Lo primero, el santo

No sería presentable el comenzar un relato sobre el campo de San Mamés, que, además, presume de «catedralicio», sin invocar al Santo que le dio el nombre, y no menores gracias, desde una humilde ermita, que coronaba la campa sobre la que se edificó un recinto deportivo desde el que se llevó el nombre del Santo a las más insólitas  esquinas del mundo.

Es difícil encontrar una cumplida «biografía» de San Mamés; pero, afortunadamente, en las estanterías estaba un libro entrañable, de añeja encuadernación en piel, visto en las manos de nuestras abuelas, todas las tardes, a la caída del sol. Su fecha de impresión es de 1853 y todavía nadie había reparado en la campa de la ermita. Por ello, por su rancia prosa que refleja el espíritu de una época, de sus costumbres y su entidad, hemos creído conveniente reproducirlo al pie de la letra. ¡Tiene tanta fragancia e ingenuidad…!. Es original del Padre Juan Croisset, S.J., titulado «Año cristiano». Y dice así:

San Mamés, mártir: El bienaventurado San Mamés fue natural de Paflagonia, hijo de San Teodoto y Santa Rufina, caballeros principales y de linaje de senadores; de los cuales hace conmemoración el Martirologio romano el día 31 de agosto. Tenía en aquellos tiempos el cetro del romano imperio Aureliano, perseguidor cruel de cristianos, quien suscitó la nona persecución contra la Iglesia de Dios. Publicados los edictos en Paflagonia, y siendo Teodoto y Rufina, padres de Mamés, cristianos y grandes siervos de Dios, fue acusado de esto San Teodoto delante del presidente que estaba allí  por los emperadores romanos. Preso pues y llevado a Cesaréa de Capadocia, donde le echaron en una cárcel, su bienaventurada esposa Santa Rufina, embarazada de Mamés, le quiso hacer en ella compañía. Murió Teodoto encarcelado, y Rufina no pudiendo soportar las congojas de la cárcel, parió antes de tiempo al bendito San Mamés, y murió también, quedando el niño entre los cuerpos muertos de sus santos padres. Entonces apareció un gallardo mancebo (sin duda era ángel del Señor) a la bienaventurada Santa Ammia, mujer noble y muy principal, mandándole que pidiese al presidente los cuerpos de los bienaventurados San Teodoto y Santa Rufina, diciéndole que hallaría entre ellos el niño Mamés vivo, y que le mandase criar con diligencia. Hízolo la santa señora y enterró los cuerpos de los dichos Santos en su huerto, y al bendito niño crió con cuidado y le recibió por su hijo adoptivo.

Aconteció que siendo el Santo de dos años llamando un día a Ammia, dijo «mamá», queriendo decir «madre», y de aquí le quedó el nombre de Mamés. A los cinco años le puso Ammia a los estudios, y adelantó con el mayor aprovechamiento en ellos.

Proseguía en aquellos tiempos el mal emperador Aureliano con gran crueldad la persecución contra la Iglesia de Dios, el cual no solamente mandaba a los hombres y mujeres sacrificar a sus falsos dioses, sino también a los muchachos, a fin de mantenerlos en el error desde su tierna edad. Pero los que iban al estudio y eran amigos y compañeros de Mamés, aunque niños, no consentían en el error gentílico. Siendo él de quince años murió Ammia su madre adoptiva, y le hizo heredero de su hacienda. Supo el presidente lo que hacía el siervo de Dios, y mandándole llevar delante de su tribunal, donde le preguntó: Si era él quien no quería adorar a los dioses, y no contento con esto persuadía a sus condiscípulos que no obedeciesen al emperador. Entonces el bendito mozo con pecho más que de varón, reprendióle porque dejaba al Dios verdadero y adoraba dioses falsos, mudos y sordos. Quiso el tirano llevarle por fuerza a un ídolo, para que aun cuando no quisiese le adorase. Respondió Mamés, que según derecho aquello no se podía hacer, por ser el hijo adoptivo de Ammia señora nobilísima, de la cual quedaba él por heredero. Viendo el presidente Demócrito, que ciertamente no le podía castigar, envióle al emperador, avisándole en sus cartas de todo. Llegado allá, con halagos y amenazas procuró Aureliano hacerle sacrificar  a sus falsos dioses, y viendo el tirano la constancia del santo mancebo, mandó darle muchos azotes, y cuando los verdugos le azotaban, decía el emperador que negase a Jesucristo, con la boca sola, que aquello sólo bastaba. Respondió el Santo Mártir, que ni de boca ni de corazón quería negarle. Visto por el emperador el poco caso que hacía de los azotes, mandó quemarle con candiles encendidos. Hízose como él mandaba, y el bendito mártir padeció aquel tormento sin dolor. Después consideró el tirano que no podía hallar tormentos con que vencerle, mandóle atar en el cuello una bola de plomo, y echar en lo profundo del mar.

Hízose como mandaba el tirano; pero llevándole los ministros para echarle en el mar, apareció el ángel del Señor, el cual les rodeó, y espantados los ministros que le llevaban huyeron, y el ángel mandó a Mamés que saliese al monte de Cesaréa y viviese allí. Estuvo el Santo en aquel monte cuarenta días ayunando y sin comer, y después oyéndose una voz del cielo, se le dio el Evangelio con una vara, y quedó predicador de la ley de Dios. Edificóse en aquel lugar un templo, y acudían a él todas las bestias fieras del monte, de cuya leche hacía queso, y reservándose de ello algún poco para sí, llevaba lo restante a Cesaréa de Capadocia y dábalo a pobres.

Supo este hecho tan heroico Alejandro, presidente de Capadocia, y le envió ciertos caballeros al monte para que le llevasen preso delante de él. Siendo avisado el Santo de su venida, salió a recibirles, y no conociéndole ellos le preguntaron por Mamés. El siervo de Dios les convidó a cenar, diciendo que después les mostraría el hombre que buscaban. Hospedóles pues, dándoles pan y queso de su comida, y mientras estaban comiendo bajaron las bestias fieras del monte para que él tomase leche. Viendo esto aquellos caballeros, quedaron pasmados de semejante maravilla, y dejando la cena se echaron a los pies de Mamés. Entonces les dijo el Santo que no temiesen, y que él era el que buscaban. Partióse pues de ellos y díjoles que volviesen a su señor, que él iría muy luego. Fuéronse los  caballeros a Cesaréa, no dudando de la palabra del siervo de Dios, y Mamés entró en el monte, donde mandó (según dice Surio) a un león, que después que él hubiese caminado un estadio, bajase corriendo a los gentiles y judíos que blasfemaban de nuestro Señor Jesucristo, y los matase. Hecha esta diligencia bajó del monte y fue a Cesaréa de Capadocia, donde los caballeros le estaban aguardando a la entrada de la ciudad. Fue pues llevado por ellos delante del presidente, quien le preguntó, si él era el encantador que obraba tantas maravillas con arte del demonio. Respondió el Santo que él era siervo de Jesucristo, que a los que creen en Él y hacen su voluntad, salva, y a los idólatras y encantadores echa al infierno. Pidióle también por qué le había llamado. Yo, dijo el presidente, «te he llamado, porque no puedo sufrir que vivas en compañía de bestias en el desierto, y que les mandes con tus encantamientos como si tuvieran entendimiento». «Más quiero vivir, dijo San Mamés, en compañía de bestias fieras, que no con vosotros; porque ellas aunque no tengan juicio, saben reverenciar al Creador del cielo y de la tierra, y honrar a sus siervos, y vosotros no».

Entonces mandó Alejandro atormentarle, y el Santo esperaba con gran paciencia y confianza del cielo consolación. Instando Alejandro que le arañasen o atormentasen, oyóse una voz del cielo que le quitó gran parte del dolor y le hizo hábil para sufrir todos los tormentos que se le ofreciese. Esta voz oyeron muchos de los fieles y quedaron más constantes en la fe. Viendo el tirano que Mamés no hacía caso de las uñas de hierro con que le atormentaban, mandó encender un horno para echarle en él. Por ocupaciones diversas no se cumplió entonces la orden del juez y pusieron al Santo en una cárcel donde había cuarenta cristianos, a los que dio libertad, abriendo las puertas de la prisión con sus oraciones. Quedóse el Santo solo en la cárcel esforzado por la presencia de un ángel para sufrir nuevos trabajos y tormentos. Viendo después el presidente la constancia del Mártir, mandó echarle en un horno ardiendo. Hízose lo que mandaba. Pero quedóse el siervo de Dios en medio de las llamas tres días, como si estuviera en un prado hermoso y muy florido. Mandó el tirano a sus ministros que fuese a ver al mártir; fueron y halláronle alabando al Señor. El juez atribuía todo esto a encantamiento; más el pueblo lo tenía por milagros, como era razón. Después mandó el tirano a las fieras, y se le humillaron. Y sucedió que vino un león del bosque y entrando en el anfiteatro mató a muchos gentiles, y, (según dice el obispo Equilino) habló el mismo león, como la asna de Balaán y dijo que por las injurias que hacían a Mamés, habían muerto tantos de ellos. Y viendo esto muchos de los gentiles alababan al Dios que le predicaba, y el león se echó a los pies del Mártir con mucha mansedumbre. Después mandó el presidente a un criado que tenía preparado con cierto instrumento le sacase las entrañas. Hízolo el sayón, y sacándole los intestinos, el Mártir se fue de la ciudad llevándolos en las manos, y llegado que hubo a una cueva, a dos estadios de Cesaréa, oyendo una voz del cielo que le llamaba, dio el espíritu a su Creador.




Jolaseta; un tránsito

Dos caminos convergieron en 1911. Uno, la necesidad del Athletic de tener un campo más adecuado que el de Lamiaco; necesidad reforzada por los fracasos de las gestiones para meter el campo en el mismísimo «bocho». Otro, el que la Sociedad de Terrenos de Neguri había construido un campo de fútbol, en la jurisdicción de Guecho, hacia el mar y más lejos todavía que Lamiaco: a 14 kilómetros del centro de la Villa. Bien comunicado y precisamente por el mismo ferrocarril que pasaba por Lamiaco y ya electrificado. Era un campo «moderno» -quizá muy similar a cualquiera de los que ahora tienen muchos equipos de Segunda B y aun de Segunda-, perfectamente cerrado, con valla de madera que enmarcaba el rectángulo de juego y una breve pero coqueta tribuna cubierta. Según escribió el periodista Francisco G. de Ubieta, «tenía suelo arenoso, muy permeable, en el que podía jugarse en magníficas condiciones por mucho que lloviese».

El empujón para que se entendieran ambas sociedades lo produjo el Campeonato de España de 1911, adjudicado por la reciente Federación Española de Fútbol al Athletic de Bilbao y por ende a la capital vizcaína.

La Junta del Athletic convocó una Junta general extraordinaria para el 19 de febrero de ese 1911 con el fin de tratar el tema del Campeonato y del campo de Jolaseta. Todo fue aprobado; hasta una cuota extraordinaria para llevar a buen fin ambos temas.

Esa fue la decisión por la que el Athletic pasó a sentar sus reales en el campo de Jolaseta.

Y el Campeonato de España, que se auspiciaba como uno de los más numerosos en participación de todos los celebrados con anterioridad, no fue tan fácil como se suponía. No sólo por las tormentas federativas iniciales sino por su accidentado desarrollo en lo que se llamó el «tema de los ingleses». Pero esta historia es otra historia que  desviaría este atajo orientado hacia San Mamés.

Los que se fueron acercando a las taquillas se encontraron con la siguiente tabla de precios:

Tribuna con billete de tren en 1ª       = 3,50 pts.

 «»           «»               2ª       = 3,00  «

Preferencia con billete de tren en 1ª   = 2,90  «

      «»               «»               2ª   = 2,50  «

General con billete de tren en 1ª       = 2,00  «

 «»           «»               2ª       = 1,60

En la taquilla de entrada a Jolaseta figuraban los siguientes precios:

Tribuna       = 2,30 pts

Preferencia   = 1,75  «

General       = 0,65  «

Y el día 9 de abril de 1911 Jolaseta entraba en la historia del Athletic con la celebración del primer partido de ese Campeonato de España. Era el último de los terrenos de juego del Athletic antes de asentarse en San Mamés.

Se enfrentó el Athletic al Real Club Fortuna de Vigo al que venció por 2-0.

Jugaron:

ATHLETIC: Astorquia; Allende, Arzuaga; Mandiola, Sloop, José María Belauste; Elorduy, Veitch, Martyn, Iza, Smith.

FORTUNA: Ruiz; José Rodríguez, Juan Rodríguez; Pancho Estévez, González, Abad; Morán, Higheim, Pérez, García, López.

Inauguró el marcador de Jolaseta el athlético Veitch a los ocho minutos de juego. El otro gol fue marcado por Smith.

Luego vino lo que vino y el Campeonato vivió retiradas sonadas, deserciones silenciosas, partidos inacabados… Pero todo pudo salvarse por la colaboración decisiva del Español de Barcelona, que no hizo caso de cantos de sirena emanados desde San Sebastián, lugar en el que se habían refugiado no pocos de los descontentos del desarrollo de esa Copa tan accidentada.

Así pues, Jolaseta protagonizó su primera final con un encuentro entre bilbaínos y barceloneses celebrado el sábado día 15 de abril. Con las siguientes alineaciones, pastoreadas por el árbitro señor Scott, inglés:

ATHLETIC: Astorquia; Allende, Arzuaga; Iza, J.M. Belauste, Mandiola; Belaunde, Zuazo, Garnica, Veitch, Smith.

ESPAÑOL: Gisbert; A. Massana, Álvarez; Heredia, S. Massana, Buylla; Berenys, Giralt, Neira, Castillo, Sampere.

Jolaseta vivió su primer fasto histórico al ver campeón de España al Athletic por el «score», que  se decía entonces, de 3-1. Los goles fueron marcados por Veitch, Belaunde, Garnica y  ?????.

Según algunas crónicas asistieron 980 espectadores.

Y no paraban ahí los fastos de la inauguración de Jolaseta.  Al día siguiente, domingo día 16 de abril, partido internacional, el primero en el terreno guechotarra. Para esta ocasión había sido contratado -ojo, contratado, no cazado a lazo merced a una escala marítima- un equipo inglés de profesionales, el Civil Service. Y esa palabra de «pross», los acreditados y mitificados profesionales ingleses, hizo temer que podía ser un desastre. De aquí que aprovechando la luna de miel entre «athléticos» y españolistas, más la colaboración del Bilbao F.C. y de un barcelonista, se formara una auténtica selección con jugadores de estos cuatro equipos.

No sirvió de nada. Los británicos destrozaron al combinado por 7-0.

Jugaron:

Gisbert (Español); Amechazurra (Barcelona), A. Massana Español); Vidal (Español), «Baracaldo» (Bilbao), Eguía Bilbao); Ochandiano (Bilbao), Martyn (Athletic), «Aguirre» Bilbao), S. Massana, Arbaiza (Athletic).

Tanto «Baracaldo» como «Aguirre» eran dos jugadores ingleses que fueron «embozados» en tales pseudónimos para evitar nuevas complicaciones. Desde entonces fue frecuente apellidar como «baracaldés» a cualquier inglés que llegara para jugar en Bilbao.

Pero como los ingleses del Civil Service, para enjugar los gastos de viaje, habían contratado dos partidos, tenían todavía otra exhibición en Jolaseta.

Jugaron el lunes día 17. Y a la vista del mal resultado de la selección multiclubs, el Athletic decidió plantar cara  en solitario a los «pross». ¡Más de siete no les iban a meter!.

Y no se los metieron. Pese al magnífico juego de los ingleses, no pudieron alcanzar más que un 2-0 que paliaba los siete del día anterior y hacía aparecer el resultado adverso como un triunfo de los rojiblancos.

Jugaron:

Astorquia; Allende, Arzuaga; Iza, Sloop, Mandiola;  Elorduy, Belaunde, Zuazo, Veitch, Smith

Con tales fastos iniciaba su carrera el campo de Jolaseta al que ya nadie llamó campa.

Durante dos años y dos meses Jolaseta fue la sede de los que nadie había llamado aún «leones». Eso no se produciría hasta que el santo Mamés de Cesaréa les tocara con su vara y les mostrara sus fieros amigos…

La última temporada de Jolaseta se desarrolló ya con la etiqueta de final de trayecto.  En mayo de 1913 se celebraron como «fin de fiesta» una serie de partidos internacionales que iban a poner broche de oro a la vida athletica de Jolaseta.

Fueron:

 1 – mayo Unión Saint Gilloise de Bruselas 2-0
 4 – mayo Unión Saint Gilloise de Bruselas 2-2
11 – mayo Bromley 1-5
12 – mayo Bromley 0-1
18 – mayo West Norwood 2-4
22 – mayo West Norwood 2-2
22 – junio Nunhead 0-1
24 – junio Nunhead 1-2

El gol de cierre de Jolaseta, como campo del Athletic, fue marcado por Pichichi. La generación de los chavales de la Campa de los Ingleses había llegado a su mayoría de edad en Jolaseta. No es poco mérito. Aunque sea meramente cronológico. El otro mérito, el del título de Campeón de España, además de cronológico, fue futbolístico.




La campa de Lamiaco

El fútbol entró en Bilbao en vena. Por la ría, Nervión arriba, hasta tocar el corazón de los jóvenes bilbaínos. De aquí, también, lo permanente de la «infección».

Del Gimnasio Zamacois, en 1898 [Gimnasio Higiénico y Recreativo = Director: D. José de Zamacois = Calle Ibáñez de Bilbao = Horarios: mañanas: de 7 a 1; tardes: de 5 a 9], y a instancias entusiastas de D. Juan Astorquia, a quien todos conocían como Juanito Astorquia, hasta su muerte en 1905, parte de los que practicaban día a día la «tablas suecas», daban volatines sobre los plinton, comprimían la respiración para hacer «el cristo» en las anillas, o tensaban los brazos en las paralelas, se lanzaron a ensayar ese nuevo «sport», que habían traído de Inglaterra los bilbaínos estudiantes en los colegios católicos de Manchester y que revalidaban las tripulaciones de los barcos británicos que recalaban en la capital vizcaína procedentes del Reino Unido.

Lo dicho, el fútbol entró en Bilbao por la vena fluvial del Nervión. Ora traído por los estudiantes de regreso al «bocho», ora por la marinería inglesa, que luego sería la encargada de suministrar esos enormes pelotones de cuero, los policromos uniformes y unas botas terroríficas con la suelas llenas de «pinchos», unas punteras redondeadas y con una consistencia que parecía forrar una chapa curva, y una banda de recio cuero sobre el empeine.

Naturalmente, los límites del gimnasio no alcanzaban las dimensiones reglamentarias mínimas que marcaba la ya famosa International Board. Había que salir al aire libre. Y las campas en las que el balón pudiera sentirse en libertad para el juego no eran escasas en los alrededores.

Pero había una… ¡Qué maravilla!… En la margen derecha del Nervión. Junto a la fábrica de electricidad, hacia Las Arenas, cerca de la vía del tren, que discurría por su parte derecha… Se llamaba Lamiaco… Pero ¡qué lejos! … A unos ocho kilómetros del centro. Allí, ya jugaban, los domingos por la mañana, los del Bilbao F.C.. Todo era cuestión de ponerse de acuerdo. Y se pusieron. Además, los del Bilbao les confiaron su secreto: «Había que ir en el tren». «Sí, era un ahorro de tiempo y energía, pero luego había que volver andando los dos kilómetros desde Las Arenas a la campa». «No, no. Los maquinistas están de nuestra parte… Al llegar a la altura de Lamiaco tocan el silbato de la locomotora, modelo 1890, para avisarnos, y reducen la marcha a fin de que podamos descolgarnos sin peligro…». Realmente no había excesivo riesgo, habida cuenta que aquel humeante caballo de hierro, de desgarrado pitido, tenía una velocidad de crucero de 15 kilómetros por hora.

Con el señor Astorquia iniciaron la aventura D. Alejandro Acha, D. Enrique Goiri, D. Luis Márquez, D. Eduardo Montejo, D. Fernando Iraolagoitia y D. Pedro Iraolagoitia.

El grupo ya tenía campo, lo que no tenía era equipo, club, nombre ni colores. Eso sí, pelotones tenían tres… que eso era lo importante para correr por la campa.

Y de esos problemas trataban en la diaria tertulia del café García, en la Gran Vía número 38. Al ver que la competencia se constituía en sociedad deportiva decidieron tocar a rebato entre los que iban a Lamiaco, que ya eran casi multitud, para primeros de febrero de ese 1901 en el propio café García. Se nombró una Comisión integrada por D. Juan Astorquia, D. José María Barquín y D. Enrique Goiri, para que redactara unos estatutos y legalizar la sociedad. En otra reunión universal, en el mismo café, y el 11 de junio, se leyeron los estatutos, se aprobaron, y nombraron Junta directiva. La integraban D. Luis Márquez, presidente; D. Francisco Íñiguez, vicepresidente; D. José María Barquín, tesorero contador; D. Enrique Goiri, secretario; y, como vocales, D. Alejandro Acha, D. Amado Arana, D. Luis Silva y D. Fernando Iraolagoitia.

El 28 de agosto presentó el señor Márquez sus Estatutos al Gobierno Civil para su aprobación. Y el 5 de septiembre, con los Estatutos aprobados por el gobernador, señor Echanove, en Asamblea definitiva, en el mismo café García, quedó ya constituida una Sociedad para el fomento de los deportes «athléticos» y en especial el conocido como «foot-ball», con el nombre de Athletic Club.

Una sociedad que bien podía tildarse de limitada: eran 33 aficionados pioneros que constituían la totalidad de los aspirantes a jugar en los equipos de la Sociedad. De momento se nombró capitán del primer equipo a D. Juan Astorquia y del segundo a D. Alfredo Mills[1] . Y se estableció la cuota mensual en 2,50 pesetas.

Junto al nombre, el uniforme, ya que hasta entonces había jugado cada uno a su aire y mayoritariamente con camisa blanca. Pues bien se estableció la uniformidad de camisa, mitad blanca, mitad azul, en vertical, y pantalón azul. Y que no faltaran los fantasiosos «cap» de terciopelo, con su viserilla… Estrenaron  «tenue au complet», que decía un cronista de sociedad, el 20 de enero de 1902.

Uno de los primeros acuerdos fue la de alquilar, en unión del Bilbao F.C., la campa de Lamiaco. Los propietarios, señores D. Enrique Aguirre y D. Ramón Coste, pidieron un alquiler de 200 pesetas anuales. ¡Un Perú para aquellos jóvenes…! Pero lo alquilaron.

Los «goales», como  se llamaba en aquel tiempo a las porterías, desarmados, se guardaban en la caseta de uno de los guardas de la fábrica de electricidad. Entraba en el precio del alquiler.

Huelga decir que en Lamiaco no pagaba nadie. Poco a poco, en los trenes «afines», iban llenándose los vagones con chavales y menos niños que iban a ver el juego y que, en cuanto frenaba el tren, se descolgaban  por las puertas de la parte izquierda y … a galope tendido por la campa para, tras cruzar el vetusto puentecillo, colocarse en los lugares más apetecidos. Y lo que primero se «llenaba» era la banda que daba a Las Arenas. ¡Las bandas…! Huelga decir que eran rebasadas por los mirones y se formaban unas «barrigas», de amplio radio, a lo largo de ellas y dependiendo de por donde se movía el balón. Los «linesmen» tenían que ir empujando materialmente a los de «la primera fila» para correr la banda.  Cuando el balón discurría por uno de los «corners» la panza de esa banda alcanzaba su momento de máxima flexión: hasta casi el área de la otra portería. Y durante el descanso, una nube de chicos y menos chicos invadían el «rectángulo», con su balón, y emulaban lo que acababan de ver. Costaba Dios y ayuda, y mucho pulmón por parte del «referee», el desalojarlos para jugar el segundo tiempo.

En enero de 1902 se valló (?) Lamiaco. En realidad fue una alambrada -con alambre de espino, colocado para acotar la campa con ocasión de celebrar un concurso hípico o de tiro al pichón- y se puso una garita, justo en el centro de la frenada del tren, para la venta de entradas. El tren llegó a tener allí una «parada instantánea» que no constaba en las guías, porque empezaba a ser frecuente el que los espectadores llegaran al millar o los dos millares. Sólo sacaban entrada algunos de los mayores. Los demás pasaban por entre las dos filas de alambres, que en algunos puntos llegaron a tener unas panzas indicadoras de los lugares de detención de las escalerillas de los vagones. La primera vez que se cobró, o se intentó cobrar la entrada fue el 19 de ese enero con ocasión de un desquite entre los más acreditados rivales y coarrendatarios de la campa: Bilbao y Athletic.

Y Lamiaco fue testigo del nacimiento del Bizcaya -reunión del Bilbao y el Athletic-; con su camisa azul y el pantalón blanco. Y cuando llegó el Burdigala de Burdeos, el 31 de marzo, el lleno fue apoteósico: tres mil espectadores. Para la ocasión, debut internacional de Lamiaco, y para la parte más respetable de la asistencia, se alquilaron sillas llevadas desde la Real y Santa Casa de la Misericordia, que llevaba construida, frente a la campa de San Mamés, desde 1872, fecha en la que abandonó su ubicación en la calle Sendeja, en pleno corazón del Bilbao de entonces y en donde se había asentado en 1774. Que claro, tales sillas, se colocaron del lado de Las Arenas, de espaldas a la mar, para desesperación de los habituales de tal localidad. En ese bautizo internacional de la campa, los franceses se fueron con las orejas calientes: 7-0.

El experimento del Team Bizcaya y su éxito en la Copa del Ayuntamiento de Madrid -la mal llamada Copa de la Coronación, de 1902; y, luego, peor asimilada como Campeonato de España, porque este nombre designa oficialmente el torneo en el que se disputa una copa donada por el Jefe del Estado, y ésa de 1902 la donó D. Alberto Aguilera, alcalde de Madrid- llevó ineluctablemente a la inmersión del Bilbao en el Athletic, que el 29 de marzo, en magna Asamblea quedó acordada unánimemente por parte de los socios y directivos de ambas sociedades.

Como hito de Lamiaco puede consignarse la goleada de 10-1 obtenida sobre el Barcelona en su primera visita a esta campa.

Junto a ese hito de gloria de Lamiaco hay que consignar el hondón de pánico cuando el Ayuntamiento de Lejona, al cual pertenecía la campa, decidió un impuesto a tanto alzado por partido. Fue inútil la visita de los directivos señores D. Ramón de Aras Jáuregui y D. Roberto Mendiguren a la Diputación. El impuesto quedó establecido. La «protección» al deporte, por parte de los políticos, empezaba… Era noviembre de 1910.

Quizá por la broma de los impuestos o acaso porque Lamiaco parecía muy lejano, pese a que el ferrocarril había establecido una parada discrecional en la entrada del campo, lo cierto es que la directiva del Athletic empezó sus gestiones para llevar su campo al propio Bilbao. Era el segundo intento de  buscar campo nuevo. Pero las gestiones cerca del Ayuntamiento para que les cediera los terrenos del antiguo campo de aviación, que había estado en la prolongación de la Gran Vía, y que todavía conservaba sus tribunas, figuraban como zona ajardinada en la Ordenanza municipal y les fue denegado.

Pero, eso sí, consolaron la pena con el fichaje del primer entrenador profesional. Era un inglés, «mister» Shepherd, quien, según D. José María Mateos, de fútbol sabía poquito, pero de tomar café con leche… ¡por hectólitros!

Pero el destino de Lamiaco, su final como sede del juego «athlético», estaba ya sentenciado.

Nuevas gestiones con el Ayuntamiento, para la cesión del ferial de Basurto, al final de lo que se proyectaba como Gran Avenida, pero tampoco accedieron los munícipes a tal instalación deportiva que les cerraría ese previsto ensanche…

El estreno del uniforme definitivo, camiseta rojiblanca, cerrada con cordones al cuello, y pantalón blanco, se efectuó fuera de Lamiaco; fue en  otro campo no menos histórico en el fútbol español: Amute, en Irún, y contra su titular Sporting de Irún; lo perdió el Athletic por 2-0. Fue el 9 de enero de 1910.

El por qué la camiseta rojiblanca se trocó en camisa y el albo calzón, en negro, habrá quedado en algún acta que la papirofobia hispana y la piromanía nacional de los documentos «viejos» enviaron al limbo del trapero o al infierno de la caldera de la calefacción, o se lo llevaron las aguas… Porque ¿qué club peninsular no ha tenido un par de inundaciones, algún que otro incendio, media docena de mudanzas en las que o se mojaron, o se chamuscaron o se perdieron docenas de cartapacios amorosamente liados con un balduque ya blancuzco por el paso del tiempo?

Hay que insistir en lo de la «camisa», ya olvidado. ¡Había que ver la giba de «Lorito» cuando corría la banda a unas velocidades que él mismo ignoraba que se llamaban supersónicas y que hacía que el viento hinchara su camisa como un globo! ¿Que quién era «Lorito»?. Pues el mismo al que el periodista madrileño señor Rienzi apellidó, al verle pasar como una exhalación ante su localidad, como «bala roja»; esto es, Gorostiza.

Como colofón a este antecedente de San Mamés, reproducir un artículo de José María Hernani titulado «Un recuerdo de Lamiaco». Decía el redactor de «Excelsius», en 1933:

«Si existen lugares deportivos históricos, puede perfectamente llevar este nombre el campo de Lamiaco.

«Leyendo días pasados que existe un proyecto de convertirlo  en una especie de estadio o templo de los deportes al aire libre, nos alegrábamos intensamente de esta idea, porque siempre hemos temido que  cualquier día se pudieran plantar berzas sobre su magnífico suelo, el mejor que hemos conocido en cuanto a calidad del terreno para la práctica del «sport».

«Lamiaco, por ser la cuna del fútbol bilbaíno, donde se desarrollaron los primeros balbuceos del juego inglés, debiera perdurar como campo dedicado a la práctica deportiva, e incluso, en cualquier rincón del mismo, se debería colocar una placa que recordase que sobre aquel suelo se inició y cimentó el fútbol vizcaíno, que tanta gloria y tantísimos triunfos ha dado a  nuestro pueblo.

«Como se honra a un hombre ilustre estableciendo un recordatorio en la casa en donde vio la luz primera, así debe también honrarse la cuna del deporte que tiene acaparado el interés y la afición de toda la península.

«Nosotros, aficionados viejos, recordamos tenuemente aquellos primeros tiempos de Amann, de Ansoleaga, de García, de Davies, de Martínez, de Linnoe y de tantos otros que iniciaron en Vizcaya la afición al fútbol.

«También recordamos perfectamente, como un detalle que se nos quedó grabado en la imaginación, la figura del difunto Acha, el goalkeeper, férreo, hercúleo,  que sujetaba sus muñecas y aprisionaba sus brazos con cadenas, para ponerlos en tensión.

«Tocados con sus gorrillas o solideos de colores y vestidos con aquellos uniformes blanquiazules, desteñidos, que jamás se lavaban, como no fuera con la  lluvia que les caía encima  de vez en cuando.

«No es extraño que la fama de sucios les acompañara por donde iban  a nuestros primeros futbolistas. ¡Quién iba a lavar aquello, si apenas había para sufragar el viaje a Lamiaco!.

«Bastante mérito tenían aquellos muchachos que se equipaban totalmente de su bolsillo particular e incluso  costeaban los desplazamientos. ¡Para lavanderas estaban!

«Lamiaco, con su  clásica caseta-vestuario, que perduró muchísimos años, siempre en igual forma, sin la más mínima variación.

«Con sus clavos roñados para colgar las ropas y sus innumerables microbios que por allí pululaban y que no morían ni en verano ni en invierno. Microbios invulnerables a los que había que temer por su pegajosidad extraordinaria.

«Por aquella caseta pasaron generaciones de futbolistas, y allí se desarrollaron infinitas alegrías y también grandes tristezas y pesadumbres.

«El señoritismo invadió un día el campo de Lamiaco, y donde durante muchos años sólo pisaban las botas de tacos o las alpargatas de los lejonatarras, pues sus pies eran más fuertes que los tacos y que todos los cueros, se trocaron por las pisadas  de los zapatos de hierro de los caballos «pur sang» para entretenimiento de los polistas. Algo así como si fuese un sacrilegio.

«Lamiaco, con su puente rústico que parecía atacado de tuberculosis, colocado allí para pasar su riachuelo, vio, como decimos,  desarrollarse sobre su césped todos los comienzos del fútbol vizcaíno.

«Allí se celebraban esos primeros partidos con el Burdigala, con el Universitary catalán, equipo que desapareció hace muchos años; con el Barcelona de sus comienzos, a quien solían propinar de ordinario estrepitosas derrotas.

«En Lamiaco también tuvo lugar, hace cerca de treinta años, una especie de campeonato de Vizcaya, cuando todavía no había organización federativa, ni apenas reglamentaciones. El partido final lo jugaron el Iberia, en el que figuraba Secundino Zuazo, contra el «The Rival», del Colegio de Santiago Apóstol, con  sus Basilio Larrea, Arteche, jugadores con buenos conocimientos futbolísticos. Tras un «match» emocionante, disputado encarnizadamente, triunfó el Iberia por la mínima diferencia.

«El colegio de Santiago Apóstol de Bilbao siempre ha sido un vivero de buenos jugadores de fútbol. De él salieron, entre otros, Luis Iceta, el capitán athlético durante varios años; el gran delantero centro Seve Zuazo, Zuluaga, Lamana, Hormaza y tantos otros que más tarde fortalecieron  los grandes equipos.

«En Lamiaco se solía celebrar, igualmente en sus primitivos  tiempos, un campeonato que se llamaba Copa Athletic, en el que tomaban parte todos los equipos que bullían entonces en Vizcaya.

«El Portugalete Deportivo, el Arenas, -antes de pasar a la primera categoría-, «Los Indians», el Arrapacenbasaitu, compuesto por muchachotes de Lejona que arreaban leña de gana; el Ariñ Ariñ, el Chataldija, que lo formaban los estudiantes de ingenieros, entre los que figuraban  Adarraga, el gallego Castro, Rezola, etc.

«Aquellos Campeonatos se jugaban con todo ardor y hasta con ensañamiento por lograr el trofeo o las medallas destinadas  para premios.

«Las espinillas debían ir bien defendidas, pues existía mucha predilección por acariciarlas de parte de bastantes jugadores. En este particular se distinguía un medio centro, que conocimos en «Los Indians», a quien llamaban Mahoma, escaso de vista, pero que soltaba los remos a todos los vientos con la desenvoltura de una bayadera. Rara era la vez que en su encuentro con el balón no cogía al mismo tiempo carne humana.

«El último año que se celebró el campeonato de la copa Athletic lo ganó el Arenas, pasando, precisamente aquel mismo año a la primera categoría, o sea  a la que podían participar en el campeonato formal.

«Del equipo formaban parte Ramón Hurtado, Hormaechea, José Mari Peña y otros nombres prestigiosos que dieron después tantas victorias al equipo arenero. En aquel campeonato actuó con la máxima eficacia  la guadaña de Ramón Hurtado, atrozmente peligrosa, sobre todo cuando hacía el «spatandantzari» tirando las piernas al aire al mismo tiempo que cerraba los ojos para no ver los destrozos que causaba.

«A pesar del tiempo, parece que el recuerdo de la historia de Lamiaco ha sido respetado por sus propietarios como si temieran profanar aquel suelo que vio los albores del fútbol vizcaíno.

«Cada vez que pasamos por el ferrocarril eléctrico como si ejerciera una sugestión sobre nosotros, no podemos por menos de contemplarlo para cerciorarnos que todavía existe, que manos criminales aún no lo han labrado dejando intacta la magnífica  sábana verdosa.

«Por eso quisiéramos que el proyecto  de hacer de Lamiaco un estadio para la práctica de diversos deportes se convirtiera pronto en hermosa realidad. Lamiaco merece que se le respete como se respetan y veneran las canas  de un anciano que nos es querido».

No cabe duda que el punto de vista del cronista era puramente futbolístico y un tanto despectivo hacia otras cartas de nobleza deportiva de la campa de entre ríos – Gobelas y Nervión- o entre vías de comunicación -carretera de Bilbao a Algorta y el mencionado ferrocarril, luego electrificado y con apeadero propio, Lamiaco, de Bilbao a Las Arenas- y de las cuales la hípica tiene un papel tan importante como el fútbol.

Se ha hablado del cercado de alambre de espino… Pues se puso, por vez primera, el 18 de septiembre de 1887, fecha en la que se inauguraron en Lamiaco las carreras de caballos. La pista tenía 750 metros.

Por cierto, según las crónicas, tal inauguración no fue precisamente un éxito de taquilla. Y no por falta de afición de los bilbaínos a los caballos ni ¡a las apuestas!, sino por fatalidades del destino. Aquel día y a la misma hora, en el Abra, hacía una demostración de maniobras y tiro el famoso cazatorpedos «Destructor»… que aquel día y a la misma hora, la Corte Real en pleno hacía una visita a las fábricas «La Mudela» y «La Vizcaya»… que aquel día y a la misma hora, en el frontón Abando se jugaba el esperado partido de pelota a chistera entre Elícegui y Eustaquio Brau contra Baltasar y Mardura… que aquel día y a la misma hora, desde la carretera se veía perfectamente el desarrollo de las carreras, y que lo que se ve gratis no hay que pagarlo.

Las anunciadas cinco carreras quedaron reducidas a cuatro por la no llegada a tiempo de los caballos anunciados para una de ellas. La primera carrera (2.500 m.), con cuatro caballos en liza, fue ganada por «Linda» de D. Ramón de Coste, montada por Levisson. Premio: 200 pts. La segunda (3.000 m.), la ganó «Lucero» de D. Eugenio Solano, montado por De la Torre. Premio: 250 pts. La tercera (3000 m.) fue vencida por «Nicot», de D. Benigno Chávarri, montado por el ya mencionado D. Augusto Levisson. Premio: 500 pts. Y la última (2.500 m.) vio el triunfo de «Pío», de D. Tomás de Goicoechea, montado por su hermano Galo. Premio: 200 pts.

Muy luego, cuando ya el campo de San Mamés hacía historia, se instaló allí el Polo Club de Lamiaco, presidido por D. José Luis de Aznar, y que, bajo la dirección del conde de Villalonga, fue inaugurado el 12 de agosto de 1928. En la ocasión inaugural iban a contender el equipo de la Magdalena, integrado por el Rey D. Alfonso XIII, el marqués de Villabrágima, el duque de Lecera y el marqués de Portago, y el equipo del Polo Club de Lamiaco formado por los señores D. Rafael Echevarrieta, D. José Urízar, D. José Luis de Aznar y D. Luis Lezama Leguizamón.

Al margen de los caballos pura sangre y el tiro de pichón, quien haga historia del Arenas de Guecho tendrá que empezar, también, por la campa de Lamiaco.

Y es que fue mucha campa esta campa.


    [1] D. Alfred Mills fue el primer inglés de las alineaciones del Athletic. Jugaba de defensa. Como otros varios ingleses del club se quedó de por vida en Bilbao. Según D. Francisco González de Ubieta, en su libro sobre el Athletic, Alfredo -nadie le llamó jamás Alfred en Bilbao-, nunca acabó de aprender el español, como otros muchos extranjeros que han pasado por el fútbol hispano. Al señor Mills -recuerda Ubieta- le era más fácil decir «déme una turbina» que «déme una tribuna». La presencia de ingleses en los clubs vizcaínos era debida a la cantidad de británicos empleados en las firmas inglesas -la del Cable era la más famosa- de las industrias bilbaínas. Normalmente esas empresas, de por sí, o reunidas tenían su equipo de «foot-ball».




Terrenos de juego en Bilbao (I): Campa de los Ingleses

La Campa de los Ingleses… ¡Ah, la Campa de los Ingleses!… En ese tono evocativo es como se oye este nombre. Como si quien lo cuenta tuviera una conciencia plena de lo que dice. O, al menos, asumiera completamente su significado. Y cuando se espera que el evocador diga algo más, repite «¡Ah, la Campa de los Ingleses…!». Y sanseacabó.

Pero aparecerá otro alguien que al decirle lo de la Campa de los Ingleses dará otro lamento nostálgico: «¡Ah, sí, la  Campa de Averly…!»…

Pero ni un solo alzar las cejas, entrecerrar los ojos o formar un círculo con los labios si alguien dice que recuerda la campa de Las Vegas. De Las Vegas de Santa Eufemia, para ser precisos.

Sin embargo esto último tiene un sentido, una materialidad, una respuesta concreta. Estaba situada junto a lo que después sería Neguri. Entre el ferrocarril de Portugalete y la fábrica de la Compañía de Maderas. Un prado jugoso cuya calidad de pasto la confirmaba la presencia de numerosas vacas. Pastaban y dejaban la campa llena de recuerdos digestivos. Su dueño, el de la campa, era D. Miguel Vitoria, quien alquilaba su hierba ora para las vacas, ora para que la ocuparan los colegiales los jueves por la tarde. Más difícil era cobrar el alquiler los domingos, cuando sobre el prado se desparramaban cientos de pateadores de cuero, cuya primera escuela de regate era la de evitar las plastas vacunas, y la primera prueba de correr por las bandas era la de huir del guarda que pretendía cobrarle a alguien esa ocupación ilegal de una propiedad privada, o, en su defecto, quedarse con el balón. Y menos mal que los domingos no estaban las vacas, por lo que no había peligro que alguno de aquellos chaveas sintiera una súbita y más genética vocación de Cúchares, que esa nueva fiebre británica de los «goals», los «offsides», los «penaltys»… Aunque, bien visto, también perdían la ocasión de enfrentarse, en «dribling», a ese defensa de ojos blandos y cuerna abierta y dura que recordaba al insalvable pecoso del «11 HP», acreditado «back» rompehuesos de vuelo rasante.

Todos los jueves por la tarde aparecían los alumnos de los colegios de la Doctrina Cristiana (La Salle), Escolapios  y Jesuítas, además de algunos otros de menor entidad en el panorama de la enseñanza de la Villa. Partidos entre Colegios, entre clases, entre grupos… Y los domingos, esos mismos escolares acudían a jugar o a ver jugar. Todo en sesión continua y, como en los acreditados circos alemanes, en varias pistas simultáneas. Unos, con el llamado «balón reglamentario»; otros, con pelotones de goma, o de menores dimensiones, o de pelotas de variados diámetros. Las porterías estaban formadas por dos montones de ropas, libros y carteras.

La caseta del guardagujas del ferrocarril de Portugalete era un buen refugio para las ropas en días de lluvia o para evitar que algún avispado cambiara de abrigo llevándose el palo izquierdo en vez del derecho, que era en donde había dejado sus prendas. Y tal casilla pronto se convirtió en tienda en la que se encontraban toda clase de repuestos de uniformidad, desde balones nuevos, ya hinchados, a parches para arreglar pinchazos, desde camisetas de varios colores y listados, a botas, alpargatas, calcetines, calzones, tobilleras… Un mercadillo en el que «el cliente serio» podía adquirir lo que necesitara en plazos semanales.

 Allí los había de todas las edades y de todos los pelajes. Y cada uno a su aire. Y con indumentarias tan variadas como su procedencia. Unos, con botas recién salidas de la garita del ferroviario, otros con alpargatas; estos, con los zapatos del colegio; aquellos, con las botas de agua de media caña… Y los temerosos de la bronca o el coscorrón materno, descalzos.

Solamente en muy escasos instantes de su trayectoria deportiva, la campa de  la Vega de Santa Eufemia albergó algo más que aquella turbamulta de los domingos por la mañana, o la parcelada pero disciplinada de los escolares jueves por la tarde, o equipos «serios». Con la seriedad que indica nombres tan pintorescos como el mencionado «11 HP», o Hispania, Once Llavines… y esporádicas y contadas apariciones de aquel embrión de Athletic en sus primeras salidas del Gimnasio Zamacois.

Si ésta es la dimensión real y futbolística de la campa de la Vega de Santa Eufemia, ¿por qué su recuerdo, dejado en forma de pequeñas flores secas en rancias páginas de Historia o en entrecortadas frases susurradas en conversaciones llenas de nostalgias desdibujadas?

Sencillamente porque eran flores de infancia ya ida. Cientos de bilbaínos habían jugado allí, bien en los jueves colegiales, bien en los domingos anárquicos. Acaso aquella fuera su única experiencia futbolística en toda su vida. Pero era una experiencia avalada por el hecho de que entre aquellos innominados chavales se fueron perfilando después -¡ay, después!- los que formaron la tercera generación de jugadores del Athletic. La de Pichichi, para ser más exactos y centrar el momento. Y eso avaló los jueves y los domingos de la campa de la Vega de Santa Eufemia. Pichichi había sido uno de los que sorteó los montones de caca vacuna; uno de los que corrió ante el guarda; uno de los que «negoció» unas espinilleras con el guardagujas o dejó con la boca abierta unos zapatos de domingo recién estrenados… Ese recuerdo, que por juvenil tenía un aroma tan evanescente como el del tabaco de pipa, adquiría cartas de nobleza, densidad, cuerpo al asociarlo a los que luego serían campeones de España, y casi campeones olímpicos. Ello bastaba para dejar caer el monóculo al mencionarla. Anteponer el «oooh», así, alargado.

Y todo ello ha conformado una leyenda paralela a la realidad tangible.

¿Y por qué en vez de echar los vocativos por delante de la campa de la Vega de Santa Eufemia, los echaron, muchos, ante la Campa de los Ingleses y otros, muchos menos, ante la Campa de Averly?.

Ahí está ese misterio que siempre avala cualquier leyenda. ¿De dónde salió el «apodo» de Campa de los Ingleses? Nadie lo ha explicado. Posiblemente -y hay que moverse en el terreno de las hipótesis- porque los primeros que se lanzaron al prado de la Vega de Santa Eufemia fueron aquellos ingleses de las empresas bilbaínas o los marineros británicos que corrían detrás de un balón en las horas que pisaban tierra junto a la Ría. Allí organizaron sus partidos. Y los sucesores, los estudiantes manchesterianos, para entenderse, dijeron que jugaban en la misma campa en la que lo hacían los ingleses… En la Campa de los Ingleses, para abreviar.

¿Y lo de Averly? Pues hay que echarle literatura a la cuestión porque ahí sí que no hay ninguna huella apreciable. Ni con paciencia de apache, que según Karl May eran los mejores rastreadores del Oeste, se puede encontrar ni una hierba movida, ni un resto de vaca que avale el Averly. ¿Acaso alguno de aquellos equipos ingleses, el más conocido, el mejor, el más apreciado se llamaba Averly?. ¿Quizá entre los que allí jugaban había uno que despertaba la admiración de la chavalería circundante y boquiabierta que decía que iba a jugar en donde jugaba Averly?

Pues bien, la importancia misma de la Vega de Santa Eufemia como pariente remoto de San Mamés, es mínima. La campa de Lamiaco avala, élla, a la primera y segunda generación de «athléticos»; pero son los miembros de la tercera generación, más conocida por todos, por la simple circunstancia de que el fútbol español estaba ya más hecho, la que ha avalado la Campa de los Ingleses, la Campa de Averly, la campa de la Vega de Santa Eufemia. Sin la «quinta» de Pichichi nadie hubiera podido ponerse dulce diciendo «¡Oooh, la Campa de los Ingleses!».

Nota de José Ignacio Corcuera: La Campa de los Ingleses, sita en lo que hoy es el muelle del museo Guggenheim, o más concretamente entre el edificio y el Puente de Deusto, era hace cien años el lugar en el que estaba el puerto de Bilbao. Muchos buques procedían de la Gran Bretaña y, como es natural, a veces sus marineros fallecían en nuestro suelo. Los enterraban en la campa vecina y puesto que los cementerios protestantes carecen de panteones y hasta de lápidas, nunca dejó de tener aspecto de campa. Los bilbaínos acabaron denominándola Campa de los Ingleses, porque quienes allí yacían procedían de aquel país. La proximidad al puerto de estiba de esa pradera hizo de ella campo de fútbol improvisado en los matches que el primitivo Athletic, al igual que el Bilbao, dirimían contra equipos de marineros británicos.

 




Biblioteca Martialay: Ponencistas y Antiponencistas (Primera Parte)

En la vida de todos los organismos, como en la de cualquier cosa viva, se producen momentos de tensión con altibajos y esguinces. Creo que el primer gran momento crucial de la vida federativa -al margen de sus iniciales tormentas y balbuceos, más de nacimiento accidentado que de existencia plena- fue el que se puede resumir como «Maximalistas y Minimalistas».
Hay que recordar, simplemente, cómo el fútbol español se dividió en dos bandos cuyo enfrentamiento estuvo a punto de producir una escisión. Ora por parte de los minoritarios en número, que se dieron el nombre de Unión Española de Clubs Profesionales de Fútbol, ora por parte de los que constituían la mayoría en número pero no en historial ni importancia en aquellos momentos.
Salvada aquella grave enfermedad y consolidado -al menos aparentemente- el profesionalismo, el fútbol español no tomaba la altura prevista por los creadores de la Liga.
Ésta, nacida en 1929, había ido perdiendo interés hasta que, al llegar el final de la temporada 1932-33, habían saltado las señales de alarma.

Las causas que señalaban los analistas eran:
a) Había sido un error la implantación del profesionalismo. Al menos había resultado prematura.
1: Significó la ruina de muchos de los equipos más históricos.
2: Había metido en un callejón sin salida a la mayoría de los equipos de Primera División. Y prácticamente a todos los de Segunda.
b) La diferencia de calidad de los equipos participantes en la Primera Liga hacía que los aficionados solamente consideraran de auténtica Primera División al Athletic Club de Bilbao, al F.C. Barcelona y al Madrid F.C.
c) Los partidos de los comparsas no llamaban al público y las taquillas eran paupérrimas. El Athletic Club de Bilbao, según declaraba la Federación Vizcaína, sólo había conseguido llenar San Mamés con ocasión de los partidos con el Madrid; el Donostia había tenido pérdidas, en esa temporada, valoradas en 200.000 pesetas; el Deportivo Alavés se veía abocado a la desaparición, etc.
d) Las cosechas de jugadores no eran, en números absolutos, malas lo que ocurría era que había demasiados patrones de pesca oteando los caladeros. Y las Federaciones que los albergaban se lamentaban, no sólo de que las despojaran de lo mejor que surgía, sino, además, de que adquirían jugadores sin hacer que, en demasiadas ocasiones, fracasaban al ser desarraigados prematuramente de su entorno, al emplearlos en lances superiores a sus fuerzas y formación, exigirles demasiado mirando más lo que habían costado que su entidad real y todo ello excesivamente deprisa. De aquí que los casos de fracasos o decepciones, tanto de las sociedades como de los aficionados, fueran anormalmente numerosos. Así, muchos que podrían haber sido excelentes jugadores, se agotaban, no sólo como futbolistas sino como personas. Unos y otros perdidos por no haberles dejado granar en el semillero. La evidencia de la desigualdad forzaba a muchos clubes a tomar unas decisiones, principalmente en adquisición de jugadores, que les metían en el callejón sin salida de la ruina, al querer vivir por encima de sus posibilidades con resultados deportivos que no podían emular los de los grandes.

– Las cuentas de cada cual.
Las mismas voces, provenientes principalmente de la vieja guardia de la Unión Española de Clubs de Fútbol Profesional – para entendernos, los antiguos Minimalistas – se levantaban para reafirmarse en sus añejos criterios selectivos. ¡Ya lo avisaron! ¡Eran demasiados equipos en la élite! ¡Los ocho equipos pensados en principio era el número óptimo! El resto significaba desinterés del aficionado a la hora de pasar por taquilla o de sacar sus carnets de socio, empobrecimiento en la calidad del juego exhibido, perjuicio para los propios futbolistas profesionales, endeudamiento de las sociedades…
Esa era una de las opiniones que pesaban en el seno de parte de los dirigentes del fútbol español al término de la temporada 1932-33. Pero no la única.
Porque los que aspiraban a más, arremetían contra los de la Unión Española de Clubs porque estimaban que ésta era una fachada sin edificio detrás, un simple forillo sin representación en el que se amparaban unos clubes cuya historia no negaban pero que su presente estaba allí, a la vista de todos: sin entidad, sin fuerza, sin sitio. ¿No era el Europa uno de ellos? Desaparecido. ¿Y el Unión de Irún? En Segunda. ¿Y el Donostia? Poco más o menos ¿Y el Arenas? Braceando para no hundirse…

Para situar ese final de temporada hay que decir que las competiciones estaban así estructuradas:
Primera División: 10 equipos.
Se había proclamado Campeón el Madrid F.C. Descendía, por clasificarse en el puesto 10°, el Club Deportivo Alavés.
Segunda División: 10 equipos
Se había proclamado Campeón: Oviedo F.C.
Subía a Primera División ocupando el lugar del C. Deportivo Alavés Descendía: C. D. Castellón Tercera División: 32 equipos
Campeón: C. D. Sabadell F.C.
Subía a Segunda División ocupando el puesto del C. D. Castellón.
Estos eran los datos tras haber descrito el ambiente en el panorama futbolístico español de fines de temporada.




Biblioteca Martialay: Gamborena, el gran amateur

Gamborena01Hay palabras que dejan de tener significado por el simple hecho de que el objeto a que se refieren desaparece de la vida de los humanos. Un drama rural narrado por un escritor del siglo XIX, en el que los útiles de labranza tienen un protagonismo relevante, será apenas inteligible por un adolescente de hoy. No sabe qué son esas cosas que manejan los protagonistas. Será como una ciencia-ficción del pasado…

Creo que en unos momentos en los que todo el deporte quedaría en la cuneta, si se le aplicaran los códigos del barón de Coubertin, hablar de un amateur puede resultar un anacronismo y, desde luego, una ordinariez. ¿Qué es un amateur?, preguntará un alevín que está adscrito a un club que paga todos sus gastos y le da un dinero para que pueda divertirse con sus compañeros.

Había que decirle una sola palabra: Gamborena.

Francisco “Pachi” Gamborena Hernandorena nació en Irún (Guipúzcoa) el 14 de marzo de 1901. Murió en San Sebastián el 20 de julio de 1982. Era uno de los hijos del carnicero Ignacio, que tenía su establecimiento en la calle Aranzazu. Comenzó a jugar al fútbol en la temporada 1914-15 en el Hispania de Irún. En 1918-19 pasó al Real Unión de Irún, uno de los equipos más grandes de toda la historia del fútbol español. Llevar el timón de  un equipo tan grande exigía ser el mejor. Gamborena lo era. El mejor medio centro del fútbol español. A mi manera de ver, ninguno, por muchos nombres ilustres que se echen en el tablero, le superó. Pequeño de talla, cuando se colocaba en el campo se transformaba en un gigante que parecía tener imán sobre el balón. Durante doce años y a lo largo de 20 partidos internacionales fue el eje de la Selección de España.  Lo que hoy, al ritmo con el que se juega, significaría haber pasado de los cien entorchados. Desde 1921 a 1933 figuró en el equipo nacional.

Al margen del fútbol, que era su hobby, era un simple mozo arrumbador de la Agencia de Aduanas “Viuda de Camón”, lo que le proporcionada entre 60 y 80 céntimos de Euro al mes, según trabajo. Al morir su hermano mayor, Clemente, pasó a llevar la carnicería paterna.

Campeón de España en 1924 y 1927. Internacional, como se ha dicho. Prendas que hacían que cada fin de temporada cayera sobre Irún una nube de “patrones de pesca (hoy directores deportivos, o intermediarios) ofreciéndole lo que pidiera. El Barcelona le propuso la firma de la ficha a cambio de dos establecimientos de carnicería en pleno centro de Barcelona y con  una numerosa clientela asegurada. El Athletic de Bilbao, el Madrid, el Español de Barcelona… A todos les contestó lo mismo: el fútbol era una afición, un placer, no un oficio. Seguía siendo “amateur”, siguió jugando en el Real Unión de Irún hasta que, con 34 años, una afección reumática le obligó a retirarse.

La Federación Española, sabedora de que su situación económica no era nada desahogada, pensó en darle un partido de homenaje que su trayectoria bien merecía.

Aprovechando que el seleccionador, Amadeo García Salazar,  proyectaba un partido de preselección decidió dedicar ese partido a Gamborena. España iba a jugar contra Checoslovaquia y Suiza, en estas naciones, después de haber perdido los otros dos partidos de la temporada en casa contra Austria, en Madrid, y Alemania en Barcelona.

Don Amadeo echó todas sus bazas en el Metropolitano. Lo más florido del fútbol español en esos momentos. La fecha fue el 14 de abril de 1936.

Gamborena02Jugaron:

ROJO: Blasco (Zamora); Zabalo, Aedo; Zubieta, Vega, Blanco; Vantolrá, Regueiro, Vergara, Lecue, Gorostiza.

AZUL: Zamora (Guillermo); Mardones, Quincoces; Gabilondo, Marculeta, Ipiña; Marín, Chacho, Elícegui, Herrerita y Emilín (el del Oviedo).

Ganó el equipo Rojo por 4-2. Los goles fueron así: 1-0 Vergara (16’); 2-0 Vantolrá (27’); 3-0 Vantolrá (27’); 3-1 Zabalo (p, p,; 48’); 3-2 Herrerita (50’); 4-2 Regueiro (60’).

El revés fue para Gamborena. Amaneció un día de lluvia. Y siguió “jarreando” durante todo el día. A la hora del partido, el Metropolitano era casi una laguna. Las gradas estaban prácticamente vacías. El entrenamiento resultó deficitario para la Federación. De beneficio para el jugador, nada.

Gamborena03Zamora lo dejó escrito en “YA”: “Nada pudo sacar económicamente el jugador, que sólo recoge un premio moral de los aplausos de los escasos espectadores que asistieron en una tarde infernal de lluvia y viento”.  El presidente federativo, García Durán, consoló a Gamborena prometiéndole otro partido de homenaje.

Después de la Guerra de 1936-39, Gamborena ejerció como entrenador: Deportivo Alavés, Zaragoza, Atlético de Tetuán, Oviedo… pero el maldito reuma le obligó a abandonar en 1948. Dejó la carnicería a su hijo mayor y se empleó en una agencia de aduanas, en las oficinas, claro.

De vez en cuando, algún periodista se acercaba a Irún y encontraba a un malhumorado Gamborena: “Me deben un partido de homenaje”, clamaba.

Cuando se celebraron las bodas de oro del Real Unión de Irún, en junio de 1966, el delegado nacional de Educación Física y Deportes, señor Elola, entregó al club una placa al Mérito Deportivo y un cheque de 50.000 pesetas para ayuda a las obras del histórico Gal.

Fueron unos actos muy brillantes, con un torneo que ganaron los iruneses con participación de Arenas de Guecho, Real Sociedad y Osasuna. También hubo entre los fastos un Athletic de Bilbao- Barcelona y un Real Madrid – Selección Vasca.

Al acontecimiento acudieron infinidad de viejos irundarras como Gamborena, Emery, Legarreta, Luis Regueiro, Lecuona, Echeveste, Carrasco, Amántegui…

Santiago Bernabéu, el día que jugó el Madrid, invitó a una comida, con sus jugadores, a todos esos veteranos gloriosos.

El presidente de la Federación, Benito Pico, aprovechó ese momento para entrevistarse con Gamborena. Sabedor de la deuda de 1936 le otorgó al veterano la medalla al Mérito Deportivo, le regaló un pasador de corbata de oro con el escudo federativo y un cheque de 25 mil pesetas. Gamborena agradeció todo, pero rechazó el talón bancario: “Yo soy amateur y por otro lado no admito limosnas. Ustedes me deben el partido que me prometieron”.

Murió Gamborena sin que hubiera ocasión de celebrar ese partido. Por otra parte, en aquellas calendas ya nadie sabía quien era Gamborena,  por lo que el beneficio hubiera sido tan escuálido como el de 1936.

Pero, aviso, si por las noches invernales, lluviosas y de ventarrón, se oyen por los pasillos de la Ciudad federativa de Las Rozas unas voces dirigidas a la tercera planta que repiten “Señor Villar ¿y de lo mío qué?”, no lo duden: es Gamborena que, desde el otro mundo, sigue erre que erre.

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Biblioteca Martialay: La contraprima de “El expreso de Irún”

Contraprima01Mal había ido para la Selección Española la temporada de 1932-33. Entonces no estaban inventados términos como los de “ansiedad”, “estrés” o “presión”, fuera ésta mediática o del “entorno”. Toda esa falta de rendimiento, ilusión y energía se le llamaba genéricamente “mandanga”.

La Selección tenía mandanga. El seleccionador –Mateos- iba de una teoría a otra sin encontrar el equipo ideal. El presidente de la Federación –entonces sin título Real- era un afamado abogado llamado Leopoldo García Durán, que creía firmemente en los valores morales del ser humano. Y el secretario general era Ricardo Cabot, un verdadero teórico de los reglamentos del que no se sabía decir si era pragmático porque era catalán o era catalán porque era pragmático.

Y como centro de gravedad de ese triángulo, la mandanga.

El triunfo ante un flojísimo Portugal en Vigo, la derrota ante una Francia de segunda fila y el empate ante Yugoslavia, es decir, tres actuaciones desangeladas y a un tran tran de mercancías hicieron que cada cual tomara sus medidas.

El presidente hizo llegar al hotel de concentración una especie de decálogo del internacional español cuyo punto tercero se refería muy exactamente a la mandanga. Decía: “Jugad desde el primer momento hasta el último con entusiasmo, unidos todos por el mismo ideal de victoria, y así la alcanzareis siempre. Cuando otra cosa suceda, que nunca pueda decirse que han fallado vuestro corazón y vuestro entusiasmo”.

El seleccionador se aseguró el concurso de jóvenes entusiastas como el delantero centro del Unión de Irún Antonio Elícegui, a quien la prensa apodaba “El expreso de Irún”, no se sabe si porque jugaba en el club fronterizo o porque dicho tren era lo más rápido que ofrecía el ferrocarril en España. Porque la verdad es que Elícegui era de Castejón (Navarra).

Y Cabot anunció que en vez de la rutinaria prima normal por partido ganado, establecía una nueva modalidad. Daría nada menos que diez duros por barba y por cada gol de diferencia que se obtuviera.

Bien es verdad que ninguno de los tres tenía una noción exacta de lo que podía dar de sí un rival desconocido: Bulgaria.

Ningún analista fue capaz de determinar la circunstancia del abultado tanteo conseguido sobre los búlgaros. Un tanteo que sigue siendo la plusmarca de la Selección nacional.

a)    Los búlgaros que, sobre ser unos aficionados de poca entidad, se ahogaron en el barrizal de Chamartín y se partieron los pies con el balón español que, además de ser más grande que el utilizado en la Copa Mitropa, acaso estuviera “pesado” a la manera como hacían los clubes nórdicos de la época.

b)    El decálogo presidencial que inflamó las conciencias de los otrora abúlicos y “mandangosos” profesionales.

c)    La modalidad Cabot con las primas “por objetivos”.

Lo que sí es cierto es que cuando ya iban 8-0, Elícegui –al que ya habían anulado un gol por “offside”- recibió un balón de dulce enviado por su “paisano” Luis Regueiro e hizo un agujero en el aire mientras el balón se le iba rebrincando de gozo por haberse librado de un buen leñazo.

Quincoces se fue como un loco a su buen amigo Elícegui –estaban en la misma pensión- y le gritó:

“¡Te aviso, Antonio, como falles otro muerto como éste, te lo descontamos!”

El resultado fue de 13-0. El júbilo de todos era extraordinario. El seleccionador, no sólo por la victoria sino porque se dijo que era un gol para cada jugador y dos para Mateos. E iba tan ufano con su nueva etiqueta de goleador.

El presidente de la Federación se entusiasmaba por la confirmación de sus teorías sobre la eficacia de la persuasión psicológica para espantar la mandanga.

Los incipientes estadísticos porque se acababa de batir un record de goles.

Al único que se le llevaban los diablos era a Cabot. Todos los entusiasmos le costaba nada menos que 850 pesetas por barba. Ese sí que era un verdadero record. Jamás en la Federación se había pagado un capitalazo semejante en primas.

No se calmó ni cuando le dijeron que la taquilla había “arrimado” a las arcas federativas entre ochenta y cien mil pesetas.

Pero en medio de su pesimismo vio un rayo de luz en las palabras de Quincoces que, así, a lo tonto, acababa de darle la idea de la “contraprima”.




Biblioteca Martialay: Chacho: Seis goles para la Historia

No ando muy versado en permanencia de records, pero creo que éste es de una persistencia inigualable. Casi tres cuartos de siglo sin que nadie remonte la goleada de Chacho parece cosa de “meigas”. Y más en un deporte que, como el fútbol, ha tenido una subida de niveles que lo de anteayer parece pura chatarra. Pero ahí está, como la Puerta de Alcalá, esa plusmarca de Chacho con seis goles en un partido internacional. Y jugando en lo que hoy se llama centrocampista y en aquellos tiempos, interior. Izquierda, para más señas. Chacho inicio y terminó una goleada a la Selección de Bulgaria de 13 goles. 13-0 fue el resultado. Otro record que se antoja gigantesco en estos tiempos en los que un gol es una hazaña para figurar en los anales.

Pero hablaba de”meigas”. Chacho – Eduardo González Valiño- era un hombre con al menos dos “meigas” de vieja estirpe galaica. Una, torva y siniestra, de enorme potencia; otra, bondadosa, de bizcocho y miel, que andaba la pobre un tanto apabullada por la anterior. Así pues, Chacho iba de una a otra con una intermitencia impredecible. Cuando le poseía la mala bruja, Chacho era una sombra abúlica  que huía el balón como de una lesión de menisco, que era entonces el summun de las lesiones. Pero cuando tenía el influjo del hada benéfica, era él también un mago de difícil parangón. Su pierna izquierda era como una varita mágica que ponía el balón dónde y como quería; su fútbol era una ciencia exacta, pura trigonometría esférica. Y sus cañonazos, como fabricados por la casa Krupp. Por algo le llamaban el “futbolista Cagancho”, porque como el afamado matador de toros, podía pasar de la lluvia de almohadillas a ser llevado en volandas hasta su cortijo. Algo así como Curro Romero, para que les suene a ustedes…

La “meiga” buena hizo que el seleccionador D. José María Mateos –que pasaba de la unidad de líneas al surtido variado de los colorines de camisetas al por mayor- se quedara sin interior izquierda; porque Padrón ya estaba viejo, Larrínaga, el del Racing de Santander, no había dado la talla y el oventense Galé, por el que había optado en los últimos partidos, se había lesionado. La matraca que le habían dado los cronistas gallegos al seleccionador, porque no contara con Chacho en el último partido de Balaídos contra Portugal, y los buenos partidos del interior del Deportivo de La Coruña, influyeron para que el señor Mateos lo incluyera ante Bulgaria, que venía a darle el espaldarazo de terreno internacional al campo de Chamartín del Madrid FC. Un campo supermoderno que había costado ¡millón y medio de pesetas!, que había avalado el presidente madridista D. Luis de Urquijo, marqués de Bolarque.

Muchos estrenos: Bulgaria, nuevo en esta plaza que también era internacionalmente nueva, Chacho, el jugador coruñés del claroscuro, y la lluvia que dejó el campo como un Riazor en su salsa para gloria del debutante.

El partido comenzó y a los seis minutos Chacho empezó la cuenta en el viejo marcador de debajo del reloj de Coppel. Pero, además, tocado por su bruja buena, Chacho iba y venía, armaba el equipo, tapaba las goteras del veterano Gamborena, que ya no estaba para esas aguas ni esos trotes, y enfilaba la puerta de Dermonsdki hasta dejarle tan exhausto que hubo que sustituirle antes del descanso. Chacho le marcó tres goles seguidos. Luego se tomó un descanso para que el chiquito Regueiro  demostrara que era el jefe y Elícegui hiciera honor al apelativo de “el expreso de Irún” marcando tres goles. Después, Chacho recobró la varita refulgente y metió otros tres, uno de ellos cerrando la cuenta de “un gol para cada uno y dos para el seleccionador”, como dijeron en el vestuario, que entonces se llamaba caseta. Pero esta es otra historia que acaso merezca ser narrada.

Chacho al que la “meiga” buena le regaló un record, que aún se mantiene para estímulo de “galácticos” metrosexuales, le castigó la “meiga” torva con un penalti a capón con el que, a medias con un poste del Metropolitano, envió a su Athletic de Madrid a Segunda División.

Lo dicho, cosas de records y de “meigas”. Y Chacho en medio.




Biblioteca Martialay: Zarra, sin más

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Los cursis de hoy –quizá huelga el hoy, o quizá los cursis- se quedarían tan ufanos diciendo algo tan original como “no diga Zarra, diga gol”. O, llegando a su cumbre creativa, dijeran o escribieran “Zarragol”. Se lo pondría más fácil, ya que gustan de decir pentasílabos  en vez de los monosílabos precisos, y les sugeriría “Zarraonandíagol” ¿A que queda precioso y llena mucho?

Pues bien, después de lo dicho, a nadie puede extrañar que afirme que Zarra era un jugador fabricado artesanalmente para marcar goles. Ya antes de ser cachorro de San Mamés –no sé como llamar a eso ¿acaso embrión no clonable de San Mamés, que era santo y era niño?- había metido ocho goles militando en el Erandio en uno de aquellos benéficos Campeonatos Regionales que los “hombres del fútbol español” se cargaron para estirar la Liga, que como todos saben, suelen ser elásticas…

Rabilargo

El dicho lo sentencia: “De casta le viene al galgo…”. Telmo Zarra tenía antecedentes en el fichero del fútbol español. Su hermano mayor, Tomás, nacido en diciembre de 1910, fue un portero que jugó nada menos que ocho años en primera división. De 1928 a 1934 en el Arenas de Guecho; desde 1935 a la Guerra, en el Osasuna de Pamplona. Quizá haya que subrayar que en la Liga 1930-31 hubiera sido el premio Zamora, de existir tal trofeo. Tras la guerra se replegó al Erandio, club que parecía fabricado a la medida de la familia Zarraonandía. Lo retiró Gorostiza en un amistoso, merced a un pisotón que le fracturó varios dedos de una mano.

El otro hermano futbolista, Domingo, también militó en la división de honor, con el Arenas de Guecho, en la temporada 1934-35.

Con su hermano como intermediario- quizá hubiera que emplear otra palabra a la vista de lo que se ve en el gremio- llegó a la secretaría del Athletic llamado por los directivos rojiblancos.

Posiblemente pensaban que Victorio Unamuno ya había cambiado su onza en el Betis campeón de Liga, con aquel conjunto estelar de Urquiaga, Areso, Aedo, Timimi, Saro y compañía. En la liquidación bética de junio de 1936, Unamuno compró su libertad por 5.000 pesetas y volvió al Athletic  justo por el doble.

Estaban acabando sus 19 años cuando le pusieron delante la ficha del Athletic. La firmó casi sin enterarse que le iban a dar 4.000 pesetas por ella. Y casi 500 todos los meses. Muchas veces los clubes no se enteran que hay jugadores que firmarían gratis…

Ya era jugador del Athletic, entonces Atlético. El cielo no era mejor. Acaso ahora, en esos primeros contactos con el más allá, esté calibrando sensaciones y comparando…

Lángara

Era su ídolo de niño. Era el ídolo de cuantos jugaban en aquellos años en la delantera del equipo del colegio. Acaso por Sevilla le robara protagonismo Campanal y por Madrid Elícegui. Pero Lángara era el rey.

Por esas vueltas que da la vida, cuando Lángara regresó a España y a su Oviedo en 1946,  fue seleccionado por Pablo Hernández Coronado para ir a Dublín a luchar con Irlanda el 2 de marzo de 1947. Los dos delanteros seleccionados eran Zarra y Lángara. El de Munguía dejó a Lángara en el banquillo.

Y eso que Telmo tenía una lesión de hombro que la prudencia hubiera aconsejado que no jugara. Pero se calló sus dolores. Los desvió a una ligera molestia que podía mitigarse con una infiltración. Jugó el partido. ¡Y metió dos goles!

Bien es verdad que Zarra era la furia y Lángara lo había sido, pero su paso por el fútbol argentino le había hecho menos fogoso y mucho más científico.

No se sabe si Zarra antes de salir a Dalymount Park le dijo a Lángara algo así como “Usted perdone, don Isidro, pero hoy juego yo”.

La internacionalidad le venía a Zarra desde un par de años antes.

Después del desastre de San Siro, ocasión en la que la Italia de Piola destrozó a la Selección española, hubo tres años de ausencia española en los campos internacionales. Se había acabado una etapa, la de Eduardo Teus, y se pensaba que había que esperar a las nuevas cosechas para revitalizar el equipo de España. La Guerra Mundial ayudó no poco a esa meditación en los cuarteles de invierno. Cuando Guillermo Eizaguirre tomó “la manija” del equipo sólo quedaban cuatro caras “viejas”: Germán, Ipiña, Escolá y Epi. Entre el pelotón de relevo de la vieja guardia iba Telmo Zarra.

Fue en Portugal, en el estadio Jamor de Lisboa. Y no, no marcó ningún gol. Entre César y Epi se repartieron el tajo del empate.

Martín

Mariano Martín era el ariete del Barcelona. Era un jugador increíble. Rápido, técnico, corajudo y goleador. El que se olvide su nombre en el fútbol español es una injusticia.

Bien puede decirse que Martín era el rival más empecinado de Zarra. Y así como Telmo tuvo que ver cómo sobrepasaba a Lángara, su ídolo, también le cupo la amargura de desplazar definitivamente a Martín. Fue en el partido contra Irlanda –siempre Irlanda presente en estos trances- en el Metropolitano de Madrid, el día 23 de junio de 1946. El barcelonista salió como titular. A los 35 minutos se “rompió”. Le relevó Zarra. Cuando se encontraron, uno de ida y otro de vuelta, Martín le dijo: “Esto ya se ha acabado para mí. Que tengas más suerte que yo.”

Y en efecto, se había acabado para la Selección aquel pura sangre llamado Mariano Martín.

Pero a un hombre espectacular le sustituía otro que no lo era menos.

Quizá haya que recordar cómo tras el partido de la Copa del Mundo de Brasil contra Chile –quizá el partido internacional más completo de Zarra – se escribió que “En los partidos que juegue Zarra hay que subir el precio de las entradas”.

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Escartín, su “bestia negra”

Los estadísticos apuntarán que Zarra sólo fue expulsado una vez en su vida deportiva. Fue en un Valencia – Athletic. Un rifirrafe entre Álvaro, el duro defensa valencianista, y Zarra, acabó con ambos por tierra. Zarra se levantó rápidamente, mientras Álvaro quedaba tendido. Escartín echó a los dos porque Gainza le gritó: “¡Telmo, písale la cabeza a ese…!”. No se la había pisado, claro.

Cuando se van mirando las fotografía de la formación española ante los partidos, siempre había un punto fijo: Zarra.

Por eso causó enorme extrañeza al aficionado ver que en el equipo que se alineaba frente a Argentina no estaba Zarra. No estaba su referente. El sustituto era Adrián Escudero el extremo reconvertido en ariete por Pedro Escartín, a la sazón seleccionador nacional.

Tras ese partido le llevó a la excursión americana del verano de 1953 como carne de banquillo, quizá para hacerle menos cruel su definitiva ausencia del equipo de España. El Zarra internacional de España había pasado a la historia.

Pero no en el cariño de los aficionados. Al año siguiente, la Federación Española organizó un homenaje al “ariete de la furia”. Se llenó el campo madridista cuando todavía era ese destartalado estadio en el que Santiago Bernabéu quería meter a cien mil espectadores. Zarra los metió.

Todavía, a sus 33 años, llevaba sus minúsculos calzones y dejaba sus mangas al aire como serpentinas que enjoyaban su brioso empuje. Mangas que le ocasionaron no pocos sofocos en el Copa del Mundo de Río, porque en la guerra psicológica que los cronistas brasileños desencadenaban contra sus siguientes rivales advertían a los árbitros, en titulares, que tuvieran cuidado con las mangas de Zarra, porque le servían para ocultar las manos con las que se colocaba el balón para su más fácil disparo.

La cabeza

Indudablemente en la iconografía de Zarra hay infinidad de imágenes captando sus saltos prodigiosos y sus testarazos al balón con marbete de gol. Eso es justo. Lo que es injusto es ignorar su efectividad goleadora con ambos pies.

Propondría un reto a los eficaces y abundosos estadísticos.

Pongamos como marco de tabulación la temporada 1942-43 para que tengan margen suficiente. En 44 partidos, Zarra consiguió 40 goles. A ver si el golpe de tecla desvela cuántos fueron logrados de airoso cabezazo y cuántos con los pies. A lo mejor hay sorpresas…

La fiera

Así es como Blasco Ibáñez llamaba al público en su taurina “Sangre y Arena”. No, las cornadas no las daba el toro. Las daba el público con su exigencia, su desatino, su ignorancia.

En el fútbol me ha tocado asistir a varias de estas “cogidas” crueles e injustas. De pronto, alguien, sin duda un entusiasta de antaño, suelta el grito: “¡Fuera, viejo!”. Y corre como la pólvora por el graderío: “Viejo… Viejo… Viejo”. No. La culpa no la tiene ni esta época ni la que venga. Es eterno. A Pichichi, allá por los años 20, sus fieles de San Mamés le arrinconaban cada vez que no llegaba a un balón imposible o “fallaba” un gol que tampoco era pensable, pero que él forzaba para ver si la bendición de un tanto callaba esos gritos. Y arreciaban…

Fue el caso de Zarra. La “fiera” está ahí siempre. En todos los campos, en todos los tiempos, ante todos los jugadores.

Igual que Pichichi, igual que tantos y tantos, Zarra se rindió a ese grito demoledor.

Y se fue.

Ahora, en el cielo, que a buen seguro le tiene Dios esperando, esos gritos desaparecerán. Solo oirá los clamores de sus goles y los aplausos a sus jugadas brillantes, fulgurantes, eléctricas. Que para eso es el cielo…

Te echaré de menos Zarra. Llevo muchos años echándote de menos. Desde que cerraste el cerrojo a mediados de los años 50.  Hasta la vista.

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Biblioteca Martialay: La siesta de un árbitro inglés mientras suenan los himnos

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Zaragoza se vistió de fiesta para recibir su primer partido internacional. Tan de fiesta que a los franceses, en el viejo Torrero, se les encasquetaron ocho goles.

Fiesta completa.

Pero no empezó con cuerpo de jota, no. Tras los JJOO de Ámsterdam, tan catastróficos, dimitió el seleccionador Berraondo. Le sustituyó, en solitario, José María Mateos, que, “en trío”, ya había ejercido el cargo. Pero ahora, como los buenos toreros, estaba solo en el ruedo. Y fue el primero –que conste- que pensaba que la Selección tenía que ser el “España F,C.” Y funcionar como un equipo de club. Bajo la camiseta roja no quería “colorines”, uno de aquí, otro de allí…

Zamora, por supuesto. La defensa del Madrid: Quesada y Urquizu. Los medios alas del Madrid, Prats y José María Peña, con el eje españolista Solé. La parte derecha de la delantera del Madrid, con Lazcano, Triana y Gaspar Rubio, y la izquierda del Español, con Padrón y Bosch. Con dos equipos: Madrid y Español de Barcelona esperaba aglutinar un conjunto casi acoplado de entrada. Pero…

Se lesionó Urquizu. Tin Bosch, en el partido Español – Arenas de Guecho, fue a por el árbitro con torvas ideas agresivas y la Federación le suspendió por tres meses. Solé también caía lesionado. Padrón, comunicó que no podía ir porque estaba muy “malito” debido a que en el cuartel le habían puesto la inyección antitífica y se mareaba al intentar ponerse de pie. Triana pasaba un bache de forma que era un socavón. Y Zamora, en el entrenamiento que se hizo ya en Zaragoza, se retiró echándose mano a la muñeca y dando los gritos teatrales de dolor que solía lanzar Zamora en tales circunstancias.

Los maliciosos periodistas titularon: “Conspiración españolista. Todos los blanquiazules fuera de combate. O se levanta el castigo a Bosch o no jugará ninguno”

No era verdad. Zamora se puso en manos del masajista del Iberia de Zaragoza, Esteban Plattko, hermano del “oso rubio” de Alberti y del Barcelona, que lo dejó como nuevo en unas horas.

Pero el embolado se había trasladado al área del Seleccionador. E hizo un verdadero “puzzle” a base de encaje de bolillos. El ala izquierda españolista la cambió por la donostiarra: Paco Bienzobas y Yurrita.  Prescindió de Triana pero metió a Goiburu que había pasado mucho tiempo jugando con Lazcano en el Osasuna, lo que garantizaba su entendimiento. Y ya que el centro de gravedad había pasado del azul y blanco españolista al de la Real Sociedad, metió en el centro de la medular al donostiarra Marculeta. También echó mano de esos colores para suplir a Urquizu llamando a Quincoces, del Deportivo Alavés.

El “España F.C.” sin colorines, se cambiaba de bicolor en pentacolor.  Pero con una cierta coherencia en su previsible entendimiento en hombres que se conocían.

Resuelta la papeleta del equipo quedo por consignar la pincelada de pintoresquismo.

Corrió a cargo del árbitro inglés designado por la FIFA. No se sabe si por devoción a la Virgen del Pilar – que Rimet era un creyente fervoroso- o por echar un ojo al colegiado, el presidente de la FIFA presidía el encuentro franco hispano.

El árbitro se llamaba, nada menos, que Albert James Prince Cox, nacido en Portside el 8 de agosto de 1890. Era capitán retirado de la RAF, con brillante hoja de servicios en lo que entonces de llamaba “la Gran Guerra”, sin saber la que estaba por llegar… Venía de arbitrar en Viena un Austria – Italia que había sido una batalla campal. Los italianos salieron, antes que lo dijera el Duce Mussolini, a “vincere o morire”. Con razón. Porque los austriacos  se negaron a poner la bandera italiana en el mástil del estadio junto a la bandera local. Y la banda de música en vez de interpretar el himno italiano tocó una marcha fúnebre. ¡Oh, los felices, románticos, locos y pacíficos años veinte…!

Total, que el capitán Prince Cox llegaba a Zaragoza con todas las cautelas ante un enfrentamiento entre dos países de tradicionales malas relaciones excelentes.

Y cuando empezaron a sonar los himnos de los países contendientes, se declaró neutral. Y mientras los jugadores se ponían más o menos firmes, él optó por tumbarse en el césped. Quizá pensó que si había otra marcha fúnebre convenía adoptar la postura adecuada: yacente.

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Alguien interpretó la actitud del colegiado como un enfado porque entre los himnos previstos no figuraba el del Reino Unido. Pero no deja de ser chocante que un militar, aunque en situación de retirado, cometiera tal desafuero de cortesía y respeto a algo tan sagrado para un hombre de la milicia como unos himnos nacionales.

Para completar la información de aquella tarde del 14 de abril de 1929 en Torrero, hay que dar las alineaciones de los contendientes:

ESPAÑA (roja /azul): Zamora (cap.): Quesada, Quincoces; Prats, Marculeta, Peña; Lazcano, Goiburu, Gaspar Rubio, Paco Bienzobas, Yurrita.

FRANCIA (azul/blanco): Henric; Vallet, Bertrand; Dauphin, Banide, Villaplane; Dutheil, Lieb, Nicolas (cap), Veinante, Galley.

Goles: 1-0 Bienzobas (7’); 2-0 Rubio (35’); 3-0 Rubio (57’); 4-0 Bienzobas (pen, 65’); 5-0 Goiburu (62’); 6-0 Rubio (77’); 7-0 Goiburu (80’); 8-0 Rubio (84’); 8-1 Veinante (87’). Quesada falló un penalti.

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Dos añadidos. Uno: El capitán francés era Paul Nicolás (Red Star) y no Jean Nicolas (Rouen); la confusión viene del hecho de que el centro de la delantera de Francia lo ocuparon sucesivamente los dos Nicolas, el segundo fue el componente de la “delantera ametralladora” de los “bleus” en los años 30. Dos: quede para mejor ocasión el contar por qué Veinante le encajó ese golito al “divino” Zamora.




Biblioteca Martialay: Rivalidades deportivas

Rivalidades01La rivalidad es la esencia del deporte, de cualquier deporte. La raíz del deporte surge de dos actividades primitivas y casi únicas de la Humanidad: la guerra y la caza.

Los jóvenes, en Grecia, por ejemplo, se preparaban para ambas actividades haciendo ejercicios físicos. Tener condiciones físicas para la guerra o destreza y resistencia para la caza eran los propósitos remotos. Pero para mayor identidad con el propósito, inmediatamente surgieron las rivalidades entre los que se preparaban en un mismo gimnasio o entre los gimnasios de localidades inmediatas. Al fin y al cabo en la guerra, en las batallas había vencedores y vencidos; en la caza era inevitable la comparación entre el número de piezas cobradas o el tamaño de las mismas…

De aquí que ya en su nacimiento el deporte entrañara comparación y por ello rivalidad.

En los deportes sin contacto físico, sin choques, la competencia se establece a través de las distancias – metros de salto de altura o longitud, metros de distancia a la que se lanza la jabalina, o el peso, o el disco… – o los tiempos: menos minutos o segundos en recorrer un trayecto. O bien la habilidad para acertar en un blanco, fijo o móvil, por medio de armas de fuego o de arco; o el acierto para introducir una bola en un hoyo desde una distancia concertada, como ocurre en el golf.

Para los deportes intermedios se instituyeron unos reglamentos para que esa rivalidad, esa competición quedara ajustada de tal suerte que el atleta que consiguiera mayor número de aciertos fuera el vencedor. Casos del tenis o el voleibol.

Para los deportes de choque, de contacto, la rivalidad, la competición se establece por el número de veces que se introduce un balón en una portería o en un aro.

Al margen de ello queda el deporte como medio y no como fin en sí mismo. Tales es el caso del gimnasta que utiliza el deporte simplemente para mejorar su salud o para utilizar el ocio de una forma saludable.

Los procedimientos de medición o contabilidad lo único que hacen es  establecer la diferencia entre los rivales, sean estos individuos o equipos.

Con ello queda establecido que la rivalidad, esto es la competencia, está en la entraña misma del deporte. Es, en sí misma, el deporte. Sin rivalidad, no hay deporte. Incluso resultan simultáneos y paralelos. Un atleta aislado siente la necesidad de afirmar – como en otras muchas actividades humanas – su propio valer y, por ello, contrastar sus logros con el del vecino.  

En un principio la rivalidad se estableció entre individuos aislados. Saltar más que aquel que tenía fama de buen saltador. Y, naturalmente con jueces que lo acreditaran, con testigos que lo confirmaran.

Estos testigos iban a ser el germen de los espectadores. Iban a acompañar a esos testigos para contemplar cómo el atleta de su lugar vencía al forastero. Y de aquí se derivaba ya un partidismo previo. Se apoyaba, se arropaba al atleta conocido ante la competición con el ajeno. El espectador comenzaba a hacerse partícipe de la competencia, de la rivalidad.

Cuando el deporte empieza a ser espectáculo, esos aficionados participan de la rivalidad, bien por paisanaje con quienes compiten, bien por simpatía. El público deja de ser imparcial para meterse de lleno en la refriega deportiva. 

Cuando los participantes, sean individuos o equipos, tienen una representatividad, real o imaginada, se transforman en el banderín de esa ciudad, de esa provincia, de esa nación. Se vuelve a los orígenes, a la guerra, pero de forma menos sangrienta, más civilizada. Y los partidarios – sean espectadores o no – se transforman en parte activa de esa guerra.

En tal estado está hoy la cuestión. La supremacía conquistada por la victoria en una guerra ha pasado a ser la supremacía deportiva conquistada en las pistas olímpicas o en los campos de competición europeos o mundiales.

Afortunada o desgraciadamente el trofeo más codiciado es aquel que se consigue ante los vecinos más próximos. De aquí las rivalidades tremendas entre los equipos de la misma ciudad; casos del Madrid y el Atlético, del Barcelona y el Español, del Sevilla y el Betis… Y hubo un tiempo en el que, por ejemplo, en Irún media ciudad no se hablaba con la otra mitad, los empleados eran despedidos si eran partidarios del equipo contrario al de los patronos, los bares no admitían clientes que pertenecieran al club rival, etc.

Ello se amplía entre contendientes que tienen otras diferencias de superioridades entre ciudades o entre regiones. Las contiendas entre el Barcelona y el Madrid, entre el Athletic de Bilbao y la Real Sociedad…

Bien es verdad que estas rivalidades se solapan con las que los ciudadanos de una localidad tienen contra los de otra, agravios reales, imaginarios o creados artificialmente por cuestiones políticas.

Pero estas consideraciones ya se salen fuera de los límites de la rivalidad deportiva.

Todo ese espectáculo de los aficionados disfrazados con los colores de su equipo, agrediendo a los rivales, arrasando las ciudades del “enemigo”, cierran ese círculo primitivo de la guerra. Y ello entra en los terrenos de la sociología, como entra en los de la psiquiatría el que el deporte de competición sirva de válvula de escape para los resentimientos, las frustraciones o las presiones sociales que padecen individualmente esos espectadores, que en realidad son rivales irreconciliables consigo mismos o con la sociedad circundante.




Biblioteca Martialay: El primer partido internacional de la II República

Luis Regueiro fingió una lesión para que jugara Iraragorri

La delantera de los cuatro goles por partido se quedó a cero  

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El partido España- Italia del 19 de abril de 1931 tiene su sitio en la historia por muy diversos motivos.

Era un encuentro que se auspiciaba de suma facilidad habida cuenta que en Bolonia, en la temporada anterior, se había vencido a los “azzurri” por 3-2 con un juego muy superior al de los pupilos de Vittorio Pozzo.

Quizá por ello había miedo en los italianos que interrumpieron su campeonato con el fin de preparar de forma especial su viaje a la península Ibérica, ya que jugarían con España y seguirían viaje a Portugal.

Pese al optimismo de jugadores y aficionados, el seleccionador José María Mateos, bilbaíno, no las tenía todas consigo. Buena prueba de ello era que de la alineación que había presentado en el Littoriale boloñés prescindió, en sus primeros tanteos, nada menos que de siete jugadores.

Habida cuenta que el partido se jugaría en San Mamés diseñó un equipo más bien nórdico. Su primera idea era la de Zamora; Ciríaco, Quincoces; Cilaurren Baragaño, Roberto; Lafuente, Iraragorri, Bata, Chirri II y Gorostiza. Seis jugadores del Athletic, dos del Deportivo Alavés, otro del Arenas de Guecho y otro del Racing de Santander. Con Zamora, claro.

Lo de tantos rojiblancos no era sólo una gentileza para la parroquia del “bocho”, sino que obedecía a la evidencia de los datos. La delantera bilbaína había conseguido en la Liga nada menos que 73 goles. Un promedio de 4,06 tantos por partido. Con goleadas tales como 12-1 al Barcelona; 7-1 al Racing de Santander y al Deportivo Alavés; seis goles al Madrid y a la Real Sociedad, etc.

Pero… Cilaurren cayó lesionado en Ibaiondo y Baragaño fue un coladero en Chamartín. Por otra parte, al seleccionador le daba miedo hacer debutar a dos delanteros, por muy bilbaínos que fueran y por muy goleadores que se mostraran. Y metió un valor seguro como Luis Regueiro, también nórdico, del Real Unión de Irún, dejando a Iraragorri en el banquillo. La línea media, su eterno talón de Aquiles, la resolvió con el medio centro de la Real Sociedad, el pequeño Martín Marculeta, y el barcelonista  Martí.

Sin embargo, otro dato peculiar para la historia, hubo que retrasar el encuentro una semana ya que el 14 de abril era el día destinado para las elecciones generales. Elecciones que dieron un revolcón a la monarquía e instauraron la II República en España. Tal retraso fue posible, también, por la comprensión de los portugueses que no tuvieron inconveniente en cambiar la hoja de ruta de los italianos. Italia jugó en Oporto y ganó por 2-0, dando la razón a los miedos de Mateos.

Por ello, este partido iba a ser el primer encuentro republicano de la Selección de España. Y de ahí vino la famosa anécdota de Stalin quien, al decirle que el presidente provisional de la reciente República española era el señor Alcalá Zamora, repuso: “¿Quién? ¿El futbolista?.”

Sin embargo aún quedaban posibilidades de que el encuentro no se celebrara. Uno de los periodistas italianos acreditados en Madrid se dirigió al nuevo ministro de Gobernación, señor Maura –por cierto, hermano de quien había sido presidente de la Real Federación Española unos años antes- preguntándole si el equipo de la Italia fascista, y a la vista de los incidentes que se estaban sucediendo en esa semana en España, gozaría de absoluta seguridad. El ministro le contestó que a la menor señal de hostilidad del público ordenaría la suspensión del encuentro. Y fue Indalecio Prieto –bilbaíno de adopción y residencia- quien dio toda clase de seguridades al Gobierno. No pasaría nada.

Para acabar de completar el cuadro hay que decir que estuvo casi toda la semana lloviendo sobre San Mamés por lo que su césped (?) era una masa viscosa de lodo en el que se movían como pez en el agua los goleadores bilbaínos.

El público que se apretujaba en San Mamés soportaba gozoso el aguacero porque intuía que sus goleadores iban a hacer historia. ¡Lástima que no estuviera el quinteto rojiblanco al completo…! Ese sentimiento trascendía desde las gradas. Y lo había captado perfectamente Luis Regueiro. El público quería ver golear a Lafuente, Iraragorri, Bata, Chirri y Gorostiza. Pero ese “pegote” del Irún…

Al cuarto de hora de juego, Luis Regueiro, que era más duro que un cable de acero, chocó con el rocoso capitán italiano Caligaris y comenzó a hacer insólitos aspavientos de dolor. Se fue hacia la silla del seleccionador y le dijo que no podía seguir. ¡Y salió Iraragorri! ¡Ya estaban los cabales! ¡Ahora, a golear!

Casi nadie se apercibió del guiño de complicidad entre Regueiro e Iraragorri.

 Pero se llegó al descando con el 0-0 en el marcador. El dominio territorial lo domeñaba el trío defensivo italiano que era nada menos que Combi, Rosetta y Caligaris.

Las esperanzas de los espectadores se fueron esfumando poco a poco. El dominio era de los italianos. La línea media española era como una valla de papel. La delantera hispana acostumbrada a entrar como puñales en mantequilla se encontraban con pedernales. Bata perdía los nervios a ojos vistas y lo mismo le ocurría a Iraragorri, los dos bisoños en el equipo nacional.

Fueron Ciríaco y Quincoces quienes tuvieron que salvar los muebles. Y Zamora, claro.

Meazza, que hoy no es más que un estadio, era un genial interior que movía a todo el equipo y ponía balones en el área española con una facilidad pasmosa. Alguien, en aquello momentos de agobio, susurró que el siguiente encuentro contra los azules se anunciara así: “Italia contra Zamora, Ciríaco y Quincoces”.

El partido acabó con ese empate a cero inicial. Y gracias a que Orsi llevó un tiro al poste español y a que Meazza falló un gol cantado cuando Zamora se estaba sacudiendo el “chocolate” de la cara; el mismo “chocolate” que hizo resbalar al astro italiano a la hora de apuntillar.




Biblioteca Martialay: España ante su Copa del Mundo

EL MILAGRO ESPAÑOL: 1982

Dos  jefes de  Gobierno, cinco ministros de Deportes y dos directores generales del CSD hasta que empezó a rodar el balón.

También hubo dos presidentes del Comité Organizador: Zalba y Saporta.

España pidió, en su momento, la organización de un Campeonato. Lo avalaban los triunfos de los clubes españoles en las competiciones internacionales. Y estando como presidente de la Real Federación de Fútbol Benito Picó fue cuando se apuntó la posibilidad de que España organizara la Copa del Mundo de 1974. Ello se producía en el Congreso que la FIFA celebró en Tokio, en octubre de 1964. Los dos solicitantes eran España y Alemania. Pero el señor Picó cedió sus problemáticos derechos a los germanos a cambio de que la FIFA reconociera en firme que España sería la nación organizadora en 1982. Así pues, desde 1964 se sabía que 18 años más tarde España sería la sede del Campeonato. ¡Dieciocho años…! ¡Largo me lo fiáis! Pero, claro, los años fueron pasando y pasando…  Desapareció de la RFEF Benito Picó. Llegó y se fue José Luis Costa (20 de enero 1967 al 22 de septiembre de 1970), Llegó y se fue José Luis Pérez Payá (22 de septiembre de 1970 al 26 de mayo de 1975). Y llegó Pablo Porta… En ese tiempo se habían jugado cuatro Copas del Mundo: Inglaterra (1966), Méjico (1970), Alemania (1974) y Argentina (1978).

En enero de 1976, Pablo Porta -con seis años de anticipación- comenzó a preocuparse de la Copa del Mundo de 1982. Formó una comisión preparatoria del Mundial-82 cuya jefatura fue otorgada al joven presidente del Zaragoza José Ángel Zalba. Tal comisión era supervisada, lógicamente, por la RFEF puesto que no hay que olvidar que las Copas del Mundo tienen un organizador titular, la FIFA. Es este organismo quien delega en la Federación correspondiente para que lleve a cabo todos los trabajos inherentes a la organización y realización de cada Campeonato.

La comisión hizo los trabajos preparatorios. Un estudio de posibles ciudades-sedes, comunicaciones, hoteles, estadios, etc. Amén de un boceto de presupuesto habida cuenta de lo que había que construir o reestructurar.

Pero en ese tiempo, João Havelange se presentó a la elección de presidente de la FIFA. Su palanca fue la promesa de ampliar la participación del Campeonato a mayor numero de países del ‘tercer mundo’. Sir Stanley Rouss quedó en la cuneta merced a esos votos de las naciones “segundonas” en el concierto de las competiciones internacionales. Pero, claro, llegó la hora de cumplir las promesas; hacer hueco en el campeonato; seis huecos nada menos. La FIFA presentó su problema a la Federación española y ésta tuvo que decir que sí. La afirmación conllevaba organizar un campeonato con 24 finalistas en vez de los 16 habituales. Era la primera vez que la fase final iba a tener tales dimensiones.

Se tomó como modelo de organización el de la última Copa, la de Argentina, que tanto éxito había tenido para su país. Dos cabezas: una organizativa, otra futbolística. El gobierno español tomó sobre sí lo que había hecho en Argentina el Ente Autárquico y el ministro Pío Cavanillas buscó el hombre idóneo que estaba en boca de todos: Raimundo Saporta. Éste, viendo el panorama político, exigió para su aceptación no depender no sólo de ningún ministro, sino ni siquiera del presidente del Gobierno; exigió nombramiento real, que “su jefe” fuera solamente el Rey. Por Decreto nº 2354/78 se creaba el Real Comité Organizador de la Copa del Mundo y por el nº 2346/78 se nombraba a Saporta presidente del mismo.

Así pues el Comité se constituyó con Saporta, un vicepresidente: Anselmo López y un Secretario General: Manuel Benito.

Por su parte la Federación nombró el Comité técnico que presidía el seleccionador José Emilio Santamaría, con Eusebio Martín como secretario y los vocales Molowny, Aguirre, Miera, García Traid y Alepuz.

Con todo sobre el papel, Saporta anunció que al final del campeonato entregaría a “su jefe” un talón de mil millones de pesetas como beneficio del torneo.

Quizá fuese ese anuncio el que desencadenó las tempestades. La primera el nombramiento de las delegaciones en las ciudades designadas como sedes. Los ayuntamientos de tales sedes querían intervenir los actos del Real Comité y mandar en sus ciudades. La respuesta fue fulminante: Saporta presentó la dimisión al segundo ministro de su trayecto: Clavero. Pánico no sólo en el fútbol español, sino en la FIFA y en la Federación Española que era la que tenía la concesión de la Copa del Mundo. Y la Federación, sin el aparato organizativo estatal, no podía moverse. La portada de “ABC” de Madrid era el mejor resumen: “Posible renuncia de España al Mundial 82”. Y eso parecían querer los partidos de la oposición tanto como el director general de Deportes Benito Castejón que deseaba sustituir a Saporta por Castedo.

En cuanto el gobierno consiguió el consenso con los partidos políticos, Saporta volvió. Suspiro de alivio en todo el mundo. Y comienzo de la máquina financiera: por un lado, el Banco de Crédito Local para los Ayuntamientos sedes; por otro, el Banco de Crédito a la Construcción para los estadios. Los desvíos los cubrirían los necesarios sorteos extraordinarios de Lotería.

Pero había otro ministro de Deportes: Ricardo de la Cierva. Y ese ministerio era el interlocutor gubernamental con la FIFA. Havelange no paraba de conocer gente nueva cuyas consecuencias pagaba Saporta con el cambio de representantes en las delegaciones del Comité en las ciudades sede.

Por otro lado, las tensiones ente Real Comité y Federación habían aumentado. La FIFA tenía la espada de Damocles sobre su cabeza puesto que Porta había anunciado la dimisión en la recién terminada Copa de Europa de Italia. Havelange se dio cuenta de que con una nueva Federación, Saporta podía abandonar definitivamente. Y adiós Copa en España… Y más habida cuenta que había otro ministro de Deportes: Cabero.

Pero quedaba otra guinda: la dimisión del propio presidente del Gobierno español Adolfo Suárez. El nuevo “premier”, Calvo Sotelo, suministró el quinto ministro de Deportes, esta vez ministra, Soledad Becerril, y nuevo director general de Deportes: Hermida.

La mayoría de los estadios iban muy retrasados, las entradas no tenían la salida que se esperaba. La peseta había caído en picado y los precios casi se duplicaban, al comprar en pesetas y pagar en dólares.

Pero quedaba la Guerra de las Malvinas. Y sus consecuencias deportivas. Ambos contendientes se negaban a participar si lo hacían sus contrarios. Los anunciados boicots se extendían como por ensalmo. Pero, además, vino la cancelación de las peticiones del lote de viajes con entradas. ¿Puede extrañar a alguien que la prensa sensacionalista publicara que Saporta se había vuelto loco? Era para volverse, desde luego…  Y más cuando el secretario del Comité, el hombre base de todo, Benito, anunció su dimisión debido a las ingerencias en su trabajo por parte del vicepresidente Anselmo López, quien ante el desfondamiento de Saporta, quiso tener  todo bajo su mando.

Coronando lo que se llamó “pacífica Transición”, el Congreso de los Diputados fue ocupado por el Teniente Coronel Tejero y sus guardias civiles para dar “un golpe de timón” a la política nacional.

Con todo armado como un castillo de naipes se llegó a la fecha de la inauguración con otras goteras nacionalistas por parte de Barcelona. El inexplicable milagro se había producido: arrancaba la Copa del Mundo de 1982 en España.

EL FRACASO ESPAÑOL: 1982

La Selección, mediocre, fue el gran fracaso futbolístico.

Se pasó la fase primera, con dificultades, para caer en la segunda con  estrépito.

Sin juego de calidad y sin jugadores de talla mundialista, se hizo un pésimo papel.

Kubala abandonó el cargo al finalizar la Copa de Europa de Italia más bien empujado por el Barcelona que por decisión de la RFEF.  La contratación del ex húngaro descolocó al fútbol español. El sustituto al frente del equipo nacional fue el siguiente del escalafón: Santamaría.

Pero si alguien pensaba que el esfuerzo principal de la Federación iba a estar en el equipo nacional y su circunstancia, se equivocaba.

El paralelismo entre lo que ocurría en el Real Comité y en la Federación era total.

La primera ofensiva fue contra el seleccionador. A la prensa, acostumbrada al compadreo con Kubala, le sentó mal el carácter adusto del nuevo conductor del equipo. El Colegio Catalán de Entrenadores arremetió contra la Escuela Nacional, cuyo presidente era el propio Santamaría. Posteriormente, el Barcelona, tras echar a Kubala, quería eliminar de su nómina al “asesor veneciano” Helenio Herrera y la forma más rápida era presionar para que sustituyera a Santamaría. Pese a ello, el seleccionador consiguió mantenerse, hacer una gira por América y dirigir 19 partidos antes de que comenzara la Copa del Mundo. Sobre el papel era una buena preparación, habida cuenta que no había fase de clasificación para el organizador del torneo mundial. La duda que les quedaba a los buenos aficionados era si con ese equipo se hubiera conseguido tal clasificación… Y no todo era culpa del seleccionador, porque realmente el esqueleto del equipo se había terminado en Italia. Su error, como el de otros muchos seleccionadores españoles, fue el de no atreverse a prescindir de los nombres. Y a la Selección le sobraban muchos nombres, porque ya eran sólo eso, nombres.

Por otro lado estaba la AFE. Quería quebrantar al RFEF de Porta. Aprovechando las deudas que muchos clubes, sobre todo de  Segunda y Segunda B, tenían con sus jugadores, montó una huelga con carácter indefinido, para la primera jornada de Liga. Era la segunda de la historia del fútbol español.

Entre los clubes no había demasiada armonía. Unas declaraciones del presidente del Sevilla contra el Madrid hacen que este club retire su representante de la Federación; era el propio vicepresidente del club blanco y nada menos que el vicepresidente económico de la RFEF.

Los árbitros se querellan contra el presidente del Atlético de Madrid, Alfonso Cabeza que por otra parte ya estaba procesado y estaba en libertad provisional mediante el pago de la correspondiente fianza. Finalmente el presidente atlético fue inhabilitado por la RFEF por año y medio.  El caso Urízar fue el detonante de otro problema que acabó en el juzgado con la ANAFE (Asociación de Árbitros) totalmente desacreditada y su presidente De Coz en ridículo ante sus afiliados.

Luego, la guerra de las publicidades. Una contra la Federación por tener presencia en el uniforme; otras, entre los jugadores ofreciendo compensaciones por cientos de marcas…

Y la segunda huelga para acabar de romper la temporada, en las tres últimas jornadas… El asesor de la AFE, Cabrera Bazán, desde la FIFPRO pedía a sus miembros el boicot al “Mundial 92” en España. Se reventó la huelga por parte de los clubes, aunque algunos, pocos, tuvieron que recurrir a sus juveniles y aficionados.

Pese a todo, Porta, ayudando a Havelange, se presentó a la reelección. Parecía suicida, ya que todos parecían estar contra él. Pues arrasó: 113 votos a favor y 14 en contra.

Mientras tanto, Santamaría había ido cumpliendo su calendario. Los partidos internacionales de preparación se habían jugado en Valencia que iba a ser sede de los encuentros de España en el torneo. Con acogida variable y asistencia también variable por parte de los aficionados valencianos; remisos más bien por la economía que por el entusiasmo. El millón y medio de parados, la inflación, la inseguridad… hacía que todos reservaran su economía y su entusiasmo para el verdadero campeonato.

El seleccionador había manejado en los partidos jugados a su mando a 57 jugadores. No es menester mencionarlos, pero, pese a ello, no daba la lista de los 40 que tenía que dar a la FIFA, a reserva de los 22 definitivos que entrarían en la convocatoria final.

Un reconocimiento general obligatorio para los seleccionados, hizo que Santamaría llevara ante los doctores a 45 jugadores. Doce se habían caído…

Hasta el día 2 de mayo de ese 1982 no se pronunció Santamaría. Era el momento de ir a la concentración de La Molina en busca del oxígeno previo para resistir el campeonato en buenas condiciones.

Los 22 citados en Barcelona eran:

Porteros: Arconada (Real Sociedad) y Urruti (Barcelona).

Defensas: Urquiaga (Athletic de Bilbao), Quique (Atlético de Madrid), Alesanco (Barcelona), Gordillo (Betis), Camacho (Madrid), Tendillo (Valencia) y Jiménez y Maceda (Sporting de Gijón).

Medios: Joaquín (Sporting de Gijón), Gallego (Madrid), Sánchez (Barcelona), Alonso  y Zamora (Real Sociedad).

Delanteros: Quini (Barcelona), Saura (Valencia), Juanito y Santillana (Madrid), Uralde, Satrústegui y López Ufarte (Real Sociedad).

Sobre ellos había unas medidas extremas de seguridad ya que las fuerzas de seguridad sabían que algunos de ellos estaban chantajeados por la ETA y otros amenazados.

Todos señalaron que faltaba un portero. La opción parecía la de Sampere, que siempre había estado en las listas de los partidos jugados. Ello suponía la eliminación de uno de los que estaban en La Molina. Pero Santamaría no quería crear inquietudes entre los 22 y que perdieran la concentración con la angustia de ser eliminado a las puertas mismas de su gran oportunidad.  Al fin ya se había conseguido la calma por el problema de las cuantiosísimas primas que habían exigido, pidiendo un altísimo fijo para evitar que el reparto federativo fuera menguado debido a su eliminación antes de lo previsto. Porque, pese a que nadie se lo creía, se pensaba llegar, como mínimo, a las semifinales. Jamás el equipo organizador de las anteriores Copas del Mundo se había despedido sin aspirar a la gran final. Aunque el fútbol mundial no pasaba una época muy floreciente, bastaba repasar la lista de los residentes en La Molina para comprender que había una excelente defensa, una mediocre línea media y una delantera sin demasiada capacidad goleadora.

Al fin no hubo más remedio que desvelar los 40 de la FIFA. Los 18 que se habían caído en la elección de Santamaría eran:

Porteros: Miguel Ángel y Sempere. Defensas: Álvarez, De Andrés, Celayeta, Juan José, Gerardo, Julio Alberto y Goicoechea. Medios: Diego, Estella y Solsona. Y delanteros: Pichi Alonso, Marcos, Martín, Dani, Esteban y Carrasco.

El tercer portero llegó: Miguel Ángel (Madrid). La baja fue servida en bandeja por una lesión del atlético Quique. Lesión violentamente recusada por el doctor Ibáñez, quien mantuvo que tal lesión era perfectamente recuperable por su levedad. Pero ya estaba todo echado, hasta la suerte.

De La Molina al Saler de Valencia. Los actos protocolarios y los nervios que afloraban incontenibles, comenzaron.

Nadie se acordó de lo que había dicho el seleccionador suizo, Paul Wolfirberg, después de digerir el 3-0 que le había suministrado España: “Si la Copa del Mundo se jugara fuera de España este equipo no pasaría de la primera fase. Aun así, pasará apuros para ganar a Honduras, sufrirá mucho ante Irlanda y dudo que pueda vencer a Yugoslavia”. ¡Profético!




Biblioteca Martialay: El seleccionador Mateos inventó el España F.C.

Mirando los periódicos deportivos de la primavera de 1929 se adquiere la sensación de estar hojeando una revista de sociedad. 

Se inauguraba la Gran Exposición Iberoamericana de Sevilla; se retiraba como jugador Perico Vallana; le hacían un homenaje, en Ibaiondo, al portero arenero Jáuregui; nombraban presidenta de honor del Valencia a Pepita Samper, la ”Miss España” de ese año; regresaba a  España Lilí Álvarez, campeona de “lawn-tennis” y se casaba Samitier con la señorita Consuelo Aranda, a las seis de la mañana para evitar aglomeraciones…

En lo futbolístico también había sus más y sus menos: el torneo de Liga, recién inaugurado, amenazaba con hundirse por quiebra económica; la otrora poderosa Unión de Clubs –la orden de “la jarretera”, como la llamaba el periodista Miquelarena- se encontraba en estado crítico;  la Real Sociedad Gimnástica Española de Madrid, conocida como “la veterana” por su antigüedad, comunicaba a la Federación Centro que suprimía su equipo de fútbol, lo que significaba una pérdida irreparable no sólo para el fútbol madrileño sino también para el español y que no fue suficientemente lamentada en esos momentos y que, claro, ya no lo sería nunca; José Ángel Berraondo, seleccionador nacional, presentaba la dimisión después del fracaso de España en los Juegos Olímpicos de Ámsterdam; Hilario, el astro canario, salía de Las Palmas vestido de mujer para evitar que los aficionados impidieran su embarque hacia La Coruña; enorme marejadilla en el Barcelona tras la nefasta excursión a Suramérica, pese a los refuerzos de Quincoces y Luisito Regueiro.

Y en medio de ese tornado se nombra seleccionador nacional a José María Mateos, el solvente periodista bilbaíno.

Para agitar más aún más las aguas se le ocurre a éste decir que va a acabar con el picoteo entre jugadores de todos los clubes y que quiere que la Selección tenga el acoplamiento de un  equipo más. ¡Fuera colorines bajo la camisola nacional! Pero, desgraciadamente, su idea de tomar al Barcelona en pleno, con un par de retoques, se le hunde después de ver cómo lo han destrozado en Argentina y Uruguay.

Recurre a instrumentar líneas acopladas. Y, dando el clásico pendulazo hispánico, prescinde de todos los jugadores del Barcelona, que había sido su “equipo base”. Se centra en los jugadores del Español de Barcelona y del Real Madrid. A partir de líneas de estos equipos da, con un mes de anticipación, la alineación: Zamora (Español) con el sevillano Eizaguirre como único suplente; Quesada y Urquizu (Madrid); Prats, Peña (Madrid) y Solé (Español); Lazcano, Triana y Gaspar Rubio (Madrid) y Padrón y Bosch (Español). Sólo dos “colorines”, bajo la zamarra nacional.

Para colmar la paciencia de los analistas de la Prensa, afirma que no habrá partidos de “probables contra posibles” y que únicamente hará unos partidos de acoplamiento. 

Al sarcasmo de la crítica se unió el de las vacas sagradas de la nómina de jugadores. “Bueno, que Mateos hiciera lo que quisiera, pero cuando llegaran las vísperas del partido y viera al lobo cerca,  ya echaría mano de ellos…” 

Mateos siguió en sus trece. Hizo tres sesiones de acoplamiento con equipos modestos de Madrid. Escandalizó a los “budas” del periodismo madrileño interrumpiendo el juego para dar instrucciones, inventándose penaltis inexistentes para que fueran lanzados y repitiendo saques y corner.

Cuando en el último acoplamiento no pudo contar con Triana y Rubio, ligeramente lesionados, se produjo un “suspense”: “Ahora nos llamará a nosotros”. Pero Mateos echó mano de los madridistas Cañavera y Morera para cubrir sus bajas temporales.  

Y en tren a Sevilla. Se iba a jugar el segundo partido contra Portugal en la capital hispalense. Se inauguraba un estadio con el nombre de “Estadio de la Exposición”, lleno de azulejos policromos en sus fachadas y cuadrangular en su planta. Nada menos que con una cabida para quince mil espectadores. Posteriormente, ese estadio se iría rebautizando como Heliópolis, Benito Villamarín y  Manuel Ruiz de Lopera.

Sevilla era una gran fiesta. Quienes pensaban que no se iba a llenar el campo debido a la proximidad de la Semana Santa y la posterior Feria, se llevaron un chasco: abarrotado. Pese al calor, merced a un sol que caía a plomo a las tres de la tarde.

Árbitro de postín: el belga Langenus, “mister Lápiz” para los aficionados españoles, debido a su altura y su delgadez. Siete debutantes con los colores de España: Urquizu, Solé, Lazcano, Triana, Gaspar Rubio, Padrón y Bosch.

A los dos minutos el debutante Rubio metió el primer gol. Luego haría dos más. El canario Padrón haría los otros dos con los que terminó el primer tiempo. Con cinco a cero se llegó al descanso. Se hicieron apuestas sobre si se llegaría a la docena al final.

Pero no tuvieron en cuenta que estaban en Sevilla, que hacía “mucha caló”, que la Feria estaba al doblar la esquina y que cinco goles eran muchos goles…

Y así acabó el partido.

Ese primer tiempo había sido de locura. Un juego rapidísimo, brillante, espectacular. El equipo, en efecto, había dado la sensación de ser un club rodado y acoplado.

El árbitro Langenus, que también era periodista, no sólo manifestaba estar asombrado por la calidad del juego sino también por la transformación del estilo; del corte británico –juego de pases largos con bombeo de balones- se había pasado a la escuela centroeuropea, con infinitos pasecitos cortos, velocidad del balón, movilidad constante en los desmarques y con la pelota a ras de césped.

Pura escuela sevillana, la de los Brand, Kinké y demás compinches “del miedo”. Y todo ello sin las grandes figuras y bajo la batuta de ¡un bilbaíno!…




Biblioteca Martialay – Religión y Deporte: un boomerang

Quizá sea un axioma decir que la Historia se repite. No es que el caminar del hombre sea en círculo como si anduviera perdido en el desierto de los tiempos o en los páramos helados de las épocas. Si no que el giro de la Historia parece marcar una espiral infinita de eje vertical, de tal suerte que los puntos de cada una de las curvas quedan colocados sobre los de las anteriores pero distanciados verticalmente tanto cuanto estén alejadas cada una de las curvas.

No hay en ese devenir histórico distancias iguales en el desarrollo vertical. Tampoco son iguales esos bucles de la espiral. Unos tienen el radio de enormes dimensiones – decenios, siglos… – y otros son muy reducidos, cuestión de semanas, años… – de tal suerte que ese gigantesco «muelle», al que se puede asimilar el total de la Historia, es completamente asimétrico. Enormes giros junto a reducidísimas vueltas; curvas casi pegadas como las cotas topográficas de una montaña y otras inmensamente separadas como las curvas de nivel de un gigantesco desierto sin accidentes topográficos.

La Historia de repite, sí, pero con separaciones muy variadas y con radios  absolutamente distintos en sus momentos de coincidencia. De aquí lo difícil de prever cuándo se van a producir sus semejanzas -que a veces son casi identidades- y cuando el recorrido parece totalmente nuevo.

Sí, la Historia es maestra de la vida, pero resulta ser una profesora nada monótona y siempre dispuesta a sorprender al alumno, por avisado que éste sea.

Puede asegurarse que hay unos puntos coincidentes a lo largo del desarrollo histórico entre deporte y religión.

Es más, ambos coinciden en los tiempos de paganismo en las civilizaciones humanas y se distancian en las fases de religiosidad de los pueblos.

No cabe duda que es difícil tener una referencia del ser humano antes de ser pasado por el tamiz de la civilización. No se trata de intentar escrutar la mente de aquel ser refugiado en las cuevas y que veía con asombro aparecer el sol y marcharse al cabo de la jornada, dejándole frío, oscuridad, peligro, miedos… Posiblemente el sol fuera el primer dios para ese ser primitivo. Y desde él, el hombre supo que tenía unas obligaciones para alguien fuera de su mundo y de su dimensión.  Es decir que la curva religiosa empieza en el hombre mucho antes que la idea del deporte. Porque si la religión parece ser consustancial con el ser humano, el deporte se separa de la necesidad del trabajo cuando el ser humano pasa a tener ocio. Sin ocio no hay deporte -de hecho no lo ha habido en las sociedades humanas-, sólo existe el trabajo. El hombre corre para perseguir a sus presas a las que caza por necesidad vital, las asaeta con su lanza, lucha contra ellas o contra otro semejante que le disputa la presa, carga con su botín y lo transporta a hombros a su morada. Cuando todo eso lo tiene resuelto, emplea ese tiempo en cazar, en lanzar la jabalina o el peso, en correr para mantener la salud o para competir con otros semejantes… El deporte en su esencialidad es una imitación de la caza o de la guerra, menesteres iniciales de las sociedades humanas.

El deporte nace y se desarrolla en las clases sociales que disponen de tiempo, esto es en las adineradas.

Tal es, en el curso histórico, la fase de la civilización griega. Origen del deporte organizado por esa misma sociedad.

Grecia inventa los dioses con una inmensa facilidad. La riqueza de la mitología habla de la superficialidad religiosa de los griegos. Tal proliferación de dioses no hace más que indicar un paganismo total. Los dioses, salvo para el sector más ignorante del pueblo, resultan más unos «objetos» decorativos y de diálogo poético que una creencia emanante de la fe profunda, razonada y sincera.

Grecia inventa el deporte. Lo eleva a rito casi religioso -o religioso total- con  las ceremonias fastuosas que culminan con los Juegos Olímpicos que se celebran cada cuatro años. Pero esa gran fiesta exige una dedicación de los atletas en entrenamientos y competiciones menores para la selección de los mejores y el perfeccionamiento de los elegidos para representar a cada pueblo en la gran ceremonia final

Los grandes triunfadores son inmediatamente deificados y objeto de un culto manifestado por las estatuas de similar entidad que las de los dioses.

El primer punto de contacto de las dos trayectorias -deporte y religión- se produce en Grecia. Y no es un simple choque incidental sino un caminar juntas durante un tiempo apreciable en el discurrir histórico.

Cuando la civilización griega es arrollada por otros modos de entender la vida, la tradición deportiva se mantiene en pie en tanto en cuanto la nueva sociedad está inmersa en un paganismo similar -de hecho Roma conserva los dioses romanos aun cuando los cambia el nombre-; deporte y religión forman parte de un mismo concepto en el que dioses y héroes permanecen juntos, con la peculiaridad de que entre los héroes no solamente cuentan los bélicos sino en igual dimensión los deportistas.

A medida que los pueblos bárbaros se apoderan del mundo conocido van separándose esas líneas. La religiosa va afirmándose en esos pueblos. La deportiva desaparece en tanto en cuanto son sociedades que carecen de ocio. Y el entretenimiento del pueblo -agobiado por el trabajo de una vida dura y de combate- se llena con el ceremonial religioso. Ceremonial particularmente rico cuando esos pueblos van convirtiéndose al cristianismo con una riquísima liturgia, con una pléyade de Santos, producto del martirio previo a la conversión. El deporte queda subordinado a la preparación directa de la guerra y sus héroes -sus campeones- son absorbidos por los de los combates, las batallas y las conquistas.

¿Cuándo en la espiral de la Historia van a coincidir las posiciones de religión y deporte?

Cuando la sociedad, fuertemente construida en el entorno de las catedrales, vaya perdiendo esa cohesión que le proporciona una religión común, que exige grandes gestas bélicas para recuperar sus tierras ancestrales. No otra cosa es en España la Reconquista, contra el invasor musulmán, y en el resto de Europa

el envío de sus «campeones» a las misiones de las Cruzadas.

A finales del siglo XIX, a compás de la revolución industrial, le separación entre las trayectorias de la religión y deporte se mantiene en un paralelismo de ajenidad que le viene de los siglos anteriores.

Pero el deporte empieza a tomar forma. En la sociedad industrial enriquecida empieza a aparecer el «sport» y unos diletantes practicantes de escaso número pero de infinita influencia en la masa trabajadora. Porque el obrero -nuevo concepto del trabajo- imita al patrón y en sus momentos de descanso se lanza tras una pelota de fútbol  o se encierra bien en un frontón bien en un cuadrilátero  para competir sin otra finalidad que la del ejercicio físico y la notoriedad dentro del barrio o de la fábrica y en mayor medida de la comarca al vencer a los de las tierras inmediatas.

Pero la religiosidad es otra dimensión. Las trayectorias del deporte y la religión siguen absolutamente separadas.

Las tesis paganas e incluso antirreligiosas que emanan de la revolución francesa y que se expanden por todo el mundo, van marcando -ahora puede verse, pero no se vio en su momento-  el acercamiento de esas trayectorias que se repelían desde el paganismo grecolatino.

El paganismo moderno ha puesto su empeño en la promoción del deporte de una forma evidente.

Los grandes estadios, los lujosos pabellones deportivos han ido sustituyendo a las catedrales cristianas a lo largo de todo el mundo. Los clubes con sus asociados han suplantado a la reunión en las parroquias. Las manifestaciones deportivas, las competiciones han tomado el puesto de las muestras litúrgicas semanales y las grandes festividades anuales. Las riadas de aficionados en su marcha hacia el estadio, con sus músicas, sus pancartas, sus banderas, sus uniformidades han suplantado en el imaginario colectivo primario del inculto hombre de la modernidad, a las procesiones.

Los iconos de Santos y mártires han sido sustituidos por las siluetas de los deportistas de mayor culto -atención a esta palabra-, de mayor entidad, clase y calidad de los clubes. Los milagros ya no los hacen los Santos, los milagros con un lanzamiento, una carrera, un gol, un KO… lo hacen esos seres mágicos, diferentes,  a los que aún no se les llama dioses, sino sólo ídolos, por el momento.

A medida que el paganismo se ha enseñoreado de la sociedad contemporánea -con una evangelización global a través de unos medios de «predicación» fabulosos: prensa, radio, televisión… – los héroes deportivos van transformándose en dioses.

El boomerang se ha producido. ¿Cuánto puede durar la simbiosis entre religión y deporte? ¿Siglos como en la vieja civilización grecolatina? O será un contacto, un choque más bien, fugaz, en dimensión histórica, del que no sabemos sus causas ni sus efectos.

Esto es lo apasionante del discurrir histórico. Estamos en el umbral de la suplantación total de la religión por la manifestación deportiva. La civilización antigua ha coincidido con la de hoy. La historia se está repitiendo. El boomerang realizándose.

La Historia es el recuento del pasado. Las consecuencias del hecho actual y su desarrollo corresponden a quienes puedan contemplar lo sucedido y comprobar los hechos y su impacto en la sociedad que está respirando, viviendo ahora mismo.

Misión de Dios el saber cómo va salir todo esto. Pero como estamos en una sociedad pagana, Dios no sirve para nada. ¿O sí?




Recobrando la verdad histórica: de como la selección B de 1927 es selección A

  • Hay que restituir la categoría a sus participantes  .

  • Los agravios comparativos del España – Suiza (17 de abril de 1927) y los tres partidos de Amsterdam contra Méjico e Italia así lo exigen. 

  • Durante veintiséis años este partido con Portugal y sus componentes fueron considerados a todos los efectos federativos como Selección A e internacionales absolutos.

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Félix Martialay

                         Tras la publicación en «FÚTBOL»  – número 12, febrero/marzo de 1998 – del artículo «La Selección B de 1927 fue una Selección A», original de su colaborador Félix Martialay, conocido historiador del fútbol español, esta revista ha solicitado a dicho autor un informe pormenorizado sobre tal situación, por si fuera necesario que la Real Federación Española de Fútbol se pronunciara al respecto. 

                        Naturalmente lo solicitado era «un informe» objetivo; no una defensa a ultranza de la tesis mantenida en el artículo citado. No se pedía el informe del «abogado defensor» de aquella Selección, sino un «juicio contradictorio» en el que defensor y fiscal mostraran todos sus datos y «pruebas».  

                        «FUTBOL» estima que el autor ha cumplido fielmente el encargo y, al margen de la decisión que se tome en su día por la RFEF con relación a la consideración de la categoría de la Selección que compitió con la de Portugal el 29 de mayo de 1927, lo ofrece a sus lectores, no sólo para que tengan un más denso conocimiento de los hechos sino por afán de transparencia ante la decisión que en su momento se pueda tomar.

                                           FÚTBOL

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            No hay que perder tiempo en averiguar ni cuándo ni cómo un simple apelativo distintivo de una Selección pasó a ser categoría diferenciadora. Sí hay que centrarse en el espíritu germinal de esa Selección y cómo se le puso el apellido de B simplemente para entenderse, tanto seleccionadores como cronistas, en unos momentos en los que había dos equipos jugando simultáneamente. Es seguro que de no haber habido tres partidos internacionales en una semana, o de haberse celebrado dos en España y el tercero fuera, el apelativo de B  no hubiera existido o hubiese recaído sobre el equipo viajero.

            Lo que sí es absolutamente cierto es que esa Selección B no tenía ni en su germen inicial ni en su concepto el carácter que posteriormente se le dio a los equipos nacionales de categoría B. La Selección B de 1927, que es la que nos ocupa, no tiene nada que ver con los equipos B que siguieron… ¡veintidós años después!. Ni tampoco guarda relación con las Selecciones B puestas en marcha por otras naciones en fechas algo más cercanas a ese 1927. 

             Lo más adecuado para la demostración del error padecido – y que ha perjudicado principalmente a unos jugadores internacionales que se han visto eliminados del palmarés o menguados en un partido, según los casos – es tomar el rastro en donde se produce la primera huella.

PANORÁMICA SOBRE LA TEMPORADA 1926-27

            Aquel fue un curso futbolístico particularmente agitado. Nada menos que en junio de 1926 se había decretado en la Asamblea de fin de temporada la oficialización del profesionalismo en España[1] . Era un verdadero terremoto para las estructuras futbolísticas españolas. Y produjo un caos en la concepción de los jugadores que, en un principio, sólo asimilaron de la nueva situación sus ventajas – el cobrar un salario – pero no digirieron fácilmente sus obligaciones. Por ello la Selección iba a sufrir no pocos coletazos de las  veleidades de unos amateurs… que ya no lo eran. Pero los clubs, que tenían unas obligaciones económicas con sus jugadores – ahora sin tapadillo ni dobles contabilidades -, se sentían mucho más dueños de los mismos y por ello iban a plantear no pocas dificultades a los Seleccionadores, presionándolos – ora para que llamaran a alguno de sus hombres, ora empleando mil subterfugios para hurtárselos – y a la Federación Española, aunque en menor medida, pero en el mismo sentido.

 Tres presidentes en dos meses

            El presidente de la Real Federación, D. Julián Olave Videa, que había sido el timonel de esa travesía desde el amateurismo marrón al profesionalismo, presentó la dimisión en esa misma Asamblea de 30 de junio de 1926. Y con él todo el Comité directivo. Ese fue el primer problema de la temporada 1926-27.

             El segundo fue la dimisión del nuevo presidente. D. Antonio Bernabéu de Yeste. Abrumado por el copioso papeleo generado por los infinitos casos de definición, cambio de situación, traspasos… que le enviaron las Federaciones Regionales enfrentadas con unos clubs inermes ante las variedades de casos que les presentaban amateurs a palo seco, amateurs marrones, neo profesionales…, tiró la toalla con el pretexto de unos viajes inaplazables al extranjero.

             Antes de desaparecer de las oficinas federativas, instaladas en el número 31 de la Carrera de San Jerónimo, el señor Bernabéu propuso a las Federaciones Regionales el nombre de su sucesor: D. Pedro Díez de Rivera y Figueroa, marqués de Someruelos. Hubo que esperar a que llegara la aprobación de estas Federaciones – la mayoría votó afirmativamente y las demás se abstuvieron – para dar paso a una nueva Junta directiva que se formó con el mencionado marqués de Someruelos, como presidente, y los anteriores miembros: D. Alfonso Ferrer, como tesorero, D. Joaquín Fernández Prida, como secretario de la Junta, y D. Ricardo Cabot, como secretario general. Era el 3 de noviembre de 1926

             No era mal movimiento sísmico que en dos meses hubieran pasado tres presidentes por la jefatura de la Real Federación.

 Seleccionadores

            El Comité de Selección permaneció. Sólo hubo que retocarlo en cuanto a la presidencia que ostentaba el señor Cabot y que al ser promovido a Secretario General, profesional, fue ocupada por D. José María Mateos, rellenando la vacante producida con D. Ezequiel Montero. Siguió como vocal D. Manuel Castro, conocido en la prensa como Handicap

 Los doctores de la Selección

             Otro problema, de menor cuantía, pero sí acaparador de tiempo fue el escándalo de los doctores. A la Selección nacional habían asistido, de forma gratuita, en sus partidos, tanto en territorio nacional como en los viajes, los doctores donostiarras Fuertes y  Aguirre y ambos reclamaron el derecho a ser proclamados como médicos oficiales de la Selección ante los nuevos directivos. Tuvo que mediar el ex presidente señor Olave para solventar el diferendo, tan aireado por los periódicos easonenses, ya que él había sido quien los había utilizado y asimilado a la Selección. Diversas acciones, que fueron consideradas irregulares, del Dr Fuertes, decidió la cuestión a favor del Dr. Aguirre.

 El caso del Tesorero

             Pero surgió el caso Pedret – el guardameta del Sans traspasado ilegalmente al Valencia – que implicó al tesorero señor Ferrer, quien, al parecer, se había puesto de parte del equipo valenciano, apoyando la irregularidad cometida. El enfrentamiento entre el señor Ferrer y el señor Fernández Prida – competente y famoso jurista – llevó al marqués de Someruelos a la necesidad de prescindir del señor Ferrer, tras muchas semanas de tensión en la Junta. Y como la destitución de un tesorero podía dar lugar a conjeturas económicas, que estaban muy lejos de la realidad, y previa consulta a las Federaciones Regionales – a las que se les envió un informe detallado -, se decidió que el señor Ferrer «había presentado la dimisión». El tema había durado desde finales de noviembre de 1926 al 3 de marzo de 1927.

             Para sustituirlo se recurrió al ex presidente señor Olave, quien ya aliviado en sus urgencias particulares y sin ningún inconveniente, se prestó a servir, una vez más, al fútbol español en un escalón inferior al que había ocupado unos meses antes. Se rehizo, pues, la Junta directiva con el señor Olave como tesorero (20 de marzo de 1927).

 

 Nacimiento del torneo de la Liga

             Como permanente incordio sobre los miembros de la Federación estaba la trabajosa edificación de la cúpula del profesionalismo: la creación del torneo de la Liga. Constantes reuniones de clubs, amenaza de escisiones en el bloque federativo, tensiones entre maximalistas y minimalistas, reuniones, confabulaciones… [2]

 El Campeonato de España de 1927

             ¿No eran suficientes problemas?. Pues no. Porque, como era habitual, la disputa del Campeonato de España promovió el habitual terremoto de todos los años. Hubo que poner de acuerdo a todas las Federaciones Regionales en cuanto a participantes y fechas de disputa. Esto último era lo más peliagudo. Porque…

             En la temporada anterior había sido un éxito la excursión de la Selección por Centroeuropa y había sensación de ser los mejores del Continente. Opiniones extranjeras así lo avalaban. Esa especie de soberbia deportiva hizo que, sobre los partidos comprometidos y aún sin fecha – Hungría Suiza y Portugal – se comprometieran los solicitados, a última hora, por Italia y Francia. Así pues había que encontrar hueco para esos cinco partidos y para la disputa de las eliminatorias del Campeonato.

  Dificultades con Hungría

             Con Hungría no hubo problema en lo referente a la fecha – 19 de diciembre – aunque sí en cuanto al lugar de celebración. Los húngaros no aceptaban ir a Vigo, que les suponía un viaje más largo de lo presupuestado y quizá un desaire al ser llevados a las provincias. Ello costó no sólo más dinero de compensación sino otro partido, no oficial, en Madrid contra la Selección madrileña [3] . Un total de 28.000 pesetas, por los dos partidos, fue lo que costó la presencia húngara en Vigo [4].

             Pero los otros cuatro partidos fueron siendo empujados hacia el final de temporada. Fue un irse quitando obstáculos del calendario para encontrárselos todos juntos en los meses de abril y mayo. Justamente en las fechas en que se había acordado la celebración de las últimas eliminatorias del Campeonato de España.

   El equipo de utreros

             Así pues el partido con Suiza, en Santander, el 17 de abril, tuvo enormes problemas, porque los santanderinos se consideraron perjudicados en la formación española al tener que operar el Comité de Selección sin contar con los jugadores de los equipos implicados en los cuartos de final – días 17 y 26 de ese abril – , que, para mayor dificultad, todos exigieron tercer partido de desempate. Los aficionados santanderinos pusieron el grito en el cielo ante ese equipo de circunstancias y se consideraron estafados. Faltaban para la baraja de los seleccionadores, nada menos que jugadores del Barcelona, Betis, Arenas, Celta, Madrid, Europa, Sporting de Gijón y Real Unión de Irún… En el diario deportivo Excelsior se le llamaba equipo de utreros. El señor Mateos cargó con las iras de los aficionados cántabros. Pero a nadie se le ocurrió decir que ése era un equipo B, pese a que se necesitó el concurso de cinco debutantes, cinco novatos. Y unos veteranos de repesca [5] .

             El 16 de abril, víspera del encuentro contra Suiza en Santander, El Debate de Madrid escribía:

             «Ningún aficionado español desconoce el valor del equipo que representará a España. Sabe positivamente que se ha seleccionado descontando a los jugadores de los ocho equipos que participan en el cuarto de final. Sin ser exagerado, se puede afirmar que se va a oponer contra los suizos el equipo C, el tercer equipo o como se quiera llamarlo».

             Muy a tener en cuenta esa frase sobre el equipo C, o como se quiera llamarlo. Curiosamente esta expresión no fue tomada por quienes con tanto empeño subrayaban lo de la «Selección B» en el partido con Portugal. Y ya se ve que no sólo había que haber llevado a la Selección de Santander y sus componentes al apartado B, sino al C. Lo que ocurre es que encuentros de Selecciones C no llegaron a constituirse nunca. ¿De haber existido, alguien hubiera reclamado que se llevara a su terreno este equipo de Santander?.

 Mes de mayo, paga extra

             Para el mes de mayo quedaban en el calendario: las semifinales – que hubo que comprimir a partido único y en campo neutral, que fueron los del Iberia de Zaragoza, Torrero,  y del propio Zaragoza F.C., Torre Bruil, – y la final del Campeonato de España – también jugada en el zaragozano Torrero porque los finalistas no tenían tiempo para desplazamientos -, más tres partidos internacionales: Francia, Italia y Portugal.

            Ese era el estado febril de la Real Federación. Y, como se sabe, con un cuadro burocrático muy reducido. No es pues de extrañar que al final de la temporada, en el acta del Comité directivo del 10 de junio, doblado el cabo de las Tormentas, de las no pocas tormentas, se acordara «dar una paga extra a los funcionario de secretaría y oficinas como recompensa de los trabajos extras que habían tenido que emplear en ese mes de mayo».

             Una vez visto el ambiente general hay que centrarse en la llamada falsamente Selección B. Pero eso sí, sin perder de vista toda esa tensión acumulada en el mes de mayo de 1927. 

             La mejor forma de demostrar el carácter de Selección A, a la mal llamada Selección B, que es el motivo de este estudio, es ir dando los datos y testimonios de los diferentes personajes y organismos del momento.

 ACTAS DEL COMITÉ DIRECTIVO DE LA REAL FEDERACIÓN ESPAÑOLA DE FÚTBOL (Temporada 1926-27).  

            Al recorrer las páginas del «diario de sesiones» federativo no hay que olvidar lo dicho acerca de los tifones que sufrió la Federación.

             Así como estimar que había una especie de compromiso cordial – todavía cordial, que fue muchos años más tarde cuando las relaciones futbolísticas hispanolusas se agriaron de tal suerte que incluso se pidió a la FIFA que no volviera a emparejar a ambas Selecciones en compromisos oficiales por las tensiones producidas, que amenazaban saltar del fútbol a otras parcelas de mayor entidad –  para que hubiera un encuentro anual entre ambas Selecciones. Así había sido desde 1921, fecha en la que España dio la alternativa futbolística internacional a Portugal: se había jugado en las temporadas 1921-22; 1922-23; 1923-24 y 1924-25. Por la excursión española por Centroeuropa en 1925-26 no se había podido celebrar el lance anual… De aquí que fuera inexcusable la celebración del compromiso portugués en esa temporada 1926-27. Era uno de los tres partidos fijos comprometidos en principio. Luego, ya se ha explicado cómo, todo el calendario se fue complicando…

            Con tales consideraciones por delante hay que comenzar el rastreo de las Actas, tan cargadas de hechos…, para espigar lo relativo al partido con Portugal.

 26, noviembre, 1926:

             «Contestar a la Federación portuguesa que tomamos nota de la propuesta para celebrar el match internacional en marzo, abril o mayo y que oportunamente se decidirá sobre el particular».

 4, febrero, 1927:

             «Dirigir una circular a las Federaciones Regionales con relación a las fechas del calendario del Campeonato de España, condicionadas a los dos partidos internacionales con Suiza y Portugal. Queda pendiente el aceptar la fecha del 10 de abril, propuesta por Portugal, hasta recibir las respuestas de las Federaciones Regionales». 

22, marzo, 1927:

            «Contestar a la carta de la Federación portuguesa sobre fecha del partido con España, proporcionándole la definitiva del 29 de mayo próximo, que aun coincidiendo con la del partido con Italia permite alinear el equipo B.

10, abril, 1927:

             «Proponer a la Federación Centro la celebración en Madrid del partido Portugal – España concertado el 29 de mayo próximo.»

 21, abril, 1927:

             «Ofrecer el partido Portugal – España a las Federaciones Regionales Guipuzcoana, Catalana, Vizcaína y Valenciana».

 29, abril, 1927:

             «Conceder, en principio, el partido Portugal – España a Valencia, comunicándolo a la Federación portuguesa para recabar su conformidad y pedir entre tanto a la Federación valenciana avance de recaudación posible y los detalles sobre el billetaje para proceder, en su caso, a la inmediata preparación del partido».

 11, mayo, 1927:

             «Atendiendo el cambio de actitud recientemente producido en la Federación Centro, intentar de nuevo la celebración del partido Portugal – España en Madrid; en el supuesto de que no se llegara a un acuerdo, celebrar el partido en Valencia».

 24, mayo, 1927:

            «Próximo el partido con Portugal se acuerda enviar la mitad de la subvención de 10.000 pesetas a la Federación portuguesa y que en cuanto llegue el señor Castro se le pida el equipo definitivo en vista de las dificultades que se oponen a la alineación de algunos jugadores elegidos, entre ellos Quesada, de quien se sabe que extraoficialmente  alega estar lesionado».

             Al hilo de las anotaciones en el Libro de Actas federativo se pueden sacar no pocas consecuencias:

 1ª: Cómo el partido con Portugal fue siendo empujado por las  circunstancias federativas hacia el final de la  temporada, hasta coincidir con el de Bolonia. 

2ª: Que un enfado de la Federación Centro con la Real Federación dejó sin sede el partido con los portugueses ya que Madrid había sido el sitio previsto desde un principio.

3ª: Que ninguna Federación regional quería ese partido tan      tardío; entre otras cosas porque la compensación era   alta; pero, principalmente, porque tenían ya programados   unos partidos de gran interés para su público con equipos extranjeros o selecciones regionales o de obligada celebración por constituir homenajes a figuras locales.  (Había que finalizar la «Copa Príncipe de Asturias», atender la visita del Colo Colo con partidos con numerosos club españoles, la inauguración del monumento a Pichichi, el compromiso militar Lisboa – Madrid, el anunciado Selección Cataluña – Selección Centro, los comprometidos encuentros Centro – Valencia…)

 4ª: Que la consideración de equipo B propuesta a los portugueses fue entendida en su verdadera dimensión, es decir como un equipo bis, con todas las garantías de competitividad y categoría. Con la aguda hipersensibilidad con que la Federación portuguesa trataba todo lo relativo a sus enfrentamientos con España no hubiera tolerado que se le enfrentara una selección de inferior categoría. Ni la Federación Española entendía que ese equipo era un conjunto de menor categoría, sino «otro» equipo nacional, ni la Portuguesa lo tomó como tal. La matización de B – que no tenía la significación que años después tuvo – no entrañó para ninguno de los contendientes una merma de la categoría del partido. Buena prueba de ello es que fue anunciado como «V Portugal – España». Al mismo nivel que los cuatro anteriores. Y el siguiente lo sería como VI lance entre ambos conjuntos peninsulares.

 LOS ANUARIOS FEDERATIVOS

Anuario de Portugal

 En la lista de sus partidos, al llegar al undécimo  consigna:  

 

                        11º. V ESPANHA – PORTUGAL : 2-0

 Su siguiente partido viene así señalado:

                      12º. VI PORTUGAL – ESPANHA : 2-2

            Como puede verse hay una continuidad perfecta. Y ninguna matización de que el partido de Madrid fuera diferente del anterior o del siguiente.  Tan España fue para ellos el pretendido B de 1927 como el experimento olímpico del señor Berraondo de enero de 1928. [6] O como el anterior  – 15, mayo, 1925 – con todos los ases españoles de la época en línea [7] , en el que consignan:

                     IV PORTUGAL – ESPANHA : 0-2

       El que Portugal no sólo consideraba tal ocasión como principal a nivel de anuario sino también a escala de equipo, lo demuestra su alineación.

     Para su partido con Francia (16, marzo, 1927) había dispuesto de:

     Camolas; Pinho, Vieira; Figueiredo, Silva, Varela (César); Liberto, Joáo, Marques, Soares, Martins.

     En su lucha con Italia   (17, abril, 1927) alineó:

     Roquete; Pinho, Vieira; Figueiredo, Silva, César; Liberto, Joáo, Cambalacho, Marques (Soares), Martins.

    Y ante España, en ese 29, mayo, 1927, formó:

    Roquete; Pinho, Vieira; Figueiredo, Silva, César; Liberto, Joáo, Tavares, Soares, Martins.

             Vino su primer equipo, el habitual de la temporada, para tratar de vencer a España, sin bajar la guardia ni un ápice. La trampa de «lo que se podía llamar Selección B» – que había dicho el señor Mateos -, o el «permite alinear  el equipo B» – de las Actas federativas -, no ejerció influencia en la Federación portuguesa ni en su seleccionador Cándido de Oliveira.   

Anuario de la Federación Española

           En el publicado tras ese encuentro del Stadium de Madrid, correspondiente a la temporada 1927-28, dice en su página 28, bajo el titular de «Actuación deportiva internacional»:

           Partidos jugados …… 25

          Partidos ganados …… 20

          Partidos empatados ….  1

          Partidos perdidos …..  4

             En efecto, desde el Dinamarca – España de 1920, se habían jugado exactamente 25 partidos. Incluido el de Portugal, en Madrid, el 29 de mayo de 1927. Nuestro partido de marras. No hay pues ninguna segregación, ninguna discriminación, ningún apartado especial para ese partido que luego pasó a otra parcela. En la misma temporada en que se produjo el hecho la Federación lo clasificó en su sitio, a la misma altura y con la misma dimensión que los otros veinticuatro jugados por España. Y la victoria, añadida a las victorias.

             ¿Quién y por qué lo rebajó después hasta confundir no sólo a los historiadores, sino hasta a los propios federativos que ni lo vivieron ni lo recordaban?. ¿Por qué se les arrebató a unos internacionales el honor de figurar en la lista grande del fútbol español?.

             En el mismo Anuario 1927-28, desde la página 20 a la 25 se hace recuento, con alineaciones y otros pormenores, de la Selección Nacional.

             Comienza con un cuadro estadístico en que en la línea «Portugal» se consigna:

             Jugados, 5; ganados, 5; goles a favor, 12, goles en             contra, 2

             Ahí está el partido en cuestión  y sus goles.

             Y finaliza dando los datos del partido del Stadium. Ni una referencia a que ese partido número 25 fuera en nada diferente a los veinticuatro anteriores.

             Finalmente, en la página 26 inicia la relación de todos los jugadores que habían sido internacionales por España hasta ese momento. A Matías, Óscar, Polo, Sagi y Valderrama les contabilizan ese encuentro. Y aparecen en la lista los Eizaguirre, Perelló, Garrobé, Pedro Regueiro, Gonzalo, Moraleda, Molina y Carulla con un partido internacional, sin ningún asterisco ni salvedad que los distinga de los otros veinte jugadores que en ese momento tenían en su haber un partido internacional. A la misma altura que los olímpicos amberinos Vázquez y Silverio, por poner un ejemplo de la máxima nobleza de la Furia, y que podía ser de discutible (?) adscripción a la Selección A, habiéndose producido posteriormente – posteriormente, ojo a esto – la clasificación aparte de las Selecciones Olímpicas.  Que las de los Juegos Olímpicos de 1928 sí que eran un renglón aparte de la Selección A. Si a los Yermo, Jáuregui, Amadeo, Cholín, Antero, Kiriki, Mariscal, Robus, Trino y Legarreta no se les ha enclaustrado solamente en el apartado de la Selección amateur o en la Selección olímpica – que las hay bien diferenciadas, aunque nacidas posteriormente – y a  Vallana, Quincoces, Gamborena, Luis Regueiro, Yermo, Zaldúa, Marculeta y Paco Bienzobas se les han sumado tales encuentros en su palmarés como internacionales de primer rango, ¿qué rencor, malicia, ignorancia, incompetencia… echó a los avernos a los que compitieron en Madrid contra Portugal aquella tórrida tarde del 29 de mayo de 1927?. Basta, para ver lo diferente que era esa Selección de Amsterdam, confrontarla con la que jugó inmediatamente después:

             La primera:

             Jáuregui; Zaldúa, Quincoces; Amadeo, Gamborena, Peña; P. Bienzobas, Cholín, Yermo, Marculeta, Robus.

             La segunda:

             Zamora; Quesada, Urquizu; Prats, Solé, Peña; Lazcano, Triana, Gaspar Rubio, Padrón, Bosch.

             Evidente ¿no?.

 Los Anuarios siguientes: 

            Quien se tome la molestia de ir viendo los Anuarios  de los años posteriores irá encontrando sorpresas notables:

             Anuario de 1931 (que es el siguiente publicado por la FEF, desde 1927). Aparece  tal cual en el anterior. El partido España – Portugal ocupa el lugar número 25 del historial internacional. Y los ocho internacionales están consignados con el resto de los que habían ido sumándose a la lista de internacionales.

             Anuarios de 1932, 1933, 1934, 1935, 1936 – aquí hay un espacio que no se publicó anualmente -, 1942, 1947, 1948, 1949, 1950, 1951, 1952 y 1953. Todos ellos conservan los datos tal y como el de 1927. Es decir, durante más de un cuarto de siglo el partido del Stadium de mayo de 1927 fue partido internacional absoluto a todos los efectos. Y los jugadores Carulla, Garrobé, Gonzalo, Molina, Moraleda y Perelló constan como internacionales de España y a Eizaguirre, Pedro Regueiro, Matías, Valderrama, Oscar, Polo y Sagi Barba se les suma tal encuentro a las demás ocasiones en las que, antes o después, fueron internacionales.

             La sorpresa surge en el Anuario de 1954. Y todo cambia. Alguien debió convencer al secretario general, a la sazón D. Andrés Ramírez Pardiñas, de que – ¡oh, contumacia! –  durante 25 años habían estado equivocados. Y que el lance de 1927 fue un partido B. Y habida cuenta que la Selección B – la auténtica, la genuina – se había puesto en marcha en 1949 y se habían jugado ya tres partidos, era el momento de separar los internacionales de una y otra Selección. Y el consejero recordó que aquella Selección de 1927 andaba envuelta en dudas por parte de los historiadores más acreditados y que debía ser segregada de la elite internacional española. En ese Anuario, quizá ya con las planchas hechas, al partido número 25 se le añadió un paréntesis que decía : España B. Y en la lista de internacionales se abrió una casilla en la que a los participantes en esos tres partidos B se añadieron los de 1927. Al cabo de 26 años unos internacionales A dejaban de serlo. Por obra y gracia de un no muy minucioso discriminador, porque en su lista hay más lagunas que en Ruidera.

             Al año siguiente se había corrido el turno y el partido número 25 había sido sustituido por el jugado en 1928. El partido menos A de cuantos se han jugado contra Portugal tomaba el puesto de uno que sí lo había sido. Y quedó para los restos. Y todos tan tranquilos.

  LOS PERIÓDICOS DE AQUELLA ÉPOCA

 a) Excelsior de Bilbao

             En el publicado el 29 de mayo, día del partido, decía:

            «En Madrid se juega hoy, en el Stadium, el V match España – Portugal».

             «¿Qué hará hoy el equipo B de España frente a Portugal?».

             «Hay jugadores en este equipo español «que llegan» y que en la temporada próxima encontrarán seguramente un hueco en el once nacional A(?). Tales Regueiro y Perelló».

            «Por vez primera se da el caso de que Zamora no ocupe la puerta en un match internacional como titular».

                       En su ejemplar del 31 de mayo de 1927 consignaba:

            » El quinto match Portugal – España ha terminado con una victoria muy borrosa del equipo nacional español».

             «El equipo B de la Selección Nacional ha jugado, a pesar de todo, un buen partido». 

             A subrayar: 

             En primer lugar la consideración que hace al echar de menos en la puerta de la Selección hispana a Ricardo Zamora. ¿Iba a hacerlo de no haber sido esta Selección de tanta categoría como otra cualquiera?. Eran las circunstancias del doble partido las que impedían a Zamora estar en Madrid y se consideraba extraño que no defendiera la puerta hispana. De haber tenido esta Selección la consideración de B, entendida a la usanza de  años después, tal extrañeza no hubiera tenido cabida en la mente del cronista. La tuvo porque era un partido internacional con todas las de la ley en el que faltaba el insustituible Zamora. Pero, ¿de haber jugado aquí Zamora ya hubiera de dejado de considerarse Selección B?

             La rotundidad con que se habla en toda ocasión del V España – Portugal. Nunca del I partido entre una Selección B y otra A.

             No deja de extrañar el que a la Selección A le añada un interrogante – en lo que coincide con otros periódicos -. Pero resulta lógico ya que a esta Selección no se la había apodado. Y los periodistas lo hacen con interrogante porque nadie había hablado de una Selección A y otra Selección B. Sino de una misma Selección con dos equipos. Y a uno de ellos se le había designado como B, lo mismo – hay que repetir – que se le hubiera podido llamar «Bis». ¡Lo que hubiera evitado tal apelativo!…

 b) El Mundo Deportivo de Barcelona

             En el ejemplar del día 25 de mayo de 1927 escribía:

             «En Madrid se librará al propio tiempo el match España – Portugal. Y aun cuando en este match la ventaja de terreno y ambiente está a nuestro favor, distamos mucho de reputarlo fácil, por cuanto son evidentes los progresos que ha venido realizando Portugal y porque al once lusitano ha de serle opuesto el que pudiéramos llamar nuestro equipo B». 

            En su número del 30 de mayo titulaba:

             «En su doble partido, el equipo A (?) de España fue batido por 2-0, pero un equipo B, batió a Portugal por idéntico resultado».

             «El V match Portugal – España se ha resuelto, también esta vez, favorable a nuestros colores por 2-0»

                       Si bien en un ladillo consigna «La insuficiente actuación del equipo B de España», a lo largo del texto la letra B no vuelve a asociarse ni al equipo ni a los jugadores ni al partido.

 A subrayar:

             La coincidencia en poner entre paréntesis lo de Selección A y señalar el que pudiéramos llamar nuestro equipo B. Nunca dice, rotundamente, el equipo B, sino «el que pudiéramos llamar…»

             Habla sin vacilar del V Portugal – España.

             Nunca dice la Selección B, sino el equipo B. Lo cual sí da sentido a lo pensado por sus creadores, muy lejos del concepto de Selección B que años después se estructuró.

 c) El Debate de Madrid

             El día 18 de mayo se hace eco de las vicisitudes geográficas de su celebración, como ya ha quedado consignado al reflejar las Actas federativas. Dice:

             «Este encuentro internacional ha pasado por diversas vicisitudes; tan pronto se planeó, se pensó en anularlo para esta temporada. Por fin se decidió celebrarlo y fijar la fecha del día 29 de mayo próximo para su celebración, esto es, el mismo día que se disputa el partido España – Italia en Milán (sic). Es la primera vez que alinearemos dos equipos en una misma tarde. Esto no tiene gran importancia, pues, en otra ocasión – claro está que en mejor época  – hemos indicado que se podrían formar hasta cuatro equipos. Apoya a esta opinión el reciente «match» contra Suiza en que España alineó su «tercer equipo» en Santander» .

             El día 26 de mayo publica una nota remitida por la Real Federación Española cuyo texto era el siguiente:

             «En los dos años transcurridos desde que se jugó el último España – Portugal el equipo portugués ha progresado formidablemente, hasta el punto de que hoy tiene reconocido un gran prestigio dentro del fútbol europeo, y  singularmente entre los países latinos a los cuales disputa ahincadamente la supremacía.

             «Ya en el último Portugal – España, que se jugó en marzo de 1925 en Lisboa, nuestro equipo alcanzó difícilmente la victoria por 2-0; pero a este dato que reveló entonces la pujanza del equipo portugués se han añadido los resultados obtenidos este año por Portugal, consagrando indudablemente el alto valor de su equipo nacional.

             «En efecto, Portugal empató a tres tantos con Hungría, que España venció por 4-2; ha vencido a Francia por 4-0, obteniendo mejor resultado aún que el que acaba de alcanzar España en París el domingo pasado, y con Italia sucumbió por 3-1, resultado sumamente honorable teniendo en cuenta que el «match» se jugó en Italia.

             «Habida cuenta que España lucha el día 29 en un doble frente, en Bolonia con Italia y en Madrid contra Portugal, es indudable que el partido tiene un interés grandísimo en orden a demostrar la valía del fútbol nacional, pletórico de excelentes jugadores. Ello permite esperar con confianza la doble jornada del día 29, y es de esperar que los jugadores elegidos para formar el equipo  de España que ha de luchar contra Portugal sabrán mostrarse dignos de continuar la gloriosa tradición internacional de nuestros jugadores.

             «Por estas razones, el partido del próximo domingo que se jugará a las cinco y media en el campo del Athletic, se presenta  con interés extraordinario para la afición madrileña».

             En su edición de la víspera del encuentro, 28 de mayo, da información de la llegada de los portugueses y de los actos programados por la Federación Centro – asistencia a la corrida de toros del sábado, banquete oficial en el Palace Hotel, excursión a El Escorial el lunes y paella de honor y despedida el martes – en honor a los visitantes. En ningún momento habla de Selección B. Sino de la Selección Española.  Y los fastos de agasajo no eran de segunda clase sino del mismo tono que los de cualquier partido internacional anterior celebrado en Madrid.

             El mismo domingo del encuentro, bajo el titular a tres columnas en el que se leía: «España contra Portugal en el Stádium», se daba el siguiente comentario: 

             «Es la primera vez que España juega dos partidos internacionales en una misma tarde. Esto es perfectamente factible, teniendo en cuenta la importancia que ha adquirido el deporte en el país y el buen número de jugadores de calidad. Hace más de cinco años, en la época en que muchos países no habían recobrado aún su forma deportiva, digámoslo así, precisamente en estas columnas indicamos que España podía jugar cinco partidos diferentes a la vez.

             «Por hoy, es posible que no se llegue a ese número, pero tres encuentros se pueden abordar muy bien. Aquí se pueden formar tres equipos diferentes con un valor aproximado. Desde nuestro particular punto de vista, la base de esos tres serían los siguientes: I) Selección vasca; II) Selección catalana. III) Selección resto de España. Indudablemente hay posiciones para las que sobran jugadores. Estos pasarían a la formación necesitada.

             «Si en vez de tres son dos los partidos, no se puede negar que las probabilidades de éxito son mayores. Y si en lugar de Portugal hubiera sido contra Francia, no había necesidad de preocuparse mucho para la selección del equipo, pues, por el momento, los portugueses están algo por encima de los franceses en materia de «football asociatión».

             «Salta a la vista que el equipo español que jugará en Bolonia  es más fuerte que el de aquí. Si no es precisamente por la diferencia de juego entre italianos y portugueses, se debe a que los primeros son más peligrosos, a que la lucha va acompañada de mayor amor propio y porque se juega en terreno extraño. Dentro de sus disponibilidades, los seleccionadores parece que han acertado la selección contra Italia. Caben algunas discusiones en uno o dos puestos, pero de relativa importancia, que muy bien pueden reducirse a cuestión de apreciación. Suponemos que los aficionados podrán quejarse sea cual fuere el resultado. 

             «El equipo contra Portugal sí que podría mejorarse, o al menos discutir algunos valores. A no ser que los seleccionadores tengan como primordial, como factor casi exclusivo el entusiasmo.»

             ¿Hay algún momento en el que el comentarista hable de equipo B, de selección de otra categoría distinta de la que iba a Italia?. Discutía, como lo había hecho ante cualquier partido anterior o lo haría con los posteriores, la decisión de los seleccionadores, tanto en el equipo que estaba en Bolonia como el que iba a competir en Madrid, pero siempre en base a que el fútbol español tenía entidad suficiente como para disputar no sólo dos sino hasta tres partidos al mismo tiempo. Y al decir partidos hay que entender, con lenguaje de hoy, partidos de la Selección absoluta, que era la única que se concebía en esos tiempos. La leyenda del año anterior, corroborada, mal que bien, por los tres triunfos conseguidos en esa temporada, tan cargada de confrontaciones internacionales, daban pie a ese  confiado entusiasmo. Pese a lo que aquí se va a llamar baile de jugadores. Sin ese baile, tanto el equipo de Italia como el de Madrid hubieran sido notablemente diferentes. Y mucho más potentes, pero…

             El martes día 31, daba la crónica de los dos partidos del domingo. Titulaba a tres columnas:

             «España ganó a Portugal y perdió con Italia».

             «Dos tantos contra cero en ambos partidos. En Bolonia un            «goal» lo marcó un defensa español».

             El texto estaba ocupando una columna para cada partido. Encabezadas por los ladillos: «En Madrid» y «En Bolonia». El mismo cuerpo tipográfico en ambas informaciones. Y curiosamente, la misma extensión. Ni siquiera se podía decir que se le habían dado más líneas al partido de Italia que al de España. Iguales. Y ningún rastro de abecedario para ninguno de los equipos españoles. ¿Dónde estaba la famosa B, que aunque hubiera estado no significaba más que una designación descriptiva pero no de categoría?.

             Los cronistas y comentaristas de El Debate en ninguna de sus informaciones u opiniones mencionan la letra B para tildar a la Selección española. Nunca. A posteriori tuvo mayor importancia el partido de Bolonia, pero no por el partido en sí, sino por la decisión del señor Mateos de prescindir de Piera y Samitier y las posteriores medidas disciplinarias que la Real Federación tomó sobre estos jugadores y  el F. C. Barcelona.

             El lector de hoy que se acerque a los periódicos de esa fecha quedará extrañado de que, después, a ese partido del Stadium se le expulsara del palmarés. No encuentra ninguna razón para ello. Porque ningún cronista levantó acta de ese hecho. Para los notarios de la actualidad de 1927 ese partido fue uno más de la Selección, al mismo nivel y con el mismo rango que los anteriores y posteriores.

 d) El Sol de Madrid

             Este diario tarda más en tomar la información sobre el partido del Stadium. La nota de la Real Federación que El Debate publicaba en crudo, es elaborada por la redacción de El Sol, pero sin quitarle el tufo publicitario que sin duda tenía el comunicado federativo, más preocupado por la taquilla que por calificaciones abecedarias

             La víspera del partido informa pormenorizadamente El Sol de la llegada de los jugadores de la Selección y del partidillo que jugaron como preparación. Por supuesto, en ningún momento sale la letra B a relucir.

             El martes día 31 da la crónica de ambos partidos sin letras por medio. Tiene primacía el partido de Italia a causa de que la crónica de Bolonia la firma el jefe de la Sección, D. Eduardo Teus, mientras que la de Madrid corre a cargo del señor Zabalsanchis, segundo de a bordo. Y el escalafón era – y sigue siendo – el escalafón. Ninguno de ellos hace mención a diferencia alguna entre ambas selecciones. El señor Teus, alma viajera, se fue a la excursión a París y a Bolonia; el maldito se quedó con las ganas y pechó con la reseña del Stadium. 

UN IRREAL «TORNEO CUADRANGULAR»

            De entre las curiosidades que suelen entrañar los partidos internacionales resulta rescatable la que se sacó de la manga el diario barcelonés El Mundo Deportivo, dándose cuenta de que  en poco menos de dos meses se habían producido una serie de partidos que imaginariamente formaban un torneo cuadrangular entre España, Francia, Italia y Portugal.

            Eran las vísperas del doble partido del día 29 de mayo de 1927 por lo que el torneo todavía no se había completado. Faltaban esos dos partidos de España. El resto iba así:

             16 –  3 – 27 : Portugal – Francia     = 4-0

            17 –  4 – 27 : Italia – Portugal      = 3-1

            24 –  5 – 27 : Francia – Italia       = 3-3

            22 –  5 – 27 : Francia – España       = 1-4

                   Y luego se completó:

             29 –  5 – 27 : Italia – España        = 2-0

            29 –  5 – 27 : España – Portugal      = 2-0

             Es indudable que en este juego de El Mundo Deportivo los equipos de España que habían participado eran de la misma especie. Si no, el juego no tendría razón de ser. Se habían enfrentado todos contra todos. Pares inter pares.

              Y completando el puzzle propuesto se puede dar el resultado del torneo:

                              J  G  E  P   F   C  Ptos

                _________________________

             Italia     3  2  1  0   8   4  5

            España     3  2  0  1   6   3  4

            Portugal   3  1  0  2   5   5  2

            Francia    3  0  1  2   4  11  1

             Hay que repetir que nada de esto hubiera tenido sentido – aun dentro de lo imaginario – si no se hubieran calibrado categorías similares, homogéneas. Tan España era la enfrentada a Francia e Italia como la que jugó contra Portugal. Pero una de  ellas, por arte de birlibirloque, fue  descalificada 26 años después.

 LIBRO DE JOSÉ MARÍA MATEOS: «9 AÑOS DE SELECCIONADOR NACIONAL»          (Editado por el autor en 1950)

            Como ya se ha consignado, D. José María Mateos era el presidente del Comité Seleccionador. Le acompañaban los vocales D. Ezequiel Montero y D. Manuel Castro, Handicap.

             Nadie pues mejor que el propio seleccionador para dar noticia del carácter de tal Selección por él mismo instrumentada. No sin antes consignar que el señor Mateos, con fecha de primeros de noviembre de 1926, había enviado una propuesta al Comité directivo de la Real Federación que quedó reflejada en el Acta del mismo de fecha 11 de ese mes en los siguientes términos: «… formación de dos equipos A y B con carácter permanente para tener siempre dispuesto el equipo y sus reservas lo más fijamente posible«. No se llevó a efecto ese propósito del Seleccionador. Así pues, no había una previa Selección B en la recámara internacional. Pero aunque ese proyecto se hubiera llevado a efecto, hay que darle la misma entidad que a los 22 hombres que van, actualmente, a una competición internacional. Son 22 jugadores que forman un grupo homogéneo, un equipo en la plena acepción de la palabra. El conjunto de 22 jugadores que quería el señor Mateos era ese grupo del que tenía que salir la Selección y que pedía que estuviera de guardia a lo largo de toda la temporada. Y más en una en la que se iban a disputar nada menos que cinco partidos… Eran unos vasos comunicantes en los cuales los jugadores podían pasar de uno a otro según los contrarios, el estado de forma, etc…

             En la página 21 de este libro dice, hablando de una lista           de jugadores: 

                         «Sobre todos ellos deliberamos, teniendo en cuenta que habían de salir dos equipos completos con sus suplentes, ya que el mismo día eran los partidos contra Italia y Portugal»

             Como puede verse no hace distingos. No especifica que hubiera que elegir dos clases de jugadores, A y B; sino de la lista total de jugadores disponibles y que se barajaban allí, decidir cuáles iban a Italia y cuáles se enfrentarían con Portugal. Las deliberaciones tuvieron lugar en Zaragoza en los días que permaneció allí el Comité federativo asistiendo a la resolución del Campeonato de España.

             En la página 92 dice el autor:                          

            «El mismo día en que se jugaba en Bolonia el partido contra Italia tuvo lugar en el Estadio Metropolitano de Madrid el partido contra Portugal presentando lo que se podía llamar Selección B.

             «Para atender a ello estuvo en Madrid el seleccionador señor Castro.

             «Cuando nos reunimos en Zaragoza, al mismo tiempo que anunciamos quienes habían de desplazarse al extranjero, dijimos cuál sería el equipo que jugaría con Portugal. 

             Analizando el texto y habida cuenta que estaba escrito en 1950, cuando ya se había asentado en la mente de todos los cronistas futbolísticos la existencia – falsa existencia – de una Selección B, apartada en bloque y en partes de la lista de los partidos de la Selección, el señor Mateos no dice claramente que se presentó una Selección B, sino lo que podía llamarse Selección B. Y reitera que en esa reunión de Zaragoza,  de entre los nombres de jugadores – y en aquellos momentos no había en el fútbol español más que los que se podían llamar jugadores A – se designó a unos para desplazarse al extranjero – Francia e Italia – y a otros para el partido con Portugal. ¿No sería injusto y falso el que si los que se señalaron para ir al extranjero hubieran sido algunos de los que se quedaron y, al revés, unos quedaran estigmatizados para los restos como jugadores de clase B, sin que esto entrañe ningún sentido despectivo?.   

             En la página 233 de dicho libro, y en el resumen que hace el señor Mateos de su trayectoria, dice al llegar a esta ocasión:

             «Tercera temporada

            «En Vigo, 19 de diciembre de 1926: España,4; Hungría,2

            «En Santander, 17 de abril de 1927: España, 1; Suiza, 0  «En París, 22 de mayo de 1927: España, 4; Francia, 1     «En Bolonia, 29 de mayo de 1927: Italia, 2; España, 0

            «En Madrid, 29 de mayo de 1927: España, 2, Portugal, 0

             No hace apartado alguno en los cinco partidos de la temporada ni apellida a ninguno con la B. Sí lo hace en los párrafos siguientes:

             «Nota buena: El triunfo sobre Hungría y Francia, el de Suiza, mínimo, obtenido en especiales circunstancias y el logrado sobre Portugal con el equipo B. Derrota con Italia con las incidencias ya conocidas.

             Quizá haya que interpretarlo en su medida explicativa más que diferenciadora. Hace un recordatorio. Para que el lector sitúe cada partido: uno, «en especiales circunstancias«, otro, «con las incidencias conocidas» y el tercero «con el equipo B«. Con lo último quiere recordar que se emplearon dos equipos en una misma fecha, no que hubo dos clases de selecciones.

            Y, a renglón seguido, cuando hace recuento de los jugadores que ha empleado en esos cuatro partidos no pone a un lado los A y a otro los B, sino que en su consideración son todos uno. Dice:

             «Jugadores utilizados: Zamora (4), Eizaguirre, Vidal – Vallana, Pasarín, Quesada, Portas, Juanín, Arrillaga, Zaldúa (2), Alfonso Olaso, Perelló, Garrobé – Matías (2), Gamborena (3), Peña (3), Prats (3), Pedro Regueiro, Molina, Carulla – Valderrama (2), Piera, Goiburu (2), Errazquin, Carmelo (2), Sagibarba (2), Lafuente, Oscar (2), Galatas, Luis Olaso (3), Sagárzazu (2), Luis Regueiro (2), Yermo (2), Félix Pérez , Echeveste, Gonzalo, Polo y Moraleda. Total, 38.

             Pero luego hace un distingo al hablar de los jugadores que han debutado bajo su mando en esa temporada. Y dice:  

             «Nuevos internacionales: Goiburu, Prats, Luis Regueiro, Yermo, Zaldúa, Lafuente, Portas, Sagárzazu, Valderrama, Arrillaga, Galatas, Alfonso Olaso, Félix Pérez, y M. Vidal, y en el equipo B: G. Eizaguirre, Pedro Regueiro, Carulla, Garrobé, Gonzalo, Molina, Moraleda y Perelló.

             ¿Por qué hacer una distinción entre los debutantes cuando no la había hecho entre los seleccionados por él?. Hay dos claves explicativas: una, que es 1950 cuando escribe esto. Y él mismo, que sabe como nadie que no hay diferencia ni la hubo en el momento de la selección de jugadores y contratación del partido, en vez de enfrentarse con el error arrastrado por los ajenos a la elaboración del caso, se pliega a él. Ahí está la responsabilidad del señor Mateos. En vez de deshacer para siempre lo que la rutina, la ignorancia y la oficialización esculpieron en aquellos momentos, se dejó arrastrar por un error que alguien había introducido ya entre los expertos comentaristas. Dos, la letra G del nombre del meta sevillista Eizaguirre delata que la mente del señor Mateos no estaba en 1927, cuando fue artífice de tal selección, sino en 1950 y necesitó aclarar, con esa G, que Eizaguirre no era el guardameta Ignacio, a la sazón en plena actividad internacional, sino a Guillermo, retirado en 1939  y que debutó en la Selección en aquel partido de 1927.

             Luego, para los que buscaran, en ese 1950, a los debutantes en la lista de internacionales publicados en la prensa, sin encontrarlos, les indicaba que tenían que remitirse a la lista de los B, pues alguien los había hurtado – hay que pensar que sin malicia – de su puesto de honor. Hurto que hasta los mismos jugadores habían asumido. Este libro de D. José María Mateos fue la gran ocasión para que todo quedara en su sitio. Incluso subrayando tal circunstancia que había mandado al sótano de los B a quienes fueron elegidos como A para un partido de la Selección A. En vez de ello lo dejó todo en medias palabras. Y cada uno tomó la mitad que la rutina le indicaba. Y ya quedó acuñado para siempre y para todos que aquel equipo del Stadium de Madrid – lo de Metropolitano era otro apelativo posterior en el que cayó el periodista bilbaíno – era una Selección diferente de la absoluta. ¡Lástima que D. José María no hubiera mirado el último Anuario de la RFEF para refrescar la memoria, en vez de recurrir a sus colegas de la prensa!.

             En la página 236 y en el cuadro resumen de toda su actuación consignaba:

                                 J  G  E  P   F   C

                ____________________                   

            Portugal   4  4  0  0   11  0

             No hace ninguna diferenciación sobre dos equipos  para jugar con Portugal. Es un todo, partidos y goles. No hay partidos A y B, victorias A y B, goles A y B.

             Hay que aclarar que esos cuatro partidos habían sido:

      29, mayo, 1927    : España – Portugal         = 2-0

     17, marzo, 1929   : España – Portugal         = 5-0

     30, noviem, 1930  : Portugal – España         = 0-1

      2, abril, 1933   : España – Portugal         = 3-0

            Siguiendo con esa contabilidad de su tarea seleccionadora afirma que en sus 24 partidos hubo 79 internacionales, de los que 62 lo fueron por primera vez. Aquí vuelve a cometer la gran injusticia de dar oficialidad al error. ¿Es que no recordaba los cabildeos de entre los nombres barajados en la mesa, sacando a unos para el viaje y dejando a otros para Madrid?. Del mismo montón, de la misma lista. Y los distinguieron, una vez clasificados en montón A, para  Francia e Italia, montón B para Madrid. Que, dada la dificultad con que se movieron por la escasez de jugadores, bien podían haber sido adjetivados al revés… O como Selección y Selección bis… O Selección Viaje y Selección Madrid. Así, el señor Mateos, al señalar sus 79 internacionales comete la injusticia de dejar fuera a ocho, a los ocho que debutaron en ese partido contra Portugal. Y hay que volver a recordar la fecha del libro: 1950. Es muy posible que el señor Mateos, a la hora de hacer el recuento, tomara como guión el libro del señor Fielpeña – del que se habla a continuación – para que le refrescara la memoria. Y asumiera el error del historiador. Por ello el señor Mateos no considera a esos jugadores. De los 87 jugadores que empleó olvida injustamente a esos ocho que él hizo internacionales, que pudo colocar en su verdadero puesto de internacionales  absolutos – se diría hoy – y dejó anulados para la historia de la Selección Nacional.

            Los jugadores que intervinieron seleccionados por el señor Mateos, en sus nueve años de seleccionador, fueron los siguientes:

             Acedo, Aguirrezabala, M (2), Aguirrezabala, I (3), Alcántara, Arocha (2), Arrillaga, Ayestarán, Bata, Bienzobas, P, Blasco (3), Bosch (7), Careaga, Carmelo (4), Carulla, Castillo, Cilaurren (6), Ciríaco (11), Cubells (2), Chacho, Echeveste (2), Eizaguirre, Elícegui (4), Errazquin (3), Galatas, Galé   (2), Gamborena (10), Garizurieta, Garrobé, Goiburu (10), Gonzalo, Gorostiza (7), Guzmán (3), Hilario, Iraragorri, Juanín (2), Lafuente (4), Lángara, Larrinaga, Lazcano (5), Leoncito (2), Marculeta (8), Martí (3), Matías (2), Meana, Molina, Moraleda, Muguerza, Obiols, Olaso, L. (3), Olaso, A. Olivares, Oscar (2), Padrón (5), Pasarín (3), Peña. J.M. (11), Perelló, Félix Pérez, Piera (5), Polo (3), Portas, Prat (4),  Prats (8), Quesada (4), Quincoces (14), Regueiro, L. (11), Regueiro, P., Roberto Echevarría (4), Rubio, Gaspar (4), Sagárzazu (2), Sagi Barba (2), Samitier (6), Sastre, Sesúmaga, Solé (3), Travieso, Triana, Urquizu, Valderrama (2), Vallana (3), Valle, Vantolrá (3), Vidal, M., Yermo (2), Yurrita (2), Zabalo (3), Zaldúa (2) y Zamora (21). Total: 88.

            Y la contradicción máxima la comete al dar el resumen general de los partidos jugados por España desde Amberes hasta la fecha del libro. Dice que se han jugado 16 partidos con los portugueses y él, que consigna líneas más arriba que, con él como seleccionador, se compitió cuatro veces con Portugal omite una de ellas. Y, claro, no le sale la cuenta general si se considera su cuenta parcial. ¡Cosas de D. José María que se fió más lo que decían que había hecho que de lo que él había hecho realmente…!. [8]

 BAILE DE JUGADORES INTERNACIONALES 

            Hasta llegar a la alineación que formó ante Portugal en el Stadium madrileño hay una larga tarea del trío seleccionador. Huelga decir que los señores Mateos, Castro y Montero cargaron con sacos de críticas adversas por su labor en esa temporada. Al margen de los errores que sin duda cometerían los miembros de este Comité seleccionador hay que decir unas cuantas razones para que, pasados tantos años, se les pueda juzgar con mayor ecuanimidad que la empleada en caliente.

            Lo primero de todo es decir que esa temporada fue una de esas en las que se había agotado una generación de internacionales y la cosecha futura todavía no había ofrecido sus frutos granados. Había muerto la generación de los años veinte y no había irrumpido aún la de los años treinta. Los seleccionadores tenían que ir tanteando, porque estaba ya demostrado que no todos los fenómenos de club son  válidos para la internacionalidad. Pero para demostrar su temple no había más remedio que hacerlos jugar en la Selección. Luego demostrarían ser flor de un día o tener madera de internacionales. Ejercicio peligroso en las circunstancias que se daban en esa temporada puesto que no se trataba de hacer pruebas con un par de jugadores para encajarlos en el sistema, sino que había que crear el nuevo sistema con arreglo a esos nuevos jugadores. Basta comprobar cómo ante Suiza debutan cinco jugadores; ante Francia, siete; ante Italia, uno; y en el partido con Portugal, ocho. Que en dos meses haya que utilizar veintiún debutantes en el equipo nacional es un índice claro de esa transición. Por no llamarle sequía de jugadores. Como ya se ha visto, los cronistas del momento estaban la mar de satisfechos, sin calibrar esa crisis.

            En las reuniones mantenidas en Zaragoza por el Comité de Selección, muy asistido por el señor Colina – con lo que eran cuatro veteranos expertos los preocupados por el problema -, se diseñó el equipo que iba a viajar a Francia e Italia a la semana siguiente:

             Porteros: Zamora (Español) y Vidal (Athletic de Bilbao). 

            Defensas: Juanín (A. Bilbao), Pasarín (Celta de Vigo) y  Portas (Español).

             Medios: Prats (Murcia), Gamborena (Real Unión de Irún),  Esparza (Madrid) y José María Peña (Madrid).

            Delanteros: Piera y Samitier (Barcelona), Errazquin (R.U. Irún), Carmelo (A. Bilbao), Félix Pérez (Racing  de Madrid) y Luis Olaso (Athletic de Madrid). 

            No dejaba de llamar la atención las diferencias que había con el total de los convocados para contender con Suiza quince días antes. Habían desaparecido el portero ovetense Oscar, el defensa coruñés Otero, los medios Corujedo (Sporting) y Gabriel (Sevilla), y los delanteros Goiburu (Osasuna), Valderrama (Racing de Madrid), Lafuente (A. Bilbao), Roldán (Sevilla), Echeveste (R.U. Irún) y Galatas (A. Madrid).          

           Pero apenas si les había dado tiempo a los seleccionadores a recostarse y dar el consiguiente respiro de alivio cuando empezaron las dificultades. Juanín comunicó que no contaran con él porque en esas fechas se casaba; también por boda, de un familiar cercano, se daba de baja Pasarín; Carmelo estaba lesionado; Errazquin, enfermo, de cierto cuidado, además; el Athletic de Bilbao hizo cuanto pudo para no dejar al meta Vidal porque había contratado unos partidos con un equipo inglés y le necesitaba, pero…; Piera y Samitier iban a estar enfermos hasta el día después del partido Barcelona – Motherwell. Eran seis bajas, nada menos.

         Vuelta a empezar… Se llama a los defensas Alfonso Olaso (A. Madrid) y Zaldúa (Real Sociedad) y a los delanteros Luis Regueiro (R.U. Irún), Yermo (Arenas de Guecho) y Goiburu (Osasuna). Y tranquilos. ¿Tranquilos?. Alfonso Olaso no puede desplazarse porque está cumpliendo el servicio militar y la Selección Militar Madrileña juega en Lisboa contra la homónima lisboeta el mismo día que España en Colombes. Goiburu, verdadero amateur y estudiante, estaba en plenos exámenes y no puede tirar el curso por la borda.

             Ya con las horas contadas para empezar el viaje se llama al defensa donostiarra Arrillaga y al interior irundarra Echeveste.

             Obsérvese que de 21 jugadores barajados hubo que prescindir nada menos que de ocho – el 38 % – para cuadrar los catorce expedicionarios al doble encuentro con franceses e italianos.

             Luego, ya en Italia y ante la lesión de Félix Pérez – un brazo roto en la batalla de Colombes, no suficientemente valorada – se llamó al gijonés Pin y al céltico Chicha. Ambos afirmaron que el aviso les llegó tarde (?). Y desde Irún mandaron a Sagárzazu, al que hicieron cruzar la frontera por las vías, con las botas bajo el brazo, y sin pasaporte, confiando en que desde Italia le documentaran en el Consulado. Y menos mal que Alfonso Olaso cumplió su palabra y apareció en Bolonia.

             Bien, ya habían arreglado lo de Francia e Italia. ¿Y Portugal?. Pues también. Lo que pasa es que como aquí no tuvieron dificultades no hubo necesidad de hacer equilibrios. Los designados, en esas reuniones zaragozanas fueron:

             Porteros: Eizaguirre (Sevilla) y Cándido Martínez (Madrid).

             Defensas: Perelló (U.D. Sans), Quesada (Madrid) y Garrobé (Valencia).

             Medios: Pedro Regueiro (R. U. Irún), Molina (Valencia), Carulla (Barcelona) y Calvo (Racing de Madrid), luego se llamaría a Matías (Real Sociedad). 

            Delanteros: Gonzalo (Racing de Madrid), Valderrama  (Racing de Madrid), Oscar (Racing de Santander),  Polo (Celta de Vigo), Sagi Barba (Barcelona) y Moraleda (Madrid). 

            Martínez, Calvo, Gonzalo, Moraleda y Matías habían estado en la Selección Militar que había ido a Lisboa. Habían jugado bien, pero sobre todo Gonzalo, que había vuelto locos a los defensas lisboetas. Y Moraleda había sido el autor del gol de los madrileños.[9]

     Por otra parte hay que señalar que la lista fue intocable para los seleccionadores. Quizá lo más fácil hubiera sido tirar de los jugadores de esta Selección para cubrir las vacantes de la otra. No  fue así. Se buscó debutantes para Francia e Italia dejando el equipo de Madrid tal y como se había diseñado. Quizá el señor Castro Handicap se puso pesado exigiendo que no le tocaran el equipo que ya le habían adjudicado. La baja, ya prevista, de Quesada, se produjo y estaba cubierta con el valencianista Garrobé. Ante la posibilidad de que Sagi Barba no pudiera llegar a tiempo – tenía a una hija enferma de cierto cuidado -, se trajo de Sevilla a Roldán y Brand y se advirtió al madridista Del Campo que no se ausentara de la capital.

            El señor Castro Handicap tomó muy en serio su papel y montó un partido de entrenamiento contra un combinado madrileño el viernes día 27. La Selección lo machacó por 6-1. Jugó un partido primoroso en el que sólo desentonó Garrobé, a quien se le achacó, además de los nervios, el cansancio del viaje, pues desde el tren fue al campo, sin un minuto de descanso. [10]

          Alguien podría argüir que el partido contra Portugal quedó menospreciado al desplazarse a Italia la plana mayor de la Federación en vez de quedarse en el partido de Madrid. Y no fue así. Lo que ocurrió es que al partido de Bolonia – se inauguraba el Stadio del Littoriale – anunció su asistencia el  rey Víctor Manuel III, lo que le confirió, además, rango de acto social de primer orden. Ello hizo que desde España se desplazara el Príncipe de Asturias, D. Alfonso de Borbón. Que fue lo que volcó la importancia del partido; se hizo obligado que al Príncipe le acompañara el presidente de la Real Federación, marqués de Someruelos, y consiguientemente todo el Comité directivo. Luego ocurrió que al partido del Stadium fue S.M. el Rey D. Alfonso XIII con los otros infantes, pero como este partido correspondía a la Federación Centro, ésta cubrió perfectamente el protocolo con la presencia de toda la directiva con el presidente D. Julián Santacruz a la cabeza. La presencia del Rey significaba, bien a las claras que tal partido no era un saldo de clase B, sino un partido internacional con Portugal con todas las de la ley.

 LIBRO DE «FIELPEÑA» : «LOS 60 PARTIDOS DE LA SELECCIÓN ESPAÑOLA DE FÚTBOL» (Ediciones Alonso, Madrid, 1941) 

            Este fue el primer libro sobre la Selección de España que se publicó en la posguerra. Es cierto que hubo antes otros libros que trataron en breve de los partidos del equipo nacional, pero ni tuvieron la extensión y pormenorización de éste, ni llegaron a los niños que al término de la Guerra se interesaron por los antecedentes de la Selección al anuncio del primer partido de la misma  en la posguerra y precisamente contra Portugal.

            Es, por lo tanto, el libro en el que se instruyó toda una generación – aún viviente en parte – que ni por edad ni por condiciones había leído nada precedente. El carácter destructor sobre una parcela de España arrasó los fondos editoriales, las librerías y hasta las bibliotecas en las que se pudiera haber encontrado parte de lo publicado con anterioridad. Los fríos inviernos y la falta de combustible explica la dimensión particular del destrozo. Es posible que algo saliera en los mercadillos de lance de posguerra, pero  no estaban entre los lugares frecuentados por los muchachos de 8 ó 10 años. Así pues aquel libro «Los 60 partidos de la Selección Española de Fútbol» fue como un descubrimiento fascinante y, a la vez, un evangelio para los españoles que se asomaban a la historia futbolística.

            Dicho todo lo anterior en mérito del periodista Juan Peñafiel Alcázar, Fielpeña, cuyos deseos de crear una «escuela de historiadores» del fútbol hispano no encontró eco ni en los periodistas deportivos entonces en el candelero, ni en los periódicos de mayor entidad, deportivos o no. Él dejó para la misma editorial «Historia de la Liga», «Historia del Campeonato de España», «Historia del Murcia» y éste que se trae ahora a colación sobre el equipo nacional. Eran libros introductorios más que  estudios profundos y pormenorizados. Y consiguieron su propósito. Con tal bondad que no han ido al fuego pese al tiempo transcurrido.

             Volviendo al partido España – Portugal del año 1927, Fielpeña consigna en su página 84:

             «En mayo la Selección española emprende una excursión. Ha de jugar el 22 en Colombes y el 29 en Bolonia. Y en este último día tiene otro encuentro en Chamartín (sic) con los portugueses, a base de la  Selección B. Primer ensayo español en este aspecto que luego se ha abandonado, pese al éxito y a enfrentarnos con una Selección A». 

             Aparte del desliz histórico de situar el partido en Chamartín, hace un injustificado hincapié en la Selección B. Su extrañeza delata el propósito original federativo de que esa Selección fuera otra Selección del mismo nivel, no un equipo catalogable en otro escalón distinto del que competía en Italia ese mismo día. De ser B – en el sentido de una categoría inferior -, esa Selección no hubiera podido contender con una A, a menos de manifiesta y confesada inferioridad  del contendiente. Y Portugal no estaba, ni mucho menos a niveles futbolísticos tercermundistas, como podían estarlo un cuarto de siglo después Luxemburgo, Grecia, Egipto… con relación a España, Italia, Portugal… No, no se abandonó ningún camino, simplemente no se hizo camino; se atendió un doble compromiso.

             Sin duda el señor Fielpeña, pionero en historiar la Selección, se dejó llevar por la rutina periodística, por la suficiencia profesional; no estudió la génesis de esa Selección de mayo de 1927; no buscó los documentos y, quizá, ni consultó el Anuario federativo en el que constaba bien claramente la calificación de ese partido. Ni siquiera se levantó del pupitre redaccional para pasar a la habitación de al lado en donde estaba la hemeroteca de la Editorial Católica, en la que se conservaban los volúmenes encuadernados de El Debate… Y lo que es peor, ese libro ya deformó de por vida a todos los cronistas y tratadistas contemporáneos y posteriores. Habida cuenta que casi nadie, vamos, nadie, ha hecho otra cosa que refritar en lo referente a la historia del fútbol español, lo consignado en este primer libro – refritado hasta la náusea – quedó como artículo de fe transmitido de generación en generación. A partir de aquí ya no se vaciló en la calificación de Selección B a la que jugó en 1927 contra Portugal. Dándole por supuesto el sentido de diferente categoría futbolística, tal cual iba a emplearse 22 años después. Y con vida ciertamente efímera: por parte de España, tan sólo 28 partidos en 42 años… Bien se puede decir que el consejero del señor Ramírez en la Federación debió ser un buen lector de este libro. De su consideración hacia el rigor histórico del señor Fielpeña habla el empeño que puso en llevar ese partido al corralito» de los encuentros B.

             Sigue lo escrito por el señor Fielpeña. En su página 88 afirma:

             «Por fortuna, en el Stadium Metropolitano de Madrid, el otro equipo español, la Selección B, lograba la décima victoria seguida, estableciendo todo un gran «record».

             «Ezequiel Montero designó el equipo; en Bolonia, sus compañeros de Comité. Fue este: Eizaguirre; Perelló, Garrobé; Pedro Regueiro, Molina, Carulla; Gonzalo, Valderrama. Óscar, Polo y Sagibarba. Siete nuevos internacionales. Sólo Valderrama, Óscar, Polo y Sagibarba – esto es, casi el ataque – habían participado ya en luchas de esta clase. 

             Párrafos para analizar pormenorizadamente:

             1) : Centra, al fin, el auténtico lugar de la celebración del partido: el Stadium de Madrid. Si bien emplea para nombrarlo la terminología de 1941 y no la de 1927. En este año era simplemente el Stadium. No había otro en Madrid y no necesitaba apellidos

             2) : Vuelve a demostrar el autor su precipitación y desaliño en la documentación. No, no fue D. Ezequiel Montero quien se hizo cargo de esa Selección, sino el señor Castro, como bien testimonia, en el libro citado, D. José María Mateos. Bien que este libro, naturalmente, no pudiera ser consultado por el señor Fielpeña, ya que no se había publicado.  Pero sí pudo y debió refrescar su memoria acudiendo a la prensa de aquellos días en la que hay referencias constantes a la presencia del inefable Handicap organizando el partido de entrenamiento, citando a los jugadores de Madrid, recibiendo a los de provincias, etc. Y al seguir las informaciones de la Selección que fue a París sin duda hubiera encontrado la nota de que en el Hotel Modern de la Place de la Republique se registraron los señores Fernández Prida, Mateos, Montero, Dr. Aguirre, Gaspar – funcionario administrativo de la Federación – y Colina, del Comité de Árbitros, como representantes del máximo organismo futbolístico hispano. Finalmente, no podía ignorar, porque era de conocimiento general, cómo Gonzalo, en numerosas entrevistas, había dicho que cuando el señor Castro – el señor Castro – le comunicó en el descanso que no iba a jugar en la segunda parte, se echó a llorar. Anécdota que confirmó el propio señor Castro en más de un escrito, disculpando los sollozos del racinguista porque era un niño de 18 años.  

             3) : No leve contradicción es afirmar en la página 84 que «la Selección B era un primer ensayo…» y decir en la 88 que España «lograba la décima victoria seguida…«, mezclando las churras con las merinas. ¿O realmente eran todas churras o todas merinas?.

             4) : Insiste en la contradicción al comentar la internacionalidad de los participantes en este partido, sin matizar que eran internacionales de segunda. Contradicción que corona al decir que «Sólo Valderrama, Óscar, Polo y Sagibarba habían participado ya en luchas de esta clase..«. Subráyese ya en luchas de esta clase. ¿No había significado que ese partido era de otra clase?. 

            En estas anotaciones 3) y 4) se confirma que la Selección que compitió con Portugal ese día era otra Selección» de la misma clase, género, categoría… que la que a esa misma hora y día competía en Bolonia con Italia. Eso lo había sabido el señor Peñafiel en su momento, pero se había dejado arrastrar por lo que otros habían ido deformando e incurrió en la deformación.

             Que es, justamente lo que se ha tratado de rebatir en estas líneas. Con objeto de devolver este partido a su rango legítimo y a sus componentes a los entorchados a que se hicieron acreedores en tal ocasión y que se les arrebató posteriormente. O restituir a esos internacionales  y a ese partido su rango o colocar en los apartados de amateurs y olímpicos, según los casos, a los de Amberes (1920), París (1924)  y Amsterdam (1928). Que la coherencia es una virtud que no ha sido empleada en este caso. Y aun cuando se pusieran los partidos de Amberes, París y Amsterdam en la parcela de la Selección Olímpica y sus jugadores en el mismo apartado, segregándolos de su categoría A, ninguno de los argumentos aquí empleados en la defensa de la categoría A, para la Selección de mayo de 1927 contra Portugal, quedarían rebatidos. Y se volverían a esgrimir.  

 LIBRO DE BERNARDO DE SALAZAR: «LA SELECCIÓN A TRAVÉS DE SUS CRÓNICAS» (Editorial «El País – Santillana», 1996)

            Mucho más alejado de los hechos y de su resaca de los años 50, y por ende de las influencias de los libros de D. José María Mateos y del señor Fielpeña«, y mucho más minucioso que estos cronistas y, además, nada proclive al habitual refritado de textos previos, el señor Salazar fue a las fuentes.

            En la página 53 escribe:

            «Pero ese mismo día se enfrentaban España y Portugal en Madrid en el Stadium del Metropolitano. Por supuesto nuestro conjunto nacional no poseía el don de la ubicuidad, por lo que frente a los lusos se presentó un segundo equipo. Manolo Castro, miembro del triunvirato seleccionador, dirige el equipo hacia el triunfo por dos goles a cero.

           «Este partido, jugado por un segundo equipo español, un equipo B, tuvo, y debe seguir teniendo, categoría de encuentro entre selecciones absolutas. Sólo la desinformación o la ignorancia lo ha relegado del nivel que verdaderamente le corresponde en la historia de nuestra Selección».

             Con precisa brevedad deja todo en su verdadera dimensión. Dice: «Se presentó un segundo equipo..». Justo. Y remacha:    «un segundo equipo español, un equipo B,…». Exacto. Y lo confirma aludiendo a la desinformación o ignorancia de quienes no habían sabido o querido interpretar la definición de equipo B como se concibió en 1927.

 HANDICAP, EL FARO DE VIGO, 25 DE ENERO DE 1936

             Como ya se ha anotado varias veces, D. Manuel de Castro, conocido periodísticamente como Handicap, era uno de los Seleccionadores en aquella temporada. Handicap llevaba siguiendo a la Selección, bien activamente como seleccionador, bien profesionalmente como periodista, nada menos que desde Amberes. En esta ocasión ante Portugal es uno de los protagonistas de las reuniones de Zaragoza en las que se hicieron las dos listas de jugadores, unos con destino a Francia e Italia y otros para el encuentro de Madrid. En el Acta de la Federación del día 24 de mayo de 1927, consignada

más arriba, se especificaba: » En cuanto llegue el señor Castro se le  pida el equipo definitivo...». Sabía pues, perfectamente la índole del equipo que iba a dirigir en el Stadium de Madrid, su categoría y su definición. 

             En 1936, y desde muchos años antes, era lo que hoy se llamaría jefe de deportes del diario El Faro de Vigo. Y  en la fecha del 25 de enero, tomaba de ABC de Madrid la siguiente noticia a la que él ponía el título de «¿Se forma el equipo nacional B ?»:

             «Queremos anticipar a nuestros lectores una noticia que nos llega por excelente conducto, y que es de suponer tendrá próxima confirmación.

             «Parece ser que el seleccionador nacional ha insistido mucho en aconsejar que se vaya pronto a la formación del equipo nacional B, que actuaría en las misma fechas que el A, con la diferencia que aquél jugaría en España cuando los «ases» tuvieran que ir al extranjero.

             «La indicación ha sido muy bien recibida y no tendría nada de particular que se procurase ir pronto a la formación de la Selección B como cantera y banco de pruebas para la Selección A. De momento, si en la fecha del partido contra Alemania esta formación B parece algo prematura, con  vistas a la excursión que más tarde harán los rojos a Berna y Praga, resulta más probable. Y en este caso hasta se ha pensado ya que uno de los dos partidos que podría jugar la Selección B tendría por escenario uno de los mejores campos de Asturias. ¿Rival?. Esto es imposible siquiera adivinarlo; pero si no fuera posible traer la Selección B de otro país, quizá no fuera difícil formar una potentes selección regional».

            Como puede apreciarse en la noticia no se habla de ningún precedente en la existencia de la Selección  B, de ninguna experiencia anterior. Castro reproduce la información sin ninguna apostilla. ¡Y bueno era el señor Castro para dejar pasar cualquier ocasión para salir al paso de algo publicado en la prensa de Madrid!. Hubiera saltado con su habitual energía y contundencia reclamando para sí el honor de haber

dirigido la primera Selección B de la historia del fútbol español y que eso ya estaba formado desde 1927; que el seleccionador, D. Amadeo García Salazar, intentaba descubir un Mediterráneo que él ya había surcado cinco años antes…

            Ni una palabra. Ningún desmentido. Ninguna reclamación. Se iba a formar la Selección nacional B. No a resucitar. Y con el verdadero concepto de tal calificación: cantera y banco de pruebas para la Selección A. 

 ANEXOS

1): El partido

            Aun cuando ya se han ido dando pinceladas sobre este encuentro, no deja de ser inexcusable hacer una reseña por somera que ésta sea.

            A las cinco y media de la tarde de ese 29 de mayo hacía mucho calor en la hoya del Stadium. Pero soplaba un fuerte viento, cálido, en dirección al terraplén de la gradona. Lleno en las gradas, buena señal de que el partido había interesado a los madrileños, que, evidentemente, no le consideraban descafeinado, sino un partido internacional en su plena acepción del término.

            Ocupó al palco de honor S.M. el Rey D. Alfonso XIII, a quien acompañaban los infantes D. Jaime y D. Juan – futuro padre de S. M. D. Juan Carlos I -; junto al monarca estaba el embajador de Portugal señor Melo Barreto y al otro lado el secretario de la Real Federación, D. Joaquín Fernández Prida – quien había regresado tras el partido de París -, y el presidente de la Federación Centro, D. Julián Santacruz.

            Salieron los equipos junto con el árbitro inglés mister Crew, a quien flanqueaban los liniers Antonio Cárcer (España) y Rebelo da Silva (Portugal).

           Tras los saludos de los capitanes, Viera y Oscar, que intercambiaron ramos de flores, se acercaron al palco real. Conversaron brevemente con S. M. a quien entregaron los ramos de flores.

            Los equipos se alineaban así:

 ESPAÑA (camiseta roja y pantalón azul): Eizaguirre; Perelló, Garrobé; Pedro Regueiro, Molina, Carulla; Gonzalo, Valderrama, Oscar, Polo, Sagi Barba.

 PORTUGAL (camiseta blanca y pantalón negro): Roquete; Pinho, Vieira; Figueiredo, Silva, César; Liberto, Joáo, Tavares, Soares, Martins.

             Eligieron campo los portugueses que lo hicieron a favor del viento. Y merced a ese empuje añadido comenzaron a dominar. El juego se instaló ante la puerta de Eizaguirre, quien tuvo tarea continuada ya que los defensas estaban agobiados por la veloz vanguardia portuguesa. El medio centro Molina tuvo que irse para atrás con el fin de apuntalar a la zaga. Afortunadamente los delanteros portugueses no tenían muy afinada la puntería y los escasos envíos peligrosos que mandaban al portal hispano se encontraron con un pletórico Eizaguirre que se llevaba los aplausos del público con sus espectaculares intervenciones. El más que probable sustituto de Zamora se perfilaba tan circense como lo había sido El divino en sus primeros años.

             Se llegó al descanso con el 0-0 inicial. Los disparos de ambas delanteras no habían encontrado las redes, bien por trayectorias desviadas, bien por intervenciones afortunadas de los guardametas. A consignar que el señor Crew había anulado un gol, de cabeza, de Soares por notorio fuera de juego.

             El seleccionador español, señor Castro, decidió hacer dos cambios. Sustituyó a Molina por Matías y a Gonzalo por Moraleda. El primero de estos cambios no gustó; Molina había hecho un primer tiempo muy bueno, tanto en su labor de contención en los primeros  momentos de presión lusitana, como, después, conduciendo el equipo. Quizá su labor sorda inicial no fue bien apreciada, pero de no haberla ejecutado con tanta eficacia acaso los portugueses hubieran anotado en el tablero su dominio. Y menos justificado sustituir un medio centro por un medio ala como Matías. Lo de Gonzalo sí estaba justificado; era inexplicable cómo había perdido los nervios el racinguista, hasta el punto de no dar pie con bola. Y acaso no poca culpa de su desconcierto lo tuviera el público: no cesó de abuchearlo. ¿Madridistas y athléticos que no toleraban a uno del Racing chamberilero?…  Por parte portuguesa no hubo sustituciones.

             El viento soplaba ahora a favor de los colores españoles. Y ello desahogó no poco a la defensa. Y como los medios siguieron jugando bien, el balón estaba con más frecuencia en el área de los blancos.

             En el minuto 60, un acoso de Polo obliga a Pinho a ceder un corner. Lo lanza Sagi Barba muy cerrado. Sale Roquete y despeja de puños, pero flojo. El balón vuelve a Sagi quien lo reexpide al área lusa. Moraleda lo empaló a media altura llevando el balón a la jaula portuguesa. Los jugadores lusitanos reclamaron fuera de juego de Oscar – más que probable – pero sobre todo que aplastara a Roquete contra el poste dejándole inmóvil – más que seguro -. Pero mister Crew

señaló el centro del campo. ¡Uno a cero!.

             El gol espoleó a los visitantes que se lanzaron en tromba sobre el área española. Nuevamente Eizaguirre tiene que actuar con la brillante eficacia del primer tiempo. Ahora más ayudado por Perelló que se había entonado en esta parte. 

             El juego se estabilizó en el centro del campo, con escapadas peligrosas de ambas delanteras. Juego más vivo y vistoso que en los minutos anteriores. Los disparos de los españoles se fueron levemente desviados y uno de ellos fue rechazado por el poste derecho de Roquete, quien demostró que tampoco era mal portero.

             En el minuto 75 se produce un choque violentísimo entre Carulla y Liberto. El español se levanta cojeando, pero el portugués tiene que ser retirado del terreno y ya no volvió a salir. Quedó, pues, Portugal con diez jugadores.

             Un minuto después se produce una escapada del veloz Sagi Barba, que propicia un centro bombeado sobre el área. Moraleda lo devuelve hacia afuera, lo desvía Oscar y Valderrama empalma un tiro durísimo que no pudo alcanzar Roquete. ¡Dos a cero!.

            Apenas marcado este gol, que sentenciaba el triunfo, se retira Carulla que, renqueante, había estado sin estar. Ambos equipos terminaron el match con diez jugadores.

             Portugal había demostrado ser más equipo. España, tener mejores jugadores, pese a que hubo demasiados fallos. Sobresalientes Eizaguirre, Molina y Sagi Barba; notables, Pedro Regueiro, Matías, Carulla y Moraleda. Aprobados, Óscar

y Valderrama. Deficientes: Gonzalo, Polo, Garrobé y Perelló.

 2) El equipo de Estambul en 1973

             Si en las argumentaciones puede haber precedentes que avalan la tesis mantenida, en los estudios históricos surgen consecuentes que, a posteriori, refuerzan los argumentos del pasado.

            Tal es el partido jugado por España en Turquía el 17 de octubre de 1973. Se celebraban las Bodas de Oro de la Federación turca de Fútbol  y, al mismo tiempo, el medio siglo de la proclamación de la república de Turquía. Para tal acontecimiento, que los otomanos celebraban por todo lo alto, se había invitado al presidente de la UEFA, a numerosos presidentes de Federaciones nacionales y…¡a la Selección española!.

             La fecha de tal celebración era el 17 de octubre de 1973. [11] Y no podía ser peor y más inoportuna. Primero: porque estaba recién comenzada la temporada y los jugadores todavía no tenían la temperatura óptima«. Segundo: se había entrado en la temporada que se empezó llamando de los extranjeros – se habían abierto las esclusas y se inundó el huerto con un centenar de foráneos que limitaron las posibilidades de los españoles – y acabó apodándose de la brutalidad, quizá por mor del fútbol fuerza(?). Tercero, que era lo más preocupante: que en las eliminatorias previas de la X Copa del Mundo, España tenía que pelear su clasificación con Yugoslavia, una Selección que preparaba el señor Vujadin Boskov y que por prestigio – quizá político – tenía que estar en el Campeonato como fuera, y el lance con España del día 21 de ese octubre – ¡cuatro días después de Turquía! -, era fundamental para ellos. Y para España, claro.

             Cuando el señor Kubala hizo su llamamiento se habían jugado cinco partidos de Liga y el Granada encabezaba la tabla de Primera División. El siguiente miércoles europeo fue desastroso; dejó en la cuneta al Barcelona, Español de Barcelona y Madrid. Supervivieron el Atlético de Bilbao y el Atlético de Madrid.

            El seleccionador pensó en un principio ir con el equipo a Estambul y de allí a Zagreb, pero… eran sólo cuatro días y la proverbial dureza de los turcos, que a buen seguro se aumentaría con los deseos de un triunfo en fecha tan señalada, le hizo desistir. Lo mejor era presentar dos equipos: uno para Estambul y otro para intentar la clasificación para el Campeonato de  Alemania.

            Afortunadamente nadie pronunció las palabras «un equipo A y otro que podríamos llamar… que podemos considerar… una especie de…equipo B». Posiblemente porque ya esas letras sí tenían un significado concreto y sin equívocos posibles como en 1927: había una Selección que era Selección B a todos los efectos y consideraciones desde 1949 y con un historial de 21 partidos.

            Así pues el señor Kubala hizo una única convocatoria pero de 30 jugadores que luego amplió a 33. Y no podía contar definitivamente con los lesionados Amancio, Tonono y Luis. La lista abarcaba:

 Porteros: Iríbar (Atlético de Bilbao), García Remón (Madrid), Reina (Atlético de Madrid) y Deusto (Málaga). 

Defensas: Sol (Valencia), Gallego (Barcelona), Benito             (Madrid), Touriño (Madrid), Uría (Oviedo), José Luis (Madrid), De Felipe (Español), Jesús Martínez (Valencia), Ochoa (Español) y Costas (Barcelona).

 Medios: Pirri (Madrid), Claramunt (Valencia), Asensi (Barcelona), Rojo II (A. Bilbao), Juan Carlos (Barcelona), Solsona (Español), Irureta (A. Madrid) y Planelles (Madrid). 

 Delanteros: Becerra (A.Madrid), Gárate (A. Madrid), Valdez (Valencia), Roberto Martínez (Español), Salcedo (A. Madrid), Quini (Gijón), Rojo (A. Bilbao) y Clares (Castellón).

           Y sorpresa para el señor Kubala: se le nombra un seleccionador adjunto para que se encargara de ese ¿equipo B…»turco»… Bis… A?. Se trataba de D. Eduardo Toba

que ya había sido Seleccionador nacional en la temporada 1968-69, con cuatro partidos en su haber, y que había dimitido tras no clasificar a España para la IX Copa del Mundo (Méjico), que se había retirado durante dos años y que hizo una vuelta desgraciada con el Oviedo para después ser nombrado Seleccionador nacional de Aficionados y Juveniles. Allí estaba cuando se le ascendió… 

            Iban a Yugoslavia:

Porteros: Iríbar y Reina.

 Defensas: Sol, Gallego, Benito, Jesús Martínez y Uría.

 Medios: Claramunt, Pirri, Juan Carlos, Irureta y Asensi.

Delanteros: Quini, Roberto Martínez, Gárate y Valdez.

             E iban a Turquía, con el al higuí  de que seis de ellos podían estar en la lista enviada por el señor Kubala a la FIFA y desde Estambul irían a Zagreb, los siguientes:

 Porteros: García Remón y Deusto

 Defensas: José Luis, De Felipe, Costas, Ochoa, Capón y        Guisasola.

 Medios: Solsona, Planelles, Rojo II y Villar.

 Delanteros: Becerra, Marianín, Clares y Rojo.

             Una lista en la que había nada menos que once neófitos; ¡once de dieciséis!: Deusto, De Felipe, Capón, Guisasola, Ochoa, Villar, Solsona, Rojo II, Becerra, Clares y Marianín.

             En el primer entrenamiento se dilucidó el nombre: Peto Rojo y Peto Azul. Asunto concluido. Y al acabar, se dieron las listas, tras añadir a ellas a Capón (A. Madrid), Guisasola y Villar (A. Bilbao) y Marianín (Oviedo), con la baja definitiva de Touriño.

             A Turquía fue el propio presidente federativo señor Pérez Payá, de cuyas declaraciones en el hotel de Estambul se pueden entresacar – sin forzar el contexto – las siguientes frases: «Este partido nos sirve para preparación del equipo olímpico, porque no hay que olvidar que muchos de los jugadores que hay aquí tienen ficha olímpica… Además servirá para foguear a unos jóvenes que interesa ir viendo para tener siempre en activo no sólo una Selección, sino un grupo de veintitantos jugadores que puedan entrar en los próximos compromisos...»

             Se había convenido en hacer cuatro sustituciones, aun cuando por parte de España se habían pedido nada menos que cinco.

             En el palco, el presidente de la UEFA, señor Artemio Franchi, rodeado de una veintena de presidentes federativos europeos. 

             Jugaron en el estadio Midjat Bajá, antes Inonu, y bajo el arbitraje del búlgaro Nikola Dovcina, los siguientes:

             García Remón; José Luis, Costas, De Felipe, Ochoa; Villar, Planelles (Solsona; m 67), Rojo II; Becerra, Clares (Marianín; m 67), Rojo (capitán).

             Ocho debutantes: De Felipe, Ochoa, Villar, Solsona, Rojo II, Becerra, Clares y Marianín.

             Fue un mal partido y, sorprendentemente, de guante blanco. El señor Toba, como en él era habitual, fue a salvar el 0-0. Lo consiguió. Y, además, se cumplió la tradición: ni una victoria en Estambul, ni un gol español en Inonu.

            L a narración objetiva de estos hechos se pueden (?) comentar desde 1927:

             1): Se nombra un seleccionador, añadido y expreso para el partido, que antes no pertenecía al cuerpo técnico de la Selección A, sino a las selecciones menores. Y, entonces, la Selección B pertenecía a este grupo .

             2): De un total de 16 seleccionados se eligen a once posibles misacantanos. Y acaban debutando ocho de ellos.

             3): El presidente de la Federación, horas antes del partido, advierte que ese es un equipo para foguear a los jóvenes inexpertos, para tener en activo más de una Selección.

            4): A confesión de parte autorizada se dice que muchos de esos jugadores viajeros no tienen ni siquiera licencia de profesionales.

             Desde ese 1927 nadie hubiera dudado de que este equipo no era la Selección A. Quizá hubieran dicho algo sobre la B o la C, como en el caso de Madrid o de Santander. Y hubiera estado muchísimo más claro que estuvo el España – Portugal, que este equipo no era el verdadero A, porque éste estaba en Zagreb disputando una plaza para la Copa del Mundo de Selecciones A, de profesionales.

             Sin embargo, ni desde el futuro de ese partido – que es hoy, 1998 – ni desde el pasado – que era, en este supuesto, mayo de 1927 – ni en aquellos momentos – octubre de 1973 – hubo una voz que negara a este equipo su calidad de Selección A. Y hay que reconocer que había muchos más factores para que se considerara B a esta Selección que los que pudieron esgrimir quienes en 1927 magnificaron la significación de

esa letra B y quienes en 1954 manipularon tal definición para borrar el partido del Stadium del Metropolitano de Madrid del olimpo de los grandes.

             Así pues, desde 1973, sin que nadie reparara en ello, se daban no sólo argumentos, sino auténticas cartas de nobleza a la Selección que el 29 de mayo de 1927 venció a Portugal por 2-0 en Madrid.

 3) Intento en sentido contrario

           En la temporada 1980-81 – temporada famosa por las tensiones sociales dentro del fútbol y la apuesta de los jugadores por ser declarados trabajadores por cuenta ajena, con todos los derechos de los demás trabajadores de otras ramas – se estrenaba como seleccionador nacional D. José Emilio Santamaría, quien iba a tener la responsabilidad de la Selección ante la inmediata XII Copa del Mundo que se iba a celebrar en España al final de la temporada siguiente.

             Con tal tensión laboral y apenas arrancada la temporada había programada una doble confrontación con Hungría. Un partido a celebrar en Budapest y otro en Valencia: 24 de septiembre de 1980.

             La cuestión no ofrecía ninguna duda. El partido en Hungría era claramente la Selección A. ¿Y el del Nuevo Estadio del Levante?. Pues estaba igualmente claro desde su planteamiento: Selección B. Que competiría con la Selección B de Hungría.

             El señor Santamaría estaba en graves dificultades por mor de esa tensión. ¿A quiénes señalar como jugadores B?. A esa altura de la historia de los B, a aquellos jugadores con posibilidades de integrarse en un futuro inmediato en el equipo A o aquellos  jugadores que ya habían estado en el A y que por no tener cabida en el primer equipo, pero sí contar con ellos para inmediatas confrontaciones de la primera Selección, interesaba tener en acción internacional. Tal tesis era la habitual en la historia de los B. Pero en ese momento…

            El seleccionador siguió la tesis que había empleado su antecesor señor Kubala: convocar en un mismo grupo a los jugadores de los dos partidos. Sin poner letras. Con ello esquivaba un posible plante de los veteranos, que ya habían sido A y que se considerarían menospreciados si después de transitar por la puerta principal se les llamaba por la puerta de servicio. O de los que estimándose con talla para ser A, se considerasen preteridos al ser nombrados, solamente, B. Y no estaban las cosas como para incordiar a los profesionales…

             El grupo lo componían: 

Porteros: Arconada (Real Sociedad), Urruti (Español de         Barcelona), Buyo (Sevilla) y Amador (Barcelona).

 Defensas: Celayeta (R. Sociedad), Urquiaga (Athletic de Bilbao), Marcelino (Atlético de Madrid), Jiménez (Sporting de Gijón), Migueli (Barcelona), Tendillo (Valencia), Alesanco (Barcelona), Gordillo (Betis B. Sevilla), Cundi (Sporting), De Andrés (A. Bilbao) y Gajate (R. Sociedad). 

 Medios: Gallego (Madrid), García Hernández (Madrid), Joaquín (Sporting), Alonso (R. Sociedad), Diego (R. Sociedad), Víctor (Zaragoza), Quique (A. Madrid), Sánchez (Barcelona) y Zamora (R. Sociedad).

 Delanteros: Dani (A. Bilbao), Santillana (Madrid), Juanito (Madrid), Rubio (A. Madrid), Morán (Betis), Satrústegui (R. Sociedad), Saura (Valencia), Montero (Sevilla) y Marcos (A. Madrid).

             En principio, tal argucia coló. Al menos entre los jugadores, porque ninguno protestó, en tiempos de tantas protestas, quizá porque en su fondo consideraban que habían sido llamados para la empresa mayor. Para apoyar su tesis el señor Santamaría habló de que no había sino una clase de jugadores. Que eran todos de categoría A. De Primera División. Y que se harían dos Selecciones A. Una de las cuales sería A y otra A sub uno. La primera para competir en Budapest, la otra – astutamente no dijo la segunda –  para Valencia. 

             Y así siguió todo hasta que llegó la hora de la separación. Hizo dos grupos de 16 jugadores ya que Santillana, lesionado de importancia no podía viajar.

             Con destino a Budapest:

 Porteros: Arconada y Urruti

 Defensas: Celayeta, Migueli, Alesanco, Gordillo, Tendillo y Cundi.

 Medios: Joaquín, Alonso, Zamora y Sánchez.

 Delanteros: Morán, Satrústegui, Juanito y Dani.

             Para Valencia:

 Porteros: Amador y Buyo

 Defensas: Marcelino, Jiménez, De Andrés, Quique, Gajate y   Urquiaga.

 Medios: Saura, García Hernández, Víctor, Gallego y Diego.

 Delanteros: Marcos, Montero y Rubio. 

            De estos valencianos habían sido internacionales A:  Marcelino, Urquiaga, Saura y Diego. Tan sólo cuatro. Y en trance de debutar, los otros doce.

             En Valencia se cogieron las palabras de Santamaría como agua de mayo. No, decían, no es la Selección B, es la Selección A1 . De forma que como tal se hablaba de ella en los periódicos y las emisoras. Pero la llegada de Hungría B, así, por las claras, rompió los deseos del señor Santamaría de ascender de categoría a un equipo típicamente B, con nombre de B y contendiendo con otro equipo B. La lectura de la lista con doce neófitos, conducidos por D. Luis Suárez, técnico a cargo de los B en la Federación, hizo caer la pequeña mentira de los anunciantes, que no el entusiasmo del público valenciano que, pese a tener que ir deprisa tras ver en la televisión el empate a dos de los verdaderos A, corrió a fin de llegar a las diez de la noche para llenar el estadio levantinista, y ver allí otro empate a dos. Y eso que Valencia no estaba muy para fiestas debido a que, a las seis de esa tarde un autocar cargado de trabajadores de una fábrica de Chirivella había sido arrollado por un tren en un paso a nivel con un primer balance de 25 muertos. Luego serían algunos más…

             Elogiable intento del señor Santamaría, que quiso dar privilegios, que siempre es más positivo que el quitar derechos, que tal fue lo que hicieron quienes discutieron la entidad de la Selección que luchó con Portugal en 1927 y quienes la borraron de su sitio en los Anuarios… ¡españoles!.

 4) Las «otras Selecciones».

 a) Antecedentes

             En cuanto empezaron los partidos internacionales en la historia del fútbol se presentó la ocasión de los dobles partidos. Y como los calendarios no eran elásticos, hubo necesidad de cumplir en una misma fecha dos compromisos internacionales.

             Así, los más antiguos rastreados, pueden ser:

             15, marzo, 1890: Wrexham:      Gales – Inglaterra   = 1-3                      : Belfast:      Irlanda – Inglaterra = 1-9    

      7, marzo, 1891: Sunderland:   Inglaterra – Gales   = 4-1                      : Woverhampton: Inglaterra – Irlanda = 6-1

      5, marzo, 1892: Wrexham:      Gales – Inglaterra   = 4-1                      : Belfast:      Irlanda – Inglaterra = 0-2

             Eso en la cuna del fútbol. En el resto de Europa se empezó más tarde. Así, en Alemania, tal hecho se encuentra:

              4, abril, 1909: Karlsruhe:    Alemania – Suiza     = 1-0                      : Budapest:     Hungría- Alemania    = 3-3

            Y luego se tarda mucho en repetirlo:

              3, oct., 1926: Copenhague:    Dinamarca – Suecia   = 2-0                     : Estocolmo:     Suecia – Polonia     = 3-1

            Incluso dos años más tarde puede encontrarse un triángulo competitivo que no deja de ser curioso:

             6, mayo, 1928: Viena:         Austria – Yugoslavia  = 3-0                    : Budapest:      Hungría – Austria     = 5-5

                  : Belgrado:      Yugoslavia – Rumanía  = 3-1

             Tras consignar la antigüedad del hecho, se han consignados los orígenes en Alemania y se ha horquillado con dos fechas significativas – 1926 y 1928 – la fecha de mayo de 1927 en la que se celebró el España – Portugal en Madrid. Ni hubo intención ni había por qué motejar a ese equipo hispano con la letra B habidos los antecedentes de dos partidos simultáneos sin que ni Inglaterra ni Alemania lo hicieran. 

             Pero hay que ir a la letra B, objetivo de la discordia. El antecedente de dos selecciones así denominadas se encuentra por vez primera en los Juegos Olímpicos de 1908, cuando el fútbol de Francia se considera suficientemente fuerte como para rellenar el número par de Selecciones necesario para las eliminatorias. Presentó dos equipos que, para que no fueran confundidos se apellidaron A y B, pero sin ningún sentido jerárquico. Francia A y Francia B. Ambas fueron machacadas por Dinamarca (9-0 y 17-0)…

             Los encuentros de Selecciones B, entendidas en el sentido de selección de menor nivel y categoría – tal cual ahora se emplea en los clubs con cantera: Real Madrid B,  Barcelona B, Athletic de Bilbao B, etc… -, los inauguró Luxemburgo. Su Selección era de tan ínfima categoría – lo fue durante muchísimos años – que no podía competir con las Selecciones normales de otras naciones. Así, en 1922 solicita enfrentarse a Francia B. En 1924 lo hace con Bélgica B. En 1927, contra Italia B… No querían obtener resultados adversos que parecieran de rugby.

            Igual procede Polonia para enfrentarse a Checoslovaquia en Cracovia en junio de 1926.

             Con ello se ve que solamente en caso de inferioridad notoria una Federación solicitaba un equipo menor para competir. No era ese el caso de Portugal en 1927. Ni lo era Francia, en ese mismo año, pese a que algún que otro cronista español de la época lo sugiriera. En ambos casos se trató de encuentros de tú a tú, de Selecciones absolutas.

             Es a partir de 1928 cuando, simultaneando o no en la misma fecha, empiezan a celebrarse partidos entre Selecciones B de distintas nacionalidades. Que en España se retrasa hasta 1949, aunque ya se insinuara en 1936…

 b) El caso español

             Los partidos oficiales de la Selección B – dicho con toda propiedad – comenzaron para España el 20 de marzo de 1949, precisamente en un España B – Portugal B, mientras en Lisboa contendían las Selecciones A de estos países. Continuaron luego en 1953 y se prolongó su actuación en la Copa del Mediterráneo de la temporada 1954-55. Terminó el experimento en 1981, momento en el que murieron las Selecciones B en toda Europa.

             Con este tipo de Selección convivieron otras varias, más o menos canalizadas por la FIFA y la UEFA, hasta que la estructura de estos torneos menores quedó establecida por estos organismos. Ahora se va desde las Selecciones Sub 15 a las Sub 21, con un escalonamiento graduado por edades que ya se han establecido en categorías internacionales. 

             La Selección Promesa fue otro invento para preparar la renovación y rejuvenecimiento de la Selección A. Nació y murió en la temporada 1959-60.

             La Selección Amateur nace en España en 1955 y duró hasta 1974. En principio estaba destinada a concurrir a los Juegos Olímpicos, puesto que en ellos había una estricta aduana para los profesionales. Las modificaciones de esos condicionantes, que se produjeron en los primeros años 70, hizo desaparecer lo que la propia evolución del fútbol iba aniquilando. Hoy no hay más equipos enteramente amateurs que los conjuntos de fábricas y empresas; en el fútbol actual no son amateurs – en el sentido Coubertiniano – ni los alevines.

              La Selección Sub 23 sustituyó a la «Amateur» al hilo de esa evolución de las condiciones establecidas para los Juegos Olímpicos. Los países socialistas del Este de Europa, con la excusa del amateurismo oficial de sus deportistas, participaban en las Olimpíadas con los mismos equipos que en la Copa de Europa o la del Mundo, con notable desventaja para las naciones que cumplían lo que se les exigía. El COI montó entonces el fielato de la edad, suponiendo – lo que no era mala suposición – que los menores de 23 años no eran profesionales de alta cualificación y que estando aún en formación no habrían alcanzado el status de mundialistas, que era el agravio comparativo más hiriente. En España nació tal Selección Sub 23 en 1967 y, con intermitencias cuatrienales, sigue en vigor. Los XII Juegos Mediterráneos, en junio de 1997, fueron su última ocasión. Su objetivo es el de ir preparando esos cuadros Sub 23 que han de competir en los Juegos Olímpicos.

             La Selección Olímpica es la plenitud de la Selección Sub 23. Tomó carácter especial en 1963. En aquellos momentos eran teóricos amateurs – teóricos al estar considerados con ficha de aficionados en la Real Federación Española – que estaban jugado en el fútbol profesional. Su enlace con la Sub 23 se hizo a tenor de las disposiciones del COI y la FIFA y se produjo con toda fluidez. Son las dos caras de la misma moneda que se muestran ora en años pre olímpicos, ora en años olímpicos. De aquí la continuidad de la primera y la discontinuidad de la segunda.

 

 


    [1] Confróntese el libro «Implantación del profesionalismo y nacimiento de la Liga», editado por la Real Federación Española de Fútbol (1996).

    [2] Obra citada.

    [3] Se jugó el miércoles 15 de diciembre en Chamartín y bajo arbitraje de D. Antonio de Cárcer. Ganaron los madrileños por 5-3. Jugaron:

 MADRID: Cándido Martínez; Escobal, Benguría; Sáez, Tuduri, José Mª Peña;    Moraleda, Valderrama, Monjardín, Félix Pérez, Luis Olaso.

 BUDAPEST: Weinhardt; Fogl II, Fogl III; Borsanyi (Toth; m 46), Bukovi,      Obitz; Braun, Molnar, Holzbauer, Opata (Frolich; m 46), Kohut.

 Goleadores: Monjardín, Holzbauer, Monjardín (en colaboración con el defensa húngaro Fogl II), Monjardín, Kohut, Monjardín, Monjardín.

       Los mejores: Peña, Escobal, Olaso, Félix Pérez, Valderrama y, claro, Monjardín, con sus cinco goles. De ellos sólo Peña estaba seleccionado para Vigo. De los llamados para Coya estarían convocados ante Portugal Cándido Martínez, Quesada, Sagi Barba, Valderrama, Matías, Óscar y Polo.

    [4] El resumen de este partido queda resumido en la siguiente ficha:

Resultado: España – Hungría : 4-2

Fecha: 19 – XII – 1926

Lugar: Vigo (Pontevedra)

Campo: Coya

Árbitro: Prince Cox (Inglaterra)

ESPAÑA (camiseta azul y pantalón negro): Zamora; Vallana (capitán), Pasarín (Quesada; m 40); Matías, Gamborena, J.M. Peña; Piera, Goiburu, Errrazquin, Carmelo, Sagi Barba.

HUNGRÍA (camiseta y pantalón blancos): Weinhardt; Fogl II (capitán), Fogl III; Borsanyi, Bukovi, Obitz; Braun, Molnar, Holzbauer, Opata, Kohut. Goleadores: Errazquin (m 10), Goiburu (m 17), Holzbauer (m 35), Carmelo (m 65), Opata (m 84) y Errazquin (m 88).

Obsérvese la identidad de la Selección de Hungría con la de Budapest que    jugó cuatro días antes en Madrid.

Habían ido de suplentes por España: Cándido Martínez (p), Quesada, Esparza, Mauricio y Valderrama.

    [5] El partido puede resumirse con la ficha siguiente:

Resultado: España – Suiza: 1-0

Fecha: 17- IV – 1927

Lugar: Santander

Campo: El Sardinero

Árbitro: Edwards (Inglaterra)

ESPAÑA (camiseta roja y pantalón azul): Zamora (capitán); Portas, Juanín; Prats, Carmelo, Valderrama; Lafuente, Goiburu, Óscar, Galatas, Luis Olaso.

SUIZA (camiseta roja y blanca, a rayas verticales y  pantalón blanco):      Sechehay; Ramseyer (capitán), De Weeck; Neuenschwander, Rezzonico, Amiet; Tschirren, Jaeggi, Barriére, Welly, Bailly.

Goleadores: Óscar.

Estuvieron como suplentes: Óscar (p), Alfonso Olaso, Gabriel, Echeveste,    Roldán y Félix Pérez.

    [6] Para poder asistir a los Juegos Olímpicos de Amsterdam y habida cuenta que España ya había declarado oficialmente el profesionalismo se hacía necesario preparar una Selección con jugadores amateurs. Para tal empeño se nombró seleccionador único a D. José Ángel Berraondo, quien para preparar el equipo de aficionados lo apuntaló para contender con Portugal, en Lisboa, en enero de 1928, con los profesionales Zamora y Samitier. Así compitió el siguiente once:

       Zamora; Vallana, Zaldúa; Pedro Regueiro, Gamborena, Trino; Lafuente, Luis Regueiro, Samitier, Goiburu, Kiriki.

       Portugal bien podía haber protestado porque se tomara su partido como probeta experimental. O se podía haber dicho que era un equipo de prueba, promesas, amateur, olímpicos… O también «B». A nadie se le debió ocurrir adjetivar la Selección y así ha figurado como un equipo nacional con todas las bendiciones. Tampoco a posteriori hubo ningún historiador(?)­ que encontrara nada especial en este equipo como para apartarlo de los demás de la Selección y lo hace figurar junto a ellos.

¿Por qué el anterior, no, si fueron dos equipos atípicos con relación a lo normal de las alineaciones?. Y con más razón si hay que atenerse a la diferente condición de los contendientes. Los de Madrid en 1927 eran profesionales que contendían con profesionales, los de enero de 1928 eran amateurs contra profesionales. Mayor disparidad, imposible. Y sin embargo a nadie se le ocurrió segregar éste y los siguientes partidos de los de la Selección absoluta. Tal anomalía es la que se trata de corregir.

    [7] España puso en línea a:

      Zamora; Quesada, Herminio; Samitier (capitán), Gamborena, J.M. Peña; Piera, Cubells, Óscar, Carmelo y Marcelino Aguirrezabala.

    [8] Realmente la cuenta no le sale a nadie. Se supone (?) que este recuento general de partidos internacionales lo hizo el señor Mateos a la hora de dar a la impresión su libro, esto es en 1950, o, en el peor de los casos, en 1949 contando con que transcurriera un año entre entrega e impresión. Ello entraña que se habían jugado, hasta fines de 1948, 18 partidos (o 17 si se suprime el que nos ocupa), nunca 16. El partido número 16 ante Portugal corresponde al 6 de mayo de 1945, en contabilidad correcta, o al 26 de enero de 1947, si se excluye el partido de marras. Demasiado bache, tres años, para un libro que hace recuento hasta «ese momento».

     [9]  Se jugó el partido de las Selecciones militares de Lisboa y Madrid el 22 de mayo de 1927, en el campo del Sporting de Lisboa. Arbitró el jugador y árbitro portugués Jorge Vieira. Ganó la Selección lisboeta por 2-1, tras una prórroga ya que el tiempo reglamentario terminó con empate a uno. Los equipos formaron así:

 LISBOA: Roquete; Alves, Acevedo; Figueiredo, Silva, César; Fernando,      Santos, Marques, Ramos, Gonçalvez. 

 MADRID: Martínez (Vidal; m 46); A. Olaso, Calvo; Reverter, José María Peña (Mejías; m 46), Pepín Menéndez; Gonzalo, Valderrama, Moraleda, Ateca, Del Campo.

 Goleadores: Moraleda (m 68), Marques (m 71) y  Marques (m 112).              

    [10] Jugaron:

       SELECCIÓN: Martínez; Perelló, Garrobé; P. Regueiro, Molina, Carulla;                  Gonzalo, Valderrama, Óscar, Polo, Del Campo. 

      COMBINADO: Vidal; Zugazaga, Calvo; Reverter, Pepín Menéndez, Ateca;                  Roldán, Moraleda, Palacios, Carrasco, Moreno.

      Marcaron los goles: Polo y Óscar en el primer tiempo; luego, Polo (3) y Valderrama. Palacios «salvó» el honor de los madrileños.

    [11] Realmente la fecha histórica de la proclamación de la República de Turquía y la elección como presidente de Mustafá Kemal Bajá fue la del 29 de octubre de 1923, domingo. Ello podía haber permitido a la Real Federación Española de Fútbol el negociar que el partido de Estambul se jugara el domingo 29, día exacto del aniversario, o en cualquier día de la semana del 22 al 29, con lo que hubiera estado más cerca de la fecha señalada. Ello le hubiera permitido jugar en el estadio Midjat Bajá después de solventar la papeleta de Yugoslavia y con el mismo equipo. Sin duda que todo había sido programado escalonadamente por el gobierno turco y al fútbol le había tocado la fecha del 17. Según informaciones de los periódicos de estas fechas, el encuentro había sido concertado el año anterior. El pretender que la Federación turca removiera las convocatorias a los miembros de la UEFA y los presidentes de las demás Federaciones se presentaba como un empeño imposible.  (Para evitar equívocos, subrayar que lo que se celebraba era la proclamación de la República y no, como dijeron los periódicos deportivos españoles, la Independencia Turca).




Jules Rimet

Jules Rimet nació en Theuley-les-Lavoncourt, en el departamento del Alto Saona, el 24 de 0ctubre de 1873.

Hijo de Seraphin y Zoé. Quienes tuvieron cinco hijos: Marie, Jules, Berthe, Modeste y Ernest. 

En su pueblecillo natal estudió la enseñanza primaria. Su padre tenía un negocio de ultramarinos y su abuelo materno un molino en el cual el niño Jules pasaba buena parte del día, salvo el horario de clases; pero durante las vacaciones prácticamente vivía en el molino.

La  depresión económica que siguió a la guerra franco prusiana hizo que la comarca quedara empobrecida. Ello aconsejó a Seraphin Rimet desplazarse a Paris. El joven Jules permaneció junto a su abuelo algún tiempo, completando su primera educación, cuyos ejes eran la religión y el patriotismo. Líneas estas que conformarán toda su vida.

Tras hacer la primera Comunión en Theuley, en 1885, se unió en Paris a sus padres, que ya habían logrado una posición estable aunque de indudable modestia. Vivían en el séptimo distrito, en el barrio de Gros-Caillou, en la calle Cler. Barrio de gentes modestas, trabajadores de limitados recursos y dominados por la parroquia de San Pedro.

Se afilia al Circulo La Rochefoucauld en el que comienza sus primeras actividades deportivas, principalmente el fútbol, que juegan en la inmediata explanada de Los Inválidos. 

Pero no todo es dar patadas al balón. Por las mañanas ayuda a sus padres en el negocio y por las tardes estudia, en cursos intensivos para obreros, el bachillerato. Posteriormente, y también en clases vespertinas y nocturnas, cursa la carrera de Derecho. 

Estuvo algún tiempo como pasante de un abogado del Barrio de la Bolsa. Ello le sirvió para adquirir no sólo experiencia sino también para hacerse notar entre los abogados hasta el punto de conseguir ser asociado del Banco Fiduciario de París, en el gabinete de lo Contencioso y Recaudación.

El movimiento católico social

Simultáneamente a sus actividades profesionales se implica en el movimiento del catolicismo social en el Círculo de Obreros Católicos  que le lleva, poco después,  a crear, con sus compañeros del Círculo, una Unión Social del VII Distrito.

Políticamente se afilia a la Democracia Cristiana, pese a que ésta no pasa sus mejores momentos. O quizá por ello. Vive en la calle Grenelle y en su casa se celebran no pocas reuniones de patronos y obreros que trabajan por el restablecimiento de un orden social cristiano, lo que acaba uniéndole al movimiento de Marc Sangnier, líder de la Democracia Popular. Intenta ésta atraer a la juventud por un camino quizá menos confesional, pero atractivo para conciliar a todas las clases sociales en un mismo movimiento social católico.

Jugador breve, de escasa calidad, lo que quizá amenguó su vocación de practicante del deporte. Pero no en cuanto a su creencia en el deporte como palanca social, como medio de unión y confraternización de todas las clases sociales. Como vehículo para alcanzar la paz entre los pueblos y los individuos de las diferentes clases sociales.

Ya el barón de Coubertin había empezado su apostolado sobre la inserción del deporte en la enseñanza. Bien es cierto que el creador del movimiento olímpico se movía en otras esferas sociales, las aristocráticas, muy lejanas a la del Distrito Séptimo, pero sus ideas afirmaban la creencia de Jules Rimet en la función social del deporte.

Su vocación deportiva encuentra su verdadero sitio en la creación, promoción y gestión de las actividades deportivas.

Primer paso: Red Star

El 12 de marzo de 1887, con 24 años, funda el club Red Star. Es un club deportivo en el que se pueden practicar todas las especialidades deportivas, la mayoría de las cuales eran prohibitivas para las escasas posibilidades económicas de los jóvenes obreros.  Cree firmemente en la función educativa y social del deporte. Y como un apostolado, más allá de los límites políticos, se entrega a esta función de forma total.

Que no estaba muy equivocado lo marca el hecho de que en el mismo año se funda la famosa USFSA (Unión de Sociedades Francesas de Sports Atléticos), con los mismos propósitos e ideales que habían movido a Rimet a crear su Red Star. Pasa a afiliar su club en esta  asociación que sería el germen de la futura Federación Francesa de Fútbol.

Porque, pese a su vocación futbolística, el balompié no era en Francia, en aquellos momentos, más que  un juego un tanto pintoresco que únicamente practicaban los estudiantes o trabajadores ingleses. Las aficiones iban por el lado del atletismo, la gimnasia, el ciclismo…

No resulta extraño, por ello, que incluso los grandes clubs parisienses tarden no poco en practicar el fútbol. Pero, como una epidemia, en pocos años iban a ir orillando a los demás deportes hasta reinar sobre todos ellos. Baste decir que hasta 1894 -siete años después de su fundación- no puede la USFSA montar la primera Liga de Fútbol en Francia. Sólo con nueve clubs y todos ellos de París.

Esta nueva dirección de la USFSA no casa bien con los ideales de Rimet. Porque ya intuye que el fútbol va, imitando a los ingleses, a un ineluctable profesionalismo. No es ese su propósito, todavía inmerso en el apostolado social, pero ve en ello una posibilidad de inserción de los jóvenes practicantes obreros y empleados en una profesión de la misma forma que han hecho los ingleses. El tiempo del «diletantismo» está pasando velozmente y llega la hora de encarar el fútbol como un «oficio» en el que puedan insertarse todos, sean de la clase social que sean.  

Se crea la FIFA

Pero un hecho importante para el fútbol mundial va a imponer nuevos rumbos: la creación de la FIFA. No es momento de hacer ningún rodeo para explicar cómo se produjo esa creación el 21 de mayo de 1904 en los locales que en el número 229 de la calle Saint Honoré tenía la USFAS. Entre el francés Guérin y el holandés Hirschman levantan ese frágil edificio que sería, corriendo los años, uno de los poderes fácticos más importantes del mundo. Entre los propósitos del recién nacido organismo estaba, de forma imperativa, el de la organización de un Copa del Mundo. La FIFA abogaba por el fútbol, ya fuera éste profesional o aficionado; no había límites en unos momentos en los que el Comité Olímpico Internacional quería mantener cerradas las puertas del campo. Esta situación tirante duraría hasta bien entrados los años 30. De hecho, hasta 1932 – ya con una Copa del Mundo celebrada- no se proclama el profesionalismo en el fútbol francés. ¡Ocho años después que en España…!   

Pero muchos años antes había habido novedades importantes en el fútbol galo. En 1906 Charles Simon había creado el Comité Francés Interfederal (CFI) que agrupaba a todas las sociedades deportivas del campo confesional católico, pero poniendo el acento en el fútbol. Pidió el ingreso en la FIFA. ¡Y se lo concedió el máximo organismo!. Las interjecciones vienen a cuento de que ya estaba inscrita en la FIFA la USFSA, pese a la prohibición de que un mismo país tuviera más de una asociación afiliada a la FIFA, prohibición que mister Woolfall, a la sazón presidente, ponía ante la solicitud de la Federación Española que estaba en los momentos en que padecía las frivolidades de la Unión Española de Clubs.

En 1908, la USFSA decide abandonar la FIFA porque ésta no permite competir a sus clubs con los de la «Amateur Football Asociación»; cosa lógica ya que este última era competidora de la FIFA e intentaba hacerse un hueco en el mundo futbolístico mundial «amateur», en connivencia, más o menos demostrable, con el COI y con los Juegos Olímpicos que querían arrogarse la Copa del Mundo de fútbol. 

En ese momento Jules Rimet y otros muchos directivos de clubs que pertenecían a la USFSA deciden abandonarla y crear su grupo propio bajo el nombre de Liga de Fútbol Asociación (LFA). Con ello ya había tres federaciones en Francia…  Esta recién nacida la presidía Jules Rimet. A éste le movían dos propósitos: lograr la unión de todo el fútbol francés en una sola Federación y hacer que el fútbol tuviera una Federación autónoma  del resto de las que conformaban el conjunto deportivo de todas las naciones. Si, sobre el papel y la realidad, era la Federación más importante en cada uno de los países, bien merecía una autonomía que hasta entonces se le negaba. Consiguió, en una primera etapa, la unión de su Asociación con el CFI, que había perdido a su mentor y guía Charles Simon. Y como vicepresidente de tal entidad fue al Congreso de la FIFA de Oslo, celebrado  a finales de junio de 1914, en representación del fútbol francés. 

En tales esfuerzos fue avanzando el abogado parisién. No pudo llevarlos a cabo, momentáneamente, porque Europa se sumergió en lo que se llamó la Gran Guerra. 

La guerra europea

Jules Rimet es llamado a filas el 3 de agosto de 1914. Tenía 40 años, estaba casado -lo había hecho en 1898 con Jeanne Peyrégne- y tenía tres hijos, Annette, Jean y Pierre, de 9, 7 y 4 años respectivamente.  Fue destinado al Regimiento de Infantería número 22 con guarnición en Rouen. En febrero de 1915 es ascendido a sargento y desde ese empleo pidió hacer los cursos de oficial, tras los cuales, fue nombrado subteniente en el mismo Regimiento en el que estaba sirviendo.

Inventó un aparato que él llamó Telemira que no era más que una versión reducida del telémetro, que permitía el uso personal e individual de un práctico medidor de distancias. Esto, junto con sus acciones en el frente de batalla, le sirvieron para su ascenso a teniente a mediados de 1917.

Mientras tanto, el CIF continuó, de forma atenuada por supuesto, sus actividades conducidas por su secretario Henri Dalaunay, otro hombre de importancia fundamental no sólo para el fútbol francés sino para el europeo. Éste había montado una Copa de Francia que mantenía el fuego sagrado del balompié en plena guerra. La competición se llamó Copa Charles Simon y su primera final se celebró en París, en mayo de 1918, proclamándose campeón el Olympique de Marsella.

Licenciado a primeros del año 1919, Jules Rimet recomienza sus actividades deportivas. Forma parte del Consejo Nacional de Deportes. Desde él lleva a buen puerto uno de sus antiguos empeños: conseguir para el fútbol una Federación independiente. Luego procede, descartada la USFSA -decantada por el rugby como primer deporte de su dedicación-, al afianzamiento de la unión entre su Liga y el CIF, de las cuales era su nervio principal. De esta suerte consigue su segunda gran ilusión: la creación de la Federación Francesa de Fútbol Asociación. Tal hecho histórico para el fútbol galo se produjo el 7 de abril de 1919. Cuatro días más tarde Jules Rimet es elegido, por unanimidad, presidente de esta recién nacida Federación. En este cargo permanecería hasta 1949. Posiblemente los treinta años más importantes en el afianzamiento y desarrollo del fútbol francés.

Presidente también del fútbol mundial

El fútbol internacional tomó aliento después del gran conflicto europeo. La convocatoria de los Juegos Olímpicos de Amberes, en 1920, reavivó todos los problemas candentes antes del gran conflicto. Uno de los más importantes era el intento del COI por fagocitar al fútbol y hacer, dentro de los Juegos, el único Campeonato del Mundo. Ello levantó «en armas» a Jules Rimet, quien ya había combatido en Francia contra esa idea. Entendía el fútbol con mayor amplitud que la constreñida al amateurismo; caer en poder del COI significaría que el fútbol quedara restringido a los estudiantes «pudientes» y a los «domingueros». Ello era lo que había defendido ya en 1914 en su primer contacto con la FIFA en el Congreso de Oslo. El hecho de que las Federaciones británicas no asistieran con su fútbol al torneo de Amberes le afirmó más en la idea de que era imprescindible un torneo mundial en el que pudieran participar todos los países con sus mejores jugadores.

Su actuación en el Congreso de Amberes, representando a Francia, hizo que todos los ojos de los representantes de las Federaciones europeas se volvieran hacia este pequeño francés que parecía tener la elocuencia, el tesón y la clarividencia para llevar a buen puerto ese anhelo fundacional incumplido de organizar la Copa del Mundo. Fue proclamado candidato único a la presidencia de la FIFA.

Y en el Congreso siguiente, el 1 de marzo de 1921, fue elegido presidente del máximo organismo internacional.

Tenía mucho trabajo por delante. En su país, llegar a la instauración del profesionalismo que estabilizara definitivamente el fútbol galo. En el mundo, la realización de la Copa del Mundo.

Diez años de trabajo oscuro y eficaz

Que no eran empeños fáciles lo demuestra el tiempo que tardó en lograr ambos deseos: casi diez años. Y nadie podía echarle en cara falta de laboriosidad o entusiasmo. Trabajaba incesantemente, viajaba, establecía relaciones personales con los federativos más importantes de las Federaciones de medio mundo… Pero los inconvenientes eran de tal calibre que a la hora de tomar alguna decisión definitiva siempre se encontraba solo.

Los Juegos Olímpicos de 1924 se celebraron en París por pura cabezonada de Pierre de Coubertin, pero ello fue de gran beneficio para Rimet. Le permitió afianzar su relación con esos federativos del fútbol mundial y sobre todo con los uruguayos, que serían bicampeones olímpicos. En su trato con el embajador uruguayo en Bruselas llegó a intuir que pudiera ser Uruguay quien consiguiera organizar esa primera Copa del Mundo.

Con ese leve punto de apoyo empezó a forzar las máquinas para que el Comité de la FIFA apoyara su «locura».  El primer paso fue el de la creación de una comisión para estudiar todos los extremos de tal organización: participantes, presupuestos, compensaciones económicas, etc. Tal comisión estaba presidida por Gabriel Bonnet e integrada por Linnemann, Meisl y Delaunay, quienes fueron desgranando el esquema de una competición de tal fuste.

Le cabe a Barcelona el honor de albergar el siguiente Congreso de la FIFA, los días 17 y 18 de mayo de 1929. Los delegados fueron llevados hábilmente por Rimet al tema de su obsesión: la Copa del Mundo, que él había decidido, para su capote, que arrancara, como fuera, en 1930. Arrinconados los representantes del fútbol mundial no les quedó más remedio que dar el paso al frente. Se ofrecieron: España, Holanda, Hungría, Italia y el esperado Uruguay. Naturalmente fue esta última nación la que fue elegida. Realmente era la única que ya tenía asumido su papel, por lo que las renuncias en su favor de los demás aspirantes, con mayores o menores dengues hipócritas, estaban cantadas.

Rimet, igual a Copa del Mundo

A partir de este momento, la biografía de Jules Rimet se funde totalmente con la historia de la Copa del Mundo. Una historia muy brillante pero cargada de trabajo para el presidente; indudablemente de grandes satisfacciones por los éxitos, pero de enormes amarguras por infinitos desengaños que, naturalmente, no han pasado a los libros que desglosan la historia del más importante torneo del mundo. Incluso en su libro de 1954 «Historia maravillosa de la Copa del Mundo» (que en España se publicó con el título de «Fútbol. La Copa del Mundo») mantiene pudorosamente un tono feliz, muy en línea con las descripciones apologéticas de las diversas ediciones del torneo.

Apenas si se traslucen las dificultades para convencer a los argentinos para que depusieran su actitud contra el torneo de Uruguay; su fracaso, también con los argentinos, para que asistieran al torneo de Brasil; su lucha para que los países europeos apoyaran con su presencia a Uruguay en aquel difícil arranque de 1930, principalmente su propio país al que le costó Dios y ayuda llevar a Montevideo; el arreglo de los diferentes y frecuentes líos dentro de cada una de las Federaciones – en España tuvo que intervenir para evitar más de un cisma en la RFEF- y entre ellas; no malas penurias y dificultades tuvo durante la II Guerra Mundial para mantener enhiesto el pabellón de la organización y en la posguerra para evitar el veto de los vencedores sobre los vencidos; dificultades similares -gemelas, más bien- a las que había afrontado el barón de Coubertin tras la primera conflagración europea. 

Lo cierto es que la participación, desde los trece pioneros de Uruguay, fue en una línea de progresión geométricamente creciente. Lo mismo que la inscripción en el organismo internacional.

Los momentos difíciles

El asentamiento del edificio de la FIFA fue obra exclusivamente de Jules Rimet, quien entregó nada menos que treinta años de su vida a ello. Lo mismo que las cinco ediciones de la Copa del Mundo que se celebraron bajo su mando. 

Muchos párrafos de su libro merecerían ser reproducidos, pero la extensión de este artículo sufriría una elongación desmesurada. Baste, por ello, uno de los más significativos: el de la final de Río de Janeiro con la inesperada  derrota de Brasil ante Uruguay. Escribe Rimet: 

«Mientras seguía con la mayor atención, desde la tribuna oficial, las peripecias del partido, pensaba con mi poquito de emoción en la misión que iba a desempeñar dentro de pocos minutos. Faltaba poco para terminar el encuentro. Dejé mi puesto en la tribuna y, mientras preparaba el discurso que debía pronunciar ante el micrófono, me dirigí al túnel que conducía al terreno de juego. En aquel momento los dos equipos permanecían empatados a un gol. Terminando igualados, era suficiente para que Brasil pudiese ser declarado vencedor. El estadio hallábase agitado como si una tempestad se abatiera sobre el mar y las voces de los espectadores se amplificaban semejando bufidos de huracán.

«Cinco minutos más tarde, justamente cuando llegaba a la salida del túnel, un silencio de muerte había reemplazado a todo aquel tumulto. Aquella multitud inflamada en la espera de una victoria que creía cierta e ineludible, se hallaba muda de estupor, como petrificada. ¿Qué había ocurrido? Unos segundos antes del pitido final, Uruguay había marcado un segundo gol y ganado la Copa del Mundo. El zurdazo de un solo hombre -Ghiggia- había hecho enmudecer a doscientos mil.

«Automáticamente, no hubo ya ni guardia de honor, ni himno nacional, ni discurso ante el micrófono, ni entrega solemne del trofeo… Me hallé solo en medio de la multitud, empujado por todos los costados, con la Copa en mis brazos, sin saber qué hacer. Terminé por descubrir al capitán uruguayo, y le entregué, casi a escondidas, la Copa, estrechándole la mano, sin poderle decir ni una sola palabra».

El profesionalismo en Francia

Se ha quedado un tanto a trasmano la solución del otro problema con el que se había encarado Rimet.: el del fútbol francés con el profesionalismo en danza. La USFSA se había declarado firmemente partidaria del amateurismo como única vía para que las clases desfavorecidas económicamente pudieran practicar el deporte; Jules Rimet, más realista, entendía que los amateurs puros tenían que pagar los gastos de equipo, de desplazamiento para acudir a los actos deportivos, más perder jornales para los viajes y los entrenamientos, lo cual alejaba a los trabajadores de menos nivel económico de practicar el fútbol. En el profesionalismo veía la única posibilidad de que todos  se integraran en unos equipos que subvenían a sus gastos. Bien es cierto que el profesionalismo encarado entonces -también en España- estaba un tanto a caballo con el ejercicio de una profesión. Nadie podía pensar entonces que llegarían unos tiempos en los que serían profesionales hasta los juveniles…

Rimet pensaba que con las 150 mil fichas que tenía la Federación Francesa, era el momento de dar el gran salto; pero las opiniones de deportistas, clubs y prensa estaban tan divididas que parecía imposible pensar en que ello se pudiera llevar a cabo sin graves conflictos.

Pero Rimet, además de sus virtudes, poseía eso que Napoleón exigía a sus generales: suerte. Y vino en su auxilio cuando la fábrica de automóviles Peugeot, a principios de la temporada 1930-31, formó el club Sochaux. Club totalmente profesional. Y, seguidamente, la misma firma creó un torneo, premiado con un valioso trofeo, para clubs profesionales. Algunos equipos que se movían en un amateurismo marrón dieron el paso definitivo y profesionalizaron a todos sus jugadores. Eso fue el desencadenante que aprovechó la Federación Francesa para tratar de forma definitiva el tema. Se hizo un reglamento para los jugadores profesionales que salió adelante en la Asamblea de enero de 1932 para aplicar a la temporada siguiente.

Tema resuelto también. Lo que significó el gran paso adelante del fútbol francés.

La gran decepción en su propia patria

Los grandes hombres suelen tener una legión de enemigos. Pese a los indudables servicios y beneficios prestados al fútbol de su patria, pronto empezaron a criticar su dedicación al fútbol internacional. Acusaciones a las que no eran ajenos los partidos políticos que veían en el fútbol un enorme punto de apoyo para sus maniobras ante la masa de aficionados. Por otra parte, las decisiones que se veía obligado a tomar en sus actuaciones internacionales, con la política internacional por medio, le acarreaban no pocos disgustos en la Francia de posguerra tan tremendamente politizada. A Rimet le cogieron por medio los embates políticos de la pre guerra fría. 

Así, en 1949, cuando estaba en medio del fragor de la batalla brasileña, no fue aclamado, como en años anteriores, en la renovación de su cargo en el organismo galo. La cuestión del Sarre iba a ser el punto de apoyo de sus enemigos. El Sarre, como se sabe, fue una efímera nación independiente que los aliados separaron de la Alemania vencida. Esta región, genuinamente alemana, estaba forzosamente vinculada en su economía a Francia, pero el gobierno galo intentaba aparentar una postura neutral que estaba bien lejos de ser realidad. Por ello, el deseo de Jules Rimet de que el fútbol del Sarre se integrara en la Federación Francesa y en su Liga, para que no quedara aislado, chocó, no sólo con la política de disimulo que mantenía el gobierno, sino con los alsacianos, resentidos aún por la ocupación germana, quienes amenazaron con darse de baja de la FFF si se les obligaba a jugar con un solo club sarrois. 

Rimet quedó en minoría en la votación de la Asamblea. Y la mayoría, a favor de los alsacianos, eligió presidente a Laforgue. Bien es verdad que éste, entendiendo que el destronamiento de Rimet procedía más de intereses políticos que deportivos, presentó la dimisión inmediatamente; pero Rimet, muy dolido por el desaire de sus colegas, no aceptó volver a tomar posesión de la presidencia.

Fue muy desilusionante para Rimet tal  «despido» de una organización creada merced a sus esfuerzos y trabajos, y por la que tanto había luchado durante treinta años. Había parido un organismo de entre el caos, lo había mimado y hecho una entidad robusta y moderna, y por el hecho de querer hacer realidad su ideal de un fútbol sin fronteras e independiente de vaivenes políticos, era despedido de una manera muy poco grata. Ingrata, más bien. 

Su última Copa del Mundo

El éxito de la FIFA en la IV Copa del Mundo, en Brasil, le hizo encarar con entusiasmo la edición siguiente, que se celebró en Suiza. Sabía perfectamente que esa era su última actuación al frente del fútbol mundial y cuidó hasta el máximo su organización.

Cuando en el Congreso de la FIFA de ese 1954, el 21 de junio, anunció que no se presentaría a la reelección para la presidencia todo el fútbol lo entendió; tenía ya 81 años y su salud -superada felizmente la operación de cataratas-  no le permitía todo el trajín de viajes, reuniones, horarios de trabajo que había sido su norma desde 1921. Ochenta años y dos guerras sobre sus espaldas daban fe de su reciedumbre física y moral. Pero había llegado su hora. La ocasión de las bodas de oro de la FIFA era ni que pintiparada para que él dijera adiós. Como quiera que nadie se presentó para tal responsabilidad fue el propio Rimet quien sugirió que le sucediera el vicepresidente y colaborador suyo durante veinticinco años: Rodolphe Williams Seeldrayers. Fue aceptado por unanimidad. Podía, pues, marcharse tranquilo. 

Dos años más tarde, el 15 de octubre de 1956, falleció en París.

Un hispanófilo auténtico

Si no estuviera tan desacreditada la palabra hispanófilo, se podría decir que Jules Rimet fue un verdadero hispanófilo. Sobre todo desde que estuvo en Barcelona en 1929, con ocasión del Congreso de la FIFA en el que se aprobó la celebración de la primera Copa del Mundo en Uruguay. Dejó no pocos amigos del fútbol español, intimando de forma particular con Ricardo Cabot, a la sazón secretario general de la RFEF. Le gustaba España y le preocupaba su fútbol. De ello dio muestras en cuatro ocasiones principalmente.

La primera, cuando fueron a visitarle varios federativos ante las escisiones de la RFEF. Aconsejó con toda lealtad a los disidentes, advirtiéndoles que la FIFA no admitiría más que una Federación por país. Que debían integrarse en un único organismo. Al fin y al cabo es eso lo que él había hecho en Francia para llevar a la USFAS, el CIF y la Liga Francesa a una sola Federación.

La segunda ocasión fue con motivo del grave problema que supuso para el fútbol español la instauración del profesionalismo. Vio perfectamente cómo «los nueve» de la Liga Minimalista podían partir en dos el fútbol español y pese a las presiones de los «magnates» del fútbol hispano, volvió a recordar que no reconocería más que una Federación en España y que el «grupo minimalista» – la «Orden de la Jarretera», como lo definió acertadamente Jacinto Miquelarena- tenía que integrarse en una sola Liga, con las Divisiones que estimaran oportunas.

La tercera intervención fue no menos decisiva. Ocurrió en plena Guerra de 1936 cuando, ante la hibernación de la FEF, surgió la Federación en San Sebastián intentando ser reconocida por el máximo organismo. Rimet entendió que era un caso especial y más habida cuenta del silencio que la FEF de Madrid/Barcelona le había dado ante la urgencia de la FIFA por completar los Grupos de la Copa del Mundo de 1938. Pese a las presiones de su gran amigo Cabot, propuso al Comité Ejecutivo el «caso español», que fue votado favorablemente a la Federación instaurada en San Sebastián. Merced a ello, una vez terminada la guerra, el fútbol español mantuvo una continuidad, nacional e internacional, que no hubiera sido posible de haberse negado a las solicitudes del teniente coronel Troncoso, y por ello cortado la trayectoria del fútbol hispano.

El último gran favor para el fútbol español ocurrió cuando en el Congreso de la FIFA en Luxemburgo (1 de julio de 1949), Yugoslavia pretendió que se expulsara a España de la FIFA, con el apoyo de Stanley Rous; Rimet hizo un brillante discurso en defensa del fútbol de  España. Desmontó la maniobra, indudablemente muñida desde el Kremlin, aplicando los antecedentes del COI de Coubertin y de la FIFA. Realmente le echó valor para defender al fútbol español cuando aún le estaban doliendo las heridas del similar caso del Sarre en su propio suelo  y que le había costado la presidencia de la Federación Francesa.

Así pues este breve recuerdo de Jules Rimet no sólo es un modesto homenaje a su figura en el centenario de la FIFA, cuya afirmación y desarrollo fue obra de este gran deportista francés, sino una breve nota de gratitud del fútbol español.




Jesús Rivero Meneses

Cuando D. Jacinto Miquelarena, eximio periodista, definió a la Unión Española de Clubs como » la orden de la Jarretera» del fútbol español, acertaba de pleno. Era un contrapoder ante la Federación Española que duró lo que vivieron sus miembros; éstos eran quienes daban y quitaban cargos en el aparato directivo del fútbol, incluida la propia Federación Nacional. El visado era la simple denominación de «hombre de fútbol». Con ese pasaporte se podía ser de todo en el organigrama futbolístico hispano. 

Jesús Rivero Meneses

A don Jesús Rivero Meneses nadie le podía negar el título de «hombre de fútbol». Abogado; fundador del Valladolid; propietario y director de una revista deportiva llamada «Olimpia»; vicepresidente del Valladolid; medalla al Mérito Deportivo otorgada en mayo de 1936; presidente de honor del Valladolid desde 1943…

Con esas acreditaciones, nadie de la «orden de la Jarretera» pudo ponerle ningún reparo cuando el general Moscardó echó mano de él para tapar con urgencia el boquete que le había producido en la Federación Española la dimisión de su presidente, D. Javier  Barroso, por aquel enojoso asunto del fichaje por el Sevilla del bético medio centro Antúnez. El presidente de la Delegación Nacional de Deportes fue tan torticeramente informado del «caso Antúnez» que su decisión fue realmente desafortunada. El señor Barroso dimitió y con él todo su Comité. Así pues, ante D. Jesús quedaba el erial federativo; lo cual no dejó de venirle bien para construir sin condicionamientos apriorísticos.

Jesús Rivero Meneses

Pudo nombrar un Comité a su medida. Con dos escándalos «periodísticos». Uno, de carácter político; otro, futbolístico. El primero fue la recuperación de D. Ricardo Cabot como secretario general de la FEF, cuya sanción por sus responsabilidades políticas había prescrito. La segunda, llevar al cargo de Seleccionador Nacional a D. Pablo Hernández Coronado, el más polémico de los «hombres de fútbol», pero también el más chispeante, ambiguo, irónico e inteligente de la «orden». El resto de la Junta no causó tanto revuelo, posiblemente por ignorancia de los informadores de la época. Eran: Vicepresidente, D. Rafael González Iglesias -ex presidente del Athletic de Madrid- ; vocales: D. Leopoldo García Durán – ex presidente de la FEF desde 1931 hasta el comienzo de la guerra de 1936 y ex miembro de la FIFA-, D. Ramón Sánchez Pizjuán -ex presidente del Sevilla-, D. José Maria Mateos Larrucea -ex presidente de la Federación Vizcaína y ex seleccionador nacional- D Ernesto Cotorruelo -ex presidente de la Federación Castellana-, D. Enrique Piñeyro Queralt -ex presidente del Barcelona- y D. Carlos Pinilla Turiño.  Menos este último, todos eran grado 33 de la Jarretera. 

Como no se trata más que de un esbozo periodístico hay que atajar. Sólo estuvo un año en el sillón presidencial de la Calle San Agustín. Dimitió el 21 de abril de 1947 por «incompatibilidad personal» con la Delegación Nacional. ¿Quién fue el necio que dijo que en aquellos años no dimitía nadie?. Pues en la FEF iban dos seguiditos… 

Y ¿qué hizo el señor Rivero para quedar como uno de los mejores presidentes de la historia de la Federación Española?

Telegráficamente:

  • Requerir la presencia en los clubs de entrenadores extranjeros de acreditado prestigio.
  • Decretar la presencia de un máximo de dos jugadores extranjero por club para  dos temporadas más tarde; tal presencia estaba  prohibida desde enero de 1941.
  • Creación de la Mutualidad de Futbolistas.
  • Modernización de las tácticas empleadas en el fútbol español tomando las utilizadas por mister Chapman en el Arsenal de Londres y conocidas como «sistema en WM». Aparece, pues, el defensa central, los «medios volantes» y «el cuadrado mágico». 
  • Recuperar el uniforme tradicional de la Selección Nacional con camiseta roja y pantalón azul.
  • Recomendar a los equipos -luego se haría obligatorio- la contratación de preparadores físicos titulados y de médicos especialistas en dicha preparación. 
  • Crear la Escuela Nacional de Entrenadores, con el fin de que todos los entrenadores tuvieran una sólida preparación para ejercer y elevar el nivel del oficio.
  • Hacer las gestiones necesarias para incentivar los torneos de juveniles a nivel de club.
  • Estudiar las acciones necesarias para derogar las disposiciones que mantenían el derecho de retención de los jugadores por parte de los clubs. 

Jesús Rivero Meneses

Desgraciadamente, como se diría de cualquier presidente de club, los resultados de la Selección no le acompañaron.  El avispado don Pablo perdió sus dos partidos, Portugal y República de Irlanda. La «tabla redonda» de la «orden de la Jarretera» no podía permitir que los clubs perdieran el «derecho de retención» que consideraban la piedra angular del profesionalismo. Los «costaleros» del delegado nacional comenzaron a dar golpes de nuca durante el transporte triunfal. Y también que D. Jesús Rivero Meneses, al igual que le había ocurrido al señor Barroso, no era nada «políticamente correcto». 

Al año, montera en mano, dijo adiós.

Nadie en el fútbol español ha hecho más en tan poco tiempo. Todos sus logros siguen en pie sesenta años después.

Resulta paradójico que los más grandes presidentes federativos sean los más ignorados. Jesús Rivero Meneses, de Valladolid, es uno de ellos.