Famoso por su joroba

Corría el mes de enero de 1930 cuando los arquitectos Francisco Casariego y Enrique R. Bustelo junto al ingeniero Ildefonso Sánchez del Río, presentaron en el Ayuntamiento su proyecto de nuevo estadio para la ciudad de Oviedo, promotor de la iniciativa. Al ser estudiada la propuesta, desde el consistorio se tuvo conciencia de que su coste era demasiado elevado para que pudiese ser llevado adelante con cargo a los recursos municipales.

Dado el envejecimiento que empezaba a mostrar el Estadio de Teatinos, donde celebraba los partidos el Real Oviedo entonces, era una necesidad contar con un estadio nuevo, teniendo en cuenta el auge que había alcanzado el fútbol en general y el equipo local en particular. Para ello se buscaron fórmulas alternativas que permitiesen acometer la obra, siendo finalmente la elegida la de crear una Sociedad Anónima con las aportaciones de particulares —se bautizaría con el nombre de Stadium—, para que llevase a cabo su construcción, convirtiéndose de esta manera en la propietaria de la instalación.

Buscando facilitar su viabilidad, el proyecto inicial iba a sufrir algunos cambios para abaratarlo, y si bien el resultado final perdió algún elemento de lo que era un planteamiento inicial más ambicioso, Oviedo inauguró su nuevo estadio el 24 de abril de 1932 con la disputa del encuentro entre las Selecciones Nacionales de España y Yugoslavia, recibiendo toda clase de felicitaciones y parabienes por su nuevo estadio, sobre todo por su tribuna principal, una obra que causaba sensación y que por ser el elemento de mayor importancia de la construcción, se libró de los recortes, haciéndose realidad prácticamente igual a como figuraba en el proyecto inicial.

Llamaba la atención pues era pionera en su género, por cuanto disponía de una cubierta que protegía de las inclemencias meteorológicas a los ocupantes de sus aproximadamente cuatro mil localidades, sin que tuviese ni una sola columna que la sostuviese a lo largo de sus más de 100 metros de longitud, lo que permitía tener una visibilidad total del espectáculo, sin ningún obstáculo interpuesto.

Dicha tribuna sería conocida por el nombre de su creador Sánchez del Río, un adelantado a su tiempo en el uso del hormigón armado, responsable de lo que era una obra sin precedentes (el contemporáneo estadio de Florencia también contaba con una visera sin columnas en su grada principal, pero de menor tamaño) y que desde el primer día se convirtió en la seña de identidad del que se llamó Estadio de Buenavista.

Dentro de los ajustes que hubo que realizar, uno afectó al lugar en el que se tenía que instalar el marcador. Si bien la idea inicial era colocarlo en una esbelta torre situada a la altura del centro del campo, en el graderío opuesto a la tribuna principal, al final se optó por construir otra de menor altura (11 metros) y ubicada en uno de los fondos, detrás de una de las porterías. A imagen y semejanza de lo que sucedía en otros estadios, contaba con un reloj y fue bautizada como torre Marathón.

Como operario encargado del funcionamiento del marcador, poniendo y quitando las tablas con los números, a medida que se iban marcando los goles durante los partidos, estaba un peculiar personaje al que todos conocían como Garrotín. Dada la gran capacidad goleadora de la Delantera Eléctrica del equipo oviedista en aquella época (Casuco, Gallart, Lángara, Herrerita y Emilín eran sus integrantes), que tuviese que trabajar a destajo colocando tablas con cifras elevadas era habitual. Desde la primera vez que tuvo que colocar el guarismo cinco a los espectadores les llamó la atención pues resultaba evidente que tenía un trazo defectuoso. Los comentarios iniciales sobre lo feo que era ese número cinco, sobre lo mal pintado que estaba, dieron paso a que la peculiar socarronería ovetense pronto se refiriese a él como el número que parecía tener una joroba. Al asturianizarse el nombre, lo que en otros lugares de España se hubiese llamado el (número) jorobado, en la capital asturiana se bautizó como el Jorobu. Así, cada vez que los locales marcaban el quinto gol en un partido, se festejaba con especial regocijo que saliese el Jorobu.

Tras unos años en los que vio la luz en múltiples ocasiones, convirtiéndose en cotidiano festejar especialmente su aparición, la Guerra Civil destrozó casi por completo el Estadio de Buenavista y en concreto, las bombas se llevaron por delante la torre Marathón, que quedó reducida a escombros.

Una vez terminado el conflicto bélico, la lenta reconstrucción del estadio dejó para el final lo más superfluo, entre otras cosas una nueva torre con su correspondiente marcador, que no se inauguró hasta 1943. En esta ocasión se ubicó en el graderío opuesto a la tribuna principal, a la altura del centro del campo (que era donde se había pensado colocar en el proyecto inicial), en una torre más esbelta y más alta que la destruida que sería conocida como la torre Anís de la Asturiana, por ser esta marca la patrocinadora.

Como las goleadas seguían siendo frecuentes gracias a la aparición de una nueva Delantera Eléctrica, para continuar con la tradición el número cinco se alteró a imagen y semejanza de su predecesor, esta vez adrede. Así, cuando el Real Oviedo llevaba anotados cuatro goles, el público pedía uno más para poder decir que había salido el Jorobu, algo que ha llegado hasta nuestros días, pese a que la tecnología ha hecho que los actuales marcadores en los estadios nada tengan que ver con el que manejaba Garrotín. Si bien los tiempos actuales son diametralmente distintos a aquellos en los que se anotaban muchos más goles, hoy en día se sigue diciendo cuando un equipo marca el quinto gol en un partido, que ha salido el Jorobu.




Cuando los futbolistas no jugaban donde querían

En el mundo del fútbol, está asumido que cuando un futbolista quiere cambiar de aires, lo consigue, sin que importe en exceso que tenga vínculo contractual con un equipo. La legislación vigente y los organismos futbolísticos internacionales —proclives a ponerse del lado del deportista—, junto con la necesidad de los clubes de evitar males mayores, hacen que esto sea así. En consecuencia, en la práctica, la vocación de cumplimiento que se les atribuye por definición a los contratos, decae cuando es el jugador quien desea rescindirlo.

Pero en tiempos pretéritos esta situación era diametralmente opuesta, siendo la otra parte, la de los clubes, la que ostentaba la posición dominante.

Tras los años en los que paulatinamente se fue implantando el fútbol en nuestro país, una vez ya organizado con la creación del Campeonato Nacional de Liga, aceptado el profesionalismo, el primer contrato firmado tenía una enorme transcendencia, pues a partir de ese momento los equipos tenían la posibilidad de ir renovando unilateralmente esa relación contractual sucesivamente, con la única obligación de incrementar en un pequeño porcentaje los emolumentos a recibir por el futbolista.

Tal situación se prolongó durante décadas, y sólo cambió con la llegada de los nuevos tiempos que supuso el fin de la dictadura franquista. En los años setenta del pasado siglo surgieron las movilizaciones de los futbolistas (hubo varias huelgas) reclamando, entre otras cosas, la supresión del conocido como derecho de retención que les impedía cambiar de aires para aceptar mejores ofertas.

Se pasó de un sistema en el que los equipos tenían el poder, a uno en el que lo tienen los jugadores. El caso que se expondrá a continuación, impensable hoy en día,  deja bien a las claras cómo han cambiado las cosas.

Iniciada la temporada 1935/36, Antonio Sánchez Valdés, conocido futbolísticamente por Antón, era un joven delantero de 21 años que buscaba hacerse un hueco en el Oviedo FC (desprovisto, como todos, de su condición de Real, por el periodo republicano que se vivía). Eran tiempos en los que la línea atacante del conjunto ovetense, bautizada como la «delantera eléctrica», estaba en su momento de máxima plenitud y, probablemente, era la mejor del país. La conformaban Casuco, Gallart, Lángara, Herrerita y Emilín, y era una máquina de hacer goles, lo que ponía muy difícil al resto de delanteros hacerse un hueco en el equipo titular. Por ejemplo, un futbolista como Chus Alonso no tenía sitio, pese a su nivel, como demostraría después en el Real Madrid, donde triunfó plenamente, alcanzando incluso la internacionalidad.

Cumplida su etapa en el equipo juvenil oviedista, Antón sólo podía demostrar sus cualidades en el equipo de los reservas y en el segundo equipo de la ciudad, la Sportiva Ovetense (en la práctica, era algo así como el filial del conjunto carbayón), además de en los encuentros amistosos que disputaba con diversos equipos regionales, que le retribuían con una cantidad por tanto anotado (hasta 2 pesetas por gol llegaron a pactar). Si bien estaba bajo la disciplina del conjunto azul, no tenía contrato profesional. Al intentar que le fuese formalizada su situación contractual con el Oviedo, la respuesta por parte del secretario del club Calixto Marqués, fue más que significativa: “si fueses medio o defensa interesarías, pero los delanteros sobran”.

Pero aquellas actuaciones le fueron suficientes para despertar el interés de otros equipos, sobre todo el del Madrid, con cuyos directivos un amigo de la familia inició las conversaciones para la incorporación de Antón al conjunto blanco. El interés era tal, que la oferta inicial consistente en una ficha nada despreciable de 6.000 pesetas fue aumentando hasta alcanzar las 10.000.

Futbolistas01Con Antón entusiasmado ante la posibilidad que se le planteaba de marcharse a jugar a la capital de España, era su familia quien menos apoyaba la opción, temerosa de las nocivas consecuencias que la vida madrileña pudiese causar en quien, pese al aspecto que le confería su temprana alopecia (motivo por el cual empezó a jugar con la cabeza cubierta con una boina), era un joven muchacho. Su padre siempre había sido contrario a que sus hijos fuesen futbolistas, con lo que menos aún le gustaba la idea de que para ello se marchase de casa.

Ante las reticencias familiares y la dilatación en el tiempo de la operación, el presidente madridista Rafael Sánchez Guerra, tomó las riendas de la negociación; habló directamente por teléfono con Antón y le hizo una oferta poco menos que irrenunciable: 16.000 pesetas de ficha anual y un empleo en una relojería para que, teniendo ocupado el tiempo con un trabajo, su familia estuviese tranquila y no pusiese reparos. Antón aceptó sin dudar y, tras mandarle Sánchez Guerra 1.000 pesetas de adelanto para que emprendiese el viaje a la mayor brevedad posible, siendo conocedor de la situación únicamente su hermano Benito, hizo la maleta a escondidas, se dirigió a la estación del ferrocarril, adquirió el billete y se sentó en el vagón dispuesto a realizar el viaje que iba a cambiar su vida.

Antes de que el tren iniciase la marcha, vio aparecer por el andén a su padre Francisco, al presidente oviedista Carlos Tartiere y al vicepresidente Pedro Miñor, quienes al llegar a su altura le dijeron: “¡bájese Vd. del tren ahora mismo!”. Antón obedeció sin dudar y, cual niño al que se disponen a castigar por mal comportamiento, fue conducido a la secretaría del club, donde firmó sin rechistar un contrato como profesional del conjunto azul con una retribución de 500 ptas. mensuales. Era el 18 de noviembre y Antón debutaría con el Oviedo a las pocas fechas, en concreto el 1 de diciembre en Santander.

Futbolistas02Probablemente el chivatazo de su hermano al secretario de la entidad sirvió para abortar una operación que, quizás, hubiese convertido al veloz extremo derecha de potente disparo al que llamaban «el otro Lángara» o «el rompe-redes» —en más de una ocasión rompió la red de la portería al anotar un tanto, obligando al colegiado a realizar la oportuna comprobación—, que ocultaba su calvicie bajo una boina, en figura del fútbol español defendiendo la camiseta blanca del equipo merengue y no la azul del carbayón, con quien haría historia durante más de una década.

Con la normativa existente entonces que permitía a los clubes retener a los jugadores, al estampar su firma con el equipo oviedista, negándose éste a su salida, ya no podría aceptar ninguna de las varias y suculentas ofertas que tendría con el tiempo para irse a conjuntos como el Barcelona, el Atlético Aviación o el Real Zaragoza.

Y además de ver cómo se le escapaba la posibilidad de rubricar un contrato fantástico para aquella época, Antón tendría que soportar cómo iba a ser muy duramente tratado por los dirigentes madridistas y por la prensa capitalina, acusado de haber faltado a su palabra.




Un encuentro memorable en Chamartín

El domingo 29 de diciembre de 1935 Chamartín acogía un atractivo duelo correspondiente a la 8.ª jornada del campeonato liguero de 1.ª División entre los equipos del Madrid y del Oviedo (desprovistos ambos de su condición de reales durante aquellos años de la II República). Se enfrentaban dos de los varios aspirantes a conseguir el título al final de la temporada. Y es que si los merengues casi siempre lo son, los carbayones vivían su época dorada y eran claros aspirantes tras su tercer puesto en la Liga anterior. Pero es que además de los habituales, como podían ser el Barcelona o el Athletic de Bilbao, en aquella época había otros conjuntos que presentaban su candidatura al primer puesto, como el Racing de Santander o el Betis, vigente campeón al haber conquistado el título en la campaña 1934/35.

Después de siete jornadas el Madrid era segundo con 10 puntos y el Oviedo ocupaba la quinta plaza de la tabla con 8. Además ambos conjuntos venían de sumar dos contundentes victorias en la jornada anterior: 0-3 los madridistas en el feudo del Barcelona y 5-2 los asturianos en Buenavista ante el Español.

El entrenador madridista Paco Bru alineó un once compuesto por Alberty; Ciriaco, Quincoces; Leoncito, Bonet, Souto; Eugenio, Luis Regueiro, Sañudo, Lecue y Emilín.

José María Peña dispuso que jugasen por parte oviedista Óscar; Calichi, Pena; Sirio, Soladrero, Castro; Casuco, Gallart, Lángara, Herrerita y Emilín.

Entre ambos equipos sumaban un buen número de internacionales.

Arbitró Jesús Arribas.

Lecue inauguró el marcador para los locales con un gol de cabeza al rematar un saque de esquina en el minuto 22 y sólo dos minutos más tarde Sañudo (el Emilín madridista según otras fuentes) hizo el segundo. Antes del descanso (38’) Regueiro subió el 3-0 al marcador con un lejano tiro a media altura.

Las crónicas describen una gran superioridad de los blancos, que rayaron a gran altura desplegando un excelente fútbol, pocas veces visto, mientras el conjunto azul prácticamente no había entrado en juego, superado en todo momento.

memorable01En la segunda mitad las tornas cambiaron y Lángara, a pase de Gallart, remató espléndidamente un balón marcando el gol que acortaba distancias en el minuto 60. Quien podía ser en aquella época el mejor delantero centro del fútbol mundial ya estaba consagrado, pero por si alguien todavía albergaba alguna duda sobre su valía, la belleza de aquel tanto sirvió para disiparlas, hasta el punto de que el diario ABC le dedicó una reseña especial. En el 67 Casuco batió al húngaro Alberty de nuevo y colocó un inquietante para los locales 3-2 en el tanteador. La pelea entre la mítica pareja defensiva del Madrid y la famosa “delantera eléctrica” de los azules —probablemente la mejor línea atacante del país en aquel momento— estaba siendo grandiosa..

Con el choque convertido en una apoteosis de emoción y buen juego, otro disparo lejano de Regueiro en el 73 estableció el 4-2, que parecía sentenciar el partido. Pero los carbayones reaccionaron hasta el punto de igualar 4-4 con nuevos tantos, obra en esa oportunidad de Herrerita, en el 75 y el 82.

A dos minutos del final Sañudo establecería el definitivo 5-4 con un remate a la salida de un corner.

La excitación ante lo presenciado hizo que muchos aficionados invadiesen el terreno de juego para agasajar a los protagonistas, motivando la intervención de las fuerzas del orden.

memorable02Los periódicos no dudaron en utilizar calificativos como memorable, histórico o épico a la hora de describir lo sucedido.

Probablemente nada de lo ocurrido habría sido tan sumamente excepcional o, cuando menos, sería algo que sintieron los allí presentes y que se fue mitificando con el tiempo al oír sus narraciones. Pero el caso es que, muchos años después, el recuerdo en las memorias de quienes lo presenciaron en el viejo Chamartín seguía fresco, como atestiguaba en diversas conversaciones el periodista Manuel Sarmiento Birba, quien comentaba que en muchas de las tertulias futbolísticas que frecuentaba, cuando el tema de conversación era un gran partido, rara vez faltaba algún viejo aficionado que había estado aquella tarde de diciembre de 1935 en Chamartín que afirmaba que nada era comparable a aquel Madrid – Oviedo.

memorable03Al final el título se iría para Bilbao, terminando el Madrid segundo y el Oviedo tercero. Ambos serían los máximos goleadores de aquella Liga (63 tantos anotó el Oviedo y 62 el Madrid). Ninguno podría saborear las mieles del que sería último campeonato antes del estallido de la Guerra Civil, pero les quedaría el recuerdo de haber protagonizado una tarde memorable.

 

Fotografías: AS




Inauguración de la calle Isidro Lángara en Oviedo

El pasado 15 de mayo de 2016, coincidiendo con el 104 aniversario de su nacimiento en Pasajes (Guipúzcoa), Isidro Lángara, el que fuera grandioso delantero centro de los años treinta y cuarenta del pasado siglo quedó inmortalizado en el callejero de la ciudad de Oviedo con la inauguración de una calle que lleva su nombre. La iniciativa del periodista Miguel Sanz tuvo un apoyo popular unánime, claro ejemplo de la impronta que Lángara dejó, pese al paso de los años, y el consistorio ovetense aceptó la solicitud. Así, con la presencia de sus familiares, autoridades, miembros del Real Oviedo y aficionados en general, su sobrina nieta Juncal Lángara descubrió la placa que da su nombre a una de las calles que dan acceso al Nuevo Estadio Carlos Tartiere, donde una tribuna también lleva su nombre.

Y es que, pese al tiempo transcurrido, la figura de Lángara, además de transcender al ámbito futbolístico (su trayectoria vital merecería ser novelada), sigue sorprendentemente presente en la capital del Principado.

CalleLangara01CalleLangara02Aquel muchacho que abandonó su pueblo de Andoain con 18 años para hacer una prueba con el Real Oviedo a finales de 1930, causando sensación por la potencia de sus disparos, que convenció sin la menor duda al entonces entrenador de los azules, el irlandés Patricio O’Connell (afirmó al poco de verlo en acción que era “un diamante en bruto”), es conocido  por las generaciones posteriores que, pese a no haberle visto jugar, saben de sus hazañas, repetidas boca a boca por los aficionados ovetenses de generación en generación, consolidando su figura como la de un mito.

No en vano, Lángara todavía mantiene algunos récords en el fútbol español (único futbolista que ha anotado tres tripletes en tres partidos seguidos en nuestra Liga, ser quien menos encuentros precisó para alcanzar los cien goles en la 1.ª División, o el promedio goleador con la selección española que le dan los 17 goles anotados en 12 partidos) e internacional (primer futbolista máximo goleador en tres países distintos: España, Argentina y México).

Sus goles le abrieron pronto las puertas de la selección nacional —con quien anotó el primer gol de la historia en el Estadio de Buenavista— y fueron claves en el ascenso del entonces Oviedo F.C. a la 1.ª División, donde aquellas “delanteras eléctricas” en las que Lángara era el ariete, sembraban el terror de los rivales.

Su figura alcanzó entonces una enorme repercusión y su idilio con el equipo y con la ciudad convirtieron a este vasco, todo nobleza, en un asturiano de adopción, en un carbayón más, un ídolo del que presumir.

Y es que sus logros deportivos se sucedían (tres “pichichis” consecutivos en sus primeras tres campañas en la máxima categoría le hicieron insustituible con España) de la mano de los de un equipo que se codeaba con los mejores.

Cuando equipo y futbolista se encontraban en la cúspide, la Guerra Civil cortó de cuajo sus trayectorias, lo que supuso que los caminos del Lángara y del equipo azul se separasen forzosamente.

Desde el primer instante, con Lángara jugando con la selección de Euskadi por toda Europa primero y en México después, comenzó a hacerse obsesiva la idea del regreso de Lángara, lo que no se pudo lograr tras la reanudación de las competiciones futbolísticas en nuestro país al finalizar el conflicto bélico. Primero con Lángara en Argentina, defendiendo la elástica de San Lorenzo de Almagro, y luego en México haciendo lo propio con la del Club España, el Real Oviedo vivía obsesionado con el recuerdo de Lángara, imposible de ser borrado pese al gran nivel de quienes ocupaban su puesto en el once oviedista (Chas, Echevarría, Cabido…).

Así, cuando por fin regresó en 1946, diez años después de su obligada marcha, la ciudad vivió tal conmoción que tuvo que apearse del tren que lo llevaba a Oviedo en una parada previa, dada la muchedumbre que lo esperaba en la estación capitalina.

Pese a que, lógicamente ya no era el mismo, un Lángara más limitado físicamente pero que había aprendido en América un fútbol más combinativo al que se había tenido que adaptar, rindió más que satisfactoriamente, permitiéndole retirarse tras haber vuelto a vestir la camiseta azul de su Real Oviedo.

Tras colgar las botas, pese a regresar a México, nunca perdió su vinculación con Oviedo, ciudad que visitaba con cierta frecuencia, siendo siempre recibido como la estrella que había sido, manteniéndose su figura de mito.

Ese mito que regresó a Andoain para vivir sus últimos años, ahora tiene una calle en Oviedo, como sus compañeros Herrerita o Antón. Es de justicia.

CalleLangara03CalleLangara04CalleLangara05CalleLangara06FOTOGRAFÍAS: La Nueva España




La prepotencia que impidió disputar una final de Copa

Si miramos la clasificación histórica de la Liga española observamos que, entre los 20 primeros equipos clasificados, son nueve los que saben lo que es ganar un campeonato liguero, cuatro más los que han obtenido en alguna ocasión el subcampeonato, y los restantes seis nunca han podido terminar en alguna de las dos primeras plazas.

Si hacemos la misma comprobación referida al torneo de Copa, son doce los que han podido alzar el trofeo en alguna ocasión y de los ocho restantes, han jugado al menos una final todos salvo dos, el Racing de Santander y el Real Oviedo.

Al margen de que haya que tener en consideración que del torneo copero se han disputado más ediciones, los resultados corroboran la afirmación generalmente aceptada en el mundo del fútbol de que la Liga, por ser el torneo de la regularidad, resulta más difícil de ganar que la Copa, competición más proclive a las sorpresas (pese a que el formato en España pocas veces ha tenido que ver con el seguido en otros países, en los que se incentiva que equipos modestos puedan doblegar a otros más poderosos) donde no es necesario un óptimo rendimiento prolongado durante muchos meses.

Resulta extraño pues que, dos equipos como el santanderino y el ovetense, más o menos habituados a moverse entre la élite del fútbol español, con periodos de brillantez, no hayan podido tener el momento de gloria que supone disputar, al menos una vez, una final de Copa, tras más de un centenar de ediciones, como sí han logrado otros conjuntos con menos relevancia a lo largo de la historia.

En el caso del conjunto carbayón, en una ocasión el acceso a la final estuvo más que cerca, impidiéndolo unas circunstancias que tienen mucho que ver con la prepotencia.

Ocurrió en la temporada 1933/34 (de aquella se celebraba íntegramente en el año 1934 pues se disputaba el torneo a la conclusión de la Liga), cuando la suerte emparejó para las semifinales de la entonces Copa del Presidente de la República, al Betis con el Madrid por un lado y al Valencia con el Oviedo por otro (madridistas, béticos y oviedistas desprovistos en su nombre del término “Real”). Si los merengues eran ligeramente favoritos en su eliminatoria, en la otra el favoritismo era más claro a favor de los de la capital del Principado.

Los encuentros de ida tuvieron lugar el 22 de abril de 1934, registrándose en Sevilla una victoria madridista por 0-2, que suponía confirmar las previsiones y dejaba en clara franquía la eliminatoria para los blancos.

En Valencia, en el otro choque, con arbitraje de Melcón, los locales —uniformados con camiseta roja y pantalón negro— alinearon a Cano; Torregaray, Pasarín; Bertolí, Iturraspe, Conde; Torredeflot, Montañés, Vilanova, Costa y Sánchez. Por el bando visitante jugaron: Óscar; Calichi, Jesusín; Castro, Sirio, Chus; Casuco, Gallart, Lángara, Herrerita y Emilín. Estos cinco últimos conformaban la bautizada como “delantera eléctrica”, probablemente la mejor delantera del momento.

Oviedo en Mestalla 22-04-1934

El marcador de Mestalla llegó a reflejar un claro 0-2 (marcaron Lángara y Casuco) para un conjunto oviedista que estaba siendo superior, a decir de las crónicas, confirmando las predicciones, lo  que casi suponía dejar resuelta la eliminatoria. Cuando los del Turia marcaron dos goles en los minutos finales del choque por mediación de Bertolí y Vilanova, y el partido concluyó 2-2, nadie en la casa azul le dio importancia a la igualada recordando que en la reciente visita valencianista en Liga, el Oviedo había vapuleado a los chés por siete goles a cero (justo dos meses antes, el 22 de febrero). El conjunto carbayón, que se mostraba débil en el aspecto defensivo, sobre todo jugando a domicilio, era temible por su facilidad goleadora, más jugando como local en su estadio.

Y es que a nadie se le pasaba por la cabeza si quiera la posibilidad de que no golease en el encuentro de vuelta; el estadio de Buenavista no había conocido ninguna derrota del conjunto local en los más de dos años que tenía de vida. Los números que presentaban los azules desde el traslado al nuevo estadio eran para asustar a cualquier visitante. Sólo en Liga, en la primera temporada, en 2.ª División, ocho victorias y un empate con 41 goles a favor y 9 en contra fue el balance de los partidos disputados como local. Logrado el ascenso, en la campaña siguiente y ya en 1.ª División, los números fueron similares con, de nuevo, ocho victorias y un empate, marcando 39 goles y encajando 14. Sumando todas las competiciones (campeonato regional, Liga y Copa de España) hasta la llegada del conjunto valencianista en aquel encuentro de vuelta, el Oviedo había disputado veintiocho partidos oficiales en su nueva casa, con unos números más que elocuentes: veinticuatro victorias, cuatro empates y ninguna derrota, con 131 goles a favor y 36 en contra. Los azules anotaban una media de casi cinco goles por encuentro que jugaban en Buenavista, encajando poco más de uno. Se daba por seguro que en el encuentro de vuelta se certificaría el pase a la final de los oviedistas, hasta el extremo de que en la capital asturiana comenzaron los preparativos para una final a disputar previsiblemente frente al Madrid. Dándose por hecho por todos que la final enfrentaría a merengues y carbayones, era casi una certeza que se disputaría en Santander, comenzándose a organizar desde la capital asturiana trenes especiales para el viaje hasta la ciudad cántabra.

Con arbitraje de Escartín en el partido de vuelta, una semana después, el entrenador local, Emilio Sampere, quizás influido por el ambiente de optimismo desmesurado que se había creado y forzado por unos directivos que en aquellos tiempos tenían por costumbre inmiscuirse sin pudor en las cuestiones técnicas, cometió la osadía de reservar a un jugador como Gallart para una final que no se había logrado (formaron Inciarte y Casuco el ala derecha  fracasando estrepitosamente). Unido a ello que el campo registró una pobre entrada al haberse subido el precio de las entradas hasta las cinco pesetas (una más de lo habitual) y pese a que el Valencia introdujo en la alineación algún cambio (Abdón y Villagrá jugaron en lugar de Montañés y Sánchez), el resultado sería una merecida victoria visitante por 1-3 con dos goles de Costa y uno de Villagrá que hicieron inútil el tanto de Emilín para los de casa. Tras los choques de aquel 29 de abril, no hubo final ni para los oviedistas ni para El Sardinero santanderino, pues madridistas y valencianistas acabarían disputando la final en Barcelona, en el estadio de Montjuich.

Emilín confesó años después al periodista Manuel Sarmiento Birba que durante el descanso del primer partido en Mestalla se les indicó, por parte de los dirigentes del club ovetense, la conveniencia de no sentenciar la eliminatoria, invitándoles a que «no apretasen mucho» en la segunda parte para no perjudicar la taquilla venidera en Buenavista en la vuelta. Con la perspectiva que ofrece el tiempo, la confesión de Emilín explica las declaraciones que recogía la prensa tras el encuentro de Valencia del capitán oviedista Óscar Álvarez: «Este empate dará mayor interés al segundo partido y una mejor recaudación a nuestro club».

Prepotencia02La victoria del Oviedo en Valencia por 0-4 en la Liga siguiente, certificando la superioridad del conjunto azul en aquella época, lejos de suponer una venganza deportiva supuso aumentar el lamento por la ocasión perdida de haber disputar una final copera.

La prepotencia cometida en el viejo Mestalla, cuando la recomendación hecha por los dirigentes de «no apretar», impidió sentenciar la eliminatoria en la ida, y la confianza desmedida en la vuelta, que se demostró injustificada, quien sabe si fueron el germen para que, desde entonces, una extraña maldición acompañe el triste devenir del Real Oviedo por un torneo como es la Copa, en el que no ha hecho otra cosa que acumular resultados calamitosos y decepciones continuadas, cuyo techo ha sido la semifinal referida y otra disputada en 1946.




San Lorenzo de Almagro mostró otro fútbol

El beneficio que para el fútbol español suponía el incremento paulatino de enfrentamientos entre selecciones nacionales tenido lugar en gran parte a partir del Campeonato del Mundo de Italia en 1934, con una media de entorno a los cuatro choques anuales frente a variados conjuntos europeos, sufrió un obligado corte de cuajo con la Guerra Civil española. Pese a que con la posterior II Guerra Mundial el clima para retornar a la actividad no era el más propicio, en 1941 volverían a celebrarse los mismos, si bien tras la derrota sufrida por 4-0 ante Italia el 19 de abril de 1942 se tomó la determinación de iniciar un periodo sin partidos internacionales que duraría casi tres años.

Cuando en marzo de 1945 la selección nacional retomó la actividad, lo hizo de manera tímida y con un abanico de rivales mucho más reducido. Dio comienzo una etapa en la que los escasos duelos internacionales tenían como únicos rivales a Portugal y a la República de Irlanda.

Con esa situación, que se traducía en que la evolución de nuestro fútbol, alejado del enriquecimiento que posibilitaban estos contactos, era imperceptible, aislado simplemente del centroeuropeo o mediterráneo, se iba a producir un hecho de gran repercusión como fue la llegada a nuestro país del campeón argentino, máximo exponente del momento que vivía el fútbol en el Nuevo Continente, lo que iba a permitir comprobar de primera mano una forma distinta de practicar el deporte inventado por los ingleses. En plena posguerra, el aislamiento que vivía España en todos los sentidos se extendía al mundo de un fútbol que, aquí, seguía dominado por los patrones de los orígenes, con décadas de antigüedad y mínimas evoluciones, aferrado a criterios como el de la prevalencia de la potencia física ejemplificados en «la furia» nacida en los JJOO de Amberes allá por 1920. La sorpresa que iba a causar su actuación derivaría en admiración, removiéndose los cimientos del fútbol tal cual era conocido por estos lares.

Después de proclamarse vencedor del campeonato argentino en 1946, San Lorenzo de Almagro partió destino hacia la península ibérica para disputar una serie de partidos en una gira que iba a repercutir de gran manera en el fútbol español. La llegada del conjunto argentino en diciembre de 1946 se esperaba con gran expectación.

Tras hacer escala en Canarias, el avión que trasladó a la expedición puso rumbo a Madrid, donde el 23 de diciembre había de disputar el primero de los duelos concertados y donde comenzaría a fraguarse la sensación que causaría su paso por esta parte del viejo continente.

Con el presidente Domingo Peluffo y el entrenador Pedro Omar al frente, diecisiete fueron los jugadores desplazados: Blazina, Vanzini, Basso, Grecco, Colombo, Zubieta, Imbellone, Farro, Pontoni, Martino, Silva, Rodríguez, Peñalva, Crespi, Aballay, Alarcón y De la Mata. El español Ángel Zubieta sería recibido efusivamente por su familia, desplazada desde Bilbao. Quien jugase en el Athletic Club de Bilbao antes del estallido de la Guerra Civil, defendía los colores del «ciclón de Boedo» tras su periplo con la selección de Euskadi creada para recaudar fondos y hacer campaña a favor del Gobierno vasco y el régimen de la República, motivo por el cual su regreso a suelo hispano no habría sido conveniente con anterioridad, por las previsibles represalias del bando ganador.

En el Metropolitano madrileño, 4-1 sería el resultado del primer partido de la gira ante el Atlético Aviación. Pero más allá de mostrar una gran superioridad y del cómodo triunfo, los argentinos causarían sensación por su juego combinativo, eminentemente técnico, basado en el pase corto con el que, pese a una cierta lentitud, desarbolaron a su oponente. Uno de los términos con el que se bautizó esa forma de jugar sería el de «gambeteo», sorprendiendo a un fútbol español ayuno de innovaciones tácticas (faltaba algo de tiempo para que se generalizase la que iba a ser primera gran variación táctica bautizada como la WM, basada en reforzar la línea defensiva con un tercer hombre a la vez que los interiores retrasaban su posición).

La alineación del primer choque fue: Blazina; Vanzini, Basso; Zubieta, Grecco, Colombo; Imbellone (De la Mata en la segunda mitad), Farro, Pontoni, Martino y Silva.

La gira era, para el régimen franquista, una oportunidad casi única para promocionar una cierta apertura en cuanto a las relaciones internacionales. Pero más allá de las manifestaciones en tal sentido, el novedoso fútbol que practicaban los «cuervos» sería lo noticiable. Con un comienzo así, el resto de la gira no iba más que a aumentar la expectación, como quedaría de manifiesto el día de Navidad en el mismo escenario, con el Real Madrid en esta ocasión como rival. Los merengues ganarían esta vez por 4-2 (sería la única derrota de los argentinos en toda la gira) viéndose impedidos los sudamericanos de poner en práctica el virtuosismo mostrado escasas horas antes, quizás perjudicados por el mal estado de un terreno de juego que hubo de ser adecentado con urgencia de la mejor manera posible antes del comienzo del choque. Aballay en lugar de Pontoni sería la única variación de su once titular, si bien este último entró tras el descanso.

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Para el 1 de enero de 1947 estaba previsto el encuentro quizás con mayor expectación: en Barcelona, el estadio de Las Corts iba a acoger el duelo entre los bonaerenses y una selección española. San Lorenzo jugó esta vez con la que era considerada alineación titular: Blazina; Crespí, Basso; Zubieta, Grecco, Colombo; De la Mata, Farro, Pontoni, Martino y Silva. Por el combinado español formaron: Bañón; Álvaro, Curta; Gonzalvo III, Fábregas, Gonzalvo II; Epi, Arza, Lángara, Herrerita y Escudero. Suponía el reencuentro de Isidro Lángara con el equipo cuya camiseta había defendido unos años antes y, en especial, con Zubieta, uno de los artífices de que, concluido en México el periplo de la selección de Euskadi, Lángara recalase en el equipo del Gasómetro.

Pese a que los españoles se adelantaron con dos goles antes de que se cumpliera el primer cuarto de hora, los blaugranas no se vieron afectados y con su juego de filigranas remontaron para irse al descanso venciendo por 2-3. Escolá y Bravo sustituyeron en la delantera hispana a Herrerita y Escudero para una segunda mitad en la que la tónica no cambió, con los argentinos combinando en corto y los españoles con su juego habitual y una borrachera de goles que dejó un tanteador final de 7-5 a favor del campeón argentino.

El equipo platense pondría rumbo a Bilbao donde el 5 de enero le esperaba el cuarto compromiso de la gira. Repetiría con la alineación de gala, la de Las Corts, y en medio de una tremenda expectación los leones de San Mamés opondrían una gran resistencia que les llevaría a cosechar un meritorio empate a tres goles.

El siguiente compromiso no tendría lugar hasta el día 16, de nuevo frente a un combinado nacional, en esta ocasión en Madrid, de nuevo en el Estadio Metropolitano, abarrotado hasta los topes y con la presencia del mismísimo caudillo. Con la única variación en el once argentino de Rodríguez en lugar de Grecco, lesionado, la formación hispana estuvo compuesta en esta ocasión por: Bañón; Querejeta, Aparicio; Gonzalvo III, Mencía, Eguiluz; Iriondo, Zarra, Arza, Campos y Epi. Esta vez la superioridad de los blaugranas sería insultante, reflejando el marcador al final del encuentro un contundente 1-6.

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Repitiendo alineación los bonaerenses saltaron a jugar el siguiente compromiso, esta vez en Valencia el día 22. Mestalla comprobó de primera mano la exquisitez del juego argentino, si bien los locales opusieron gran resistencia hasta el punto de que el resultado sería de empate a un tanto.

La Coruña era el siguiente destino. Allí jugaron el 26 frente a un Deportivo con algún que otro refuerzo. Con dos cambios en su formación (Vanzini por Crespí e Imbelloni por De la Mata) el partido concluyó sin que se moviese el marcador.

Con Grecco recuperado, volviendo al once inicial, Portugal era el siguiente destino. Oporto contempló una exhibición de San Lorenzo de Almagro el 31, ganando a los locales por un contundente 4-9. Goleada que se iba a repetir en el siguiente compromiso en tierras lusas al derrotar el 2 de febrero en Lisboa a una selección portuguesa por un más que rotundo 4-10 ante 70.000 espectadores.

La gira se cerró retornando a España, concretamente a Sevilla, donde el 6 de febrero empataron a cinco goles con el Sevilla. Con los hispalenses se alinearon los argentinos Rodríguez y Aballay.

En total fueron diez encuentros con un balance de cinco victorias, cuatro empates y una derrota con 47 goles a favor y 28 en contra. Rinaldo Martino certificó su fama concluyendo la gira con 17 goles marcados (Pontoni con 12 fue el segundo anotador). Pero más allá de los números, lo transcendente fue la impronta que quedaría tras su paso y la demostración de que otro fútbol era posible.




Una final europea disputada en la temporada siguiente

Con la Copa de Europa ya asentada, los intentos por organizar otras competiciones de ámbito europeo se manifestaron con la titubeante creación a finales de la década de los años cincuenta del pasado siglo de la Copa de Ciudades en Feria y, poco después, con la aparición de la Copa de Europa de Campeones de Copa, popularmente conocida como Recopa de Europa.

Bajo un cierto control de la UEFA se organizó un primer campeonato a modo de prueba en la campaña 1960/61, con sólo diez equipos participantes, representativos de otros tantos países, entre los que no se encontraba España. Resultó vencedor en una final disputada a doble partido la Fiorentina italiana, que se impuso en ambos encuentros al representante escocés, el Glasgow Rangers.

Para la temporada 1961/62, ya con pleno carácter de torneo oficial, la Recopa comenzó a andar, esta vez con una mayor participación (22 equipos de otros tantos países) y con presencia española a través del Atlético de Madrid, campeón de la entonces denominada Copa del Generalísimo en el ejercicio anterior.

Con el paso de los años incluso se sumarían al torneo naciones que tuvieron que organizar un campeonato copero, inexistente hasta entonces.

La trayectoria de los colchoneros fue inmaculada, sin conocer la derrota, presentándose en la final a disputar el 10 de mayo de 1962 en Glasgow ante la Fiorentina.

El empate a un gol con el que concluyó el partido no se vio alterado tras la disputa de la correspondiente prórroga de 30 minutos con lo que, no aplicándose entonces el sistema de la tanda de penaltis para dilucidar las igualadas, la adjudicación del trofeo quedaba pendiente de la disputa de un encuentro de desempate.

Pese a que era una época muy distinta a la actual, sin la saturación existente hoy en día en unos calendarios que casi no ofrecen huecos libres, como a las pocas fechas estaba previsto el inicio del Campeonato del Mundo en Chile, la opción habitual de jugar un segundo partido con cierta inmediatez se descartó ya a las pocas horas de finalizar el partido y ambos equipos acordaron desempatar nada más y nada menos que cuatro meses más tarde, en septiembre, fijando incluso fecha y lugar (el 5 de septiembre en Francfort), algo que quedaba pendiente de la certificación oficial por parte de la UEFA, lo que se produciría sin mayores problemas, si bien el escenario definitivo sería Stuttgart.

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Existiendo entonces muchas menos variaciones en las plantillas de los equipos, la alineación de los colchoneros en ambos encuentros sería casi la misma, con un único cambio: Chuzo dejó su puesto a Griffa para el desempate. El resto repitieron: Medinabeytia, Rivilla, Calleja, Ramiro, Glaría, Jones, Adelardo, Mendoça, Peiró y Collar. Y es que en la plantilla de la que era otra campaña distinta, las alteraciones habían sido mínimas (Pazos y Domínguez habían causado baja y se habían incorporado Martínez Jayo, Montejano, De la Hermosa y Calle).

Por el contrario en los italianos hubo más cambios, pues sólo repitieron siete: Orzan, Castelleti, Ferretti, Hamrim, Milani, dell’Angelo y Petris. Mientras en el primer partido jugaron Sarti, Gonfiantini, Rimbaldo y Bartu, en el desempate ocuparon sus puestos Albertosi, Robotti, Malatrasi y Marchesi. Y Bartu, alineado en el primer encuentro, ya no estaba en la plantilla de los fiorentinos.

En consecuencia, el desempate de la final de la Recopa de la campaña 1961/62 se disputó con dicha temporada vencida, al inicio de la siguiente, la 1962/63, pocos días antes del inicio del Campeonato Nacional de Liga. En esta ocasión, casi cuatro meses más tarde, los colchoneros vencieron por un cómodo 3-0 que les permitió llevarse al trofeo a sus vitrinas.




Positivos y negativos

Hablar de algo del pasado, dando erróneamente por supuesto que es conocido por todos, a veces hace a uno caer en la cuenta de que peina unas canas ausentes en los demás. En éstas estaba yo cuando, hablando de fútbol, saqué a relucir el tema de las antiguas clasificaciones en las que había puntos positivos y negativos, observando como surgían ante mí rostros de extrañeza que me obligaron a exponer en qué consistían. Ya que mis intentos por explicar tal puntuación me temo que no tuvieron demasiado éxito, intentaré hacerlo a continuación por escrito. A ver si tengo mejor suerte.

El sistema era una peculiaridad del fútbol español desde mediados del siglo XX que tenía como criterio básico atribuir a los puntos sumados a domicilio la consideración de «positivos» y a los perdidos como local la de «negativos». Era algo adicional a la verdadera puntuación: 2 puntos por victoria y uno por empate y se traducía en que quien ganaba un encuentro jugando como local, sumaba simplemente los puntos, sin más, al igual que quien perdía a domicilio, que tampoco veía afectada en absoluto su puntuación. Por el contrario, a quien sumaba un empate como visitante se le asignaba en esa puntuación paralela, un punto positivo, que eran dos de ganar, mientras al local que empataba se le adjudicaba un negativo, dos si perdía el encuentro. En la práctica, ni había suma de puntos extraordinarios por puntuar fuera de casa ni resta de los acumulados por perder o empatar en casa. Era algo adicional a la verdadera puntuación -la única válida-, si bien se le atribuía una gran relevancia, era asumido generalmente y recogido en todos los medios al publicar las tablas clasificatorias.

Hasta tal punto era así que, aparte de no entenderse una clasificación sin ellos, incluso se afirmaba que la auténtica puntuación era la que tenía en cuenta esos positivos y negativos y no los puntos reales sumados, como puede apreciarse en este ejemplo tomado del diario Voluntad de febrero de 1945, en el que se dejan de lado los puntos sumados por cada conjunto en beneficio de lo que llama «situación real»:

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En un fútbol muy distinto al actual, se consideraba como normal ganar en casa, motivo por el que se castigaba con negativos perder puntos como local y se premiaba su obtención a domicilio, considerando como positivos los puntos acumulados por un equipo al actuar como forastero.

Con semejante planteamiento lo que se pretendía era aventurar la proyección de puntos que terminaría sumando un equipo al final de temporada si seguía a partir de un instante determinado con una trayectoria «normal» (ganar como local y perder a domicilio). Si lo normal era ganar en casa y perder fuera, un equipo que cumpliese con esa normalidad no acumularía ni positivos ni negativos y su puntuación final le llevaría a la zona media de la tabla. En una competición liguera de, pongamos, 16 equipos, 30 puntos sería lo normal (ganar los 15 partidos en casa, que equivalía a empatar los 30, tanto los de casa como los de fuera). Al final las cuentas salían y, en consecuencia, por ejemplo, quien acababa con 5 positivos terminaba con 35 puntos (5 más de lo normal) y quien lo hacía con 10 negativos terminaba la competición con 20 puntos reales (10 por debajo de lo normal). Y así en todos los casos.

Durante la competición, lo que permitían los positivos y negativos era aventurar cuál podría ser la puntuación final: siguiendo con el ejemplo de la Liga de 16 equipos, quien llevase en una determinada jornada 4 positivos debería terminar con 34, quien sumase 3 negativos 27, etc. siempre que cumpliese con esa «normalidad».

Cuando todos los participantes llevaban el mismo número de encuentros disputados, las diferencias entre el número de puntos reales en comparación con los adicionales era, como mucho, de dos, cuando no todos habían jugado los mismos en casa y fuera. Aquí vemos un ejemplo con dos jornadas consecutivas de febrero de 1947:

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Existían mayores diferencias en determinados momentos cuando -por el propio calendario y/o por circunstancias extraordinarias como los aplazamientos de partidos, que hacían que los distintos equipos llevasen algunos partidos más como locales que como visitantes y viceversa-, se llegaba al extremo de entender que era mejor la situación de quien, en un momento determinado de la competición, por haber jugado más encuentros como visitante, tenía más positivos, aunque acumulase menos puntos reales, algo del todo injustificable, pero que había cuajado quizás por la costumbre.

Como ejemplo, a continuación puede verse una clasificación de febrero de 1976 en la que el At. Madrid es líder con un punto más que el Real Madrid pero tres positivos menos, al haber jugado 11 encuentros como local y 9 de visitante mientras los merengues llevaban disputados sólo 9 en casa y 11 a domicilio:

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Pese a tener un punto menos existía la conciencia general de que la situación del R. Madrid era mejor que la del At. Madrid, pues tener 3 positivos más significaba que le quedaban más partidos por disputar en su campo, al contrario que los colchoneros, con lo que se aventuraba que sería más fácil sumar más puntos para los merengues de ahí en adelante. Aquella temporada 1975/76 sí se cumplió la predicción, pues la terminó ganando el R. Madrid con 48 puntos (+14). Pero fue segundo el Barcelona con 43 (+9) y tercero el At. Madrid con 42 (+8), con lo que parece claro que, en la práctica, tampoco es que el sistema fuese excesivamente fiable.

Para afirmar que un equipo era candidato al título y otro al descenso bastaba con ver los puntos reales que acumulaban en un momento determinado, sin necesidad de argumentarlo en base a los positivos y negativos. Además ambas cosas eran bastante coincidentes.

Aquí podemos ver otro ejemplo, de enero de 1991, en el que se observan las consecuencias de que, por diversas causas, no todos los equipos llevasen disputados el mismo número de encuentros:

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Con el cambio aplicado desde la temporada 1995/96 por el que se otorgan tres puntos al vencedor de un encuentro, afortunadamente los positivos y negativos desaparecieron de un plumazo. Como si nunca hubiesen existido. Al margen de que el nuevo sistema imposibilitaba por sí solo llevar esa puntuación paralela, hacía tiempo que los argumentos en que se basaba habían perdido su fundamento, pues ya no era tan extraordinario ganar a domicilio. Es más, los casos de conjuntos que obtenían similares o mejores resultados jugando fuera de casa no eran tan excepcionales. Las tablas clasificatorias pasaron a recoger simplemente los puntos sumados por cada equipo. Y es que no hace falta más.




Por una clasificación histórica por temporada en la máxima categoría

Ahondando en un tema ya tratado en esta revista digital en otras ocasiones como es el de la clasificación histórica de la Liga, algunos apuntes:

Dado que a lo largo de la historia el Campeonato Nacional de Liga de 1.ª División ha sufrido varias modificaciones en cuanto a número de participantes y en consecuencia de partidos disputados en cada temporada, así como en los puntos asignados a las victorias, realizar una clasificación basada exclusivamente en la suma de los puntos obtenidos por cada equipo no parece lo más lógico.

Las diferencias de una competición con 10 conjuntos (como era al comienzo) y de una con 22 (el máximo que llegó a tener tras pasar por 12, 14, 16, 18 y 20 participantes), de una con dos puntos por victoria y de una con tres, y hasta alguna variación en el sistema de competición que hizo que incluso un año se disputasen más encuentros (la temporada conocida como del play-off) hacen que se cometan flagrantes injusticias de actuar así.

Solamente la clasificación que se refiere a R. Madrid, Barcelona y Ath. Bilbao, por ser los tres conjuntos que siempre han militado en la máxima categoría y han disputado el mismo número de encuentros, en las mismas condiciones, tiene sentido hacerla por puntos. Y es que el criterio de la puntuación acumulada únicamente resultaría defendible como subsidiario al del número de campañas jugadas en la máxima categoría cuando hay igualdad.

Cierto es que, ya que las circunstancias son diferentes, realizar una clasificación histórica que refleje con total justicia los méritos de los participantes parece una tarea muy complicada. Incluso puede que sea un objetivo inalcanzable, por mucho que se pudiese lograr algo tan utópico como consensuar un sistema con criterios de ponderación y factores de corrección. Y el hecho de rehacer la clasificación aplicando a todas las victorias dos o tres puntos no es solución pues. De aplicar un único criterio, el de las temporadas en la máxima categoría parece más apropiado que el de los puntos. Al menos es el que menos la desvirtúa. Así lo ha hecho siempre, por ejemplo, una publicación como DINÁMICO.

A modo de ejemplo, algunos agravios tomando la situación existente tras la conclusión de la campaña 2011/12:

  • La comparación entre el desaparecido C.D. Málaga y su sucesor Málaga C.F. es suficientemente ilustrativa. Mientras el primero acumuló a lo largo de su historia 20 participaciones en 1.ª División, el Málaga C.F. ha sumado en poco más de la mitad de campañas (11) casi el mismo número de puntos: 525 por los 543 de su antecesor. Así pues, en una clasificación por puntos el viejo Málaga ocupará la posición n.º 21 y el nuevo la 23, siendo más que previsible que en cuanto se disputen unos pocos encuentros de la temporada 2012/13 le superará. De respetar como criterio principal el del número de temporadas en la máxima categoría el C.D. Málaga sería vigésimo, el Málaga C.F. trigésimo primero y necesitaría nueve años para superarlo.

El caso del Málaga C.F. es uno de los más claros, resultando favorecido en el cómputo de puntos por haber jugado competiciones con 20 equipos y 3 puntos por victoria. Suma bastantes más puntos (525 tras 11 temporadas) que otros conjuntos con más temporadas en la máxima categoría en las que había menos participantes y con dos puntos de premio al ganador como Salamanca, Cádiz, Dep. Alavés o Castellón. Así, el Salamanca, con una temporada más entre los mejores (12) sólo acumula 375 puntos pese a haber jugado más partidos (423 por 418) que los malacitanos, figurando por debajo de ellos en una clasificación por puntos.

  • Otro caso claro es el del Getafe CF, que a 30 de junio de 2012 ocuparía el 35.ª puesto de utilizar como criterio el de las temporadas en la máxima categoría (8) mientras que por número de puntos acumulados (391) sería 29.º, favorecido por circunscribirse sus estancias en 1.ª División a la época más reciente, como demuestra que un equipo como el Córdoba, con las mismas 8 presencias entre los mejores pero en otras épocas acumula únicamente 210, poco más de la mitad.
  • Así, Albacete y Arenas de Guecho han competido cada uno 7 temporadas en 1.ª División. En una clasificación histórica por temporadas en la máxima categoría ocuparían los puestos 37.º y 39.º, respectivamente (a igual número de temporadas sí se aplicaría el criterio de la puntuación). Sin embargo en una por puntos el Albacete sería 36.º (257) y el Arenas 45.º (107).
  • O el Villarreal, que en 12 campañas en 1.ª División acumula una puntuación superior a la de equipos que han militado en la misma categoría más años como Hércules (20), Elche (19), R. Murcia (18) o Granada (17). Y es que en menos temporadas disputó más del doble de encuentros que alguno.
  • O la U.D. Almería, que ha sumado el triple de puntos (170) que el R. Unión de Irún (56) pese a que ambos han militado en la categoría el mismo número de temporadas (4).

Y es que la desproporción entre los puntos que se sumaban en las primeras Ligas (en las que incluso al ser menos participantes también podría estimarse que era más meritorio competir) en comparación con las últimas hace que los 34 puntos que por ejemplo sumó el Xerez en su única participación en la máxima categoría (en una competición con 20 equipos y 3 puntos por triunfo) son más de los que sumó un campeón en Ligas de 10 equipos y en muchas de 12. Y al Xerez no le sirvieron ni para conservar la categoría.

De tener una transcendencia mayor seguramente el asunto traería consigo un debate a fondo en el fútbol español. Como un simple tema de opinión la mía está clara: confeccionarla en base al número de temporadas, la menos injusta de las posibilidades digamos, sencillas, sin recurrir a complicados mecanismos. A fin de cuentas es la militancia en la máxima categoría lo que permite figurar en la misma.




Efectos secundarios provocados por la España Industrial

Cuando la empresa textil España Industrial (fundada en Madrid a mediados del siglo XIX y pronto trasladada y asentada en Cataluña) formó allá por 1934 un equipo de fútbol, era muy poco previsible que lo que podía entenderse como una actividad a caballo entre lo deportivo y lo publicitario, al llevar el nombre de la fábrica algodonera, llegase en algún momento a afectar al fútbol español de máximo nivel. Sin embargo el gran crecimiento que experimentaría le iba a llevar a ocupar un lugar destacado a nivel nacional y, junto a ello y por las especiales circunstancias que le rodeaban, a interferir directamente en las trayectorias de otros conjuntos, para beneficio de unos y perjuicio de otros.

Tras disputar competiciones en el ámbito regional durante sus primeros años de vida, en 1950 llegó su primer gran logro al obtener el ascenso a la 3.ª División, categoría en la que no se iba a conformar con jugar un papel de comparsa, pues tras finalizar en el 4.º puesto de la tabla clasificatoria la temporada de su debut, en la campaña 1951/52 lograría el campeonato que le permitiría asomar la cabeza en la 2.ª División.

espanaindustrialEn los óptimos resultados del equipo tendría mucho que ver la política de cesiones de futbolistas por parte del F.C. Barcelona, con lo que en la práctica la España Industrial se convirtió en filial del conjunto culé.

Pero tampoco en la división de plata tendría freno su brillante trayectoria, hasta el punto de que ya en la temporada de su estreno en 2.ª División, la 1952/53, encuadrado en el grupo I, finalizó la competición en segunda posición, lo que clasificaba a la España Industrial para disputar la fase de promoción de ascenso a 1.ª División con otros cinco rivales bajo el sistema de liguilla a doble vuelta, que era el establecido entonces, poniéndose en juego dos plazas para jugar en la máxima categoría la temporada siguiente.

La relación de filialidad no estaba en aquellos años de mitad del siglo XX regulada de manera clara, y sería el motivo por el que no podría disfrutar del ascenso de categoría ganado en el campo merced al segundo puesto que obtendría en dicha liguilla, como le había sucedido al Mestalla un año antes por ser filial del Valencia, después de haberse proclamado campeón de la fase de ascenso en aquella temporada 1951/52.

Como segundo clasificado en el grupo II de 2.ª División, el Mestalla había participado en la liguilla que otorgaba dos plazas para la 1.ª División en la temporada siguiente con R. Gijón y R. Santander (decimotercero y decimocuarto en 1.ª División), C.D. Logroñés y Ferrol (segundo y tercero del grupo I de 2.ª División) y Alcoyano (tercero de su grupo), ocupando el primer puesto a su finalización, lo que suponía el ascenso. Pero tras el pleno de la Federación Española de 10 de julio de 1952 el ascenso no fue aceptado dada la condición de equipo filial del Mestalla con el Valencia, lo que permitió al tercer clasificado (R. Santander) ocupar la plaza y mantener la categoría. La decisión federativa se amparaba en su argumentación para demostrar la relación de filialidad en la no disponibilidad por parte del Mestalla de un terreno de juego propio.

Si el R. Santander fue el gran beneficiado, el Hércules se vio perjudicado ya que, como cuarto clasificado del grupo II de 2.ª División debería haber disputado la promoción en lugar del Mestalla -si no podía subir- si la normativa sobre equipos dependientes fuese la actual.

mestallaEn la promoción de la temporada 1952/53 participaron el Celta y el Deportivo de la Coruña como clasificados en los puestos trece y catorce de 1.ª División con la España Industrial, R. Avilés, Hércules y At. Tetuán de 2.ª División (segundo y tercero de cada grupo, respectivamente), resultando campeón el Deportivo seguido de la España Industrial (2.º) y el Celta (3.º), quien mantendría a la postre la categoría ocupando la plaza de los barceloneses como había hecho la temporada anterior el R. Santander por el no ascenso del Mestalla.

En esta ocasión el agraviado había sido el Dep. Alavés, cuarto clasificado en la fase regular de la Liga que podría haber optado al ascenso disputando la fase de promoción en lugar del equipo catalán, si es que éste no podía ascender (como sucedería con la reglamentación aplicable hoy en día).

El 21 de julio de 1953 la Federación haría pública una decisión similar a la tomada en la temporada anterior en el caso del Mestalla, por la que se impedía a la España Industrial jugar en 1.ª División, al encontrarse en la misma situación que los valencianos, si bien se hablaba de renuncia por parte de la España Industrial al reconocerse expresamente equipo filial del Barcelona.

celtaDespués de otras dos campañas compitiendo a buen nivel en 2.ª División, en la 1955/56 el conjunto barcelonés volvió a ganarse el derecho a competir en 1.ª División al quedar campeón en la fase de promoción a la que había accedido como tercer clasificado, en esta ocasión del grupo II. Esta vez el At. Tetuán se podía sentir perjudicado por no haber optado a disputar la promoción (había concluido cuarto en la competición liguera), y el R. Oviedo era quien estaba expectante para ocupar la plaza de ascenso de la España Industrial como tercer clasificado de la liguilla, tras España Industrial y R. Zaragoza, y por delante de R. Murcia, R. Betis y Dep. Alavés. Pero en esta ocasión la España Industrial iba a tomar la determinación de desvincularse -al menos oficialmente- del Barcelona para, desprovisto de su condición de conjunto filial, no tener el impedimento que le impedía ascender.

Cambiaría su nombre por el de C.D. Condal y así jugaría en 1.ª División la temporada 1956/57, tras varios dimes y diretes con el tema del campo, argumento utilizado en su día para impedir el ascenso del Mestalla y que hizo que el Condal se plantease disputar sus partidos en Montjuich. El R. Oviedo no vería satisfecha su pretensión de ocupar la plaza en 1.ª División como habían hecho el Celta y el R. Santander en las ocasiones anteriores.

oviedoUna temporada entre los mejores sin que en la práctica cambiasen grandes cosas en cuanto a su vinculación con el Barcelona -seguirían siendo abundantes los futbolistas del Condal estrechamente ligados a la entidad barcelonista con la que compartiría terreno de juego al disputar a la postre sus encuentros en Les Corts, pese a toda la tinta vertida sobre la necesidad de contar con un campo propio-, descenso y cuatro más de nuevo en 2.ª División parecían haber puesto fin a todas esas peripecias que afectaban a terceros.

escudosPero, esta vez con la denominación de Condal, iba de nuevo a interferir en el desarrollo deportivo de la competición al término de la campaña 1960/61 al tomar la decisión de volver a declararse formalmente filial del Barcelona a la vez que, sorprendentemente, renunciaba a su plaza en 2.ª División, iniciándose entonces la disputa por el reconocimiento del derecho a ocupar la vacante.

Pese a que la noticia se conoció ya en el mes de junio con motivo de elección de Enrique Llaudet como nuevo presidente barcelonista, la renuncia oficial del Condal no llegó a la Federación hasta el 13 de julio, en vísperas de la reunión de su pleno anual del 14 que, finalmente, decidió que se disputase un torneo cuyo campeón sería el que ocupase la plaza de los barceloneses en 2.ª División. El torneo se debería disputar en Mallorca entre el 12 y el 20 de agosto y en él participarían los conjuntos de 2.ª División que habían descendido tras la promoción (R. Gijón, Sestao y Castellón), más los de 3.ª División que habían perdido el ascenso en la última eliminatoria (Sevilla At., Ferrol, Badalona y Amistad de Zaragoza).

La decisión tuvo numerosas contestaciones por parte de los afectados: el conjunto gijonés sintió vulnerados sus derechos (defendía que como mejor clasificado de los descendidos debía ser repescado) y presentó un recurso que fue desestimado en la reunión de la Delegación Nacional de Educación Física y Deportes el 28 de julio; también los equipos de 3.ª División que se habían quedado a las puertas del ascenso reclamaron ocupar la plaza que dejaba libre el Condal; y los conjuntos catalanes pretendieron que fuese uno de ellos quien cubriese la vacante. Ninguna petición sería aceptada y el torneo relámpago se llevó a efecto.

gijonSi la lista de equipos que podían sentirse perjudicados por estas vicisitudes era numeroso, así como el de beneficiados, en este segundo grupo habría que añadir al R. Gijón, que vería cómo se iba a librar de jugar en 3.ª División en la temporada 1961/62 al proclamarse vencedor del torneo mallorquín después de no de jugar la primera eliminatoria por renuncia del Sestao, ganar en la siguiente al Castellón gracias a la moneda que hubo de lanzarse para dilucidar mediante sorteo el empate que reflejaba el marcador tras la prórroga y vencer al Sevilla At. en la final por 2-1.

El Condal volvería todavía a 2.ª División (temporadas 1965/66 y 1966/67) y en 1970 su fusión con el At. Cataluña supondría el nacimiento del Barcelona At.




Lángara, un goleador de leyenda

El 18 de abril de 1948 Isidro Lángara jugaba en el campo de La Corredera de León el encuentro de la entonces Copa del Generalísimo que enfrentaba a su equipo, el Real Oviedo, con el local de la Cultural y Deportiva Leonesa. Sería el último de toda una leyenda del fútbol cuya figura ha sido rescatada del olvido para muchos por distintos medios de comunicación con motivo del final de la temporada 2010/11 y el récord de goles anotados en una Liga por Cristiano Ronaldo, quien ha batido la marca que ostentaban Zarra y Hugo Sánchez, pero que no ha podido hacer lo propio con la de haber marcado por partida triple (los hoy famosos «hat tricks») en tres jornadas consecutivas, algo que Lángara consiguió en las jornadas 9ª, 10ª y 11ª de la temporada 1934/35 al hacerles respectivamente 3 goles al At. Madrid, otros 3 al Valencia y 4 al Español.

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Y es que pese al tiempo transcurrido, hay marcas establecidas por Lángara que resisten todavía la comparación con las actuales, mientras alguna incluso parece muy difícil de batir.

Aquella mencionada tarde que a la postre significaría su despedida, fue fiel reflejo de lo que hizo a lo largo de su trayectoria deportiva: marcar goles, pues fue el autor de 2 de los 4 que anotaron los ovetenses, dos más de los muchos de quien ahora, más de sesenta años después, puede que haya sido todo un descubrimiento para los jóvenes aficionados desconocedores de las gestas de futbolistas de otros tiempos que hoy serían «cracks» mediáticos.   

La historia futbolística de Lángara comenzó a finales del año 1930, cuando por mediación de los incipientes «intermediarios» de la época llegó a oídos de los dirigentes del Real Oviedo la existencia de un muchacho que por Tolosa empezaba a llamar la atención en el fútbol de la zona por la extraordinaria dureza con la que golpeaba al balón, organizándole éstos una prueba en la capital del Principado para comprobar la certeza de esas afirmaciones. Aquel chico que, como casi todos entonces, compatibilizaba el trabajo con jugar al fútbol en su pueblo y alrededores soñando desde que tenía uso de razón con emular a los héroes de Amberes, respondía al nombre de Isidro Lángara Galarraga y había nacido en Pasajes Ancho (Guipúzcoa) el 15 de mayo de 1912. Viajó hasta tierras asturianas y a fe que demostró enseguida que su disparo era terrorífico. Uno de los guardametas del conjunto azul dijo que disparaba con mucha más dureza que Félix Sesúmaga, prototipo por entonces de chutador. Al entrenador de los oviedistas, el irlandés Patricio O’Connell, le bastaron unos minutos para recomendar su contratación, afirmando que era «un diamante en bruto».

Lángara no tardó en justificar la fama con la que llegaba, al contrario; aquel joven de 18 años que había asombrado en la prueba a la que había sido sometido, pocos días después debutó en competición oficial haciendo lo que ya no dejaría de hacer en el resto de su vida deportiva: golear. El 7 de diciembre de 1930, comienzo del campeonato liguero de 2ª división con el partido entre el Real Oviedo y el Ath. de Madrid y 4-1 en el marcador final, con 2 goles de nuestro protagonista.

Su primera temporada la cerró anotando 15 goles en 18 encuentros de Liga en 2ª división, pese a que las injerencias de los directivos presionaban para que no actuase como delantero centro (puesto que ocupaba un canario llamado Álamo para quien eran sus preferencias), en contra del criterio de Mr. O’Connell y principal motivo para que el irlandés no continuase dirigiendo el equipo la temporada siguiente.

Pese a que O’Connell ya no estaba, el sentido común se impondría y la campaña 1931/32, primera que disputaría desde el inicio, Lángara sería el delantero centro del equipo, consagrándose plenamente, incluso a nivel nacional. Y es que además de anotar 22 goles en 16 encuentros ligueros (más otros muchos correspondientes al Campeonato Regional y al torneo copero), con 19 años y sin haber jugado más que en 2ª división, le llegaría su primer entorchado internacional. Si bien es cierto que en ello quizás tuvo que ver la costumbre existente entonces de contar con algún jugador local, disputándose en Oviedo el que fue único compromiso de nuestra selección aquel año (24/04/1932), que el elegido por el seleccionador José María Mateos fuese Lángara cuando en la disciplina del conjunto carbayón había otros futbolistas con cualidades y más «nombre» en el mundo del fútbol (los también atacantes Gallart o Galé, por ejemplo, procedentes del Español y del R. Madrid, respectivamente), es un buen ejemplo de lo que ya había dado que hablar el guipuzcoano por su facilidad anotadora y terroríficos disparos que eran temidos por los guardametas rivales. En aquel debut internacional, cómo no, marcó.

El conjunto oviedista se había quedado esa temporada a las puertas del ascenso a 1ª división, logro que sí obtendría en la campaña 1932/33, con lo que la repercusión que se aventuraba podría tener un Lángara que de nuevo había obtenido unos registros goleadores más que notables (24 tantos en 18 partidos disputados de Liga), se suponía mucho mayor.

Su ausencia de la selección nacional en los siguientes cuatro encuentros tras el de su debut, disputados entre abril y mayo de 1933, en beneficio de Elícegui (como él militando en 2ª división, en el Ath. Madrid), provocaría un fuerte debate sobre quien debía ocupar dicho puesto en el equipo nacional. Incluso en Oviedo se organizó un encuentro amistoso en septiembre de 1933 entre sus equipos, donde el enfrentamiento entre carbayones y colchoneros pasó a un segundo plano, siendo el duelo entre Lángara y Elícegui lo relevante. Se marcaron aquella tarde 8 goles, con ambos protagonistas como únicos goleadores, si bien el reparto no fue nada equilibrado: Lángara 7 – Elícegui 1.

En 1ª división el rendimiento anotador de Lángara sería extraordinario, superior incluso al que se podía esperar. Los azules conformaron una delantera temible, bautizada como «eléctrica», en la que Casuco, Gallart, Herrerita y Emilín eran un complemento excelente para que el ariete alcanzase registros sobresalientes. En esa campaña 1933/34, además de totalizar 24 goles en 8 encuentros del Campeonato Regional y 9 en 6 partidos de Copa, los 27 tantos anotados en 18 partidos de Liga en 1ª división le otorgaron el primer puesto en la tabla de goleadores.

Con semejantes números la puerta de la selección se le abrió a la fuerza, y con Amadeo García Salazar como seleccionador, en los trascendentales compromisos que le esperaban a España Lángara no falló. En la clasificación para el Mundial de Italia de 1934 los españoles se disputaban una plaza con Portugal: 9-0 fue el resultado del primer encuentro disputado en territorio español (11/03/1934), con 5 obra de Lángara. En el partido de vuelta, una semana después: 1-2, con Lángara como autor de los goles españoles. Aquel muchacho que iba a cumplir 22 años tenía ante sí la ocasión de darse a conocer al mundo entero. Pero Mussolini cortó de raíz la trayectoria de España, y con ello la de Isidro Lángara.

Después del debut mundialista el 27 de mayo en Génova venciendo a Brasil por 3-1 con 2 goles de Lángara, el partido frente a Italia en Florencia cuatro días después iba a hacer que el belga Baert cortase de raíz las expectativas de los españoles, superiores en el terreno de juego. Y tras el 1-1, en el desempate el suizo Mercet culminó la tarea ya sin Lángara, lesionado como sus compañeros Zamora, Ciriaco, Fede, Lafuente, Iraragorri y Gorostiza en el encuentro anterior, que se había convertido en una batalla campal, con victoria por la mínima de los italianos ante una heroica España

El recibimiento en España de los héroes que sólo habían sucumbido ante las presiones de Mussolini para que Italia se proclamase campeona mundial sería apoteósico, si bien nada servía como consuelo tras lo sucedido.  

Las siguientes temporadas supondrían la confirmación de Lángara: dos veces de nuevo máximo goleador en la 1ª división española (defendiendo la camiseta de un Oviedo tercero en ambas Ligas, con la que posiblemente era la mejor línea atacante del país) e indiscutible en el equipo nacional.

En julio de 1936 un Lángara en plenitud presentaba unos números que hablaban por sí solos, con unas medias goleadoras en todas las competiciones oficiales que superaban ampliamente el gol por partido:

– En el Campeonato Regional: 73 goles en 32 encuentros.

– En Copa: 16 goles en 15 partidos.

– En Liga de 2ª división: 61 tantos en 52 partidos.

Ratificadas sobradamente al máximo nivel:

– Había anotado 81 goles en los 61 partidos de 1ª división que había disputado (únicamente se perdió uno) en tres temporadas en las que fue máximo goleador destacado de los tres campeonatos.

– Y en sus 12 actuaciones con la selección (desde 1934 jugó todos los partidos de España salvo el desempate mundialista frente a los italianos) perforó la portería rival nada más y nada menos que en 17 ocasiones.

Tenía 24 años y el fascismo se iba a cruzar de nuevo en su camino, en esta ocasión con una gravedad muy superior a la primera, cuando le impidió acceder con España a las semifinales del Campeonato del Mundo: el estallido de la Guerra Civil paralizó todas las competiciones nacionales y la actividad de una selección española que no pudo acudir al Mundial de 1938. De hecho Lángara no podría repetir una participación mundialista (la posterior II Guerra Mundial suspendería los Campeonatos Mundiales hasta 1950) ni volvería a jugar con España.

Con la Guerra Civil, como tantos, su situación iba a depender del lugar en el que se encontrase tras el estallido. De hecho y estando en zona republicana, en principio fue acusado de haber combatido la revolución de 1934 (en Asturias había sido llamado a filas), si bien tras aclararse el caso pasó a integrar la selección que promovió el gobierno vasco para recaudar fondos. Se vio inmerso en una situación política que le sobrevino, y como sólo quería jugar al fútbol, la gira planificada por Francia parecía una buena opción en principio, confiando en una pronta resolución del conflicto. Después, al no tener la guerra el pronto final que algunos predijeron, la gira se prolongó por toda Europa. Jugaron en Checoslovaquia, Polonia, Dinamarca, la URSS,… viajando incluso hasta Inglaterra, donde no llegaron a actuar por cuestiones políticas. Dentro de aquel grupo de futbolistas, junto a Lángara se encontraba gran parte de la selección española del momento (Blasco, Pedro y Luis Regueiro, Zubieta, Muguerza, Cilaurren, Aedo, Areso,…), deparando sus encuentros gran expectación.  

Ante la prolongación de una guerra cuyo avance apuntaba cada vez con más claridad al triunfo del bando franquista, el grueso de la selección decidió viajar a México, donde Euskadi dejaría constancia sobrada de su potencial, con Lángara como figura haciendo más y más goles. Fue el centro de atención del seleccionado, pues su fama había cruzado el charco. Todo el mundo quería ver a aquel delantero de disparo terrorífico al que tras uno de sus goles a la URSS consecuencia de uno de sus cañonazos, el árbitro le había examinado la bota, atónito ante la potencia del disparo.

Terminado el conflicto bélico el deseado regreso a España se presentaba sumamente complicado por las posibles represalias de los ganadores para quienes, por circunstancias, habían estado en el lado opuesto, aunque no hubiesen hecho otra cosa que jugar al fútbol. Lángara recalaría entonces en el fútbol argentino, en San Lorenzo de Almagro, con quien, una vez más, dejaría desde el primer día evidencia de su eficacia. Y es que el 21 de mayo de 1939, un cansado Isidro Lángara que había llegado poco antes al puerto tras un largo viaje, enfrentándose San Lorenzo y River Plate, debutó en el viejo Gasómetro marcando nada más y nada menos que 4 goles, todos en la 1ª parte en poco más de media hora. El «ciclón de Boedo» ganó 4-2 y el nuevo delantero blaugrana, que en su aparición en el campo  había causado una impresión entre cómica y preocupante por la baja forma que mostraba su aspecto tras el viaje que había realizado, entró de lleno en el corazón de los seguidores sanlorencistas. Entre quienes presenciaron aquel debut en las gradas del Gasómetro estaba un pibe seguidor de River que años más tarde igualaría la marca de ser máximo goleador en los principales campeonatos ligueros de tres países distintos: Alfredo Di Stéfano.

Tras anotar 35 goles en aquella primera Liga a la que había llegado una vez iniciada y fuera de forma, la fama de Lángara le hizo ser la principal figura de la gira que San Lorenzo realizó por Brasil entre diciembre de 1939 y enero de 1940. Equipos como Flamengo, Botafogo o Vasco de Gama mordieron el polvo ante el conjunto argentino. Incluso formaron un combinado con los mejores elementos de cada uno retando al equipo sanlorencista, si bien el resultado fue el mismo: con un espectacular Lángara anotando un gol tras otro, San Lorenzo regresó a su país invicto.

En la siguiente temporada Lángara anotaría 34 goles, encabezando la tabla de goleadores.

Sus números bajarían algo en las posteriores, culminando su periplo de poco más de cuatro temporadas en la Liga argentina con 113 goles en 121 partidos (según datos del Libro de Oro de San Lorenzo recogidos por Manuel Sarmiento Birba en su libro «Yo Isidro Lángara»), ratificando más que de sobra la fama de realizador con la que había llegado.

En 1943 su anhelo por regresar a España le hizo poner fin a su periplo argentino, si bien por diversas circunstancias la vuelta se iba a retrasar, siendo su siguiente parada México, donde era un ídolo tras su paso con Euskadi y donde un año antes había estado de gira con San Lorenzo siendo el autor de 23 de los 42 goles que el equipo anotó en una decena de partidos disputados. Al país azteca había viajado con la intención de despedirse de sus amigos antes de regresar a la madre patria, aunque a la postre se enrolaría en el Club España, con quien terminaría jugando tres años en los que anotó 105 goles en 80 encuentros de un torneo liguero cuyo fútbol más técnico y lento se adaptó muy bien a quien ya tenía una edad que le hacía emprender la cuesta debajo de su portentoso físico, y dos nuevos títulos de máximo goleador del torneo. Lograba de esa manera proclamarse máximo realizador de los campeonatos ligueros de tres países distintos (tres veces en España, una en Argentina y dos en México), algo que harían años más tarde Di Stéfano (en Argentina, Colombia y España) o Romario (en Brasil, Holanda y España).

La figura de Lángara era tan relevante que, como anécdota, basta decir que sus antiguos compañeros en el Real Oviedo contaban que le escribían cartas que no llevaban en el sobre más indicaciones que ISIDRO LÁNGARA (MÉXICO). ¡Y llegaban a su destinatario sin el menor problema!

Pese a contar con 34 años y no ser el mismo que había abandonado España una década atrás, Lángara regresó por fin a su país para disputar la temporada 1946/47, anotando la nada despreciable cifra de 18 goles en un campeonato liguero en el que jugó 20 encuentros, lejos de los 34 tantos de Zarra pero cerca de los obtenidos por el resto de goleadores del momento (sólo le superaron el madridista Pruden con 25, y con 19 dianas el gijonés Méndez y el españolista Calvo). Incluso fue convocado para jugar con la selección española frente a Irlanda en Dublín el 2 de marzo de 1947, si bien presenció el encuentro desde el banquillo; Zarra era entonces indiscutible.

Su reaparición en el fútbol español fue todo un acontecimiento. Si como es lógico, el regreso a Oviedo resultó apoteósico, parecido interés fue despertando en los sitios por donde jugaba, sin que influyesen las cuestiones políticas.

La sombra de Lángara en el equipo carbayón era tan alargada que la sustitución de su figura se había convertido en toda una obsesión tras la reanudación de las competiciones al final de la Guerra Civil, hasta el punto de que al regreso de Lángara los azules se encontraron con todo un póker de arietes de primer nivel en su plantilla: junto con Lángara estaban el veterano Chas y los jóvenes Echevarría y Cabido, ante lo cual Chas y Cabido se fueron cedidos, al Caudal de Mieres el primero y al Deportivo de la Coruña el segundo. Lángara llegaría a decir que para qué le habían hecho regresar si Echevarría era mejor que él.

En la temporada 1947/48 su participación ya fue bastante más escasa (disputó únicamente 9 encuentros de Liga en los que no obstante marcó 5 goles). 

Con 36 años regresó a México donde hizo sus pinitos como entrenador en Puebla sin excesiva fortuna.

Con las inevitables discrepancias entre las fuentes, gol arriba o abajo, sus 322 goles en 291 partidos de las máximas competiciones ligueras de España, Argentina y México a lo largo de más de una década (con el paréntesis bélico, cuando se encontraba en su plenitud) hablan por sí solos, teniendo en cuenta además que nunca jugó en equipos «grandes», de los acostumbrados a obtener títulos. Como referencia podría apuntarse que su sustituto natural como centro delantero del fútbol nacional, Telmo Zarra, logró 252 goles en 278 encuentros de Liga. En sus dos etapas Lángara logró sobrepasar el centenar de goles (104) en la 1ª división española sin necesidad de alcanzar los cien partidos (únicamente jugó 90).

Quizás podría afirmarse que la vida futbolística de Lángara, pese a estar plagada de éxitos relevantes, no alcanzó las cotas que podría haber alcanzado. Y es que las circunstancias de la época tan convulsa que le tocó vivir no fueron precisamente las más propicias.

Partiendo de que comparar distintas épocas no tiene mucho sentido y de que nunca sabremos cuál habría sido el rendimiento de las figuras de otros tiempos en el fútbol actual ni de las de hoy en el de hace décadas, que Lángara resista en algunas clasificaciones estadísticas pese a haberle tocado vivir unos tiempos tan distintos en todo (medios de comunicación, inexistencia de galardones como el Balón o la Bota de Oro, etc., etc.) deja bien a las claras que estamos ante uno de los más grandes goleadores de la historia del fútbol; sus números le avalan.

 

 

EDUARDO MUÑ




Equipos españoles en la International Soccer League

De los varios intentos de introducción del fútbol en los Estados Unidos de América realizados a lo largo del siglo XX, puede que el más serio fuese el llevado a cabo por William Cox en la década de los sesenta. Este promotor americano procedente del mundo del béisbol, como paso previo a su sueño de que el soccer (el fútbol europeo, para diferenciarlo del suyo, el fútbol americano) tuviese una liga profesional a imagen y semejanza de los deportes de masas en EEUU, puso en marcha e impulsó un torneo denominado INTERNATIONAL SOCCER LEAGUE (ISL) en el que medirían sus fuerzas un gran número de equipos de distintos países de todo el mundo, con la finalidad de dar a conocer este deporte al pueblo estadounidense, para cuya masa era bastante desconocido. En principio el grueso de los encuentros iban a tener lugar en estadios de béisbol adaptados para la práctica del balompié, como eran el Polo Grounds en New York y el Roosvelt Stadium en Jersey, si bien poco a poco y a medida que se sucedieron las ediciones, el abanico de sedes se iría ampliando a otros lugares como Chicago, Detroit, Boston o Montreal, llegando incluso a jugarse partidos en Los Ángeles, utilizándose estadios de fútbol americano.

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La época estival en que se disputaría el torneo iba a suponer, sobre todo para los conjuntos europeos, una forma de realizar la pretemporada que, en aquellos tiempos, era poco habitual.

I (1960):

La primera edición tuvo lugar en el verano de 1960, con doce equipos participantes repartidos en dos grupos, aplicando el sistema de competición que se iba a hacer habitual en las siguientes: todos contra todos en cada grupo, enfrentándose en la final los respectivos campeones de cada uno. El Kilmarnock escocés se haría con el primer puesto del que compartía junto al Burnley inglés, el Olympique de Niza, los locales del New York Americans, el Bayern de Munich y el Glenavon irlandés, tras acabar invicto después de sumar cuatro victorias y un empate (frente al conjunto francés). Su rival en la final, como campeón del otro grupo, iba a ser Bangú, conjunto brasileño que también sumó cuatro victorias (frente a la Sampdoria de Génova, Sporting de Lisboa, Rapid de Viena y Crvena Zvezda de Belgrado) y un empate (con el Norrköping sueco). El Bangú inscribió su nombre como primer campeón de la ISL al derrotar por 2-0 en la final al Kilmarnock.

La ausencia de representación del fútbol español en esa primera edición, en la que sí había presencia del balompié de otras potencias europeas, se subsanó para la siguiente con gran antelación, quedando comprometida la participación del R.C.D. Español de Barcelona tras viajar a España el propio William Cox. 1-emd-19-09-1960

 II (1961):

Tomarían parte en esta segunda edición de la ISL correspondiente al año 1961, dieciséis equipos. El Everton se proclamó campeón del primer grupo con gran autoridad, ganándose el derecho a disputar la final tras sumar seis victorias y un empate frente al conjunto de rivales que componían el Bangú, el New York Americans y el Kilmarnock (que repetían del año anterior) junto a Karlsruhe alemán, Concordia de Montreal, Dinamo de Bucarest y Besiktas turco.

Terminada la competición en el primer grupo, y con los ingleses de Liverpool esperando rival, darían inicio en julio de 1961 los enfrentamientos del segundo. Es de destacar que los canadienses del Concordia tomaron parte de nuevo en este segundo grupo. De hecho, el conjunto españolista debutaría el 4 julio en el Molson Stadium de Montreal frente al conjunto local del Concordia, empatando a un gol, anotando el blanquiazul Camps (7′) en la 1ª parte. Los españoles sufrieron en la continuación la lesión de Peter.

Dos días más tarde llegaría su segundo partido, de nuevo en Montreal, en esta ocasión contra el Mónaco, con victoria españolista por 3-1, con goles de Sastre (6′), Carranza (28′) tras pase de Barberá e Indio (30′). El gol del honor monegasco llegó tras un malentendido entre el portero Visa y Argilés.

Para el tercer partido se desplazarían los periquitos hasta New York, donde en el Polo Grounds (estadio de béisbol de los Gigantes de New York) vencerían al Shamrock Rovers irlandés por 4-1, con goles de Indio (2, ambos en la 1ª parte) y Carranza (en la 2ª mitad puso el 3-0 en el marcador), antes de que acortasen distancia los británicos, que se anotaron en propia puerta el 4-1 definitivo.

El cuarto encuentro llegaría el 12 de julio en el mismo escenario neoyorkino, contra el Estrella Roja de Belgrado, quien cortó de raíz la buena marcha de los entonces discípulos de Zamora al aplastarlos por un contundente 7-2 (3-1 al descanso).

El 16 de julio, de nuevo en el Polo Grounds, la derrota por 5-1 frente al Dukla de Praga, pese a adelantarse en el marcador con un gol de Indio y de llegarse con 1-1 al descanso, alejó al conjunto españolista de toda opción de clasificación para la final.

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Ya sin posibilidades llegaría la derrota por 3-0 frente al Rapid de Viena el 23, antes de poner fin a la participación con el séptimo y último partido frente a los israelitas del Petah Tikvah el 27 de julio, con triunfo españolista por 4-1 (3-1 al descanso), goles anotados por Carranza (2), Sastre y Camps, ambos disputados de nuevo en el Polo Grounds de New York.

El Español concluyó pues su participación clasificándose en quinto lugar de su grupo, empatado a 7 puntos con el Estrella Roja tras acumular tres victorias, tres derrotas y un empate.

Todavía, antes de cruzar el charco de vuelta a casa y al margen de la ISL, el 29 los españolistas viajarían hasta Chicago para disputar un partido amistoso extra en el estadio Soldier Field, con derrota por 5-4 ante el Rapid de Viena.

En la final de esta segunda edición de 1961, con su gran estrella Jelinek al frente, el Dukla de Praga vencería al Everton de manera concluyente proclamándose campeón. Jugándose en esta ocasión a doble partido, los checos ganarían ambos con unos marcadores de 7-2 y 2-0.

III (1962):

En esta tercera edición de 1962 el fútbol español iba a estar representado por el R. Oviedo, un equipo que vivía años dorados en cuyas filas destacaban futbolistas como Toni, Marigil, Iguarán, Paquito, Sánchez Lage o José María, que iniciaba con esta especie de pretemporada en Estados Unidos una campaña que iba a resultar tremendamente exitosa, pues la liga 1962/63 la cerrarían ocupando la tercera plaza de la clasificación tras R. Madrid y At. Madrid.

Los azules quedaron encuadrados en el grupo II junto al Elfsborg sueco, los portugueses de Os Belenenses, el Wiener austriaco, el MTK de Budapest y el Panathinaikos griego. El grupo I estaba formado por el América de Río de Janeiro, el Hadjuk Split yugoslavo, el Guadalajara de México, el Reutlingen alemán (cuyo jugador Karl Bögelein sería declarado MVP de la competición) los escoceses del Dundee y el Palermo como representante italiano. 

No puede decirse que la suerte acompañase a los oviedistas durante todo el torneo, ni en cuanto a lesiones ni a goles recibidos en los minutos finales, pues ya en el primer encuentro disputado en New York el 4 de julio frente al Elfsborg, Álvarez sufrió una luxación de clavícula en la primera parte que le obligaría a regresar a España y su sustituto -Larrea- se dislocó un codo cuando llevaba pocos minutos en el campo, teniendo que jugar los carbayones 50 minutos con un hombre menos, circunstancia que influyó para que el cómodo 2-0 con el que vencían al descanso (José Luis y Girón fueron los autores de los goles) se convirtiese en un empate final a dos tantos.

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 Cuatro días después llegaría el enfrentamiento contra Os Belenenses. Junto a Manhattan, en el Downing Stadium de Randall’s Island, un gol en cada tiempo colocó en el marcador final un 2-0 a favor de los portugueses.

El día 15 tocaba jugar contra el equipo austriaco de nuevo en New York. Pese a que los oviedistas se mostraron superiores y se fueron al descanso venciendo merced a un tanto logrado por Girón, el Wiener lograría sumar un punto al empatar cuando faltaban dos minutos para que concluyese el encuentro.

El 21 de julio el equipo se desplazó hasta Chicago para medirse al MTK, ante las espectaculares columnas dóricas que destacaban entonces en el mítico Soldier Field. Pese a la muy buena imagen mostrada por un R. Oviedo que se fue al descanso ganando 2-1 tras marcar por partida doble el argentino Sánchez Lage, los húngaros remontaron y terminaron venciendo por 3-2.

El mal sabor de boca que había quedado tras esa derrota pudo mitigarse en parte al día siguiente ya que se había organizado otro encuentro entre los mismos contendientes, esta vez al margen de la competición oficial. Se enfrentaron esta vez en Milwaukee y se repitió el marcador de 3-2 (1-1 al descanso) pero en esta ocasión a favor de los asturianos, con goles de Alcorta, Iguarán y León.

Se regresó a New York para poner punto final a la participación en el torneo empatando 2-2 con el Panathinaikos.

Además de la experiencia vivida en una competición en la que sumaron tres empates y dos derrotas y que ganó el América brasileño -campeón del grupo A- tras derrotar al del B, Os Belenenses, por un global de 3-1 (2-1 y 1-0 en una final disputada, como era ya costumbre, a dos encuentros), el conjunto oviedista se traería a España algo más por cuanto fichó al brasileño Livinho, cuyo juego en las filas de Os Belenenses había causado sensación, pero que en Oviedo no cumpliría las expectativas creadas.

En esta tercera edición comenzó a disputarse la American Challenge Cup para determinar al campeón de campeones, midiéndose los vencedores de la edición terminada y de la del año anterior. Los checos del Dukla de Praga, triunfadores en 1961, se alzaron con esta primera edición tras vencer a doble partido al América por un global de 3-2 (1-1 y 2-1).

IV (1963):

Catorce conjuntos componían el cartel de la cuarta edición de la ISL, la correspondiente al año 1963. En el primer grupo resultaría vencedor el equipo inglés del West Ham United, tras sumar tres victorias, dos empates y una derrota en sus enfrentamientos con sus rivales en el mismo, que eran el Mantova italiano, el Kilmarnock escocés, el Recife brasileño, el Preussen Munster alemán, los mexicanos del Deportivo Oro y los franceses del Valenciennes.

La representación española correspondió en esta edición al R. Valladolid, equipo revelación de la temporada recientemente finalizada en nuestro país al terminar el campeonato liguero en cuarto lugar, empatado a puntos con el tercero, el R. Oviedo. Era el equipo de los Calvo, Pinto, G. Verdugo, Pini, Sanchís, Aramendi, Rodilla o Molina. Quedó encuadrado en el grupo II y debutó en la ISL cayendo derrotado ante el Wiener austriaco, que batió a los vallisoletanos por 1-0 el 5 de julio en un encuentro disputado en New York.

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El día 11 el Dinamo de Zagreb derrotó a los españoles por 5-2 (4-1 al descanso) en Chicago. El yugoslavo Dravkoraus anotó 4 tantos en menos de media hora dejando sentenciado el encuentro. Rodilla y Domínguez, uno en cada tiempo, marcaron para el R. Valladolid.

El 14, en Chicopee (Massachussets), tercera derrota consecutiva, esta vez por 5-1 ante los polacos del Gornik Zabrze (3-0 al descanso).

La primera victoria de los castellanos llegó el 18 de julio en New York ante el Ujpest Dosza. Se adelantaron los húngaros, dándole vuelta al marcador Rodilla con dos tantos (24′ y 67′).

Después vino el empate a dos tantos frente a Os Belenenses el día 21, de nuevo en New York, resultado que ya figuraba en el marcador al descanso. Marcaron los goles blanquivioletas Domínguez y Rodilla.

El 25 pusieron punto final a su participación venciendo por 2-1 a los suecos del Halsinborg en New York, con lo que los españoles terminaron en la sexta posición de su grupo (empatados a 5 puntos con Os Belenenses, merced a sus dos triunfos, un empate y tres derrotas), relegando a los nórdicos a la última plaza. Aramendi abrió el marcador y al descanso se llegó con el resultado de 2-0 tras anotarse en propia puerta un rival.

El Gornik Zabrze se proclamó vencedor de este grupo (sumó cuatro victorias, un empate y una derrota), clasificándose por consiguiente para una final en la que sería derrotado por el West Ham por un apretado resultado global de 2-1 (1-1 y 1-0 en los dos encuentros que disputaron).

Pero los británicos del West Ham, que contaban en sus filas con una figura como Bobby Moore (MVP de esta edición), no podrían arrebatarle la American Challenge Cup al vigente vencedor, el Dukla de Praga, quien revalidaría el título no sin dificultades (1-0 y 1-1 fueron los resultados de sus enfrentamientos).

V (1964):

Las ediciones de 1964 y 1965 redujeron el número de participantes y no contaron con el concurso de equipos españoles. En la de 1964 llegaron a la final el Werder Bremen alemán (cuyo jugador Zebrowski sería nombrado MVP del torneo) y el Zaglebie Sosnowiec polaco, proclamándose vencedor este último al derrotar en los dos encuentros al Werder Bremen por 4-0 y 1-0. Los germanos se habían medido al Heart escocés, los italianos del Vicenza, el Blakburn Rovers inglés y los brasileños del Bahia. Junto al representante de Polonia habían conformado el grupo II el Schwechater austriaco, el Estrella Roja de Belgrado, los portugueses del Vitoria de Guimaraes y el AEK de Atenas.

Como triunfador de esta edición, el Zaglebie jugaría contra el Dukla de Praga por la American Challenge Cup, conservando los checos de nuevo el título al vencer por un global de 4 goles a 2 (3-1 y 1-1).

VI (1965):

La sexta edición, la de 1965, iba a ser la última. Los New York Americans se alzaron con el primer puesto del grupo I, en el que estaban con ellos la Portuguesa de Brasil, el Varese italiano, el Munich 1860 y el West Ham United inglés. En el II, el Polonia Bytom terminó primero por delante del Ferencvaros húngaro, el West Bromwich Albion inglés y el Kilmarnock escocés, conjunto que participaba por cuarta vez en la ISL, más que ningún otro. Los polacos harían pleno tras derrotar en la final al conjunto local del New York Americans (3-0 y 2-1) y después, impedir que el Dukla de Praga revalidase por cuarta vez la American Challenge Cup derrotándoles por 3-1 (2-0 y 1-1). Sólo se quedarán sin el título de MVP de la competición, que se quedó en casa al ir a parar a manos de Schwart, de los New Yorkers.

El seguimiento en las seis ediciones debió ser considerado un éxito por los organizadores y, con el objetivo cumplido, tres años después nació la NORTH AMERICAN SOCCER LEAGUE (NASL), una liga profesional de fútbol con equipos de los Estados Unidos y Canadá que, con el tirón de grandes futbolistas, la mayoría en el ocaso de sus carreras, especialmente Pelé en el Cosmos, funcionaría desde 1968 hasta 1984.

 

 




Estadio de Buenavista: un hito histórico

La evolución del mundo del fútbol en muchos aspectos puede tildarse de tan lenta que, sobre todo en comparación con otros deportes, roza el inmovilismo. Uno de los que ha evolucionado de manera muy premiosa es el de los estadios en los que se desarrolla. La rápida consolidación de una actividad que arraigó de tal manera que pronto se convirtió en un fenómeno de masas no llevó de la mano la modernización de los campos de fútbol. Por ejemplo hasta hace bien poco no se ha regulado la obligación de que las localidades sean de asiento, algo dado por supuesto desde siempre para otro tipo de espectáculos.

Y es que por ser la cuna del fútbol, cuando se habla de los campos típicos del fútbol ingles a todos se nos vienen a la memoria esos incómodos graderíos plagados de columnas sosteniendo las cubiertas para proteger a los espectadores de las inclemencias meteorológicas,  modelo seguido en el resto del mundo durante la implantación del novedoso deporte, y de los que, aunque de manera testimonial, todavía existen algunos ejemplos en la actualidad.

La utilización del hormigón armado como elemento básico en la construcción de estadios iba a suponer una verdadera revolución para este tipo de instalaciones, pese a que tuvo lugar mucho tiempo después de la aparición de esta técnica constructiva, a mediados del siglo XIX. Sorprendentemente se produjo de forma simultánea en dos lugares distantes y sin relación como son Florencia y Oviedo.

Corría el año 1929 cuando el arquitecto italiano Pier Luigi Nervi ganó el concurso para construir el Estadio Municipal de Florencia con un proyecto que llamó la atención por su forma ovalada y algo asimétrica en el que destacaba una tribuna cubierta sin pilastras que obstruyesen la visión. El estadio fue visto como una obra maestra arquitectónica, innovadora para la época. El empleo del hormigón armado permitía elementos novedosos como escaleras de caracol fuera del flujo de espectadores, una cubierta sin apoyos (las vigas en voladizo posibilitaban sostener una arriesgada visera de hormigón visto) o una torre de Maratón visible desde todos los rincones de la ciudad.

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 Las obras se iniciaron en 1930 y duraron más de dos años, si bien el que sería llamado Estadio Giovanni Berta se inauguró oficialmente -inconcluso- el 13 de septiembre 1931 con un partido entre la Fiorentina y el Admira Viena. Tras su completa finalización en 1932 luciría en todo su esplendor en el Campeonato del Mundo disputado en Italia en 1934.

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 Casi de manera paralela, en enero de 1930, los arquitectos Francisco Casariego, Enrique R. Bustelo y el ingeniero Ildefonso Sánchez del Río presentaron un proyecto para construir un nuevo estadio en Oviedo en el que la interpretación funcional aportada por Sánchez del Río con la gran innovación que suponía el uso del hormigón armado como componente fundamental (casualmente en España se había usado por primera vez también en Oviedo para los forjados de la cárcel, iniciada en 1898 e inaugurada en 1907), hacía posible un resultado brillante. Sánchez del Río ideó la construcción de una tribuna basada en una estructura de pórticos planos de hormigón armado que funcionaban como piezas de dominó colocadas en hilera unidas a través de elementos secundarios. El resultado era un graderío de más de 4.000 localidades de aforo, con cómodos asientos cubiertos por una visera que no precisaba de ninguna columna de sujeción en sus más de 100 metros de longitud que obstaculizase la visión del terreno de juego. Fue bautizada como la «tribuna Sánchez del Río» en homenaje a quien la ideó y pasó a ser la seña de identidad del Estadio de Buenavista.

La obra iba a causar admiración, brillando espectacularmente en una inauguración por todo lo alto que tuvo lugar el 24 de abril de 1932 con ocasión del encuentro internacional de selecciones que disputaron España y Yugoslavia.

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 Así pues las ciudades de Florencia y Oviedo estrenaron casi a la vez dos estadios para sus equipos de fútbol representativos (casualmente tanto la Fiorentina como el Real Oviedo nacieron el mismo año -1926- y ambos por fusión de dos conjuntos de la ciudad) marcando un hito en la construcción de estadios por la utilización a gran escala del hormigón armado.

Pero el futuro les depararía caminos opuestos, pues mientras el estadio florentino sigue en pie, ahora bajo la denominación de Estadio Artemio Franchi, con diversas remodelaciones pero luciendo orgullosa la tribuna pionera en su género construida en los años treinta del siglo pasado, el Estadio de Buenavista (rebautizado como Carlos Tartiere en 1958) y su desafiante tribuna principal iban a sufrir numerosos avatares.

Destruido durante la Guerra Civil española (lo que motivó la adopción de una medida sin precedentes en nuestro fútbol como fue la dispensa especial concedida al Real Oviedo para no competir en la temporada 1939/40, la primera tras el conflicto bélico, reservándosele la plaza que ostentaba en 1ª división y reincorporándose a la competición en la 1940/41) fue reconstruido, si bien, tras medio siglo de vida, con ocasión de la disputa del Campeonato del Mundo en España en 1982 el estadio sería totalmente remodelado y la «tribuna Sánchez del Río» demolida.

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 Desgraciadamente la piqueta ha hecho que en la actualidad no nos queden más recuerdos de lo que fue una obra vanguardista que las fotografías y que para tener cierta idea de cómo era la tribuna que en su momento causó asombro sólo exista la opción de contemplar las tribunas del madrileño hipódromo de la Zarzuela (monumento histórico artístico desde 1980), obra de Eduardo Torroja, diseñadas en 1935 tomando como ejemplo la tribuna del estadio ovetense.

 




Los saques de esquina para decidir una eliminatoria

Como recoge Oriol Pagés Rosique en su artículo «Tandas de penaltis»  (nº 6 de esta revista CUADERNOS DE FÚTBOL), en las competiciones futbolísticas disputadas mediante el sistema de enfrentamiento a doble partido, el encuentro de desempate -con o sin prórroga- fue desde siempre la fórmula habitualmente utilizada para resolver las eliminatorias que estaban igualadas tras concluir el tiempo reglamentario. Cuando el equilibrio persistía después de uno o más partidos de desempate se acudía al puro azar empleando sistemas como el de lanzar una moneda al aire para determinar el vencedor.

Sin desmerecer la importancia de los llamados torneos del KO en los que se utilizaba habitualmente para otorgar el pase, la especial trascendencia que alcanzaba en ciertos casos la aplicación de este recurso, como podía ser la clasificación para una fase final de un Campeonato del Mundo o la determinación de la categoría en la que había de disputar una temporada un equipo, hacía que estuviese generalmente aceptada la idea de que dejar la resolución al puro albur resultaba inapropiado, siendo necesario encontrar alguna alternativa que tuviese en cuenta criterios futbolísticos. La búsqueda concluyó con la implantación en la temporada 1970/71 de las tandas desde el punto de penalti (y el valor extra de los goles anotados a domicilio en caso de empate).

Como ejemplos de lo anteriormente dicho cabe recordar a Franco Gemma, el niño italiano de 10 años que se hizo famoso al ser la «mano inocente» que eligió la papeleta que clasificó a Turquía en detrimento de España para la fase final del Mundial de Suiza en 1954 tras concluir 2-2 el encuentro de desempate, convirtiéndose así en nuestro país en el «bambino maldito», o lo sucedido en la repesca del conocido como «torneo relámpago» de Mallorca en 1961, con una plaza en juego para jugar en 2ª división en la campaña 1961/62, cuando el Castellón se vio abocado a la 3ª división en beneficio del Sporting de Gijón -R. Gijón de aquella- por el sorteo efectuado con una moneda tras terminar igualados su enfrentamiento, como recoge Eugenio Llamas en el nº 4 de esta misma revista al tratar sobre el mencionado torneo.

 Entre medias se llegó a utilizar un método consistente en premiar al equipo que mayor número de saques de esquina hubiese lanzado. En el Campeonato de Copa (del Generalísimo) de la temporada 1967/68 hubo de recurrirse a la citada solución en una eliminatoria que pasaría a la historia por su duración.

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La citada competición iba a repetir el sistema que ya se había seguido en las anteriores ediciones, consistente en enfrentar a los conjuntos de 2ª división entre sí en una ronda eliminatoria en los primeros meses de la temporada, dejando para la conclusión del Campeonato de Liga la fase de dieciseisavos de final con la entrada en competición de los equipos de 1ª división.

Así pues, los 32 equipos que militaban entonces en la división de plata quedaron emparejados disputando los encuentros los días 1 y 22 de octubre de 1967, tras los cuales cinco eliminatorias quedaron empatadas. Cuatro de ellas se dilucidaron sin problema mediante los correspondientes partidos de desempate jugados en diferentes fechas durante los meses de noviembre y diciembre (U.P. de Langreo, Europa, Jerez y Gimnástica de Torrelavega eliminaron al Granada, R. Jaén, Lérida y Mestalla, respectivamente). La resolución de la otra eliminatoria restante, que enfrentaba al Recreativo de Huelva y al Real Oviedo, se iba a hacer de rogar.

Tras concluir en Oviedo el encuentro de ida con el resultado de 3-2 a favor de los oviedistas y de vencer en el de vuelta los onubenses por 2-1, al contrario de lo sucedido en las otras eliminatorias igualadas, en esta se acordó posponer el desenlace hasta que finalizase la Liga (los dieciseisavos de final de Copa no tenían previsto su inicio hasta el mes de mayo de 1968), si bien no llegaron a cumplir el plazo en su totalidad y la fecha para el partido de desempate acabó siendo la del 19 de marzo de 1968. Como lugar, un terreno neutral: el madrileño campo de Vallecas.

Nada más y nada menos que 171 días después de que se enfrentasen por primera vez en el encuentro de ida, en la mañana de aquel día festivo recreativistas y carbayones empataron a un gol, tras lo cual, buscando deshacer la igualada, disputaron la oportuna prórroga de 30 minutos. Arbitraba Rodríguez Barroso y tras no moverse el marcador durante esa media hora adicional el juego se prolongó durante otra prórroga, esta vez de 10 minutos. Dado que el marcador seguía reflejando 1-1, la pretendida solución se aplicó de nuevo hasta en tres ocasiones más sin que se desequilibrase el tanteador. Brillando los goles por su ausencia en todas las prórrogas disputadas y con varios futbolistas de ambos conjuntos extenuados por el cansancio, se tuvo que decidir al clasificado rebuscando en la reglamentación federativa, aplicando una norma que premiaba al equipo que mayor número de saques de esquina hubiese forzado, clasificándose el Recreativo por haber lanzado 9 córners por 8 del conjunto oviedista.

En definitiva, tras tres encuentros y de la disputa aquel 19 de marzo de 160 minutos de juego (90 del partido normal, 30 de una primera prórroga y 40 más correspondientes a otras cuatro prórrogas de 10 minutos cada una), que totalizaban 340 minutos en la eliminatoria, se tuvo que decidir la clasificación en base a la mencionada regla del mayor número de saques de esquina lanzados.

 

 




Encuentros nocturnos en Oviedo en 1921

anuncio publicado en el diario “LA PRENSA” (5/08/1921)

anuncio publicado en el diario “LA PRENSA” (5/08/1921)

Como en otros lugares, en Oviedo también arraigó con sorprendente fuerza y en escaso tiempo lo que se anunciaba en sus orígenes como el «sport del foot-ball». La novedosa actividad deportiva se dio a conocer en la capital del Principado en los albores del siglo XX en el ámbito universitario, recibiendo el impulso definitivo que permitió su consolidación merced a la práctica habitual del mismo por los jóvenes que por cuestiones académicas lo conocieron de primera mano al cursar estudios en las islas británicas y lo implantaron a su regreso.

Tras los escarceos iniciales en apenas dos décadas existía lo que podría definirse como un auténtico ambiente de fútbol que transcendía de la mera celebración de partidos con regularidad. El balompié tenía un gran seguimiento, despertando todo aquello que lo rodeaba acalorados apasionamientos.

Dos eran los buques insignia del fútbol ovetense al comienzo de los años veinte del siglo pasado: el Real Stadium Club Ovetense y el Club Deportivo Ovetense, con una rivalidad entre ellos que iba más allá de lo futbolístico. A fin de cuentas representaban a dos clases sociales; mientras el Stadium era el equipo de la clase obrera, de los más humildes, el Deportivo -que había nacido de una escisión del R. Stadium- era considerado el equipo de los más pudientes, de la burguesía. Mucho más poderoso en lo económico el Deportivo se permitía lujos como el de fichar habitualmente jugadores de fuera de la provincia (los primeros profesionales del fútbol español en plena época del conocido como «amateurismo marrón») o el de construir al poco de fundarse un nuevo y coqueto campo donde disputar sus encuentros -Teatinos-, mucho más apto y confortable que el de Llamaquique, abandonando la transitoria y breve situación en la que ambos equipos compartieron este escenario donde siempre se había jugado al fútbol en la ciudad desde la irrupción del nuevo deporte y que presentaba unas condiciones precarias, quedando como feudo para el Stadium.

La rivalidad entre los dos equipos ovetenses era encarnizada, muy superior a la que existía con el resto de conjuntos de la provincia, circunstancia de la que se beneficiaba el Sporting de Gijón, dominador absoluto por aquellas fechas en el fútbol asturiano. Hasta que en 1926, con el nacimiento del Campeonato de Liga en el horizonte, ambos clubes decidiesen unir sus fuerzas dando origen a un Real Oviedo que arrebataría a los gijoneses la supremacía futbolística regional alcanzando además notable relevancia a nivel nacional, sólo el R. Stadium era capaz de tutear al Sporting con cierta frecuencia, llegando incluso a superarle en la temporada 1924/25 cuando consiguió quitarle por primera vez el título de Campeón de Asturias. Y es que pese a su modestia, los stadiumnistas, además de codearse con los sportinguistas, vencían casi siempre a sus «eternos rivales» del Deportivo, incapaces no sólo de tener un papel destacado en el Campeonato Regional sino de tan siquiera acercarse al nivel de su máximo adversario local, con quien habitualmente caía derrotado, en ocasiones incluso de manera escandalosa.

Corría el verano de 1921, quizás la época de mayor tensión entre ambos conjuntos (pocos meses antes, el 9 de enero, se había tenido que suspender el encuentro que los enfrentaba en Llamaquique correspondiente al Campeonato Regional pues las peleas tanto dentro del terreno de juego como fuera de él motivaron la intervención sable en mano de las fuerzas del orden, saldándose los acontecimientos con varios jugadores y espectadores heridos que precisaron atención en la Casa de Socorro) cuando la Cooperativa de Empleados Obreros de Gas y Electricidad de la S.P.O. (Sociedad Popular Ovetense) vio en el fútbol un óptimo medio para obtener recursos para construir casas baratas para sus socios. Tratándose de una actividad benéfica contaron con el ofrecimiento desinteresado de los dos principales clubes de la ciudad, si bien no se llevó a efecto la primera idea, que no era otra que la de que se enfrentasen entre sí en duelo de rivalidad ya que la Federación Regional ponía trabas a que pudiesen participar aquellos integrantes del Deportivo que habían sido declarados según la terminología de la época «inadecuados», por la polémica en torno a su consideración como profesionales. Desestimada la pretensión inicial acordaron organizar dos encuentros en los que, poniéndose en juego una copa de plata, medirían sus fuerzas por separado ambos conjuntos con un rival tan atractivo como era una Selección Vasca en la que destacaba el mítico «Pichichi». Hasta aquí nada de extraordinario; utilizar el fútbol como instrumento para recaudar fondos para causas solidarias estaba ya a la orden del día, lo que no hace otra cosa que reafirmar la trascendencia que tenía. Lo que iba a conferir carácter de acontecimiento al suceso iba a ser el hecho de que los partidos se habrían de disputar de noche, con iluminación artificial, algo sin precedentes en la región como destacaría la prensa.

Para tener conciencia de la importancia del evento conviene ponerse en situación recordando que habría de pasar casi medo siglo para que la celebración de partidos de fútbol nocturnos pudiese convertirse en algo normal en la ciudad, pues la sede por antonomasia del fútbol desde su inauguración en los años treinta, el estadio Carlos Tartiere -primero Buenavista-, no contó con torres de iluminación que lo permitiesen hasta 1969.

Por reunir unas condiciones mucho mejores el escenario escogido no podía ser otro que el campo de Teatinos, la casa del Deportivo Ovetense, si bien el primer encuentro contra el seleccionado vasco en tan insólitas condiciones lo disputaría el R. Stadium el viernes 5 de agosto, haciendo lo propio los propietarios del terreno el domingo 7.

La expectación creada fue enorme, sobre todo para el primer día. La excelente entrada que presentó el campo de viernes no se repitió 48 horas más tarde, cuando Teatinos registró menor afluencia de público, hecho que no hace otra cosa que constatar que el equipo más humilde era quien tenía mayor respaldo entre la afición. Es de destacar que el Stadium organizó otro encuentro para ese mismo domingo 7 en su campo de Llamaquique frente al Europa de Barcelona, de gira y a quien ya se había enfrentado el domingo anterior, congregando una numerosa asistencia. Claro está que, sin iluminación artificial, no podía existir interferencia entre ambos eventos pues el partido daría inicio a una hora habitual entonces: las tres y media de la tarde.

Los encuentros nocturnos se programaron para las diez y las diez y cuarto de la noche, respectivamente, y la fiesta continuaría a su conclusión con la celebración de bailes.

Se realizó un enorme esfuerzo para afrontar una tarea tan compleja en aquellos tiempos como era la de iluminar una superficie tan amplia, básicamente con multitud de bombillas repartidas por el perímetro, focos y reflectores, pudiendo calificarse el resultado final de aceptable, si bien tanto los espectadores como los futbolistas señalarían a la conclusión del partido la insuficiencia de los focos instalados, sobre todo en determinados lugares.

Aunque lo deportivo estaba en un segundo plano cabe decir que, al igual que ocurrió con la asistencia de público, los resultados también fueron fiel reflejo de lo que era el fútbol ovetense en aquellos tiempos: victoria del Stadium y derrota del Deportivo.

En el primero de los encuentros, pese al potencial que se le presumía a una Selección Vasca cuya base eran algunos nombres ilustres pertenecientes al Athletic de Bilbao y al Arenas de Guecho, el R. Stadium derrotó a los vascos por un contundente 4-1. La gran figura y estandarte del equipo carbayón, el legendario guardameta Óscar Álvarez (tantas veces suplente de Ricardo Zamora en el equipo nacional) hubo de compartir el protagonismo de la victoria y, en general aquellos días, con Santiago Bernabéu. En Oviedo por motivos laborales, jugó aquella noche defendiendo la camiseta del R. Stadium, equipo al que perteneció durante las semanas de su estancia en la capital asturiana.

La noticia de la llegada del entonces jugador y futuro presidente del R. Madrid, destinado por el cuerpo de Contabilidad de Hacienda, ya había supuesto un pequeño revuelo ante la disputa que se organizó entre los conjuntos ovetenses para hacerse con sus servicios. En este caso el interesado confesó años después que había preferido jugar con los de Llamaquique precisamente por su carácter eminentemente amateur frente al mayor profesionalismo de los de Teatinos.

Dos días más tarde el Deportivo Ovetense -reforzado con dos integrantes del Stadium Avilesino al no lograr finalmente la autorización federativa para poder alinear a los jugadores «inadecuados» de su plantel como era el caso del reconocido delantero centro José Luis Zabala-, el marcador final registró un contundente 0-5 favorable a los forasteros. Los locales no podrían anotar ni desde el punto de penalty al errar «Pololo» el señalado por el árbitro su favor. Por cierto que quien ejerció como colegiado en ese segundo encuentro no fue otro que el mismísimo Santiago Bernabéu.

Para la historia quedaría el hecho de que en el verano de 1921 la vieja Vetusta de Clarín, acostumbrada ya por entonces al fenómeno de masas en que poco a poco se estaba convirtiendo el fútbol, había sido escenario de una novedad calificable como de vanguardista: su celebración de noche, con luz artificial.