en 1929, en Kaposvár, y cuentan que de joven condujo una locomotora. Desde luego le pega, por lo veloz de su fútbol, aunque siempre fue un futbolista que se salía del carril, que desdeñaba  lo trillado. Extremo de ambos lados, va a jugar primero en Komarom AC y Komarom MAV, para pasar posteriormente al Ferencvaros, donde se proclama campeón de Liga en 1949, más tarde al Csepel SC, y finalmente al Honved de Budapest, el equipo patrocinado por el Ejército, y que les otorgaba a sus jugadores graduaciones militares (y también un sueldo, convirtiéndoles en amateurs marrones, como se decía entonces). Con esta escuadra, una de las mejores del mundo en aquel momento, por más que no existiesen competiciones internacionales que lo certificasen  -que por eso precisamente nacieron, entre otras razones, para introducir un punto de objetividad en esa anárquica jerarquía-, va a conquistar dos Ligas (1954 y 1955), obteniendo unos excelentes registros goleadores -100 tantos en 175 partidos.

        Jugador muy rápido, con gran sprint y desconcertante disparo, menudo de cuerpo (1 metro con 69 centímetros y 68 kilos de peso), se convierte pronto en uno de los habituales de la selección magiar -43 partidos y 17 goles-, Medalla de Oro en los Juegos Olímpicos de Helsinki, en 1952  (haciendo el 2-0 definitivo en la final frente a Yugoslavia), y uno de los grandes favoritos para el Campeonato del Mundo de Suiza, a celebrar en 1954. Pero en tierras helvéticas van a ser batidos sorprendentemente por Alemania Federal en la final de Berna, después de adelantarse en el marcador por un claro 2 a 0 (siendo también Czibor el autor del segundo gol ). Y en el otoño de 1956 van a producirse en Hungría. los terribles sucesos que ensangrentaron el país, rebelado contra el inflexible sistema soviético y tratando de romper el Telón de Acero levantado por los blindados del Ejército Rojo, que abortaron brutalmente dichas veleidades. Millares de muertos, centenares de miles de refugiados, y un auténtico terremoto en la esfera futbolística.

            ESCOGIO LA LIBERTAD

       Aprovechando que el Honved se encontraba fuera de Hungría para  disputar un partido de Copa de Europa, concretamente contra el Athletic de Bilbao, Czibor va a escoger también la libertad. Al principio los propios jugadores organizan una gira de recaudación de fondos, que les lleva a Italia, Portugal, España e incluso hasta Brasil, y luego, de regreso a Europa, se dispersan. Establecido en Italia, Zoltan jugará algunos amistosos con la Roma, y una vez finalizado su período de inhabilitación (la Federación Húngara había solicitado a la FIFA que suspendiese a los huidos, y el máximo organismo internacional accedió), se va a venir a España, con una Liga atractiva, buenos salarios y un ambiente político muy distinto al de su país natal.

El Barça se hará con sus servicios, avalado por Kubala, y pronto se les unirá otro ilustre magiar, Sandor Kocsis, también fugitivo del terror rojo. El club blaugrana que se encuentra Czibor está dirigido por Helenio Herrera, que ha regresado a España tras una breve experiencia en los banquillos en Portugal. Y de mano va a contar con el exterior húngaro. Su presentación en partido oficial se produce en la primera jornada de la Liga 58-59, marcando un tanto en la contundente victoria sobre el Valencia por 6 a 0. A partir de ahí será titular cada domingo, hasta llegar al Barça-Real Madrid de la séptima jornada, en el que los catalanes golearán a los blancos por 4 a 0, en una gran tarde del brasileño Evaristo, que consiguió tres goles (el otro fue marcado por Tejada), aunque Czibor es expulsado a causa de un incidente con el madridista Santamaría, que también iba a tomar el camino de las duchas antes de tiempo. Pero una vez cumplida la sanción de cuatro partidos retorna al equipo titular, de donde ya no va a salir prácticamente en todo el resto del campeonato, que se lleva el Barça a sus vitrinas batiendo todos los récords existentes hasta el momento (puntos, victorias, goles a favor…). En total intervendrá en 20 encuentros, con un balance personal de 7 tantos. En la Copa, sin embargo, actuará en una única ocasión.Su segunda temporada como azulgrana será más floja (18 partidos, repartidos entre cuatro competiciones: Liga, Copa, Copa de Europa -en la que debuta el Barça- y Copa de Ferias), aunque continúa viendo puerta con cierta facilidad, logrando once dianas. Y ya sin Herrera al frente del equipo, su presencia sigue siendo intermitente, aunque alcanza a participar en la final de la Copa de Europa frente al Benfica, un choque que podía salvar la irregular temporada 60-61 y coronar al Barça como nuevo monarca continental, sucediendo al pentacampeón Real Madrid, al que los azulgranas habían eliminado en octavos de final.

El encuentro se disputa el 31 de mayo de 1961 en el Wankdorfstadion de Berna, el mismo escenario donde siete años antes la selección húngara había caído derrotada ante la RFA. Ese dato no les da buena espina a Czibor y a su compañero Kocsis, y menos aun cuando les toca ocupar el mismo vestuario de entonces. Y efectivamente, se va a repetir el resultado adverso, 2 a 3, aunque en esta oportunidad con una increíble mala suerte en forma de goles tontos encajados y numerosos tiros escupidos por la madera del marco lisboeta -aquellos malditos postes de sección cuadrada-. Y al igual que sucediera en el 54, Czibor va a volver a marcar, pero su gol será inútil a la postre. La derrota supondrá,  asimismo, el desmantelamiento del equipo, y Czibor va a ser uno de los futbolistas a los que se les enseñe la puerta de salida.

            DANDO TUMBOS

Pero Zoltan  tiene solamente 32 años, y conserva las ganas de seguir jugando al fútbol, ese fútbol anárquico e intuitivo, hecho de quiebros imposibles y diabólicos disparos marca de la casa. De modo que cruza la Diagonal y se enrola en el rival ciudadano del Barça, el Español, que se estaba reforzando con jugadores veteranos como el madridista Rial, el argentino del Granada Carranza o el donostiarra Gordejuela, puesto que iba a estrenar también nueva competición: la Copa de Ferias. Pero su temporada 61-62  va ser un verdadero desastre, y se saldará con el primer descenso blanquiazul a Segunda, de manera que Czibor pasará por Sarriá con más pena que gloria.  Acto seguido malbarata su fama en equipos del entorno e inferior categoría (Europa en Tercera, Hospitalet en Segunda), para acabar cambiando de aires, estableciéndose en ligas menores -Basel suizo, Austria de Viena…-, y recalando finalmente en el soccer norteamericano, jugando para el Primo Hamilton FC de Canadá.

         Una vez retirado, y de regreso a España,  va a regentar durante varios años en Barcelona un bar que llevaba el nombre de “Kek Duna” (en húngaro “Danubio Azul), lugar de encuentro y solaz para la colonia magiar en la Ciudad Condal. Pero su bonhomía bohemia no debía conciliar mucho con el mundo de los negocios, a diferencia de su ex – compañero, Tejada, una hormiguita radicada también en el sector hostelero. Su recuerdo, no obstante, pervivió en la memoria de los viejos aficionados que habían tenido la suerte de verle jugar como un verdadero prestidigitador, un ilusionista que sorprendía siempre al auditorio con sus trucos, como si sacase conejos -y lo que se terciase- de la chistera. Un hijo suyo, llamado igualmente Zoltan, ha trabajado como fotógrafo de prensa deportiva durante mucho tiempo. El padre va a hacer mutis por el foro el primer día del mes de  septiembre de 1997 en Györ, en su país natal, con tan sólo 68 años de edad. Se iba así el Pájaro Loco, el mago del balón, protagonista y testigo de la mejor Hungría de la historia, reyes sin corona del fútbol de los años 50, lluvia de goles para después de una guerra y antes de una revolución, sofocada a sangre y fuego…




Walter: La Curva de la Muerte

               Walter  fue el primer jugador brasileño que se incorporó al Valencia, y su inesperado y trágico final sobrecogerá al fútbol español en los estertores de la temporada 1960-61. Su rendimiento en el cuadro Ché había sido irregular, hasta entonces, yendo de más a menos por culpa de las dichosas lesiones, pero Walter, indirectamente y de manera  por supuesto involuntaria, va a conseguir que de algún modo cambie la historia del club de Mestalla, una entidad que durante los años 50, tras la década prodigiosa que siguió al final de la Guerra Civil, atravesaba por una auténtica sequía de títulos -salvo la solitaria Copa del Generalísimo del 54-, motivada en buena medida por la gran escalada del Real Madrid y el Barcelona, avalados  por la presencia de grandes ases extranjeros, y contando con unos megaestadios cuya capacidad alcanzaba los cien mil espectadores.

          Pero no adelantemos acontecimientos…

              DE PESCA EN BRASIL

             El curso 56-57 había arrojado unas notas indignas de un club del potencial del Valencia, con un indecoroso undécimo lugar en la  Liga. Acababa de ampliarse el campo de Mestalla, y el conjunto del murciélago se había quedado sin su gran estrella, el neerlandés Faas Wilkes. de modo que algo había que hacer para devolver la ilusión a la parroquia Ché.  Así que el secretario técnico Eduardo Cubells se subió a un avión y se dirigió a Brasil, donde al parecer la cosecha de buenos futbolistas era ubérrima. Cuenta la leyenda que a Cubells le hablaron de un crío de tan sólo 16 años que apuntaba maneras fabulosas. Se llamaba Edson Arantes do Nascimento, pero por allá le decían Pelé, y jugaba en el Santos FC, el principal equipo de dicha ciudad costera del estado de Sao Paulo, cuyo puerto era el gran centro de exportación de café.

       Y  sí, efectivamente el chico era muy bueno, y Cubells pudo comprobarlo en directo, pero tenía únicamente 16 años, y el trasvase de alguien tan joven e inmaduro a un mundo muy diferente podría no salir bien. Y luego estaba lo del dichoso nombrecito, eso de  Pelé…Por aquellos días en Valencia era muy popular una cancioncilla titulada “Pelé,  Melé y el Xiquet de la Bengalé”, y Cubells razonó que si se presentaba con aquel niño debajo del brazo, y además con semejante apodo, nadie le iba a tomar en serio, y sería el hazmerreír de todos. De manera que se puso a buscar otro mirlo blanco, aunque tuviera la piel más bien oscura….Y lo encontró en Vasco da Gama. Se llamaba Walter Marciano de Queirós, (Santos, 15 de septiembre de 1931)  y tenía una calidad inmensa, de lo mejorcito de Brasil, e internacional, por descontado. Tan sólo había un problema, y es que Walter no era lo que se dice un hombre en punta, como Wilkes o el propio Pelé, sino más bien un organizador, un creador de juego, aunque a veces se destapaba como realizador. Pero bueno, ese pequeño detalle ya se arreglaría luego, porque ser, era un fenómeno.

                UN RENDIMIENTO IRREGULAR

            

Y de ese modo el santista va a convertirse en el primer jugador brasileño que vestiría la camiseta del Valencia. Comienza la temporada 57-58, la de la gran riada del Turia, cuyo desbordamiento anegó toda la ciudad aquel aciago 14 de octubre de 1957, ocasionando cerca de un centenar de víctimas mortales y una factura millonaria en pérdidas materiales. Aun así, esa primera va ser la mejor campaña de Walter entre naranjos,  con 25 partidos jugados y 13 goles en su haber, rivalizando con el otro punta, Ricardo, que se proclamaría “Pichichi”, empatado con Di Stefano y un ex valencianista, Badenes. El rendimiento global de Walter se puede considerar bueno, aunque el jugador tiene momentos de intermitencia, y es capaz tanto de brillar a gran altura, realizando una jugada genial merced a su enorme calidad, como de eclipsarse e irse del partido. De todas formas el Valencia no consigue salir de su mediocridad,  pues Real Madrid y Barcelona se muestran intratables, y como tercero en discordia anda por ahí el Atlético de Madrid,  que a la chita callando  está formando también un excelente  equipo.     

En la temporada 58-59  la efectividad goleadora de Walter decae, al igual que la de Ricardo y todo el conjunto Ché .Y en la siguiente, ahora a las órdenes de su compatriota Otto Bumbel, tan sólo consigue 5 goles en 30 partidos, entre Liga y Copa. Pero mucho peor le saldrán las cosas en la campaña 60-61, donde las lesiones sólo le van a permitir disputar 12 partidos entre Liga y Copa del Generalísimo -se había nacionalizado español- , todos ellos en el tramo final de la temporada,  y con el escueto bagaje de 2 goles. Y así llegamos al 21 de junio de 1961, festividad de San Luís Gonzaga. Por el Valencia acaba de fichar un jugador de dicho nombre,  Luís Coll, un extremo gerundense procedente del Barça y que llegaba en el marco de la operación de traspaso del guardameta Pesudo al club azulgrana. En seguida hace buenas migas con sus nuevos compañeros, y junto a un grupo de ellos, entre los que encuentra Walter,  deciden celebrar la onomástica por todo lo alto. Que tratándose de Valencia, debe incluir forzosamente una buena paella.

               LA ÚLTIMA PAELLA

             Se zampan una muy suculenta en un conocido restaurante próximo a Mestalla, regada con sangría y una copita de coñac a los postres (el brasileño pasó, porque no probaba el alcohol). En un par de coches se dirigen a Sueca, para llevar al centrocampista Sendra hasta su casa. Son ocho, cinco en un coche, y los tres restantes en otro, un SEAT “1400” conducido por Walter, acompañado por el agasajado Luís Coll y por el defensa Sócrates. Enfilan la carretera del Saler, pero se detienen a repostar gasolina y el otro vehículo les adelante. Y para no perderlo de vista, Walter pisa a fondo el acelerador. Pero en una curva, al tratar de esquivar a otro auto,  pierde el control y va a estrellarse contra una camioneta de reparto de una popular marca de refrescos, pereciendo en el acto. Sus dos compañeros resultaron prácticamente  ilesos, tan sólo con algunos rasguños de escasa consideración.

       La noticia, al conocerse, produjo una gran conmoción, y el entierro, efectuado dos días más tarde, movilizó una gran manifestación ciudadana de duelo, con miles de personas en la calle y la presencia de las autoridades locales y provinciales. El club va a reaccionar con rapidez, organizando un encuentro en beneficio de la viuda e hijos,  precisamente frente a un equipo del país del jugador fallecido el Fluminense, que se encontraba de gira por Europa. El partido tendrá lugar el día 1 de julio de 1961, y el Valencia estará reforzado para la ocasión por varios jugadores brasileños, como Evaristo, Didí o Recamán. Triunfaron los tricolores por 2 a 3, con dos tantos de su delantero centro, un tiarrón de una potencia descomunal llamado Waldo Machado da Silva, y la directiva Ché se apresurará a contratarlo.     

Acertaron de pleno, pues Waldo va a ser de inmediato un revulsivo para el equipo, sobre todo en la Copa de Ferias, erigiéndose en la gran estrella del Valencia durante cerca de una década, y formando una letal sociedad con un joven de la casa ya escaso de pelo, Vicente Guillot.  A rey muerto, rey puesto, podríamos pensar….Walter tenía únicamente 29 años, y alcanzó a disputar 91 encuentros oficiales con el escudo del rat penat y la senyera en el pecho, consiguiendo 27 goles, la mitad de ellos en su primera temporada como valencianista. No llegó a triunfar plenamente, pues la desgracia se cruzó en su camino una tarde de junio, en el kilómetro 13 de la carretera del Saler, en la llamada “Curva de la Muerte”.




Vavá, un «pichichi» made in Béjar

         Esta es la historia de un jugador que triunfó muy lejos de su tierra castellana, entre los palmerales mediterráneos, un muchacho de familia humilde que a base de trabajo y tesón, virtudes que le dieron muchos goles, se coronó como uno de nuestros mejores delanteros en los años 60, y eso sin salir de un club modesto como el Elche, convirtiéndose en objeto de deseo para entidades bastante más poderosas que los franjiverdes de “Altabix”, y llegando a vestir los colores de la Selección Nacional. También fue víctima, porque no decirlo, de aquel  cuasi esclavista “Derecho de Retención”, por el cual los clubes encadenaban a sus futbolistas mediante la renovación automática de sus contratos con una subida ridícula. Eran cosas que pasaban hace algo más de medio siglo….

INICIOS EN EL EQUIPO DE SU PUEBLO

            Luciano Sánchez García va a nacer un 28 de mayo de 1944 en Béjar, una histórica población de la provincia de Salamanca famosa por su industria pañera, lo cual le llevó, por ejemplo, a abastecer de uniformes al ejército español. En aquellos tiempos difíciles de Posguerra, viniendo al mundo en un hogar humilde y con muchos hermanos, el fútbol era uno de los pocos mecanismos de ascenso social al alcance de los de abajo. También podían meterse a toreros -en el propio campo charro abundaban las ganaderías de reses bravas-, o liarse a tortazos con otros malditos en un ring, pero el deporte del balón fue la salida escogida por un chico de no muy elevada estatura -1,69-, ojos vivaces y tez morena, circunstancia esta que le valió en sus comienzos el sobrenombre de Vavá, al sacarle la gente cierto parecido con el astro brasileño ganador de dos Mundiales, jugador del Atlético de Madrid entre 1958 y 1961. Y ya le quedó el mote para los restos.

            De las categorías inferiores del Béjar Industrial va a saltar al primer equipo, militando en Tercera División, con tan sólo 17 años. Es un delantero centro valiente y bullidor, que va bien de cabeza a pesar de su no muy aventajada talla, y que sin ser un dechado de técnica sabe moverse con habilidad, cayendo a banda, disparando rápido con ambas piernas y consiguiendo goles con facilidad. En esa temporada 61-62 el Béjar llega a disputar la promoción de ascenso a Segunda, y poco más tarde Vavá va a ser recomendado al Elche por uno de sus compañeros de equipo, Periquín, que había actuado años atrás en el conjunto ilicitano, y que ejerce cierta presión sobre sus contactos alicantinos mencionando el posible interés del principal equipo de la tierra, la Unión Deportiva Salamanca, por el jovencísimo delantero bejarano.

RUMBO A ALTABIX

            A cambio de 40.000 pesetas el Elche va a fichar al chico, cediéndole al Deportivo Ilicitano para foguearse, pues en ese preciso momento el puesto de ariete en el cuadro franjiverde lo ocupaba nada menos que el famoso futbolista hispanoparaguayo Eulogio Martínez, procedente del Barcelona y varias veces internacional con la Selección Española, habiendo jugado incluso en el Mundial de Chile de 1962. El Ilicitano acababa de ascender a Tercera División, y contaba con un equipo cuajado de grandes promesas, tales como Lico, un muchacho menudo, natural de un pueblo de la provincia de Alicante, que era un verdadero torbellino sobre el césped, y Curro, un jugador extremeño de cuyas excelentes maneras se supo en Elche gracias a un viajante de calzado, la principal industria de la localidad levantina, cuyos comerciales constituían una interesante red de informadores repartida por todo el territorio nacional.

            De manera que Vavá se pasará la temporada 63-64 -excelente por otra parte para  los de la Ciudad de las Palmeras, que se alzarán con la quinta plaza en Primera, superando a un montón de presupuestos muy superiores-, haciéndose a fuego lento, y al poco de comenzar la siguiente campaña el entrenador de los de “Altabix”, el antiguo  internacional canario Rosendo Hernández, va a darle la alternativa, dentro de una política de rejuvenecimiento de un equipo demasiado veterano. Es el 11 de octubre de 1964, quinta jornada de la Liga 64-65, en el campo de “El Arcángel”, donde se enfrentan Córdoba y Elche, con victoria final para los andaluces por 2 goles a 0. Y este fue el once presentado aquella tarde de otoño por el cuadro franjiverde: Pazos; Chancho, Iborra, Quirant; Forneris, Llompart; Rodríguez, Villapún, Vavá, Romero y Oviedo.

            A la semana siguiente Rosendo Hernández sigue confiando en él,  y Vavá no le va a defraudar, pues marcará su primer gol con el Elche, ante su propio púbico de Altabix y frente a la Unión Deportiva Las Palmas. Y ya se quedará fijo en el equipo, jugando todos los partidos desde ese momento hasta la jornada número 23, a partir de la cual una inoportuna lesión le tendrá algún tiempo varado en el dique seco. En total en esta campaña como rookie -en la que también se revelaron jugadores de su misma quinta como Tomeu Llompart, Canós o Marcial Pina- actúa en 19 partidos de Liga, consiguiendo 10 tantos, una cifra muy notable, y algunos de ellos ante equipos de la talla de Zaragoza (2), Barcelona o Valencia. Reaparece en la Copa, pero no puede evitar que el equipo sea eliminado a las primeras cambio por el Pontevedra, que acababa de ascender de nuevo a la máxima categoría (0-0 en Pasarón y 1 a 2 en Altabix, con una diana insuficiente del delantero bejarano)

1965-66: SU MEJOR CAMPAÑA

           

           Vavá vivirá uno de sus grandes momentos de gloria en la siguiente temporada, la 65-66. En un Elche rejuvenecido, ahora a las órdenes del singular técnico brasileño Pedro Otto Bumbel, y al que se asomarán también futbolistas como los ya mencionados Lico y Curro o el paraguayo Casco, va a mantener desde un primer momento un idilio permanente con el gol, llegando a las puertas de la última jornada con grandes posibilidades de conquistar el preciado “Trofeo “Pichichi”, igualado con el colchonero Luís Aragonés,  con 18 tantos para cada uno. El Elche recibía ese domingo al Valencia en Altabix, en un encuentro en el que ninguno de ambos conjuntos se jugaba nada, mientras que el Atlético de Madrid debía visitar Sarriá, con la obligación de ganar si quería llevarse el título, aunque los locales corrían peligro de caer en promoción e incluso descender. Pero también Vavá y Luís dirimían su batalla particular esa tarde. En el campo del Español va a salir triunfante el cuadro rojiblanco, proclamándose campeón de Liga después de quince años a verlas venir, pero ninguno de sus dos tantos iba a ser obra del Sabio de Hortaleza, mientras que Vavá  sí será el autor del solitario gol que daba  la victoria a los suyos sobre el Valencia, al rematar en el último suspiro del choque una magistral asistencia de Romero. Queda constancia gráfica de la emoción del futbolista de Béjar, y del entusiasmo de la afición, estrujando materialmente a su “Pichichi”

INTERNACIONAL

            Consagrado ya definitivamente con este galardón, a Vavá van a abrírsele muy pronto las puertas de la Selección Española. Pero antes, en los estertores de esa triunfal campaña 65-66, reforzará al Barcelona -junto con su compañero Lico y los béticos Antón y Rogelio – en un partido amistoso internacional contra el Vasco da Gama carioca disputado en el Camp Nou. Ya está en el punto de mira de alguno de los grandes, pero justo por aquellos mismos días el presidente ilicitano Martínez Valero acaba de traspasar a Marcial al Español, y no era el momento de desprenderse de otra de sus figuras, de manera que Vavá tendría que esperar hasta mejor ocasión…

            Se inicia la temporada 66-67, y el nuevo seleccionador español, el catalán Domingo Balmanya, va a convocarle para el partido que debía jugar España en Dublín, contra la República de Irlanda, valedero para la fase de grupos de la Eurocopa de 1968. Aquel día, 23 de octubre de 1966, empataron a cero en “Dalymount Park” irlandeses y españoles, y el técnico gerundense presentó el siguiente equipo: Iríbar; Sanchís, Santamaría, Reija; Glaría, Violeta; Vavá, Luís, Ansola, Marcial y Paquito. Tres debutantes, Santamaría, Vavá y Marcial, los dos últimos con ADN franjiverde.

FINALISTA DE COPA

            No podrá emular en esa temporada 66-67 sus grandes números de la campaña anterior (8 goles en 29 partidos ahora), pero volverá a repetir como internacional, en esta ocasión en la Selección “Sub-23”, que golea a su homóloga de Luxemburgo en Sarriá, con un hat-trick del bejarano y la compañía de Lico, Canós y Marcial, grandes colegas generacionales. Ese año el Elche tampoco pasó apuros -alcanza incluso las semifinales de Copa-, pero sí al siguiente. Comenzó la Liga 67-68 con Alfredo Di Stefano sentado en el banquillo, en su primera experiencia como técnico, y mediada la temporada tuvo que ser sustituido, pues el equipo se iba a pique. Su reemplazo, el veterano Fernando Daucik, consiguió reflotar la  nave franjiverde, en un año en el que se revelaron otros dos jóvenes talentos de la región: el setabense Francisco Ballester -de tristes destinos-  y el alicantino Juan Manuel Asensi. Vavá continuó siendo un peligro constante para sus rivales, con 13 dianas en 32 partidos, entre Liga y Copa.

          

FOTOTECA CARLOS
NAZARIO- 11979-9

              La temporada 68-69, ahora a los sones de la batuta que manejaba el técnico uruguayo Roque Gastón Máspoli, va a ser otro de los momentos culminantes de la biografía deportiva de Luciano Sánchez, pues el Elche -por primera y hasta ahora única vez en su historia- logra clasificarse para la final de la Copa del Generalísimo, tras eliminar en un tercer partido disputado en el Santiago Bernabéu a la Real Sociedad,  frustrando así la posibilidad de una final vasca. En el encuentro decisivo, en el mismo escenario  y ante el clásico Athletic de Bilbao, los ilicitanos no pudieron materializar su mejor juego de la primera parte, y acabaron cayendo derrotados por un solitario gol de Antón Arieta, cuando las manecillas del reloj ya se acercaban a la culminación del tiempo reglamentario. Al año siguiente, por el contrario, las pasarán canutas, salvándose in extremis al derrotar a un Barça únicamente de turismo en Altabix. Para cuadrar balances se desprenden de Ballester y Asensi, pero Vavá continúa, un año más, en el equipo. Y en febrero del 69 disputaría su segundo partido -y último- como internacional absoluto, en aquel accidentado Bélgica-España de Lieja,  que nos privó de estar presentes en el Mundial mexicano del 70, al sucumbir por 2 a 1.

UN TEMPRANO DECLIVE

            Pero la prodigiosa aventura franjiverde toca a su fin en la temporada 70-71, tras doce años maravillosos dando espectáculo y haciendo amigos. Aun así, en ese curso, y en la tercera jornada, el delantero salmantino logrará su mejor marca en un sólo partido, cuatro goles en una manita al Sporting de Gijón. Tal vez hubiera sido preferible que los repartiese mejor… En Segunda continúa siendo un habitual de las alineaciones, pero ya apenas sí ve puerta. Trabaja esforzadamente para el equipo, como siempre, pero son  los jóvenes Sitjá y Melenchón quienes ponen ahora  los goles.  Y además su tren ya ha pasado definitivamente, perdidas las oportunidades para dar el gran salto, como hicieran en su día Re, Cardona, Marcial, Lico o Asensi. Para colmo sufre una grave lesión de rodilla, y el Elche ya no le renovará el contrato.

          

              Una temporada con el Deportivo de La Coruña en Segunda, la 73-74, nada relevante, seguida por otras dos con el Melilla en Tercera, para retirarse finalmente con el ignoto Don Benito en 1979, tras casi quince años como futbolista profesional. Alrededor de 250 partidos oficiales con el club de la franja verde, y 72 goles, que no están nada mal. ¿Cuántos hubiera marcado de haber vestido de azulgrana, o llevado el murciélago en el pecho? Nunca lo sabremos. Vavá se quedará para siempre en Elche, la ciudad donde había triunfado, y por una de esas ironías que tiene el destino, habitando en un piso construido sobre el solar del antiguo escenario de sus éxitos, el viejo y entrañable campo de Altabix, y que Dios le guarde muchos años.




Olivella: Un noi del Poble Sec

Fue el capitán que recogió en sus manos el primer trofeo conquistado por la Selección Española, la Eurocopa de 1964, la del famoso gol de Marcelino a Yashin, derrotando a la URSS justo cuando el régimen de Franco celebraba los  “XXV Años de Paz”. Sólo por eso ya debería figurar con letras de oro en la historia de nuestro fútbol, pero es que Ferran Olivella Pons ( Barcelona, 22 de junio de 1936), fue mucho más: uno de nuestros mejores defensas de las décadas de los 50 y 60.

Natural, lo mismo que Joan Manuel Serrat,  del Poble  Sec, ese barrio barcelonés que se extiende al pié de la montaña de Montjuic, su padre le llevaba de niño a “Les Corts”,  y así no es difícil que  nazca la afición. Socio tres mil y pico del Barça, de pequeño jugaba de portero,  y no se le daba nada mal. pero fue perfeccionando el juego con los pies en el patio de su casa en la calle Poeta Cabanyes, donde aprendió a adornar el balón y pegarle con ambas piernas, y cuando en su equipo infantil se necesitó un defensa, supo cubrir la papeleta con solvencia. Juvenil del Barça, llegará con sólo 17 años a proclamarse oficioso campeón del Mundo con la Selección Española en un torneo disputado en 1954. De ahí, una vez cumplidos los18, pasará al equipo filial del Barça, el España Industrial, uno de los gallitos de la Segunda División.

INTERNACIONAL ABSOLUTO CON 20 AÑOS

En su primera temporada no llegará a jugar, pero en la campaña 55-56 ya se hace un hueco en la alineación titular de un conjunto que logrará el ascenso a la máxima categoría, para lo cual tratará de salvar el expediente cambiando su nombre para transformarse en el “Club Deportivo Condal”. Ese año alterna con los Estrems, Rodri,  Pinto  Vergés y Sampedro, todos los cuales subirán al Barça junto a él en el marco de un Plan Renove  que pretendía rejuvenecer al equipo y librarle de la excesiva dependencia hacia su gran estrella , Ladislao Kubala. Se trataba de deskubalizar al Barça, igual que por aquellas mismas fechas Nikita Kruschev intentaba desestalinizar a la Unión Soviética.  De modo que debuta en Primera División en la jornada inaugural de la Liga 56-57, se convierte en pieza indiscutible con el número 2 a la espalda, y unos meses más tarde ya es internacional con la Selección Absoluta, y se proclama campeón de Copa al vencer por 1 a 0 al Español, en la única final que hasta la fecha ha enfrentado a los dos grandes rivales barceloneses. Todo en un año.

En el curso siguiente es campeón de la primera edición de la Copa de Ferias (disputada entre 1955 y 1958), y con la llegada de Helenio Herrera al banquillo de  un recién inaugurado Camp Nou logra el doblete en la temporada 58-59,  formando parte de un Barça que pulveriza todos los récords ligueros. Otra Liga a la butxaca en la 59-60, así como la segunda edición del torneo ferial (1958-1960), y debut en la Copa de Europa, donde únicamente un intratable Real Madrid puede apartar al Barça de la final, aunque en la campaña siguiente los azulgranas se tomarán la revancha siendo el primer club capaz de eliminar de la máxima competición continental a los merengues, hasta entonces vencedores de las primeras cinco ediciones. Es la noche del gran gol del brasileño Evaristo de Macedo, lanzándose en plancha a por un balón imposible y batiendo al guardameta catalán -y ex-españolista-  Vicente.

EN HORAS BAJAS

Pero aquel podía haber sido prácticamente el canto del cisne de la carrera de Olivella,  fulgurante hasta ese preciso momento, porque sólo unos pocos días más tarde, y en el propio Camp Nou, vuelve a producirse un desquite, ahora el de los blancos, que derrotan al Barça por un estrepitoso 3 a 5 en un partido donde brilló a gran altura Gento,  autor de dos goles, que va a traer por la calle de la amargura durante todo el partido a Olivella, dejándole en evidencia.  A partir de ahí la cotización del zaguero del Poble Sec  va a bajar en picado, y no tardará en perder incluso su puesto de titular, donde se  irán turnando tanto el habitual central Rodri como los recién fichados Foncho y Benítez. Aunque al menos eso le salvó de estar presente en la traumática final de la Copa de Europa de 1961 disputada en Berna, la tristemente célebre “Final de los postes cuadrados”, donde contra todo pronóstico el Barça sucumbirá ante el Benfica portugués por 3 a 2, con un poker de disparos catalanes  escupidos por la madera.

De ese modo va a jugar muy poco en las campañas 61-62 y 62-63, la última de las cuales resulta  desastrosa para los colores blaugranas en lo relativo al Campeonato Nacional de Liga, finalizado en una indecorosa sexta plaza. Cambios frecuentes de entrenador, fichajes fallidos, falta de continuidad en las alineaciones, ausencia de un patrón de juego definido…Todos esos males atenazaban  a un Barça lejos ya de los años gloriosos de la década de los 50. Pero en medio de tantos nubarrones,  va a abrirse al menos un portillo a la esperanza….La Copa del Generalísimo de 1963 terminará en las vitrinas barcelonistas tras derrotar en el propio Camp Nou a un todavía bisoño Real Zaragoza, carente aun de algún magnífico. Y Olivella va a ser de la partida, aunque ahora actuando como defensa central, a causa de los graves problemas físicos que arrastraba Enric Gensana, y que pronto le  iban a excluir del fútbol de élite.

UNA SEGUNDA JUVENTUD DEPORTIVA

Olivella,  de hecho, va a iniciar una especie de segunda juventud. Se consolida en el eje de la defensa -medir solamente 1,74 no era entonces un obstáculo para ocupar dicha demarcación-, y vuelva a la Selección Española con todos los honores, y además ostentando el brazalete de capitán. Tras eliminar a Eire e Irlanda del Norte, el combinado nacional consigue clasificarse para la fase final, a jugar en nuestro país. Vence en la prorroga a una buena Hungría en semifinales, y se enfrenta en el choque decisivo a la poderosa URSS, un compromiso que había evitado en la edición anterior por motivos políticos, pero que ahora no puede eludir al tratarse del anfitrión,  y además el régimen franquista es muy consciente del gran valor propagandístico que una victoria sobre los soviéticos tendría precisamente en ese 1964 en el que se cumplen 25 años del final de la Guerra Civil,  los famosos “XXV Años de Paz”

Y aquella tarde del 21 de junio del 64 todo sale a pedir de boca. Un gol del delantero gallego del Real Zaragoza Marcelino,  batiendo con una testarazo en  escorzo al mítico  Yashin, la Araña Negra –en aquellos momentos el mejor arquero del mundo-, le proporciona a España su primer título a nivel de selecciones, aunque tendría que esperar nada menos que 44 años, hasta la Eurocopa de 2008, para poder acompañarlo con otro trofeo. Olivella va a ser el encargado de recibirlo, en lo que sin duda supone el cenit de su carrera deportiva, justo al cumplir los 28. Continuaría un par de temporadas más jugando a buen nivel, teniendo como compañeros de línea al malogrado jugador uruguayo Julio César Benítez y al rocoso lateral izquierdo vallesano Eladio Silvestre, con el canterano Toni Torres de refuerzo, y bajo los palos Sadurní o Pesudo. Formará parte también del grupo de 22 convocados para el Mundial de Inglaterra de 1966, aunque no va a jugar ni un solo minuto de los tres encuentros que España disputa en tierras británicas, pues su puesto lo ocupa un joven central andaluz de su mismo equipo,  recién llegado al Barça, Francisco Fernández Rodríguez, más conocido como Gallego.

DESPLAZADO POR GALLEGO

El de Puerto Real va a hacerse en propiedad  con el puesto de central barcelonista, y ya las apariciones de Olivella en el once titular comienzan a escasear. Todavía juega una quincena de partidos en la campaña 66-67, pero en el curso siguiente – en el cual el conjunto catalán se proclama nuevamente campeón de la Copa del Generalísimo – , su aportación se limita ya a cuatro encuentros oficiales. No obstante, el club le renueva el contrato por un año más, y en la irregular temporada 68-69, la última de Olivella en activo, y precisamente por culpa de una grave lesión de Gallego en las postrimerías de  la misma, va a tener que asumir la responsabilidad de dirigir a la zaga azulgrana en el que va a ser su postrer encuentro,  la final de la Recopa que enfrentaría en la ciudad suiza de Basilea al Barcelona con el desconocido Slovan de Bratislava,  entonces perteneciente a Checoslovaquia. y que va a decantarse a favor de los centroeuropeos por 3 a 2, un marcador sorprendente tras un partido con muchos errores culés en ambas áreas. Una amarga despedida para una trayectoria modélica.

Atrás quedaban 16 años perteneciendo a la disciplina barcelonista, trece de ellos en el primer equipo con 334 encuentros oficiales para un total de 513 partidos disputados, que le sitúan dentro del Top Ten de los jugadores azulgranas, con un palmarés que suma 2 campeonatos de Liga, 4 de Copa y 3 Copas de Ferias, habiendo sido internacional con la Selección Absoluta en 18 ocasiones. Pese a actuar como defensa, nunca fue expulsado de un terreno de juego, y su seriedad y corrección le condujeron también durante un tiempo a la capitanía del equipo.

En septiembre de 1969 el club va a organizar un partido de homenaje en su beneficio, con el Palmeiras brasileño midiéndose al Barcelona,  en cuyas filas Olivella disputará sus últimos minutos vestido de corto. A continuación comenzará a trabajar como profesor de Educación Física -para lo cual tendrá que sacarse el título de entrenador- en un centro docente de Sant Cugat del Vallés vinculado al Opus Dei, donde prestará sus servicios durante 34 años hasta el momento de su jubilación. Residente en Castelldefels, falleció en dicha localidad barcelonesa el 14 de mayo de 2023, en un año auténticamente aciago para los eurocampeones del 64, en el que nos dejaron también Amancio, Luís Suarez y Fusté. ¡Casi nada!




Cayetano Re: un pequeño gran delantero

Fue un  futbolista de apellido corto, cortísimo, y nombre largo, el “Pequeño Cabo Rusty”, como le llamaban sus compañeros del Barça, en aquellos tiempos en los que por la naciente televisión en blanco y negro pasaban la serie “Rin Tin Tin”, el goleador diminuto que burlaba a gigantes, y uno de los mejores jugadores paraguayos de todos los tiempos, reconvertido luego en excelente entrenador. Todo eso -y bastante más en el plano humano, según todos los que le conocieron- era Cayetano Re Ramirez, nacido en Asunción un 7 de febrero de 1938. Su abuelo tenía una popular fábrica de jabón, y su familia le matriculó en un colegio salesiano de curioso nombre -“Monseñor Lasagna”- y le puso a estudiar Contabilidad, por si algún día tenía que hacerse cargo del saponificio. Pero Cayetano era uno de los miles, millones de chavales, que siempre prefirieron el balón a los libros.

Con sólo 17 años ya formaba parte del primer equipo de Cerro Porteño, uno de los principales clubes de la capital guaraní. A los 20 es titular en la selección absoluta de su país, que dejó un grato sabor de boca en el Mundial sueco del 58, y al verano siguiente el mítico intermediario futbolístico de origen armenio Arturo Bogossian se lo lleva para España, enrolándolo en el Elche, que pagó por él millón y medio de pesetas de la época (más tarde los alicantinos cuadriplicarían la inversión), siendo uno de los primeros paraguayos que se aposentaron en la Ciudad de las Palmeras, seguramente el destino preferido para sus compatriotas durante muchos años.

Era aquel un Elche que había subido de Tercera a Primera en dos fulgurantes campañas, con José Esquitino como presidente y el legendario César Rodríguez, el Pelucas,  como jugador-entrenador. Re va a debutar en la máxima categoría junto a un montón de ilustres compañeros, aparte del divino calvo leonés: su compatriota Laguardia, el charrúa Dagoberto Moll, el hondureño Cardona, o los levantinos Fuertes y Pahuet, y en su segundo partido en la División de Honor ya van a derrotar a todo un Barcelona, campeón de Liga y Copa la anterior temporada.

Tres temporadas va a permanecer en “Altabix”, siempre como titular, y ofreciendo un altísimo rendimiento. Se movía preferentemente por el centro del ataque, pero podía llevar cualquier número a la espalda, tal vez con excepción del 7. Cuando se mide sólo 1,63, aunque estemos hablando del fútbol de hace sesenta y pico años, hay que suplir esa desventaja con otras cualidades en grado superlativo, y Cayetano Re las tenía. Era rápido, hábil, escurridizo, con un gran olfato de gol, y dotado de muchos recursos dentro del área. Pese a ser tan bajito, era fuerte y con un centro de gravedad que le fijaba al césped, y tampoco le hacía ascos al juego de cabeza (que más que de altura, suele ser cuestión de potencia y elevación en el salto, y de marcar bien los tiempos con el cuello), y además cuentan los contemporáneos que prodigaba una jugada personalísima, esprintando, parándose en seco, levantando el balón, y empalmando unas voleas impresionantes que le dieron no pocos goles. Todo un delantero, vaya.

En 1962 el Barça va a pensar en él para encargarle la siempre difícil misión de conseguir goles. Evaristo y su compatriota Eulogio Martínez abandonan la entidad blaugrana, Kocsis ya está mayor, y Zaldúa es todavía demasiado bisoño, de manera que 6 millones de pesetas -un buen pellizco para la época- convencen al Elche para que suelte a una de sus perlas. Conservaban a Romero, la gran estrella del conjunto, y se trajeron a otro paraguayo, Juan Carlos Lezcano, formando una tripleta central con total acento guaraní, porque el propio Eulogio va a dejarse caer también por entre los palmerales…

En Can Barça Re tuvo unos comienzos no demasiado fáciles, y su primera temporada resultó discreta, perdiéndose bastantes partidos. La afición se quejaba de su mala puntería, y el equipo realizó una Liga lamentable, clasificándose en un indigno sexto lugar. Luego maquillaron la campaña adjudicándose la Copa del Generalísimo, aunque él apenas sí actuó en dicho torneo.  Las cosas van a cambiar con la llegada al  banquillo azulgrana de su antiguo compañero y entrenador César, que creía ciegamente en sus posibilidades.  Cuando no llevaba el 9 -que en ocasiones lucía Zaldúa- , vestía el 10 o el 11, pero siempre era un fijo en el equipo. Va ser uno de los máximos realizadores del Campeonato 63-64, anotando 17 tantos, el Barça rozará el título -fueron segundos tras el inevitable Real Madrid-, y su fichaje ya empezaba a parecer muy rentable…

Su eclosión definitiva llegará en el curso siguiente, el 64-65, donde el Barça volverá a reincidir en una indecorosa sexta posición final. Re va a ser lo único destacable en una temporada tan gris, y se corona como máximo goleador del campeonato con 25 tantos, haciéndose acreedor al Trofeo “Pichichi”. Su gran estado de forma obligará a que su teórico competidor para el puesto de ariete, Zaldúa, sea cedido ya avanzada la campaña a Osasuna, el cuadro más representativo de su tierra navarra. Pero en ese éxito personal estaría precisamente el motivo de su pronta e inesperada marcha del “Camp Nou”. Re no llegará a un acuerdo con la directiva barcelonista acerca de la renovación de su contrato -el Vil Metal, ya se sabe…-, y eso va a agriar las relaciones entre ambas partas, pese a que finalmente estampa su firma.

No obstante Cayetano comienza la temporada 65-66 igual que acabó la anterior, viendo puerta con facilidad, y nadie podía pensar entonces que ya tenía los días contados en Can Barça. El equipo va a entrar sin embargo en una muy negativa racha de resultados, con varias derrotas consecutivas en su propio feudo que le alejan de las primeras posiciones, y al regreso de un nuevo fracaso, precisamente en el terreno  ilicitano  de “Altabix”, su antigua casa, se desencadenarán los acontecimientos.

Vicente Sasot, el segundo entrenador, que había reemplazado en aquel desplazamiento al técnico titular, el argentino Roque Olsen, ausente por asuntos particulares, va a emitir un informe muy crítico con el rendimiento de dos futbolistas en concreto, el propio Re y el canario Vicente, que serán apartados fulminantemente del equipo, e incluso se les prohibirá el acceso a las instalaciones blaugranas, teniendo que seguir entrenándose por su cuenta. La situación se prolongará durante varios meses, hasta que en escena aparezca un actor inesperado, el RCD. Español, que se interesa por contratar los servicios del delantero paraguayo, cosa que finalmente conseguirá a cambio de un precio irrisorio, pues el Barça parecía haber perdido de repente  todo interés hacia un futbolista que tan sólo unos meses antes lideraba la tabla de realizadores.

Re, por consiguiente, va a cruzar la Diagonal, y si bien ya no puede alinearse en la Liga por cuestiones reglamentarias, si lo hará con su nuevo equipo en la Copa de Ferias y en la Copa del Generalísimo de aquella temporada 65-66, dándose la curiosa circunstancia de que en el torneo ferial se enfrentará a los que tan sólo unos pocos meses antes eran sus compañeros. En aquel Español de mediados de los 60 el auténtico hombre fuerte era el dinámico empresario del sector de la maquinaria textil Juan Vilá Reyes -posterior protagonista del sonado “Caso MATESA”-, que estaba empeñado en convertir al club perico en una alternativa de poder respecto a los principales conjuntos del país: su gran rival ciudadano azulgrana, los dos clubes de la capital, o el Zaragoza de Los Magníficos, sin olvidarnos de Valencia o Athletic de Bilbao. Le cambia incluso el diseño de la camiseta, recuperando las franjas anchas anteriores a la Guerra Civil. Ya había llevado a “Sarria” a Kubala y a Di Stefano, si bien en sus últimos compases, y ahora va a formar una delantera de ensueño, acompañando a Re con el donostiarra Amas, el ilicitano Marcial, el castellano Rodilla y el asturiano José María, bautizados por un periodista como los Cinco Delfines

Puestos a las órdenes del técnico húngaro Jeno Kalmar, los blanquiazules despacharán una magnífica campaña 66-67, alcanzando el tercer lugar, tan sólo por detrás de Real Madrid y Barça. Los números de Re, empero, van a  bajar, porque en aquel Español el gol era misión de todos, y estará muy repartido. Pero el estado de gracia del conjunto se esfuma en el curso siguiente, irregular y con numerosos problemas físicos, con un discreto noveno lugar en la tabla. pero Vilá Reyes se lo va a tomar como un mero paréntesis, y reforzará la medular con dos auténticos pesos pesados: el internacional Jesús Glaría, procedente del Atlético de Madrid, y Lico, el correcaminos del Elche. Con una plantilla cuajada de figuras, el Español sale a por todas en la temporada 68-69, pero muy pronto va a estrellarse, Cambio de entrenador, comme il faut,  Argilés por Kalmar, y una dinámica negativa, un círculo vicioso donde las lesiones y el nerviosismo, dentro y fuera de la cancha, acaban abocando a la entidad perica a su segundo descenso, consumado en un funesto partido en “La Rosaleda”, con dos equipos que se marchan al pozo cogidos de la mano, aunque aquella tarde los de la Costa del Sol hicieron cuatro goles, por ninguno de los de “Sarria”.

En la nueva temporada en el Infierno, Re va a ser clave para salir pitando de la Categoría de Plata, recuperando sus promedios goleadores a pesar de rebasar ya la treintena. Pero ya sólo le restará una campaña en la élite, la 70-71, en la que el club consigue la permanencia aunque sus prestaciones personales se van a ir  eclipsando sin remedio. Y al final del curso abandona la nave blanquiazul, donde más tarde confesaría que se sintió más a gusto que en Can Barça. Tarrasa, y un brevísimo paso por el modesto Badalona, jalonan su retirada, con 34 años cumplidos, y un balance de 360 partidos disputados y 142 goles, en el transcurso de trece temporadas en España. Pero no abandona el mundo del fútbol, sino que se dispone a sentar cátedra desde el banquillo.

 Va a dirigir a diversos equipos de la Comunidad Valenciana, entre ellos el propio Elche, y a mediados de los 80 vivirá su momento de gloria, venciendo en la Liga paraguaya con Guaraní, y llevando de nuevo a la selección de su país a un Mundial, en este caso el disputado en México en 1986, donde va a pasar la fase previa, cayendo ante la Inglaterra de Gary Lineker. Le cabrá también el dudoso honor de haber sido el primer entrenador expulsado en un Campeonato del Mundo, pues su personalidad, muy temperamental, le jugará una mala pasada. Igualmente dirigirá en diversos países del Nuevo Continente (Chile, Perú, México, Paraguay de nuevo), así como en nuestros Córdoba y Betis. Establecido definitivamente en Elche, falleció el 26 de noviembre de 2013, a los 75 años, víctima del Mal de Alzheimer, esa devastadora enfermedad que tiene nombre de defensa central alemán, y que ni siquiera perdona a los delanteros más listos y escurridizos, como sin duda lo fuera el pequeño pero grandioso Cayetano Re.




Didí, un fiasco inexplicable

Si el Real Madrid fichase a un guardameta de piel oscura, la próxima temporada podría presentar un once inicial completo de futbolistas negros, tal como se decía en los tiempos de la Incorrección Política. Y a las pruebas me remito: Militao, Rudiger Alaba, Mendy; Camavinga, Bellingham, Tchouameni; Rodrigo, Mbappé y Vinicius, con Endrick como primer relevo. Pero en el ya lejanísimo 1959 eran todos más o  menos blanquitos, “caucásicos”, según  el doblaje de las películas de Hollywood. Aunque por un campeón del Mundo bien podía hacerse una excepción. Y esa excepción se llamaba Waldir Pereira, más conocido futbolísticamente como Didí.

 

Y por una de esas cosas raras que a veces ocurren en el fútbol, un superclase recientemente coronado con la Canarinha en Suecia-58 no pudo triunfar en el que sin duda era el mejor equipo de club de su época. Didí y el Real Madrid unieron sus destinos en el verano de 1959, y se divorciaron sorprendentemente tan sólo un año más tarde. Waldir Pereira era uno de los mejores futbolistas brasileños de los últimos años 50, lo que equivalía a decir que se trataba de una de las estrellas más rutilantes del panorama internacional en aquel preciso momento.  Interior derecho fino y elegante, dotado de una técnica exquisita, sobre él pivotaba el juego de aquel fabuloso Brasil que acababa de conseguir su primera “Jules Rimet” en tierras escandinavas. El imberbe Pelé ponía la magia, Vavá los goles, Garrincha el desborde, y Zagalo completaba tácticamente un quinteto de ensueño donde Didí manejaba el metrónomo como nadie. Era una de las figuras del Botafogo carioca, el club albinegro de la estrella solitaria, y ya tenía muchísimo fútbol en sus botas.

EL REY DE LA FOLHA SECA

Había nacido un 8 de octubre de 1928 en Campos dos Goytacazes cerca de Río de Janeiro, Y a punto estuvo de no poder convertirse en futbolista. A los catorce años casi pierde una pierna a resultas de una infección producida por una pelea. Llegó a tener que usar una silla de ruedas, pero al final tuvo suerte y y no se realizó esa amputación que hubiera privado al fútbol de una de sus más grandes oficiantes. Por el contrario, y ya restablecido, comenzó a destacar en cuadros infantiles y juveniles – Sao Cristovao, Industrial Río Branco, Goytacaz, Americao…-. Tras pasar por Lençoense y Madureira, va a fichar en 1946, con diez y ocho años, por uno de los principales conjuntos cariocas, Fluminense, donde empezará a edificar su leyenda, jugando por espacio de diez temporadas en la posición de interior derecho, así como también en la Selección Brasileña posterior al Maracanazo, que debido a ese gran trauma nacional había trocado su primitiva indumentaria de color blanco por la ya hoy tan tradicional Verde Amarela.

Con los tricolores marcará casi cien goles, y dejará constancia de una clase excepcional que le valdrá el sobrenombre de “El Príncipe Etíope”. Va ser mundialista en el 54, en Suiza, y nuevamente en Suecia, en el 58 -siendo ya jugador de Botafogo-, cuando Brasil se coronó como monarca universal del fútbol por vez primera y Didí llevaba la manija. Para entonces ya se le consideraba el inventor de una innovadora forma de lanzar los golpes francos directos, que va a ser conocida como Folha seca, es decir, “hoja seca”. Y que, como tantas otras cosas en este mundo, nació por pura casualidad. Andaba el jugador renqueante, tocado físicamente,  y no podía darle con mucha fuerza a la pelota, de manera que en vez de arrearle el clásico punterazo, la tocó más suave y sutilmente por el centro, con el empeine, imprimiéndole un efecto envenenado, que primero la elevó y más tarde la hizo caer en seco, como las hojas muertas en el otoño,  burlando la intervención del guardameta contrario.

FICHAJE ESTELAR MERENGUE

Tras el Mundial sueco el fútbol español puso sus ojos en la selección triunfadora, e importó algunos elementos de ella, tales como el goleador Vavá (con destino al Atlético de Madrid) o el extremo Joel, el suplente de Garrincha, que pasó al Valencia. Un año más tarde es el Real Madrid quien se lleva una buena pieza: el propio Didí. Kopa acababa de marcharse, Héctor Rial ya estaba mayor, y Marsal no se había recuperado de una grave lesión, de modo que quedaba un hueco en el carril del “Ocho”, y el brasileño parecía un excelente refuerzo para completar una escuadra de antología, así que Bernabéu se lanzó a por él. Sin embargo…

 

Se habló y escribió mucho acerca de las razones que impidieron que un fenomenal jugador como Didí  triunfase en un Real Madrid donde le acompañaban al menos media docena de cracks mundiales. Se argumentó que Di Stefano tenía celos y le hizo el vacío, así como que le molestaba que Didí no trabajase en el campo igual que él, que estaba en todas partes, y que se limitase a labores creativas,  y también llegó a decirse que su mujer -que colaboraba en la prensa brasileña- algo tuvo que ver en la generación  de cierto mal ambiente en el seno del equipo. Pero tal vez la verdadera razón sea mucho más simple, y se atrevió a aventurarla Darcy Silveira, Canario, un compatriota suyo que compartió con él vestuario en aquel Madrid multiestelar: el clima.

Y SE  MOJÓ LA FOLHA

La única temporada española de Didí, la 59-60, coincidió con una época de mal tiempo generalizado. En aquella campaña fue muy habitual que los distintos terrenos de juego presentasen un aspecto impracticable, muy embarrados a causa de la lluvia. Y también estaba el frío. Canario cuenta en una entrevista que a Didí casi se le congelaban los pies, y no se le ocurría otra cosa que meterlos en agua muy caliente, creyendo que así aliviaba el dolor. De ser esto cierto, el brasileño habría sufrido mucho en nuestro país, y eso le impidió triunfar en un club donde el nivel de exigencia era ya altísimo. Va a jugar los 18 primeros partidos de Liga, pero curiosamente no llegará a debutar en la Copa de Europa. Luego, repentinamente, desapareció del equipo para disputar ya únicamente la última jornada, en Las Palmas, totalmente intrascendente, pues el Barça había ganado aquel reñidísimo campeonato por mejor coeficiente general de goles, a igualdad de puntos entre los dos grandes rivales.

 

El puesto de interior derecho, al lado de Don Alfredo, había pasado a ocuparlo Pepillo, un jugador muy fino y goleador, pero también con mayor capacidad de trabajo. Y a quien, desde luego,  el frío no le afectaba tanto a pesar de ser natural de Melilla y haberse hecho futbolísticamente en Andalucía, en las filas sevillistas. Y en esos 19 partidos Didí marcó 6 goles, cinco de ellos en el “Bernabéu” (Español, Osasuna, Sevilla, Las Palmas y Valencia fueron las víctimas ), y solamente uno a domicilio, a la Real Sociedad en “Atocha”. De modo que, con más pena que gloria, rescinde su contrato y regresa a Botafogo. Y dos años más tarde, en 1962 y en tierras chilenas, vuelve a proclamarse nuevamente campeón del Mundo por segunda vez, junto a los Garrincha, Vavá, Zagalo y Amarildo, sustituto por lesión de un Pelé ya aclamado como O Rei. En total disputaría 74 partidos con Brasil, consiguiendo 21 goles.

TÉCNICO DE TRONÍO

Ya muy veterano,  se va al Sporting Cristal peruano -donde también actuará como entrenador-, y más tarde a los Tiburones Rojos de Veracruz, para retirarse de vuelta a Brasil en  el Sao Paulo. Regresará entonces a Perú, para dirigir al Sporting Cristal y a la Selección de dicho país, a la que consigue clasificar para el Mundial de México de 1970 eliminando a la poderosa Argentina. Allí van a ser séptimos, cayendo finalmente ante el futuro campeón por 4 a 2, con un gran equipo donde estaban los Chumpitaz, Baylón, Perico León, Hugo Cholo Sotil o Teófilo Cubillas. Y Didí en el banquillo franjirrojo, dividido entre el deber profesional y el amor a su patria: ”¡Dios!, ¿y si elimino a Brasil?”

Más tarde dirigirá a River Plate, Fenerbahce, Fluminense, Cruzeiro, Al-Ahlí Jeddah, Botafogo, Cruzeiro de nuevo, Fortaleza, Sao Paulo, Alianza de Lima y Bangú. Va a fallecer el 12 de mayo de 2001, a los 72 años de edad, a causa de problemas con su corazón,  debilitado tras una intervención quirúrgica en la que le habían sido extirpados el apéndice, la vesícula y parte del intestino. Siempre fue un abanderado del jogo bonito, y en sus últimos tiempos criticaba la deriva del fútbol brasileño: “Ya no hay espectáculo en la cancha”, decía. Si Di Stefano llamaba a la pelota “vieja”, Didí se refería a ella como a una niña, a la que había que tratar siempre bien, sin darle patadas. Como hacen los príncipes en los cuentos de hadas.

 




Wilkes: Pionero del fútbol holandés en España

Sí, “holandés”, porque a ese lugar de Europa, identificado por los tulipanes, los quesos y los molinos de viento, potencia comercial y ultramarina desde que se liberó de la tutela española allá por el siglo XVII, siempre lo hemos llamado “Holanda”, aunque vivíamos instalados en el error, pues Holanda es únicamente el nombre de una región -aunque en ella se encuentren las tres principales ciudades, Ámsterdam, Rotterdam y La Haya-, y lo correcto es referirse a los “Países Bajos”. Otra cosa es que el apellido “Wilkes”  siempre me sonó más bien a anglosajón, seguramente influido por dos personajes relacionados con la Guerra de Secesión, uno real, John Wilkes Booth, el actor sureño que asesinó al presidente Abraham Lincoln, y el otro de ficción, Ashley Wilkes, el amor imposible de Escarlata O´Hara, también meridional  e  interpretado en “Lo que el viento se llevó” por el británico Leslie Howard.  Pero vayamos al grano.

     Agonizaban los años 60 del pasado siglo cuando la entonces erróneamente conocida como Holanda comienza a pisar fuerte en el panorama del fútbol europeo. El Ajax de Ámsterdam llega a su primera final de la Copa de Europa en 1969, acaudillado por un jovencito llamado Johan Cruyff, aunque paga la novatada y cae goleado -4 a 1- ante un mucho más experimentado Milán en partido celebrado en el “Santiago Bernabéu”,  y al año siguiente el Feyenoord de Rotterdam se proclama campeón del principal torneo continental al derrotar al  Celtic de Glasgow, precisamente en la capital lombarda. A partir de ahí, cuando se abran de nuevo las fronteras futbolísticas españolas y se permita la importación de jugadores extranjeros, la denominación de origen Made in Netherlands se convertirá en un marchamo de calidad muy atractivo para nuestros clubes. Pero en 1953, cuando el nivel del fútbol de los Países Bajos  era tan plano como lo es su orografía, el fichaje de un neerlandés suponía una nota de lo más exótico,  y es en ese contexto en el que va a aterrizar en Valencia Wilkes.

EL PRIMER CRACK NEERLANDÉS

     Servaas Wilkes Laarts, conocido para abreviar como “Faas”, había nacido el 13 de octubre de 1923 en Rotterdam, una población  portuaria que sufriría un duro bombardeo por parte de la Luftwaffe hitleriana en 1940, cuando el futbolista aun se encontraba en edad juvenil. Su primer equipo va a  ser el Xerxes, de su ciudad natal. Era un delantero centro muy alto -incluso para los estándares actuales, pues medía 1,90-, pero de una finura y elegancia inconmensurables. Parecía más un jugador latino o sudamericano que alguien procedente de las brumas de Norte, pues se trataba de un consumado regateador,  y además dotado de una notable capacidad realizadora. Permanecerá compitiendo en su país hasta 1949, debido a la guerra y a sus secuelas, y cuando el fútbol europeo vaya recobrándose de la catástrofe bélica fichará por uno de los más fuertes clubes italianos, el Inter de Milán.

     Con los neroazzurri jugará por espacio de tres temporadas, en las que disputa 95 encuentros, logrando 47 goles. En 1952  va a pasar a un Torino que aun no se había repuesto del gran trauma que significó la tragedia de Superga, acaecida cuatro años antes  cuando pereció todo su equipo, entonces sin discusión el mejor de Italia. Y con el cuadro piamontés visitará Mestalla el 20 de junio de 1953, para enfrentarse al Valencia en un amistoso. Se trataba de un partido de homenaje a Antonio Puchades, organizado por la Federación Valenciana de Fútbol, y en cuyos prolegómenos se le impondría al futbolista natural de Sueca la Medalla de Oro al Mérito Deportivo.

LA FIGURA DEL VALENCIA

     Venció el Valencia por 4 a 1, pero algo muy especial debió de verse en la actuación de Wilkes, pues  cuenta la leyenda que en el banquete posterior al encuentro el presidente de la Federación Valenciana le pregunto al máximo mandatario del Torino cuántos vagones de naranjas valdría aquel holandés tan larguirucho como filigranero.  Y los italianos se lo tomaron muy en serio, de modo que el Valencia recogió el guante e iniciaron las negociaciones, que van a finalizar con el traspaso de Wilkes al conjunto Ché. Tenía ya casi 30 años, y acababa de superar una grave lesión de menisco, pero el legendario presidente Luís Casanova se arriesgó con  un futbolista que podría darles un plus de calidad y permitirles seguir siendo competitivos.Wilkes va a debutar oficialmente en la segunda jornada de la Liga 53-54, en los viejos Campos de Sport de El Sardinero. Aquella tarde el Racing de Santander derrotó al Valencia por 3 a 1, y el futbolista se presentaría ante su público al domingo siguiente, frente al Real Oviedo. Va a marcar su primer gol en la cuarta fecha, en el propio Mestalla y con el Sevilla como rival. El tanto, que fue el del momentáneo empate a uno, no pudo impedir la victoria andaluza por 2 a 3. Y en la jornada número 7, de nuevo al amparo de su parroquia,  conseguirá su primer hat-trick como valencianista, en el triunfo sobre el Atlético de Madrid por 4 a 1. La afición  va a flipar literalmente con Wilkes. Se trataba de un jugador diferente, espectacular, con un regate como nunca antes se había visto. Algunos de sus goles, por su extraordinaria belleza, van a ser saludados con flamear de pañuelos, algo que hasta entonces parecía privativo de las corridas de toros. Sus compañeros contaban que Wilkes era el único jugador capaz de hacer paredes consigo mismo, pasándose  el balón de un pie a otro, e iniciando una vertiginosa carrera hacia el marco contrario, con un cambio de ritmo demoledor que un par de décadas después va a ser la más recordada seña de identidad de otro ilustre compatriota suyo, un tal Johan Cruyff. Aunque a veces su genialidad desconcertaba a sus propios compañeros, de ahí el dicho valenciano que se hizo muy popular: Faas, ¿qué fas?

     Sin embargo sus prestaciones bajaban bastantes enteros lejos de Mestalla. En esa temporada 53-54 va a disputar 28 partidos, marcando 18 goles, pero solamente cuatro los consigue en campo contrario: dos en Atocha, y los restantes en Balaídos y San Mamés. Y tan sólo logró una de sus dianas desde el punto de penalti, ante el Español, en Mestalla, en la jornada 28. El Valencia fue finalmente tercero en la clasificación, el mismo puesto que obtuvo  Wilkes en la tabla de goleadores, por detrás de Di Stefano (29) y Kubala (23). Y dada su condición de extranjero no pudo disputar la Copa del Generalísimo, que conquistarían brillantemente los Chés a derrotar en la final con un rotundo 3 a 0 a un Barcelona que tampoco pudo alinear a Kubala, aunque en su caso  por culpa de una lesión. El resultado le produjo extrañeza, de modo que llegó a  declarar: “El Valencia con Wilkes no ha sido campeón de Liga, pero sin Wilkes lo ha sido de Copa. Es algo difícil de entender”.

EN EL NUEVO MESTALLAEn la siguiente campaña, la 54-55, su rendimiento va a descender sensiblemente, tanto en número de partidos disputados como en goles marcados (15 choques y 9 tantos), pues va a sufrir una enfermedad. En concreto, tuvo que ser intervenido quirúrgicamente de bocio, un problema endocrinológico caracterizado por el aumento de tamaño de la glándula tiroides, y que se visualiza por un abultamiento anormal bajo la laringe. Le suplió con muy buenos registros anotadores Badenes,  que era un gran rematador, pero sin la magia del holandés. Por aquellos mismos días el Valencia se encontraba inmerso en la ampliación del campo de Mestalla, y llegó a decirse que la presencia en el equipo de Wilkes fue la que pagó las obras de la nueva tribuna. Una afirmación tal vez algo exagerada, pero en todo caso no demasiado alejada de la realidad.

     En su tercera y última campaña jugó algo más -19 partidos y 11 goles-, pero a su finalización abandonaría el club. Regresará a su país, para actuar durante un par de años en el modesto VVV. Venlo, pero en la temporada 58-59 volverá a la Ciudad del Turia, esta vez para enrolarse en el Levante UD, que esperaba con su refuerzo poder ascender por fin a la Primera División. El presidente granota era Antonio Román, cuyo nombre llevó el nuevo estadio levantinista inaugurado bajo su mandato en 1969, y bautizado ahora como “Ciudad de Valencia”.

LA GRAN ESPERANZA DE VALLEJO

     A finales de agosto de 1958 una noticia bomba va a sacudir los mentideros futbolísticos valencianos. Aprovechando una visita del jugador neerlandés se barajó la posibilidad de que el Valencia le repescase, dos años después de su marcha. Wilkes no le hizo ascos al asunto, aunque existía un obstáculo, y este era que la normativa vigente sólo permitía dos jugadores extranjeros por equipo, y el club Ché ya tenía cubiertas esas plazas con los brasileños Walter y Machado. De modo que si Wilkes no se nacionalizaba español -algo que no contemplaba-, únicamente podría disputar partidos amistosos internacionales en tanto uno de los sudamericanos conseguía nuestra  nacionalidad.

     Y en esas terció Antonio Román. Sabedor de que el delantero deseaba establecerse en la ciudad -era un asiduo cliente  de “La Pepica”, el popular restaurante  de la playa de La Malvarrosa, uno de los templos de la paella-, se reunió con él y aceptó las mismas condiciones económicas que este pensaba plantearle  al Valencia, así que su encuentro con  Luís Casanova nunca llegó a celebrarse. El 23 de agosto, y a cambio de un millón seiscientas cincuenta mil pesetas por dos temporadas, Wilkes estampaba su firma por el Levante. Román había apostado muy fuerte, echando la casa por la ventana, pero sabía que la presencia del astro neerlandés en Vallejo rendiría pingües beneficios económicos, y también deportivos, al club de los Poblados Marítimos, pues el Levante realizaría con él una excelente campaña.

    Solventados algunos problemas de índole burocrática relacionados con la edad del futbolista -35 años-, este podrá debutar vestido de azulgrana. Va a despachar una campaña más que decorosa, muy notable, pues jugará 25 encuentros, marcando la cifra de 13 goles -su segundo mejor registro en España-, con un hat-trick y tres dobletes, al lado de un joven delantero de la tierra que pronto pasaría al Valencia, Paredes. Sin embargo el Levante pincharía en el sprint final, perdiendo la posibilidad de ascenso directo al fallar en las dos últimas jornadas (una derrota en Málaga y un empate en Vallejo frente al Ceuta). De modo que quien sube a Primera por la vía rápida es el Elche, y los granotas tuvieron que conformarse con intentarlo en la promoción.

     La van a disputar frente a la Unión Deportiva Las Palmas, pero no llega con el mejor de los ambientes. El técnico Álvaro (mítico y durísimo defensa valencianista de la inmediata Posguerra) será destituido, y en su lugar el propio Wilkes se va a hacer cargo del equipo en calidad de jugador-entrenador, al igual que lo hacía Cesar en aquel triunfal y sorprendente Elche que había ascendido de Tercera a Primera en tan sólo dos campañas. Antes dirimirán con resultado adverso una eliminatoria de Copa contra el Real Zaragoza -que Wilkes no podrá jugar debido a su condición de foráneo-, y acto seguido afrontarán la promoción.

     Sin embargo en el partido de ida  de Vallejo se imponen los canarios por 1 a 2, secando por completo el amarillo Felo -más tarde jugador del Real Madrid- a Wilkes. Y antes de la vuelta en el Insular, el neerlandés, sin permiso de su club, va a tomar parte en un amistoso que enfrentó a dos de sus ex equipos, Valencia e Inter. Como es lógico y natural, el hecho sentó muy mal en el seno de la directiva levantinista, y el delantero  va a ser apartado del equipo y ya no viajará a la capital grancanaria, donde se logró un insuficiente empate a uno, con una vieja gloria granota en el banquillo, Agustín Dolz.

     De manera que Wilkes se desvincula de un  Levante que aun tendría que esperar cuatro años para hacer realidad su sueño, sin cumplir la segunda temporada que había firmado. Retornará definitivamente a su país, para seguir jugando en el Fortuna 54, y retirarse,  ya con cuarenta años, en el mismo club donde se iniciase, el Xerxes.  Había sido 38 veces internacional con la Oranje, marcando 35 tantos, lo que le convierte en su tercer máximo realizador histórico tras Patrick Kluivert y Dennis Bergkamp, pero con la salvedad de que jugó menos de la mitad de partidos que quienes le preceden. Abrió en Rotterdam una boutique llamada “Monísima”, y falleció en su localidad natal el 15 de agosto de 2006, a los 82 años de edad,  pero en Valencia los viejos aficionados nunca se han olvidado de aquel delantero tan alto y pinturero,  que les levantaba de sus asientos a base de regates imposibles y goles majestuosos.

WILKES, EL PRIMER GRAN HOLANDÉS EN ESPAÑA




Chus Pereda, el «calvo de Medina de Pomar» (Segunda parte)

 

C. F. BARCELONA. Temporada 1961-62. Pesudo, Julio César Benítez, Garay, Gracia, Segarra, Marañón. Villaverde, Kocsis, Eulogio Martínez, Pereda y Ángel Mur (masajista). C. F. BARCELONA 3 🆚 REAL MADRID C. F. 1 Domingo 21/01/1962, 16:00 horas. Campeonato de Liga de 1ª División, jornada 20. Barcelona, Nou Camp. GOLES: ⚽1-0: 4’, Evaristo. ⚽2-0: 40’, Kocsis. ⚽3-0: 83’, Evaristo. ⚽3-1: 86’, Félix Ruiz. ALINEACIONES: CF BARCELONA: Pesudo; Benítez, Garay, Gracia; Segarra, Marañón; Villaverde, Kocsis, Eulogio Martínez, Evaristo y Pereda; entrenador: Ladislao Kubala. REAL MADRID CF: Vicente; Casado, Santamaría, Miera; Antonio Ruiz, Pachín; Tejada, Del Sol, Félix Ruiz, Puskas y Gento; entrenador: Miguel Muñoz. ÁRBITRO: Félix Birigay.

Pereda no entra con buen pie en Can Barça, pues al poco de iniciarse los entrenamientos se lesiona, y tienen que escayolarle precisamente un pie. pero cuando se integra en la dinámica del equipo se convertirá poco menos que en  imprescindible, aunque sin un puesto fijo,  pues recorre todas las posiciones  del ataque a excepción de la de delantero centro. Es una temporada irregular esa de 1961-62, que verá pronto la sustitución en el banquillo del técnico  Luis Miró, antiguo guardameta barcelonista -fue quien encajó el infamante 11 a 1 frente al Real Madrid en el viejo Chamartín, en la semifinal copera del 43- por el mismísimo Kubala, recién retirado. Tal vez por eso Pereda no será convocado para el Mundial chileno. Lo único que consiguen ese curso los catalanes es llegar a la final de la Copa de Ferias, donde van a ser ampliamente batidos por el Valencia. Tampoco se desarrolla muy positivamente la campaña 62-63, aunque tiene un final feliz, con la consecución de la Copa del Generalísimo ante la propia parroquia culé, con un emergente Real Zaragoza como adversario, y Pereda abriendo el marcador en la clara victoria azulgrana por 3 a 1.

CAMPEÓN DE LA EUROCOPA DEL 64

La siguiente temporada,  63-64,  va a ser mejor en lo personal para el futbolista burgalés, aunque los títulos volverán a ser esquivos. En  Liga el Barça encabezará la tabla durante muchas jornadas, hasta aflojar finalmente ante el inevitable Real Madrid. En la Recopa  los blaugrana caerán ante el Hamburgo, tras un desempate en tierras suizas, mientras que en la Copa su verdugo será un Zaragoza que se  tomó la revancha del torneo anterior. Pero Pereda despachará una excelente campaña ( 34 partidos y 16 goles ), lo que le supone volver a la Selección, y por la puerta grande.

España se va a clasificar para la fase final de esa Eurocopa de 1964, a celebrar en nuestro país. En las semifinales se enfrente a Hungría en Madrid. Pereda abre el marcador, pero luego igualan los magiares, hasta que Amancio, en la prórroga, nos da el pase a la final. Y en el partido decisivo, disputado frente a la selección de la URSS en un “Bernabéu” lleno a rebosar, y con la presencia en el palco del Generalísimo Franco, el de Medina de Pomar va ser de nuevo determinante. Otra vez el primer gol llevará su firma, de fuerte disparo. Y tras el empate soviético, un pase suyo va a ser rematado de cabeza en escorzo por el zaragocista Marcelino, desconcertando al mítico Yashin, la Araña Negra, y dándole la victoria a España, un triunfo que fue más que una hazaña deportiva por sus evidentes connotaciones políticas -el régimen franquista celebraba los “XXV Años de Paz”, un cuarto de siglo después del final de la Guerra Civil-, con los siguientes once héroes nacionales como protagonistas: Iribar; Rivilla, Olivella, Calleja; Zoco, Fusté; Amancio, Pereda, Marcelino, Luís Suárez y Lapetra. Como anécdota, reseñar que en el reportaje de No-Do que se exhibió entonces en los cines españoles, la asistencia de Pereda no aparecía, siendo sustituida en el montaje por un centro de Amancio, desfaciéndose el entuerto muchos años después. A cada uno lo suyo.

TIEMPOS DIFICILES

Nunca más recuperaría Pereda ese gran nivel, pues las lesiones comenzarán a hacer mella de él, sacándole del equipo culé y de la Selección. De manera que entre 1964 y 1968 faltará a la cita con su club  en más de  la mitad de las ocasiones. Para entonces ya no le alinean de extremo, sino de interior de ambos lados, con preferencia por la derecha, formando con su compañero Fusté un centro del campo intermitente, pero de gran calidad y con gol. En esa etapa de su carrera contraerá matrimonio con una joven de la buena sociedad barcelonesa, Teresa Soler Cabot, tendrá hijos, y pondrá en marcha algunos negocios, como por ejemplo un restaurante especializado en carne -de casta le venía al galgo-, pero en la primavera de 1968 parece ya definitivamente desahuciado del Barça, y con su futuro en algún otro club. Entonces es cuando, contra todo pronóstico, se va a producir su resurrección deportiva.

UNA BREVE SEGUNDA JUVENTUD

Tras mucho tiempo apartado del equipo, el entrenador Salvador Artigas le saca en “Atocha”, en partido de Copa contra la Real Sociedad, y con el terreno de juego húmedo y pesado, y Pereda va a responder a su confianza con un gran partido y un gol. Ya no se apeará de la alineación titular durante el resto del campeonato, en el que el Barça resulta vencedor tras derrotar en la final del “Bernabéu” al Real Madrid gracias a un gol en propia puerta del merengue Zunzunegui, con un arbitraje del balear Antonio Rigo muy protestado por el público local, parte del cual exteriorizó su descontento con el lanzamiento de envases de cristal al campo, en la que ha pasado a la historia como la Final de las Botellas. Ese buen momento de juego lo refrendará en los albores la temporada siguiente, 68-69, hasta el punto de que el seleccionador nacional, el efímero Doctor Toba, vuelve a contar con él, y le alinea en Belgrado frente a Yugoslavia. Pereda mueve al Barça, en compañía de Fusté, y marca goles aprovechando su fuerte disparo, pero a medida que va avanzando la campaña se queda sin gasolina, e incluso pierde su puesto en el once titular. Reaparecerá en un momento muy comprometido, en la final de la Recopa de Basilea, ante el Slovan de Bratislava, saltando al campo en sustitución de un compañero lesionado, el lateral derecho Franch. El Barça, contra todo pronóstico, resulta derrotado por los semidesconocidos eslovacos (2 a 3)

LOS POSTREROS  COLETAZOS DE UNA BRILLANTE CARRERA

Ese va a ser su último partido con la zamarra azulgrana. El club, en una sorprendente decisión -tal vez deseaba eliminar una ficha elevada-, va a prescindir de sus servicios, concediéndole  la carta de libertad, y Pereda se marcha inmediatamente al Sabadell, entonces habitual cementerio de elefantes barcelonista, reuniéndose con los Comas, Torrent, Marañón, Montesinos, Vidal y Zabala, todos antiguos compañeros suyos.

Pero por una u otra razón, jugará muy poco en la “Nova Creu Alta”, y en 1970 suscribe contrato con el Mallorca, que militaba en Segunda División, donde apurará sus dos últimas temporadas como profesional hasta el momento de la retirada. con 424 partidos y 127 goles en las alforjas. Internacional “A” en 15 ocasiones entre 1960 y 1968 (6 goles), reunió un estupendo palmares donde cabían 1 Liga (1957-58), 2 Copas (1963 y 1968), 1 Copa de Europa (1957-58) y otra de Ferias (1965-66).

TÉCNICO EN LAS SELECCIONES INFERIORES

En 1976 entrará a trabajar en la Real Federación Española de Fútbol, haciéndose cargo de las categorías inferiores de la Selección (Sub-19, Sub-20 y Sub-21), y consiguiendo sonados triunfos, entre ellos el subcampeonato del Mundo Sub-21  en 1985.. En 1992 llegó incluso a sentarse en el banquillo de la Absoluta, por enfermedad de su titular, Vicente Miera. Un año más tarde dejará la RFEF, y en la temporada 95-96 va a dirigir al  Xerez CD. Posteriormente realizará algunas labores de intermediación de jugadores, sin demasiada fortuna, y cultivará aficiones más sedentarias, como por ejemplo el golf. Un hijo suyo, de idéntico nombre, jugará como centrocampista en el Barcelona Atlético, el filial blaugrana, durante algunas temporadas.

Chus Pereda va a fallecer víctima de un implacable cáncer en Barcelona, a la edad de 73 años, el 27 de septiembre de  2011. Desaparecía así uno de los Héroes del 64, un futbolista de raza, brillante y temperamental -le apodaban “Polvorilla”-, gran referencia de aquel Barça que atravesó por un auténtico desierto deportivo durante la estéril década de los 60.

 

 




Chús Pereda, el «calvo de Medina de Pomar» (Primera parte)

Chús Pereda va a a ser una de las grandes estrellas del fútbol español en los años 60. Despuntará en el Indauchu bilbaíno, aparecerá por el Real Madrid demasiado pronto, comenzará a brillar en el Sevilla, y realizará el grueso de su carrera deportiva en las filas del Barça, siendo figura clave en el que durante muchos años fue el mayor éxito de nuestra Selección, la Eurocopa de 1964.  Luego, una vez retirado tras pasar por Sabadell y Mallorca, su labor va a ser crucial en las categorías inferiores del combinado nacional, conduciéndolo a importantes triunfos.

Y todo empezó en una pequeña localidad de la provincia de Burgos, el 15 de junio de 1938, cuando vino al mundo un chaval inquieto y despierto, cuya habilidad con un balón en los pies llamaría muy pronto la atención de sus paisanos. En aquel tiempo España libraba todavía  una terrible guerra civil, a la cual le faltaban los últimos coletazos, aunque estos se producían ya lejos de Medina de Pomar, un pueblo con mucha historia y cabecera de la comarca de Las  Merindades, con algo menos de tres mil habitantes y más cerca de Bilbao que del propio Burgos, detalle este que va a tener su importancia en la biografía de Jesús María Pereda y Ruíz de Temiño. Su padre poseía una carnicería en Medina (hecho que de algún modo le ve a emparentar con otro grande de nuestro fútbol, el coruñés Luís Suárez Miramontes ), pero deseaba que su hijo tuviera otros horizontes. Había vivido en Chile antes de su matrimonio, y también había jugado al fútbol, y aunque prefería que Jesús estudiase, tampoco va a poner obstáculos a su desmedida afición por la pelota. Y su llamativa destreza  con ella va a llevar al chico al equipo juvenil de Medina de Pomar.  Juega preferentemente como extremo derecho -un puesto que se adaptaba bien a sus condiciones físicas: 1,70 de estatura y 70 kilos de peso-, y destaca por su capacidad de penetración y potencia de disparo, con una gran rapidez para armar la pierna, lo que se traduce en la consecución de muchos goles. Y muy pronto todo ese talento llegará a oídos de otros clubes.

          DE GARELLANO AL BERNABÉU Uno de ellos, el vizcaíno Valmaseda, militaba entonces en categoría regional, y va a proponerle a un Pereda adolescente unirse al equipo, poniendo a su disposición un taxi para llevarle los domingos a los partidos. Enseguida se hace imprescindible, y es elegido para formar parte de la Selección Juvenil de Vizcaya, momento en el que le ficha un conjunto de superior categoría, el Indauchu, del barrio homónimo de Bilbao, que acababa de subir a Segunda División, y en cuyas filas van a actuar algunas viejas glorias muy ilustres: nada menos que Zarra, Iriondo, Panizo y el ex-realista Ontoria, todos ellos internacionales. En su primera temporada, todavía con 17 años, Chús juega poco (solamente 3 partidos, pues arriba casi al final, con un único gol en su haber ), pero en la segunda, la 56-57, se va literalmente a salir -36 partidos y 16 tantos-, junto a un ramillete de futuras figuras, como Cobo, Eusebio Ríos, Isasi o Miguel Jones.

Comienza la siguiente campaña en el mismo excelente estado de forma, pero cuando lleva ya 9 dianas en tan sólo 13 partidos, el secretario técnico del Real Madrid, el antiguo jugador internacional Ipiña, le ofrece al presidente indauchutarra, Jaime de Olaso, 850.000 pesetas por el traspaso de Pereda, y el de Medina de Pomar hace las maletas con destino a la capital, con sólo 19 años de edad y toda la ilusión del mundo. Tras un breve período de aclimatación, va a debutar con los blancos en la jornada número 21, el 9 de febrero de 1958, ante su nuevo público y frente a un rival teóricamente asequible, el Real Jaén. Vencen los madridistas por 3 a 0 ( Rial 2 y Gento ), y esta fue su formación en el estreno de Chús en Primera División: Juan Alonso; Atienza II, Marquitos, Lesmes II; Santistéban, Zárraga; Pereda, Marsal, Di Stefano, Rial y Gento.

      Y un par de semanas más tarde vuelve a vestirse de corto,  esta vez en partido de Copa de Europa y ante otro equipo español, el Sevilla,  un club que va a ser importante en su carrera, aunque él todavía lo ignore, lógicamente. En la ida habían vencido los merengues por un apabullante 8 a 0, de manera que el encuentro suponía ya un mero trámite, aunque no para el delantero burgalés. Se resolverá con empate a 2, y ambos tantos llevarán su firma. Las cosas parecían marchar bien…Pero jugar en aquel Madrid estaba muy caro, y de hecho no volverá a saltar al campo hasta la última jornada liguera, con los blancos ya campeones (al igual que triunfarían en la Copa de Europa, la tercera para sus vitrinas). Y en la “Copa del Generalísimo” tendrá que ser una de las raras lesiones de Gento -aun no figuraba en la plantilla madridista Manolín Bueno- la que le permita nada menos que disputar una final, en el habitual marco del  Santiago Bernabéu y ante un Athletic de Bilbao que aquella tarde dio la campanada, y se llevó el trofeo con once jugadores nacidos en Vizcaya, los famosos Once Aldeanos, que batieron al Real Madrid por 0 a 2 (Eneko Arieta y Mauri)

         EN ZORRILLA Y NERVIÓN

Pero aquel iba a ser su último partido con el conjunto merengue. Ante la mucha competencia (Kopa, su tocayo Chús Herrera, Mateos, Rial, Puskas, Gento…) va a aceptar el ir cedido al Real Valladolid, para ayudar a los blanquivioletas a recuperar la categoría recién perdida. Y en el viejo  Zorrilla” rendirá muy satisfactoriamente (27 partidos y 9 goles), cumpliendo con la misión encomendada. Pero ya no retornará al Real Madrid, sino que tomará el camino del Sur, como parte de la Operación Pepillo, instalándose en un Sevilla renqueante, que dirigido por el técnico catalán Luís Miró va a recuperar sensaciones agradables, con una delantera de gran clase y finura -“de cristal” la denominan los aficionados hispalenses-, formada por Agüero, Diéguez, Antoniet, Pereda y Szalay, con incrustaciones de Loren y Rivera.

      Esa brillantez le lleva a la Selección Española, primero en un par de ocasiones con los Sub-21, y por fin, el día de San Isidro de 1960, en Madrid frente a Inglaterra, en un amistoso donde  España vapulea a los británicos  por 3 a 0 (uno de Peiró y dos de Eulogio Martínez) con el siguiente equipo: Ramallets; Pachín, Garay, Gracia; Segarra, Vergés; Pereda ( Del Sol ), Eulogio Martínez, Di Stefano, Peiró y Gento . Y cuando Luís Miró es nombrado nuevo entrenador del Barça, en el verano de 1961, el técnico recomienda encarecidamente el fichaje de Pereda, así como el de su compañero Szalay, un buen extremo húngaro. Es un completo Plan Renove el que afronta en aquellos el club azulgrana, tras el final de ciclo del gran equipo dirigido por Helenio Herrera, certificado por la derrota de Berna ante el Benfica, cuando los malditos postes de sección  cuadrada del Wankdorfstadion se cansaron de repeler disparos catalanes con marchamo de gol. De ese modo, aparte los dos sevillistas, van a llegar Pesudo, Benítez, Páis, Zaballa, Zaldúa y Vicente, mientras que se van Kubala y Ramallets (retirados), Luís Suárez -traspasado al Inter de Milán en una operación interesante en lo económico aunque desastrosa en lo deportivo), Tejada, Czibor, Ribelles o Coll. Pero de lo que le acontecerá al futbolista de Medina de Pomar en Can Barça ya hablaremos el mes próximo…

 




Seminario, «El Loco»

¿Qué relación puede existir -aparte de la nacionalidad y la edad- entre un futbolista, por muy “Pichichi” que este haya sido en la Liga española, ¿y un escritor que ha alcanzado los más altos peldaños de la gloria literaria, culminando con la consecución del Premio Nobel? Estoy hablando de Juan Seminario, delantero peruano que destacó en Portugal, España e Italia, y Mario Vargas Llosa, cuyo nombre y renombre no necesitan presentación. Pues bien, existe, aunque no vamos a adelantar acontecimientos. Comenzaremos por hablar del jugador, que vino al mundo cuatro meses después que el laureado novelista, autor teatral y ensayista nacido en Arequipa.

Efectivamente, Juan Roberto Seminario Rodríguez nació en la localidad peruana de Piura el 22 de julio de 1936, y ha sido uno de los futbolistas más importantes que ha dado Perú, aunque sus mejores años los viviera muy lejos de su patria. Y ya era alguien con el balón en los pies, un adolescente rebelde e imprevisible, cuando le matriculan en un curioso colegio llamado “Leoncio Prado”, en El Callao, al lado de Lima, la capital peruana. El mismo centro donde está ambientada “La ciudad y los perros”, la novela que dio a conocer internacionalmente a un joven escritor llamado Mario Vargas Llosa. En dicho colegio estudiaban Secundaria cientos, o tal vez miles, de muchachos procedentes de todos los rincones del país, uniformados bajo una rígida disciplina militar antes de acudir a la Universidad. Y es muy posible que el futbolista y el escritor hayan compartido incluso aula, por cuestiones de edad.

ESTRELLA DEL FÚTBOL PERUANO

Pero es evidente que sus caminos van a divergir pronto. Mientras Vargas Llosa se inicia en el periodismo muy tempranamente, a Seminario su destreza con el balón le va a llevar a integrarse en las filas del Club Municipal de Lima, uno de los principales equipos peruanos, con tan sólo 18 años. A los 20, en 1956, ya debuta con la selección de la franja roja diagonal atravesando el pecho. Su consagración definitiva, la que le colocará en el escaparate, va a tener lugar en la primavera de 1959, antes de cumplir los 23. En el Campeonato Sudamericano disputado en Buenos Aires, la selección peruana, que iba perdiendo por 2 a 0, acaba empatando su partido contra Brasil -nada menos que la entonces vigente campeona del Mundo, con astros como Pelé, Didí o Garrincha en la alineación- merced a dos tantos conseguidos por Seminario en tres minutos de vértigo. Pero es que sólo un par de meses más tarde, en un amistoso celebrado en el Estadio Nacional de Lima, Perú bate a la poderosa Inglaterra por 4 a 1,  en el transcurso de un partido memorable que permanece grabado indeleblemente en las retinas de todos los que tuvieron la suerte de presenciarlo in situ.

       Ese día la delantera peruana la formaban Gómez Sánchez, Loayza, Joya, Terry y Seminario, y tres de los tantos llevaron la firma de este último, completando la goleada Juan Joya, otra alhaja que luego triunfaría en el Peñarol uruguayo. No es nada extraño que nuestro protagonista encendiera todas las alertas entre los principales clubes españoles. Pero un problema burocrático va a retrasar durante un tiempo su incorporación a nuestras competiciones, puesto que se producirá una duplicidad de firmas a nivel contractual, ya que por una parte un apoderado suyo se compromete con el Zaragoza, y por otra Seminario recibe la visita de un tal Helenio Herrera, a la sazón entrenador del Barcelona, con la intención de llevárselo para el “Camp Nou”, y claro,  a ver quien le decía que no al Mago…

A pesar de dicha duplicidad, Seminario va a irse para Cataluña acompañado por Miguel Loayza (un gran jugador que no triunfaría en el fútbol español, aunque sí en el argentino), pero una vez en España no se resuelve el problema, pues la RFEF no le concede su licencia, y el de Piura tiene que irse a Portugal para poder proseguir su carrera. Una carrera que por cierto ya no contemplará más entorchados internacionales a nivel de selección, puesto que los rectores del fútbol peruano pasan olímpicamente de todos los jugadores avecindados allende sus fronteras. Ellos se lo perdieron…

       Pero, a todo esto, ¿qué cualidades tenía como futbolista este muchacho tan disputado? Era, como dicen por allí, un puntero zurdo con gran habilidad, rapidez e instinto goleador. Un delantero nato, un hombre de área que se introducía con escurridiza facilidad allá donde los defensas repartían más leña, y que hacía cosas inesperadas e inverosímiles -de ahí el sobrenombre de “El Loco”-, pero sobre todo marcaba muchos goles,  que ha sido siempre la suerte más cotizada del fútbol. Los va a conseguir durante su estancia en Portugal, enrolado en el Sporting,  y cuando el Zaragoza vuelve a por él, los aficionados del club lisboeta mostraron palpablemente su desaprobación.

EN ZARAGOZA Y FLORENCIA

        A todo esto, el Barça había renunciado a sus posibles derechos sobre el peruano, para facilitar el fichaje del uruguayo Benitez, precisamente jugador del Zaragoza. Y a orillas del Ebro es dónde Seminario va a ofrecer su mejor rendimiento. En su primera temporada en “La Romareda”, la 61-62, disputa todos los partidos y se proclama máximo goleador de Primera División con 25 tantos, superando a artilleros tan cualificados como Puskas, Evaristo, Kocsis, Di Stefano o Waldo.  Es un Zaragoza dirigido por César y donde ya militan algunos de los futuros Magníficos -Marcelino y Carlos Lapetra-, junto con futbolistas de la talla de Miguel, Duca o Murillo.  Inicia su segunda campaña como un tiro, marcando con la misma facilidad, pero ya está en el punto de mira del Calcio.  Y con los emisarios de la Fiorentina en el palco, dispuestos a contratarle, consigue 4 goles como 4 soles en un encuentro frente  al Mallorca, y hace de inmediato las maletas con destino a Italia,  dejando 20 millones en las arcas aragonesas -el Zaragoza lo había comprado al Sporting de Lisboa por 2.100.000 pesetas tan sólo un año antes-,  casi tanto dinero como el presupuesto anual del club maño.

En el conjunto toscano rinde bien, aunque no alcanzará los mismos registros anotadores que en España. Son los tiempos en que el catenaccio más ortodoxo impone su férrea ley, y el juego de los delanteros resulta bastante perjudicado, al igual que el espectáculo.  Además, Seminario deseaba volver a España, y por eso, tras dos temporadas en la Fiore, va a aceptar la oferta del otro club que le pretendía en 1959, el Barça, que además tiene de inquilino en el banquillo a su viejo amigo César. 8 millones de pesetas desembolsan los blaugranas, que se las prometen muy felices al juntar al peruano con otro buen goleador sudamericano, el paraguayo Cayetano Re.

EN CAN BARÇA Y LA NOVA CREU ALTA

       Pero el Barça de los años 60 atravesaba su particular Travesía del Desierto, ayuna de títulos y carente de un sistema de juego definido. Y al poco de llegar, para más inri, su gran valedor César -con quien incluso compartía negocios particulares- va a ser destituido a causa de los malos resultados. Aun así, Seminario se mantendrá como titular durante toda la temporada 64-65, pues había que justificar la fuerte inversión, y entre él y Ré (que se proclama “Pichichi”), firmarán cuarenta dianas, una cifra que no estaba nada mal, aunque no se tradujese en grandes victorias. Pero, a pesar de que también comienza jugando la campaña siguiente, 65-66, tanto el peruano como el paraguayo no van a ser santos de la devoción del nuevo técnico de los del “Camp Nou”, el adusto Roque Olsen -a quien, pese a su origen argentino, no parecían agradarle mucho los jugadores sudamericanos-, y con motivo de una inesperada derrota ante el Elche en “Altabix” (donde por cierto no actuó Seminario), ambos delanteros, junto al canario Vicente, serán apartados del equipo. Re y Vicente ya no volverán a vestirse de blaugrana, siendo traspasados a Español y Granada respectivamente, pero a Seminario le perdonan, aunque ya va a entrar con cuentagotas en la formación titular, y al finalizar el curso 66-67 se desvinculará por completo de la entidad culé, fichando por el Centro de Deportes Sabadell, que se estaba convirtiendo en una especie de cementerio de elefantes para barcelonistas rebotados. Allí, a las órdenes del incombustible Pasieguito y rodeado por un cuadro confeccionado a base de retales -es decir, jugadores descartados de clubes con mayores pretensiones- despacha una primera temporada bastante aceptable y una segunda muy foja. Y entonces, en 1969 y casi con 33 años, decide abandonar España.

        Regresa a su país en vísperas del Mundial de México-70, para el que la selección peruana se había clasificado brillantemente dejando a la poderosa Argentina en la cuneta. El técnico del combinado nacional, el mítico centrocampista brasileño Didí, el “Rey de la Folha seca”, sondea su convocatoria una década después de su última llamada, pero Seminario se niega a participar, tras tantos años postergado por el único delito de jugar fuera de su país.  Más tarde se arrepentiría de ello, pues a su edad era una ocasión única de vivir una experiencia inigualable, y además Perú desempeñó un buen papel en tierras aztecas. Atlético Grau de Piura, Juan Aurich de Chiclayo, y finalmente Atlético Torino fueron testigos de los últimos compases de su carrera, realizando también labores de entrenador en algunos de ellos. Una vez retirado, va a establecer su residencia en Manacor, ya que ha regentado negocios hoteleros en la isla de Mallorca durante muchos años. Allí conocerá y se hará muy amigo de un niño natural de esa turística localidad balear, sobrino de un futbolista internacional del Barça, y atraído por el tenis desde muy pequeño ¿Adivinan de quien estamos hablando? Y es que no me negarán que la biografía de Seminario no tiene curiosos cross over…




Los Tres Sudamericanos… del Barça: Villaverde, Eulogio Martínez y Evaristo

En los ya lejanos años 60 del pasado siglo fue muy popular en nuestro país un trío musical denominado “Los Tres sudamericanos”, y compuesto por los paraguayos Alma María Vaessen, Johnny Torales y Casto Martínez. Los más veteranos tal vez recordarán éxitos como “Me lo dijo Pérez”, “Vuelo 502”, “Cartagenera”, “Funeral del labrador” o “Pulpa de tamarindo”, canciones que se hicieron un hueco en  la banda sonora de mi generación, que no sólo escuchaba a los Beatles y a los Stones, sino que también consumía mucha música interpretada y grabada en lengua castellana. Pues bien, unos pocos años antes, en la segunda mitad de los 50 y primeros 60, el Barça contó igualmente con su propia tripleta sudamericana, formada por tres estupendos futbolistas: el uruguayo Ramón Villaverde,  el también guaraní Eulogio Martínez, y el brasileño Evaristo de Macedo. Un trío de ases de importación que fueron responsables de muchos goles y no pocos triunfos para un Barcelona donde ya declinaba la figura de Kubala, mientras iba agigantándose la de Luís Suárez.

VILLAVERDE: EL CHARRÚA DEL BIGOTILLO

Sigamos un orden estrictamente cronológico. El primero en incorporarse a las filas azulgranas, en 1954, fue el charrúa Ramón Alberto Villaverde Vázquez (1930-1988), que lo va a hacer en calidad de oriundo, es decir, como hijo de padres españoles y por lo tanto sin ocupar plaza de extranjero, porque en aquel preciso momento no estaba permitida la inscripción de jugadores foráneos. Viilaverde, con su pinta de latín lover  -repeinado cabello  azabache y fino bigotillo- procedía del legendario Millonarios de Bogotá, el denominado Ballet Azul, donde había coincidido nada menos que con el mismísimo Alfredo Di Stefano. Era un interior derecho en punta de gran jerarquía técnica, con un extraordinario regate y mucha llegada, aunque también se distinguía por fallar bastante de cara a portería, pero tanto iba el catarro a la fuente, que  terminaría dando un rendimiento fenomenal, materializado en la cifra de  332 partidos  vestido de azul y grana y 136 goles marcados, unos números que no están precisamente al alcance de cualquiera.

        Nacido en la capital uruguaya, se había iniciado en el Liverpool -que así se llamaba un club de Montevideo de segunda fila-, pero cuando se pone en marcha la famosa Liga Pirata colombiana es uno de los muchos futbolistas sudamericanos que se encaminan hacia ese moderno El Dorado. La huelga de futbolistas que se declara en Argentina en 1949 durante la primera presidencia de Juan Domingo Perón, demandando mejores salarios, va a llevar a Colombia figuras tan importantes como Adolfo Pedernera, Nestor Pipo Rossi o un joven Di Stefano, recalando los tres en un equipo cuyo nombre lo decía todo, Millonarios de Bogotá. Villaverde iniciará su aventura en el Deportivo Cúcuta, para pasar al célebre cuadro santafesino en 1952, donde permanecerá por espacio de dos temporadas, hasta que un Barça que ya estaba perdiendo gas al finalizar el curso 53-54 en blanco va a pensar en él como refuerzo de lujo, uniéndose a un ramillete de novedades, todas ellas en la línea delantera: los deportivistas Moll -también uruguayo- y Luisito Suárez, y los atacantes Mandi y Esteban Areta. de un Real Oviedo, que acababa de descender.

Al principio Villaverde comenzó jugando con el 8 a la espalda, al lado de Kubala, pero acabaría por ocupar todas las posiciones de aquellas teóricas delanteras de cinco miembros, bajando incluso a la medular. A partir de 1958 Helenio Herrera lo alinearía preferentemente de exterior, en ambos lados, sobre todo en la izquierda, encomendándole más misiones que las clásicas de correr la banda y centrar balones, configurándole como lo que el Mago llamaba  “extremo complejo”, función que ya realizaba con gran éxito el brasileño Zagallo, y pronto ejercerían el italiano Corso y entre nosotros el aragonés Carlos Lapetra.

       Salvo en la temporada 58-59 -aunque acabó jugando como titular en la Copa -sería siempre un asiduo en las alineaciones. Ya con 33 años, y tras proclamarse campeón de Copa en el torneo de 1963, aunque no jugaría la final, va a dejar el Barça para irse en calidad de cedido durante algunos meses al entonces denominado oficialmente “Real Santander”, después de recibir un cariñoso homenaje en partido disputado en el Camp Nou frente al Racing de París, colgando las botas poco más tarde, con un brillante palmarés en el que figuraban dos títulos de Liga, tres Copas del Generalísimo y dos Copas de Ferias. Moriría joven, en 1986, con solamente cincuenta y seis años, a consecuencia de una enfermedad cardíaca.

EULOGIO: EL  ABRELATAS

Un año después  de la  llegada de Villaverde  el Barça va a hacerse con los servicios de un joven delantero paraguayo llamado Eulogio Martínez (1935-1984), que militaba en el Libertad de Asunción. Vendrá a nuestro país junto con su compatriota Melanio Olmedo, un fornido defensa central que formaba parte del combinado guaraní que se impuso contra todo pronóstico en el Campeonato Sudamericano de 1953. Pero su debut en competición oficial no se va a producir hasta el comienzo de la temporada 56-57, pues el fichaje de futbolistas extranjeros no estaba permitido en aquel momento, y tampoco se le pudo colar como oriundo (para lo cual debería acreditar la condición de hijo de padres españoles, y el hecho de no haber sido internacional con su país de origen). Pero, tal como acaba de demostrar José Ignacio Corcuera, en un interesantísimo artículo publicado recientemente en estas mismas páginas, las autoridades deportivas de entonces -teóricamente “antibarcelonistas”, según determinados autores- le echaron un buen cable al club azulgrana, y formalizaron su inscripción mediante la llamada “Carta de Naturaleza”, un artificio burocrático  por el que se concedía la nacionalidad española a personas de relieve en diferentes apartados (cultural, artístico, deportivo…)

        De ese modo Eulogio Martínez pudo alinearse ya sin ningún problema con el Barça, rindiendo desde el minuto uno señalados servicios en su línea de ataque, que le llevarían incluso de disputar varios partidos con la Selección Española, siendo mundialista en Chile-62. Su puesto era el de delantero centro, aunque también se alinearía en ocasiones con el 8 a la espalda, e incluso alguna vez con el 7. En la Copa del Generalísimo de 1957 estuvo especialmente sembrado, puesto que en el partido de vuelta de la eliminatoria de octavos de final contra el Atlético de Madrid en Les Corts, saldado con un estrepitoso 8 a 1 favorable a los propietarios del terreno, marcaría la friolera de siete goles, anulándosele otros 2. En los siete encuentros de dicho torneo conseguiría la escalofriante cifra de 16 dianas, todo un escándalo.

        Y hablando de goles…Eulogio Martínez entraría también en la historia del Barça por ser el autor del primer gol marcado en el Camp Nou el día de su inauguración, el 24 de septiembre de 1957, frente a una selección de Varsovia, aunque posteriores declaraciones del entrenador barcelonista de entonces, Domenec Balmanya, insinúan cierta pasividad  polaca en dicha cuestión, previamente acordada a cambio de algún tipo de compensación. Pero que conste que la foto del delantero guaraní, lanzándose alborozado al interior de la red, quedó de lo más bonito…

El gran enemigo de Eulogio Martínez no fueron los defensas contrarios -y eso que entonces eran de juzgado de guardia, o casi mejor de prisión preventiva-, sino su irrefrenable propensión a ganar peso. Trataba de evitarlo recurriendo a toda la parafernalia existente en aquel momento, como por ejemplo  entrenar embutido en trajes de plástico, que le asemejaba a un astronauta, o incluso introducirse en un curioso armatoste para hacerle sudar copiosamente y de esa forma perder grasa. Aun así, su rendimiento barcelonista fue magnífico: 168 goles en 225 partidos. En 1962 pasaría al Elche, y con posterioridad al  Atlético de Madrid, despidiéndose en las filas del Europa graciense, definitivamente derrotado por la báscula. .

Una vez retirado prematuramente, apenas cumplidos los 30, el bueno de Eulogio, a quien sus compañeros llamaban cariñosamente “coquito”, no tuvo demasiada suerte. Intentó trabajar como intermediario de futbolistas, importando compatriotas para el fútbol español en plena fiebre de aquellos oriundos de pega, pero esos negocios acabaron mal, y en 1971 tuvieron que ser sus antiguos compañeros y amigos quienes paliaran su precaria situación económica por medio de un encuentro de homenaje y su ayuda para  regentar un bar en la localidad catalana de Calella. Mal que bien salió adelante, pero su destino parecía estar ya escrito con renglones torcidos…En septiembre de 1984, y circulando por la autopista Barcelona-Lérida, el automóvil que conducía, acompañado de su mujer y un amigo del matrimonio, sufrió un pinchazo, y sus ocupantes bajaron a cambiar la rueda, con tan mala fortuna que fueron arrollados por otro vehículo que circulaba a gran velocidad. El amigo murió en el acto, su esposa resultó gravemente herida, y el propio Eulogio  quedó en estado de coma, falleciendo unas semanas más tarde. Triste epílogo para un futbolista que en más de una ocasión había recibido los dardos de la insultante fortuna, parafraseando a Shakespeare.

AQUEL GOL EN PLANCHA DE EVARISTO….

El único superviviente del trío es Evaristo de Macedo Filho, un gran jugador brasileño al que su militancia en el fútbol español privó con casi absoluta seguridad de proclamarse campeón del Mundo en 1958 y 1962. Natural de Río de Janeiro, donde había nacido el 22 de junio de 1933, Evaristo era una de las figuras del Flamengo club que hegemonizó  el campeonato carioca a mediados de los años 50, a las órdenes del técnico paraguayo Manuel Fleitas Solich, de breve paso por España en la temporada 59-60, dirigiendo al Real Madrid.  Evaristo se movía preferentemente por el centro del ataque, arrancando desde atrás pero con la idea fija de perforar las redes contrarias. Jugador muy técnico, manejaba bien ambas piernas, y poseía un gran remate de cabeza a pesar de una estatura no demasiado elevada, así como un electrizante y diabólico dribling que le ponía casi siempre en ventaja de cara al gol.

Ante el evidente declive de Kubala, ya con treinta años y muy castigado por las lesiones, el Barça volvió de nuevo sus ojos hacia el mercado sudamericano, y en 1957 los buenos oficios del secretario técnico azulgrana Pep Samitier van a cristalizar en el fichaje de ese superclase carioca. Recién llegado a la Ciudad Condal, será testigo de excepción de la fabulosa marca de Eulogio Martínez en el citado partido copero frente al Atlético de Madrid, declarando a la prensa que contando ya con un futbolista así no entendía  porque le había fichado el Barça, y que tal vez le darían un escoba para barrer el vestuario. Pero el paraguayo no siempre iba a ser tan prolífico, y ambos jugadores pudieron tener sitio en la misma delantera.

La eclosión de Evaristo tendrá lugar en la temporada 58-59, coincidiendo con la contratación de Helenio Herrera para el banquillo culé. Ese año HH prefiere a Evaristo en el eje del ataque en detrimento de su compañero guaraní, y el brasileño va a responder a su confianza con muchos goles, como por ejemplo el hat-trick  endosado al Real Madrid en octubre de 1958, que le consagró definitivamente ante su público. Tan solo una inoportuna lesión -rotura de ligamentos- producida en el Camp Nou frente a Osasuna en la jornada 25 le privó de obtener el “Pichichi”, pues en aquel momento lideraba la tabla de realizadores, pero sus dianas ayudaron a que el Barça volviera a alzarse con el título de Liga, pulverizando todos los récords existentes hasta la fecha (puntos, victorias, goles a favor…)

En la temporada siguiente repitió como campeón de Liga, aunque ese año Eulogio le superó como goleador -aun así el brasileño hizo 14, que no estaba nada mal…-.Y llegamos así al momento culminante de la carrera de Evaristo en Can Barça, la noche del 23 de noviembre de 1960 en el Camp Nou, en partido de vuelta de los octavos de final de la VI Copa de Europa, y nada menos que con el Real Madrid como rival. En la ida ambos equipos habían hecho tablas, 2 a 2, de modo que las espadas estaban en todo lo alto. En la primera mitad se adelantan los azulgranas con un gol de Vergés, pero la apoteosis llegará ya muy avanzada la segunda parte, en el minuto 82, cuando un centro de Olivella desde la derecha va a rematarlo el delantero brasileño lanzándose acrobáticamente en plancha y haciendo inútil la desesperada estirada del meta blanco, el catalán Vicente. Luego acortaría distancias su compatriota Canario, pero con el 2 a1 definitivo los merengues son apeados  por vez primera del torneo que habían dominado desde su creación, y aquel magnífico gol, captado muy oportunamente por los reporteros gráficos, quedará inmortalizado en una espectacular fotografía que todavía hoy nos sigue admirando por su plasticidad.

        Aquella Copa de Europa, sin embargo, no terminó bien para los intereses barcelonistas, por culpa unos malditos postes de sección cuadrada que se cansaron de repeler disparos azulgranas en la final de Berna ante el Benfica. Su maravilloso equipo fue desmantelándose, con la marcha de puntales como Kubala, Luís Suárez, Ramallets Tejada o Czibor, y la nueva directiva culé, encabezada por el impulsivo y visceral empresario textil  Enric Llaudet, intentó convencer a Evaristo para que se nacionalizase español, liberando así su plaza de extranjero,  a lo cual se negó el carioca,  agriándose las relaciones entre el club y el jugador, que al finalizar el curso 61-62 (en el que había conseguido la más que respetable cifra de 28 tantos en 30 partidos) dejaría el Barça, una vez vencido su contrato (219 partidos y 173 goles eran sus poderes), pasando al Real Madrid, aunque su estancia en la Casa Blanca, que durará solamente dos temporadas, transcurriría con más pena que gloria, retornando a Brasil en 1964, a su Flamengo originario, colgando las botas poco después, y convirtiéndose posteriormente en un laureado entrenador, trabajando en numerosos clubes de su país natal y llegando incluso a dirigir a la propia  Canarinha en 1985, así como a las selecciones de Irak y Qatar.

De manera que entre 1962 y 1963, los tres ases sudamericanos van a abandonar un Barça agobiado por la gigantesca deuda que se arrastraba desde la construcción del Camp Nou, a la espera de la recalificación urbanística de los terrenos de su viejo feudo de Les Corts. Aun así, en 1964 los  catalanes desembolsarán una fuerte cantidad de dinero para fichar a otro talento surgido del Nuevo Continente, el peruano Juan Seminario, que ya había estado en la órbita azulgrana a finales de los 50, en tiempos de Helenio Herrera, pero al que problemas derivados de una duplicidad de firmas habían impedido su ingreso en el club, pasando al Sporting de Lisboa y luego al Real Zaragoza, donde fue “Pichichi” y se lo llevo la Fiorentina a golpe de talonario. Pero de ese futbolista ya hablaremos en una próxima ocasión…




1954: Tres a cero, y Quique se subió al larguero

Es posible que la hayan visto ustedes alguna vez, pues se trata de una de las imágenes clásicas de nuestro fútbol vintage: Quique, portero del Valencia, encaramado al travesaño de su portería, jubiloso tras la victoria de su equipo, el Valencia, sobre el Barça por 3 a 0, en la final de la “Copa del Generalísimo” de 1954,  disputada en el nuevo estadio de Chamartín, que muy pronto sería rebautizado como “Santiago Bernabéu”. Ya ha pasado mucha agua bajo los puentes desde entonces, pero nunca está de más  recordar aquellos memorables  enfrentamientos de nuestro fútbol en blanco y negro.

UN VALENCIA SIN WILKES Y UN BARÇA SIN KUBALA

La final fue en cierto modo un partido raro, puesto que estuvieron ausentes de ella -aparte del meta catalán Ramallets, indiscutible en el Barça y la Selección Española- las dos grandes estrellas de ambos equipos: el neerlandés Faas Wilkes y el hispanohúngaro Ladislao Kubala. Wilkes no pudo alinearse porque la reglamentación entonces vigente excluía a los futbolistas extranjeros del torneo copero, mientras que Kubala, español a todos los efectos -incluso había debutado ya en el combinado nacional- causó baja a consecuencia de la grave lesión sufrida en San Mamés, en el partido de vuelta de cuartos de final frente al Athletic de Bilbao. De la gran calidad de los dos cracks ausentes dan fe sus estadísticas en el recién finalizado torneo liguero, donde Kubala había marcado 23 goles en 28 partidos, mientras que el de Rotterdam conseguía 18 dianas en el mismo número de encuentros. Dos bajas, por lo tanto, muy sensibles.

Y un hecho llamativo en este encuentro es que el Valencia va a presentar en su alineación nada menos que a siete futbolistas originarios de la región levantina: en concreto seis valencianos (Monzó, Sócrates, Puchades, Mañó, Fuertes y Seguí) y un castellonense ( Badenes).  Completaban el once dos vascos -el alavés Juan Carlos Díaz Quincoces, sobrino del legendario Jacinto, que era desde hacía seis años el entrenador del Valencia, y el guipuzcoano Pasieguito-, un castellanoleonés (Quique) y un catalán (Buqué). Pero, como es de rigor, antes de meternos en harina conviene analizar el contexto en el que se inscribe el choque decisivo.

DISTINTOS CAMINOS HACIA LA FINAL

A la luz del rendimiento de ambos conjuntos durante la Liga 53-54, así como en  anteriores temporadas, el Barça partía como claro favorito a pesar de la ausencia del astro centroeuropeo. Había despachado un buen campeonato liguero, aunque descolgándose al final y clasificándose como segundo tras un Real Madrid donde la llegada Di Stefano había obrado el milagro de proporcionarle una Liga nada menos que veinte años después de su último título. Mientras el Valencia, con el treintañero Wilkes en sus filas, había ofrecido  buenos espectáculos en su feudo de Mestalla, pero bajaba bastantes enteros en los desplazamientos. Nunca se postuló como candidato al triunfo final, y acabó ocupando la tercera posición, a 6 puntos del campeón.

Los azulgranas habían conquistado los tres últimos campeonatos de Copa, y uno de ellos, el de 1952, precisamente frente el Valencia, remontando en la prórroga el 0-2 con el que los Chés se habían puesto por delante. Pero las finales, pese a tener a veces pronósticos más o menos claros, hay que jugarlas siempre antes de cantar victoria. El camino de ambos equipos había sido objetivamente más complicado en el caso de los catalanes. E incluso más largo. Nos explicaremos. Aquel año la Copa del Generalísimo la disputaron únicamente 14 equipos: los doce primeros clasificados de la máxima categoría, y los campeones de los dos grupos de Segunda División. Como eran catorce, en la primera ronda quedaron exentos por sorteo dos de ellos, que se unirían a los seis vencedores de dicha eliminatoria para dirimir unos cuartos de final ya como Dios Manda, Y dicho sorteo favoreció al Santander y al Valencia, de modo que los levantinos se ahorraron un par de encuentros, que a esas alturas de la temporada, con el calor ya apretando en según qué sitios, no venía nada mal.

En esos extraños octavos de final, al Barcelona le tocó enfrentarse al Deportivo de Coruña, con la ida en Les Corts,  un choque donde debutaría con los  catalanes un jovencísimo futbolista – 19 añitos recién cumplidos- precisamente procedente del conjunto gallego: Luís Suárez, cuyos rasgos todavía aniñados casi obligaban a llamarle “Luisito”. El Barça, en un partido discreto, se impuso claramente por 4 a 0 (Kubala 2, ambos de penalti, César y Segarra), y quien más y quien menos daba ya la eliminatoria por sentenciada, pero en Riazor los deportivistas realizaron un gran partido, se pusieron por delante con un claro y amenazante 3 a 0 -obra del veterano Zubieta, Tito Blanco y Royo-, y estuvieron en un tris de forzar un partido de desempate.

En la ronda siguiente el bombo emparejó a los dos finalistas del año anterior, Barça y Athletic de Bilbao. El tópico de “final anticipada” estaba servido. La ida se jugó también en Les Corts, pero los espectadores presenciaron un gran partido, con victoria blaugrana por 4 a 2 (Bosch, César, Kubala y Basora,  y Maguregui y Arieta por los Leones). En San Mamés los dos históricos harían tablas -con tantos de dos ilustres veteranos, César y Gainza- pero el Barça perdió a su máxima figura, Ladislao Kubala, gravemente lesionado para varios meses -reaparecería ya iniciada la temporada siguiente -. Las semifinales fueron testigo de otro choque en la cumbre y muy atractivo, en esta oportunidad entre el campeón de Liga, el Real Madrid, y el subcampeón. Esta vez la eliminatoria, muy igualada, se decidió en la Ciudad Condal. Victoria mínima madridista en Chamartín, con un solitario gol de otro joven talento, Enrique Mateos, y 3 a 1 en Les Corts, con gol blaugrana de Biosca in extremis (antes habían marcado  de nuevo César, en dos ocasiones, para los catalanes,  y Pérez Payá por los merengues)

El itinerario del Valencia, amén de más corto, fue  bastante más sencillo, tanto por el menor nivel de sus oponentes -Real Sociedad y un Sevilla venido a menos -, como por lo rotunda de los resultados. Iniciaron su periplo los levantinos en Atocha, donde se impusieron por un concluyente 2 a 5, en una mala tarde del meta local, el ex valencianista Ignacio Eizaguirre, con tantos de Badenes, por partida doble, Mañó,  Seguí y Fuertes, mientras que Iriondo y Epi, otros dos ilustres veteranos, anotaban por los donostiarras, rematando la faena en Mestalla con otra victoria clara, 4 a 1(tres de Badenes y otro de Maño, por uno de Ontoria, y de penalti). En la ida de la semifinales, disputada en Nervión, también vencieron, aunque gracias a un solitario gol de Seguí, y tampoco tuvieron demasiados problemas en la vuelta, donde derrotaron a los hispalenses por 3 a 1 (Buqué, Badenes y Segui para los locales, y Araujo para los andaluces). Y una nota destacable es que las cuatro victorias las obtuvieron poniendo en liza a la misma alineación -aun no se había inventado eso de las “rotaciones”-,  que sería también la que saltaría al terreno de juego del nuevo  Chamartín, una vez concluida su ampliación (se estrenaba el tercer anfiteatro ), para disputar la gran final, que reeditaría cómo ya dijimos la celebrada dos años atrás, cuando el Barcelona superó en la prórroga por cuatro goles a dos a un Valencia que se había adelantado en el marcador con un claro 2 a 0, pero que luego acusó, y de qué modo, la lesión del veterano Asensi.

SE ROMPIÓ EL PRONÓSTICO

VALENCIA C. F. Temporada 1953-54. Quique, Quincoces, Monzó, Sócrates, Jacinto Quincoces (entrenador), Pasieguito, Puchades y López (portero suplente). Mañó, Fuertes, Badenes, Buqué y Seguí. VALENCIA C. F. 3 F. C. BARCELONA 0. 20/06/1954. 50ª edición del Campeonato de España Copa del Generalísimo, final. Madrid, estadio de Chamartín. GOLES: 1-0: 14’, Fuertes. 2-0: 57’, Badenes. 3-0: 59’, Fuertes. ALINEACIONES: VALENCIA: Quique; Quincoces II, Monzó (capitán), Belenguer; Pasieguito, Puchades; Mañó, Fuertes, Badenes, Buqué y Seguí; entrenador: Jacinto Quinzoces. BARCELONA: Velasco; Seguer, Biosca, Segarra; Flotats, Bosch; Basora, Luis Suárez, César (capitán), Moreno y Manchón; entrenador: Ferdinand Daucik. ÁRBITRO: José Luis González Echevarría, Guipúzcoa. INCIDENCIAS: Final que jugaban el Valencia y el Barcelona, tras haber eliminado en semifinales al Sevilla y al Real Madrid respectivamente. Se jugó el partido el domingo 20 de junio de 1954 a las cinco y media de la tarde, con 110.000 personas en las gradas atiborrando Chamartín. El Jefe del Estado Francisco Franco entregó la Copa a Salvador Monzó, capitán del Valencia, equipo que se adjudicaba el título por tercera vez en su historia.

El domingo 20 de junio de 1954, a las 17.30 de la tarde, con unos 113.000 aficionados en las gradas, casi lleno total -25.000 culés y unos 15.000 valencianistas, la mayoría con viseras de cartón para no resultar deslumbrados por el sol-, y mucho calor (33 grados marcaban los termómetros), a las ordenes del colegiado guipuzcoano señor Gonzalez Echevarría, ambos contendientes formaron de la siguiente manera: por el Barcelona, vigente campeón del torneo, Velasco; Seguer, Biosca, Segarra; Flotats, Bosch; Basora, Luís Suárez César, Moreno y Manchón (es decir, el equipo de gala con las ausencias de Ramallets y la obligada de Kubala), y por el Valencia, Quique; Juan Carlos Quincoces, Monzó, Sócrates; Pasieguito, Puchades; Mañó, Fuertes, Badenes, Buqué y Seguí. Con respecto a la final de 1952 repetían siete jugadores  en el Valencia,  mientras que seis lo hacían en el cuadro catalán.

Comenzó dominando el esférico el Barça, con medidos pases al pie -no convenía quemarse  ya tan pronto corriendo -, y gozando de una ocasión en remate de Cesar, pero el entusiasmo del Valencia iba a adueñarse muy pronto de la escena. De ese modo, a los 14 minutos llegaría el 1 a 0, obra de Fuertes al rematar de un potente zurdazo desde fuera de área, entrando por el ángulo,  una cesión de su compañero Pasieguito. Al Barça no le salía nada, pero los levantinos, plenos de fuerza y coraje, y en un prodigio de anticipación,  llegaban siempre primero a todos los balones.

Con ventaja mínima para los de Mestalla se llegó al descanso, pero en la reanudación el Valencia  finiquitaría el partido en tan sólo tres minutos (del 57 al 60), con dos nuevos goles.  El segundo llevó la firma de Badenes, al rematar desde cerca un buen servicio de Fuertes, mientras que el tercero lo hizo nuevamente Fuertes, y fue todo un alarde de pillería, pues el interior derecho recibió un pase en profundidad de su socio habitual, Daniel Mañó, y engañó al meta blaugrana Velasco colocándole sorpresivamente el balón por el palo que este cubría, cuando el veterano arquero pensaba que el valencianista centraría en lugar de chutar.

La última media hora ya sobró, pues el Barça no mostró capacidad alguna de reacción, aunque los chés aun pudieron aumentar la cuenta, dado que un disparo de Vicente Seguí, muy activo toda la tarde,  fue repelido por el larguero. Hubo una permuta de posiciones en el ataque barcelonista (Luisito Suárez pasó a la banda, mientras que Basora se situó más hacia el centro), pero el cambio  resultó inútil. No obstante César estuvo a punto de conseguir el gol del honor para los catalanes, pero el capitán valencianista Monzó despejó la pelota sobre la misma línea.

Y al silbar González Echevarría el pitido final, con el claro y rotundo triunfo del Valencia por 3 a 0, el guardameta Quique, con la inestimable ayuda de algunos aficionados, se encaramó hasta el travesaño de la portería que segundos antes estaba defendiendo, y permaneció allí exultante durante un rato, mientras los reporteros gráficos inmortalizaban aquel momento de natural y justificadísima alegría. Antes del partido -eran evidentemente otros tiempos- le había pedido permiso a su entrenador, para “hacer alguna cosa si ganaban”  y Jacinto Quincoces, zorro viejo, le había dado carta blanca.

El Valencia había sido justo vencedor ante un Barcelona que, sin Kubala, ofreció escaso juego, delatando ya un cierto declive después de varias temporadas triunfales. Tras el partido Daucik, el técnico azulgrana, reconoció la superioridad de su rival, y achacó al fuerte calor reinante que el rendimiento físico de sus jugadores no hubiese sido el óptimo. Tres días más tarde firmaría por un año, con opción a prórroga, por el Athletic de Bilbao.

Por su parte Quincoces -también sería este su último partido en el banquillo valencianista, aunque lógicamente la afición le pidió que se quedase- declaró que estaba seguro del triunfo de su equipo (incluso ganó una apuesta de 1.500 pesetas, que no eran entonces precisamente moco de pavo), aunque añadió que no esperaba un marcador tan concluyente, pero a tenor del desarrollo del encuentro jugado por el Valencia lo consideraba justo y merecido.

LA GRAN TARDE DE ANTONIO FUERTES

Con dos goles y una asistencia, Fuertes (Antonio Fuertes Pascual, Benimamet, Valencia, 1929-2015) fue sin lugar a dudas lo que hoy llamaríamos el MVP de la final, pues hizo el partido de su vida, aunque todo el equipo rayó a una gran altura, redondeando así un campeonato perfecto: cinco encuentros, cinco victorias. El Valencia seguía siendo un equipo eminentemente copero, con grandes altibajos en el Torneo de la Regularidad pero al que en cambio se  le daban muy bien las distancias cortas. Su sorprendente victoria va a marcar el final de un ciclo triunfal barcelonista, el del llamado “equipo de las Cinco Copas”, con Ladislao Kubala en todo su apogeo y su cuñado Daucik en el banquillo. Se hablará incluso de un supuesto plante de los jugadores hacia el técnico eslovaco, que tan sólo tres días después de la derrota aceptaría una oferta para entrenar al Athletic de Bilbao,  donde también hará historia al frente de uno de esos conjuntos cuya alineación los niños se saben de carrerilla y los viejos aficionados aun recuerdan. Mientras, en el Valencia, Jacinto Quincoces, tras seis buenos años entrenando a una excelente plantilla a la que había hecho dos veces Campeona de España, cedía los trastos a Carlos Iturraspe, el artífice del frustrado ascenso del Mestalla dos temporadas atrás,  para disfrutar de un merecido descanso

DOS O TRES COSAS SOBRE EL ESPECTACULAR QUIQUE

Indudable protagonista mediático de la final, conozcamos algunas cosillas más acerca de  Quique. Su nombre completo era Enrique Martín Navarro, y había nacido en Valladolid,  según unas fuentes en 1924,  y según otras un año más tarde, falleciendo en Valencia en 2016, ya nonagenario. Comenzó a destacar, en edad juvenil, en las filas del Villarreal y el Castellón, donde solamente llegaría a jugar tres partidos, pues el Barça iba a llevárselo muy pronto para Les Corts, en 1943. Pero en el club blaugrana se tropezará con un obstáculo insalvable en la figura del guardameta murciano Juan Zambudio Velasco, Velasco para abreviar, y cuando este sufra una grave lesión ocular en Balaídos, no será Quique quien ocupe su puesto, sino un joven con mucho talento como arquero, ágil y bien parecido,  llamado Antoni Ramallets

Cansado de chupar banquillo, Quique acabará por marcharse en 1950 al Valencia, donde la portería había quedado vacante al fichar el internacional Ignacio Eizaguirre por el equipo de su tierra, la Real Sociedad de San Sebastián. En siete años con los catalanes había jugado poco más de una veintena de partidos oficiales, pero en Mestalla se hará muy pronto con la titularidad. Dadas sus condiciones físicas (1,85 de altura, 84 kilos de peso y una gran envergadura), va a ser un buen dominador del juego aéreo, con cierta tendencia a adornar sus intervenciones -un tanto palomitero, vamos…-, lo que le supondrá encajar algunos goles evitables. ganándose así la animadversión de parte de la parroquia valencianista, una afición  tradicionalmente difícil.

Entre 1950 y 1956 disputará un centenar de encuentros oficiales con el equipo Ché,  pero el canterano Timor va a terminar por desplazarle,  y Quique cambiará de aires, apurando sus últimos años como profesional no muy lejos de allí, primero en el vecino Levante, y más tarde en el entrañable Alcoyano. Luego, una vez colgados los guantes, se convirtió en entrenador, debutando con Los de El Collao, y dirigiendo a varios conjuntos de la región levantina (Atlético Saguntino, Onda, Denia, Torrent…), hasta recalar de nuevo en el Levante, al que logrará ascender por vez primera a la máxima categoría al finalizar la temporada 62-63, formando tándem con Ramón Balaguer. Después entrenará al Oviedo, otra vez al Levnate, al Constancia de Inca, al Lleida, al Paiporta y al Alzira, donde se despediría de los banquillos.

APOTEÓSIS CHÉ

Los numerosos seguidores valencianistas desplazados a Madrid en todo tipo de vehículos -estamos, no lo olvidemos, en la precaria España de mediados de los años 50, con las cartillas de racionamiento aun recientes, saludaron el triunfo de sus colores con enorme júbilo y la habitual alegría pirotécnica, y una vez en la Ciudad del Turia recibieron a los héroes de Chamartín como se merecían, en olor de multitud. Los triunfadores visitaron el Ayuntamiento y le ofrecieron el trofeo tan brillantemente conquistado a la Virgen de los Desamparados, Patrona de Valencia. Habían sido también recibidos al día siguiente de la final en audiencia por el propio Franco en el Palacio de El Pardo, y dicen  que el Generalísimo incluso se permitió bromear refiriéndose al guardameta Quique como “el chaval que le había quitado los fotógrafos”

Pero lo más curioso tuvo lugar cuando los jugadores pasaron por las oficinas del club para cobrar la prima extraordinaria que les había correspondido por ganar a Copa, 11.000 pesetas de la época por barba -una pequeña fortuna, el salario de varios meses de un trabajador medio-, y se encontraron con la desagradable sorpresa de que de dicha suma les habían deducido 2.500 pelas a cada uno. La razón estribaba en que tal cantidad era el precio de la insignia de oro y brillantes del club que les habían concedido por  la victoria. Los campeones,  perplejos y mosqueados, se reunieron, y decidieron elevar una protesta, que por fortuna para ellos obtuvo eco y les  fue reintegrado el dinero sisado. Y es que el Valencia, absolutamente inmerso en las costosas obras de ampliación de su terreno de juego, el llamado “Nuevo  Mestalla”, miraba la peseta no con lupa, sino con microscopio electrónico.

Tras la brillante conquista de la Copa del Generalísimo de1954, el Valencia entró en una fase muy gris, con un mediocre rendimiento deportivo que no sólo le privó de ganar títulos, sino que también le alejó de los primeros lugares del fútbol nacional, donde Real Madrid y Barça iban consolidándose como los grandes dominadores del panorama. No saldría de ese  impasse hasta los inicios de la década siguiente, la de los años 60. Pero de eso ya hablaremos otro día..




Indio: un brasileiro en “Sarriá”

Indio08Al igual que la economía de la España de la Posguerra Civil, nuestro fútbol se movió básicamente en el terreno de la autarquía durante largos años, utilizando la materia prima autóctona mayoritariamente, salvo en contadas excepciones, aunque estas se llamaron nada menos que Ben Barek, Carlsson, Kubala, Di Stéfano o Wilkes. Primero fue el aislamiento internacional, producto de la Segunda Guerra Mundial, y al finalizar esta, el cordón sanitario que durante algunos años ejercieron los regímenes democráticos respecto al régimen dictatorial del general Franco, aunque el estallido y enquistamiento de la llamada Guerra Fría vinieron a brindarle un auténtico balón de oxígeno, tanto a nivel político y económico (acuerdos con USA y El Vaticano en 1953, ayuda norteamericana al margen del famoso Plan Marshall, ingreso en la ONU en 1955…) como deportivo, con la llegada de excelentes jugadores procedentes del Frío. La visita del San Lorenzo de Almagro argentino, en el invierno 46-47 fue como una golondrina que no hizo primavera, por decirlo líricamente, pero un par de acontecimientos posteriores sí que van a dejar una huella indeleble en el hasta entonces no demasiado colorista panorama del fútbol español.

El primero va a ser la insurrección húngara que tuvo lugar en los meses de octubre y noviembre 1956, reprimida a sangre y fuego por las tropas soviéticas, y que va a propiciar el éxodo de algunos de los mejores jugadores magiares con destino a Europa Occidental, y preferentemente a España. Ladislao Kubala ya había escogido la libertad a finales de los 40 (se estableció en nuestro país con motivo de la gira del Hungaria, en 1950), pero tras los terribles sucesos de 1956 van a venir Ferenc Puskas, Zoltan Czibor y Sandor Kocsis, amén de otros futbolistas menos conocidos y más jóvenes como Peter Ilku, Tibor Szalay, Laszlo Kaszas, Szolnok, Beke, Kuszman, Csabai o Csoka

El otro evento internacional va a ser el Campeonato del Mundo que tuvo lugar en Suecia entre el 8 y el 28 de junio de 1958, y que coronó por primera vez a la selección de Brasil como monarca del fútbol planetario. Europa descubrió a toda una generación de jugadores que practicaban un juego alegre, vistoso y espectacular, el jogo bonito, y si bien los dos elementos más notables, el extremo derecha Garrincha y el interior en punta Pelé van a ser considerados como verdaderos tesoros nacionales, y por lo tanto intransferibles, no ocurrirá así con otros compañeros de escuadra, e incluso con futbolistas que no habían estado presentes en Suecia, y es que en aquellos momentos la denominación de origen brasileña suponía una absoluta garantía de calidad, y casi todos los clubes aspiraban a incorporar cracks de dicha nacionalidad a sus filas. Así, de cara a la temporada 58-59, van a llegar el ariete titular de la Canarinha, Edvaldo Yzidio Neto, más conocido como Vavá, que fichará por el Atlético de Madrid, el extremo Joel, que estampará su firma por el Valencia (donde ya figuraban desde un año antes sus compatriotas Walter y Machado), Recaman (Español) o Duca (Real Zaragoza), mientras que con anterioridad, en el 57, lo habían hecho Evaristo de Macedo (Barça) y Braga (Celta). Al año siguiente, 1959, el fichaje de más relumbrón será el de Waldir Pereira, Didí por el Real Madrid, acompañado por Darcy Silveira, Canario, que a la postre será el más longevo de todos los brasileños importados, pues su estancia en nuestro país como profesional se prolongará por espacio de diez temporadas, pasando sucesivamente por Sevilla, Real Zaragoza y RCD. Mallorca.

GOLEANDO EN RÍO Y EN SAO PAULO

Indio en su mejor etapa, vistiendo los colores del Flamengo.

Indio en su mejor etapa, vistiendo los colores del Flamengo.

Aluizio Francisco Da Luz, más conocido futbolísticamente como Indio, va a nacer en la localidad de Cabedelo, en el estado de Paraíba, el 1 de marzo  de 1931. Paraíba es uno de los estados más pequeños de Brasil, y se halla situado en la zona nordeste del inmenso país sudamericano, una de sus regiones más pobres y áridas, formando parte del Sertao, cuna de enormes desigualdades sociales y míticos cangaceiros. Hoy Cabedelo pertenece al área metropolitana de Joao Pessoa, la capital del estado y la ciudad más oriental de todo el continente americano, y es la cabecera de la Carretera Transamazónica, una de las más importantes de la nación. En una familia  con demasiados hijos, como tantos otros brasileños pobres, sus padres van a emigrar en busca de una vida mejor, trasladándose a Rio de Janeiro cuando Aluizio era todavía muy pequeño, en 1939, estableciéndose en una zona llamada Madureira, y allí el futuro españolista va a  comenzar a practicar el fútbol, el deporte nacional. Por esos años es cuando surge el apodo de Indio, tal vez debido a que -como el propio Aluizio comentó en una entrevista, muchos años después de su retirada- de niño le gustaban mucho las películas del Oeste, lo que los cinéfilos denominamos Western, y que son conocidas popularmente como “de indios y vaqueros”, lo mismo allí que aquí.

Sus primeros pasos en serio va a darlos en el Bangú, donde permanecerá como amateur entre 1947 y 1949, año en el cual estampa su firma profesional por uno de los clubes más populares de Brasil, el Flamengo de Río de Janeiro, el popular Rubro Negro. Formará parte de la selección juvenil carioca, y debutará frente a un rival de consideración, el Sao Paulo. En mayo y junio de 1951 toma parte en la gira europea del Flamengo, que vence brillantemente en sus diez compromisos. Con los rojinegros va a conquistar el campeonato estatal carioca tres años consecutivos, en 1953, 1954 y 1955, significándose como un gran artillero (obtendrá 142 tantos en 218 partidos), a las órdenes del gran técnico paraguayo Manuel Fleitas Solich (1901-1984), que también dirigirá brevemente al Real Madrid a fines de los 50. Su extraordinario rendimiento va a llevarlo lógicamente a la selección Canarinha, con la cual tomará parte en el Campeonato del Mundo celebrado en Suiza en 1954, y también en el Torneo Sudamericano que tuvo lugar en Lima en 1957, así como en las eliminatorias previas del Mundial de Suecia de 1958, en las cuales marcó un tanto muy importante, el que supuso el empate a 1 precisamente en Lima frente a Peru, venciendo luego en la vuelta Brasil por 1 a 0, gracias a un lanzamiento de falta transformado por Waldir Pereira Didí, la folha seca marca de la casa. En total intervino en 10 partidos con el combinado nacional brasileño, anotando 5 goles, y no jugó más porque en su puesto se encontró con fenomenales rivales como Evaristo o Vavá, más tarde también exportados al fútbol español, y ademas una lesión le impidió formar parte del grupo que deslumbró en Suecia, adonde si fueron los Mazzola (José Altafini, llamado así por su gran parecido con el desaparecido jugador del infortunado Torino), Dida, Vavá y un tal Pelé

Con la selección brasileña.

Con la selección brasileña.

En 1957 cambiará de estado y fichará por el Corinthians paulista, donde va a permanecer hasta el verano de 1959, también con una eficacia realizadora más que notable, 52 goles en 101 partidos, es decir, a una media de un tanto cada dos encuentros. En ese momento viaja a Europa para una gira, jugando en varios países, entre ellos España, donde los paulistas van a enfrentarse al Barça el 24 de junio de 1959, derrotándole en el propio “Camp Nou” por 3 a 5, en un amistoso internacional donde los azulgranas, que acababan de proclamarse campeones de Copa al derrotar fácilmente al Granada por 4 a 1 en el “Bernabéu” (consiguiendo así el doblete a las órdenes de Helenio Herrera), presentaron un equipo plagado de suplentes en sus líneas traseras, e incluso con la incorporación de dos jugadores españolistas, Sastre y Torres, mientras que los brasileños les pasaron literalmente por encima, aunque todavía fue peor cuatro días más tarde, en el mismo escenario, frente al Santos de la gran revelación de Suecia, Pelé, que les aplastó por 1 a 5 con todos sus ases -los Zito, Dorval, Jair, Coutinho y Pepe- flanqueando al jovencísimo Edson, y un once barcelonista aún más flojo.

DESTINO “SARRIÁ”

En 1957 pasa al Corinthians paulista.

En 1957 pasa al Corinthians paulista.

Técnicamente hablando, Indio era un delantero bastante completo. Fuerte físicamente, a pesar de una complexión no demasiado robusta (1,71 metros de altura y 71 kilos de peso), era rápido en carrera y conduciendo el balón, poseía un buen dribling -lo que ahora llamamos “uno contra uno”- y un excelente remate con ambas piernas y también con la testa, a pesar -repito- de una estatura no muy aventajada. Su llegada fue recibida con alborozo en “Sarria”, como si se tratase de un auténtico crack, a pesar de tener menos renombre que otros ases brasileños -sobre todo los que habían conquistado el primer Mundial para su país en Suecia un año antes-, aunque su pedigree no estaba nada mal, con unos registros goleadores más que notables a sus 28 años. Oriol Pagés nos recuerda en “Pericos Online”  (en un excelente artículo del cual somos deudores, habiendo extraído de allí no pocos datos) que Indio fue el primer jugador “de raza negra” que actuaba en el RCD. Español.

Hoy en día esos conceptos basados en la etnia están absolutamente fuera de lugar, afortunadamente, pero hace casi 60 años no cabe duda que la llegada de un futbolista como Aluizio Francisco da Luz causaba general asombro y sensación en cualquier lugar de España (y también en otros países de nuestro entorno, con la excepción de Portugal, por el tema de sus aún vigentes colonias africanas), y añadía una exótica nota de color a un panorama que no es que fuese en blanco y negro, pero aún no resplandecía con el cosmopolitismo de las últimas décadas. El gran rival ciudadano del club españolista, el Barça, había tenido ya varios jugadores de piel digamos tirando a oscura en sus filas, como fueron los también brasileños Fausto dos Santos, de paso efímero a principios de los años 30, y Lucidio Batista da Silva, a finales de los 40, así como el español de padre cubano Francisco Betancourt, a principios de esa última década, pero en aquel momento contaba con una nutrida representación de los que entonces se denominaban “ases de importación”, con Ladislao Kubala a la cabeza, de orígenes húngaros y eslovacos y nacionalizado español, sus compatriotas Kocsis y Czibor, y los sudamericanos Villaverde (uruguayo), Eulogio Martínez (paraguayo) y Evaristo (brasileño). El Español, por su parte, mucho más modesta, había visto al francés de raíces hispanas Marcel Domingo defendiendo su meta entre los años 1952 y 1956 -encabezando al famoso Equipo del Oxígeno-, y más recientemente  se había hecho con los servicios de dos buenos delanteros argentinos, Benavides y Coll, para tratar de paliar una endémica carencia goleadora, puesto que su mejor artillero, el extremo Arcas, acababa de retirarse. Indio va a caer, pues, como agua de mayo, uniéndose a su compatriota Decio Cuaresma Recaman (nacido en Río de Janeiro en 1932, jugador de Bangú, y una vez de vuelta a Brasil de la Portuguesa), un fino y larguirucho centrocampista que lógicamente va a convertirse en uno de sus mejores amigos dentro del plantel blanquiazul, y que más tarde militaría en el Valencia, con un breve paso por el Mestalla.

La Junta Directiva del Español, presidida por Federico Marimón, va a apostar fuerte por el fichaje de Indio, y una vez conseguido este, el jugador va a hacer su presentación el 3 de septiembre de 1959, en un partido de homenaje a beneficio del antiguo defensa internacional españolista de la década de los 40 Ricardo Teruel. El encuentro tuvo lugar en el campo de “Les Corts”, ya abandonado por el Barça desde la inauguración del “Camp Nou”, dos años atrás, buscando una mayor afluencia de público y recaudación, cosa que finalmente no se logró, pues tampoco el tiempo iba a acompañar.

El rival fue el Oporto portugués, y así formó el primer equipo blanquiazul de Indio: Vicente; Sastre, Bartolí, Dauder; Recaman, Abel (Campos y Gámiz); Camps, Kubala, Indio (Coll), Muñoz (Ruiz) y Braga. Llama la atención el préstamo de Kubala, en aquel momento muy enfrentado con el entrenador azulgrana Helenio Herrera, y por cuyo concurso ya suspiraba el Español, aunque tendría que aguardar todavía cuatro largos años hasta incorporar a un Laszi ya muy alejado de su mejor momento. Como tampoco, a juicio del historiador españolista Juan Segura Palomares, eran ya las mejores prestaciones de Indio las que iba a brindar el jugador de Cabedelo a su nuevo equipo, a pesar de tratarse -según sus palabras- de un futbolista con clase, disparo fuerte y muy intuitivo y combativo. Por cierto: ganó el Español por 3 a 1, con goles precisamente de Kubala, Coll y Recaman.

Indio en acción.

Indio en acción.

Indio va a debutar en partido oficial con el Español en la primera jornada de Liga de la temporada 59-60, y a las órdenes del técnico vasco Antonio Barrios, concretamente el domingo 13 de septiembre de 1959 y en el terreno granadino de “Los Carmenes”, con victoria local por 1 a 0 y esta alineación del conjunto periquito: Vicente; Argilés, Bartolí, Dauder; Sastre, Recaman; Szolnok, Vilchez, Indio, Muñoz y Camps. Y en la segunda fecha, ya en “Sarria” y frente a la Real Sociedad, anotará su primer gol como blanquiazul, el segundo para su equipo, en el minuto 39, reflejando finalmente el marcador un resultado de 4 a 2 favorable al conjunto catalán. El delantero jugará ininterrumpidamente hasta la undécima jornada (29 de noviembre), pero una inoportuna lesión le hará perderse ocho partidos, y no reaparecerá hasta la jornada número 20, en el propio “Sarria” y ante el Valencia (0-2).

Nuevamente dejará de alinearse en la 28 y la 30. En total, va a tomar parte durante su primera campaña españolista en 20 partidos de Liga (la Copa del Generalísimo no podía disputarla a causa de su condición de extranjero), en los que marcará un total de 9 tantos -aunque algunas fuentes le adjudican 10-, con sendos dobletes en el “Insular” y en “Sarria” frente al Sevilla. Unos números bastante en consonancia con sus anteriores registros anotadores en Brasil, salvo en lo tocante a la cantidad de encuentros disputados, pues los problemas físicos van a hacerle perderse un tercio de la competición.

TIEMPOS DIFÍCILES EN CAN PERICO

Tras la campaña de su debut, no redonda pero al menos esperanzadora, Indio no va a tener demasiada suerte en la siguiente, la 60-61. Prácticamente se perderá toda la primera vuelta por culpa de una lesión sufrida en la pretemporada, a la que seguirán, una vez recuperado, nuevos problemas físicos (tan sólo disputará tres encuentros en la ronda inicial, en las jornadas quinta -con dos goles en la aplastante victoria por 5 a 0 sobre el Zaragoza en “Sarria”-, duodécima y decimoquinta), y cuando ya repuesto se reincorpore al equipo titular, la marcha de éste no va a ser precisamente muy boyante (tres entrenadores se turnarán en el banquillo perico: Ernesto Pons, Alejandro Scopelli y el Divino Ricardo Zamora), llegando a las últimas y decisivas fechas con el agua al cuello, incluso con posibilidades de descenso automático, aunque su victoria en “San Mamés” en la última jornada -donde el Athletic de Bilbao no se jugaba nada y el propio Indio va a colaborar en el triunfo, con un gol muy importante cuando los leones se habían puesto por delante 2 a 0 en el marcador- va a suponer que el cuadro blanquiazul eluda incluso la promoción.

Indio en un partido disputado en "Sarriá" en la temporada 1960-61, con la siguiente alineación: Joanet (portero suplente), Muñoz, Bartolí, Dauder, Sastre, Visa, Recaman, Ribera, Moreno, Indio, Aguirre y Torres.

Indio en un partido disputado en «Sarriá» en la temporada 1960-61, con la siguiente alineación: Joanet (portero suplente), Muñoz, Bartolí, Dauder, Sastre, Visa, Recaman, Ribera, Moreno, Indio, Aguirre y Torres.

El equipo se refuerza con algunos ilustres veteranos de cara a la campaña 61-62 (el barcelonista Zoltan Czibor, el ex -madridista Héctor Rial, el donostiarra Gordejuela y el argentino del Granada Carranza), pero todos ellos ya estaban lejos de su óptima forma, y van a aportar muy poco. El equipo no se aleja de los últimos lugares de la tabla -llegará a ser colista en la jornada 14, con sólo 7 puntos y 7 negativos-, aunque una fecha antes el técnico José Luís Saso es relevado, ocupando su lugar durante un par de encuentros el siempre disponible Ricardo Zamora, y a partir de la jornada 16 otra gran leyenda españolista, Julián Arcas. El conjunto blanquiazul -que aquella misma temporada había debutado en competición europea, tomando parte junto al Barça en la Copa de Ferias- mejorará sensiblemente su rendimiento durante la segunda vuelta, pero aun así no podrá evitar caer finalmente a puestos de promoción, pues se clasifica en decimotercer lugar, con 26 puntos y 4 negativos, teniendo que jugarse la categoría con el subcampeón del Grupo Norte de la Segunda División, el Real Valladolid. Curiosamente esta aciaga  temporada es cuando más va a jugar el ariete brasileño, aunque su eficacia anotadora sea baja, pues solamente consigue 8 tantos en 27 partidos.

Junto a su compatriota Vavá.

Junto a su compatriota Vavá.

En el primer encuentro, disputado en “Sarria”, vencen apuradamente los pupilos de Arcas, precisamente merced a un solitario gol marcado por el propio Indio en el minuto 27 de la primera parte, al rematar acertadamente de cabeza una falta botada por Gordejuela. El resultado pudo haber sido más positivo para el cuadro catalán, si Carranza hubiese atinado al lanzar un penalti en el arranque de la segunda mitad, pero el argentino malogró la máxima pena, al enviar el balón a las manos del meta vallisoletano. Pero en la vuelta, rindiendo visita a “Zorrilla”, acontece el desastre… Aquel 6 de mayo de 1962 el Español se presentó con una equipación atípica por similitud de colores con su adversario: camiseta roja y pantalón azul (aunque había saltado al campo con una zamarra blanca, con la que se hizo la preceptiva fotografía ante los reporteros gráficos, pero que hubo de cambiarse a instancias del colegiado señor Birigay). Los dos equipos presentaron las siguientes alineaciones: por el Real Valladolid, Calvo; Gómez, García Verdugo, Pinto; García, Sanchís; Mirlo, Ramírez, Morollón, Rodilla y Molina -como se ve, con dos futuros españolistas: Ramírez y Rodilla-, y por el RCD. Español, Joanet; Argilés, Abel, Rivas; Gordejuela, Bartolí; Muñoz, Domínguez, Sastre, Indio y Camps. Un equipo muy defensivo, diseñado para proteger el resultado de la ida con uñas y dientes. No lo consiguió, sin embargo. Ya en la primera mitad se adelantaron los blanquivioletas, con un tanto de cabeza de García a los 28 minutos de juego, y luego, casi al límite del tiempo reglamentario, el salmantino Rodilla desharía el empate en la eliminatoria, frustrando la posibilidad de un encuentro de desempate y enviando por vez primera en su historia al RCD. Español de Barcelona al infierno de la Segunda División. La desolación en el vestuario visitante del “José Zorrilla” no podía ser mayor.

De cara a esa inédita y dramática experiencia en la categoría  de plata del futbol nacional, y sólo unos días después de la debacle, va a dimitir la Junta Directiva presidida por Victoriano Oliveras de la Riva, quedando como presidente en funciones Cesáreo Castilla, que más tarde sería refrendado en unas elecciones y, dato muy importante con vistas al futuro de la entidad, llevando a un joven, ambicioso y dinámico empresario del sector de la maquinaria textil, Juan Vilá Reyes, como tesorero y de hecho auténtico hombre fuerte del club. Se va a contratar como nuevo entrenador al hispano paraguayo Heriberto Herrera, que había sido el verdugo del Español, dirigiendo a las huestes vallisoletanas en la promoción. HH II, también conocido a posteriori como “El Sargento de Hierro”, por utilizar el título de la famosa película dirigida y protagonizada en 1986 por Clint Eastwood, impondrá una férrea disciplina en la plantilla, para tratar de reintegrar al Español por la vía rápida al lugar que le correspondía.

El contrato de Indio con el conjunto de “Sarria” vencía el 30 de junio de 1962, pero el futbolista -muy identificado con la sociedad- deseaba colaborar en su retorno a la élite. De modo que va a seguir, con la condición de nacionalizarse español -a cambio de una compensación económica-, y así dejar libre una plaza de extranjero. Pero al parecer habrá discrepancias entre jugador y club sobre la forma de pago de dicha compensación (Oriol Pagés cuenta que el brasileño quería cobrarla íntegramente antes de la nacionalización, mientras que la entidad pretendía abonarla en su totalidad sólo después de ésta). El caso es que el jugador no regresó de su país, y el papeleo se eternizaba. Tan sólo va a reincorporarse cuando faltaban únicamente seis jornadas para finalizar la competición, debutando en “Atocha”, con una fuerte derrota ante la Real Sociedad (3 a 0). Al domingo siguiente Indio marcará un par de goles en la victoria ante el Orense en “Sarria”, pero el cuadro perico caerá también en Salamanca (2 a 0) e Inca ante el Constancia (1 a 0), y, lo que fue peor, en el crucial encuentro disputado en su propio feudo ante el Pontevedra (1-2), que a la postre va a significar el primer ascenso del conjunto gallego a la máxima categoría. Este Indio con 32 años ya no era el mismo eficaz jugador que llegase en el verano de 1959, y Segura Palomares le defina como “pasado de peso y fuera de forma”.

Al final, pues, el Español no logrará el ansiado ascenso automático, y va a tener que jugarse su futuro nuevamente en una incierta promoción. El adversario en esta ocasión será el Mallorca, pero Indio ya no va a ser protagonista en ninguno de los tres encuentros que fueron precisos para dilucidar quién militaría en Primera División la temporada 1963-64. En el desempate disputado en el “Santiago Bernabéu” el día 23 de mayo de 1963, festividad de La Ascensión (casualmente la misma fecha en la que quien suscribe recibió la Primera Comunión), los blanquiazules derrotarán a los bermellones merced a un solitario tanto marcado precisamente por el sustituto de Indio en la posición de ariete, el sevillano de padres vascos Manuel Idígoras, rematando de cabeza un saque de esquina botado por Boy. Estos fueron los once españolistas que consiguieron la hazaña de regresar a la División de Honor: Piris; Muñoz, Bartolí, Riera; Santos, Abel; Boy, Rivas, Idígoras, Domínguez y Castaños.

REGRESO A CASA

En el otoño de 1963 Indio va a desvincularse definitivamente del RCD. Español de Barcelona. Atrás queda un bagaje de 70 partidos de Liga  (27 goles), 4 de Copa de Ferias, y 2 de la malhadada promoción del 62, con aquel solitario gol de “Sarria” que a la postre no sirvió de nada. En total, 76 encuentros y 28 tantos, unos registros claramente inferiores a los alcanzados en su patria, aunque debe servir como atenuante el hecho de que va a coincidir con uno de los peores momentos de la historia españolista, y sin duda el más negativo hasta aquella fecha. De vuelta a Brasil va a enrolarse en el América de Río, el que está considerado como quinto club en el ranking carioca, detrás de los clásicos Flamengo, Fluminense, Botafogo y Vasco da Gama, un cuadro que había destacado a nivel de títulos en las primeras décadas del siglo XX, y que a pesar de su relativa modestia cuenta con numerosas simpatías. Allí el antiguo internacional va a colgar las botas en 1965, con 34 años cumplidos. Su vida posterior al fútbol, sin embargo, no conocerá los mismos éxitos que alcanzase sobre los terrenos de juego, pues no tendrá demasiada suerte en los negocios emprendidos (una mercería, bares, cafeterías…), aunque pudo salir adelante finalmente ejerciendo todo su magisterio de antiguo crack como entrenador de fútbol-base en la prefectura de Caxias. Hoy, residente en Sao Paulo y con 86 años de edad, es una de las grandes leyendas vivas del Flamengo, el club al que sin duda entregó lo mejor de sí mismo.

PD. Estoy en deuda con Oriol Pagés, autor de un interesante trabajo sobre el futbolista, publicado en “Pericos Online” y titulado “Indio”, que me ha servido de guía y apoyado con no poca información para elaborar este artículo.




Guillot: el divino calvo de Aldaia

Guillot01Fue uno de los más destacados futbolistas españoles de la década de los 60, pero las lesiones se cebaron en él, impidiéndole llegar aún más arriba. Con todo, no se puede entender el Valencia de La Prodigiosa sin la figura y el concurso de este jugador, menudo de cuerpo y de menguante cabello rubio, dotado de una excelente técnica, un regate electrizante y vertiginoso,  y un innegable olfato de gol, cualidades de las que dio sobradas muestras a lo largo de cerca de 250 partidos disputados en la élite de nuestro fútbol hasta el momento triste de su prematura retirada, frisando la treintena. El gran historiador y cronista del valencianismo, Jaime Hernández Perpiñá, va a definirlo muy acertadamente como un jugador “pequeño, genial, valiente, rápido, de magnífico sprint en corto, irregular, temperamental,  inconformista, protestón y con gran sentido del gol”, un tipo que con un físico más que discreto para un delantero en punta (1,67 metros y 69 kilos de peso) hará auténticos estragos allí donde gente bastante más potente que él se arrugaba. Claro que Guillot tenía la teoría de que donde más cera repartían los defensas en aquella época pretarjetera era fuera del área de los sustos, porque una vez dentro se andaban con muchos más miramientos, atenazados por el miedo al penalti…

En aquellos tiempos cuando el que suscribe coleccionaba cromos de futbolistas con toda la ilusión que podía tener entonces un guaje de 9 o 10 años, había dos tipos de jugadores que ponían una nota de distinción -o un toque exótico, en el caso de los primeros- dentro del panorama gris y homogéneo de nuestro campeonato a nivel estético. Por una parte estaban los que, ingenuamente y sin ninguna segunda intención, etiquetábamos como negros o con el eufemismo “de color”, denominaciones ambas que la actual corrección política ha desterrado bajo pena de excomunión. Eran ya un puñado solamente, en plena veda del fichaje de extranjeros desde 1962, y la mayoría se afincaban en el Atlético de Madrid (el angoleño Mendonça, el ecuatoguineano Jones e incluso el hondureño Cardona, al que su tez morena y rasgos amerindios incluían a nuestros ojos infantiles en el apartado de la negritud) y en el Valencia -los brasileños Chicao y Waldo-, completando la nómina el levantinista Wanderley, hermano del citado Waldo, y el uruguayo del Barça Julio César Benítez, de tristes destinos. Y luego estaban los calvos, que debido a su aún joven edad no eran sino víctimas de una incipiente alopecia. En los ya lejanos años 60 nadie se rapaba la cabeza voluntariamente, pero a unos pocos ya se les caía el pelo de forma sistemática. No es que fuesen calvos fetén, pero la cabellera raleaba y clareaba peligrosamente. De esa guisa teníamos, por supuesto, a Di Stefano, ya en plan ex Saeta Rubia, pero también al colchonero y antiguo sevillista Ruiz Sosa, al cordobesista Simonet, al uruguayo del Elche Ramos, a los guardametas Benegas y Ulacia, vascos ambos, al argentino del Valencia Sánchez Lage, al lateral del Pontevedra Irulegui, o al azulgrana Chus Pereda, en fin, por hablar sólo de la Primera División. Y a Guillot, por descontado, que era el más joven de todos…

Vicente Guillot Fabián va a nacer el 15 de julio de 1941 en Aldaia (entonces “Aldaya”), una localidad situada muy cerca de Valencia -8,2 km-, en la zona occidental de lo que ahora es el Área Metropolitana de la capital de la Comunidad Valenciana, perteneciente a la comarca de la Huerta Oeste y al partido judicial de Torrent. En 1941, poco después de finalizada nuestra Guerra Civil, Aldaia contaba con algo más de 4.500 habitantes, aunque en los decenios siguientes experimentaría un espectacular crecimiento demográfico debido a la corriente migratoria. Población naranjera y artesanal (con gran arraigo de la industria del abanico), se convertirá en un núcleo importante dentro del sector de la madera, los productos metálicos y los plásticos. En 1920 había nacido allí Modesto Llosas Rosell, que sería conocido en el mundillo cinematográfico como Jorge Mistral, una de las grandes estrellas del cine español y mexicano de los años 40 y 50, fallecido en 1972, así como también sería la cuna de otro destacado futbolista, Juan Sánchez (el Romario de Aldaia), que militaría en el Valencia, Celta y Mallorca entre los años 1992 y 2006, e igualmente del futuro presidente del club ché Jaime Ortí (2002 a 2005) o del cantante Juan Bau, muy popular en los 70 con temas tan exitosos como “La Estrella de David”, “Penas” o “Fantasía”

Del equipo del colegio de los Salesianos pasará a las categorías inferiores del Valencia, debutando con el filial, el Club Deportivo Mestalla, al iniciarse la temporada 59-60, con 18 años recién cumplidos. Encuadrado en el Grupo Sur de la Segunda División, el joven Gulllot va a ser un futbolista importante en esta campaña, disputando 22 encuentros ligueros y 1 de Copa, y anotando 7 goles, en una plantilla donde va a codearse con una serie de prometedores valores que acabarán arribando a la División de Honor, la mayoría de ellos en las filas del propio Valencia (el guardameta Martínez, Barrera, Castelló, Arnal, Castro, Ficha, Miralles, Miguel, Verdú, Martí…).  Su presentación tuvo lugar el 19 de septiembre de 1959, en la segunda jornada liguera y en el propio campo de “Mestalla”. Vencieron los locales al C.A. Almería por 1 a 0, marcado por Miralles, y esta fue la formación de los cachorros valencianistas: Félix, Arnal, Herrero, Pastor, Barrera, M. Castro, J. Castro, Guillot, Ficha, Miralles y Tejedo.

Con el Mestalla, en la temporada 60-61: Martínez; Barrera, Aldecoa, Bosch; Vidagañy, Arnal, Alós ( portero suplente ); Tejedo, Urtiaga, Miralles, Guillot y Serrano.

Con el Mestalla, en la temporada 60-61: Martínez; Barrera, Aldecoa, Bosch; Vidagañy, Arnal, Alós ( portero suplente ); Tejedo, Urtiaga, Miralles, Guillot y Serrano.

UN DEBUT FULGURANTE

Al año siguiente, su gran rendimiento ya echa abajo la puerta del primer equipo, pues se alinea en 29 encuentros de Liga y 3 de Copa,  y consigue 17 tantos, actuando en la posición de interior, preferentemente con el número 10 a la espalda, y con nuevos y brillantes compañeros como Urtiaga, Vidagañy, Tejedo, Fuentes o Totó, casi todos ellos futuros valencianistas. El debut con los mayores es ya inminente, y en la pretemporada forma parte de la gira europea que realiza el club de “Mestalla”. Su estreno en Primera División se producirá en la primera jornada de la temporada 61-62, concretamente el día 3 de septiembre de 1961, en el campo de “La Romareda” y contra el Real Zaragoza, que vencerá claramente por 3 a 0, con dos tantos del brasileño Duca y otro de Murillo. Pese a lo contundente de la derrota, las crónicas cuentan que el joven debutante cuajó una gran segunda parte. Esta fue la alineación que Balmanya, el míster valencianista, puso en liza aquella tarde a orillas del Ebro: Ginesta; Piquer, Quincoces, Mestre; Sendra, Egea; Ribelles, Recamán, Waldo, Guillot y Ficha.

Sus excelentes actuaciones con la elástica valencianista van a llevarle en volandas a la internacionalidad. Será primero en la llamada “Selección B”, que el  día 10 de diciembre de 1961 se enfrentará a su homóloga de Francia en “La Romareda”, el mismo escenario de su debut en la máxima categoría. Vencieron los españoles por 3 tantos a 2, marcados por Abelardo, Manolín Bueno y Marcelino, pero Guillot tendrá la mala fortuna de caer lesionado al cuarto de hora de iniciarse el encuentro, con una fractura de clavícula que se produjo en una acción con el jugador galo Herbin. Este fue el equipo español en la tarde agridulce de la presentación de Vicente Guillot con la que ahora llaman La Roja: Pesudo; Echeverría, Etura, Reija; Paquito, José Luís; Zaballa, Adelardo, Marcelino, Guillot (Fusté) y Manolín Bueno.

Su fallida presentación como internacional "B" en Zaragoza: Pesudo; Reija, Echeberría, Etura; José Luís, Paquito, Yarza (portero suplente); Zaballa, Adelardo, Marcelino, Guillot y Manolín Bueno

Su fallida presentación como internacional «B» en Zaragoza: Pesudo; Reija, Echeberría, Etura; José Luís, Paquito, Yarza (portero suplente); Zaballa, Adelardo, Marcelino, Guillot y Manolín Bueno

En este su primer curso en la División de Honor va a actuar en 15 partidos de Liga, marcando 4 goles. Juega en las seis primeras jornadas del campeonato, realiza un encuentro fabuloso en “Mestalla” contra el Real Madrid, consiguiendo dos goles y haciendo exclamar a su presidente, Julio de Miguel, que “si el seleccionador (por Pedro Escartín) no contaba con él, tendrían que regalarle unas gafas”, pero la lesión de clavícula frenará en seco su progresión, aunque una vez que reaparezca, dos meses más tarde, volverá a deslumbrar con su futbol incisivo y descarado, siendo preseleccionado para el Mundial de Chile, aunque finalmente no será de la partida. Al final el Valencia se va a clasificar en un discreto séptimo lugar. Su participación será ya muy importante en la Copa, donde el Valencia llega hasta semifinales, siendo eliminado por el Sevilla (8 partidos y 2 goles), y sobre todo en la Copa de Ferias, donde se clasificarán para la gran final, a jugar contra un Barça ya veterano en esas lides.

Su primera gran tarde: acaba de marcarle un fantástico gol al Real Madrid en "Mestalla"

Su primera gran tarde: acaba de marcarle un fantástico gol al Real Madrid en «Mestalla»

El Valencia debutaba precisamente en la campaña 61-62 en dicha competición continental, en su calidad de ciudad sede de una importante feria internacional de muestras. En ella, Guillot literalmente va a salirse. Se alinea ya en el primer partido europeo de los valencianistas, disputado el 15 de septiembre de 1961 en ”Mestalla”  frente al Nottingham Forest (2 a 0, ambos marcados por el recién fichado Waldo), con el siguiente equipo: Ginesta; Piquer, Quincoces, Mestre; Sendra, Recamán; Héctor Núñez, Ribelles, Waldo, Paredes y Guillot, y en el transcurso de su primer desplazamiento, tras golear a domicilio a los ingleses (1 a 5, con tres tantos de Héctor Núñez y dos de Waldo), va a vivir junto a toda la expedición levantina unos momentos de terrible angustia dentro del avión -un vuelo charter contratado con una compañía británica- que los traía de regreso a Manises. El Valencia acababa de pasar por el trágico trance de la muerte del delantero brasileño Walter en accidente de tráfico acaecido en la carretera de El Saler, y unos pocos meses más tarde estará a punto de unir su nombre a los de Torino y Manchester United protagonizando una nueva catástrofe aérea. Al sobrevolar los Pirineos, el avión va a ser azotado por una gran tormenta, cundiendo el pánico en su interior. Fueron unos instantes de auténtico terror, entre  gritos de pánico, lágrimas y oraciones, hasta que felizmente amainó el temporal y la aeronave pudo tomar tierra en el aeropuerto valenciano.

INTERNACIONAL ABSOLUTO

6-2 al Barça y casi campeones: Zamora; Piquer, Quincoces, Mestre; Sastre, Chicao, Ginesta (portero suplente); Héctor Núñez, Ribelles, Waldo, Guillot y Yosu.

6-2 al Barça y casi campeones: Zamora; Piquer, Quincoces, Mestre; Sastre, Chicao, Ginesta (portero suplente); Héctor Núñez, Ribelles, Waldo, Guillot y Yosu.

Guillot va a comenzar su segunda temporada en la élite, la 62-63, como una moto, estrenándose a lo grande en la aplazada final a doble partido de la Copa de Ferias, entre Valencia y Barcelona, que quedará prácticamente vista para sentencia ya en el encuentro de ida, disputado en un abarrotado “Mestalla” el 8 de septiembre de 1962, con victoria local por 6 a 2 y un hat-trick del joven futbolista de Aldaia (Nando Yosu, en dos ocasiones, y el uruguayo Héctor Núñez hicieron los otros tres tantos). El Valencia presentó a Zamora; Piquer, Quincoces, Mestre; Sastre, Chicao; Héctor Núñez, Ribelles, Waldo, Guillot y Yosu, mientras que el Barça puso en liza a Pesudo; Benítez, Rodri, Gracia; Vergés, Olivella; Cubilla, Villaverde, Re, Kocsis y Camps. Cuatro días más tarde en el “Camp Nou” se confirmaría el triunfo de los de la Ciudad del Turia, pues ambos conjuntos hicieron tablas, 1 a 1, con un nuevo tanto de Guillot a tres minutos del final. Los valencianistas repitieron alineación, y conquistaron así en su primera participación europea el título ferial, con unos números estratosféricos: siete victorias y dos empates, con 33 goles a favor y 13 en contra (siendo el balance personal de Guillot 7 partidos y nada menos que 8 goles anotados).

Su letal sociedad con Waldo -aunque la afición gustaba de dividirse tontamente entre guillotistas y waldistas, cuando ambos jugadores eran complementarios y además grandes amigos- hará furor nuevamente  en un curso donde las lesiones le van a respetar, hasta el punto de que juega 28 partidos de Liga, con 8 goles, 9 de Copa (torneo en el que cayeron en semifinales tras un desempate en Madrid frente al Barça, y en el que anotaría un solitario gol), y otros 9 en la Copa de Ferias -con 5 dianas-, aunque un inoportuno contratiempo físico le impedirá estar presente en la final, donde los suyos derrotarán al Dinamo de Zagreb (1-2 en terreno balcánico, y 2 a 0 en “Mestalla”, ya con los recién fichados Paquito y Sánchez Lage en el equipo). Su aportación, no obstante iba a ser decisiva para la conquista de este segundo entorchado continental, sin ir más lejos en el épico partido de vuelta contra el Dumferline, en el que los escoceses, sobre un campo helado e impracticable, igualaron el 4 a 0 encajado en la ida en Valencia con un concluyente 6 a 2, forzando un encuentro de desempate, y no siendo peor la cosa precisamente gracias a los goles de Ficha y el propio Guillot…

Guillot y Waldo, una sociedad letal.

Guillot y Waldo, una sociedad letal.

En esta temporada 62-63, en la que los valencianistas se clasificarán nuevamente en la séptima plaza liguera, va a debutar con la Selección Absoluta, convirtiéndose en un asiduo a ella a lo largo de la temporada. Su presentación tendrá lugar en el madrileño “Santiago Bernabéu”, el 1 de noviembre de 1962, y no pudo ser más positiva, pues el de Aldaia va a conseguir nada menos que un hat-trick en la goleada de España sobre Rumanía, en partido valedero para la Eurocopa de 1964. En la aplastante victoria por 6 a 0, Guillot va a abrir el marcador en el minuto 7 de la primera parte, y hará también en cuarto y el quinto en los minutos 27 y 70, respectivamente. Los otros tres goles fueron obra de Veloso, Collar y el rumano Nunweiller III en propia puerta. Esta fue la alineación presentada por José Villalonga, el nuevo seleccionador español tras el fiasco del Mundial de Chile (fiasco relativo, puesto que España fue eliminada en la fase de grupos al ser derrotada por los que a la postre serían los dos finalistas del campeonato, Brasil y Checoslovaquia): Vicente; Pachín, Rodri, Calleja; Paquito, Glaría; Collar, Adelardo, Veloso, Guillot y Gento.

Esta vez sí fue el debut soñado. España 6-Rumanía 0, y hat-trick: Vicente; Pachín, Rodri, Calleja; Glaría, Paquito; Collar, Adelardo, Veloso, Guillot y Gento.

Esta vez sí fue el debut soñado. España 6-Rumanía 0, y hat-trick: Vicente; Pachín, Rodri, Calleja; Glaría, Paquito; Collar, Adelardo, Veloso, Guillot y Gento.

Tres semanas y media más tarde, concretamente el 25 de noviembre, España devuelve visita en Bucarest, donde va a caer por 3 goles a 1. El entonces deportivista Veloso fue el autor del único tanto de un equipo español que formó de la siguiente manera: Vicente; Rivilla, Rodri, Calleja; Paquito, Glaría; Collar, Amónico, Veloso, Guillot y Gento. Siete días después, en el tristemente célebre estadio “Heysel” de Bruselas, el conjunto nacional español disputará un encuentro amistoso contra la selección de Bélgica. El resultado final será de empate a 1, y la actuación personal de Guillot será destacada, pues abrió el marcador en el minuto 31, y poco antes se le había anulado un gol. Este fue el once dispuesto por Villalonga: Vicente; Rivilla, Echeberría, Calleja; Paquito, Glaría; Collar, Abelardo, Veloso, Guillot y Gento.

El día de su debut con la Selección Absoluta.

El día de su debut con la Selección Absoluta.

Dos partidos más disputará Guillot con el combinado nacional en esta su temporada de ensueño. El 9 de enero de 1963, en el “Camp Nou” barcelonés, España se enfrenta a Francia en partido amistoso y con finalidad benéfica, para recaudar fondos con destino a los miles de damnificados que habían resultado afectados por las terribles inundaciones producidas en la comarca del Vallés a finales de septiembre del año anterior. Se recaudaron 1.181.607 pesetas a favor de tan loable causa humanitaria, pero el partido resultó mediocre, saldándose con un 0 a 0 final. Este fue el equipo español: Sadurní; Rivilla, Echeberría, Calleja; Paquito, Glaría; Collar (Serena), Adelardo, Morollón, Guillot y Gento. Y el siguiente choque va a suponer el mayor varapalo sufrido como local por nuestra selección. Amistoso contra Escocia, celebrado el 13 de junio de 1963 en el “Bernabéu”, y victoria escocesa por 2 a 6. Adelardo y Veloso marcaron por los de Villalonga, que formaron con: Vicente (Carmelo); Rivilla, Mingorance (Zoco), Reija; Aguirre, Glaría; Amancio, Adelardo, Veloso, Guillot y Lapetra.

UN ARBITRAJE CALAMITOSO

En la temporada siguiente, 63-64 (en la que el Valencia logrará un sexto puesto en la Liga), las lesiones volverán a jugarle una mala pasada, impidiéndole estar presente en media Liga (jugó sólo 15 partidos del Torneo de la Regularidad, anotando 8 goles). Sufrirá un largo parón en los meses de diciembre y enero, aunque llegaría a tiempo de tomar parte en una nueva final de la Copa de Ferias, la tercera consecutiva para un Valencia hasta entonces intratable. En esta ocasión no se va a disputar a doble partido, como siempre había ocurrido hasta entonces, sino que se dirimirá en un solo choque, disputado en el “Camp Nou” barcelonés. El rival es nada más ni nada menos que un nuevo poder emergente en el fútbol español y europeo, el Real Zaragoza de los Magníficos. El partido va a tener lugar el 24 de junio de 1964, y a las órdenes del colegiado portugués Joaquim Campos -que a la postre se erigiría en lamentable protagonista- ambos equipos presentarán las siguientes alineaciones: por los maños, Yarza; Cortizo, Santamaría, Reija; Isasi, Pepín; Canario, Duca, Marcelino, Villa y Lapetra, y por los chés, Zamora; Arnal, Quincoces, Vidagañy; Paquito, Roberto; Suco, Guillot, Waldo, Urtiaga y Ficha.  Sobre un campo mojado y resbaladizo, la primera parte va a ser de claro dominio valencianista, aunque concluyó en tablas, con goles de Villa (en fuera de juego) y Urtiaga. En la segunda mitad, ya más igualada en cuanto a ocasiones, se adelantó el Zaragoza con un gol de Carlos Lapetra que iba a ser ya el definitivo. El señor Campos anuló un gol dudoso a Guillot, y no señaló el claro penalti que le hicieron dos jugadores zaragocistas cuando iba derecho hacia el marco de Yarza, en gran jugada personal del de Aldaia. En las protestas subsiguientes sería expulsado el valencianista Suco, y el luso no añadiría un sólo segundo al tiempo reglamentario, a despecho de los muchos minutos perdidos en protestas y otras incidencias, pitando el final del partido al lado mismo del túnel de vestuarios, para huir rápidamente de la ira de los derrotados, que se consideraban muy perjudicados por sus decisiones.

El cuarto curso de Vicente Guillot como valencianista, el 64-65, será mejor en cuanto a participación liguera (23 partidos y 8 goles), con otros 6 encuentros en  Copa del Generalísimo (1 gol), aunque solo uno en la Copa de Ferias, por la premura eliminación del equipo en primera ronda, a pies del Liégeois. En esta temporada, donde el club de “Mestalla” se clasificó en cuarto lugar, Guillot retornaría fugazmente a la Selección con motivo de un encuentro valedero para la clasificación de cara al Campeonato del Mundo de 1966, a celebrar en Inglaterra. El adversario fue la entonces habitual República de Irlanda, y el partido se disputó el 5 de mayo de 1965 en el terreno de “Dalymount Park”, en la capital, Dublin. Vencieron los locales por un gol a cero, marcado por el guardameta español José Ángel Iribar en su propia meta, en jugada desgraciada, y así formaron los elegidos para la ocasión por Villalonga: Iribar; Rivilla, Olivella, Reija; Glaría, Zoco; Ufarte, Guillot, Marcelino, Adelardo y Lapetra. La última selección del jugador valencianista se produciría con vistas a otro choque con el mismo rival, esta vez perteneciente a la fase clasificatoria para la Eurocopa de 1968, pero en el cual no tendría finalmente la oportunidad de jugar (Irlanda 0-España 0, celebrado el 23 de octubre de 1966).

Buena temporada para el futbolista de Aldaia fue la 65-66, en la que no tuvo mayores problemas físicos. 27 partidos de Liga (6 goles), 4 de Copa (un gol), y 6 en Copa de Ferias, con 2 tantos. El principio liguero del Valencia, con Sabino Barinaga como entrenador, fue excelente, llegando a colocarse como líder -empatado con la escuadra revelación, el Pontevedra- en la séptima jornada, y realizando un juego extraordinario del que fueron buena prueba las victorias sobre el Real Madrid en “Mestalla” (3 a 0, con goles de Sánchez Lage, el propio Guillot y Waldo), y a la semana siguiente el triunfo a domicilio en el “Camp Nou”, 1 a 2, con tantos de Roberto y Muñoz, un joven valor que estaba asombrando por aquellas fechas, aunque luego su progresión se detendría en seco. El Valencia finalizó la primera vuelta con un magnífico registro, 20 puntos y 6 positivos, pero su segunda vuelta fue desastrosa, pudiendo sumar solamente 7 puntos más, y finalizando el campeonato en la novena posición, con 27-3.

Los campeones de Copa de 1967: Abelardo; Sol, Mestre, Tatono; Paquito, Roberto; Poli, Guillot, Waldo, Claramunt y Jara.

Los campeones de Copa de 1967: Abelardo; Sol, Mestre, Tatono; Paquito, Roberto; Poli, Guillot, Waldo, Claramunt y Jara.

La campaña 66-67, en la que Waldo se proclamaría máximo goleador con 24 tantos -y el Valencia sería sexto, tras otro arranque muy prometedor en el primer tercio del campeonato-, fue muy discreta para Guillot en el aspecto anotador, pues sólo conseguiría 6 tantos, todos ellos en Liga (donde actuaría en 22 ocasiones, con ausencias al principio y al final). La presencia en la delantera che de otro gran rematador, el vasco Ansola, y la irrupción del joven Pepe Claramunt, quizás puedan explicar esa menor producción realizadora, así como el hecho de que cada vez con más frecuencia va a ser alineado como extremo, en una u otra banda, en detrimento de su auténtico puesto, el de interior en punta. Menos eficacia goleadora que se convertiría en una auténtica sequía para el de Aldaia tanto en la Copa de Ferias (4 partidos), como en la Copa del Generalísimo, pese a proclamarse el Valencia brillante campeón de dicho torneo al derrotar en la final, celebrada el 2 de julio de 1967 en el “Santiago Bernabéu” al Athletic de Bilbao por 2 a 1, conseguidos por el hispano paraguayo Jara y Paquito, con este once: Abelardo; Sol, Mestre, Tatono; Paquito, Roberto; Poli, Guillot, Waldo, Claramunt y Jara.

LA CALVA DE GUILLOT Y EL CALVARIO DE LAS LESIONES

Cada vez con menos cabello en su esclarecida cabeza, la carrera de Guillot va a entrar en barrena a partir de la irregular campaña 67-68 (con un cuarto puesto para los de “Mestalla”), en la actuará solamente en 14 compromisos ligueros, con continuas entradas y salidas del equipo titular debido a problemas físicos, que le mantendrán en el dique seco durante casi toda la segunda vuelta, anotando no obstante 6 goles. Tomará parte en otros 6 partidos de Copa (3 goles) y en sólo dos de la nueva competición continental en la que va a debutar el Valencia, la Copa de Europa de Campeones de Copa, más conocida como Recopa, donde serían eliminados por el Bayern Múnich..

Y llegamos así a la que será su temporada más aciaga, la 68-69, en la que sólo alcanzará a disputar un único partido e incompleto, 77 minutos ante el Sporting de Portugal en la noche del 2 de octubre de 1968, un encuentro épico donde los valencianistas lograrán igualar un concluyente 0 a 4 en contra que traían de Lisboa (con goles de Blayet, 2, Sol y Claramunt), para caer finalmente eliminados por un gol de los lusos en la prórroga. Después ya no volvería a jugar en toda la campaña. El 8 de enero de 1969 le operan de abductores, y una vez recuperado, va a volver a causar baja al caer en un entrenamiento y pasar de nuevo por el quirófano, en este caso por culpa de una hernia inguinal. Vuelve a entrenar, y en junio se rompe una muñeca en otro ensayo, al chocar con sus compañeros Tatono y Sol. El Valencia será finalmente quinto en una Liga donde Mundo va a ser sustituido en el banquillo por Joseito tras un mal arranque liguero.

Guillot no volverá ya a jugar hasta el 1 de octubre de 1969 -es decir, justo un año más tarde- , y apenas 19 minutos en Copa de Ferias ante el Slavia de Sofia búlgaro. Y el 7 de diciembre de 1969, en “Mestalla” y frente a un Pontevedra ya casi desahuciado en la jornada decimotercera, el público reclama a gritos su presencia en el terreno de juego, y el entrenador Enrique Buqué -ex jugador valencianista en la década de los 50- no va a tener más remedio que hacerle saltar al césped entre una gran ovación, sustituyendo al asturiano Fuertes, un gesto que hizo llorar al futbolista de Aldaia, cuya mala suerte le había obligado ya a pasar nada menos que cinco veces por la mesa de operaciones. En total, se alinearía en 9 partidos de Liga (más su breve aparición europea y un encuentro de Copa, competición en la que el Valencia llegaría a la final, cayendo por 3 a 1 en el “Camp Nou” frente al Real Madrid), marcando la nada despreciable cifra de cuatro goles (dos de ellos de penalti, una de sus especialidades, que solía ejecutar mediante un entonces nada habitual amago), todos ellos al calor de su querido público de “Mestalla”). Pero, como él mismo  indicaba en el transcurso de una entrevista realizada por el periodista  Miguel Vidal y publicada en el número 651 del diario AS, el 8 de enero de 1970, Guillot no las tenía todas consigo respecto a que el Valencia le renovase un contrato que vencía precisamente el 30 de junio de 1970:

– Lleva nueve años en el Valencia. ¿Cuántos le quedan?

– Los que el Valencia quiera aguantarme.

– ¿Cuándo termina su contrato?

– Expira este año, en junio.

– ¿Y…?

-¡Y yo qué sé! Espero ver cómo reacciona el Valencia hacia mí, después de tantos años.

– ¿Usted qué cree?

– Que, tal vez, me den la baja o me traspasen.

– ¿Le quedan muchos años de actividad a Guillot?

– Varios más, sí. He tenido tanta desgracia que puede decirse que estoy aún empezando, sin hacer. ¡Y tengo ganas de triunfar!

LA HORA DEL ADIÓS

La designación de Alfredo Di Stefano como nuevo entrenador del Valencia CF de cara a la temporada 1970-71, decisión tomada cuando aún no había finalizado el curso 69-70, en el mes de abril, va a suponer el adiós de Guillot a la que había sido su casa deportiva por espacio de más de una década. Muy castigado por las lesiones, sobre todo en los últimos años, el club no le renovará contrato, así como tampoco a su íntimo amigo y socio comercial -ambos regentaban la cafetería “Walgui”, al lado mismo del campo de “Mestalla”-, Waldo Machado da Silva, aunque en el caso de éste seguramente pesó en la balanza el tema de la edad del delantero brasileño, a punto de cumplir ya los 36 años, con el consiguiente y lógico bajón en el rendimiento de un futbolista que tres temporadas antes había sido el “Pichichi” de la máxima categoría con 24 tantos, que en la superdefensiva y trabada década de los 60 no estaba nada mal.

En la marcha de Guillot se dijo que influyó su propia relación con Di Stefano en la época en la que ambos coincidieron sobre los terrenos de juego. Así, se hablaba de un caño que el valencianista le hizo al hispanoargentino en el curso de un encuentro entre Valencia y Español, y también de otro partido entre ambos equipos – ¿o tal vez fue el mismo? – disputado en “Mestalla”, en la campaña 65-66, y que se saldó con nada menos que cuatro expulsados, dos por cada bando: el propio Guillot y Sánchez Lage por los locales, y Riera y Mingorance por los pericos. Concretamente, un rifirrafe entre Guillot y Riera terminó con ambos jugadores en la caseta antes de tiempo, y al parecer Guillot se quejó a posteriori de que Di Stefano le había mentido al árbitro para sacarlo del campo, mientras que este calificaba al valenciano de llorón

El caso es que Guillot, con 29 años recién cumplidos, se va a ver fuera del equipo de toda su vida. Al conocer la noticia declaró lo siguiente: “lamento profundamente no haberme retirado del fútbol como jugador del Valencia”. Pero sintiéndose aún futbolista, y queriendo demostrarse a sí mismo que aun podía rendir satisfactoriamente en la élite, va a aceptar la oferta del otro equipo de la región que militaba entonces en Primera División, el Elche, y encaminará sus pasos hacia “Altabix”, donde acababa de ocupar el banquillo un técnico a cuyas órdenes había estado en sus últimos meses como valencianista, el catalán Salvador Artigas, que formaba tándem con su paisano Buqué.

Pero su etapa ilicitana no va a conseguir reverdecer antiguos laureles… El equipo franjiverde había ido descapitalizándose paulatinamente, vendiendo a sus estrellas para poder mantenerse con decoro en la categoría. Así, en las últimas temporadas, había tenido que deshacerse de futbolistas de la entidad de Marcial, Lico, Asensi o Ballester, y sus reemplazos evidentemente no van a lograr hacerlos olvidar. El club de la Ciudad de las Palmeras a duras penas había logrado la permanencia en el curso 69-70, jugándose la vida en el último partido ante un Barça que, por el contrario, a lo más que podía aspirar era un irrelevante tercer puesto que no le daba derecho a nada. Vencieron los ilicitanos por 1 a 0, marcado por un Asensi que se despedía así por la puerta grande, y trataron de paliar su traspaso, y también el de Ballester -ambos internacionales-  contratando a los barcelonistas Romea y Sanjuán, al granadinista Lara, al pontevedrés Antonio y al propio Guillot. Pero desde el arranque de la temporada, y a despecho de una manita infligida a un entonces muy bisoño Sporting de Gijón, ya se vio claro que iba a tocar de nuevo sufrir mucho, si es que al final no había llanto y crujir de dientes, que fue lo que a la postre sucedió. El equipo entró en zona de descenso tras la undécima jornada, y ya no saldría de ahí en lo que restaba de Liga, salvo fugazmente después de la fecha número 14, llegando a contar hasta con cuatro entrenadores (el inicial, Artigas, más el veterano Otto Bumbel, Iborra y Llopis), poniendo así triste colofón a doce cuasi milagrosos años ininterrumpidos entre los grandes del fútbol español. En total, Guillot va a actuar en 14 encuentros de Liga (2 goles), 8 de ellos como titular, casi todos en la primera vuelta, totalizando 875 minutos de juego, y 2 de Copa (1 gol).

La frialdad de los números va a esmaltar la brillante carrera deportiva de Guillot: 237 partidos oficiales con el Valencia en nueve temporadas (1961-1970), obteniendo 78 goles y 6 veces internacional “A” (4 goles) y 1 “B”. En su palmarés figuran dos Copas de Ferias (1962 y 1963), un subcampeonato de dicho torneo (1964) y un título de Copa (1967), amén de otros trofeos menores como el “Carranza” de 1967 o la llamada “Pequeña Copa del Mundo”, en la edición disputada en Caracas en 1966. No había logrado nunca ser campeón de Liga -título que precisamente, y después de 24 años volvería a conquistar el Valencia justo al año siguiente de su marcha-, pero, como el mismo Guillot le dijo a Jaime Hernández Perpiñá en el interesante libro “40 históricos del deporte valenciano”, había sido  campeón de muchas cosas: campeón de defender al Valencia y a sus compañeros, y en dejarse la piel a tiras, porque jugar dentro del área de gol, a pesar de todo, “era como para un cuerpo mayor”, aunque nunca consideró que sus muchas lesiones fueran fruto de la mala fe de los contrarios, sino más bien de su propia acometividad.

Tras su breve etapa en Elche, Guillot va a volver al Valencia, primero como adjunto a la secretaría técnica, y más tarde, a mediados de los años 70, como responsable de la Escuela de Futbolistas del club ché. Con el tiempo, y como gran partidario del trabajo de cantera, va a ser uno de los culpables del descubrimiento de valores como Miguel Tendillo o su paisano Juan Sánchez, el Romario de Aldaia. Trabajará también, al margen del fútbol, en la administración de una empresa de transportes (Guillot era oficinista antes de convertirse en profesional del fútbol). Hoy, a sus 76 años, y junto a su gran amigo y tantos años socio Waldo, es una de las grandes leyendas vivas de aquel Valencia casi invencible que asombró a toda Europa durante tres mágicos años, de 1961 a 1964, hasta toparse con un nefasto árbitro portugués apellidado Campos…