El Euzkadi: Un retorno imposible
De José Ignacio CorcueraDurante el verano de 1939, en España centenares de miles de varones, fuere por obligación(1), por esquivar problemas o por prudente seguidismo, lucían en despachos oficiales, por la calle o en el café sus camisas azules bordadas en rojo. Al otro lado del Atlántico, durante el invierno austral, Areso, Zubieta o Lángara, llevaban el disfrute a los repletos graderíos del fútbol bonaerense. Más al norte, en México, Gregorio Blasco, Pablito Barcos, Urquiola, Larrínaga, Iraragorri, Muguerza, Tache de los Heros, Tomás Aguirre o los hermanos Regueiro, hacían lo propio por bastante menos dinero. Blasco, Cilaurren, Areso, Iraragorri, Muguerza y Emilín, tardarían poco en tomar un avión y enrolarse en el campeonato argentino. Varios de ellos seguían pensando en regresar a España, tan pronto se les garantizase un mínimo de seguridad. Y sobre todo quienes competían en México, mantenían contacto con Urquiaga, Pedrol, Iborra, Fernando García o López Herranz, proclives también a explorar posibilidades de vuelta, unos, o mucho más indecisos otros. Respecto a Vantolrá, no había caso. Su relación sentimental con una sobrina del presidente Lázaro Cárdenas, traducida entre otras cosas en colocación oficial como instructor deportivo, le llevaba a hundir sus raíces en territorio azteca. En cambio el exbarcelonista Pedrol abanderaba a los indecisos, pese a su antigua labor sindicalista. Durante los primeros días de guerra, al constituirse en Cataluña el sindicato de trabajadores del balón, adscrito a la UGT, fue elegido presidente. Tanto la prensa republicana, como parte de la franquista, se hicieron eco del acontecimiento. Y aun así, pese a cuanto se contaba sobre persecuciones a significados izquierdistas, el pundonoroso, aunque tosco defensa, quería emprender la vuelta sin demora. Los demás, claro está, ignoraban su convicción de inmunidad bien sudada.
Pedrol había jugado a dos bandas durante la gira “culé” por suelo americano, y tal vez durante el año y medio posterior. Consciente de cuanto pudiera pesar en su contra si Franco y los alzados acabaran imponiéndose, una mañana se presentó en la oficina mexicana de Falange Exterior, expuso quién era y salió de allí convertido en delator de sus compañeros. Estuvo pasando informes sobre cuanto los miembros de la expedición hablaban, qué compañías frecuentaban, quiénes los visitaban o qué tipo de propuestas recibían; si había o no donantes para la causa republicana, qué españoles con residencia en el distrito federal mostraban mayor antifranquismo… El caso es que viajó a España y aun a pesar de los servicios prestados, quién sabe si porque ni Roma ni Francisco Franco pagaban a traidores, tan pronto se publicara la Ley de Depuración y Responsabilidades Políticas, se le condenó a un año sin ficha federativa. Eso sí, se observó en su caso la atenuante de “haberse presentado a las autoridades españolas en el extranjero, conforme era preceptivo”. Huelga indicar que su traspiés enfrió mucho el ánimo de quienes continuaban en América.
Pese a todo, tan pronto los medios de difusión esparcieran noticias sobre la inminente puesta en marcha del Campeonato Nacional de Liga, como muestra de vuelta a la normalidad, cinco, entre quienes en ese momento competían o iban a hacerlo en Argentina, enviaron un escrito a José M.ª Cossío, antiguo presidente del Racing santanderino, hombre muy vinculado a los vencedores y con quien todos tenían una fluida relación. Les sirvió de enlace el poeta Rafael Duyos, ferviente católico e igualmente en buena sintonía con el Régimen. No pedían nada. Tan sólo dejaban ver entre líneas sus deseos de pronto retorno, una gran añoranza y muestras de esa nueva españolía impuesta por los triunfadores, desde el mismo encabezamiento;
“Arriba España
Sr. D. José María Cossío
Muy señor nuestro y distinguido amigo:
Por mediación de nuestro jefe y camarada Rafael Duyos, nos complacemos en enviarle un cariñoso saludo, el que deseamos reiterarlo personalmente, pues aunque lejos de la Patria, siempre perdura en nuestra imaginación el recuerdo de los buenos amigos”.
Firmaban Emilio Alonso “Emilín”, José Iraragorri, Isidro Lángara, Ángel Zubieta y Leonardo Cilaurren.

Carta remitida por cinco futbolistas del Euzkadi en 1939, meses después de concluir la Guerra Civil, sondeando elegantemente posibilidades de regreso. Aunque su escrito observara toda la prosopopeya franquista, parecían no ser conscientes de que las circunstancias jugaban en su contra.
Curiosamente, Cilaurren, Emilín e Iraragorri aún estaban jugando en México, aunque su incorporación al River Plate y San Lorenzo de Almagro estuviera bastante más que hecha cuando redactasen el escrito, muy avanzado 1939. Si Cossío les devolvió la gentileza, debió ser tan sólo eso, un acto protocolario, de buenas maneras, sin ofrecerse a interceder. Porque las cosas echaban humo para los antiguos componentes del Euzkadi, en esos mismos momentos.
Los clubes titulares de sus derechos federativos dirigieron denuncias por rebeldía, secundadas desde la Federación Española presidida por Julián Troncoso, mediante el envió de la correspondiente requisitoria a la FIFA. Ahora que los campeonatos volvían a disputarse en nuestro país, cuando el balbuciente organismo era cariñosamente tutelado desde los despachos de la propia FIFA, todos cuantos se hallaran en América sujetos a un contrato en vigor debían reincorporarse a su pasada disciplina, o de lo contrario pechar con dos años de suspensión; así se contemplaba en los reglamentos.
Obviamente, la Federación Argentina no permaneció ni muda ni quieta. Estaba más que implicada, cuando a los jugadores vascos les diligenciara fichas sin mediar ningún abono en concepto de traspaso, ni presentación de cartas de libertad o el preceptivo transfer internacional. De modo que puso su voz en grito, aduciendo que cualquier sanción constituiría un atentado a los derechos humanos, máxime al haberse impedido a esos mismos futbolistas dirimir partidos amistosos, imprescindibles para su mera supervivencia. Desde España se contratacó: Una cosa es que se les impidiera competir, y otra distinta que hubiesen acatado la orden de paro. Cuba y México, con el beneplácito del escocés William A. Campbell, delegado de la FIFA, se pusieron el mundo por montera. Es más, una Federación adscrita al máximo órgano supranacional, la mexicana, se atrevió a dejarlos competir en su propia Liga, lo que constituía un acto merecedor de expulsión inmediata. Jules Rimet, entonces, cogido en falta por ambas partes, desarrolló el juego de dilación sine die, hasta el general hartazgo y el sublime olvido, tan repetido por quienes rara vez solían darse por enterados de algo. Y como previendo la tormenta el propio Rimet se había dado una vueltecita por Sudamérica, tapando cuanto fuere menester, a su retorno anunció, desde el Comité ejecutivo, los últimos acuerdos del ente futbolero. Entre todos ellos -conceder voto de agradecimiento a las federaciones sudamericanas, o la aceptación de ingreso provisional en la FIFA del ente federativo eslovaco-, el punto más caliente:
“Se estudió también, una proposición de la Federación Española relativa a la afiliación del equipo vasco en Méjico, acordándose aplazar su resolución hasta la próxima reunión del Comité”.
Total, corrimiento de tupido velo y pólvora para los artilleros de una prensa especialmente “patriótica”, recién terminada nuestra conflagración civil.
Ricardo Zamora Martínez, “El Divino” mientras diera espectáculo bajo el larguero, desde las páginas del diario “Ya” había puesto el dedo en la llaga sudamericana a finales de mayo, con absoluta lucidez: “En los países americanos hubo durante muchos años una especie de autonomía que hacía en muchas ocasiones olvidar la existencia de una Federación Internacional por la que se guiaban todos los adheridos. Los traspasos más absurdos. Los casos más raros se presentaban allí, sin dar importancia a los reglamentos vigentes. Hubo países que, pretendiendo desconocer a la Federación, aceptaron jugadores sin que importara su procedencia y burlando los derechos de traspaso. Sin embargo, en sus terrenos se celebraban encuentros internacionales contra equipos afiliados a la FIFA. Todas esas anormalidades se pasaron por alto, pensando que no se debía entorpecer el desarrollo del fútbol en países que pretendían llegar. Lentamente se fue encauzando a casi todos y se creyó, después del viaje de Mr. Rimet, que habían desaparecido las anormalidades, pero no fue así”.
Otros medios, como el madrileño “ABC”, apuntaron por esas mismas fechas contra otro objetivo: los huidos: “La Federación Española no necesita ahora estimulantes para proceder con la energía que cada caso requiera, pero, no obstante, la guerra está demasiado próxima todavía para que se pueda hacer burla de los muchachos que por su patriotismo, por cumplir sencillamente con su deber, sufrieron las penalidades de una dura campaña. La noticia del traspaso de Lángara, como de cualquier otro de los fugitivos de la Patria, no tiene otro valor ni se puede registrar con otros méritos que los del intento de burla a las leyes nacionales e internacionales. De las nacionales nos habló días pasados el teniente coronel Troncoso cuando, al considerar zanjado el incidente de aquel equipo que paseó por el mundo su fracaso, insistió en la inutilidad de toda gestión deportiva para resolver una triste situación que estaba cancelada hace mucho tiempo. De las internacionales, refiriéndose naturalmente a las deportivas, cuidará la Federación Española que ahora tiene una autoridad suficiente para plantear el caso allí donde, no solamente su voz será escuchada, sino necesariamente atendida”.
En idéntica línea, pero con una vehemencia mucho mayor, desde las páginas de “Región” los ovetenses pudieron leer una serie de insultos y vituperios dirigidos a los miembros del Euzkadi, hoy irreproducibles, junto a esta frase atribuida al presidente de la Federación Española, teniente coronel Troncoso: “En el porvenir ni me importan, ni tendrán trato distinto al de los restantes españoles que por distintas causas se marcharon al extranjero. Y por supuesto y para siempre, han concluido para el fútbol español, vuelvan pronto o se les olvide el camino de la Patria, a la que si regresan será después de entenderse con la Ley”.
La veda estaba abierta, y muchas escopetas cargadas con postas de gran calibre. El donostiarra José Javier Aranjuelo, con su habitual seudónimo periodístico de Erostarbe, confrontaba desde San Sebastián dos realidades por demás antagónicas: la de quienes vivieron la guerra entre fango, explosiones, pánico y muerte, y la de cuantos optaran por extraer réditos a su habilidad con el balón, a cientos de kilómetros: “Quien ostenta con orgullo la medalla militar, pongamos por caso, no puede competir con el que, en la nación vecina, ya a salvo, cambió de nacionalidad y formó durante tres años en las filas de un club francés”. Obviamente se refería al barcelonista Zabalo, tan pronto español de Fuerte Pío como inglés de pura cepa, ora por eludir la movilización en Cataluña, ora por no combatir en la II Guerra Mundial. Pero ese artículo concluía con una andanada dirigida a todos los demás, incluidos los componentes del Euzkadi: “Si en los tiempos duros y azarosos de la guerra, cuando se bajaba de las trincheras a los recintos futboleros, no se echaba en menos su falta, ¿para qué hemos de necesitarlos ahora?”.

Mural reciente, dedicado a Isidro Lángara en el barrio bonaerense de Boedo. Pese a su breve militancia en el San Lorenzo de Almagro, continúa siendo un mito de la institución, como ya lo fuera antes para el público ovetense. Elo no impidió que la prensa asturiana recogiese durísimas críticas contra él, mientras competía al otro lado del océano.
El diario “ABC” reincidió sobre el mismo tema en julio, tomando como pretexto la reunión londinense del Comité directivo de la FIFA. Para los menos versados en el asunto de la selección vasca, empezaba haciendo memoria: “Aquellos futbolistas que salieron de España en las condiciones bien conocidas, tuvieron las mejores oportunidades para rectificar la torpe conducta; y prefirieron persistir en el error. Más tarde, cuando por supuesto la guerra no había concluido, lograron permisos inadecuados y tolerancias anómalas, que pudieron prolongar la equívoca situación de unos viajeros terminantemente afiliados a la Federación Española”. Luego de argumentar que los federativos tenían todos los ases en su mano para exigir a la FIFA una contundencia hasta ese instante no acreditada, concluía a caballo entre la esperanza en que la razón se reconociese, y cierto anhelo revanchista: “Sencillamente con exponer la razón teniendo a mano el reglamento y estando alrededor de la mesa los directivos que nos conocen a todos, el caso de los vascos estará liquidado sin más consecuencias desagradables que las de los que plantearon el problema en el momento más difícil para la Patria; y las dificultades de esos sujetos, por extraordinarios futbolistas que parezcan, a nosotros no nos importan”.
Otras plumas bastante más cargadas de trilita, lo decían sin medias palabras y con enorme rencor: “Algún día querrán matar su hambre en la saciedad española, y entonces deberán responder, una por una, de sus múltiples afrentas. Quienes decidieron comportarse como malos españoles, no merecen ni nuestro pan, ni el perdón”.
Resultaba sarcástica esa invocación a la saciedad de España, cuando colas de menesterosos, cacillo en mano, aguardaban cada día el sobrante del rancho junto a las puertas de los cuarteles. Muchos, destruidas sus viviendas, dormían al raso o entre ruinas amenazantes de desplome. Las cartillas de racionamiento apenas bastaban para subsistir. En los hospitales o improvisados albergues, agonizaban cientos de tuberculosos, a quienes la inanición arrebató su última esperanza. Saciedad, cuando el único modo de eludir el hambre pasaba por arriesgarse en el mercado negro, la falsificación de cartillas o cupones, o prostituirse con cualquier señorón enriquecido al amparo del estraperlo. Por lo menos aquellos jugadores ahora tan demonizados, se libraban de una precariedad inimaginable.
No, ni José M.ª Cossío, ni probablemente nadie, estando todo tan a flor de piel, hubiera intercedido por quienes a tanta distancia gozaban de un muy aceptable medio de vida. Pero es que había más. Sobre todo a los componentes del Euzkadi, al fin y al cabo emisarios de la República o adalides del nacionalismo vasco, desde una visión franquista se les reprochaban los bárbaros despojos acometidos por el gobierno de José Antonio Aguirre en su área de influencia, y Juan Negrín, éstos con la colaboración de Indalecio Prieto, mientras el sueño republicano se derrumbaba.
Desde que estallase la Guerra Civil, sobre todo en el área republicana, la falta de inversión tanto en valores públicos como privados fue absoluta. De esa forma, lo que en otras condiciones deberían haber sido solicitudes de crédito, se transformaron en incautaciones llevadas a cabo por órganos carentes de legitimidad, y a menudo sin control gubernamental. Tan pronto sonó el primer disparo, en Vizcaya y Guipúzcoa sus respectivas Juntas de Defensa iniciaron una febril incautación de bienes pertenecientes a titulares teóricamente próximos al alzamiento militar. Poco antes de la toma de San Sebastián por los franquistas (septiembre de 1936), la Junta de Defensa provincial trasladó todo el patrimonio de la banca guipuzcoana a Bilbao, en tanto su homónima de Vizcaya proseguía con sus expedientes incautadores, hasta que el Gobierno provisional de Euzkadi crease una Junta Calificadora Central (octubre de 1936).
El recién constituido Gobierno de Euzkadi aceleró incautaciones de cuanto los considerados “desafectos” tuvieran en cajas de seguridad, al tiempo de ordenar el traspaso de sus saldos bancarios a la cuenta del Departamento de Hacienda vasco. En suma, oro amonedado, alhajas y valores extranjeros de cotización internacional, cuyos intereses se pagaban en oro o en divisas, pasaron a manos del Departamento vasco de Gobernación y su servicio de Seguridad y Orden Público.
Cuando la campaña del Norte derivara en bloqueo naval franquista, a comienzos de 1937, surgieron los “Blockade Runners”, mercantes británicos, sobre todo, empeñados en el abastecimiento de armas y suministros al bando republicano, tal y como durante la I Guerra Mundial hiciesen los buques de la familia De la Sota en favor de Inglaterra. Aunque esas acciones implicaran un gran resigo, las justificaban el enorme incremento aplicado sus fletes. A su vez el Gobierno de Euzkadi empleó esos mismos buques para transacciones comerciales, la evacuación de adultos y niños hacia países europeos, y el traslado al exterior de cuantas incautaciones había llevado a cabo. El detonante final llegó asociado a la imparable ofensiva franquista sobre Vizcaya, iniciada el 31 de marzo de 1937, mediante decreto dictado el 3 de mayo, consagrando la incautación a viva fuerza de todos los bienes depositados en cajas de seguridad bancarias, sin tener en cuenta la identidad o afección política de sus legítimos propietarios.

José Antonio Aguirre y Lekube, primer Lehendakari, en un retrato oficial. Su gobierno procedió primero a la incautación de cuantos bienes considerara en manos de desafectos, y más adelante se apoderó de los depósitos y reservas custodiados por las instituciones financieras con sede en Guipúzcoa y Vizcaya. Un expolio que la Justicia logró paralizar, cuando los muchos millones evadidos se hallaban en territorio francés y de los Países Bajos.
Mes y medio después (21 de mayo de 1937), previendo la caída de Bilbao, ese mismo Gobierno Vasco ordenó cargar en el mercante “Joyce Llewelyn”, de bandera británica, 7.293 cajas conteniendo oro, valores y todo el ahorro depositado en entidades financieras de Vizcaya y Guipúzcoa, así como en las sucursales del Banco de España. Dicho buque alcanzó el puerto de La Pallice, convertido en el “Seabank”, pues para dificultar cualquier posterior pesquisa cambió de nombre. El 12 de junio, otras 2.065 cajas conteniendo una fortuna similar llenaron las bodegas del también británico “Thurston”, con destino al mismo puerto francés. Y aún hubo más. Durante la madrugada del 13 de junio zarpó de Bilbao hacia Burdeos el “Thorpehall”, con 30 cajones repletos de joyería, en tanto tres días después las 2.065 cajas del “Thurston” se transbordaban al “Seabank”, con lo que dicho vapor almacenaba en su bodega nada menos que 9.358 cajas conteniendo incontables riquezas, además de archivos gubernamentales. El 22 de junio la delegación vasca de Bayona ordenó trasladar toda esa carga al “Axpe Mendi”, de bandera española y bajo control gubernamental del Lehendakari Aguirre. Pero el día 25, durante las maniobras de transbordo, el gobierno francés confiscaba el cargamento tras la reclamación de propiedad dirigida desde la banca española. Ante la postura adoptada por el gobierno galo, el “Thorpehall” se apresuró a abandonar Burdeos con rumbo a Flesinga (Holanda), contando con la protección de un destructor británico hasta salir del puerto.
El cambio de postura galo, país neutral, aunque contemporizase ante las fechorías de ambos bandos, respondía a un acuerdo anglo-francés adoptado en vísperas de que Bilbao cayese ante las Brigadas Navarras. Representantes de la facción franquista habían expuesto su enérgica protesta ante el encargado de Negocios Extranjeros de Gran Bretaña, sir Henry Chilton, en la localidad fronteriza de Hendaya, entendiendo que so pretexto de evacuaciones civiles, desde Bilbao se estuviera procediendo a un escandaloso saqueo de bienes privativos y, peor aún, que los mercantes piratas recibían escolta y protección de la escuadra británica. Si esa complicidad no cesara de inmediato, la armada del bando nacional procedería en consonancia con las leyes del mar: cañoneando a cuantos filibusteros con la enseña británica hallara en aguas internacionales.
Mientras los franceses inventariaban todo aquel expolio, una lucha sorda, desconocida para la opinión pública, siguió teniendo lugar entre bastidores. En julio de 1937 el registrador de la propiedad bilbaíno Nicolás Vicario, presentó en el Juzgado de Guardia una denuncia contra el Gobierno de Euzkadi, ya exiliado en París, por la rapiña de casi todo el patrimonio vizcaíno y guipuzcoano, que según sus cálculos podía alcanzar los 10.000 millones de pesetas. Como ya se ha apuntado, para entonces la banca española había obtenido del Tribunal Civil de La Rochelle el embargo del “Seabank” y el “Axpe Mendi”. Y aunque los capitanes de ambos buques protestasen, representados por el gobierno republicano con sede en Valencia, sus letrados incurrieron en un error de principiantes. El mero hecho de recurrir implicaba someterse al arbitrio de tribunales franceses, de tal modo que cuando más adelante intentaron escudarse en la inmunidad jurisdiccional ante estados extranjeros, existiendo un conflicto bélico, la Corte de Apelación desestimó el recurso y confirmó el embargo.
En paralelo, las desavenencias judiciales entre el Gobierno Vasco y el Republicano por hacerse con tan inmenso patrimonio, se irían incrementando. Y aunque a lo largo de todo el año 1938 intentaran una solución salomónica, la cerrazón de ambos se tradujo en fracaso. Además, puesto que el giro de los acontecimientos bélicos permitía vaticinar una victoria franquista, los tribunales franceses, fuere de motu proprio, o sometidos a “sugerencias” políticas, sentenciaron contra los republicanos. En agosto de 1939 el patrimonio vasco partía de La Rochelle hacia Bilbao(2).
Más, mucho más costó rescatar la rapiña transportada hasta Holanda por el buque “Thorpehall”, sobre la que también solicitaran embargo los bancos españoles. Puesto que si bien desde el tribunal del Midelburgo se rechazaran los recursos de los gobiernos vasco y republicano, hubo apelación al de La Haya, y tras nuevo fallo favorable a la banca, una posterior apelación del armador, representado por la Cía. De Bruyne, se tradujo en catarata de aplazamientos judiciales promovidos por el Gobierno Vasco, con el resultado de retrasar la definitiva resolución durante varios años. Al menos una parte de aquellas joyas y alhajas también lograrían recuperarse.

Otra imagen de José Antonio Aguirre, antes de ser Lehendakari, cuando soñaba con triunfar en el Athletic Club durante su breve etapa deportiva. Habitual en el equipo suplente, tan sólo dirimió con el primer elenco algún partido amistoso. Su familia regentaba una conocida industria chocolatera en la villa de Bilbao.
Tras lo expuesto, queda claro que para el Gobierno exiliado del Lehendakari Aguirre, cuanto se relacionara con el equipo Euzkadi era problema menor. Mejor dicho, un asunto absurdo, inútil ante la casi nula rentabilidad obtenida, y muy, pero que muy enojoso. A sus futbolistas, en cambio, semejante maremágnum de enredos jurídicos ante tan descarada rapiña, iba a causarles un daño inmenso. Y si a ello unimos la desafortunada golosina de Manu de la Sota, cuando en su despedida desde la URSS ensalzase al sátrapa Stalin con tantísima desproporción –“¡Viva Stalin, genio de la humanidad!”-, el flaquísimo favor estaba más que hecho.
Pero es que a los expedicionarios vascos les seguía mirando un tuerto. México, país que les abriera las puertas y en cuyos torneos compitieran todos, iba a ser cómplice necesario de otra tropelía económica tanto o más nauseabunda, llevada a cabo por el presidente pro soviético de la República, Juan Negrín, y secundada por Indalecio Prieto, referente del socialismo bélico, que además presidiría dicho partido en el exilio. Las cosas sucedieron así:
En febrero de 1939, mientras hileras de soldados buscaban refugio en Francia ante el empuje franquista, el Gobierno republicano dio la Guerra por perdida. Juan Negrín, ya a salvo tras cruzar los Pirineos, se propuso arrebatar a los vencedores una fortuna reunida mediante sucesivas requisas, supuestamente destinada a la atención de tantísimo exiliado. Negoció con el gobierno galo la entrada de varios camiones sujetos a reserva de valija diplomática, y sin pasar por ninguna aduana transportaron hasta Francia una inmensa fortuna, aglutinada en la Caja General de Reparaciones, que a tenor distintos estudios posteriores arrojaban este saldo, en pesetas de la época:
Procedentes de Madrid: 5.026.000 en oro.
32.285.000 en valores negociables.
35.000.000 depositados en cajas de seguridad.
Procedentes de provincias: 27.269.000 millones en oro.
74.885.000 en joyería.
327.191.000 en divisas y valores negociables.
El despojo -Negrín lo cuantificó en 40 millones de dólares y el diario mexicano “Excelsior” en más de 50- incluía, además, objetos religiosos y reliquias de distintas procedencias, en especial de la catedral toledana.
Por más que de toda esa riqueza se hiciera cargo el ministro de Hacienda, Francisco Méndez Aspe, su embarque en el puerto de Le Havre fue tan apresurado que ni siquiera existe un balance mínimamente fiable. Sólo se sabe por voz y confesión escrita de José Lucio Ordorica Ruiz de Asúa(3), capitán del “Vita”, yate empleado para su transporte hasta México, que ocupaba 160 maletas y cuatro cajas. Dicha embarcación, perteneciente a la corona española en su día, cuando su nombre fuera “Giralda”, la adquirió el naviero Marino de Gamboa, testaferro de Juan Negrín, durante la Guerra Civil. Pues bien, partiría el 28 de febrero de 1939 con rumbo a México, bajo custodia de un grupo de carabineros al mando del capitán Enrique Puente, responsable de la custodia del tesoro.

Indalecio Prieto, “El Héroe de Retaguardia”, durante uno de sus muy celebrados mítines. Su actuación mientras la guerra se decantaba indefectiblemente a favor del bando alzado, dejó muchísimo que desear, como también ocurriese a raíz del triunfo derechista en las elecciones republicanas.
Casi un mes después arribaba a Veracruz con órdenes de entregar la carga al doctor José Puche, exrector de la Universidad de Valencia y delegado oficial de Negrín en el país azteca. Pero como a su llegaba no hubiera ni rastro del receptor, Puente decidió contactar con Indalecio Prieto, antiguo ministro de Defensa Nacional y a la sazón en funciones de embajador republicano. Sabedor Prieto de que Juan Negrín había obtenido del presidente Lázaro Cárdenas todo tipo de garantías sobre la custodia del tesoro, en tanto él personalmente no pudiera hacerse cargo del mismo, propuso eximirle de tanta responsabilidad. Hasta hoy nadie ha podido explicar con qué argumentos o argucias el orondo y populista Prieto convenció al no menos populista presidente de la nación mexicana. Lo único incontrovertible es que aquella rapiña se descargó en Tampico desde donde la trasladaron a Ciudad de México, bajo control y responsabilidad de la JARE -Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles-, creada por el mismo Indalecio Prieto. Al menos casi toda, porque según fuentes mexicanas un cierto número de cajas conteniendo en torno a 14 millones de dólares en lingotes de oro, más paquetes de valores negociables, fueron trasladados a un vehículo blindado con rumbo desconocido. Aunque se ha especulado mucho sobre su posible destino, nada concreto se pudo colegir. Quedaron como hipótesis la teoría de supuestas mordidas, el “canon” presidencial de Cárdenas, o algo parecido a una caja de resistencia con vistas a la constitución de un gobierno republicano al otro lado del océano.
Consta, en cambio, que desde la estación de Buenavista numerosos camiones trasladaron cajas y maletas hasta el domicilio de José M.ª Argüelles, en la Avenida de Las Palmas, sito en el barrio residencial de San Ángel. Y desde ahí a un edificio de Indalecio Prieto, en el N.º 64 de la calle Michoacán, para desmontar las joyas y fundir parte del oro.
María Luisa Elío (Pamplona, 1926 – México DF, 2009), hija de Luis Elío Torres, durante la II República presidente de los pamploneses Juzgados Mixtos de Trabajo, recogió en “Voz de Nadie” o “Tiempo de Llorar”, libro editado póstumamente, el año 2017, cuanto viera siendo niña en la casa donde habitó con sus padres al llegar a México. Aquella familia venía de pasar las de Caín, puesto que en julio de 1936 el juez y páter familia, se libró del fusilamiento pasando tres años escondido en un cuartucho sin ventanas, con apenas cuatro metros cuadrados. Sólo tras hacerse con un salvoconducto pudo huir a Francia, donde se hallaba la familia, y navegar hasta México.
“Las luces estaban encendidas -narró María Luisa-. Se abrió la puerta de una casa bien puesta pero impersonal. Él estaba sentado en uno de los sillones -refiriéndose a Indalecio Prieto con un nombre supuesto-. Esta es su casa, Carmen, dijo. Tenga en cuenta que todo el último piso será algo que llamaremos laboratorio; hay que guardar cientos de baúles. Instálense y yo les iré presentando poco a poco a las personas que trabajarán aquí; ya pensaremos, quizá, sea necesario que viva con ustedes alguien armado, como vigilancia”.
Otros pasajes resultan muy esclarecedores: “Algunas veces llegaban a casa unas camionetas como si fueran de tintorería o de tiendas de abarrotes que hundían el piso del pequeño jardín. Esas camionetas iban repletas de lingotes de oro, los metían en clósets que después se tapiaban. (…) Un día, estando yo en la cocina tomando un vaso de leche, entraron dos de esos hombres cargando unos cubos llenos hasta el borde de piedras preciosas; las lavaban como si fueran patatas y las más pequeñas desaparecían por la coladera. ‘Qué disparate -protesté yo-, pongan un trapo de cocina por abajo’. Excelente idea. Y nos pusimos todos a lavar esmeraldas, rubíes, brillantes. Téngase en cuenta que esas piedras estaban sin contar, un puñado en el bolsillo y ya. Hago hincapié en esto porque mis padres murieron en la pobreza total”.
Hombres anónimos, con escasa o nula pericia, extraían las piedras preciosas de muchas alhajas mediante el empleo de sustancias químicas. Se untaban las yemas de los dedos con grasa, evitando quemaduras, pero el peligro sobrevolaba siempre por aquella casita. Cuando ya la familia Elio se trasladó a otro inmueble, tuvo lugar lo inevitable; mezclaron líquidos y al unirse sobrevino un enorme estallido: “Quedó destrozada la encantadora persona que hacía ese trabajo. E (Indalecio Prieto) -citado siempre con otro nombre-, que se encontraba allí cuando ocurrió, llenó sus bolsillos de piedras preciosas y vino corriendo a nuestra casa, de pronto llena de joyas, sin que supiéramos qué hacer con ellas”.

La prensa mexicana se hizo eco del expolio del “Vita”, especulando sobre dónde pudiera ocultarse tantísima riqueza. En la imagen, “El Universal”, de México D. F. edición del miércoles 22 de enero de 1941.
La propia autora reflexionaba sobre los ahogos que atravesaban de continuo, la miseria en que vivían, con una ínfima designación por vigilar ese “laboratorio”, y su extrema honestidad: “El dinero que reuníamos cada mes ya no llegaba para nada que no fuese morfina -su madre, enferma, padecía dolores insoportables-, y alguna vez llegué a encontrarme a las dos de la madrugada con un peso en el bolsillo, en medio de la calle, buscando morfina. Cómo pensaba yo entonces en el tesoro del Vita: un puñado de esas piedras preciosas y mi madre estaría atendida cómodamente”.
¿Pero acaso veían esa misma honestidad, tanto la joven María Luisa como sus padres, entre los componentes de la trama? Su hijo Diego reconocía sin ambages que a lo largo del libro y en las historias que escuchara siendo niño, a modo de aventura policiaca, no había asomo de simpatía hacia Prieto. Y la verdad es que cuanto fue sucediendo por aquella época, ponía más que entredicho al socialista de verbo fácil y entusiasta mitinero.
Según distintos estudios, el reparto de subsidios a los refugiados estuvo preñado de favoritismos e inequidades. Si alguien llevó las exigibles cuentas, debió hacerse en papel de fumar, y no en libros contables. Los refugiados españoles elevaron quejas y hasta denuncias a la JARE, y en 1942 el Gobierno de México ordenó una auditoría con el propósito de esclarecer aquella administración tan opaca, luego de descubrirse la ocultación en el extranjero de dos millones de dólares, como mínimo. Se crearon escuelas, muy cierto; empresas y asentamientos agrícolas, e incluso un servicio farmacéutico que proporcionaba atención gratuita a los exiliados. Pero no es menos verdad que parte de aquellas mercantiles, trabajasen o no en ellas miembros de la España derrotada, mayoritariamente acabarían en la ruina, o vendidas a inversores mexicanos y al propio gobierno, por un precio irrisorio. La Sociedad de Crédito Industrial, Productos El Fuerte, o Sosa de Texas, constituyen claros ejemplos.
Disuelta y enterrada la Junta de Auxilio a los Refugiados Españoles, se creó una Financiera Hispanomejicana S. A. con el teórico propósito de sustituir a la anterior. Aunque por no variar, ni el Gobierno Republicano en el Exilio, ni Indalecio Prieto, o su familia, ni cualquier otra voz socialista, arrojaron la menor luz sobre en qué se esfumó semejante dineral, que algún cálculo optimista hizo crecer hasta los 15.000 millones.
Parte de esas anomalías saltaron a las páginas periodísticas mexicanas, y a las de España. Sobre todo cuando la CNT pusiera en solfa irregularidades sin cuento. Indalecio Prieto y su gente habían acaparado todas las funciones de la JARE, sin consentir la más mínima aproximación anarquista. Sólo una cosa cabe asegurar con rotundidad: ni un solo céntimo llegó a las manos de ningún futbolista. No ya a las de quienes mejor se hacían valer en Argentina o México, sino a las de cuantos como Egusquiza, con un pulmón menos a causa de la tuberculosis, o Pablito Barcos, luego de sucesivas lesiones en las rodillas, quedaran inútiles para el fútbol a temprana edad. Vistos los hombres del Euzkadi como traidores desde la piel de toro, y consecuentemente sin derecho a nada. Y como diosecillos afortunados entre quienes repartieran dádivas. Fue gracias al empleo ofrecido por Ángel Urraza en una de sus empresas, como pudo salir adelante el defensa Pablito. A la ayuda de sus compañeros en el Euzkadi, como echase a volar el portero Egusquiza. A los brazos abiertos con que acogiese Luis Regueiro a otros, en su negocio maderero. Y puede que incluso ellos mismos, Luis, Pedro y Daniel, tercero de la dinastía Regueiro, a quien su padre no consintió enrolarse en la formación verde, dada su juventud, aunque acabara uniéndose a los otros dos en México, lograran montar su negocio a instancias del propio Urraza. Al fin y al cabo, el antiguo “hulero” era socio en otra compañía maderera. Nada tendría de extraño que aconsejara, o sugiriese a Luis, capitán del conjunto en la cancha y fuera de ella, invertir en ese sector.

El potentado Ángel Urraza Saracho. Fue él quien evitó a los componentes del Euzkadi vivir una situación agónica, cuando el gobierno vasco que los embarcara en su aventura, acuciado por sus propias “necesidades” los dejase al pairo.
Comoquiera que fuese, aquella gira pasó factura a todos; desde el primero hasta el último. Ni Zubieta, que esperaba volver como mucho dentro de un año. Ni Iraragorri, no viendo el momento de abrazar a su madre. Ni Lángara, con el pensamiento cosido al verdor brumoso de Asturias y la camiseta del Oviedo. O Emilín, Urquiola, Serafín Aedo, Gregorio Blasco, Cilaurren, Larrínaga, Muguerza o los Regueiro, pudieron o se atrevieron a emprender el retorno hasta pasados varios años. Los primeros en 1946, otros mucho más tarde, e incluso algunos apenas de visita vacacional. De eso tratará el último capítulo. De aquellas vidas obligadamente improvisadas a tanta distancia de casa, por mor de las circunstancias.
Olvidados por el PNV, después de embarcarlos en tan agitada aventura. Demonizados por el bando vencedor. Inexistentes para Indalecio Prieto, entretenidísimo con sus manejos. Aunque libres de sanciones o impedimentos dictados por la FIFA. El cúmulo de funestos acontecimientos que habrían de asolar a Europa durante seis años interminables, convirtió aquella demora en la toma de decisiones sobre estos futbolistas “hasta la próxima reunión del Comité”, en un nunca jamás, conforme en realidad proyectase el máximo rector del fútbol mundial, con Adolf Hitler y su locura, o en paz dichosa.
Y entre medias, o ya concluida la segunda conflagración mundial, Indalecio Prieto refrescando memorias, con el consiguiente daño colateral para aquel puñado de deportistas. Tal y como ocurrió cuando entre agosto y setiembre de 1947 se dejara caer por Francia y, entrevistado en medios afines, volviese a cargar con pólvora distintas linotipias a este lado de los Pirineos. Todo, porque con su particular verborrea quiso justificarse tergiversando la reciente historia, volviendo a poner de actualidad lo que empezaba a ser molesto pasado.

“Neumáticos Goodrich Euzkadi”, la fábrica de Ángel Urraza Saracho, además de patrocinar al Euzkadi como club de la Liga Mayor mexicana, dio cobijo laboral a algunos componentes del equipo.
“Yo salí de España a finales de 1938, en misión diplomática -empezó asegurando-. Consistía en representar a nuestra Patria como embajador extraordinario en la toma de posesión del nuevo presidente de Chile. Aunque eso no fuera sino un pretexto. Yo salí de España y comuniqué mis propósitos al entonces jefe de Gobierno, con la idea de sugerir a las Repúblicas hermanas de América, a las que hablan nuestro idioma, la necesidad de que ellas, en un rasgo fraternal, intervinieran para poner fin a una contienda que nos desangraba. Los acontecimientos devastadores para la República se sucedieron más precipitadamente que mis propósitos, y cuando yo apenas había iniciado mis contactos, la República se desplomó”.
Las “Memorias” que publicase en Buenos Aires su amigo entrañable Julián Zugazagoitia, ministro de Gobernación cuando Prieto tomase las de Villadiego, contradecían en buena medita tanta grandilocuencia. El 29 de marzo de 1938, ante el gobierno republicano reunido en Consejo, Prieto habría manifestado: “Señores; ante la falta de combatividad de nuestras tropas, su desorden y desorganización; ante la enormidad del material adversario, preveo que los facciosos llegarán al Mediterráneo. Tengo por inevitable el hecho y deben tomarse ya las medidas procedentes. El Gobierno debe fijar criterio sobre su lugar de residencia: si ésta debe seguir siendo Barcelona o si, por el contrario, debe trasladarse a otra zona”. Y Negrín, según Zugazagoitia, se apresuró a responder: “El gobierno debe continuar aquí, para no perder contacto con la frontera”.
El pesimismo imperaba durante esos días en el ámbito gubernamental. Sobre todo desde que el general Vicente Rojo avisase a esos mismos gobernantes que “debían considerar las posibilidades de una derrota militar”. Opinión reforzada por las palabras más expeditivas del coronel Hidalgo de Cisneros al propio Indalecio Prieto: “La situación militar es de tal naturaleza que todos debemos quitarnos las caretas”. Bofetón de realidad que pesó mucho en la moral para entonces muy decaída del líder socialista, a tenor de cuanto sobre aquel Consejo escribiera Julián Zugazagoitia: “Después de comer, tomando café, va dándonos sus confesiones personales. Son terribles. Estamos, dice, en el epílogo de la lucha. He escrito una carta a mis hijas diciéndoles que hemos entrado en el último episodio. Preveo el desenlace para el mes de abril. Y es que en abril se han producido en mi casa todos los acontecimientos destacados”.
Abril de 1938. Téngase en cuenta que los hechos narrados transcurren en marzo del 38, un año antes de la derrota definitiva. Pero es que las previsiones de Prieto, siguiendo lo narrado por Zugazagoitia, no concluían ahí: “La frontera -exclama-, nos será cerrada con bayonetas y se podrá contar con los dedos de la mano a los españoles que consigan cruzarla. Los que esperan una acogida generosa, se engañan. Los franceses no sólo no nos estiman, sino que nos desprecian. Cuando empujada por el miedo la masa humana pretenda penetrar en Francia, una barrera de senegaleses, bayoneta calada, les cerrará el paso”.

También la prensa española se ocupó del oro y las alhajas del “Vita”, no sólo durante los años 40. En la imagen, recorte del vespertino bilbaíno “Hierro”, correspondiente al 7 de enero de 1967.
Prieto no era el único en prever un desplome, como el propio Zugazagoitia reconocía en otro pasaje de sus memorias, al repasar identidades de quienes repentinamente huían en desbandada: “Rafael Méndez, subsecretario de Gobernación, y yo, hicimos muchas risas, ¡munchas!, registrando ciertas precipitaciones inesperadas y sorprendentes. Fue frecuente que nos sacaran de la cama a horas intempestivas para firmar pasaportes, cuyos propietarios no podían esperar al día siguiente”. Al menos “El Héroe de Retaguardia” como en ciertos ámbitos republicanos se conoció a don Indalecio, por su discurso encendido, de arenga triunfal, era hombre organizado y no fue de los que huyó a la brava. Lo hizo soltando impedimenta, cautelosa y eficazmente. El 30 de marzo dejaba el Ministerio de Defensa, aquel que cuando tomara posesión del mismo, entre voces de ¡No pasarán!, definiera como de “Defensa y Ataque”. Y fue tejiendo la madeja, para no verse ante un pelotón de senegaleses cerrándole el paso con sus bayonetas.
Tanteó primero la embajada de México, “con el propósito de organizar desde allí el envío de fondos con los que atender a tanto emigrado”. Un proyecto que naufragó, al ser muchos los postulantes. Luego, como alternativa, se aferró al báculo de la hermandad hispanoamericana. Y por fin, el 17 de noviembre de 1938, su salida hacia Chile mediando una breve escala en Camprodón, para entrevistarse con Negrín y ultimar detalles sobre en qué términos cabía negociar la paz. Porque ese, efectivamente, era el proyecto: negociar la paz. O si se prefiere, una rendición digna. Al menos el propósito de Negrín, según refleja su correspondencia. Algo imposible a esas alturas, teniendo Franco todos los triunfos tan a mano. Y como el líder socialista sabía sumar dos más dos, como si por algo destacó siempre fue por hacer de la necesidad virtud, consciente de que el último sueño de Negrín estaba condenado al fracaso, incluso contando con todo el apoyo de la Repúblicas americanas de habla hispana, se entregó a turbios manejos en derredor del presidente mexicano Cárdenas y su cohorte de consejeros, con la mirada puesta el tesoro del “Vita”.
En México le aguardaba su hijo Luis, con una cuenta en el Banco Nacional que según el Banco de España ascendía a 529 millones de francos franceses.

Primera página, manuscrita, de la declaración del capitán del “Vita” en Lequeitio el 24 de julio de 1970, ante el fiscal de la Audiencia Provincial bilbaína. Cuarenta y un años después, aquella rapiña continuaba siendo un tema actual.
Aunque Indalecio Prieto quisiera quedar como hombre de estado desde Francia, el año 1947, lo cierto es que alguna actuación anterior no invitaba a aceptar sin más ni más su lavado de imagen(4). Por otra parte revolver páginas ya leídas sobre un libro tan sangriento, como era el de la Guerra Civil, sólo podía perjudicar a quienes se batieron en el lado republicano, fuere en los frentes o con uniforme de futbolistas en misión propagandística por Europa y América.
Parte de aquellos jugadores nunca entendieron por qué se les siguió pidiendo cuentas políticas largo tiempo después. A Félix Martialay, empero, le costaba admitir que, en efecto, se les tomara la matrícula. Iraragorri volvió a jugar en el At. Bilbao, solía decir. Y si Areso no lució el uniforme azulgrana fue porque los culés no lo quisieron. Lángara se retiró en el Oviedo. Zubieta colgó las botas en La Coruña… Por mi parte, discrepaba amigablemente durante las conversaciones que manteníamos mientras él trabajaba en su monumental Historia sobre “El Fútbol en la Guerra Civil”, donde había mucho que contar sobre la epopeya del Euzkadi: “Una cosa es que no se les impidiera el retorno, y otra que se aceptase su vuelta con naturalidad. Ni la F.E.F. ni el gobierno podían prohibírselo, después de haber revuelto cielo y tierra para forzar el regreso a sus antiguos clubes. ¿Cómo hubieran quedado ante la F.I.F.A.? Hubiesen perdido hasta la última brizna de crédito dándoles el portazo. Aunque por cuanto respecta a Pedro Areso, en seguida le señalaron la salida. Además se les admitió como futbolistas, no cuando quisieron ejercer de entrenadores. Lángara sondeó no una vez, sino cuatro o cinco, sus posibilidades de trabajar como entrenador en España. Y a Zubieta sólo le dieron el pláceme al inicio de los años 60, si pasamos por alto aquellos pintitos en Riazor como futbolista-entrenador. Ya, ya sé que “El Chato” Iraragorri entrenó al Athletic, pero no cuenta porque nadie como él supo agenciarse padrinos tan formidables antes abrazar a su madre en Galdácano. Iraragorri, que por cierto siempre fue visto como un buen chico, un nacionalista tibio, estuvo deshojando la margarita ya en Barbizon, entre volver o no. Y hasta sonó como uno de los posibles gestores del Euzkadi, cuando desde San Sebastián se quiso descabezar a Irezábal y Alegría”.
Disfrutábamos mucho exponiendo nuestros puntos de vista, quizás porque coincidíamos en lo fundamental: en el hecho que la política peor entendida los utilizó siempre, desde ambos bandos; ora como ejemplo de patriota republicano, ora como escarmiento de cuantos durante el franquismo más duro, el de los 40 y primeros 50, fueron vistos como traidores. Los manejos de Indalecio Prieto con cuanto transportara el “Vita”, avinagraron una herida todavía por cicatrizar.
Mucho tiempo después, ya en plena transición a la democracia y cuando sólo unos pocos españoles recordaban vagamente, o sabían algo del Euzkadi, resucitó el saqueo que Negrín llevase a cabo, la posterior apropiación de Prieto y el fantasma del “Vita”, que tras convertirse en patrullera norteamericana durante la II Guerra Mundial acabó perteneciendo a la Marina de Israel. Ocurrió cuando José Prat se presentara a las elecciones de 1977, como cabeza de lista en la candidatura del Partido Socialista Obrero Español (Sector Histórico). Al recordársele su implicación directa en el reparto del tesoro rapiñado, aseguró que el dinero del Vita fue puesto a disposición de la Junta de Ayuda Exterior de España, empleándose en la atención de miles de españoles en el exilio. Él, que había vivido 32 años sin pisar España, fue más tajante, incluso: “Las cuentas se llevaron con el mayor escrúpulo. Y justificaremos el correcto empleo de hasta la última moneda”.
¿Lo adivinan? Hasta hoy nadie intentó, siquiera, aclarar nada.
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(1).- Los funcionarios públicos estaban virtualmente obligados a afiliarse a Falange. Cada promoción de secretarios de Administración Local recibía, junto al certificado acreditativo, su volante de adscripción al partido único. Entre los profesionales de la enseñanza no estaba bien visto rehuir la afiliación, y hasta el umbral de los años 60 en las escuelas públicas era costumbre elaborar colectivamente un Cuaderno de Falange, glosando su doctrina, biografías sucintas de sus líderes o logros atribuibles a dicha formación. Tanto al entrar como al salir de clase, el alumnado entonaba a coro himnos falangistas, como el Cara al Sol, Cubre tu Pecho de Azul, Voy por Rutas Imperiales, o el tradicionalista Por Dios, por la Patria y el Rey. Ser falangista implicaba, o así se cría, un mérito ante concursos de promoción interna, oposiciones, etc. Otra cuestión era si todos los camisas azules contribuían a la financiación del órgano. Un informe fechado en 1943 concluyó que casi el 80 % no estaban al día en sus cuotas. Paralelamente surgieron voces solicitando acabar con tanto signo externo, puesto que estaba haciéndose un flaco favor “a la auténtica imagen de dignidad y señorío exigible al movimiento falangista, cuando incluso los carteristas lucen en la solapa o el pecho, sin pudor alguno, el yugo y las flechas”.
(2).- A tenor de un informe suscrito por el Departamento de Justicia del Gobierno de Euzkadi, en su reclamación al Tribunal de La Rochelle, semejante botín ascendía como mínimo a 6.498 millones de ptas., de la época. Cifra que según las autoridades galas, considerando la revalorización de esos bienes durante el periodo de embargo, prácticamente debía ser multiplicada por dos.
(3).- Declaración testifical en el juzgado de Lequeitio (Vizcaya), el 24 de julio de 1970.
(4).- Indalecio Prieto sufragó el flete de un buque cargado de armas con rumbo hacia Asturias, para sustentar la Revolución de Octubre, cuando la República había cambiado de manos mediante el voto ciudadano. Fue una sublevación contra el gobierno electo en toda regla, un fracasado golpe de estado, mediante el que la Alianza Obrera, compuesta por el PSOE, el FSA, la UGT, la CNT y el entonces apenas testimonial PCE, trataron de imponerse a tiros y estallidos de dinamita. Los comandantes designados por gobierno cedista, Manuel Goded, Francisco Franco, Eduardo López Ochoa, Juan Yagüe, Pedro de la Cerda, Lisardo Doval y Carlos Bosch, aplastaron a los líderes revolucionarios Belarmino Tomás, González Peña, Martínez Dutor y Teodoro Menéndez. Entre 1.500 y 1.900 personas cayeron e las refriegas, y el número total de detenidos parece superó los 22.000. Prieto, político en ejercicio, intentó obtener por las armas lo que las urnas no le habían otorgado. Años después, asegurando haber aprendido la lección, hizo propósito de enmienda entre disculpas, comprometiéndose a no reincidir. Curiosamente, a lo largo de los últimos 30 ó 35 años, su figura muy denostada durante el franquismo ha experimentado un concienzudo lavado de cara, sin la aportación de un nuevo argumentario histórico. El péndulo, que diría un filósofo. Las olas vienen y van. Todo lo que sube, baja. Como la Historia, que tanto se repite. Como Indalecio Prieto, que adecuaba el discurso a la oportunidad de cada momento.

El “Vita”, ya sin mástiles, convertido en nave patrullera, primero de la Armada estadounidense y luego de la israelí.