Ha muerto Félix Martialay

Esta es la noticia que jamás querríamos publicar en los Cuadernos de Fútbol. Pero así ha sido: nuestro fundador, director y maestro Félix Martialay ha muerto.

Es muy difícil encontrar palabras para expresar el dolor que sentimos todos los miembros del CIHEFE en estos momentos en los que ni siquiera podemos todavía entender que don Félix ya no está entre nosotros.

Todos lo admirábamos mucho, y todos lo queríamos mucho. Decir que era el mejor historiador del fútbol español es demasiado poco, decir que era maestro de todos nosotros es demasiado poco.

No creemos que se pueda explicar quién fue Félix Martialay sin quedarse corto, sin olvidar un aspecto fundamental de su vida. José Ignacio Corcuera dice que su vida fueron tres vidas de alguien normal, y quizá incluso con eso se queda corto.

Publicamos a continuación una biografía suya resumida, pero ahí no se dice nada de lo más importante de don Félix: que era muy buena gente. Además de un hombre absolutamente genial. Uno jamás podía cansarse de oírle, de hablar con él, de aprender de él. Y cuando escribimos estas palabras parece imposible estar hablando en pasado, tener que aceptar que ya nunca más podremos oírle dar clases magistrales en los momentos más inesperados.

Nosotros nunca podremos agradecerle lo que él hizo por nosotros, pero al menos queremos dedicarle este número de la revista que él fundó y dirigió hasta su muerte. Es el pequeño homenaje que podemos hacer a quien ha sido tan grande.

Por último no queremos terminar este editorial sin dar las gracias a las decenas de lectores y amigos que nos han mandado sus condolencias, muchas gracias a todos ellos. Igualmente queremos mandar un abrazo muy fuerte a toda su familia: nunca olvidaremos vuestra amabilidad en los momentos más difíciles.

 Hasta siempre, Félix, hasta siempre, amigo, hasta siempre, maestro.

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 Reunión de miembros de CIHEFE, diciembre de 2006. De izquierda a derecha: Luis Javier Bravo, Félix Martialay, Víctor Martínez Patón, José del Olmo y José Ignacio Corcuera.




Biografía de Félix Martialay

Félix Martialay Martín-Sánchez

(Burgos, 6 de octubre de 1925 – Madrid, 9 de septiembre de 2009).

 

Periodista

Tras sus estudios en la Academia General Militar y en la Academia de Ingenieros del Ejército, Félix Martialay se diplomó por la Escuela Oficial de Periodismo en 1952. Para entonces, llevaba ya diez años colaborando con distintos medios: Campo Soriano (1942), La Voz de Castilla (1944), Amanecer y el programa Estadio (RNE, 1951). Simultáneamente continuó la carrera militar hasta el año 1982, cuando pidió voluntariamente el retiro con el grado de coronel de Ingenieros.

Mientras cursaba estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de Madrid (sección de Historia contemporánea) fundó las revistas Mensaje (1952), y Empuje (1954), periódico para el soldado. Posteriormente fue redactor jefe de la revista Vida Nueva (de Propaganda Popular Católica), y «resucitó» y dirigió el semanario Flores y Abejas (1962-1967), publicación de enorme solera y prestigio en Guadalajara, desaparecida en 1936.

También trabajó en Televisión Española, en que fue director de los programas Flash y El Mundo del Deporte (1968-1971); gracias al último fue galardonado con las placas de las federaciones de tiro con arco, béisbol, balonmano y hockey sobre patines.

Pero su mayor éxito como periodista llegó en 1987, cuando fue nombrado director del diario El Alcázar. Martialay había comenzado en el diario como crítico de cine y ascendió sucesivamente a redactor jefe, subdirector y finalmente a director. Puede ser un hecho insólito el que un crítico de cine acabe siendo director del diario en el que trabajaba.

Tras el cierre de dicho diario fundó, en 1991, el semanario La Nación, del que fue editor y alma mater durante dieciocho años, hasta el instante mismo de su muerte.

Crítico de cine

La pasión que había experimentado desde joven por el cine no solo se materializó en sus artículos periodísticos. Martialay fue uno de los primeros españoles que consideró que el cine era un arte y dedicó muchos esfuerzos para defenderlo: no solo creó y dirigió cine clubs en Colegios de Bachillerato y Universitarios, sino que fundó las primeras revistas españolas dedicadas íntegramente al cine: Film Ideal (1956) -que fue considerada en su momento como una de las mejores de Europa-, Temas de Cine (1958) y Esquemas de Películas (1958). También fue crítico de cine de Radio Nacional de España.

Su labor pronto comenzó a ser reconocida: en 1958 recibió el Premio Sant Jordi de la Crítica Cinematográfica de Barcelona; el Premio Dama de Elche del CIDALC en 1961; el Premio Nacional de Revistas Cinematográficas (Ministerio de Información y Turismo) en 1963 y el Premio Nacional de Crítica Cinematográfica en 1966; el Premio Crítica del Círculo de Escritores Cinematográficos en 1965, 1966 y 1973; y el Premio Crítica de Tribuna Abierta en 1980 y 1983.

Diplomado por la Cátedra de Historia y Estética de la Cinematografía de la Universidad de Valladolid (1967), fue nombrado profesor para la misma (1968-1971). También impartió cursos de cinematografía en la Universidad de Salamanca (1971-1976), en donde se ocupó durante tres años de la clase de Cine Español en los cursos para extranjeros. En 1974 fue nombrado profesor de Historia del Cine en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense, sección Imagen, en donde permaneció durante cinco años.

Asiduo asistente a los festivales internacionales de cine, tanto de España como del extranjero, fue en muchas ocasiones miembro de los jurados correspondientes. En este sentido cabe destacar que fue miembro del comité de selección de películas del Festival Internacional de Cine de San Sebastián, entre 1967 y 1976.

Presidente del Círculo de Escritores Cinematográficos desde 1977 a 1991, fue director y guionista de los documentales La legión de hoy (1970) e Historia de la Copa del Generalísimo (1971).

Historiador del fútbol

Reconocido unánimemente como el mejor historiador del fútbol español, Martialay comenzó su relación con el fútbol como periodista en Campo Soriano, siguiendo en el Boletín del Real Madrid (1970-1976), El Alcázar, La Noche, Radio Peninsular, Fuerza Nueva, Fútbol (RFEF), La Nación y Cuadernos de Fútbol (RFEF), en los que firmó con su propio nombre o utilizando los pseudónimos de «Martín Alegre» y «Miguel Fuertes».

Desde joven compaginó el estudio de la Historia con los menesteres de cronista. Así en 1957 y 1958 publicó sus primeras obras de carácter histórico dentro de la Enciclopedia de los deportes. En 1968 escribió la primera edición de Una historia de la selección española de fútbol, de 1.300 páginas, cuya edición se frustró por la muerte del editor. Fue precisamente esta obra la que estimuló a Martialay a continuar con más empeño en su labor histórica, ya que pretendía tener actualizado su contenido.

Sin embargo el salto cualitativo en la obra de Martialay, y en la historiografía deportiva española, tuvo lugar en los años 80, cuando, dada por concluida su dedicación al cine, se dio cuenta que la historia del fútbol español necesitaba ser revisada completamente, desde el principio y con las mejores fuentes a su alcance, que casi nunca resultaron ser los libros publicados. Así comenzó una intensa labor de búsqueda en hemerotecas, de entrevistas con los personajes y con familiares de personajes ya fallecidos para conocer de primera mano toda la historia de nuestro fútbol.

El resultado de esta labor son varias monografías, entre las que hay que destacar La implantación del profesionalismo […] (1996) y ¡Amberes! […] (2000), obras cumbre de la historiografía deportiva de España. Pero incluso por encima de estas hemos de colocar El fútbol en la guerra, obra cuya investigación ha ocupado a Martialay varios decenios y a la que dedicaba todo su empeño hasta su muerte. Aunque no pudo terminarla dejó escritos nueve tomos completos.

Junto a la investigación dedicó mucho esfuerzo a la difusión de la historia del fútbol. Lo que materializó fundamentalmente de dos maneras: fundando una revista especializada en historia del fútbol y formando a dos generaciones de investigadores.

Los Cuadernos de Fútbol los fundó Martialay en la RFEF en 1999 y, aunque solo tuvieron 16 números, se recordaban como la mejor publicación que había existido sobre historia del fútbol español. La preocupación por haber perdido este medio de difusión cultural acompañó años a Martialay, que en 2009 propuso al CIHEFE retomar la idea de una revista de historia del fútbol, publicada gratuitamente en Internet para que pudieran llegar a mucha más gente. Así nacieron el día 13 de julio de 2009 los nuevos Cuadernos de Fútbol, ­de los que Martialay fue director hasta su muerte.

Su enorme y meritoria labor didáctica con sus discípulos la llevó a cabo a través del Centro de Investigaciones de Historia y Estadística del Fútbol Español (CIHEFE), del que Martialay fue vicepresidente hasta su muerte, y en el que se aglutinan los más prestigiosos historiadores del fútbol español. El 10-9-2009, día siguiente de su fallecimiento, la junta directiva de la asociación reunida con carácter de urgencia, lo nombró presidente honorario.

Su excelente labor en este ámbito lo llevó a ser considerado unánimemente como el mejor historiador del fútbol español, como reconocieron en 2005 la Real Federación Española de Fútbol al otorgarle su insignia de oro y la Real Academia de la Historia al incluirlo en su Diccionario Biográfico Español.

Su brillantez como historiador del fútbol fue igualmente reconocida en el ámbito internacional al ser nombrado miembro de la federación internacional de historiadores del fútbol, International Federation of Football History and Statistics (IFFHS), con sede en Alemania.

Obras publicadas

  • Mientras suenan los tambores, Madrid, Rumbo, 1952.
  • Tratado de Trigonometría Plana, Madrid, Escuela de Aprendices de RENFE, 1953.
  • Enciclopedia de los deportes, tomo I: La furia española I: La gesta de Amberes (I), Granada, Arpem, 1957.
  • Enciclopedia de los deportes, tomo IV: La furia española I: La gesta de Amberes (II), Granada, Arpem, 1957.
  • Enciclopedia de los deportes, tomo V: La furia española II: Los mejores de Europa (1921-1923), Granada, Arpem, 1957.
  • Enciclopedia de los deportes, tomo VIII: La furia española III: La Olimpíada de París, Granada, Arpem, 1957.
  • Enciclopedia de los deportes, tomo X: La furia española IV: Un fenómeno: Zamora, Granada, Arpem, 1957.
  • Enciclopedia de los deportes, tomo XI: Di Stéfano: el mejor futbolista del mundo, Granada, Arpem, 1958.
  • Enciclopedia de los deportes, tomo XIII: La furia española V: Tiempo de vals: Danubio, Granada, Arpem, 1958.
  • Enciclopedia de los deportes, tomo XIV: Atlético de Madrid, Granada, Arpem, 1958.
  • Enciclopedia de los deportes, tomo XVI: Kopa, «El Napoleón del fútbol», Granada, Arpem, 1958.
  • Enciclopedia de los deportes, tomo XVII: La furia española VI: El caso Piera-Samitier, Granada, Arpem, 1958.
  • Enciclopedia de los deportes, tomo XVIII: Real Madrid, Granada, Arpem, 1958.
  • Enciclopedia de los deportes, tomo XXI: La furia española VII: La Olimpíada amateur, Granada, Arpem, 1958.
  • Enciclopedia de los deportes, tomo XXIV: La furia española VIII: Inglaterra muerde el polvo, Granada, Arpem, 1958.
  • El forofo, Madrid, Propaganda Popular Católica, 1958.
  • Tú y el deporte, Madrid, Propaganda Popular Católica, 1958.
  • El espiritismo, Madrid, Propaganda Popular Católica, 1959.
  • El boxeo, Madrid, Propaganda Popular Católica, 1959.
  • ¿Sabes ir al cine?, Madrid, Propaganda Popular Católica, 1960.
  • Cámara… acción… se rueda, Madrid, Propaganda Popular Católica, 1961.
  • Pasolini y su obra, Madrid, Ediciones Film Ideal, 1965.
  • Una historia de la Selección Española de fútbol, 1968 inéd. (eds. inéds. 1969, 1970, 1971, 1972, 1973, 1974, 1975, 1976, 1977, 1978, 1979, 1980, 1981, 1982).
  • La legión de hoy, 1970 [película documental].
  • Historia de la Copa del Generalísimo, 1971 [película documental].
  • Howard Hawks, San Sebastián, XX. Festival Internacional del Cine, 1972.
  • Cuarenta años de la vida de España, Madrid, Data Film 1986 (con Rafael Casas de la Vega, Salvador García Pruneda, Luis Hernández del Pozo, María Juana Ontañón de López Mateos, José Oriol Sevilla Vallejo y Manuel Tarín Iglesias).
  • Real Federación Española de Fútbol. 75 aniversario: 1913-1988, Madrid, Real Federación Española de Fútbol, 1988.
  • Anuario 1989, Madrid, Real Federación Española de Fútbol, 1990 (con Antonio Campoy López).
  • Anuario 1990, Madrid, Real Federación Española de Fútbol, 1991 (con Antonio Campoy López).
  • Anuario 1991, Madrid, Real Federación Española de Fútbol, 1992 (con Antonio Campoy López).
  • La implantación del profesionalismo en el fútbol español y el nacimiento accidentado del torneo de liga, Madrid, Real Federación Española de Fútbol, 1996.
  • Las grandes mentiras del fútbol español, Madrid, Fuerza Nueva, 1997 (con Bernardo Salazar Acha).
  • España en la Copa del Mundo, Madrid, Real Federación Española de Fútbol, 1998 (con Rafael Cañada Marichalar, José Miguel Mata Benito, Enrique Ortego Rey, Bernardo Salazar Acha y Pedro Sardina Arthous).
  • España en la Eurocopa, Madrid, Real Federación Española de Fútbol, 2000 (con Bernardo Salazar Acha).
  • ¡Amberes!: allí nació la furia española, Madrid, Real Federación Española de Fútbol, 2000.
  • Aquellos domingos de gloria. 1939-1976. Los años heroicos del fútbol español, Madrid, La esfera de los libros, 2002 (con Amancio Amaro, Gustavo Biosca, José Eulogio Gárate y Antonio Puchades).
  • 75 años del Real Valladolid, Valladolid, ed. Real Valladolid, 2003 (con Luis Javier Bravo Mayor y Víctor Martínez Patón) [base de datos].
  • Historia total del fútbol español, Madrid, ed. CIHEFE, 2006 (con Luis Javier Bravo Mayor, Víctor Martínez Patón, Ramón Moraleda Gutiérrez y José María del Olmo Rodríguez) [base de datos].
  • Todo sobre la selección española, Madrid, Librerías Deportivas Esteban Sanz SL, 2006.
  • Todo sobre todas las selecciones, Madrid, Librerías Deportivas Esteban Sanz SL, 2007.
  • El fútbol en la guerra, inéd.




Carta abierta a Félix Martialay

A Félix sólo le puedo mostrar mi más profundo agradecimiento por todo lo que he podido aprender de él. Y sea este reconocimiento para un maestro en todos los sentidos que tan importante vocablo encierra.

Hace más de quince años que Félix y yo nos conocemos. Por entonces CIHEFE estaba dando sus primeros pasos tratando de equipar la investigación de la historia y la estadística del fútbol español a la misma altura de otras asociaciones que gozaban de gran reconocimiento en sus respectivos países. Algunos nombres importantes se acercaron para interesarse por lo que podían obtener de CIHEFE, mientras que los más modestos llegaban ofreciendo su colobaración sin ninguna pretensión. Un buen día Félix se puso en contacto personalmente conmigo: ¿cómo, se trabaja a destajo y no se cobra ni un duro? No fue suficiente para asustarle. Al contrario, a partir de entonces no se puede concebir la existencia de CIHEFE sin Félix. Supo interpretar desde el primer momento el espíritu que nos movía, se convirtió en ejemplo de trabajo e investigación para todos y su constancia sirvió de aliento para que la empresa no se difuminara en los días más adversos.

A lo largo de todos estos años nos hemos reunido en numerosas ocasiones con la excusa de hablar de fútbol. En esos encuentros he de reconocer abiertamente que siempre ha despertado mi admiración ante su inagotable capacidad de trabajo y su persistencia en la búsqueda de pruebas. Sus textos son una verdadera obra de artesanía donde los datos sostienen elaborados comentarios adornados de precisas ilustraciones, todo ello con singular acierto. Jamás le he visto escribir una frase con ligereza o improvisación. Sin ninguna duda, es el mejor historiador que existe del fútbol español y por ello es requerido por la IFFHS para cubrir la información de nuestro fútbol.

Aún así, hay un aspecto que pongo por delante de todos: la amistad que Félix me ha brindado. Una amistad basada en unos lazos de sinceridad, honradez, honestidad, respeto y afecto. Por eso, conociéndole, le pido perdón públicamente por haber escrito estas líneas sin su consentimiento. Es una carta abierta que me ha dictado el inmenso aprecio que siento por un verdadero amigo. Félix, recibe un fortísimo abrazo.

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Miembros del CIHEFE momentos antes de que Félix Martialay recibiera la insignia de oro de la RFEF. De izquierda a derecha: José Ignacio Corcuera, Ramón Moraleda, Félix Martialay, Víctor Martínez Patón y José del Olmo.




El Tucídides del fútbol español

Dicen los expertos que fue en el siglo VI antes de Cristo cuando surgió en el mundo occidental la idea de individualidad: en Grecia el hombre dejó de ser sólo parte de una raza o de un pueblo para reivindicarse a sí mismo como ser individual. El surgimiento de esta nueva convicción provocó en los hombres de aquel tiempo la necesidad imperiosa de saber quiénes eran: así estaba escrito a la entrada de Delfos, en una frase que ha atravesado toda la Historia: «conócete a ti mismo».

Fue en este siglo VI cuando Tales hizo su célebre viaje a Egipto y cuando su discípulo Anaximandro afirmó una intuición prodigiosa: el origen de todo es lo inescrutable. Es, en resumen, el nacimiento de la Filosofía. Ocurre sin embargo que el propósito de estos autores (al igual que del resto de los llamados presocráticos) estaba lejos de hacer Metafísica, sino que antes bien lo único que se proponían era hacer Física, esto es, estudiar el mundo que los rodeaba. Es por ello por lo que una de las tareas que llevó a cabo Anaximandro fue la de hacer un mapamundi.

Los hombres del siglo siguiente, herederos y cultivadores de esta filosofía, se dieron cuenta de que había un aspecto fundamental, descuidado hasta el momento, que les ayudaría a comprender quiénes eran: su pasado. Así lo entendieron los fabulistas jonios, el más famoso de los cuales es Hecateo de Mileto, que comenzaron a hacer las primeras investigaciones para desentrañar la verdad de entre todas las narraciones y cuentos que se conocían por lo menos desde época homérica.

Una generación después, en torno al año 440 a.C. Heródoto de Halicarnaso continuó la labor de Hecateo como investigador («histor») y creó la palabra «historia» para designar a esta nueva ciencia de la investigación del pasado. Heródoto hizo avanzar notablemente la ciencia historiográfica, sobre todo en la búsqueda de fuentes, pero, aunque crítico con él, fue incapaz de romper definitivamente con el mito, muy presente en sus nueve libros de Historia. Ese paso sólo conseguiría darlo, una generación más tarde, Tucídides de Atenas, magistral intérprete de las fuentes según un racionalismo en que sólo cabe el dato contrastado, sólo la conclusión lógica. Si, como es bien sabido, Tucídides es el padre de la historiografía moderna      , la del fútbol español tiene su propio maestro: Félix Martialay.

Explicar detalladamente la aportación de Martialay a la historia del fútbol español requeriría al menos una monografía, y hablar del personaje una colección de ellas. Podemos decir sin lugar a dudas que Martialay ha dedicado su vida al fútbol. Apasionado aficionado, pronto comenzó su producción, primero como periodista y después como historiador. Su profundísima cultura, inusual sentido común y agudísima inteligencia se mezclaron desde sus primeras páginas con un excelente estilo, a veces más cercano a lo literario que a lo periodístico. Ciertamente es capaz de mezclar magistralmente en sus obras periodismo y la historia, con una elegante prosa, cual Tucídides.

Su conocimiento y estudio de las fuentes es insuperable. Testigo de una gran parte de la historia de nuestro fútbol, su memoria sólo le sirve para saber cómo buscar documentos que prueben aquellas ideas preconcebidas que pudiera tener. Nunca se limita a una fuente, siempre busca todas las que están a su alcance para acercarse lo más posible a la verdad, el único principio que le mueve en sus investigaciones.

En los últimos veinte años su labor para la difusión de la historia del fútbol ha sido constante e incansable. Enumerar sus títulos nos ocuparía varias páginas, pero creo que entre ellos hay que destacar su «Implantación del profesionalismo y nacimiento de la Liga» y «Amberes, allí nació la furia española». Es probablemente en ellos donde Martialay ha escrito sus mejores páginas, donde más fruto ha conseguido dar a las innumerables fuentes consultadas, donde mejor ha demostrado cómo hacer un libro de historia del fútbol.

El empeño de Martialay no sólo se ha limitado a su brillante obra historiográfica, sino que ha formado y liderado a varias generaciones de investigadores e historiadores, con los que ha trabajado y colaborado en diversos estudios y a los que ha trasmitido todo su conocimiento y genialidad e inculcado sólidos valores.

Libros de fútbol se han escrito en España al menos desde los años veinte, pero sus autores no pasan de ser como aquellos primeros fabulistas jonios, narradores de historias más o menos fantásticas: nunca fue tan imitado Hecateo de Mileto como en el fútbol español. Félix Martialay, sin Heródoto en el que apoyarse, se ha convertido en el verdadero Tucídides de la historiografía deportiva en España, y por ello es digno merecedor del homenaje que la RFEF le rendirá en próximas fechas.




Gracias, Félix

Félix tenía un gran defecto: No dejaba nunca pagar a nadie cuando comía acompañado. De todas las veces que he comido con él, que tampoco fueron desgraciadamente demasiadas, siempre me dio las vueltas para adelantarse a la hora de abonar las consumiciones pertinentes. Félix era gran amigo de sus amigos y de sus no tan amigos. Suena típico y recurrente decirlo ahora que ya no está, pero es que en este caso es la pura y simple verdad: era un buen hombre y un gran señor.

Decía Félix, en una muestra de su inmensa humildad,  que la vida nos va decantando en diversas escalas, pero que él ni había entrado en la escala ni de los héroes ni de los protagonistas. Y apostillaba siempre con la pregunta de qué sería del teatro griego sin la presencia del coro, lugar éste dónde él se ubicaba, en una clara muestra de su escaso afán de protagonismo. Estoy seguro de que allí donde esté ahora mismo nos mirará y pensará «estos gilipollas están perdiendo la cabeza con tantas dedicatorias». Lo estoy viendo.

Hay personas que pueden hablar mucho y más sobre su figura, pero si a alguien que entienda de fútbol se le pregunta por quién es la máxima autoridad en la historia española de este bello deporte es obvio que responderá Félix Martialay. Con eso queda todo dicho.

Se nos ha ido el referente, la máxima figura; pero el legado que nos ha dejado no puede más que significar su clara voluntad de que continuemos en este proceso semi interminable de investigar la historia del fútbol español. En esas nos tendrás, querido amigo, no te quepa duda alguna.

Sé que no te gustaría tanta pomposidad y que nunca fuiste de halagos innecesarios y alabanzas exageradas, aunque las mereces sobradamente más que algunos idiotas que van por la vida mirando a los demás por encima del hombro. Así que lo único que puedo decirte de corazón es que gracias, Félix, gracias por lo que me enseñaste en tan poco tiempo.




Adiós a un maestro, adiós a un amigo

¿Cómo conocí a Félix Martialay?

Gracias a los boletines de CIHEFE.

Andaba yo en otras cosas futbolísticas más que en la investigación cuando decidí darle a esta un poquito más de tiempo. ¿Por donde empezar? Por nuestros boletines. Y ahí aparece una lista de nuevos asociados a los que no conocía siendo algunos de Madrid. Tenía conocimiento de Félix pues en mi biblioteca había alguna obra suya, con foto incluida, lo cual me facilitó aún más el contacto con él.

Durante un tiempo estuve coincidiendo en la misma sala de la Hemeroteca Municipal pero nunca llegué a abordarle, por no molestarle, por pensar que me iba a mandar a hacer puñetas…qué se yo, cada uno es como le parieron. Ante estas autodificultades decidí enviarle una carta, nada menos que de dos folios por ambas caras, lo recuerdo perfectamente. Pensé que diría ¡vaya coñazo de tío! (estoy seguro que lo pensó de todos modos) pero al menos me evitaba el trago de que me lo dijese en la cara. Pues el buen hombre se la jugó y me llamó por teléfono a casa quedando en conocernos en la próxima ocasión que coincidiéramos en la Hemeroteca. Así fue.

A raíz de este encuentro no volví a «desaparecer» de la escena «cihefera», lo cual tengo que agradecerles tanto a Félix como a Víctor Martínez que son los personajes que me engancharon más que nada con su amistad.

Quedar en la Hemeroteca Municipal para coordinarnos en los exitosos proyectos que nos hemos ido poniendo por delante era el primer paso. Ahí comenzamos a cimentar nuestra amistad a la vez que un grupo de trabajo que, junto a amigos de otros lugares de España, nos ha traído hasta donde estamos. De momento.

Me vienen a la mente la comida más lejana en el tiempo que recuerdo, la de la cafetería Manila, en la calle Goya. Recuerdo que nuestro presidente, Del Olmo, estuvo presente. ¿Moraleda? No recuerdo a nadie más.

Y aquella ocasión en que nos juntamos un nutrido grupo de historiadores en una rancia cafetería de la calle Alberto Bosch, junto al antiguo local de la RFEF. Primer gran intento de hacer algo grande en España.

Y que decir de las entrañables comidas del día 28 de diciembre en los últimos años. Invitados a comer siempre por Félix, que era el que «soltaba la tela» después de habernos puesto morados y comer estupendamente en Casa Juan.

En todos estos encuentros siempre era Félix quien llevaba la voz aglutinadora, quien deseaba que nos uniéramos para pasar un buen día y no nos preocupásemos más que de eso.

En los últimos años he tenido la oportunidad de pasar unas horas a la semana en su despacho de «La Nación», charlando de fútbol y otros temas que surgían, colaborando para poder construir ese gran edificio que tenía en mente y que este ingeniero no ha podido finalizar, y no será porque no le puso el alma. Hablo de su última gran obra «El fútbol durante la guerra».

Te ofrecía su ordenador y sus archivos como si tal cosa. Cualquier cosa que le pidieses te la ofrecía sin más.

Para mi ha sido un gran amigo y un maestro. Si, un gran amigo, a pesar de la diferencia de edad.

Félix, yo clara. Y más ná.




Las tres vidas de Félix Martialay

Hace tiempo escuché que en la vida raramente somos cuanto deseamos ser, sino lo que buenamente nos dejan. Tan pesimista sentencia puede sintetizar el retrato de no pocos congéneres, pero ni remotamente definiría a Félix, puesto que al menos vivió tres vidas. O si se prefiere, construyó tres carreras por demás sólidas, cada una de las cuales colmaría muchas existencias.

Primero, y hasta despedirse voluntariamente del Cuerpo de Ingenieros con el grado de coronel, fue militar. Después periodista, fundador de cine-clubes, crítico cinematográfico múltiples veces premiado, director de documentales, profesor universitario de Historia del Cine y fundador de uno de los referentes europeos en publicaciones sobre el séptimo arte durante los años 60. Y por fin fecundo, escrupuloso y muy didáctico historiador de fútbol. Yo le conocí en esta última faceta, y al margen de su profunda sapiencia, enorme capacidad de trabajo y acreditado sentido de la amistad, nunca dejó de admirarme su extrema modestia, traducida en una constante obsesión por quitarse méritos.

Recuerdo que, hallándose enfrascado en su monumental obra sobre el Fútbol durante la Guerra Civil -unos 6.000 folios de cuidadosa y analítica reconstrucción-, solía animarle en la medida de mis posibilidades tirando del: Por fin tendremos la auténtica historia del Euskadi en México, y su abrupta disolución. Aduciendo, claro, a los abundantes errores, inexactitudes y visiones sesgadas de cuanto hasta entonces se había publicado al respecto, a veces sin más soporte que una suma de recuerdos personales, rebozados en 40 años de lejanía. Él respondía con un lacónico: «Veremos hasta donde llego». Cuando tuve en mis manos el tomo relativo a las Federaciones Vizcaína y Guipuzcoana, no sólo habían desaparecido numerosos agujeros negros o caído por su peso varios mitos, como el de la furtiva deserción de Gorostiza desde Barbizon, a espaldas de sus compañeros, sino que al rescatar las memorias inéditas de uno de los comisionados por la Federación Española de San Sebastián para ofrecer la repatriación a todo el equipo, quedaba viviseccionado, con toda su crudeza, el miedo cerval del «león bilbaíno» Roberto, al avistar la frontera irunesa en su retorno, acompañado por Guillermo Gorostiza y el masajista Perico Birichinaga. Luego de mi calurosa enhorabuena, quise saber cómo se las había arreglado para dar con tan esclarecedor manuscrito. Y él se limitó a asegurar: «Pura cuestión de suerte».

Esa suerte no había surgido al doblar el primer recodo, sino después de muchas vueltas y revueltas, tras golpear en vano incontables portones cerrados, volviendo a andar el camino que otros recorrieron antes con peor paso y menos pericia. Pero es que para Félix, la meticulosidad y el trabajo bien hecho no eran merecedores de aplauso, sino simple obligación autoimpuesta.

Cierta vez le oí lamentarse sobre sus muchas lecturas, de las que no había podido extraer todo el jugo por puro y simple desconocimiento. «Ahora -decía-, ahora es cuando debería volver a releer todo aquello. Cuando podría entender más cosas, al haber ido formando mi propio rompecabezas». Y lo aseguraba alguien capaz de desmentir el supuesto viaje a México de García de la Puerta durante la Guerra Civil, desmenuzando en qué checas había pasado esos años, por un motivo tan estrafalario como haber mostrado a unos milicianos, entre su documentación, el recordatorio de la primera comunión. El mismo que recitaba cómo, cuándo, a impulso de quién y en medio de qué sanciones, quedó instaurado el profesionalismo futbolístico en España. O con qué tesón el presidente del Arenas de Guecho, entonces club señero y hoy modesta entidad de 3ª División, se las arregló para poner en marcha el Campeonato Nacional de Liga hace 80 años, venciendo todo tipo de obstáculos.

Aunque él no quisiera reconocerlo, era un tipo muy grande. No sé si más como persona que como historiador de fútbol, por mucho que resultara difícil, pues en tal faceta, en «la tercera de sus vidas», creo, honestamente, ha sido de largo figura con más calado y empaque. Gracias a sus libros y artículos, antes de conocerle personalmente, varios, por no decir casi todos cuantos hoy componemos CIHEFE, dimos el paso definitivo de aficionados, a voluntariosos compiladores de cuanto tiene que ver con la historia de nuestro fútbol. Con toda la modestia y deficiencias que se quiera, de acuerdo, pero como mínimo con una voluntad imitadora de la suya: a prueba de casi todos los desencantos.

Le voy, le vamos a echar de menos. Aunque pensándolo bien, los hombres como Félix nunca se nos van del todo. Y no porque vayamos a recordarlo a través de sus libros, impagables como referente o punto de partida hacia nuevas singladuras por el mar de la Historia. Simplemente, porque desde donde quiera que esté continuará junto a nosotros.

Como siempre, gracias y un fuerte abrazo, amigo y maestro.




En memoria de Félix Martialay

Yo que no soy un gran entendido en el séptimo arte, supe de Félix Martialay cuando éste se aventuró en la historia futbolística, aunque muchos de sus trabajos deportivos me pasaron inadvertidos, hasta que hizo la presentación de unos capítulos sobre la historia del fútbol español que Televisión Española emitió en vísperas de un Campeonato de Mundo. No obstante, hasta finales de los noventa en que recibí como regalo de Reyes un ejemplar de «Las grandes mentiras del fútbol español» no advertí que aquello era algo diferente y lo confirmé con la posterior lectura de «Implantación del profesionalismo, y nacimiento de la Liga». Acostumbrado a rebuscar datos futbolísticos entre la quincallería editorial, inmediatamente observé, entre la amenidad de sus líneas, que los datos que aportaban estaban totalmente documentados, en contraste con la banales, partidistas y escasamente veraces historietas que desde unos años antes habían comenzado a proliferar al amparo de acreditados nombres y editoriales con escasa ética o gran ignorancia en el ámbito futbolístico.

Por aquellos días tenía muy maduro mi proyecto, iniciado muchos años atrás, de hacer un relato minucioso y documentado sobre la historia del fútbol español que requería varios tomos. Había sabido de la existencia de CIHEFE y mediante algunas indagaciones pude concertar una entrevista en la madrileña sede de la Real Federación Española, entonces en Alberto Bosch, donde le conocí personalmente y tuve la oportunidad de hacer un relato minucioso de mi idea editorial, sobre el cual me ofreció su total apoyo. No me decepcionó.

A partir de entonces no ha habido viaje a Madrid, y han sido muchos, que no estuviera acompañado de dichos encuentros y las inevitables tertulias del Jameni en las cuales se fueron estrechando nuestros lazos de amistad y colaboración mutua, reforzada con periódicas llamadas telefónicas y habituales «e-milios» algunos de los cuales encerraban laboriosas búsquedas de información, revisión de datos y un sinfín de intercambios futbolísticos, y para mi fue un verdadero placer colaborar en la medida de lo posible a su prolífica obra, destacando entre ellas los trabajos dedicados a las selecciones nacionales y lo que considero su gran broche póstumo a la cual dedicó todo su empeño y muchos años: «El fútbol en la guerra» una extensa obra, todavía inédita, que espero pronto vea la luz.

Ha sido sin duda un duro golpe y una gran pérdida para los historiadores futboleros. Y para mi, además inesperada, porque a pesar de haber echado en falta su habitual llamada telefónica que precedía a sus anuales vacaciones, le creía solazándose junto al Mediterráneo. Siempre decía que cuando llegaba San Blas yo siempre aparecía por Madrid,  como las cigüeñas, y con un libro nuevo bajo el brazo. Lamentablemente no todo será como en los últimos años, pero siempre me quedará el honor de haber podido departir con un maestro culto, educado y sociable.




Gracias por ponérmelo tan difícil

Siempre he sido muy perezoso para escribir, pero nunca había tenido que escribir algo tan duro como esto: se ha muerto Félix Martialay.

Hace días que debía haber escrito estas líneas y no he sido capaz ni siquiera de sentarme delante del ordenador. He escrito algunas notas sueltas en papeles que iba encontrando por ahí en los momentos más variados, pero no me he atrevido a sentarme a juntar esas notas.

No he llorado probablemente porque una vez leí a don Félix que él no había llorado por su padre ni por su abuelo, pero enfrentarme a este texto me pone muy difícil igualar a don Félix.

No le veo sentido, no tiene sentido. Hace días que ha muerto y sin embargo casi todos los días he pensado en llamarle para comentarle cualquier chorrada; o se me ha pasado por la cabeza pasar a saludarle a La Nación.

Ahora es de noche, muy de noche. No quiero escribir, pero sé que es lo menos que puedo hacer por quien prácticamente lo hizo todo por mí. Lo único que voy a perdonarme es el desorden, tengo notas sueltas e ideas sueltas, pero no me veo capaz de darles coherencia. Porque no cabe buscarle coherencia a la incoherencia más grande: se ha muerto don Félix.

Hojeaba hace unos días un libro que me regaló el día que lo conocí. No pusimos la fecha, pero pude reconstruirla con cierta precisión: debió de ser a primeros de agosto de 1996. Yo solo tenía catorce años y como don Félix me puso en la dedicatoria, era un alevín de investigador. Fue en la federación, en la antigua sala de prensa que después pasó a ser centro de operaciones de Camacho. Hablo de Alberto Bosch, claro. Yo aparecí ese día con un amable gaditano que estaba escribiendo la historia del Cádiz. Debimos de quedar a las cuatro y yo puntual a la puerta de la RFEF, apoyado en un coche, vi pasar a un señor mayor al que recuerdo sonriente pero firme. Recuerdo muy bien la primera imagen que tuve de don Félix. El gaditano Ángel Lebaniegos llegó más de media hora tarde y cuando pasamos don Félix dio por hecho que yo era hijo del gaditano. Solo al final le expliqué que no y me dio su teléfono y me ofreció su ayuda. Quizá él mismo no sabía para qué podía yo necesitarla, no era más que un imberbe estudiante de segundo de BUP, pero me la ofreció. Su teléfono lo apunté pero solo por no parecer descortés, porque me lo aprendí de memoria según él lo decía. Y cada una de las llamadas que le hice en estos trece años me repetía a mí mismo en alto o en bajo el teléfono de la manera como él me lo había dicho aquel día, agrupando primero cuatro números y después tres.

Recuerdo que no acababa de entender a ese señor. Intenté leer su libro pero era incapaz, porque el libro tenía más que mucho nivel para mí. Y sin embargo había sido extremadamente amable conmigo. Años después entendí que no es que esa fuera la grandeza de don Félix, sino que esas eran sus dos grandezas: no solo era el mejor historiador del fútbol español sino que era el hombre más generoso que he conocido nunca.

Ahora hago cuentas y quizá fue el 9 de agosto de 1996 cuando conocí a don Félix. Él siempre era fiel a los viernes y ese año el 9 fue viernes. Pero también pudo ser el 16, pronto se iba a Benidorm.

Recuerdo mi primera paella en Benidorm con don Félix. Puestos a no entender nada el maestro de historiadores me invitó a una paella en un restaurante que se llamaba La Zarzuela, en la cala de Finestrat. Fue dos años más tarde, y tan no me lo podía creer que en la foto que nos hicimos aparezco mirando para otro lado.

Fue después de un verano que pasamos juntos trabajando en La Nación. Don Félix tenía muchos recortes guardados pero quería tirar parte de ellos. Y no solo me pidió que le ayudara, sino que me dio la confianza para tomar la decisión de qué valía y qué no. Supongo que no era más que una ilusión y él lo repasaba todo, pero eso lo hacía todavía más generoso: me estaba enseñando qué valía y qué no valía. Y entre recorte y recorte me hablaba de Historia, de cine, de fútbol, y hasta de la vida. Él hablaba, quizá sin darse cuenta de que lo suyo eran siempre lecciones magistrales.

De fútbol me ha enseñado mucho, al menos tanto como he sido capaz de aprender. Pero lo mejor que me ha enseñado don Félix es cómo debe ser un hombre. Porque los tiempos no cambian; como él decía, sigue haciendo frío en invierno y calor en verano, y aunque los hombres se empeñen en cambiar «eso solo son mandingas». Él me ha enseñado qué es el honor, qué es el patriotismo, qué es la generosidad. ¡Cuántas horas le dedicó don Félix a explicarme todo esto! Me acuerdo ahora de aquel bar de la calle de Alcalá, próximo ya a Goya, al que fuimos durante un tiempo al salir los viernes de la federación y que don Félix llamaba «el muro de las lamentaciones». Es tremendo, su humor me hace sonreír incluso ahora, que paso uno de los momentos más difíciles de mi vida. Esa vida que me explicó don Félix en el muro de las lamentaciones.

Y cuando pienso en eso vuelvo a no verle sentido. Y eso vuelve a hacer más grande a don Félix y a hacer más pequeño cualquier agradecimiento que yo pueda ofrecerle. Corcuera dice que Martialay ha vivido tres vidas, pero ni siquiera esas tres me bastarían a mí para agradecerle todo lo que ha hecho por mí.

Además me enseñó qué era la Historia, para poder ser historiador del fútbol. Recuerdo que el día que conocí al presidente Villar le dije esto mismo y se quedó sorprendido. ¡Cuántas veces he dejado sorprendida a gente usando palabras y frases de don Félix!

De las notas que he ido tomando estos días antes de ponerme a escribir todavía no he usado ninguna. Me vienen tantas ideas, tantos recuerdos que solo tengo que ser capaz de escribir. La ventaja de ser tan joven es que los trece años que he vivido con don Félix son casi la mitad de mi vida, y es muy difícil ordenarlo. Pero tampoco tengo ningún interés, si mi redacción es incoherente mejor, sería estúpida la coherencia hablando de lo más incoherente posible: ya no voy a volver con don Félix al muro de las lamentaciones.

Y tanto como escribir estas líneas me costará volver a su oficina de La Nación, y a comer en el restaurante de Jacinto. Qué curioso, uno de los momentos en los que más me ha costado contener las lágrimas fue precisamente cuando vi a Jacinto en el funeral.

Cuánto le quería, don Félix, cuánto le quería.

Los datos están todos por ahí, así que tampoco los voy a buscar ahora. El caso es que me hice historiador porque don Félix me hizo historiador. No solo dedicó miles de horas a enseñarme, sino que me dejó trabajar codo con codo con él en multitud de ocasiones. No sé cuántos libros y no sé cuántas bases de datos. Pero ahí están. Y siempre había algo nuevo que poder enseñarme, y algo nuevo que me enseñaba.

Varias veces le propuse que firmáramos un libro juntos. Seguro que tengo por ahí un correo suyo que recuerdo muy bien en que me decía algo así como «leche, pues busca algo que podamos escribir juntos». Cuando lo encontramos fueron los malos mengues los que nos lo impidieron, según él mismo dijo. Y ya no tuvimos oportunidad.

He dejado de escribir unos cuantos minutos. Necesitaba preguntarme una vez más si todo esto es verdad o no. Y pensaba que precisamente es una de las cosas que más me ha enseñado Martialay: el amor por la verdad. A la verdad por encima de todo y de cualquiera, la verdad perfecta, como decía aquella pegatina que me regaló hace años: no querer ser perfecto es un delito. Es de san Jerónimo, creo recordar.

También me enseñó la importancia de la violencia, y cómo la violencia puede ser buena si se utiliza para defender algo bueno que no puede ser defendido de otra manera. Y eso ocurre muchas veces. La verdad, por ejemplo, hay que defenderla aunque haga falta la violencia, aunque sea peligroso defenderla, aunque puedas jugarte la vida por ella. La mentira es lo más sucio que existe, y la mentira en la Historia para engañar a los conciudadanos una de las actividades más abyectas que cabe imaginar. Y engañar en la historia del fútbol para crear influencias políticas algo de pobre gente a la que hay que liquidar, dialécticamente al menos.

Una de las primeras notas que escribí cuando me enteré de su muerte decía «qué difícil me lo has puesto». Creo que es la primera vez que lo tuteaba y no puedo ni sospechar por qué lo hice. Pero qué razón llevaba, qué difícil me lo ha puesto. No he conocido a nadie tan generoso como él, no he conocido a nadie tan trabajador como él, no he conocido a nadie con principios tan sólidos como él, no he conocido a nadie como él. Y como hablaba con nuestro querido amigo Del Olmo, ni volveremos jamás a conocer a nadie como don Félix. Él me trataba como su discípulo y por mucho que a mí me diera mucho orgullo presentarme como su discípulo la responsabilidad es enorme, brutal.

Pero si alguien me ha enseñado que hay que vencer el miedo es don Félix, y que precisamente afrontar esa responsabilidad que me ha dejado es lo menos que puedo hacer por él, por su memoria, por tantos miles de horas que me dedicó. La responsabilidad es enorme, brutal. Pero, don Félix, muchas gracias por ponérmelo tan difícil. Jamás podré olvidar lo difícil que me lo ha puesto.

Un abrazo muy fuerte, maestro, amigo, un abrazo muy fuerte.




Félix no nos ha dejado

El rigor de las leyes naturales nos da estos golpes que nos hacen invocar al Absurdo como única respuesta. Son momentos en que nos planteamos el sentido de la vida, el valor de los actos y la integridad de las personas. ¿Qué queda de una vida?

Félix no nos ha dejado. Ha fallecido, sí, pero Félix no nos ha abandonado. Sigue presente entre nosotros porque marcó un referente y lo compartió con todos los que hemos podido ser sus amigos. Nos lo ha transmitido y nos lo ha dejado impreso en nuestro espíritu.

Impresionante como persona. En este mundo donde las relaciones humanas son complicadas, donde la ambición y los intereses se confunden con las intenciones y deseos, Félix mantuvo siempre un comportamiento modélico. Honesto, honrado, transparente. Firme, recto, consecuente. Respetuoso, receptivo, comunicativo. Habiendo estado en los despachos de los más altos cargos jamás perdió su humildad. Trató por igual, con el mismo respeto, al patrón que al aprendiz.

Si hay que ubicar a Félix en un modelo de hombre dentro de la escala del tiempo, el mejor período es el Renacimiento. Cual contemporáneo Garcilaso, militar fiel hasta la muerte por sus ideales, desarrollaba la sensibilidad más profunda, cultivada a partir del conocimiento de la Historia, la Literatura, el Cine. Y falto de prejuicios intelectuales, trasladó su saber al Fútbol. En sus trabajos combinó su investigación de rigor histórico con una prosa elegante y contundente. Un maestro.

Y los maestros nunca se van. Por eso, Félix no nos ha dejado. Cada vez que tratemos algún tema de la historia de nuestro fútbol aparecerá Félix. Siempre consultaremos el legado de Félix para poder proseguir nuestro trabajo.

Insustituible, inolvidable. Félix sigue con nosotros. Es nuestro referente.

Es mi amigo.